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3. ESQUIVAR BALAS: IDENTIFICAR MIEDOS Y SACUDIRSE LA PARÁLISIS
Оглавление«Muchos pasos en falso se han dado por quedarse quieto.»
en GALLETA DE LA FORTUNA
«Nombrado tu miedo debe ser antes de que desterrarlo puedas.»
YODA, de La guerra de las galaxias: El imperio contraataca
Río de Janeiro, Brasil
Seis metros y aproximándonos.
«¡Run! ¡Ruuuuuuuuuun!» Hans no hablaba portugués pero el significado estaba bastante claro: a toda leche. Con las zapatillas firmemente agarradas a la roca dentada, lanzó el pecho hacia adelante hacia 3.000 pies de nada.
Contuvo el aliento antes de dar el último paso y el pánico casi le dejó inconsciente. Su visión periférica se volvió borrosa, hasta concentrarse en un solo punto de luz, y luego... empezó a flotar. El azul celeste del horizonte entró de golpe en su campo visual inundándolo todo un instante después de darse cuenta de que la corriente de aire caliente ascendente le sujetaba, llenando la tela del parapente. El miedo se había quedado a su espalda, en la cima de la montaña, y miles de pies por encima del bosque tropical de un verde resplandeciente y de las prístinas playas blancas de Copacabana… Hans Keeling había visto la luz.
Eso fue un domingo.
El lunes, Hans volvió a su oficina en un bufete de abogados en Century City, sede de las empresas pijas de Los Ángeles, y se apresuró a entregar su aviso de dimisión con tres semanas de antelación. Llevaba casi cinco años enfrentándose al despertador atemorizado por el mismo pensamiento: ¿Tengo que hacer esto durante 40 o 45 años más?
Una vez había dormido debajo de la mesa de su oficina como castigo por no haber terminado un proyecto, para seguir con él al despertar por la mañana.
Esa misma mañana se prometió algo a sí mismo: dos veces más y me largo. Le asestaron el golpe número tres el día antes de marcharse de vacaciones a Brasil.
Todos nos hacemos este tipo de promesas, y el propio Hans ya lo había hecho antes, pero ahora las cosas eran diferentes. Él era diferente.
Mientras descendía lentamente hacia el suelo haciendo círculos, se había dado cuenta de algo: los riesgos no daban tanto miedo cuando te decidías a correrlos. Sus compañeros le dijeron lo que esperaba oír. Lo estaba echando todo por la borda. Era un abogado de camino hacia lo más alto: ¿qué diablos quería?
Hans no sabía exactamente lo que quería, pero por un momento lo había probado.
Por otro lado, sabía lo que le aburría mortalmente y estaba harto. Vivir como un muerto viviente, las cenas donde sus colegas de profesión comparaban coches, colocados con el chute del nuevo BMW que se habían comprado hasta que alguien apareciese con un Mercedes más caro, se habían acabado. Agua pasada.
Inmediatamente empezó a notar un extraño cambio: Hans se sintió por primera vez en mucho tiempo en paz consigo mismo y con lo que estaba haciendo. Siempre le habían aterrorizado las turbulencias en los aviones, como si fuera a morirse sin haber disfrutado de la vida, pero ahora podía atravesar la más violenta de las tormentas durmiendo como un angelito. Qué cosa más extraña.
Más de un año después, todavía le llegaban ofertas de trabajo espontáneas de bufetes, pero entonces ya había montado Nexus Surf,5 una empresa de surf de aventura de primera con sede en el paraíso tropical de Florianópolis, Brasil. Había conocido a la chica de sus sueños, una carioca con piel color caramelo llamada Tatiana, y se pasaba casi todo el tiempo relajándose a la sombra de las palmeras o proporcionándoles a sus clientes diversión como en su vida.
¿Esto es lo que le daba tanto miedo?
Ahora ve a menudo a su antiguo yo en los amargados y estresados profesionales con los que sale a galopar sobre las olas. Mientras esperan el oleaje, sus verdaderas emociones salen a la luz: «Dios, ¡ojalá pudiera hacer lo que tú!». Su respuesta es siempre la misma: «Puedes».
