Читать книгу E-Pack Bianca y deseo agosto 2020 - Varias Autoras - Страница 12
Capítulo 7
ОглавлениеQUÉ SE ponía? ¿Qué se ponía?
Samia recorría el vestidor y se sentía como un galgo atrapado en una trampa. Había demasiadas posibilidades para una cena formal con Luca, y la mayoría le harían sentirse ridícula. Descartó automáticamente los vestidos que tenían poca tela. No le apetecía nada sentarse a su lado semidesnuda. Se sentiría como una tonta.
Eligió un vestido verde esmeralda y lo sacó de la percha. El color era fuerte y la prenda enseñaba más de lo que ella estaba acostumbrada, pero si iba a hacer aquello, lo haría bien. No quería que Luca creyera que era demasiado tímida. Si quería pagarse el pasaje trabajando, tenía que tomarla en serio.
Acarició la tela, fina como una telaraña, sorprendida de que alguien pudiera permitirse ese tipo de ropa. Las cuentas que adornaban el vestido llevaban mucho trabajo. Había montones de cristales minúsculos y todos parecían cosidos a mano. Ella nunca había querido gastar dinero de su esposo y había preferido mantenerse independiente. Hasta que él la había despedido con la promesa de que nunca volvería a trabajar.
«Eso ya lo veremos», pensó. Todavía no estaba destruida. Luca le había dado la oportunidad de ver un mundo nuevo y haría todo lo que estuviera en su mano por aprovecharla.
Cuando terminó de vestirse, se miró al espejo y tuvo que admitir que le sorprendió lo que vio. Solo quedaba saber la opinión de Luca.
Cerró la puerta tras de sí y echó a andar con la barbilla bien alta.
¡Qué vestido! ¡Qué noche! ¡Qué hombre!
¡Qué gran oportunidad!
Luca salió de una ducha fría, que había hecho poco por calmar su libido, se afeitó, secó y se puso unos vaqueros y la primera camiseta que encontró en el cajón. Se moría de ganas de ver el contenido de la caja roja, pero con una vida entera de cajas rojas por delante, había algo que tenía que hacer antes. Después de eso, volvería a vestirse para la cena.
Salió de su suite y se dirigió al puente a dar instrucciones. Antes de ir a Madlena, harían una parada en Portofino, una pequeña ciudad de Italia, donde hablaría con sus abogados para que prepararan bien el acuerdo prematrimonial que Samia tendría que firmar. Era un planificador y le gustaba saber que no dejaba cabos sueltos. Además, así tendrían ocasión de conocerse un poco mejor, algo esencial antes de que la llevara a Madlena.
Después de dar las coordenadas nuevas a la tripulación, entró en el estudio, donde estaba la caja roja en su mesa. La abrió con una llave que sacó del bolsillo, hurgó entre los documentos y sacó la carpeta de Samia. Cuando la abría, sonó el teléfono. Habló con un oficial del palacio, que quería confirmar algunos detalles relativos a su próxima boda… con una mujer a la que todavía no se lo había propuesto.
–¿Tiene novia, majestad? –le preguntó el hombre–. Todavía no nos ha dado su nombre.
–La discreción es siempre la mejor opción –repuso Luca–. No quiero que la acose la prensa. Pero no se preocupe, la novia existe.
Cuando terminó la llamada, miró la carpeta de Samia y decidió que la leería más tarde. Era mejor empezar a conocerla sin ideas preconcebidas. Esa noche en la cena harían eso y horas después llegarían a Portofino, donde ella podría relajarse y reflexionar sobre su velada juntos. Para entonces, él podría añadir lo que le contara ella a lo que había descubierto en su carpeta. No anticipaba sorpresas.
Pero más tarde, ya en su vestidor, cambió de idea y decidió que, si seguía con los vaqueros y se ponía una camisa abierta en el cuello, tendría tiempo de leer la carpeta en cuestión. Y quizá lo haría.
Samia se sentía de maravilla, muy segura de sí misma con aquel exquisito vestido. Eso era ya raro de por sí, pues era la primera vez que llevaba una prenda tan provocativa. De seda y gasa verde esmeralda, adornada con cristales y con una enagua de color crudo que daba la impresión de que no llevara nada debajo.
Luca la miró y ella sintió un calor repentino. Las mejillas le ardían bajo el escrutinio de él, pero estaba decidida a no vacilar.
–Buenas noches –dijo, aliviada de no tener que lidiar también con tacones altos además de con el vestido ceñido.
–Muy buenas noches –repuso él, aunque a ella le pareció que su tono era frío.
–Tengo la sensación de haber atravesado una nube de polvo de hadas –comentó ella, sonriente.
Miró a su alrededor. La mesa, instalada en la cubierta, estaba vestida de plata y cristal, que brillaban invitadores a la luz de las velas. Si Luca estaba de mal humor, le tocaba a ella cambiárselo. Y el mejor modo de lograrlo era mostrarse positiva y animosa.
–¡Qué noche tan hermosa! –exclamó–. Un cielo de terciopelo cuajado de estrellas y yo estoy a bordo de un fabuloso yate negro cortando el océano.
–¿Como haría un cuchillo de acero con la mantequilla? –gruñó él.
–Exactamente –ella se negaba a rendirse–. El crujido de las velas y el chasquido de las cuerdas es la única música que necesitamos para que esta noche sea perfecta.
–¿Tú crees?
Samia tragó saliva.
–¿Puedo sentarme? –preguntó.
Él hizo un gesto con la mano.
–Como quieras.
