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EL ARTE Y LA ANTROPOLOGÍA

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Pero a la hora de avanzar en este tema, lo mejor es valorar cómo se entiende el arte en la antropología, cuyo objeto de estudio remite en la mayoría de las ocasiones a contextos tribales o a sociedades simples, más cercanos en términos socioeconómicos a los de los autores del arte paleolítico.

Aunque en los trabajos iniciales dedicados a este tema se utilizaba el término arte primitivo para referirse al de las sociedades no occidentales (el ejemplo más relevante puede encontrarse en la influyente obra de F. Boas Primitive art), lo cierto es que este término ha sido desechado en la actualidad, tanto por su implicación de origen, en el sentido de arte primigenio, como por su connotación de fosilización. El empleo anterior de ese término en los contextos evolucionistas lineales de finales del siglo XIX e inicios del XX ha dado paso a otro menos condicionado cronológicamente y más atento a la caracterización de los contextos sociales y económicos de su producción y uso. Así, el «Arte de las sociedades simples» incluye tanto a las sociedades cazadoras-recolectoras como a las productoras de alimentos, pero siempre con sistemas sociales de pequeña escala. Aquellos grupos que cubren sus necesidades, según Anderson, con tecnologías relativamente simples tienen poblaciones reducidas en número y densidad, y su especialización política, económica y social es también baja.

Durante un cierto tiempo, la antropología prestó poca atención a las trayectorias históricas de los objetos u obras de arte estudiadas, como si estuvieran fuera de las dinámicas de cambio cultural, y descuidó el estudio de los contextos sociales de su producción, remitiendo el estudio de los objetos o representaciones artísticas a un genérico sistema cultural coherente y ajeno a los procesos de cambio. Para subsanar estas deficiencias, se insiste en la idea del arte como práctica, como algo que forma parte de la cultura y que se enseña y aprende en un contexto social determinado.

La mayor parte de los antropólogos coinciden en la dificultad de establecer un límite entre lo que es y no es arte, y piensan que en este problema no solo interviene la moda y la ideología, sino la doble intención que acompaña a la producción artística, su función estética y su función comunicadora. Y mientras la primera se centra en la forma y su estudio, la segunda se detiene en la información que toda producción artística lleva asociada en las sociedades simples.

Un elemento fundamental de la definición de arte en este tipo de sociedades es el estilo. Se trata del rasgo que facilita la comprensión de la obra por el grupo al que va dirigida, porque los rasgos formales suelen ser polivalentes y su significado suele depender de los contextos en los que se emplean los objetos. El estilo, en un sentido amplio, no solo incluye la forma, sino también la imagen representada, pues en ella se concreta la función comunicadora, de eminente carácter social.

Son numerosos los antropólogos que insisten en la ambigüedad de las formas y la importancia del contexto de producción y uso en la interpretación de las artes plásticas (Layton, 1991). Existen numerosos ejemplos de interpretaciones erróneas al considerar exclusivamente la forma, precisamente porque se realizan de espaldas al contexto social y cultural de su producción. Un ejemplo de este problema nos lo proporciona la interpretación de unas esculturas de los Lega, un grupo del África central, que representan a mujeres de vientre abultado. Se trata de un tema oportuno de tratar en este trabajo por la implicación que puede tener en la interpretación de las conocidas «Venus paleolíticas», unas esculturas que han suscitado una importante atención y diversidad de teorías sobre su significación desde su descubrimiento (desde diosas de la fertilidad a deidades de carácter apotropaico, genios tutelares, vinculados al origen del grupo, etc.). Según Layton, el significado de las esculturas femeninas de los Lega, lejos de responder a la idea de un culto a la fertilidad, interpretación que se podría inferir de la atención prestada al abultamiento del vientre, tienen un marcado componente punitivo, de carácter prescriptivo, ya que señalan el castigo de muerte a la mujer que cometa adulterio si está embarazada. La imagen en este caso, como señalábamos páginas atrás, no habla por sí misma, y adquiere significación en el ámbito cultural concreto al que pertenece. Tener en cuenta esta circunstancia es suficiente para cuestionar de inmediato alguna de las hipótesis formuladas con respecto a la significación de las Venus paleolíticas. No se trata de leer estas estatuillas del Paleolítico superior antiguo europeo a la luz de la significación cultural de las estatuillas de los Lega, sino de cuestionar la validez de las interpretaciones fundadas en la mera apreciación de los rasgos morfológicos de lo representado.

