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¿QUÉ HAGO CON MI VIDA,
CÓMO DEBO VIVIR?

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¿Por qué, por qué..., por qué?


Una de las características de los seres humanos es que no dejamos de hacernos preguntas. Tenemos la capacidad de asombrarnos ante la naturaleza y sus fenómenos, ante acciones de otras personas, ante la belleza de un paisaje o de un cuadro..., y en esa actitud de asombro nos hacemos preguntas, y, para responderlas, nos ponemos a pensar. Para vivir necesitamos conocer las causas de los acontecimientos y dar sentido a nuestra vida, y para ello hacemos ciencia, creamos arte, filosofamos.

Pero hay preguntas y preguntas. Si yo quiero saber por qué me duele una parte de mi cuerpo, por ejemplo, y qué debo hacer para curarme, iré a que me responda un médico. Si quiero saber cuál es el camino más corto para viajar de Madrid a Valencia, lo consultaré en una página adecuada. Si quiero saber qué debo hacer para llevar una vida saludable o mejorar mi aspecto físico, acudiré a un especialista en la materia. Hay también manuales y personas que dan consejos de cómo superar complejos de inferioridad, miedos, obsesiones. Existen también códigos de conducta, normas sociales y leyes que me dicen lo que debo hacer o no hacer en determinadas circunstancias, y, por ello, sé que debo abrocharme el cinturón de seguridad cuando circulo en un coche o que debo vestirme de determinada manera en ciertos actos sociales si no quiero ser mal visto por algunas personas.

Pero hay también preguntas cuyas respuestas no puedo encontrar en ningún libro ni puedo acudir a nadie para que me las responda. ¿Adónde puedo acudir para responder a las siguientes preguntas?: ¿qué puedo conocer y cuáles son los límites de mi conocimiento?, ¿qué es la verdad?, ¿qué debo hacer con mi vida?, ¿qué clase de persona quiero ser?, ¿en qué clase de mundo quiero vivir?, ¿qué sentido tiene mi vida? Por supuesto que puedo preguntar a otras personas y estudiar teorías filosóficas que se han encargado de dar respuesta a esas preguntas, pero para que las respuestas me sirvan a mí debo hacerlas mías mediante la reflexión, es decir, he de pensar por mí mismo de una manera crítica y creativa. Estas son las preguntas filosóficas, preguntas abiertas que pueden tener más de una respuesta.

Las preguntas filosóficas son importantes para todas las personas, no solo para los profesores de filosofía; sus respuestas no solo se basan en la observación de hechos, sino que son fruto también del pensamiento y del razonamiento que realizamos en diálogo con los demás. Son preguntas de interés universal. Son preguntas que tienen que ver con la realidad, el conocimiento, la verdad, la bondad, la belleza, el sentido de la vida, etc.

Somos como naves que surcamos los mares de la vida, cuyas aguas nos sostienen y hacen posible la navegación. Esas aguas son las creencias en las que vivimos, la educación recibida, las ideas del bien y del mal que nos han sido transmitidas en la sociedad a la que pertenecemos. Forman, pues, la base de nuestra existencia. De nosotros depende, en parte, el rumbo que demos a nuestra embarcación. Pero a veces ese mar se agita, el viento levanta olas que nos dificultan llevar el timón de nuestra nave, la cual empieza a hacer aguas. Parece que el mar se abre debajo de nosotros; nuestras creencias, o parte de ellas, se tambalean, entran en crisis, nos las cuestionamos, y nos encontramos entonces en un mar dudas. Es el momento de ponernos a pensar. Es el momento de limpiar los cristales con que miramos y recobrar la mirada del niño, es el momento de hacernos preguntas. El niño, desde los primeros años de su vida, se plantea las grandes preguntas filosóficas, preguntas que tienen que ver con el origen y el final de las cosas, sobre el sentido de la vida, sobre lo que está bien y lo que está mal, etc.