El sol poniente reflejado en la superficie del agua crea un escenario zen ideal para el mensaje que reconoce como cierto: hacer una pausa indefinida en el camino que estás siguiendo no es darse por vencido. Podría retomar la abogacía exactamente donde la dejó si quisiera, pero eso es lo último que le pasa por la cabeza.
Mientras reman hacia la orilla tras una sesión increíble, los clientes se dominan y recobran la compostura. Ponen un pie en la arena y la realidad les hinca los dientes. «Lo haría, pero no puedo tirarlo todo a la basura sin más.»
Hans no puede evitar reírse.
El poder del pesimismo: ¿cuál es tu pesadilla?
«Quizá la acción no traiga siempre consigo la felicidad, pero no hay felicidad sin acción.»
BENJAMIN DISRAELI, ex primer ministro británico
¿Hacerlo o no hacerlo? ¿Intentarlo o no intentarlo? La mayoría votaría que no, se consideren valientes o no. La incertidumbre y la posibilidad de fracasar son voces en las tinieblas que dan mucho miedo. Muchos prefieren la infelicidad a la incertidumbre. Durante años me marqué metas, tomé la resolución de cambiar de rumbo y no sirvió de nada. Era tan inseguro y estaba tan asustado como el resto del mundo.
La solución, realmente sencilla, vino a mí de forma accidental hace cuatro años. En esa época, tenía tanto dinero que no sabía qué hacer con él —ganaba 70.000 dólares o así al mes— y me sentía fatal, peor que nunca. No tenía tiempo y me estaba matando a trabajar.
Había empezado mi propia empresa, para darme cuenta después de que era casi imposible de vender.6 ¡Vaya! Me sentía atrapado y estúpido al mismo tiempo.
Tengo que ser capaz de solucionar esto, pensaba. ¿Por qué soy tan imbécil?
¿Por qué no consigo que esto funcione? ¡Concéntrate de una vez y deja de comportarte como un (insertar improperio)! ¿Qué me pasaba? La verdad era que no me pasaba nada, no era yo el que había llegado a su límite: había llegado al límite de mi modelo de negocio de la época. El problema no era el conductor, sino el vehículo.
Errores básicos cometidos en su infancia no me dejarían nunca venderla. Podía contratar a duendecillos y conectarme el cerebro a un superordenador: no serviría de nada. Mi hijito tenía graves taras de nacimiento. La cuestión se transformó en: ¿cómo me deshago de este Frankenstein y consigo que se autogestione? ¿Cómo soltarme de los tentáculos de la adicción al trabajo y del miedo de que todo se derrumbara si dejaba de hacer jornadas de 15 horas? ¿Cómo escapar de la cárcel que yo mismo había construido? Un viaje, pensé.
Un año sabático recorriendo el mundo.
Así que hice el viaje, ¿no? Bueno, ya llegaremos a eso. Primero, me pareció prudente regodearme en mi vergüenza, bochorno y enfado durante seis meses, al tiempo que le daba vueltas a un bucle infinito de razones por las que mi fantasía del viaje de escaqueo nunca funcionaría. Con seguridad, uno de mis períodos más productivos.
Luego, un día, inmerso en la dicha de imaginarme el sufrimiento que se me avecinaba, se me ocurrió una idea brillante. Sin duda fue el punto álgido de mi fase «no seas feliz, preocúpate»: ¿por qué no imaginar con pelos y señales la pesadilla, o sea, lo peor que podía pasarme si hacía ese viaje?
Bueno, el negocio podría irse a pique estando yo en el extranjero, eso seguro. Seguramente. Por accidente, un aviso enviado por el juez se perdería y me demandarían. Me cerrarían la empresa y el inventario se pudriría en las estanterías mientras me hurgaba entre los dedos de los pies solo y desgraciado en una fría playa de Irlanda. Me imaginaba llorando bajo la lluvia. Mi cuenta corriente se reduciría de golpe en un 80% y por supuesto mi coche y mi moto serían robados del garaje. Me imaginaba que alguien probablemente dejaría caer un escupitajo sobre mi cabeza desde un balcón mientras daba de comer sobras a un perro sarnoso, que después se pondría nervioso y me mordería en toda la cara. ¡Qué vida perra! ¡Oh, mundo cruel!
