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Capítulo 4

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LA COPA de bienvenida era en la terraza frente a la piscina infinita que daba a la playa. La zona estaba decorada con farolillos con velitas doradas dentro y el aroma a flores de azahar y madreselva perfumaba el aire. Había una torre de champán en una mesa adornada con lazos y centros de flores en cada esquina. Dos camareros vestidos con camisa blanca, pantalones negros y corbata de lazo esperaban para pasar con las bandejas de deliciosa comida. Un cuarteto de cuerda tocaba en uno de los extremos de la terraza delante de un fondo de buganvillas color escarlata. Había un tablón enmarcado con flores blanca y rosas con un enorme corazón en el centro en el que estaban escritos los nombres de Lucy y Damon con una preciosa caligrafía. Juliette no había visto nunca un escenario tan romántico, y trató de no compararlo con su propia boda.

En la suya desde luego no hubo tablones enmarcados con flores blancas y rosas ni corazones.

Celeste Petrakis, la organizadora de la boda, una mujer delgada de veintipocos años con el pelo corto y negro, llevaba una tableta en la mano y corrió hacia Juliette y Joe en cuanto salieron a la terraza.

–Oh, Dios mío, lo siento mucho, pero creo que me he confundido con vuestras reservas –dijo Celeste–. Solo puse un J. Allegranza en la lista. No sé cómo pude equivocarme. Sé que Damon me dijo que estabais separados, pero supongo que lo olvidé. Estoy tan avergonzada que me quiero morir.

Se llevó una mano a la boca y abrió los castaños ojos de par en par, como si temiera que la alcanzara un rayo vengativo.

–Ups, no quería decir eso. Me he pasado los dos últimos años intentando no morirme. Pero en serio, estoy muy avergonzada en cualquier caso.

Joe estaba al lado de Juliette, pero no la tocó.

–No pasa nada, Celeste. No tenemos ningún problema en compartir la habitación.

Juliette forzó un amago de sonrisa.

–No, en absoluto. Por favor, no te preocupes, Celeste. Has hecho un trabajo increíble organizándolo todo. Nuca había visto un escenario tan bonito para una boda. Creo que va a ser un fin de semana maravilloso para Lucy y Damon.

Celeste se llevó la mano al corazón y se le llenaron los ojos de lágrimas.

–¿Significa eso que…? ¡Oh, qué romántico! Me alegro mucho por vosotros dos. Haremos un brindis especial por vosotros esta noche…

–No –la interrumpió Joe con brusquedad–. No hemos vuelto juntos.

A Celeste se le descompuso el gesto.

–Ah, lo siento… lo había entendido mal. ¿Queréis que lleve una cama supletoria? No creo que queráis compartir…

–Eso sería estupendo, gracias –dijo Juliette tratando de ignorar el calor magnético del cuerpo de Joe tan cerca del suyo.

Si se movía un milímetro, rozaría el brazo contra el suyo. Le resultaba casi imposible contener el deseo de hacerlo.

«Tócalo. Tócalo. Tócalo».

El mantra intentaba seguir el ritmo de su acelerado pulso.

–Veré qué puedo hacer –dijo Celeste mirando primero a uno y luego a otro, como si estuviera intentando entender–. Solo puedo volver a disculparme por este malentendido…

–No te preocupes –dijo Joe moviendo ligeramente el brazo de modo que rozó la piel desnuda de Juliette, provocándole un escalofrío–. No pasa nada.

Juliette se apartó medio paso y le dedicó a la organizadora de la boda una sonrisa tirante.

–No queremos atraer la atención sobre nosotros. Este es el fin de semana especial de Lucy y Damon, no el nuestro.

–Gracias por ser tan comprensivos.

Celeste se despidió de ellos agitando la mano y se marchó a recibir a otros invitados que entraban en la terraza.

Juliette miró a Joe.

–Tengo que hablar con Lucy. Se va a agobiar si piensa que no estoy cómoda con esta situación. No quiero estropearle la boda.

–Entonces finge que estás bien. No es tan difícil.

Juliette clavó la mirada en él.

–Para ti es fácil decirlo, señor, «no muestro emociones».

Joe se encogió de hombros y se giró para mirar a los invitados que estaban saliendo a la terraza.

–Eso no significa que no las tenga –el tono de su voz tenía una vibración que Juliette no le había escuchado nunca antes.