Mientras que el emperador del cuento de Christian Andersen, sus ministros y todo el pueblo alababan el traje nuevo que unos sastres tramposos y embusteros le habían confeccionado al emperador y negaban lo obvio, que el emperador iba desnudo, para así evitar ser tomados por imbéciles, solo un niño fue capaz de mirar desde su inocencia y ver la realidad y proclamarla: «¡Pero si no lleva nada!».


Mito de Prometeo: ¿cómo nos ajustamos al mundo en que vivimos?


Platón, un filósofo griego que vivió en los siglos V-IV a. C., en su diálogo Protágoras nos cuenta que, cuando se generaron las distintas especies animales, los dioses encargaron a Prometeo y Epimeteo que las revistiesen de facultades para poder sobrevivir. Epimeteo se encargó de hacer la distribución, que sería revisada después por Prometeo. A unas especies las dotó de fuerza, pero no de rapidez, que la entregó a las especies más débiles. A otras les proporcionó armas, mientras que a las más débiles les dio lo que necesitaban para poder defenderse. A las que daba un cuerpo pequeño las dotó de alas para huir o de escondrijos para esconderse, en tanto que a las que dio un cuerpo grande, precisamente mediante él las salvaba. De este modo equitativo fue distribuyendo las restantes facultades, tomando la precaución de que ninguna especie fuese aniquilada. Cuando les suministró los medios para evitar las destrucciones mutuas, ideó defensas contra el rigor de las estaciones enviadas por Zeus: las cubrió con pelo espeso y piel gruesa, aptos para protegerse del frío invernal y del calor ardiente, y, además, para que, cuando fueran a acostarse, les sirviera de abrigo natural y adecuado a cada cual. A continuación suministró alimentos distintos a cada especie. En una palabra, Epimeteo distribuyó a los individuos de cada especie lo que necesitaban para adaptarse al medio en que tenían que vivir y poder sobrevivir. Por ello podemos decir que los individuos de cada especie nacen adaptados al medio en que han de vivir.

Cuando Epimeteo terminó de repartir todas las facultades que tenía entre las especies animales, se dio cuenta de que ya no le quedaba ninguna para otorgársela a los seres humanos, los cuales se quedaban desnudos, inermes, incapaces de vivir adaptados a ningún medio. Prometeo roba entonces a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego (ya que sin el fuego era imposible que aquella fuese adquirida por nadie o resultase útil) y se la ofreció como regalo al ser humano. Con ella recibió este la sabiduría para conservar la vida, pero no recibió la sabiduría política, ya que esta estaba en poder de Zeus, y a Prometeo no le estaba permitido acceder a la mansión del padre de los dioses, en la Acrópolis. De este modo, los seres humanos reciben los recursos necesarios para poder vivir. Al participar de la sabiduría divina, el hombre es el único animal capaz de inventar el lenguaje y las herramientas materiales y conceptuales que le permiten construir vestido, calzado, vivienda..., es decir, todo lo necesario para poder sobrevivir en medios diferentes. Pero no eran capaces de vivir juntos, buscaban la forma de reunirse y de salvarse construyendo ciudades, pero, una vez reunidos, se ultrajaban entre sí por no poseer el arte de la política, de modo que, al dispersarse de nuevo, morían. Entonces Zeus, temiendo que nuestra especie quedase exterminada por completo, envió a Hermes para que llevase a los hombres el pudor y la justicia, a fin de que rigiesen en las ciudades la armonía y los lazos comunes de amistad. Y estas virtudes, que podemos llamar éticas, fueron entregadas a todos los seres humanos, porque eran necesarias para la construcción de las ciudades políticamente constituidas (las polis).

Podemos concluir de este relato que los animales nacen, de alguna manera, ajustados biológicamente al medio físico en que viven, mientras que los seres humanos, al no nacer ajustados, tenemos que ser nosotros mismos los que nos ajustemos, los que convirtamos el medio en que vivimos en un mundo, es decir, en un espacio ordenado por leyes y valores, justo y bello.