Definir tus miedos = vencer tus miedos
«Aparta varios días en los que te contentarás con el mínimo y más sencillo sustento, un solo plato y ropas toscas, mientras te dices: “¿Es esto lo que tanto temía?”»
SÉNECA
De pronto sucedió algo muy raro. En mi incansable búsqueda de cómo sentirme como una piltrafa, sin saber cómo empecé a ir marcha atrás. En cuanto acabé con el vago malestar y la ansiedad ambigua definiendo claramente mi pesadilla más temida, lo peor que podía pasar, ya no me preocupó tanto hacer el viaje. De repente, empecé a pensar en medidas sencillas que podría tomar para salvar los recursos que me quedasen y volver a ponerme en marcha si todas las desgracias vinieran juntas. Siempre podía poner copas durante un tiempo para pagar el alquiler si fuese necesario. Podría vender algunos muebles y comer menos fuera. Podría robar el dinero del bocadillo a los niños de la guardería que pasaban por delante de mi casa todas las mañanas. Las opciones eran muchas. Me di cuenta de que no sería tan difícil volver a donde estaba y mucho menos sobrevivir. Nada de lo que pudiera ocurrir me mataría, ni mucho menos. Meras piedrecitas en el zapato en el viaje de la vida.
Me di cuenta de que, en una escala del 1 al 10, siendo el 1 nada y el 10 algo que me cambiase la vida para siempre, la peor situación que había imaginado tendría unas consecuencias temporales del orden de 3 o 4. Creo que esto puede aplicarse a la mayoría de la gente y a casi todos los desastres del tipo «m**rda, estoy acabado».
No olvides que ésta es la pesadilla de esa catástrofe, que es una entre un millón.
Por otro lado, si conseguía hacer realidad la mejor situación imaginada, tendría fácilmente un efecto positivo permanente en mi vida del orden de 9 o 10.
En otras palabras, estaba arriesgando un improbable y temporal 3 o 4 por un permanente 9 o 10, y además podría recuperar la cárcel de adicto al trabajo de la que había escapado con un poco más de esfuerzo, si quería.
Así fue como llegué a una conclusión fundamental: el riesgo era prácticamente nulo; el potencial de cambiar mi vida de arriba abajo era enorme, y siempre podría retomar mi rumbo anterior sin más esfuerzo del que ya estaba haciendo.
Ahí fue cuando tomé la decisión de hacer el viaje y compré un billete de ida a Europa. Empecé a planear mis aventuras y a eliminar equipaje físico y psicológico. Ninguno de los desastres temidos sucedió y desde entonces mi vida ha sido casi un cuento de hadas. La empresa funcionó mejor que nunca, y yo prácticamente me olvidé de ella mientras financiaba mis viajes alrededor del mundo a todo trapo durante 15 meses.
Desenmascarar el miedo disfrazado de optimismo
«No hay diferencia entre un pesimista que dice: “Oh, es inútil, así que no te molestes en hacer nada” y un optimista que dice: “No te molestes en hacer nada, las cosas van a salir bien”. De cualquiera de las dos formas, no va a pasar nada.»
YVON CHOUINARD,7 fundador de la Patagonia
El miedo tiene muchas caras, y normalmente no lo llamamos por su nombre de pila. El miedo en sí da bastante miedo. La mayoría de los inteligentes del mundo entero lo disfraza de otra cosa: negación optimista.
Casi todos los que evitan dejar su trabajo acarician el pensamiento de que su día a día mejorará con el tiempo o cuando ganen más dinero. Esto parece válido y es una alucinación tentadora cuando tu trabajo es aburrido o desmotivador y no un puro infierno. El puro infierno te obliga a actuar, pero si la cosa no llega a tanto, se puede aguantar con una dosis suficiente de racionalización ingeniosa.