Frunció el ceño y se mordió el interior del carrillo. Joe siempre se mostraba distante y apartado. Era como una isla empinada y rocosa por la que ella daba vueltas continuamente buscando un lugar donde echar el ancla.

Los ojos de Joe se encontraron con los suyos de un modo que hizo que le temblaran los rodillas.

–Este fin de semana podríamos aprovecharlo para darnos la oportunidad de arreglar algunos de nuestros asuntos. No en presencia de otras personas, sino cuando estemos a solas.

«Cuando estemos a solas».

Juliette tenía que hacer todo lo que estuviera en su mano para no quedarse a solas con él. El único momento en el que quería estar a solas con Joe era para entregarle los papeles del divorcio.

–No creo que nuestros asuntos se puedan solucionar en un fin de semana, Joe. Ni en toda una vida.

–Tal vez, pero al menos deberíamos intentarlo. Yo lamento el modo en que manejé nuestra relación.

¿Se lamentaba? Juliette no quería oír hablar de sus supuestos remordimientos. Ya tenía bastante con los suyos propios. Sabía que Joe solo se casaba con ella por obligación, y aun así se había casado con él. Había estado allí para ella con sus condiciones, no con las de Juliette. Había sido un matrimonio visto y no visto que estaba condenado desde el principio.

Estar con él ahora le recordaba lo tonta que había sido.

Había sido una tonta al creer que el bebé los uniría, que ayudaría a Joe a enamorarse de ella. Quería que él la amara. ¿Acaso no era ese el sueño de toda chica? Si Joe la hubiera amado, la habría hecho sentir mejor respecto a cómo se habían conocido. Habría absuelto algo de la culpa que sentía respecto a sus propios sentimientos. Se había dejado llevar por el deseo. Así de sencillo. Seguía sintiendo deseo por él, y debía pararlo.

Tenía que dejar de alimentar ese fuego que ardía dentro de ella.

Juliette le lanzó una mirada glacial.

–No hay nada que puedas decir que me haga desear retomar nuestra relación. Nada. Así que no te hagas ideas locas de que este fin de semana vaya a arreglar por arte de magia lo que no estaba bien desde un principio.

Se acercó un camarero con una bandeja de bebidas, y Juliette agarró una copa de champán. Era muy consciente de que Joe estaba a su lado y su brazo rozaba el suyo mientras él también agarraba una copa.

–¿Me has oído decir que quiero que volvamos a estar juntos? –en su tono había un sarcasmo que hirió su orgullo femenino.–. Eso es lo último que deseo.

Juliette le dio otro sorbo a su copa de champán y luego miró las burbujas que quedaban.

–Me alegra saberlo.

Porque eso era bueno, ¿verdad? Joe no quería nada. Ella no quería nada. Entonces, ¿por qué sentía una opresión en el pecho y como si le faltara el aire de los pulmones?

Juliette parpadeó rápidamente para aclarase la visión, súbitamente nublada. Sentía la garganta cerrada, como si se hubiera atragantado con el tapón de corcho de una botella de champán.

Joe dejó escapar un largo suspiro y se acercó de nuevo a ella, poniéndole la mano en el hombro. La ira había desaparecido de su mirada, reemplazada por un ceño profundamente marcado.

–Te pido disculpas por haber sido tan brusco, pero lo hecho, hecho está y no se puede deshacer.

Juliette hizo un esfuerzo por recuperar la dignidad y se pasó la mano por el vestido, como si estuviera quitándose una mota de polvo imaginaria.

–Creí que estábamos de acuerdo en no tocarnos –dijo con tono áspero y mirada fría.

–Demos la bienvenida al novio y a la novia –la voz alegre de Celeste sonó con fuerza y el cuarteto de cuerda acompañó a Lucy y a Damon cuando entraron en la terraza entre los aplausos de los invitados allí reunidos.

La presión de los otros invitados, que se arremolinaron para ver mejor, hizo que Joe pegara el hombro al de Juliette para dejarles espacio. Juliette empastó una sonrisa en la cara mientras le daba un codazo repentino a Joe en las costillas. Él soltó un gruñido que le resultó más sexy de lo tolerable y una oleada de calor le recorrió la piel. Joe le pasó el brazo por la cintura y la atrajo hacia sí con gesto posesivo. Juliette bajó la mirada a su mano izquierda, que descansaba en su cadera, y vio la alianza de boda. El anillo que la reclamaba a ella como suya. Era consciente de cada punto de contacto, como si su cuerpo estuviera programado para reconocer su tacto. Aunque tuviera los ojos vendados, seguiría sabiendo que era él.

