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Capítulo 3

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JOE SE pasó una mano por el pelo cuando Juliette se metió en el cuarto de baño. Nada de tocarse. Nada de besos. Sí, claro que podría atenerse a esas normas. Pero no había sido consciente de que sería tan difícil. Ya había sido bastante duro intentar borrar el recuerdo de su contacto cuando vivía a miles de kilómetros de distancia. Pero compartir una suite con ella ese fin de semana iba a poner a prueba su determinación de maneras en las que no estaba preparado.

No esperaba que la química siguiera allí. No esperaba que aquella punzada de deseo lo agarrara de un modo tan brutal. No esperaba sentir nada aparte de la culpabilidad por cómo habían sucedido las cosas entre ellos. La culpa seguía allí, extendiendo sus crueles tentáculos por su intestino como una enredadera venenosa y estranguladora. Tentáculos que le subían hasta el pecho y le rodeaban el corazón, apretándolo como un puño maligno.

Lo cierto era que casi había sentido alivio al ver que Juliette no respondía a sus mensajes y correos. Eso significaba que no tenía que enfrentarse al descarrilamiento que había provocado. Cuanto más avanzaba su embarazo, más tiempo pasaba Joe fuera de casa por trabajo. Un trabajo que sus empleados podrían haber hecho perfectamente en su nombre. Pero no, él había querido, había necesitado lanzarse a la distracción del trabajo porque ver cómo su hijo crecía en el vientre de Juliette le había aterrorizado en secreto. ¿Y si moría dando a luz? ¿Y si, como le había sucedido a su madre, sufría una complicación y nadie podía salvarla?

¿Había causado Joe la pérdida de su hija al no estar allí? ¿Había provocado su ausencia en Juliette un estrés innecesario? Mirar hacia atrás estaba muy bien, pero en su momento pensó que estaba haciendo lo correcto. No tenían una relación de amor. Se habían casado por el bien del bebé, y a Juliette le parecía bien el acuerdo. Ofrecer estabilidad y seguridad había sido el objetivo de Joe.

Y su objetivo desde la separación había sido canalizar sus esfuerzos en recaudar fondos para la investigación de la muerte al nacer. Aquella había sido su manera de lidiar con su propio dolor. Le parecía mucho más productivo que convertirse en un guiñapo como había hecho su padre. Joe quería el dinero recaudado para ayudar a otras personas, para evitar que otros sufrieran la devastación de perder a un hijo al nacer. La investigación era cara y los servicios de acompañamiento y consejo apenas contaban con fondos. Pero eso estaba cambiando como resultado de sus esfuerzos. Sus propias donaciones regulares y los programas de recaudación de fondos que había organizado ayudarían con suerte a reducir las muertes en el parto en todo el planeta.

Joe se puso ropa limpia y desempacó el resto de su bolsa de viaje. Colgó las prendas en el armario al lado de las de Juliette. Tocó la manga de seda de una de sus camisas y levantó la nariz para oler su perfume. Meses después de que ella se hubiera marchado, no podía entrar en el dormitorio que habían compartido. Hizo que la asistenta se llevara sus cosas a otra habitación. Una habitación sin recuerdos.

Joe cerró la puerta del armario y deseó poder encerrar su deseo con la misma facilidad. Deseaba besarla. De eso no le cabía duda. Todavía le quemaban los labios con la necesidad de sentir la suave presión de los suyos. Joe sabía que no era bueno para Juliette. Era un veneno para las relaciones. Al parecer no podía evitar destruir a aquellos que le importaban. Pero volver a verla le había hecho darse cuenta de que entre ellos las cosas no habían terminado del todo. ¿Era esa la razón por la que no se había esforzado más para solucionar el problema de la reserva? Sí, no quería crearle problemas a la prima de Damon, Celeste, pero podría haber encontrado la manera de resolver la situación aunque hubiera tenido que alojarse en el otro extremo de la isla. Y lo cierto era que podía haber rechazado la invitación para ser el padrino de Damon desde el principio, y nadie lo habría culpado.

