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Las heridas de la libertad

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Algunos se compran correas para perros, de esas de piel, de un largo determinado. Otros prefieren automáticas de cinta. Lo sueltas a que corra a su antojo, pero cuando lo decides, tiras de él. Yo lo dejaba en libertad. Sin embargo, desde que se dio a la fuga y dos o tres veces volviera cubierto de heridas, lo dejo libre pero solamente en mi patio. Mi perro aúlla a las ardillas, de noche a la luna. Y, cuando amontonamos leña junto a la barda para la calefacción, se trepa y salta por encima de ella. Y de nuevo regresa herido. Entonces decidí mantenerlo atado con una cadena. Para que así no se hiera mi perro.

El séptimo gesto

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