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PRELIMINARES

Si aparece en este libro la primera persona es porque Salvadora y yo tenemos una historia de muchos años. Estaba leyendo Severino di Giovanni. El idealista de la violencia y quise conocer a América Scarfó en el mismo instante. América, “Fina”, decía “no” después del “hola” y solía rechazar cualquier intento de entrevista. Tenía casi noventa años y elegía con quién quería hablar; no le encontraba sentido a hacerlo con quienes no hablaran su mismo código. A mí me dijo que sí. Hablábamos sobre ella, sobre Salvadora y un día le pareció bien darme un consejo: “Yo tenía un lema para los hombres: tenían que ser compañeros, tenían que ser inteligentes y tenían que ser muy buen mozos”. Con la voz de América empecé a escribir a Salvadora y a tratar de unir datos dispersos y en apariencia contradictorios.1

“Amo llamarme así. Además, ¿de qué otra manera podría yo llamarme?”, escribió Salvadora en El vaso intacto. La versión femenina del Salvador: “Los nombres tienen color… El mío es de un rojo obscuro y brilla demasiado”. Nació a finales del siglo xix y escribió desde mediados de 1910 hasta la década de 1930. Outsider del campo canónico de la literatura, fue moderna por fuera del Grupo Sur y de izquierda al margen de Claridad. Cercana a Alfonsina Storni, tampoco fue popular como ella. Sin embargo, esta marginalidad algo buscada, pose de protagonista, le permitió captar los relieves de su época, mostrar los límites de las vanguardias estéticas y expandir por nuevos hilos la trama de la cultura: ese es su desliz. Poemas con travestis, cuentos con viejas aborteras. Si solo es posible hablar con nuestra época, con el tiempo que las palabras nos dicen en común, Salvadora ensayó también una soledad anacrónica e hizo sonar palabras que se escucharon tiempo después, como las de Las descentradas. Hablamos hoy de ellas, Salvadora y su obra, olvidadas por más de cincuenta años.

Las obras de teatro fueron escritas mientras hacía periodismo no solo en el diario Crítica “sino en otros más pequeños y más violentos”. “Hablaba al pueblo, luchaba con él, lo acompañaba y apoyaba en su cruzada por lo que más tarde conquistó”, dijo en un momento de su vida.

Salvadora Medina Onrubia es una contraseña rara de la historia no evidente de la literatura argentina. Es, al mismo tiempo, una ineludible para leer las décadas de 1920 y 1930, su moral privada y su política pública. También, es la feminista libertaria con sello de iconoclasta, que tiene problemas con la autoridad, venga de donde venga.

¿Por qué alguien desaparece? Casi todos sus libros quedaron durante décadas en primeras ediciones, con lecturas esporádicas de la crítica literaria. Pasó a formar parte de la historia como un dato secundario de biografías salientes: abuela de Copi, esposa de Natalio Botana, amiga de Alfonsina Storni, de Simón Radowitzky, de Severino Di Giovanni y de América Scarfó. Tuvo un modo singular de ser anarquista porque quiso que las mujeres pudiéramos votar, fue también teósofa y espiritista. Sin embargo, ninguno de esos términos hace justicia a su modo personal de habitarlos.

Este libro creció prestando oído a la resonancia de las palabras de Salvadora e hizo sus derivas siguiendo las conversaciones que lo alimentan con Emma Barrandeguy, América Scarfó, Gloria Machado Botana, Alejandro Storni, “la China” Botana, Osvaldo Bayer y Helvio “Papo” Botana Hayashi, mi amigo extraordinario. Sus contemporáneos ya no viven. Muchos la recordaron para esta historia de montajes sobre los rumores de datos dispersos que sigue sus huellas literarias y los pliegues de su biografía.

Escribo en soledad, pero no sola. Este libro se fue escribiendo a través de las conversaciones con amigas y amigos, los comentarios al paso, los datos que alguien recordaba, los diálogos con otros libros, las horas de hemeroteca, los archivos que los compañeros y compañeras de la Federación Libertaria Argentina, del Ateneo Anarquista de Constitución y de la Biblioteca José Ingenieros custodian. Debo mucho a la amistad y las conversaciones con María Moreno y Marcos Zangrandi. Sus lecturas fueron muchas veces mi “ponle la cola al burro”, para no decir mi Virgilio y sumar solemnidad a aquellos diálogos. Mabel Bellucci fue una presencia permanente en estos años, no solo por su memoria de archivista, sino por su extenso trabajo de investigación sobre las anarquistas. Algunas imágenes son producto de telepatía y chat con Fede Schmucler y de la sensibilidad de Diego Fidalgo. El libro también tiene horas de teléfono con Marsha Gall, Rodrigo Álvarez, Esteban Garelli, Luz Azcona, Gabriela García Cedro, detallistas al borde del diagnóstico, como Juan Carlos Pujalte y Martín Santos. Mucho de Christian y Simón Ferrer, la comunidad ingobernable. Agradezco la lectura generosa y la trayectoria enorme de Nora Domínguez y el entusiasmo de las editoras Constanza Brunet y Florencia Jibaja Albarez. El feminismo popular, horizontal y expansivo que construimos en Ni Una Menos se siente en el subtexto, en el hilado. Mis amigas y compañeras de Latfem, como mis amigues y compañeres del CELS, con su disposición para el análisis político y el trabajo sobre la memoria son todo y más. Qué sería de nosotres sin la cortesía de las palabras que nos hacen. Agradezco en especial a Agustina Paz Frontera y María Florencia Alcaraz, por estar siempre con la lapicera y el megáfono listos. A todes elles, gracias.

1 Este libro es un capítulo más de la memoria feminista. Sin embargo, para facilitar la lectura no incluye recursos del lenguaje inclusivo como “@” o “x”.

¡Arroja la bomba!

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