Читать книгу Estudios sobre la Filosofía Política de Francis Bacon - Teresita García González - Страница 11

¿Ciudadanos de Bensalem?

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Si el develamiento de la isla significa olvidar peligros pasados y futuros, el curso del tiempo carece de importancia. Quizá por esto los tres relatos que integran la última parte de la Nueva Atlántida no precisan el día en que acontecieron. Desconocemos si son hechos registrados durante las seis semanas ofrecidas a los europeos para permanecer en la isla, o si se dan cuando ellos se asumen como miembros del “nuevo mundo”. Esta última conjetura prospera cuando advertimos que son narraciones de cuestiones que requieren como condición el trascurso de un tiempo considerable, como la amistad que el narrador entabla con el judío, y el descubrimiento del mayor secreto de la ciudad.

Para nuestro propósito es imprescindible analizar estos relatos, pues ellos completan el carácter de Bensalem, así como la legislación que lo hace posible, ahora a cargo de los padres de la Casa de Salomón, sucesores de Saloma. Solo entonces estaremos en condición de cuestionar la comprensión baconiana sobre la mejor forma de vida política.

Acerca de la llamada Fiesta de la familia es importante señalar que es un acontecimiento referido al narrador por dos de sus compañeros, lo que sin duda genera distancia respecto de los lectores. Es una fiesta pagada por el Estado en honor del padre de familia que llega a reunir vivos treinta descendientes, todos de una misma esposa y mayores de tres años. El festejado, llamado Tirsán, es atendido durante dos días previos al festejo por sus amigos, familiares y el gobernador de la ciudad, mientras investiga el estado de la familia y toma las medidas necesarias para enderezar aquello que no marcha por buen camino. El gobernador pone en ejecución su autoridad, aunque la veneración y el respeto con que se acatan las disposiciones del Tirsán no hacen necesaria su actuación. El orden de la celebración es exhaustivo: el Tirsán entra, después del servicio divino, al recinto en que transcurrirá la celebración, seguido por sus hijos y sus hijas, en ese orden. Él ocupa una silla sobre la cual hay un dosel de yedra; si la madre de todos los descendientes vive, se acomoda del lado derecho, pero quedando invisible. Una vez instalado el Tirsán, entra una especie de heraldo, con un par de pajes. Uno de estos pajes lleva un estatuto del rey que contiene los varios privilegios a que se ha hecho merecedor el Tirsán, pues –siguiendo el relato– el rey es deudor de un hombre, sólo por la propagación de sus súbditos. El otro paje porta un racimo de treinta uvas de oro, que es entregado al homenajeado, quien a su vez lo entrega al hijo previamente elegido por él para quedarse en la casa. Después de terminada esta ceremonia, el padre se retira y regresa nuevamente para asistir a la cena. Ninguno de sus descendientes puede sentarse con él, a menos que pertenezca a la Casa de Salomón. Al final de la cena, que nunca dura más de una hora y media, se canta un himno en honor a Adán, Noé y Abraham; el himno concluye con una alabanza en honor del Salvador. Terminada la cena, el Tirsán se retira para decir a solas sus plegarias, luego regresa para dar su bendición a cada uno de sus hijos. Los invitados se entregan el resto del día a la música y otros placeres.

Aunque el narrador no repara en presentar la Fiesta de la familia como signo de una nación llena de bondades, pues a sus ojos, es una costumbre sencilla, piadosa y admirable;37 concluye el relato sin realizar apreciación alguna, como si las cualidades de la celebración fueran evidentes. Nada más distante de esto. El relato descubre detalles de suntuosidad hasta el hastío; mientras que la piedad queda una vez más en tela de juicio cuando advertimos que lo que se honra no es la procreación de hijos de Dios, sino la propagación de súbditos, y que, entre éstos, el verdaderamente ensalzado en la Fiesta es el hijo del Tirsán que a su vez sea miembro de la Casa de Salomón. La admiración deviene al percatarnos que el relato muestra una política que exalta la monogamia como aparente medio de institución de la familia; cuando en realidad es un medio para el control de la población que termina por disolver la familia, siempre que pensemos –por ejemplo– en el carácter invisible de la madre.

Por último, el orden en que se celebra la Fiesta recuerda aquel que orienta el traslado y la instalación de los europeos en la Casa para Extranjeros. La legislación de Bensalem ordena también el matrimonio y la procreación, lo que podemos corroborar en el relato que refiere la amistad entre el narrador y el judío.

