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Capítulo 1 Las encrucijadas que acechan detrás de los arbustos

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“Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí” (Gén. 3:8-10).

Jonás –el perro (no el profeta)– fue uno de los regalos de compromiso que le entregué a mi esposa después que me dio el “Sí”. Tal vez nunca me perdone a mí mismo por haberle comprado ese perro. Durante nuestro último año en la universidad, mi esposa y yo dejábamos a Jonás dentro del departamento mientras íbamos a clase. Durante esos breves momentos, se las arreglaba para causar más estragos en nuestro departamento que una bomba nuclear. Estoy exagerando solo un poco. En una oportunidad, encontré el contenido de nuestros armarios desparramados por toda la casa. El cereal ensuciaba los pisos de madera como bolitas de granizo que cubren la tierra. Las frutas y las verduras, parcialmente comidas, descansaban cómodamente en nuestro único sofá. Una lata vacía de sopa de tomate se acurrucaba con toda tranquilidad en mi almohada, mientras que la mayor parte del contenido embadurnaba el edredón celeste de plumas.

Cuando vi el desorden, el bramido de mi garganta –la intensidad de mi furia– ¡me asustó hasta a mí! Llamé a Jonás, pero no obedeció a mi voz. (Ahora saben por qué lo llamamos Jonás.) Probé con varios tonos, esperando poder hacerlo salir de su escondite. Determiné que había muerto de un ataque cardiaco, causado por mi diatriba, o que quizá se había quedado temporalmente sordo. Finalmente lo encontré debajo de la cama. Y cuando examiné su cara manchada de tomate, vi dos cosas: temor y vergüenza. El temor y la vergüenza encadenaban a ese dulce cachorrito debajo de la cama. Aunque quería retorcerle el cuello, percibí que Jonás sabía que lo que había hecho estuvo mal, pero no tenía idea de qué hacer al respecto, aparte de esconderse.

Cuando nos metemos en líos, quizá las únicas opciones parecen ser pelear o huir. ¿El temor y la vergüenza alguna vez te forzaron a esconderte? Si es así, sabes cómo es cuando en lo único que puedes pensar es en lo que hiciste, por qué lo hiciste y en lo que va a pasar después. Toda la experiencia se hunde en el foso de tu estómago como una tonelada de ladrillos. Y cuando se trata de Dios, la opción de “pelear” es un poco menos deseable que la opción de “huir”, entonces te escondes. Con frecuencia me pregunto por qué es más fácil esconderse en vez de hacerle frente a Dios cuando pecamos. Quizá la verdad de nuestra condición sea demasiado difícil de admitir, o quizá sea demasiado fácil de evitar. Enfrentarse a Dios en el momento del fracaso es aterrador.

Un amigo que luchó contra la adicción al alcohol me confesó:

–Evitaba las reuniones porque había escuchado historias horribles de cómo te hacen afrontar la verdad acerca de ti mismo.

Si huir de Dios nos permite aplazar la verdad, es difícil no escapar.

¿Has considerado por qué razón robar es una opción tan atractiva para los niños? Una vez le hice una pregunta directa a un joven en un centro de detención juvenil:

–¿Por qué robaste el reproductor de CD?

–Quería conseguir un reproductor de CD sin tener que pagarlo –respondió.

Los beneficios a corto plazo de robar son que conseguimos cosas sin pagar. Los efectos a largo plazo son dañinos, pero ¿quién ve los resultados a largo plazo en el momento de la pasión? Así es cuando afrontamos la verdad de nuestro abatimiento. Si podemos evitar la vergüenza por un momento, tal vez la podamos evitar para siempre.

Tratemos de imaginar lo que debió haber sido para Adán y para Eva después de desobedecer a Dios en el jardín del Edén. El sonido de la voz de Dios los llama.

–¿Qué dirá?

–¿Qué pensará?

–¿Qué va a hacer?

–¿Qué deberíamos decir?

Es útil analizar las partes clave de la historia (ver Gén. 2:8-3:9). Adán y Eva son creados por Dios, habitan en el Edén y disfrutan de la comunión natural con su Creador. Pero, incrustado entre la belleza del Edén, un peligroso enemigo espera el momento perfecto para impartir su plaga egoísta a la raza humana. Lucifer había sido desterrado del cielo a la tierra; ahora hace de los hijos creados de Dios su blanco principal para probar ante el universo que Dios es injusto, arbitrario y prepotente. La lucha cósmica de voluntades arde furiosamente en el Edén: Eva es tentada por la idea de llegar a ser como Dios, y Adán es puesto a prueba para desobedecer a Dios y serle leal a Eva. La serpiente siembra en Eva una desconfianza fatal en la palabra de Dios, que finalmente termina en traición. Eva compra la mentira, y Adán elige a Eva. Los subalternos del maligno chocan los cinco y celebran una victoria de último minuto para su equipo. Adán y Eva, vencidos por el horror de su traición y de su desobediencia, huyen cuando escuchan los pasos de Dios en el jardín. Dios, por supuesto, es sumamente consciente de la elección de ellos, y no obstante, viene para estar con ellos en el jardín. Y aquí tenemos la primera pregunta de Dios a la humanidad:

–¿Dónde estás tú?