¿Sinceramente crees que mejorará o son sólo ilusiones y excusas para no hacer nada al respecto? Si confiases de verdad en que las cosas van a mejorar, ¿te estarías cuestionando así tu vida? Por lo general, no. Esto es miedo a lo desconocido disfrazado de optimismo.
¿Estás mejor que hace un año, un mes o una semana?
Si no es así, las cosas no se van a arreglar solas. Si te estás engañando a ti mismo, es hora de parar y planear cómo dar el salto. Descartando un final al estilo James Dean, tu vida va a ser LARGA. Tus ocho horas o más diarias durante 40 o 50 años de vida laboral es demasiado tiempo para esperar si nadie viene a rescatarte. Aproximadamente 500 meses de trabajo puro y duro.
¿Cuántos más te quedan por delante? Puede que sea hora de batirse en retirada.
Que alguien llame al maître, por favor
«Eso es confort. No es lujo. No me digas que eso lo da el dinero. El lujo que yo defiendo no tiene nada que ver con el dinero. No se compra. Es la recompensa de quienes no temen a la incomodidad.»
JEAN COCTEAU, poeta, novelista, agente de boxeadores y cineasta francés, de cuya obra surgió el término «surrealismo»
A veces uno parece tener el don de la oportunidad. Hay cientos de coches dando vueltas por un parking y alguien sale de un sitio a 300 metros de la entrada justo cuando tú estás a la altura de su parachoques. ¡Un milagro navideño!
Otras veces se dan cosas más bien inoportunas. El teléfono suena mientras estás haciendo el amor durante lo que parece media hora. El mensajero llega 10 minutos tarde. La falta de oportunidad puede provocar auténticos desastres.
Jean-Marc Hachey aterrizó en África Occidental como voluntario, con esperanzas sinceras de servir de ayuda. En ese sentido, fue más que oportuno.
Llegó a Ghana a principios de la década de 1980 en medio de un golpe de Estado, con la inflación por las nubes y justo a tiempo de pasar la peor sequía de la década. Por esas mismas razones, muchos considerarían que fue inoportuno desde un punto de vista de supervivencia más egoísta.
Tampoco se enteró del comunicado. El menú nacional había cambiado y lujos como el pan y el agua potable habían desaparecido del mapa. Sobreviviría durante cuatro meses a base de un mejunje hecho de maíz y espinacas con pinta de fango. No las típicas chuches para comer en el cine, precisamente.
«VAYA, ¡PUEDO SOBREVIVIR!»
Jean-Marc había atravesado el punto sin retorno, pero no le importaba.
Después de dos semanas adaptándose a desayunar, almorzar y cenar lo mismo (papilla al estilo de Ghana) ya no sentía deseos de escapar. Resultó que sus únicas necesidades eran un sustento de lo más básico y buenos amigos. Lo que desde fuera parecería un desastre supuso en realidad una epifanía de afirmación de la vida que jamás había experimentado. Lo peor no estaba tan mal. Para disfrutar de estar vivo no se necesitan chorradas estrambóticas, pero sí ser dueño de tu vida y darte cuenta de que la mayoría de las cosas no son tan serias como uno las hace parecer.
Hoy, a los 48 años, Jean-Marc vive en una preciosa casa en Ontario, pero podría vivir sin ella. Tiene dinero en el banco, pero si cayera en la pobreza mañana no le importaría. Algunos de sus recuerdos más preciados consisten aún en nada más que amigos y gachas. Está volcado en crear momentos especiales para él mismo y su familia y no le preocupa lo más mínimo jubilarse. Ya ha vivido 20 años de jubilación parcial con una salud perfecta.
No lo guardes todo para el final. Hay demasiadas razones para no hacerlo.
P y A: PREGUNTAS Y ACCIONES
«Soy un viejo y he conocido innumerables desdichas, pero la mayoría nunca sucedieron.»
