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¿ARTE O ARTES?

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La pregunta puede parecernos artificial, pero resulta importante tanto en relación con la definición del arte paleolítico como por sus implicaciones en la valoración del origen evolutivo del arte. Como veremos en el capítulo siguiente, uno de los grandes inconvenientes para la consideración de que la capacidad artística sea el resultado de una adaptación está, precisamente, en la amplitud de manifestaciones o creaciones que abarca el término arte. Ya se ha indicado que este trabajo se limita a la valoración del arte visual, pero otros tipos de producciones artísticas han estado también presentes a lo largo de la historia y probablemente su arranque debió de ser tan temprano o más que el del arte visual. La música, la danza, la narrativa de ficción, por no citar más que las más comunes documentadas etnográficamente en las sociedades simples, son formas artísticas cuya valoración es obligado separar del arte visual, pues implican la activación de sistemas perceptivos diferentes y su capacidad comunicadora es muy diversa y distinta de la del arte visual. Por otra parte, como se ya se ha indicado, el concepto y uso del arte ha ido variando a lo largo de la historia, y resulta necesario precisar en cada etapa cuáles son sus características y su función social. Existen dos posibilidades a la hora de enfrentarse a la variación del arte visual: especificar en cada caso cuáles son las características que atribuimos a cada tipo de arte u optar por establecer una definición de arte tan amplia que en ella quepan todas las variaciones posibles en términos diacrónicos y regionales. Esta última opción se acompaña, bajo el término de «Estudios de Arte Mundial», no solo de la incorporación en su objeto de estudio de todo tipo de artes, con independencia de su cronología y situación regional, sino del enfoque globalizador y comparativo con el que se aborda su estudio (van Damme y Zijlmans, 2012). Y a diferencia de los estudios clásicos de la historia del arte, la novedad estriba en su carácter multidisciplinar, con la incorporación de la antropología, la neurociencia y la filosofía, entre otras disciplinas (Onians, 1996).

Después de lo expuesto creo útil rememorar una repetida frase de Gombrich (1997):

en realidad no existe nada semejante al Arte. Sólo hay artistas. Antaño eran hombres que cogieron un puñado de polvos de colores y garabatearon las formas de un bisonte sobre las paredes de una caverna… No hay problema en que llamemos a estas actividades arte siempre y cuando tengamos presente que esa palabra puede querer decir cosas diferentes en épocas y lugares diferentes y seamos conscientes de que el Arte con mayúscula no existe. El Arte con mayúscula se ha convertido en una especie de espantajo o de fetiche.

A pesar de que hay quienes han considerado esta afirmación de manera crítica, al apuntar que tan problemático como el término arte lo es el de artista, que se arropa en el principio de creatividad individual surgida de la Ilustración (Shiner, 2014), lo que Gombrich nos dice es que no se puede abordar la definición del arte desde un planteamiento esencialista; es decir, que existen tantos sentidos ligados a la palabra como situaciones históricas y culturales contemplemos. Según Gombrich, somos nosotros los que podemos decidir qué denominamos o no «arte», y él personalmente opta por proponer «definiciones de izquierda a derecha», idea que toma de Popper y que implica, simplemente, explicitar qué es lo que se considera arte en cada ocasión. Lo importante es darse cuenta de que la noción de arte está determinada culturalmente, y que lo realmente significativo es que a partir de un determinado momento se produjo la creación de imágenes en las que la forma fue tan importante como su función comunicadora (Gombrich y Eribon, 2010).

En los últimos decenios se ha debatido intensamente sobre la pertinencia de denominar «arte» a las imágenes visuales estudiadas por prehistoriadores o antropólogos. Sin embargo, justo es reconocer que hoy día ese debate ha perdido vigencia como consecuencia del amplio uso de este término por los especialistas de estas disciplinas. Se trata, tal y como han propuesto Mendoza-Straffon (2014) o Lorblanchet (2017) al referirse al arte paleolítico, de adoptar un concepto tan amplio de «arte» que permita incluir todas las prácticas de arte visual a lo largo del tiempo y del espacio, un concepto no limitado por nuestra forma de entender el arte, asociado a la belleza o la originalidad. En los mismos términos, van Damme y Zijlmans consideran que el término arte puede usarse como un término paraguas que permita captar de manera concisa la propensión universal a transformar los medios visuales para atraer la atención de los espectadores, a través de la forma, el color y la línea, así como a través de los temas, significados y emociones que pueden comunicar o provocar esos estímulos.

Si nos centramos en el arte visual paleolítico, nuestra capacidad para apreciar la forma y el componente estético de las imágenes hace que en ocasiones no solo las consideremos desde una perspectiva artística, sino que pensemos que somos capaces de llegar a su significado. No obstante, como se defenderá en los siguientes apartados, el arte está culturalmente determinado, lo que obliga a que nuestro acercamiento a estas obras deba ser escrupuloso a la hora de no atribuirles funciones o significados de los que estamos muy alejados en términos históricos, sociales e ideológicos. Al acercarnos al arte prehistórico o a las artes de las sociedades simples no occidentales, debemos separar la apreciación estética de la función comunicativa del arte, a menos que tengamos un adecuado conocimiento de la significación, algo que solo ocurre en el campo de la antropología si se dispone de información oral. Y en el sentido contrario, los especialistas en arte paleolítico también se sienten incómodos cuando, desde un enfoque propio de la historia del arte, se emplean nociones tales como la belleza o el placer (Lorblanchet y Bahn, 2017).

En realidad, es posible distinguir diferentes enfoques en los estudios arqueológicos del arte paleolítico. Desde los que parten de la idea de que el arte se asocia a una cualidad universal de la psique humana, que permite que sea entendido en los mismos términos allá donde exista o se observe, es decir que constituye una expresión atemporal de la sensibilidad humana que es posible comprender en términos formales e incluso de significación; a los que asumen que la significación queda fuera del alcance de sus posibilidades de conocimiento y se centran en valorar la forma, caracterizar el contexto social de producción e intentar perfilar su función cultural. Por otra parte, el estudio de la función no tiene otra finalidad que establecer para qué, para quién y en qué contextos pudo haber sido significativa una imagen. Tarea a la que se llega en la arqueología prehistórica a través del estudio detallado del contexto de uso y abandono de las imágenes, y desde la consideración de que las relaciones sociales se reflejan en la cultura material. Es decir, es necesario relacionar el arte visual con las «comunidades de práctica», término con el que M. Conkey (2009) se refiere al proceso de aprendizaje y ejecución propio de las sociedades simples. Y no está de más señalar que no siempre es algo posible de hacer.

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