¿Por qué nos escondemos de un Padre que todo lo ve y huimos del único que puede ayudarnos? Cuando no hemos orado honestamente por un tiempo, ¿por qué nos resistimos a conversar con Dios? Cuando hemos pecado, quizá solo en los lugares más recónditos de nuestra mente, todavía nos escondemos, aunque sabemos que Dios lo sabe. ¿Por qué? En la parte más profunda de la experiencia humana, lo que nos hace pecar –el egoísmo– aún reina y trata de proteger al yo de la presencia de Dios.

¿Cómo vamos a resolver el problema? ¿No es escondiéndonos un poco de Dios, como nos rehusamos a ver al médico cuando nos lastimamos? El pecado no solo corta nuestra relación con Dios sino también nos desanima haciéndonos creer que es imposible solucionar el problema.

La pregunta que Dios le hizo a Adán y a Eva es la misma pregunta que condena el corazón de los pecadores de todo el mundo hoy: “¿Dónde estás tú?” Detrás de los arbustos del temor y la vergüenza, Adán y Eva luchaban contra uno de los interrogantes humanos más profundos: ¿Admito mi pecado y pido ayuda? ¿O salvo la dignidad, y trato de resolver el problema por mi cuenta?

El sabio una vez escribió: “Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte” (Prov. 14:12). “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia” (Prov. 3:5). Al final de la vida de Salomón, él se dio cuenta de qué modo nuestra mente puede jugarnos una mala pasada. La trampa más sorpresiva, en el cuaderno de estrategias del pecado, es convencernos de que podemos resolver nuestros propios problemas del pecado. La verdad es que podemos, pero la solución es menos que ideal: “La paga del pecado es muerte”, nos dice Pablo (Rom. 6:23). Y, además, señala que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). El pecado cuesta, y no hay otra salida que pagar el precio.

Hay dos maneras de afrontar el pecado. Podemos pagarlo por nuestra cuenta (paga del pecado: muerte), o podemos hacer que Alguien lo pague (“siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”[Rom. 5:8]). De cualquier modo, alguien tiene que morir para pagar nuestro pecado. La pregunta es: ¿Quién paga por ti?

Parados frente a las encrucijadas de la vida y la muerte, Adán y Eva se escondieron detrás de los arbustos. Fue decisión suya. Enfrenta al que conoce tu vergüenza; o escóndete de Dios y resuelve solucionar el problema del pecado por tu cuenta... de algún modo, de alguna forma. ¿Qué sucede cuando salimos de detrás de los arbustos en busca de ayuda?

 Elevamos una oración honesta, por tanto tiempo esperada, y nos desahogamos en detalle.

 Pasamos al altar del llamado.

 Pedimos a un amigo de confianza que nos ayude a encontrar auxilio para nuestra adicción secreta.

 Pedimos a una persona que odiamos que nos perdone.

 Invitamos a un fiel creyente a orar con nosotros.

 Le confesamos a nuestro cónyuge, hijo o padre que nos equivocamos.Admitir nuestro pecado es exponerse; un punto sin retorno.Un alumno vino a mi oficina y comenzó a hablar de trivialidades hasta que se abrió completamente:–Estoy luchando con la pornografía.Uno no puede volver atrás y redefinirlo, ni decir: “Estaba bromeando”. No se puede explicar, de todos modos. No puede ser mala interpretación ni falta de comunicación. Sencillamente es demasiado honesto para racionalizarlo. Pero pregúntenle a alguien que rompa el silencio del pecado, con Dios o con los demás, ¡y les dirá que es liberador confesar la verdad!¿Cómo es cuando tratamos de esconder y solucionar un problema por nuestra cuenta?

 Trabajamos incesantemente: parecemos y actuamos como ocupados.

 Nos centramos en los fracasos de los que nos rodean.

 Nos distraemos con una vida social.

 Conversamos con los demás solo sobre cosas insignificantes y por cortos períodos de tiempo.

 Nos sumergimos en largos períodos de evasión (películas, deportes, novelas, Internet).

 Nos dedicamos a ejercicios temporales que nos hacen sentir bien, como el sexo o las compras.

 Nos rodeamos de personas que no hablan ni se preocupan de cuán perdidos y vacíos estamos.