Lucy y Damon se acercaron del brazo con una sonrisa de oreja a oreja. Estaban rodeados por un aura de felicidad y Juliette deseó que le cayera alguna brizna. ¿Por qué ella no pudo encontrar el amor eterno?

–Oh, Dios mío, no puedo creer lo que ven mis ojos –dijo Lucy dándole un abrazo tan fuerte a Juliette que casi le hizo derramar la copa de champán–. ¿Qué está pasando? No me digáis que vosotros dos…

–No –el tono estridente de Joe contribuyó a subrayar la palabra, lo que provocó otro puñetazo gratis en el autoestima de Juliette. Joe dejó caer el brazo de su cintura y añadió–, hubo una confusión con la reserva y estamos intentando ponerle las cosas fáciles a Celeste.

–Ah, bueno, entonces…espero que no sea un problema que tengáis que compartir habitación –dijo Lucy con ojos brillantes.

–Ningún problema –Juliette mantuvo las facciones bajo control, pero no pudo evitar que las mejillas se le sonrojaran.

Damon sonrió y estrechó la mano de Joe.

–Quién sabe cómo puede terminar un fin de semana en Corfú, ¿verdad? Estamos encantados de teneros aquí a los dos para compartir nuestro día especial con nosotros.

–No me lo habría perdido por nada del mundo –dijo Joe con una sonrisa enigmática.

Tras unos instantes, Lucy y Damon fueron a saludar a otros invitados, y Juliette se llevó la copa a los labios y la apuró.

–Ningún problema compartir la habitación contigo… ¿quién iba a imaginar que se me daría tan bien mentir?

Joe tenía una expresión extraña en el rostro.

–Como he dicho, podríamos aprovechar este fin de semana para solucionar lo nuestro y poder seguir adelante.

Juliette alzó las cejas y lo miró con recelo.

–¿Y cómo propones que hagamos eso? ¿Eh? ¿Un beso y tan amigos? Gracias, pero no.

Joe agarró su copa vacía y la dejó en la balaustrada de piedra cercana.

–Sería un comienzo, ¿no te parece? –Joe dirigió la mirada hacia su boca como si estuviera recordando cada beso que se habían dado.

A Juliette le temblaron los labios e hizo un esfuerzo por no humedecérselos con la lengua para no atraer más atención sobre ellos. Lo miró arqueando una ceja.

–Por si lo has olvidado, así es como nos metimos en este lío. Porque tú me besaste.

Él esbozó una media sonrisa irónica.

–Creo recordar que tú hiciste el primer movimiento.

Juliette apretó los dientes con tanta fuerza que temió romperse alguno. ¿Por qué tenía que recordarle lo lanzada que había sido aquella noche? Tan inconsciente y tan distinta a lo habitual en ella. Lo miró fijamente.

–No tenías por qué haberme hecho caso.

–Está claro que sobrevaloras mi fuerza de voluntad, cara.

Juliette alzó la barbilla.

–Más te vale asegurarte de que ahora esté en mejor forma.

Joe levantó una ceja.

–¿Para cuando me ruegues que te lleve a la cama?

Juliette apretó los puños para contener la tentación de darle una bofetada.

–Eso no va a pasar –afirmó con toda la confianza que pudo inyectarle a su tono de voz.

La indolente sonrisa de Joe le provocó un escalofrío en la espina dorsal. Él le agarró un puño y le abrió los dedos, acariciándole con el pulgar en medio de la palma de un modo inconfundiblemente sexual. Joe le mantuvo la mirada.

–No deberías avergonzarte de nuestra química –su tono descendió hasta convertirse casi en un ronroneo.

Juliette apartó la mano de la suya, frotándosela como si le hubiera quemado.

–No estoy avergonzada. Estoy asqueada. Y por el amor de Dios, deja de tocarme.

A Joe no se le borró la sonrisa, pero apareció una línea de tensión en la comisura de sus labios y su mirada se endureció.

–Ten cuidado, cara. Estamos en público, ¿recuerdas? Esconde esas bonitas garras hasta que estemos a solas. Entonces podrás arañarme con ellas la espalda como deseas.

