Читать книгу Las trincheras de los cuidados comunitarios - Varias Autoras - Страница 9
ОглавлениеPrólogo
Quiero empezar este prólogo comentando el título de este libro y lo que evoca. Las trincheras de los cuidados comunitarios. Una etnografía sobre mujeres mayores en Santiago de Chile. Las autoras han elegido una metáfora bélica para dar título al libro, y una especificación descriptiva para el subtítulo. La trinchera, en terminología militar, es la zanja defensiva que permite estar a cubierto y al mismo tiempo atacar al enemigo. ¿Por qué el cuidado comunitario aparece como una trinchera? ¿De qué se han de defender estas mujeres mayores santiaguinas de las que habla el libro? ¿Y quién es el enemigo? Son preguntas retóricas, para empezar a pensar, que requieren sin embargo del complemento que ofrece el subtítulo. Se trata de mujeres mayores que, en el contexto de una ciudad tan grande y compleja como es Santiago de Chile, seguramente no se trata de un colectivo homogéneo. Se añade, además, la palabra “etnografía”, que informa sobre el método del estudio. Pero vayamos por partes.
El cuidado comunitario es una buena defensa que tienen las mujeres mayores para resistir los embates de lo que ha significado una vida dedicada al cuidado de los demás: de sus hijos e hijas, de su marido, de sus nietos y nietas, de sus familiares. Esta atención hacia otras personas estructura la vida de las mujeres, condiciona sus tiempos de vida, sus actividades, su participación en la sociedad. Los clubes proporcionan un espacio y un tiempo que las mujeres pueden dedicar a ellas mismas. Comparten actividades, vivencias, deseos y frustraciones; por unas horas abandonan su cotidianeidad dedicada a los demás, para ser ellas las protagonistas. Pueden dedicarse al tejido, al bordado, a la pintura o a la cerámica, pero también a la escucha, al relato de sus inquietudes, a dar consejos y a recibirlos desde la lógica de la complicidad, de no dar muchas explicaciones, de discutirse y debatir, de bromear, de practicar la inteligencia emocional.
Esta es la trinchera de resistencia, pero también de agencia que permite seguir en la lucha cotidiana. Una lucha en que el enemigo es poderoso, persistente y no siempre visible. Es esta estructura social que oprime especialmente a las mujeres, dando poco valor a sus actividades y trabajos, que además no son considerados como trabajo, ya que no se pagan y hay que hacer nomás, simplemente por el hecho de ser mujer. A veces esta estructura de opresión se encarna en hechos concretos: en los salarios bajos, un marido autoritario y ausente, en la tensión entre la necesidad de obtener ingresos y la necesidad de cuidar a los hijos o a la madre enferma. Se encarna también en el problema de las pensiones, insuficientes para vivir, en el precio del transporte, o en las dificultades de acceso a la sanidad. Lo que hacen las mujeres mayores en los clubes es cuidado, porque cuidan unas de otras a través de la lógica de compartir y de los afectos, y es comunitario porque emerge de los lazos sociales creados entre ellas a través de los clubes.
El libro nos muestra los entresijos de este cuidado comunitario, cómo se despliega, la materialidad y emocionalidad que se imbrican en él. ¿Qué interés tiene analizar el cuidado comunitario, y qué interés tiene que sus protagonistas sean mujeres mayores y que lo sean de distintas comunas de Santiago de Chile? El libro aporta conocimiento sobre todas estas dimensiones. Y el interés es doble, académico y político: académico porque analiza temas relevantes, como son el cuidado, lo comunitario y las mujeres mayores, y político porque revela el significado e importancia del cuidado comunitario y porque da visibilidad a las mujeres mayores mostrando su diversidad, sus iniciativas y estrategias en sus vidas. Además, se trata de una aportación a las ciencias sociales desde Latinoamérica.
Analizar el cuidado es relevante, aunque su interés académico y político es reciente. Como ámbito de estudio entra de la mano en la década de los setenta del feminismo académico desde distintas disciplinas: sociología, antropología, economía, politología, trabajo social, historia, psicología social, filosofía. El germen se encuentra en los debates que tuvieron lugar en los años setenta sobre el trabajo doméstico y su papel en la reproducción del capitalismo: se diferencia entonces el concepto de trabajo del de empleo y se desvela que el trabajo doméstico resulta esencial para la reproducción social. Es a partir de los años ochenta cuando el cuidado se diferencia del trabajo doméstico, subrayando sus relaciones afectivas y morales, así como los vínculos y la interdependencia. Fue relevante también mostrar el valor económico del trabajo que se realiza en los hogares y el impacto de la producción doméstica sobre las economías nacionales, así como la información derivada de las encuestas sobre los usos del tiempo. Posteriormente, la literatura académica ha sido especialmente abundante y prolija en este tema.
