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Capítulo 5

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TRAS el breve ensayo de la boda, Joe charló de naderías con algunos de los miembros de la comitiva nupcial, pero tenía la mente clavada en Juliette. Seguía buscándola entre la gente y experimentaba una sensación de tirantez en el pecho cada vez que veía su cabeza castaña entre los asistentes.

Había pensado con frecuencia en ir al cementerio inglés en el que estaba enterrada su hija, pero siempre se echaba atrás. Su padre lo había llevado a rastras a la tumba de su madre el día de su cumpleaños hasta que era un adolescente. Había sido una forma de tortura estar allí frente a la lápida sabiendo que él había sido la causa de que su madre estuviera allí enterrada. Todos sus deseos, plegarias y esperanzas no lograrían devolver la vida a su madre ni a su hija. No habría visitas, flores o tarjetas que pudieran deshacer lo hecho. Siempre le había parecido que la manera que tenía su padre de llevar el duelo era un proceso destructivo. Joe había elegido una salida distinta, una manera constructiva de procesar su dolor recaudando dinero para la investigación que podría salvar vidas y, sin duda, relaciones.

Pero ahora, al tocar a Juliette, que estaba a su lado, al aspirar aquel aroma que le despertaba la sangre y le aceleraba el pulso, no podía evitar preguntarse si cabría la posibilidad de que saliera algo positivo de su situación. La química seguía allí, tan eléctrica y ardiente como siempre. La química explosiva que había dado inicio a su relación era en lo único que podía apoyarse para volver a impulsarla. Sentía su tirón como una fuerza invisible que lo atraía hacia ella. Tuvo que meterse las manos en los bolsillos para evitar abrazarla. No podía estar en la misma habitación que Juliette sin desearla. Maldición, no podía estar en el mismo país sin que ardiera en el deseo de estrecharla entre sus brazos.

Juliette se giró y lo miró desde el otro extremo de la terraza ahora iluminada por la luz de la luna y Joe sintió un pellizco en el corazón. Era mona más que una belleza clásica, pero seguía teniendo el poder de dejarlo sin aliento. Sus ojos azul verdoso le recordaban a un mar tormentoso envuelto en sombras cambiantes. Tenía el cuerpo esbelto de una bailarina y una elegancia natural de movimientos. Y una piel pálida, pero con varias pecas salpicadas por el puente de la nariz respingona. Sus labios eran de un rosa sensual que atraían su mirada una y otra vez como un imán. Joe fue consciente con una punzada de cuánto echaba de menos su sonrisa luminosa como el sol. No aquellas sonrisas que fingía cuando era necesario, sino una genuina que le iluminara el rostro y los ojos.

Juliette volvió la mirada hacia la pareja mayor que estaba a su lado, los padres de la novia. Pero Joe se dio cuenta de que no estaba realmente implicada en la conversación. Seguía mordiéndose el labio inferior y jugueteando con el cierre del bolso como si estuviera deseando que la velada llegara a su fin.

Y pronto terminaría y estarían solos en la suite.

El cuarteto de cuerda estaba tocando piezas de baile, y varias parejas estaban bailando en la terraza. Joe recordó la primera vez que había bailado con Juliette, cómo se había movido con él a un ritmo tan natural como si llevaran años haciéndolo.

Hacer el amor había sido lo mismo.

Tras una aventura de una sola noche, ambos siguieron sus caminos por separado, pero Joe no había sido capaz de sacársela de la cabeza. Joe tenía compromisos en Italia y otro proyecto en Alemania, pero no había dejado de pensar en ella. Y entonces, de repente, Juliette le llamó y le dijo que estaba esperando un hijo suyo. La noticia le había impactado. Habían utilizado protección, pero el destino había decidido entrar en el juego y crear una nueva vida. Una vida que no había durado lo suficiente para tomar una sola bocanada de aire.

Joe dejó escapar un largo suspiro cuando aquel dolor familiar se apoderó de su pecho, como cada vez que pensaba en su hijita. Se culpaba por no haber estado allí cuando Juliette se puso de parto antes de lo esperado. Tal vez si hubiera estado allí para llevarla al hospital, las cosas podrían haber salido de manera distinta. Había muchas cosas que le hubiera gustado hacer de otra manera.

Joe se abrió paso entre la gente para unirse a ella y la tomó de la mano.