MARK TWAIN
Si te inquieta pensar en dar el salto o simplemente lo estás posponiendo por miedo a lo desconocido, aquí tienes el antídoto. Anota las respuestas y recuerda que pensar mucho no será tan fructífero ni tan prolífico como sencillamente vomitarlo todo sobre el papel. Escribe de corrido y no revises lo escrito: buscamos cantidad, no calidad. Detente unos minutos en cada pregunta.
1. Define claramente tu peor pesadilla, lo más terrible que podría pasar si hicieras lo que estás pensando. ¿Qué dudas, miedos y «qué pasaría si» te surgen cuando piensas en hacer los grandes cambios que puedes —o necesitas— hacer? Imagínatelos hasta en el más ínfimo detalle. ¿Te morirías? ¿Qué gravedad tendrían las consecuencias permanentes, si las hubiera, en una escala del 1 al 10? ¿Serían permanentes? ¿Qué probabilidad crees que hay de que de verdad ocurran?
2. ¿Qué medidas podrías tomar para reparar los daños causados o enderezar las cosas, aunque fuese con efectos temporales? Es muy posible que sea más fácil de lo que te imaginas. ¿Cómo podrías volver a dominar la situación?
3. ¿Cuáles serían los resultados o beneficios, tanto temporales como permanentes, de lo que es más probable que ocurra? Ahora que tienes claro cuál sería esa pesadilla hecha realidad, ¿cuáles serían los resultados más probables o claramente positivos, tanto interiores (confianza en ti mismo, autoestima) como exteriores? ¿Qué repercusiones tendrían estas consecuencias más probables en una escala del 1 al 10? ¿Qué probabilidad tienes de conseguir resultados moderadamente buenos? ¿Hay gente menos inteligente que tú que haya conseguido hacer esto antes?
4. Si te despidiesen hoy de tu trabajo, ¿qué harías para seguir financiando tu vida? Ponte en esta situación y vuelve a contestar a las preguntas 1, 2 y 3. Si dejas tu trabajo para probar otras opciones, ¿cómo podrías retomar el mismo rumbo profesional si fuese absolutamente necesario?
5. ¿Qué estás retrasando por miedo? Normalmente, lo que nos da más miedo hacer es lo que más necesitamos hacer. Esa llamada telefónica, esa conversación, cualquier acción; el miedo al resultado desconocido nos impide hacer lo que necesitamos hacer. Decide qué es lo peor que puede pasar, acéptalo y hazlo. Voy a repetir algo que podrías tatuarte en la frente: Normalmente, lo que nos da más miedo hacer es lo que más necesitamos hacer. Una vez oí que el éxito de una persona en la vida se mide por la cantidad de conversaciones incómodas que está dispuesto a mantener. Decide hacer todos los días una cosa que te dé miedo. Adquirí este hábito intentando contactar con celebridades y personas de negocios famosas para pedirles consejo.
6. ¿Cuánto te está costando —en dinero y en desgaste físico y emocional— retrasar pasar a la acción? No valores únicamente las desventajas potenciales de hacer algo. Es igual de importante cuantificar el coste atroz de no hacerlo. Si no intentas hacer realidad lo que te ilusiona, ¿dónde estarás dentro de un año, cinco o diez?
¿Cómo te sentirás sabiendo que te dejaste aplastar por las circunstancias y permitiste que diez años más de tu finita vida transcurriesen haciendo algo que sabes que no te llena? Si pudieses teletransportarte 10 años hacia el futuro y supieras con una seguridad del 100% que te espera un camino sembrado de desilusión y arrepentimiento (y si definimos riesgo como «probabilidad de un resultado negativo irreversible»), no actuar es el mayor riesgo que existe.
7. ¿A qué estás esperando? Si no puedes contestar a esta pregunta sin recurrir al concepto anteriormente rechazado de que no es un buen momento, la respuesta está muy clara: estás asustado, como el resto del mundo.
Mide el coste de no actuar, date cuenta de que la mayoría de los errores son improbables y reparables y forja el hábito más importante de los que destacan sobre los demás y disfrutan haciéndolo: pasar a la acción.