Como todas las pequeñas historias que se hallan al interior de la gran narración, la del judío tolerante presenta material para diversas interpretaciones.38 Por nuestra parte, subrayamos el poder de persuasión propio de la isla; Joabín, el judío cuyo lenguaje no es el mismo que el de los otros judíos, es presentado como tierno amante de la ciudad. En segunda instancia, llamamos la atención sobre la afirmación en boca del judío respecto al origen incierto de las leyes de Bensalem, que en cualquier caso él conoce y asume; especialmente las relativas al matrimonio, que hace de éste no un negocio que provee de conveniencia, alianza, dote o reputación, sino un remedio para la concupiscencia ilegal y, principalmente, un medio para la procreación. Específicamente, Bensalem no permite la poligamia, prohíbe que se contraiga matrimonio entre parientes, ordena que la pareja se despose hasta después de un mes de realizada la primera entrevista; no anula el matrimonio sin consentimiento de los padres; ordena que, previo al matrimonio, los novios tengan un baño desnudos, a los ojos de un amigo del novio y una amiga de la novia, con el propósito de identificar defectos en los cuerpos que impidan la descendencia exitosa.39 Como consecuencia de las anteriores disposiciones legales, en la isla se castiga el trato con cortesanas, tanto en hombres casados como en los solteros; por supuesto, existe una ley en contra del aborto y la concupiscencia contra natura.

La legislación referente al matrimonio, lejos de ser considerada excesiva e indeseable, es calificada por el judío como sabia y excelente. Bensalem queda así definida por su castidad; su lema es: “quien no es casto pierde su propia estimación”.40 Sorprendentemente, Joabín agrega que la autoestima coloca la religión en segundo sitio, pues es aquella la que verdaderamente frena todos los vicios. Hay que decir que mitigar los vicios no es en Bensalem el fin último, pues previamente el judío afirma que las familias que participan en la Fiesta, sin excepción, se multiplican y prosperan de una manera extraordinaria.

Matrimonio, procreación, admisión de extranjeros y viajes a otras naciones por parte de los bensalemitas son prioridad en una legislación a cargo de los padres de la Casa de Salomón, pues a pesar de que el relato de la Fiesta de la familia habla de un rey, al igual que la madre, aquel permanece invisible. En efecto, el Colegio es la luz de la Isla; sin su mediación no hubiese sido posible la “cristianización” de Bensalem, y sin él las leyes no se harían escuchar. Su poder es de tal magnitud que aunque los europeos expresaron su sensación de libertad al asumirse como ciudadanos de la isla, a partir de ese momento están a merced de una fundación que sólo si lo desea revela al Estado los resultados de sus experimentos.41 ¿Cuál es el soporte de esta omnipotencia que, sin exagerar, hace del Estado un medio para lograr sus fines?

El objeto de la fundación expresa también la fuente de su poder: “Conocimiento de causas y secretas nociones de las cosas y el engrandecimiento de los límites de la mente humana para la realización de todas las cosas posibles”.42 No es necesario detallar todas las cosas que han sido posibles hasta el momento en que el padre de la Casa de Salomón ofrece sus misterios al narrador; basta decir que la conservación de cuerpos, la imitación de minas naturales, los compuestos para hacer más fértil la tierra, las máquinas para multiplicar y reforzar los vientos, la reproducción en el aire de cuerpos de diversos animales, la producción de bebidas tan sutiles que atraviesan en poco tiempo la palma de la mano, así como de carnes exentas de corrupción y de fácil digestión; la multiplicación de olores, la imitación de sabores capaces de engañar el paladar, la fabricación de instrumentos de guerra, etcétera, tiene el objeto de curar enfermedades y conservar la salud, así como de ofrecer comodidad a una vida que se pretende eterna. Bensalem, el “hijo perfecto”, obnubila al cristianismo porque gracias a la ciencia y la técnica ofrece la felicidad en este mundo; aunque en el fondo esto implique la tecnocracia que, al ordenar tanto lo público como lo privado, cancela la vida política. La legislación de este nuevo poder no requiere ser justificada, pues todo aquel que cifre la felicidad en los bienes que de hecho ofrece la isla aceptará vivir como su súbdito, permitiendo que dictamine incluso su forma de amar.

El idealismo de Bacon no se encuentra precisamente en su confianza respecto al desarrollo de la ciencia, sino en su confianza respecto al amor por la humanidad, en la convicción de que éste pueda silenciar otras formas de amar. ¿O es acaso suficiente que la ley ordene pena de ignominia y multas para evitar la impostura en el uso de los conocimientos científicos?43 ¿Es suficiente implorar la bendición divina para que la ciencia sea iluminada en sus trabajos haciéndolos útiles y buenos?44 Si, como hemos visto, la ley y la religión encuentran en la ciencia su fundamento, la respuesta a estas preguntas es negativa. No obstante, para quienes cuestionamos que la mejor forma de vida es la que ofrece Bensalem, la Nueva Atlántida es opus imperfectum porque guarda una opción: descubrir el secreto de los trece extranjeros que resistieron al paraíso terrenal.

Estudios sobre la Filosofía Política de Francis Bacon

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