–¿Quieres bailar?

Se había imaginado que aquella era una manera legítima de poder tenerla entre sus brazos. Y lo que era más importante, evitar así que bailara con alguien más.

Parecía que Juliette estaba a punto de negarse, pero entonces se encogió de hombros sin mirarlo a los ojos.

–Claro, ¿por qué no?

Joe la guio hacia la zona de baile, que daba hacia el mar. El cuarteto de cuerda estaba tocando ahora una balada romántica, y Joe la atrajo hacia sí, moviéndose con ella al ritmo lento de la música.

–No parecía que estuvieras disfrutando de la conversación que mantenías –dijo aspirando el aroma a flores de su cabello.

Juliette alzó la vista y lo miró frunciendo el ceño.

–¿Tan obvio era?

–Solo para mí –la apartó más de los otros invitados que se habían unido en la pista de baile.

–¿Conoces bien a los padres de Lucy?

–Muy bien. Me pasaba mucho tiempo en su casa cuando Lucy y yo éramos adolescentes –suspiró ligeramente–. Yo le tenía mucha envidia –añadió–. Sus padres eran muy distintos a los míos.

–¿En qué sentido?

Juliette guardó silencio durante un largo instante, y Joe se preguntó si le habría oído. Pero luego alzó la mirada hacia le pechera de su camisa y dijo en tono bajo:

–Eran muy… poco críticos. Creo que nunca los escuché decir nada negativo respecto a las decisiones que Lucy tomaba.

Joe se echó un poco hacia atrás y la miró.

–¿Y tus padres eran críticos y negativos?

Juliette puso los ojos en blanco durante un segundo y bajó la vista.

–Cuando había gente delante, no. Eran demasiado educados y sutiles como para eso. Pero sé que estaban muy decepcionados conmigo porque no estaba tan dotada académicamente como mis dos hermanos mayores.

Joe no podía decir que estuviera sorprendido por su confesión. Pero le carcomía un poco no haberle preguntado más cosas respecto a su familia cuando vivían juntos. ¿Qué decía eso de él? ¿Qué clase de marido no mostraba interés por el pasado de su mujer?

Un marido con un pasado conflictivo propio que no quería que le hicieran preguntas, ese tipo de marido.

Joe había visto a sus padres y hermanos solo dos veces… en la boda y en el funeral de Emilia. El funeral lo tenía un poco confuso, y no habían sido particularmente cariñosos con él en la boda, aunque Joe tampoco esperaba que lo recibieran con los brazos abiertos. Habían sido correctos de un modo distante y arrogante, pero lo cierto era que la manera de cortejar a su hija tampoco había sido la ideal. Una aventura de una noche no era el modo de impresionar y ganarse a sus suegros, pero no quería que su hijo creciera sin conocerlo. El matrimonio había sido en su opinión la mejor opción.

El bebé tenía que ser lo primero. Y se había convertido en su mayor prioridad.

Los padres de Juliette no habían ido al hospital cuando perdieron a la niña porque estaban en un vuelo de larga distancia. Juliette había ido a visitarlos a Inglaterra antes de que partieran a un viaje de tres meses en el extranjero. Ella había reservado un vuelo de regreso a Italia al día siguiente, pero se puso de parto. Joe se subió al primer avión en el que encontró billete en cuanto supo la noticia, pero llegó demasiado tarde.

–Tú tienes mucho talento, Juliette. Tus ilustraciones son increíbles. ¿No estás orgullosa de tu trabajo?

Ella tenía la boca curvada hacia abajo.

–Soy la única persona de mi familia sin un título universitario. No consideran que ser ilustradora de libros infantiles sea una profesión de prestigio, sobre todo si no tienes un título en Artes. Sí, están orgullosos de que haya publicado cosas, pero siguen viéndolo como una especie de afición.

Juliette volvió a suspirar y se le cayeron un poco los hombros hacia abajo.

–No he hecho ni un esbozo desde hace meses, así que tal vez tengan razón. Ha llegado el momento de buscar otra cosa. No sé cómo Lucy me ha aguantado tanto tiempo. No solo he dejado en suspenso mi carrera, sino también la suya.

Joe le puso una mano en la suave mejilla y la miró a los ojos.

–No tienes que pensar en tu carrera hasta que estés preparada, cara. He ido depositando fondos en tu cuenta bancaria que cubren de sobra cualquier pérdida de ingresos.