Pero no lo había hecho, porque, sinceramente, ya fuera consciente o inconsciente, quería estar allí el fin de semana en Corfú con Juliette. En un terreno neutral. En un sitio donde no hubiera recuerdos del dolor del pasado. A Joe le venía bien estar cerca de ella, tranquilizarse diciendo que no la había destruido completamente como había destruido su relación.

Una relación que podría haber tenido un futuro si su bebé hubiera vivido.

Sintió una punzada de dolor en el pecho al pensar en aquel cuerpecito sin vida. ¿Tenía algún tipo de maldición relacionada con el nacimiento? Su propio nacimiento había provocado la muerte de su madre. Su cumpleaños, el día que más temía del calendario, era el aniversario de la muerte de su madre. El mismo día que había conocido a Juliette en aquel bar de Londres que había cambiado la vida de ambos para siempre.

Se abrió la puerta del baño y salió Juliette con el pelo recogido en un moño en lo alto de la cabeza.

–El baño es todo tuyo –dijo esquivándole la mirada.

Joe deslizó la vista por el vestido rosa que le llegaba a media pierna, con un cinturón de cuero a juego con la sandalias de tacón. Nunca había conocido a nadie que tuviera un aspecto tan elegante sin esfuerzo. Aunque llevara un chándal y sudadera, siempre lo dejaba sin aliento. Y cuando estaba desnuda se olvidaba completamente de respirar.

–Estás impresionante.

Las mejillas de Juliette se sonrojaron.

–Gracias –apartó la mirada de la suya y pasó por delante de él hacia el vestidor–. Voy a por mi bolso de noche.

Joe tuvo que apretar las manos para no tocarla. La suite no era lo bastante grande para mantener una distancia de seguridad. Para eso tendría que tener el tamaño de un principado. La suite era abierta, con una cama enorme que dominaba la zona del dormitorio. No había puerta entre esa zona y la de estar. Entre la cama y el sofá no había más de un metro o dos.

Juliette abrió el armario y agarró un bolso de uno de los compartimentos. Joe vio cómo dirigía la mirada a su ropa, que estaba colgada al lado de la de ella. Vio cómo se mordía el labio inferior y fruncía ligeramente el ceño.

–¿Esto va contra las normas? –preguntó reclinándose contra la pared que tenía al lado–. ¿Que nuestras ropas se toquen?

Ella se puso tensa y cerró la puerta del armario con un poco más de fuerza de la necesaria. Tenía las mejillas de un rojo fuerte, y sus ojos azul verdoso le recordaban a un mar tormentoso.

–No necesitaríamos normas si dejaras de mirarme así.

–¿Cómo te estoy mirando?

Juliette apretó los labios y alzó la barbilla con arrogancia.

–Como si quisieras tocarme.

–Quiero tocarte, pero las reglas son las reglas.

Joe tenía tantas ganas de tocarla que tuvo que hacer un gran esfuerzo por mantener el control.

Ella tragó saliva y el sonrojo se intensificó. Dejó caer el bolso sobre la cama y se ajustó el cinturón al vestido.

–No tendría que haberme acostado contigo aquella noche. Hacer algo así no tiene nada que ver conmigo.

–Lo sé –dijo Joe apartándose de la pared para acercarse a ella–. Por eso esa noche fue tan memorable.

Juliette frunció el ceño.

–¿Estás diciendo… que te pareció especial?

Joe esbozó una sonrisa ladeada y, sin poder evitarlo, le deslizó un dedo indolente por la curva de la mejilla.

–Nunca había conocido a nadie como tú con anterioridad.

–¿Porque no estaba completamente loca por ti como la mayoría de las mujeres? –los ojos le brillaban con cinismo.

Joe deslizó el dedo por su boca sensual, consciente de que estaba rompiendo las normas, pero no era capaz de resistirse a la tentación.

–No estabas interesada en mi dinero ni en mi posición. Solo querías distraerte porque habías tenido un mal día, igual que yo.

