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CRONOLOGÍA DE UNA PATOLOGÍA

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«Un experto es una persona que ha cometido todos los errores que pueden cometerse en un campo muy reducido.»

NIELS BOHR, médico danés ganador de un Premio Nobel

«De costumbre estaba loco, pero tenía momentos de lucidez donde era simplemente estúpido.»

HEINRICH HEINE, crítico y poeta alemán

Este libro te enseñará exactamente los mismos principios que yo he aplicado para convertirme en lo siguiente:

• Ponente invitado como experto en habilitación en la Universidad de Princeton.

• Primer norteamericano de la historia que detenta un récord Guinness mundial de tango.

• Asesor de entrenamiento de más de 30 deportistas con récords mundiales.

• Según la revista Wired, «El Mejor Promotor de Sí Mismo 2008».

• Campeón nacional en China de kickboxing.

• Cuquero a caballo (yabusame) en Nikko, Japón.

• Investigador y activista en materia de asilo político.

• Bailarín de breakdance en la MTV de Taiwán.

• Competidor de lanzamiento en Irlanda.

• Actor en una serie de TV de máxima audiencia emitida en China y Hong Kong.

Cómo llegué a ese punto es un poquito menos glamuroso:

1977 Nacido prematuro por 6 semanas. Me dan un 10% de posibilidades de sobrevivir.

La cosa es que sobrevivo y me pongo tan gordo que no puedo dar volteretas.

Un desequilibrio muscular en los ojos hace que cada uno mire por su lado. Mi madre me llama cariñosamente «mi atunito».

Hasta el momento, todo bien.

1983 Por poco suspendo la guardería porque me niego a aprender el alfabeto. Mi profesora se opone a explicarme por qué tengo que aprendérmelo y opta en su lugar por soltarme: «Porque soy la profesora; por eso». Le digo que eso es una chorrada y le pido que me deje en paz para poder concentrarme en dibujar tiburones. Me manda a la «mesa de los malos» y me hace comerme una pastilla de jabón. Inicio de mi desprecio por la autoridad.

1991 Mi primer trabajo. ¡Ay, qué recuerdos! Me contratan con el salario mínimo como fregachín en una heladería. Rápidamente me doy cuenta de que los métodos del jefe exigen hacer el doble de esfuerzo. Hago las cosas a mi manera, termino en una hora en lugar de en ocho y me paso el resto del tiempo leyendo revistas de kung-fu y practicando fuera patadas de karate. Me despiden en el plazo récord de tres días, con la frase de despedida: «Tal vez algún día aprendas a valorar el trabajo duro». Parece que el día aún no ha llegado.

1993 Me ofrezco voluntario para un intercambio de un año en Japón, donde la gente se mata de tanto trabajar —un fenómeno llamado karooshi— y se dice que quieren ser sintoístas al nacer, cristianos al casarse y budistas al morirse. Extraigo a modo de conclusión que la mayoría de la gente no tiene claro de qué va la vida. Una noche, tratando de pedir a la señora de la casa donde vivo que me despierte al día siguiente (okosu), le pido que me viole salvajemente (okasu). La dejo sumida en la confusión.

1996 Consigo colarme en Princeton, a pesar de puntuar en las pruebas de razonamiento crítico un 40% peor que la media y de que el asesor preuniversitario del instituto me aconseje ser más «realista». Pienso que se me da mal la realidad. Me licencio en neurociencias y luego me paso a Estudios de Asia Oriental para evitar poner tomas de impresora en cabezas de gatos.

1997 ¡Hora de hacerse millonario! Produzco un audiolibro llamado How I Beat the Luy League, empleando todo el dinero ganado en tres trabajos de verano en fabricar 500 cintas para vender exactamente ninguna. No dejaré a mi madre tirarlas a la basura hasta 2006, justo nueve años de negación más tarde. Ésas son las alegrías del exceso de confianza en uno mismo sin fundamento.

1998 Después de que cuatro lanzadores de peso le pateen la cabeza a un amigo, dejo de hacer de portero matón en las fiestas, el trabajo mejor pagado del campus, y monto un cursillo de lectura rápida. Empapelo el campus con cientos de horrendos carteles verde fosforito que rezan: «¡Triplica tu velocidad de lectura en 3 horas!». Los típicos alumnos de Princeton proceden a escribir «Y una mierda» en todos ellos. Vendo 32 plazas a 50 dólares cada una por el curso de 3 horas y 533 dólares por hora me convencen de que buscar un mercado antes de idear un producto es más inteligente que lo contrario. Dos meses después, estoy que me muero de aburrimiento de la lectura rápida y cierro el chiringuito. Detesto los servicios y necesito un producto que vender y ya.

Otoño de 1998 Una descomunal pelea con mi director de tesis y el pánico a convertirme en gestor bancario de inversiones me empujan a cometer suicidio académico e informar al secretario de que dejo la facultad hasta nueva orden. Mi padre está convencido de que nunca regresaré y yo estoy convencido de que mi vida se ha acabado. Mi madre piensa que no es para tanto y que no hace falta ponerse tan melodramático.