Juliette tuvo que parpadear para apartar de sí las imágenes apasionadas que sus palabras evocaron. Tenía el cuerpo en llamas, consumido por los recuerdos de su experta forma de amar. Había tardado casi dos años en poder alcanzar un orgasmo con su ex, e incluso entonces fue un visto y no visto. Y en cambio había tenido prácticamente un orgasmo en cuanto Joe la besó por primera vez. Él nunca se preocupaba de su placer hasta que ella estuviera satisfecha. Conocía su cuerpo mejor que ella misma. Juliette había explorado cada centímetro del suyo, y al hacerlo había encontrado una vena apasionada y aventurera en su personalidad que no sabía que existía. Estar ahora tan cerca de su cuerpo hacía que lo echara de menos todavía más. Podía sentir el tirón magnético hacia él como si una corriente invisible de energía la llamara a base.

Agarró una copa de champán de la bandeja de un camarero para distraerse. Pensó que sería mejor mantener las manos y la boca ocupadas.

–¿Conoces a los demás miembros de la comitiva nupcial? –preguntó Joe tras un largo instante.

Juliette se cruzó de brazos sin soltar la copa de champán.

–Solo a Lucy. Y a Damon, por supuesto. No conozco a ninguna de las otras cuatro damas de honor porque son amigas que hizo Lucy cuando vino a vivir a Grecia. ¿Y tú?

–Había oído hablar de su prima Celeste, pero hasta hoy no la conocía. Aunque he visto una o dos veces a dos de las damas de honor –Joe le dio un buen sorbo a su copa de champán antes de mirar hacia la terraza.

Sintió una punzada de celos en el vientre.

–¿Ah, sí? –Juliette se aseguró de que su tono sonara solo un poco interesado, cuando en realidad quería conocer fechas, horas, sitios y si se había acostado con alguna de ellas. ¿Qué mujer se le podría resistir?

Ella, desde luego, no había sido capaz.

Joe se giró para mirarla con expresión indescifrable.

–Resulta irónico que Damon y Lucy se conocieran por nosotros, ¿verdad?

–¿Irónico en qué sentido?

Él se encogió de hombros y dirigió la vista al contenido de su copa, girándola para poner las burbujas en movimiento.

–Parecen felices juntos. Que dure o no, eso ya es otra cosa.

–¿Por qué tienes que ser tan cínico? Están enamorados. Todo el mundo puede verlo. Eso era lo que nos faltaba a nosotros. Nos casamos por las razones equivocadas.

Joe no respondió. Se limitó a levantar la copa y apurarla. Joe no podía apartar la mirada de la columna bronceada de su cuello ni de los puntitos de barba incipiente a pesar del reciente afeitado. ¿Cuántas veces había sentido aquel roce contra la piel? En el rostro, en el vientre, entre los muslos…

Juliette contuvo un escalofrío y se giró para mirar a los otros invitados, que se estaban reuniendo para la próxima diversión organizada por Celeste.

¿A qué damas de honor había conocido Joe antes? ¿A la rubia? ¿La de cabello oscuro? ¿La que tenía los senos grandes y unas piernas interminables?

Joe estiró la mano para agarrar su copa vacía.

–¿Te gustaría tomar otra cosa? ¿Zumo de naranja? ¿Agua mineral?

Juliette le tendió la copa con mucho cuidado de no tocarle los dedos.

–¿Estás insinuando que podría beber demasiado y hacer el ridículo?

Joe aspiró con fuerza el aire y apretó los labios antes de soltarlo.

–Mira, sé que la situación de este fin de semana es difícil para ti. Es la primera vez que nos vemos cara a cara desde que te fuiste –Joe tenía las manos en los bolsillos traseros y los anchos hombros inclinados hacia abajo–. Habría preferido encontrarme contigo en Londres, pero no respondiste a ninguno de mis intentos de contactar contigo.

Juliette había ignorado sus mensajes y correos electrónicos durante meses. Incluso había bloqueado su número en el teléfono. Había sido su manera de castigarle por no haber estado allí cuando más lo necesitaba. Pero en cierto modo se había castigado a sí misma, porque se había asilado completamente. Sus amigos y su familia habían intentado apoyarla, pero transcurridos unos meses, todos se cansaron de compadecerla. Ni siquiera Lucy, que estaba con los preparativos de la boda, había estado demasiado disponible para ella, especialmente desde que Juliette no había sido capaz de ilustrar los libros en los que trabajaban juntas desde la muerte de Emilia. Necesitaba desesperadamente estar con alguien que supiera y entendiera lo que estaba pasando: el dolor, la pérdida. Bajó la vista a las baldosas del suelo para no mirar a Joe a los ojos.

–No estaba preparada. Me parecía demasiado… arriesgado.