Un sonrojo cubrió el rostro de Juliette, al tiempo que en sus ojos aparecía un brillo de determinación.

–No quiero tu dinero y no lo necesito. No he tocado ni un penique.

Joe le pasó el pulgar por la barbilla.

–¿Tanto me odias?

Algo cruzó por los ojos de Juliette antes de que bajara las pestañas.

–Nunca he querido tu dinero. Esa no fue la razón por la que me casé contigo.

Se apartó de él y se cruzó de brazos como si tuviera frío, aunque el aire de la noche era suave y cálido.

–Sí, bueno, los dos sabemos por qué te casaste conmigo –Joe no pudo evitar a tiempo el tono cínico–. Querías demostrarle a tu ex que habías seguido adelante.

Juliette apretó los labios.

–Eso no es verdad. No tuvo nada que ver con él. Apenas recuerdo siquiera el aspecto que tenía. Pensé que estaba haciendo lo mejor para el bebé casándome contigo. Además, fuiste tú quien insistió en casarse. Yo me habría conformado con un acuerdo de custodia compartida.

–¿Has sabido algo de tu ex? ¿Lo ves? –Joe no tenía muy claro por qué lo preguntaba, porque no quería saberlo. No necesitaba el castigo, la tortura, la desesperación de imaginarla con otra persona. Nunca se había considerado una persona celosa. Pero la idea de que Juliette tuviera intimidad con otro hombre le provocaba un nudo en el estómago. Y que tuviera un hijo con otro le provocaba tal dolor en el pecho que no podía siquiera respirar.

Juliette le lanzó una mirada de irritación.

–No creo que sea asunto tuyo si lo veo o dejo de verlo.

Joe la tomó del codo para alejarla de los demás hacia un rincón más tranquilo de la terraza.

–Es asunto mío porque todavía estamos legalmente casados –bajó la mano del codo, pero tuvo que hacer gala de toda su fuerza de voluntad para evitar tomarla entre sus brazos y aplastar la boca contra la suya. Para recordarle a Juliette la pasión que saltaba entre ellos. La pasión que estaba ahora también cargando el ambiente.

Lo que le llevaba a una cuestión algo inquietante… ¿qué diablos iba a hacer al respecto? Ya había cometido errores con Juliette. Grandes errores. Errores que no podía deshacer. ¿Se estaría buscando un problema si revisaba su relación para comprobar que valía la pena recuperarla?

A ella le brillaron los ojos con gesto desafiante.

–Me resulta muy gracioso tu repentino interés por mi vida privada después de todos estos meses –le miró la boca como si esperara que hiciera lo que él estaba tentado a hacer–. ¿Y por qué sigues llevando el anillo de casado? Me parece bastante absurdo.

Joe le tomó la mano izquierda y deslizó el pulgar por el espacio vacío de la alianza de Juliette. Esperaba que ella retirara la mano, pero para su sorpresa, no lo hizo. Lo que sí hizo fue mantener su mirada clavada en la suya y humedecerse el labio inferior con la punta de la lengua.

–No es absurdo del todo. Me mantiene libre de la atención femenina no deseada –esperó un instante antes de continuar–. Todavía tengo tu anillo de compromiso y el de casada.

Joe no tenía muy claro por qué le estaba contando aquella información inútil. ¿Acaso no le hacía quedar como un idiota sentimental que no había superado el abandono de su esposa? ¿Debería decirle que no había quitado ni una sola prenda suya del armario, que no podía siquiera dormir en el mismo dormitorio que habían compartido porque le causaba demasiado dolor?

Y por no hablar del dormitorio de la niña. No había abierto la puerta ni una vez. Ni una sola vez. Abrir aquella puerta sería cómo abrir una herida profunda y devastadora.

Juliette bajó la vista hacia sus manos unidas antes de volver a mirarlo.

–Me sorprende que no los hayas empeñado ni hayas encontrado a alguien más a quien regalárselos.

Joe le acarició la suave piel de la palma de la mano y observó cómo se le aceleraba la respiración y se le dilataban las pupilas.

–Son tuyos.

Ella alzó la barbilla con un brillo intransigente en los ojos.

–No los deseo.

–Tal vez no, pero a mí sí me deseas todavía –Joe atrajo su cadera a su cuerpo y bajó la mirada a su boca–. ¿No es así?

