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¿CUMPLIRÍA MIS DEBERES SI PUDIERA
HACERME INVISIBLE ANTE LOS DEMÁS?
ОглавлениеLa leyenda de Giges
¿Pagaría mis impuestos si supiera que los inspectores de Hacienda no me van a investigar? ¿Copiaría en un examen si supiera que el profesor no me va a ver? ¿Habría más corrupción si supiéramos que los corruptos iban a quedar impunes? ¿Qué es peor, cometer la injusticia o padecerla?
En el libro II de la República, Platón nos relata la conversación que Sócrates mantiene con unos amigos sobre la naturaleza y el origen de la justicia. Glaucón asume el papel de defender que, aunque los hombres crearon normas y leyes para poder convivir con justicia, sin dañarse los unos a los otros, sin embargo, si alguien supiera que iba a quedar sin castigo por cometer una injusticia, la cometería. Para ilustrar su punto de vista cuenta una leyenda, de donde extrae la conclusión de que hasta un hombre de bien se convertiría en injusto si supiera que puede cometer la injusticia sin temor al castigo:
Giges era el pastor del rey de Lidia. Después de una borrasca seguida de violentas sacudidas, la tierra se abrió en el paraje mismo donde pacían sus ganados; lleno de asombro a la vista de este suceso, bajó por aquella hendidura y, entre otras cosas sorprendentes que se cuentan, vio un caballo de bronce en cuyo vientre había abiertas unas pequeñas puertas, por las que asomó la cabeza para ver lo que había en las entrañas de ese animal, y se encontró con un cadáver de talla aparentemente superior a la humana. Este cadáver estaba desnudo y solo tenía en un dedo un anillo de oro. Giges lo cogió y se retiró. Posteriormente, habiéndose reunido los pastores en la forma acostumbrada al cabo de un mes, para dar razón al rey del estado de sus ganados, Giges concurrió a esta asamblea llevando en el dedo el anillo, y se sentó entre los pastores. Sucedió que, habiéndose vuelto por casualidad la piedra preciosa de la sortija hacia el lado interior de la mano, en el momento Giges se hizo invisible, de suerte que se habló de él como si estuviera ausente. Sorprendido de este prodigio, volvió la piedra hacia fuera, y en el acto se hizo visible. Habiendo observado esta virtud del anillo, quiso asegurarse repitiendo la experiencia, y otra vez ocurrió lo mismo: al volver hacia dentro el engaste se hacía invisible; cuando ponía la piedra por el lado de fuera se volvía visible de nuevo. Seguro de su descubrimiento, se hizo incluir entre los pastores que habían de ir a dar cuenta al rey. Llega a palacio, corrompe a la reina y con su auxilio se deshace del rey y se apodera del trono.
Ahora bien; si existiesen dos anillos de esta especie, y se diesen uno a un hombre justo y otro a uno injusto, es opinión común que no se encontraría probablemente un hombre de un carácter lo bastante firme como para perseverar en la justicia y para abstenerse de tocar los bienes ajenos, cuando impunemente podría arrancar de la plaza pública todo lo que quisiera, entrar en las casas, abusar de todas las personas, matar a unos, liberar de las cadenas a otros y hacer todo lo que quisiera con un poder igual al de los dioses en medio de los mortales. En nada diferirían, pues, las conductas del uno y del otro: ambos tenderían al mismo fin, y nada probaría mejor que ninguno es justo por voluntad, sino por necesidad, y que el serlo no es un bien para él personalmente, puesto que el hombre se hace injusto tan pronto como cree poder serlo sin temor 2.
Frente a esta opinión, Sócrates mantiene que la justicia es una virtud, y la injusticia, un vicio del alma, y que, por tanto, el justo vive bien, y el injusto, mal. Como, según él, el que vive bien es dichoso y el que vive mal es desgraciado, entonces concluye que es falso que la injusticia sea más provechosa que la justicia. Es preferible, a su parecer, padecer la injusticia que cometerla.
No le importa, pues, a Sócrates quedar bien o mal ante sus conciudadanos. Aunque pudiera ser invisible a los ojos de sus guardianes y huir de la muerte, a la que había sido injustamente condenado, él debía obedecer a su conciencia, a esa voz que le dictaba desde el interior lo que debía y no debía hacer.
La conciencia moral es la capacidad que tenemos los seres humanos para realizar juicios morales y comprender la obligación incondicional que tenemos de cumplir el deber. Podemos cometer injusticias y quedar social y legalmente impunes si no somos vistos por nadie, pero por quien no podemos evitar ser condenados es por nuestra conciencia moral, ante la que estamos siempre presentes.