Primavera de 1999 En tres meses, acepto y dejo un trabajo seleccionando contenidos para cursos en Berlitz, la mayor editorial del mundo de material de aprendizaje de idiomas, y otro como analista en una consultoría especializada en asilo político. Naturalmente, después me voy a Taiwán para montar una cadena de gimnasios de la nada y las tríadas, la mafia china, me la cierran. Regreso a Estados Unidos derrotado y decidido a aprender kickboxing. Cuatro semanas después gano el campeonato nacional con el estilo más feo y menos ortodoxo jamás visto.

Otoño de 2000 Con mi confianza repuesta y la tesis completamente sin hacer, vuelvo a Princeton. Mi vida no se acaba y parece que el retraso de un año ha obrado en mi favor. Los veinteañeros ahora tienen habilidades portentosas. Un amigo mío vende una empresa por 450 millones y yo decido dirigirme al oeste, a la cálida California, para ganar mis miles de millones. A pesar de encontrarme en el mercado laboral con más movimiento de la historia del mundo, consigo permanecer en el paro durante tres meses tras haberme licenciado, hasta que me saco mi as de la manga y mando al consejero delegado de una empresa recién montada 32 correos electrónicos consecutivos. Termina por rendirse y me pone en ventas.

Primavera de 2001 TrueSAN Networks ha pasado de ser una don nadie de 15 personas a la «empresa de almacenamiento de datos de capital privado número uno» (¿cómo se mide eso?) con 150 empleados (¿qué es lo que hacen?). El recién nombrado director de ventas me ordena «empezar por la A» de la guía y facturar a golpe de llamada telefónica. Le pregunto con el mayor tacto posible por qué actuamos como retrasados mentales. Contestación: «Porque lo digo yo». Empezamos mal.

Otoño de 2001 Después de un año de jornadas de 12 horas, me entero de que soy la segunda persona que menos cobra en la empresa, después de la recepcionista. Me decanto por navegar por internet a lo bestia a tiempo completo. Una tarde que me había quedado sin vídeos obscenos que mandar, investigo si sería complicado empezar una empresa de suplementos dietéticos. Resulta que se puede externalizar todo, desde la fabricación hasta el diseño de los anuncios. Dos semanas y 5.000 dólares menos en mi tarjeta de crédito, tengo el primer lote fabricándose y una web colgada. Mejor, porque me echan a la calle exactamente una semana más tarde.

2002-2003 BrainQUICKEN LLC ha despegado y ahora gano más de 40.000 dólares al mes en lugar de 40.000 al año. El único problema es que quiero morirme porque ahora trabajo más de 12 horas al día 7 días por semana. Como que estoy acorralado. Me tomo una semana de «vacaciones» en Florencia, Italia, con mi familia y me paso 10 horas al día en un cibercafé tirándome de los pelos. Hay que joderse. Empiezo a enseñar a alumnos de Princeton cómo crear empresas «de éxito» (o sea, que den dinero).

Invierno de 2004 Ocurre lo imposible. Una empresa de producción de publirreportajes y un conglomerado israelí (¿qué?) se interesan por comprar mi niño, BrainQUICKEN. Simplifico, elimino y organizo la casa para hacerme prescindible.

Milagrosamente, BQ no se derrumba, pero ambos tratos sí. Vuelta a empezar. Poco después, ambas empresas tratan de copiar mi producto y pierden en ello millones de dólares.

Junio de 2004 Decido que, aunque mi empresa implosione, necesito escapar antes de convertirme en un clon de Howard Hughes. Le doy la vuelta a todo y —mochila al hombro— salgo para el aeropuerto JFK de Nueva York, donde compro el primer billete a Europa que encuentro. Aterrizo en Londres, desde donde tengo intención de continuar hacia España para quedarme cuatro semanas recargando las pilas antes de volver a las minas de sal. Empiezo a relajarme y sufro inmediatamente una crisis nerviosa la primera mañana.

Julio 2004-2005 Las cuatro semanas se convierten en ocho y decido quedarme en el extranjero indefinidamente para pasar un examen final en automatización y vida experimental, sin tocar el correo electrónico más que durante una hora los lunes por la mañana. En cuanto me quito de en medio, el embotellamiento que provoco desaparece y los beneficios aumentan un 40%. ¿Qué diablos haces cuando ya no tienes la excusa del trabajo para ser hiperactivo y evitar las grandes preguntas? Al parecer, quedarte petrificado de miedo y apretar bien el culo.

Septiembre de 2006 Regreso a Estados Unidos en un extraño estado de «oom» perpetuo tras destruir metódicamente todo lo que antes daba por sentado sobre lo que es o no posible hacer. «Cómo ser camello para ganar dinero pasándotelo bien» ha evolucionado hasta convertirse en una asignatura que enseña cómo diseñar tu vida ideal. El nuevo mensaje es sencillo: he visto la tierra prometida y traigo buenas noticias. Se puede tener todo.

La semana laboral de 4 horas

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