Juliette se volvió a humedecer los labios.

–No –su tono era firme, pero su cuerpo se balanceó hacia él como impulsado por una fuerza más grande que no podía resistir.

Joe le subió la barbilla y le acarició el labio inferior con el pulgar.

–El orgullo es algo curioso, ¿verdad? A mí también me gustaría decir que no te deseo, pero eso sería mentirme a mí mismo y a ti.

Juliette aspiró con fuerza el aire y lo dejó salir despacio.

–Joe… por favor…

–¿Por favor qué? –Joe le cubrió una mejilla con la mano, y le puso la otra en la parte baja de la espalda para atraerla todavía más cerca de su cuerpo–. ¿Vas a negar que lo estás sintiendo ahora mismo? ¿Lo que has sentido desde el momento en que entré en la suite esta tarde? ¿Lo que sentiste la primera vez que nos vimos? Por eso bloqueaste mi número de teléfono y mis correos electrónicos, ¿verdad? No quieres que nada te recuerde lo que sientes por mí.

Juliette volvió a tragar saliva y apoyó las manos en su pecho.

–Ahora estamos separados, y…

–Este fin de semana no estamos separados. Vamos a compartir habitación. Y cama.

–No –ella apartó las manos de su pecho y lo miró desafiante–. Celeste dijo que iba a conseguirnos una supletoria…

–He hablado con ella hace unos minutos –dijo Joe–. No ha podido conseguir una a tiempo para esta noche, pero lo volverá a intentar mañana.

Juliette lo miró de nuevo y apretó los labios. Dio un paso atrás con postura rígida.

–Los dos tenemos que seguir adelante con nuestras vidas. Si vamos hacia atrás en lugar de hacia delante, solo complicaríamos las cosas.

Juliette se llevó la mano izquierda a la sien y cerró los ojos como si estuviera rezando en silencio.

–Por favor, Joe. No hagas esto más difícil de lo necesario –bajó la mano de la cara y volvió a mirarlo con una expresión que parecía tener una determinación renovada–. Voy a subir a la habitación. A dormir. Sola.

Juliette consiguió marcharse sin que nadie se diera cuenta y regresó a la suite, cerrando la puerta con un profundo suspiro. Se había sentido tentada a bailar con Joe toda la noche, a encontrar una excusa para estar en sus brazos de nuevo. Pero aquel era el camino al dolor, porque no podían estar juntos. Ni antes ni ahora.

Si al menos su cuerpo dejara de traicionarla… resultaba muy difícil mantener las distancias cuando Joe solo tenía que mirarla para que su resistencia se derritiera. Había bajado la guardia lo suficiente para hablarle de su frustrante relación con sus padres y sus dudas respecto al futuro de su carrera. Había sido un momento de debilidad y, sin embargo, había encontrado consuelo al compartirlo tan abiertamente con él. Se había mostrado comprensivo de un modo que Juliette no había esperado.

Y luego estaba lo de la fundación contra la muerte en el parto…

No podía quitarse de la cabeza cómo había recaudado dinero para una investigación tan importante. Juliette le había juzgado mal todo aquel tiempo por no estar de luto como ella esperaba, pero Joe había hecho lo que esperaba que ayudase a otros. Eso hacía que le resultara más difícil acceder a su rabia, mantener la distancia emocional.

Pero eso no significaba que tuvieran un futuro juntos.

¿Cómo iba a ser así si no estaban enamorados, nunca lo habían estado y solo estarían juntos debido a la atracción física? Eso no era suficiente para construir un matrimonio, especialmente un matrimonio que había sufrido una tragedia como la suya. Un matrimonio que nunca hubiera existido de no haber sido por su embarazo accidental. Juliette no era el tipo de mujer que tenía muchas citas. No era sofisticada, ni superinteligente, y nadie podría decir que tenía un tipazo. Si no se hubiera quedado embarazada, nunca habría sido la primera opción de Joe.

Juliette se quitó las horquillas del pelo y las arrojó sobre la cómoda de camino al baño. Las cosas de afeitado de Joe estaban en la encimera, y su frasco de colonia justo al lado del maquillaje de Juliette. Sintió un leve escalofrío en el vientre. Compartir el baño era algo muy íntimo. ¿Sería lo bastante fuerte para resistirse a la tentación que él suponía? Juliette agarró el frasco de colonia, le quitó la tapa y se llevó el cuello de la botella a la nariz, cerrando los ojos mientras aspiraba las notas cítricas del aroma. Volvió a dejar el frasco y le puso el tapón.