En la medida en que los animales no humanos nacen adaptados al medio en que viven, gracias a su estructura biológica, podemos decir que su vida les viene dada de antemano. Sin embargo, los seres humanos tenemos que adaptarnos y, para ello, debemos elegir qué hacer con nuestra vida. Por supuesto, nuestra conducta, en parte, está condicionada por nuestra biología y por el medio natural y social en que vivimos. Así, por ejemplo, sabemos que para seguir viviendo debemos alimentarnos correctamente. Pero cada uno de nosotros tenemos que pensar y decidir sobre lo que queremos hacer con nuestra vida, pues esta no nos viene dada de antemano, la tenemos que construir nosotros.

Y si no nacemos ajustados a un medio, entonces tenemos que elegir qué hacer en determinadas ocasiones y qué hacer con nuestra vida, teniendo siempre en cuenta las circunstancias en que nos encontramos. Y si tenemos que elegir entre varias posibilidades y tomar decisiones, entonces hemos de ser capaces de justificar nuestra elección ante nosotros mismos y ante los demás, que pueden pedirme razones de mi conducta. Al elegir tenemos que ser capaces de justificar nuestras acciones, hemos de ser capaces de responder ante nosotros mismos o ante los demás de nuestra elección. En esto consiste la responsabilidad, en la capacidad y obligación que tenemos de responder del porqué de nuestras decisiones y de asumir sus consecuencias.

De todo ello podemos deducir que, en parte, somos responsables de nuestra vida, y, por lo tanto, con frecuencia nos preguntamos qué estamos haciendo con ella. ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Es la mía una buena vida? ¿Merece la pena vivir así? Estas preguntas suponen que cabe la posibilidad de vivir de otro modo, que es posible darle otra orientación a mi vida. Que puede haber un desfase entre cómo es mi vida y cómo debe ser.


¿Y si no coinciden lo que es y lo que debe ser?


Del hecho de que el ser humano tienda a la felicidad ¿se deduce que yo, que soy un ser humano, debo buscar la felicidad? Del hecho de que sea un ser racional ¿se deduce que debo comportarme como ser racional? Del hecho de que los seres vivos nazcan, crezcan, se reproduzcan y mueran ¿se deduce que yo debo reproducirme? En estas preguntas se plantea si a partir de juicios de hechos, de juicios que nos dicen cómo son las cosas, pueden deducirse imperativos morales que nos dicen cómo debemos obrar.

Según algunos filósofos, estos razonamientos no son correctos, son falaces, pues en ellos se pasa injustificadamente del orden del ser (juicios de hechos) al orden del deber ser (imperativos). De cómo son las cosas no se puede deducir, dicen ellos, cómo deben ser.

Kant, uno de los filósofos más importantes de la filosofía moderna, que nació en 1724 en Königsberg, capital de Prusia oriental, en un bello texto dice que hay dos cosas que le producen total admiración y respeto: «El cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí». La primera se refiere al lugar que ocupa en el mundo sensible, y se ve como una criatura animal en una pluralidad de mundos sobre mundos. La segunda le hace tomar conciencia del valor infinito que tiene como ser inteligente, pues la ley moral le descubre una vida independiente de la animalidad y de todo mundo sensible, en la medida en que esa ley no está condicionada por los límites de esta vida, sino que lo proyecta al infinito.

Es muy importante distinguir entre el ámbito del ser y el ámbito del deber ser, entre lo que hago y lo que debo hacer, ámbitos que, con frecuencia, no coinciden. No siempre es fácil responder a las preguntas que se refieren al deber ser. Kant decía que una de las misiones de la filosofía consiste en responder desde la razón a la pregunta: «¿Qué debo hacer?». Para responder a esta pregunta nos puede ser útil, en ocasiones, acudir al derecho, a las ciencias biológicas, psicológicas, sociales, etc., pero, en último término, nos encontramos con una pregunta abierta, de carácter filosófico. La rama de la filosofía que se ocupa de pensar esta pregunta y otras relacionadas con ella es la ética o filosofía moral. Posteriormente intentaremos aclarar estos conceptos.