Sin embargo, ocurre con frecuencia en nuestros días que la sociedad en que vivimos produce en nosotros como una especie de anestesia moral que nos incapacita para captar y reaccionar ante determinados problemas morales. Se produce entonces una miopía o ceguera moral, como dice el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017), en nuestra conciencia que nos impide detectar las situaciones de injusticia que existen a nuestro alrededor y en el mundo, y el daño que podemos llegar a producir a los demás y a nosotros mismos. La insensibilidad moral que padecemos nos impide hacer una valoración de la bondad o maldad de nuestros actos y de las situaciones que nos rodean. Ocurre como cuando el turista visita un país y vuelve encantado de lo bonito que es, de lo bien que viven sus habitantes y de lo felices que son, pues del país solo ha visto lo que las agencias de viajes y los gobiernos han decidido que tenía que visitar. No ha visto pobres, ni explotación, ni dolor, ni miseria. Por tanto, todo esto no existe.
En una sociedad que cambia a gran velocidad, en donde se valora por encima de todo el triunfo individual, al precio que sea, en donde lo importante es alcanzar determinados fines u objetivos, como se dice ahora, sin importar los medios usados para conseguirlos, es fácil que nuestro músculo moral se vaya atrofiando, llegando a una situación de apatía moral que nos haga ser cada vez más conformistas. Cuando la corrupción se extiende como una plaga en los distintos estamentos sociales, cuando se llega a decir, como dijo una política hace años, que quien no se enriquece es porque no quiere, o porque es tonto, o poco trabajador, como piensan algunos, es frecuente que al final se vean como algo normal los casos de corrupción. Nuestra insensibilidad moral nos lleva a tolerar la mentira, el incumplimiento de las promesas, la situación de pobreza extrema en que viven muchas personas, y verlo como algo normal.
El rearme moral, la tonificación moral exige tomarnos muy en serio la educación moral. La conciencia moral también se educa. La educación moral exige indagar en la fundamentación de nuestros actos y juicios morales e incluye también la formación de la conciencia moral, que percibe los valores morales de nuestra sociedad y es capaz de distinguir lo que está bien y lo que está mal. La educación moral no puede reducirse a la transmisión de un conjunto de valores, pues es importante también ayudar al desarrollo integral y equilibrado de las dimensiones de la persona que hacen posible afrontar con éxito los problemas morales. La educación moral nos ha de ayudar a mirar y a ver bien, para así poder valorar y juzgar correctamente y, de este modo, poder actuar bien.
Somos sujetos morales desde nuestra temprana infancia y nos desarrollamos como tales durante toda la vida. La educación moral no puede consistir en un adiestramiento en hábitos sociales. La formación del sujeto moral se realiza a lo largo de un proceso de crecimiento que dura toda la vida.
El laberinto de las normas y deberes:
¿cómo sería una sociedad sin normas?
Cuando he preguntado en clase a los estudiantes que quiénes creen ellos que son más libres, si los leones en la sabana africana o ellos mismos, la respuesta casi unánime ha sido que los primeros. El león vive como quiere, corre libre, mientras que ellos han tenido que madrugar para ir a clase y su vida está regulada por un sinfín de normas, por tanto no son libres, no pueden hacer lo que quieren. La pregunta que les hago a continuación es que, si no son libres, ¿son entonces responsables de sus actos?
¿Está nuestra vida atada por las normas o sin estas no podríamos ejercer nuestra libertad? No cabe duda de que, con frecuencia, experimentamos las normas como una estructura férrea impuesta desde fuera que nos impide actuar como nos gustaría hacerlo. También es cierto que algunas normas pueden ser contradictorias entre sí, y entonces es difícil elegir entre ellas. Todos hemos experimentado alguna vez cómo normas y leyes constituyen un entramado burocrático que, en vez de facilitarnos la vida, nos la complican. No podemos negar tampoco que, en determinadas situaciones, algunas de las normas vigentes en una sociedad han sido impuestas por determinados grupos sociales para defender sus intereses particulares.
Pero ¿qué pasaría si viviéramos en una sociedad sin normas? La primera reacción que tienen algunos de los niños de la novela El señor de las moscas, del británico galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1983 William Golding (1911-1993), cuando, después de un accidente aéreo, caen en una isla desierta y se dan cuenta de que están solos, es la de gritar con júbilo: «¡Ni una persona mayor!». No hay autoridad, pueden hacer lo que quieran. Se sienten libres. Pero pronto se darán cuenta de que necesitan organizarse de modo que puedan sobrevivir y conseguir ser rescatados. Y para ello necesitan acordar unas reglas. Si no lo consiguen, no serán más libres, no podrán decidir cómo vivir, pues el grupo más fuerte se impondrá a los demás usando la violencia.