Tenía que ser fuerte.

Tenía que serlo.

Juliette regresó al dormitorio y miró la bolsa en la que estaban los papeles del divorcio. El domingo, cuando Lucy y Damon se marcharan, los sacaría y se los pondría a Joe debajo de la nariz, no antes. Le daba una cierta sensación de poder saber que los tenía allí, esperando el momento oportuno. Joe pensaba que podía chasquear los dedos y ella iría corriendo a sus brazos como si nada hubiera cambiado. Pero todo había cambiado.

Ella había cambiado.

Y ya no volvería a ser la que fue.

Joe regresó a la suite más tarde aquella noche y se encontró a Juliette dormida con una fila de almohadas dividiendo la enorme cama en dos secciones. La lamparita de la mesilla de noche seguía encendida y la suave luz envolvía sus facciones en un brillo dorado. Se había soltado el pelo y lo tenía desparramado por la almohada. Se había quitado el maquillaje, y tenía la piel fresca y limpia, luminosa como la de una niña. La boca estaba relajada en el sueño, los labios ligeramente entreabiertos, la respiración suave y acompasada.

Joe se aflojó la corbata, se la sacó por el cuello y la arrojó a la silla que estaba en la esquina del dormitorio.

Juliette abrió los ojos de golpe y se incorporó, parpadeando.

–Ah, eres tú…

–Gracias por la cariñosa bienvenida –Joe empezó a desabrocharse la camisa.

Ella entornó la mirada y se subió más las sábanas.

–¿Qué haces?

–¿A ti qué te parece? –Joe se quitó la camisa y la lanzó en la misma dirección que la corbata–. Me estoy desvistiendo.

–¿No puedes hacerlo en el baño? –Juliette tenía las mejillas ligeramente sonrojadas y seguía evitándole la mirada–. Y por favor, ponte unos calzoncillos o algo. Y quédate en tu lado de la cama.

–Es un poco tarde para mostrarse tímida, cariño. Conozco cada centímetro de tu cuerpo, y tú del mío.

Juliette apartó la ropa de cama y se lanzó hacia el albornoz que colgaba en el respaldo de otra silla.

Joe captó un destello del pijama de pantalón corto color café con leche. Uno de los finos tirantes se le había deslizado por el hombro, revelando la curva superior de un seno. Juliette metió los brazos en las mangas del albornoz y se ató el cinturón con fuerza innecesaria, mirándolo con furia.

–Muy bien. Como quieras. Tú te quedas con la cama, y yo dormiré en el sofá –pasó por delante de él, pero Joe le agarró la muñeca y la retuvo.

–No seas tan dramática –le soltó el brazo, abriendo y cerrando los dedos para calmar la sensación de hormigueo que le había provocado su contacto–. No voy a forzarte. Quédate tú con la cama, yo me voy al sofá.

Juliette se mordió el labio inferior y miró hacia la otra parte de la suite, en la que estaba el pequeño sofá.

–Eres demasiado alto. No vas a dormir nada.

No iba a dormir nada de todas maneras con ella tan cerca. Verla dormir mostrando algo de piel ya había puesto a prueba los límites de su autocontrol.

–Seguro que somos capaces de compartir cama dos noches sin cruzar ninguna frontera.

Juliette jugueteó con las puntas del cinturón del albornoz sin dejar de morderse el labio.

–De acuerdo. Pero tienes que prometer que no me tocarás.

Joe se llevó la mano al corazón.

–Te doy mi palabra.

Juliette le escudriñó con la mirada durante un instante.

–¿Por qué tengo la sensación de que te estás riendo de mí?

Joe bajó la mano.

–Créeme, cara. Hace mucho tiempo que no me rio.

Ella apartó la mirada de la suya y una sombra le cruzó las facciones. Volvió a la cama y se metió bajo las sábanas, cubriéndose la barbilla con ellas.

–Buenas noches.

Joe dirigió la mirada hacia la cajita de medicinas que había en la mesilla. Se dirigió al lado de la cama en el que estaba Juliette y se acercó al borde.

–¿Cuánto tiempo hace que tomas esto? –señaló la medicación que había al lado de un vaso de agua.