 Nos unimos a personas que nunca nos desafiarán a conectarnos verdaderamente.¿Adán y Eva realmente se estaban escondiendo de Dios? Dios ¿no sabía dónde estaban? ¿De algún modo el pecado interrumpió el “dispositivo de posicionamiento global” en la mente de Dios? Dios sabía dónde estaban. Adán y Eva sentían temor porque comenzaron a caer en la cuenta de las implicancias de su desobediencia. Las palabras del Creador resonaban en su mente: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gén. 2:16, 17). Dios sabía que sus hijos estaban solos y perdidos; eternamente. Su pecado los separó de la vida más allá de su comprensión relativamente inocente. La razón por la que Dios los llamó en el jardín preguntando “¿Dónde estás tú?” (Gén. 3:9) es que la pregunta es monumental; una cuestión de vida o muerte. La respuesta bien puede ser: “Estoy aquí, escondido, lleno de vergüenza y temor, y necesito ayuda”; o: “Estoy bien. No te preocupes por mí; todo saldrá bien sin ayuda”.A veces me he puesto a pensar que ser ciego sería espantoso. Pero imagínate que eres ciego y que piensas que puedes ver sin problemas. Al menos los ciegos usan un perro, un bastón o alguna clase de ayuda. Los ciegos que piensan que pueden ver son inaccesibles para que se los ayude. William Barclay afirma que los pecados que Dios desprecia más son los que nos ponen fuera de su alcance para salvarnos: la hipocresía, la autosuficiencia y la justificación propia.1 Lo que a Dios le enferma el estómago sobre Laodicea se convierte en una acusación sorprendente para todos los que son ciegos pero piensan que ven perfectamente: “Tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apoc. 3:17). La salvación puede venir cuando nos damos cuenta de que necesitamos un Salvador. Sin embargo, qué difícil es salvarse cuando no vemos la necesidad de ayuda.Cuando Adán y Eva salieron de detrás de los arbustos, Dios ya había comenzado la obra de redención. Por supuesto, estaban las preguntas: “¿Qué hicieron?” ; “¿Quién les dijo que estaban desnudos?”; “¿Comieron del árbol que les ordené que no comiesen?” Aunque Dios conocía las respuestas a todas estas preguntas, Adán y Eva necesitaban pronunciar las palabras que condenaban la obra del pecado para los siglos venideros.Justo delante de sus ojos y con sus propias manos, se realiza el sacrificio. Por primera vez en la historia del universo, la sangre de una criatura viviente cae al suelo, solo insinuando el verdadero costo del pecado. En ese momento Adán y Eva escogieron entre dos opciones. Podían pagar por su pecado o podían permitir que Alguien pagara por ellos. Tiempo después el Cordero, el que anhelaban en el Jardín, pendía de la cruz. Aunque ver sangre era común para la humanidad para ese entonces, los ángeles y algunos otros seres presenciaron el evento al que señalaba el sacrificio del Edén. Alguien tenía que pagar. Pablo dice:“Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Rom. 5:18, 19).“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron” (2 Cor. 5:14).¿Dónde estás tú? Dios llama a cada corazón que se esconde detrás de cualquier arbusto en el que encontremos refugio. ¿Resistirás el llamado que Dios te hace? ¿O saldrás de los arbustos y te aferrarás al Padre, que ya te ha abierto un mejor camino para afrontar tu pecado? Tal vez recuerdes las palabras de Cristo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28). Al menos diecisiete veces en los evangelios Jesús implora a la gente que venga a él.O quizás aún tengas miedo de cómo podría reaccionar el Padre ante tu admisión de culpa. Jesús dice:“Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:37-40).La pregunta de Dios revela su corazón y su voluntad para tu vida. ¿Qué expresa la pregunta “¿Dónde estás tú?” sobre el corazón de Dios? Expresa el amor casi increíble que ha demostrado en su voluntad de abrazarte y ocuparse de tu vergüenza pagando él mismo por ella. ¿Qué dice esta pregunta acerca de la voluntad de Dios para tu vida? Dice que él desea volver a establecer la intimidad del Edén.Pero tú debes responder. Desde donde estés y desde donde has estado, responde a su llamado. Responde su pregunta con una oración, un canto, un pensamiento, una carta, una confesión sincera, una catarata de lágrimas o gritos de gozo; simplemente responde. Sal de detrás de los arbustos y responde la primera pregunta de Dios: “¿Dónde estás tú?”Preguntas para reflexionar y estudiar1. ¿El temor y la vergüenza alguna vez te forzaron a esconderte? ¿Cómo se resolvió esa situación? ¿Cuáles fueron las consecuencias a corto o largo plazo?2. Cuando hacemos algo que no debiéramos, ¿por qué crees que nuestro primer pensamiento es escondernos? ¿Tratar de escondernos resulta útil?3. ¿En qué áreas de tu vida se te hace más difícil cederle el control a Dios?4. Si entregaras completamente toda tu vida a Dios, ¿qué crees que te pediría cambiar de tu forma de vida? ¿Estarías dispuesto a hacer ese cambio?5. ¿Cuáles son las implicancias, para tu vida, de reconocer que Dios ya sabe “dónde estás”, que conoce cada detalle de lo que ocurre en tu vida? ¿Cómo te hace sentir eso?

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1 William Barclay, The Mind of Jesus (Nueva York: HarperCollins, 1960), pp. 127, 128.

20 preguntas que Dios quiere hacerte

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