Es importante insistir en la idea de que la ética tiene que ver no tanto con el ser cuanto con el deber ser. Cuando hemos discutido en clase cuestiones referentes a la pena de muerte o al castigo que merecen determinadas personas que han cometido actos atroces, algunos de los estudiantes defienden que hay que tratar al delincuente con la misma crueldad con la que él ha actuado. Si alguien se opone a este planteamiento, defendiendo, por ejemplo, que el castigo que se imponga al agresor no puede ir contra sus derechos que como persona tiene, los cuales hay que respetar, entre ellos el derecho a la vida, es frecuente que alguien responda a esa persona de la siguiente manera: «¿Tú qué harías si alguien ha cometido un acto de crueldad extrema con tus padres o tus hijos?». Quien plantea esta pregunta está esperando que su interlocutor admita que en una situación de extrema excitación emocional haría con el agresor lo mismo o más que este ha hecho con sus seres queridos, pretendiendo justificar así moralmente la pena de muerte o el ojo por ojo en determinados casos. Cuando me han dirigido a mí esta pregunta, mi respuesta ha sido: «Yo no sé qué sería capaz de hacer “en caliente” si alguien agrede a alguno de los miembros de mi familia, pero lo que sí sé es que la pregunta ética no es “qué haría yo en esa circunstancia”, sino “qué debería hacer”».

No siempre lo que haría la mayoría en una situación determinada es lo que se debería hacer. Y no es lo mismo explicar una conducta que justificarla. La explicación corresponde a las ciencias de la conducta, mientras que a la ética le incumbe la justificación de la misma. Los celos pueden explicar de algún modo, por ejemplo, que alguien mate a otra persona, pero no pueden justificar esa acción.

Matthew Lipman (1922-2010) fue un filósofo estadounidense, creador del proyecto educativo Filosofía para niños, cuyo objetivo consiste en que los niños, desde edades muy tempranas, piensen en comunidad de investigación y dialoguen sobre problemas filosóficos que se encuentran en su propia vida a partir de unas novelas adecuadas a su edad, de las que él es autor. En la creación, difusión y formación de profesores tuvo como estrecha colaboradora a la también filósofa y pedagoga estadounidense Ann Margaret Sharp (1942-2010). En la novela Lisa, orientada principalmente a la investigación ética, nos encontramos en el capítulo primero unos niños discutiendo sobre si está bien comer animales. En el diálogo hablan sobre cómo nos debemos comportar con los animales. Hay que subrayar la relación que ellos establecen entre lo que «está bien» y lo que «deben hacer».

Leamos un fragmento del diálogo que mantienen Harry Stottlemeier y su padre:


Aquella tarde, Harry puso en aprieto a sus padres antes de que el señor Stottlemeier tuviera ocasión de abrir el periódico vespertino.

−Papá, ¿qué crees tú? ¿Está bien que las personas comamos animales?

−Solo si están cocinados, crudos no son muy buenos que digamos.

−Vamos, papá. Mis compañeros estuvieron hoy hablando del tema en el cole. ¿No sería mejor que todo el mundo dejara de comer carne?

−Pero ¿qué pasa? ¿Hay escasez de carne?

−No, pero quizá esté mal matar animales solo para comérnoslos.

−Si quieres que la gente deje de comer pescado y carne, más vale que te asegures de que hay otro tipo de alimentos disponibles para ellos.

−Eso es fácil. Cultivar más granos y verduras.

−Más fácil decirlo que hacerlo.

−Tal vez haya demasiada gente –nada más decir esto se sintió incómodo. Recordó la observación de Randy acerca de la necesidad de matar patos porque había demasiados. Harry sacudió la cabeza−. No entiendo. Hay que tener en cuenta demasiadas cosas.