Como decía Aristóteles, otro filósofo griego que vivió en el siglo IV a. C., discípulo de Platón, lo que es propio de los seres humanos frente al resto de los animales es que poseemos el sentido de lo bueno y lo malo, de lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones. Para vivir como humanos necesitamos vivir con los demás, y para que nuestra convivencia sea buena debemos establecer normas, debemos darnos leyes justas. Por ello, cuando justificamos una acción y la elegimos entre varias opciones, la presentamos como justa, como buena.
Pero ¿qué entendemos por «bien»? ¿Cuándo decimos de algo que es «bueno»? Por supuesto, no es mi intención dar aquí una definición de estos términos con la pretensión de que sea aceptada universalmente. Nos fijaremos en algunos de los usos que damos a estas palabras y en el significado que tienen en cada uno de ellos. En general, decimos que algo es bueno cuando lo deseamos o lo necesitamos para conseguir otra cosa. Cuando tenemos sed, por ejemplo, el agua es un bien muy apreciado. Cuando tengo que hablar con alguien que no está a mi lado, el teléfono es un bien, porque es un medio apropiado para conseguir el fin que me propongo. Y, según el propio Aristóteles, hay bienes que deseamos por sí mismos y no como medios para conseguir otra cosa, como la felicidad. No tendría sentido, entonces, la pregunta de para qué quieres ser feliz, pues conseguir la felicidad sería, según él, un fin último.
También decimos que algo está bien cuando es correcto, teniendo en cuenta algunos criterios de carácter objetivo. Así, por ejemplo, decimos que la resolución de un problema matemático está bien si se ajusta a unas determinadas reglas. También decimos que una acción es correcta si se ajusta a determinadas normas o códigos de conducta vigentes en una sociedad y en un momento dado.
Cuando antes de salir de casa le pregunto a alguien si voy bien y me contesta afirmativamente, entiendo que me he vestido y arreglado apropiadamente para la actividad que voy a realizar. En este caso, el significado que damos a la palabra «bien» equivale a «idóneo», «apropiado».
Decimos también que «bien» es aquello que es perfecto en su género. De este modo diremos que un buen zapatero, por ejemplo, es aquella persona que hace bien los zapatos. Y, en este sentido, podríamos afirmar también que un buen ser humano, una buena persona, es aquella que vive como lo que realmente es, como persona.
En términos generales se dice que una acción es buena cuando se conforma o se ajusta a una norma o conjunto de normas reconocidas como válidas. Las normas nos indican lo que debemos hacer en determinadas circunstancias. Las normas se basan en criterios generales o valores que los seres humanos reconocemos y establecemos para ordenar nuestra convivencia y posibilitar el respeto de los derechos que tenemos. En este sentido, podemos decir que los deberes son la otra cara de los derechos: todo derecho implica el deber de respetarlo.
Hay diferentes clases de normas, dependiendo de su origen y del tipo de bien que con ellas se pretende alcanzar:
1. Hay normas de tipo social, como las que se basan en las costumbres o tradiciones de una sociedad, las que rigen los buenos modales o las conductas socialmente aceptables en una sociedad determinada. El cumplimiento de estas normas nos facilita ser aceptados como miembros de un grupo social.
2. Las normas legales tienen como finalidad regular la convivencia de los miembros de una sociedad determinada. Proceden de una autoridad reconocida como tal, capaz de sancionar su incumplimiento. De este modo, si una persona quebranta una ley, se expone a ser castigada por la autoridad competente.
3. Los seres humanos nos damos también otras normas que se basan en el tipo de persona que queremos ser y del mundo que queremos construir. Estas son las normas morales, normas cuyo cumplimiento nos permite ir realizándonos como buenas personas. Estas normas se basan en el reconocimiento y respeto de los derechos que la persona tiene como tal y de su dignidad, que es su fundamento. El incumplimiento de una norma o deber moral es sancionado por nuestra conciencia moral.
Las normas morales y, en parte, las normas sociales tienen también una dimensión de descubrimiento. A lo largo de la historia, los seres humanos vamos descubriendo como resultado de un largo proceso evolutivo aquellos modos de convivencia que nos permiten vivir mejor y respetar los derechos que vamos descubriendo que tenemos como personas. Al mismo tiempo vamos descubriendo y tomando conciencia también de las obligaciones que tenemos de cuidar la herencia cultural que nos han dejado las generaciones anteriores y el medio natural en que vivimos.
