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El cabo de la poesía

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Alzas la varita y sabes exactamente adónde dirigir tu ademán. Como el pintor enjuga un pincel en el lienzo, como el director de orquesta determina el tempo de un allegro vivace, como el hada madrina convierte la calabaza en una carroza. No te detienes de súbito, sino suavemente; con un adelgazamiento paulatino, el cual, en el tiempo, puede equipararse al desgaste de un par de zapatos. Con un resbalón que, en el tiempo, puede equipararse al mismo par de zapatos sobre el hielo. Sin embargo, lo más importante, la curva al final. Los búlgaros la habían incorporado en los broches de sus cinturones.

El séptimo gesto

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