Читать книгу Amor en carnaval - Trish Morey - Страница 5
Capítulo 1
ОглавлениеEL PRÍNCIPE Vittorio D’Marburg de Andachstein estaba harto. Aburrido. A pesar de ser el punto álgido de la temporada de carnaval en Venecia, a pesar de que iba de camino a la fiesta más exclusiva del festival, el príncipe playboy no podía ignorar la abrumadora sensación de frustración que le permeaba la piel y le calaba hasta los huesos.
O tal vez fuera el frío de la espesa niebla de febrero que le aguijoneaba la piel lo que provocaba que tuviera unos pensamientos tan cínicos respecto al carnaval. Era una niebla que convertía en invisible la mágica ciudad precisamente cuando las calles y los estrechos puentes estaban más abarrotados que nunca con oleadas de gente disfrazada compitiendo por un poco de espacio disponible, hombres elegantemente ataviados y mujeres para quienes la niebla no podía aguar el ambiente de emoción y la energía que acompañaba al carnaval.
Parecía como si la ciudad se hubiera desatado y fuera a celebrar la fiesta con niebla o sin ella.
Vittorio se abrió paso a través de la interminable oleada de personas agitando la capa a su paso. Cada minuto que pasaba estaba de peor humor.
La gente se apartaba sin saber por qué para dejarle paso. No pensó mucho en ello. Tal vez se debiera al disfraz de guerrero, una cota de malla y cuero azul adornada con brocado y cadena de oro, o quizá se debiera a su actitud como dispuesta a la batalla. En cualquier caso, era como si pudieran leer la hostilidad de su mirada mientras se dirigía a la fiesta más exclusiva de la noche.
Y todos podían verle los ojos. Vittorio había renunciado a jugar a ocultarse cuando era niño. No tenía sentido. Todo el mundo sabía siempre que era él quien se ocultaba tras la máscara.
Sus pasos se ralentizaron antes de llegar a la plaza que albergaba el Palazzo de Marigaldi. Normalmente, se hubiera sentido aliviado de llegar a su destino y escapar de la multitud… pero su padre acababa de darle hacía unos minutos por teléfono la noticia de que la condesa Sirena Della Corte, hija de uno de sus viejos amigos, iba a asistir casualmente al baile.
Vittorio resopló, tal y como había hecho cuando su padre se lo contó. Dudaba mucho que fuera «casualmente».
«Oportunamente» sería una palabra mejor. La mujer era una víbora humana envuelta en ropa de diseño que esperaba obtener un título nobiliario… algo que conseguiría si se casaba con él. Y su padre, a pesar de las enérgicas protestas de Vittorio, la había animado a perseguir su desesperada ambición. No era de extrañar que no tuviera ninguna prisa en llegar. No era de extrañar que, a pesar de haberle asegurado a su buen amigo Marcello que nada impediría que asistiera a la fiesta de aquella noche, el entusiasmo de Vittorio se había desvanecido desde la llamada de su padre.
Había ido a Venecia pensando que el carnaval le ofrecería una escapatoria a la asfixiante atmósfera del palacio y las interminables demandas del anciano príncipe Guglielmo, pero al parecer le habían hecho una encerrona con la condesa Sirena.
La apuesta de su padre para convertirse en su próxima esposa.
Pero tras la experiencia de su primer y fallido matrimonio, Vittorio no estaba dispuesto a que volvieran a darle órdenes en lo que se refería a con qué mujer debería compartir su cama matrimonial.
Cada vez había más gente, se acercaba la hora de las fiesta, y la emoción de los presentes estaba en contraposición con sus oscuros pensamientos. Era un hombre fuera de lugar y fuera de tiempo. Era un hombre que tenía el mundo a sus pies y el destino pisándole los talones. Era un hombre que quería ser capaz de tomar sus propias decisiones, pero estaba maldecido por el legado de su nacimiento y su necesidad de satisfacer a otros antes de poder dedicarse a sus propias necesidades.
Y Marcello era su amigo más antiguo, y le había prometido que estaría allí.
Algo le llamó entonces la atención. Un destello de color entre la multitud, un estallido estático de bermellón entre el desfile en movimiento de disfraces, el atisbo de una rodilla y de una mandíbula alzándose, como brochazos de un retrato al óleo en medio de un torbellino de acuarelas.
Vittorio entornó la mirada mientras obligaba sin palabras a que la gente se apartara. Cuando la multitud obedeció, captó el destello de una cascada oscura de cabello ondulado cayendo por un hombro y vio a la mujer girar su rostro enmascarado hacia cada persona disfrazada que pasaba, buscando a través del corto velo de encaje negro que le cubría la mitad de la cara.
Parecía perdida. Sola. Seguramente sería una turista que había caído víctima del entramado de las calles y canales de Venecia.
Vittorio apartó la vista. No era su problema. Tenía un lugar al que ir, después de todo. Y, sin embargo, sus ojos escudriñaron la plaza. Nadie parecía como si hubiera perdido a alguien y la estuviera buscando.
Volvió a mirar y durante un instante no la encontró, y pensó que se había ido hasta que pasó un grupo de arlequines con sombreros de cascabeles. Y entonces vio cómo ella levantaba la mano y se la llevaba a la boca pintada.
Estaba perdida. Sola. Y tenía ese tipo de belleza inocente y vulnerabilidad que le atraían.
Y de pronto Vittorio ya no se sintió tan aburrido.