Hay que tener en cuenta que hay normas que pertenecen a más de un grupo. Así, por ejemplo, la norma que nos obliga a respetar la vida de los demás es de carácter legal y moral. Una acción también puede ser considerada legal y al mismo tiempo inmoral, como es el caso de la pena de muerte, que en algunos países es considerada legal en determinadas circunstancias, mientras que en otros está abolida porque se considera que viola el derecho a la vida que todos los seres humanos tenemos por ser personas. Por otro lado, no hay que confundir legalidad con legitimidad. La acción que está de acuerdo con la ley es legal, mientras que la ley que va en contra de los valores que se aceptan como normativos en la propia legislación o en contra de los derechos humanos es ilegítima.
A veces nos encontramos con el dilema de si tenemos que obedecer antes la ley de la ciudad o la propia conciencia cuando estas se contradicen. Antígona, la protagonista de la tragedia de Sófocles (496-406 a. C.) del mismo nombre, era hija de Edipo, rey de Tebas, y de Yocasta. Cuando el trono de Tebas queda vacío, los hermanos de Antígona, Polinices y Eteocles, acuerdan que se turnarían el gobierno de la ciudad cada año. Pasado el primer año, Eteocles no quiso ceder el gobierno a Polinices, quien, con un ejército extranjero, lucha contra su hermano y los tebanos. Ambos se dieron muerte mutuamente en la batalla, pero fueron los tebanos quienes ganaron la guerra. Creonte, entonces rey de Tebas, prohíbe hacer ritos fúnebres al cuerpo de Polinices, como castigo ejemplar por traición a su patria. Antígona desobedece la orden del rey y entierra a su hermano para honrarlo. Cuando es llevada ante Creonte, explica que ha desobedecido debido a que las leyes divinas prevalecen sobre las leyes humanas. Antígona está orgullosa de su decisión y acepta las consecuencias trágicas que le acarreará su desobediencia.
Podríamos decir que Antígona, al negarse a cumplir las leyes de la ciudad porque se oponían a su conciencia, a lo que ella creía que era lo correcto, estaba cometiendo lo que ahora se llama un acto de desobediencia civil. En 1848, el estadounidense David Thoreau dio una conferencia en el Concord Lyceum David Thoreau, en la cual exponía los principios de la desobediencia que él mismo puso en práctica dos años antes al negarse a pagar los impuestos a un Estado que protegía la esclavitud y emprendía guerras injustificadas, como la que entonces se estaba llevando a cabo contra México. Thoreau revisó esa conferencia y la convirtió en un ensayo, publicado en 1849, titulado Resistencia al gobierno civil, también conocido como Desobediencia civil.
Estas ideas y principios tuvieron gran influencia en muchos casos, como en la resistencia pacífica de Gandhi contra la ocupación británica de la India y en la lucha no violenta de Martin Luther King por el reconocimiento de los derechos de la población afroamericana en Estados Unidos. La práctica de la desobediencia civil fue también utilizada por el movimiento sufragista de mujeres para conseguir el derecho al voto. En 1913, más de mil mujeres habían pasado por las cárceles inglesas acusadas de cometer actos ilegales, públicos y no violentos en el marco de la lucha por el sufragio femenino. En 1918, el Reino Unido reconoce el derecho al voto de las mujeres.
La desobediencia civil es un modo de intervenir pacíficamente en política para cambiar alguna normativa legal considerada injusta negándose a cumplirla. En sociedades democráticas se suele justificar este tipo de acciones manifestando que son coherentes con los principios generales y la declaración de derechos establecidos por las propias constituciones o en declaraciones de derechos y deberes de carácter internacional. Así, en el año 2012, un colectivo de médicos manifestó su decisión de desobedecer la ley que restringía la asistencia médica a personas inmigrantes en situación irregular. Esta decisión la basaban en su código deontológico.
Aclarando conceptos:
¿es lo mismo la ética que la moral?
Con frecuencia se usan indistintamente los términos «moral» y «ética». Oímos decir con frecuencia que determinada conducta «va en contra de mi moral» o «en contra de mi ética», sin distinguir entre ambas. A veces se usan los dos términos unidos por la conjunción copulativa: «me lo impiden mi moral y mi ética».
La palabra «moral» procede de la palabra latina mores, que significa, en primer lugar, «costumbres»; posteriormente significó también «carácter». La palabra «ética» procede de la palabra griega ethos, que en su origen significaba «morada» y luego también significó «carácter».