−Bien –replicó su padre−, pero tú tienes que ver el cuadro completo, ¿no? Siendo así tienes que tener todo en cuenta.

−¿Todo?

−Por supuesto, una de dos: o crees que está bien matar animales y comérselos o crees que no. Tienes que considerar todas las eventualidades: lo que pasa si nos los comemos y lo que pasa si no nos los comemos.

−Entonces, ¿qué deberíamos hacer?

El señor Stottlemeier abrió el periódico y dijo:

−¿No dirías que lo que tenemos que hacer depende en gran manera de la clase de mundo en que queremos vivir?

−Supongo que sí.

−Entonces esa es mi respuesta. Algo puede parecer mal hecho, pero luego, si tienes todo en cuenta, puede parecer bien. O justo al contrario: primero puede parecer bien y luego mal, considerando el conjunto 1.


En este diálogo, el padre de Harry afirma que para decidir qué es lo que está bien hecho o qué es lo que se debe hacer se han de tener en cuenta el cuadro completo y las circunstancias en que se produce la acción, así como las consecuencias de la misma. Por otro lado, lo que se debe hacer, añade el padre de Harry, depende en gran manera de la clase de mundo en que queremos vivir y también, podríamos añadir, de la clase de persona que queremos ser.

Lo que los seres humanos somos por naturaleza no nos es dado como algo permanente e inalterable. Lo mismo ocurre con el medio natural y social en que vivimos. Por tanto, tenemos la responsabilidad de hacernos a nosotros mismos y de transformar nuestro mundo. Somos responsables de lo que hagamos de nosotros mismos y del mundo. Por tanto, si queremos hacernos cargo de nuestra vida y del mundo, cada vez más globalizado, debemos hacernos las siguientes preguntas: ¿qué clase de persona quiero ser?, ¿en qué clase de mundo quiero vivir?, ¿en qué clase de sociedad quiero convivir con los demás?


Preguntas para ayudar a parir, como hacía Sócrates


Empezábamos esta sección hablando sobre las preguntas y su función en los procesos de conocimiento, y decíamos que, sin ellas, no hay pensamiento. Por medio de las preguntas cuestionamos la realidad; la pregunta es el aguijón que se clava en nuestra situación de comodidad y nos incita a buscar, a pensar, a profundizar en nuestro conocimiento de las cosas. A veces, como ocurre en el campo de la ética –y de la filosofía en general–, las preguntas son, en cierto sentido, más importantes que las respuestas. Por eso hay preguntas que los seres humanos no dejamos de hacernos.

En algunos modelos educativos, como el que propone, por ejemplo, M. Lipman, se defiende que la función principal de la escuela consiste más en ayudar a los educandos a hacerse buenas preguntas que en proporcionar respuestas.

Sócrates, filósofo griego del que fue discípulo Platón, comparaba la función del maestro con la de la matrona, y, del mismo modo que la misión de esta es ayudar a parir, ayudar a la mujer embarazada a sacar a la luz el niño que lleva dentro, la función del maestro no consiste en decir a los niños cómo deben pensar, no consiste en darles respuestas a sus preguntas, sino en ayudarles a pensar por sí mismos, a descubrir, a sacar a la luz lo que ellos ya saben planteándoles preguntas en diálogo con ellos. Y como en griego mayeuô significa «parir», y el mayeutikós era el perito en partos, el método educativo de Sócrates recibe el nombre de «mayéutica».

Pues bien, con la intención de ayudar a pensar sobre alguna de las cuestiones tratadas en esta sección planteo unas preguntas que yo mismo me hago:

• Si vivo como me gusta vivir, ¿implica eso que vivo bien?

• ¿Puedo vivir como yo quiero y, sin embargo, no gustarme cómo vivo?

• ¿Puedo vivir como yo quiero vivir y, sin embargo, no vivir como debo?

• ¿Puedo vivir bien y, sin embargo, no vivir como debo?

Preguntas para pensar en ética

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