Juliette se pasó la lengua por los labios y tragó saliva de nuevo de forma audible.

–Vamos a llegar tarde a la copa.

En aquel momento, a Joe no le importaba si no llegaban siquiera a la boda de sus amigos. Estar con Juliette, aspirar su aroma, sentir la suavidad de sus labios bajo las yemas de los dedos, hacía que la sangre se le alborotara de deseo. Comenzó a sentir un tirón en la entrepierna, un deseo primario que había bloqueado, ignorado. Deslizó la mano por su nuca y clavó la mirada en la suya.

–¿Por qué no me dices que deje de tocarte?

Ella se estremeció de pronto y llevó la mirada a su boca.

–No… no sé –su voz era un susurro.

Joe le levantó la barbilla con un dedo y clavó los ojos en los suyos.

–Yo te diré por qué, cara. Porque en el fondo quieres que te toque. ¿Crees que un puñado de estúpidas reglas va a acabar con la explosión química que todavía compartimos?

Desde luego la suya no. Ni por asomo. Podía sentir la energía química que había entre ellos como una corriente eléctrica. Podía verlo reflejado en sus ojos, en cómo le dirigía la mirada a los labios, cómo deslizaba la lengua por ellos. Pero entonces su mirada se volvió a endurecer y Juliette le puso la mano en la muñeca para apartársela de su cara, lanzándole de paso una mirada perforadora.

–No hay ninguna química. No siento nada con relación a ti. Absolutamente nada.

Joe le agarró la mano y la estrechó contra su cuerpo.

–¿Quieres poner eso a prueba? Un beso. Y veamos qué pasa.

–No digas tonterías.

Tenía un tono de desprecio, pero contenía trazos de algo más, algo que sonaba a desafío.

Joe aspiró aquel aroma que tan familiar le resultaba, acercó la boca a la suya todo lo que pudo sin tocarle realmente los labios.

–Solo un beso.

–¿Crees que no sería capaz de contenerme, como la noche en que nos conocimos? Pues claro que lo soy.

–Demuéstralo.

Juliette dirigió la mirada a su boca.

–No tengo que demostrarte nada a ti.

–Pues entonces demuéstratelo a ti misma.

Juliette vaciló un instante, pero luego su mirada se congeló con decisión.

–De acuerdo. Te demostraré lo inmune que soy a ti –se puso de puntillas y le dio un beso casto en los labios–. ¿Lo ves? –volvió a poner las plantas en el suelo–. ¿Lo ves? Nada de fuegos artificiales.

Joe se rio entre dientes y la soltó.

–Mejor así. No creo que nadie vaya a creer que nos hemos reconciliado, y menos Damon y Lucy.

Juliette frunció el ceño.

–¿No vas a…? –cerró la boca y se giró para agarrar el bolso de la cama–. ¿Y qué vamos a decirles?

Le estaba dando la espalda mientras lidiaba con el cierre del bolso, pero Joe se fijó en la tensión de su espalda, como si se estuviera preparando para la respuesta que él iba a darle.

–Vamos a decirles la verdad.

Juliette se giró para mirarlo con expresión recelosa.

–¿La verdad?

–Que somos adultos maduros en proceso de una separación amigable. Compartir habitación durante un par de noches no será un problema para nosotros.

Ella alzó las cejas.

–¿Amigable? ¿Sin problemas? Es curioso, yo no lo veo así.

–Piensa en ello, Juliette –dijo Joe–. Si fingimos que hemos vuelto, entonces tendrías que permitir que te tocara. En caso contrario nadie se lo va a creer. Tendría que agarrarte la mano, pasarte el brazo por la cintura, besarte. Tendrías que mentir a tu mejor amiga. ¿Eso es lo que quieres?

Ella levantó la barbilla y sus ojos azul verdoso temblaron de rabia.

–Lo que quiero es que acabe este fin de semana. Eso es lo que quiero.

–Ya. Eso es lo que quiero yo también.

Así tal vez podría seguir adelante con su vida.

E-Pack Bianca y Deseo septiembre 2020

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