No hay acuerdo entre los filósofos en la definición de estos términos, aunque la distinción más extendida, y la que nosotros vamos a seguir aquí, es la que se basa en la que hizo José Luis López Aranguren, catedrático de ética y ensayista español del siglo pasado que ejerció gran influencia en el mundo filosófico y cultural, y especialmente en el campo de la ética.
Voy a entender por moral el sistema de valores y el conjunto de normas que rigen en una sociedad, en una religión, en una comunidad o grupo humano, y que sirven para distinguir lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto. Estas normas y valores proponen también un modelo de vida a seguir y unas virtudes o fortalezas de carácter que han de cultivar y ejercitar los miembros del grupo. En este sentido, cabe hablar de moral cristiana o de moral social española del siglo XIX, título de un libro del propio Aranguren. Decimos entonces que un acto es moral cuando se ajusta a las normas morales, e inmoral cuando no se ajusta a esas normas, cuando se opone a la moral. Lo contrario de «moral» como adjetivo es «inmoral». Un individuo inmoral es aquel que no respeta las normas morales en su modo de actuar. Por último, utilizamos el término «amoral» para referirnos al ser humano que carece de todo sentido moral, que no tiene el sentido de lo bueno y lo malo.
La ética es una parte de la filosofía que tiene por objeto reflexionar filosóficamente sobre la dimensión moral del ser humano. Por ello, a la ética también se la denomina filosofía moral. La función de la ética, entendida de este modo, no consiste en dictar normas que hayan de cumplir los miembros de un grupo humano determinado, sino dilucidar racionalmente las cuestiones relacionadas con el ámbito de la moral, como, por ejemplo, cómo se pueden fundamentar las normas morales, cómo se forma el juicio moral, cómo establecer una moral cívica, etc.
También es misión de la ética el cuestionamiento crítico de las morales vigentes y el establecimiento de un diálogo racional para llegar a acuerdos en que se puedan fundamentar principios y normas morales universales que podrían constituir una ética universal.
Teniendo en cuenta estas distinciones se entenderá por qué es distinta la función del profesorado de moral (la moral de un grupo humano determinado) y la del profesorado de ética o filosofía moral.
Hay otro significado de la palabra «moral» que no se opone a «inmoral», sino a «desmoralizado». Es el que damos a la palabra cuando decimos de alguien que tiene la moral baja o alta. Como dice Ortega y Gasset (1883-1955), otro gran filósofo e intelectual español, maestro de filósofos y pensadores, la moral tiene que ver con el ser de una persona cuando está en su quicio y vital eficiencia. Cuando una persona o un grupo tiene la moral alta se dice de él que está empoderado, que tiene fuerza y confianza en sí mismo para llevar a término sus proyectos, sobre todo el proyecto de su vida como ser humano, si se trata de un individuo.
En los siguientes versos del poema «No te rindas», su autor, el poeta uruguayo Mario Benedetti (1920-2009), nos hace una llamada insistente para no caer en la desmoralización:
No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.
No te rindas, que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo [...]
Vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos [...]
Para seguir cuestionándonos
Como la intención de estas páginas no es tanto transmitir unos conocimientos referentes a la ética cuanto facilitar que los lectores se hagan preguntas para reflexionar sobre cuestiones éticas, sigo proponiendo unas preguntas para seguir pensando:
Sobre la corrección de una acción:
• ¿Puede una acción ser correcta en unas circunstancias e incorrecta en otras?
• ¿Es posible que una acción sea siempre correcta en cualquier circunstancia?
• ¿Es posible que una acción sea siempre incorrecta en cualquier circunstancia?
• ¿Puede ocurrir que todo el mundo considere que una acción es buena y, sin embargo, no serlo?
• ¿Puede ocurrir que todo el mundo considere que una acción es mala y, sin embargo, no serlo?
Sobre conflictos entre normas:
• ¿Puede una costumbre ser contraria a una ley?
• ¿Puede una costumbre ser inmoral?
• ¿Puede una norma de buena educación ser inmoral?
• ¿Puede una norma de buena educación entrar en conflicto con alguna ley?
• ¿Puede una ley ser inmoral?
• ¿Puede una norma moral ser ilegal?
• ¿Qué consecuencias se pueden tener si no se cumple una tradición o costumbre?
• ¿Qué consecuencias puede haber si alguien no respeta una norma de buena educación?
• ¿Cuáles son las posibles consecuencias de violar una norma legal o ley?
• ¿Qué pasa cuando se incumple un deber moral?