Pero se levantó educadamente y le sostuvo la silla antes de volver a sentarse. Samia notó entonces que estaban solos. ¿Tenían que servirse ellos mismos? A ella le parecía bien.
Siguió un rato de silencio, que le sirvió para pensar por qué llevaría Luca unos vaqueros y sandalias después de haberle dicho que se pusiera elegante. Además, ¿por qué no decía nada?
Picoteó distraída un panecillo recién hecho. No le resultaba fácil mantener el optimismo. ¿Por qué Luca no le había dicho que había cambiado de idea y no quería cenar con ella en vez de mostrarse distante y maleducado? Lo único bueno era el banquete de comida deliciosa preparado en una mesa al lado.
«Esperemos que cambie pronto de humor», pensó. Alzó la barbilla, decidida a que su primera noche a bordo del Black Diamond fuera una buena experiencia a pesar de todo.
¿Por qué tenía que estar tan guapa? Era como echarle sal a la herida. Luca no confiaba todavía en la reacción que pudiera tener a lo que había leído en la carpeta sobre ella.
Había llevado a Samia a bordo con la mejor de las intenciones, para convertirla en princesa, ofrecerle regalos y un estilo de vida con el que solo podía soñar. Ella se había mostrado amable con todo el mundo y había causado buena impresión. Y Luca sentía que los había traicionado a su tripulación y a él. El entusiasmo de ella había sido fingido.
La información que le habían enviado detallaba todos los hitos de la vida de Samia Smith, una periodista de investigación recién divorciada. No era de extrañar que su equipo no le hubiera dado la noticia en un mensaje de texto. Peor aún, su exesposo la había tratado con crueldad y utilizado la columna de ella para sus propios fines, pero Luca tenía que preguntarse si un leopardo podía cambiar sus manchas.
¿Una periodista de investigación?
Después de la muerte de su hermano, había intentado no sentir nada. En su corazón solo había espacio para el dolor y la culpa. La llegada de Samia lo había relajado y su humor alocado le había sentado bien. Ese humor había perdido su encanto después de haber descubierto por qué actuaba así. Al colarse en su yate, había mentido por omisión. Luca entendía que necesitaba huir de un ex vengativo y la habría ayudado de todos modos si ella le hubiera contado la situación. Pero ¿por qué no le había dicho que era periodista? Solo podía haber una razón: quería sacar provecho. Había intentado aprovechar la oportunidad como todas las demás mujeres. Tal vez no fuera una cortesana profesional, pero era una oportunista que creía que podía sacarle algo. Pero si imaginaba que se iba a salir con la suya, estaba muy equivocada.
–¿Luca? Estoy fatal, ¿verdad? –preguntó ella, con una sonrisa de disculpa. Pasó las manos por la tela de su vestido ceñido–. Adelante. Dilo –puso cara cómica–. Este no es mi estilo, ¿verdad?
¿Samia creía que su problema con ella era por su aspecto? Estaba espectacular. O era la mejor actriz del mundo, o tenía problemas graves, y, en ese caso, él debía protegerla. La segunda parte del informe detallaba los malos tratos sufridos a manos de su esposo, lo cual había enfurecido a Luca. Pero ella lo había engañado y eso no podía perdonarlo, aunque le costara mucho reconciliar la imagen de aquella mujer ingenua con un vestido de fiesta con la de una persona que mentía y engañaba para conseguir una exclusiva.
«¿No hablan los hechos por sí mismos? ¿Por qué crees que te abordó en el bar?», pensó.
–No estoy de acuerdo –dijo, cortante–. Estás muy hermosa.
–¿De verdad? –ella se sonrojó–. No me mientas.
–El vestido es tan hermoso como tú –insistió él, aunque su tono era todavía tenso.
–El vestido es escandaloso –replicó ella, riendo–. Y no sé si podré volver a quitármelo.
–Por favor –musitó él–. Hablaremos luego.
Y hablarían.
Largo y tendido.
Samia se sonrojó cuando salió un camarero de las sombras para servirles.
–El champán está abierto –Luca señaló la botella a la que otro camarero acababa de quitarle el corcho sin apenas ruido–. ¿Quieres una copa?
–Creo que no debería –confesó ella con una risita–. Ya me cuesta bastante caminar con este vestido tan ceñido para encima añadir alcohol.
–Una copa no te hará daño –repuso él, cortante.
«Y quizá me suelte la lengua lo bastante para decirle la verdad», pensó ella. Que empezaba a estar harta de su mal humor y que, si no la quería allí, solo tenía que decirlo.
–Gracias. Os llamaré si necesito algo más –dijo Luca a los camareros–. Esta noche nos serviremos nosotros mismos.
Samia decidió que podía ser una buena distracción entregarle el informe que había elaborado.
–¿Qué es esto? –preguntó él con impaciencia.
–Sobre la decoración del yate –le recordó ella–. No soy una experta, pero tengo una opinión. Está escrito a mano, espero que no te importe. Mi letra no es fabulosa, pero se puede leer.
–Tú no tienes ni idea, ¿verdad? –preguntó él.
–¿De decoración de interiores? Sinceramente, no. Pero tengo una opinión y he pensado que querrías conocerla. De todos modos, aquí está –dijo, empujando la libreta en dirección a él.
Luca la apartó.
–No tengo tiempo para esto. Tengo en mente algo más importante.
–¿Y puedo ayudarte con eso?
–Sí, creo que sí.
–Sé que preferirías estar navegando que sentado aquí con…
–¿Una periodista de investigación? –terminó él.