Joe se acercó más a ella y le rozó suavemente el dorso de la mano con un dedo.

–Eso es completamente comprensible –su voz era como una caricia, y a Juliette le tembló la mano como si hubiera recibido una descarga eléctrica.

Alzó los ojos para mirarlo.

–¿Piensas en ella?

Joe parpadeó como si estuviera sufriendo un dolor interno que tratara de controlar.

–Todo el rato. Por eso he estado donando y recaudando fondos para la fundación sobre la investigación de muerte en el parto durante los últimos meses. Quería hacer algo positivo para ayudar a otras personas en nuestra situación. Si hubieras leído alguno de mis correos electrónicos, lo sabrías. He donado en nombre de los dos.

¿Una fundación para la investigación de la muerte en el parto? A Juliette se le encogió el corazón. ¿Había estado recaudando fondos para aquella causa?

La rabia que llevaba puesta como una armadura se le cayó como si fuera piel muerta, dejándola sin defensas. Defensas que necesitaba para evitar sentir otra vez tanto dolor. No había leído ninguno de sus correos electrónicos durante los últimos quince meses. Los había marcado como spam, sintiéndose tremendamente satisfecha al hacerlo. Saber ahora que estaba haciendo algo por los demás estaba muy bien, pero, ¿y ayudarla a ella en el peor momento de su vida? Juliette había estado sola en la tumba de su hija. Había llorado sola una y otra vez.

–No lo entiendo. Dices que has donado dinero, y conociéndote, seguro que ha sido una gran cantidad. Pero no has visitado su tumba ni una sola vez desde el funeral.

Joe apretó los labios.

–Las tumbas no son lo mío. Prefiero rendir homenaje de otra manera.

Cada semana, cuando Juliette visitaba la tumba de su hija, esperaba que Joe hubiera dejado flores, alguna tarjeta o un juguete. Pero nunca había nada. No podía entenderlo y no podía perdonarlo, a pesar de su generosidad hacia otros. Joe viajaba a Londres por trabajo con frecuencia, ¿qué le hubiera costado pasarse por el cementerio y llevar unas flores o un peluche? ¿O no quería que nada le recordara a su bebé ni a su matrimonio roto?

–¿Querías evitar encontrarte conmigo?

No pudo contener el tono acusatorio de su voz. Joe la miró con expresión indescifrable. Parecía que tuviera las facciones esculpidas en piedra.

–¿Con qué frecuencias vas?

–Todas las semanas.

–¿Te ayuda en el proceso de duelo?

Juliette exhaló un suspiro de frustración.

–Nada ayuda a eso. Pero al menos no siento que la estoy ignorando.

–¿Es eso lo que crees que hago yo?

Juliette alzó la barbilla en expresión combativa.

–¿Me equivoco?

Joe volvió a aspirar con fuerza el aire y giró la cabeza para observar la vista. Tenía una postura rígida y tensa, como si se mantuviera recto gracias a unos cables de acero invisibles.

–No hay una manera correcta de vivir el duelo, Juliette. Lo que me sirve a mí, puede no funcionar para otra persona –hablaba con los dientes apretados. Volvió a meterse las manos en los bolsillos traseros.

–¿Y tu proceso de duelo funciona?

Joe se giró y la miró con expresión adusta.

–¿A ti qué te parece?

Juliette ladeó la boca y apartó la mirada. El problema estaba en que no sabía qué pensar. Joe nunca se había comportado como ella esperaba. No había expresado con palabras lo que ella quería escuchar ni había hecho lo que le hubiera gustado que hiciera. Su relación había estado basada en el sentido del deber de Joe hacia ella y el bebé, así que cuando perdieron a su hija no había motivos para que estuvieran juntos. Él no le había dado un buen motivo para continuar con su relación. No había expresado ningún sentimiento hacia ella. Aunque tampoco había sucedido a la inversa. Juliette había sido incapaz de expresar nada más aparte de un profundo dolor, que con el tiempo se había convertido en rabia.

Juliette recuperó la compostura y se volvió hacia él.

–Creo que en el fondo te alivia que ya no tengamos ninguna razón para estar juntos.

Joe apretó las mandíbulas de manera casi imperceptible.

–Dejemos esa conversación para más adelante. Estamos en la boda de nuestros amigos, ¿recuerdas?

Y sin decir una palabra más, se dio la vuelta y la dejó con la única compañía de la brisa del mar.

E-Pack Bianca y Deseo septiembre 2020

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