En el caso de las esculturas paleolíticas, que se documentan en yacimientos que cubren una extensión que supera los 3.000 km, la idea de que la fertilidad pueda constituir un elemento clave en la adaptación de los grupos cazadores-recolectores de elevada movilidad territorial resulta contradictoria con la carga que una mujer ha de soportar a lo largo de su vida si no espacia adecuadamente los embarazos (Mussi, 2012). Otra cosa es que la elevada mortalidad infantil o el estrés físico pudieran influir en términos de supervivencia o capacidad de embarazo, circunstancias que debieron ser indudablemente preocupantes para los autores de estas figuras, pero desde esa perspectiva, su función pudiera haber estado vinculada al carácter protector de la vida de la embarazada, o del recién nacido, más que a la fertilidad, en cuyo caso tendrían un marcado carácter apotropaico; o, en un orden totalmente distinto de cosas, hacer referencia a genios tutelares, vinculados al origen del grupo y totalmente desvinculadas de la fertilidad o la viabilidad de los embarazos (Wunn, 2012). Esta última interpretación se puede hacer convivir sin esfuerzo con la idea de que la visualización de estas imágenes pudiera transmitir rápidamente, en una Europa escasamente poblada, una señal de identidad, capaz de facilitar los contactos en sociedades organizadas en sistemas sociales abiertos (Gamble, 1982).

La valoración de la demografía, del ritmo de embarazo y la mortalidad infantil en relación con la elevada movilidad de los grupos cazadores-recolectores, el mantenimiento de redes sociales extendidas o la materialización de la memoria cultural son aspectos que necesariamente deben ser objeto de atenta valoración antes de establecer una propuesta sobre la significación de las Venus paleolíticas. En definitiva, los objetos poseen significación social, y en arqueología tan solo la adecuada contextualización del material objeto de estudio permite avanzar en un campo en el que la antropología goza de fuentes de información directas, más cercanas y precisas.

En esta línea de pensamiento cabría situar la atención prestada por algunos antropólogos, cuando valoran el arte, a las visiones ontológicas del mundo propias de los autores de las obras. En opinión de Descola, no se representa más que lo que se percibe o imagina, y no se percibe o imagina más que lo que se ha aprendido a discernir y a reconocer dentro de la propia cultura. Según este autor, probablemente no haya más que cuatro ontologías en el mundo, dos de ellas no relacionadas con el tipo de sociedades que estamos analizando (naturalismo y analogismo), por lo que en el marco de las sociedades simples en las que se sitúa nuestra discusión quedarían reducidas a dos: el animismo y el totemismo. Sustentan estas dos ontologías las cualidades que se otorgan o se niegan a las personas y a las cosas, que son las que marcan las continuidades o discontinuidades que los humanos identifican entre ellos y el resto de los seres existentes, tanto en el plano físico como en el moral (Descola, 2015). Una propuesta con la que coinciden otros autores que se han dedicado a analizar el arte desde una perspectiva antropológica, como son el ya mencionado Layton, o Ingold (2000), por citar dos de los antropólogos relevantes enmarcados en distintas escuelas.

La coincidencia entre la forma de ver el mundo y la forma de representarlo no implica, sin embargo, que sea fácil inferir estas ontologías recurriendo solo a la comparación etnográfica o a las imágenes realizadas por los grupos humanos del pasado. Con independencia del sistema de pensamiento y la ordenación mental del mundo, la variedad cultural genera una amplia gama de posibles concreciones, todas ellas condicionadas en términos históricos. Además, los temas representados no tienen que ser necesariamente icónicos (Davidson, 2017). Sin extendernos excesivamente en este último aspecto, es necesario indicar que en el arte paleolítico y en el de las sociedades simples estudiadas por la antropología, los signos icónicos conviven con otros que no lo son, aquellos de los que no se deduce el significado a partir de la forma. Pero incluso en los signos o representaciones icónicas, como puede ser la representación de un animal cuya especie es identificable, el carácter polisémico suele ser habitual, y en los estudios etnológicos se comprueba de manera fehaciente esta circunstancia, que resulta dependiente del contexto cultural de producción y uso.

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