Juliette se puso boca arriba con expresión a la defensiva.

–Solo las tomo cuando no puedo dormir.

–¿Y con qué frecuencia ocurre eso?

Juliette apartó la mirada de la suya y agarró el extremo de la sábana con los dedos.

–Bastante a menudo… –su voz era más bien un susurro.

Joe le apartó un mechón de pelo de la frente. Sentía el pecho tan tirante que apenas podía llenar los pulmones de aire. Sintió una cuchillada de culpabilidad por cómo había manejado los últimos meses.

Juliette había sufrido a solas cuando él tenía que haber estado a su lado. Pensaba que ella quería mantener las distancias, pero estaba claro que eso no la había ayudado con el proceso de duelo. Y, desde luego, a él tampoco. Le surgieron en la mente muchos tópicos… como los irritantes comentarios que le habían hecho otras personas a él.

«El tiempo lo cura todo».

«Luego será más fácil».

«Esto te hará más fuerte».

Pero en lugar de decir nada, Joe guardó silencio.

Juliette clavó la mirada en la suya y sintió otra punzada de dolor en el pecho.

–No puedo evitar sentirme culpable. Tal vez si no hubiera ido a Inglaterra a visitar a mis padres antes de su viaje… no tenía por qué haber ido. Podría haberles pedido que vinieran ellos a verme a mí.

¿Y por qué había ido ella a Inglaterra? Porque Joe estaba en otro viaje de trabajo, y la había dejado sola.

Si había algún culpable, sin duda era él.

Joe le tomó una mano y se la llevó al pecho.

–No. No debes culparte –su voz era tan áspera que podría haber atravesado el metal–. Hasta entonces habías tenido un embarazo de ensueño.

Juliette torció la boca.

–Tú no estuviste ahí durante los tres primeros meses. En aquel entonces no era ningún sueño. Vomitaba todos los días.

A Joe le hubiera gustado estar allí, pero Juliette no le había dicho nada hasta que estuvo de doce semanas.

Le colocó la mano sobre su muslo y le acarició suavemente el dorso.

–Muchas veces quise ponerme en contacto contigo después de la noche que pasamos juntos.

Ella frunció suavemente el ceño.

–¿Sí? Nunca me lo habías dicho.

Joe esbozó una sonrisa triste.

–No nos dimos el número de teléfono, pero encontré tus datos en Internet por tus publicaciones. Pensé en enviarte un correo muchas veces sugiriéndote que quedáramos para tomar una copa o algo así.

–¿Por qué no lo hiciste?

–Todavía estabas olvidando a tu ex. No pensaba que estuvieras preparada para seguir adelante con tu vida.

Juliette bajó la mirada, sacó la mano de la suya y agarró las sábanas.

–Creo que superé lo de Harvey en cuanto me dijo que estaba enamorado de Clara. Pero por aquel entonces tú no querías nada duradero, solo una aventura.

Fue más una afirmación que una pregunta. Joe se levantó de la cama y la miró sin confirmarlo ni negarlo.

No había sentido la necesidad de sentar la cabeza con nadie. Prefería vivir en un mundo en el que no hubiera ataduras permanentes. Un mundo seguro. Un mundo en el que no pudiera hacer daño a nadie y donde nadie le hiciera daño a él.

–Intenta dormir un poco, cara. Buenas noches.

Juliette escuchó mientras Joe se daba una ducha en el baño. Intentó que su cabeza no se llenara de imágenes del agua caliente deslizándose sobre su cuerpo, intentó no pensar en las veces que había compartido ducha con él en el pasado. La ardiente pasión, el implacable deseo, los explosivos orgasmos.

Gimió en voz baja y se dio la vuelta para darle la espalda al baño, se llevó las rodillas al pecho y cerró los ojos. Esperó a que Joe se reuniera con ella en la cama, esperó a sentir el familiar peso de su cuerpo en el colchón, tenía los sentidos tan alerta que sabía que le resultaría imposible dormirse. Abrió los ojos y vio la medicación al lado del vaso de agua. Se incorporó, sacó una pastilla del blíster y se la tragó con un sorbo de agua.

Se volvió a tumbar y esperó a que le hiciera efecto y la arrastrara inexorablemente a un sueño sin consciencia…

E-Pack Bianca y Deseo septiembre 2020

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