El cuidado importa. Asistir y mantener la vida es a lo que llamamos cuidado. En el día a día; en la salud y en la enfermedad; en la niñez, en la edad adulta, al envejecer. Sin cuidado no hay vida, sin relaciones sociales que la sustenten, tampoco. Y sin cuidado ni relaciones sociales no hay sociedad, sencillamente. Las actividades de cuidado son fragmentadas y diversas y se ejercen con mayor o menor intensidad según el ciclo vital de las personas o de coyunturas críticas. Nos autocuidamos cada uno de nosotros en el día a día, pero son las mujeres las que asumen la mayor parte de estas tareas, tanto si se trata de cuidar a personas que no pueden valerse por sí mismas como a personas que sí pueden hacerlo; tanto si se cuida en la familia como se si hace de forma remunerada. Y como el cuidado es vital, no se puede elegir no cuidar. Y esto es lo que genera la brecha de los cuidados, que estructura las trayectorias vitales de las mujeres y las sitúa en desventaja respecto a los hombres.
Una parte esencial del cuidado sirve para resolver los riesgos de adversidad y las situaciones de dependencia. Y es esta parte la que ha entrado en la agenda política. El cuidado entra en la agenda política cuando desborda el marco familiar, las mujeres no pueden ocuparse como lo hacían antes y el envejecimiento de la población incrementa las necesidades de cuidados. El derecho a ser cuidado forma parte actualmente de debates sociales y políticos en distintos países y en organismos internacionales. El cuidado ha pasado a ser pues una cuestión social y política.
Estudiar el cuidado comunitario tiene un interés especial. Sabemos que el cuidado es provisto en una variedad de formas institucionales: familia, Estado, mercado y comunidad. El contexto comunitario es una especie de magma en el que se pueden incluir muchas iniciativas y actividades. Es el aspecto que requiere en estos momentos mayor reflexión académica, justamente por su complejidad y también por su importancia política. En un momento en que las políticas sociales acusan retrocesos en prácticamente todo el mundo debido a la expansión de la lógica neoliberal individualizadora, es importante rescatar las experiencias comunitarias, que han sido especialmente relevantes en Latinoamérica. Efectivamente, el marco comunitario ofrece elementos de autoorganización y protagonismo de la sociedad civil frente a las obligaciones familiares, hoy tan transformadas, frente a cierto paternalismo del Estado cuando ofrece los servicios públicos y frente a la inequidad asociada a los servicios de mercado. Redescubrir lo comunitario es una necesidad. Combinar la dinámica que emerge de la sociedad civil con la responsabilidad redistributiva del Estado conduce hacia lógicas más democráticas basadas en la justicia social y en la justicia de género. En ese sentido el libro aporta conocimiento sobre dinámicas comunitarias, los clubes de mujeres mayores, y lo hace desde una forma original de análisis que se sitúa como un elemento de referencia en los estudios sobre cuidado y contribuye a la literatura latinoamericana sobre estos temas.
Centrarse en las mujeres mayores es otro acierto y otra aportación. Envejecer no es lo mismo para las mujeres que para los hombres, ya que los cursos vitales están condicionados por los patrones de género y el desempeño de roles generizados a lo largo de la vida establecen desigualdades que llegan hasta la vejez (desigualdades acumuladas, en términos de las autoras). En general, las mujeres tienen una situación más desventajosa que los hombres al envejecer debido a que son más vulnerables a la pobreza. Las generaciones de mujeres mayores actuales han dedicado buena parte de sus vidas a las responsabilidades familiares, lo cual repercute en tener bajas pensiones; muchas de ellas tienen un escaso nivel educacional, lo que condiciona el acceso a los bienes culturales, de ocio y participación; alcanzan edades muy avanzadas que pueden implicar severas limitaciones en la calidad de vida y, finalmente, sus aportaciones a la familia y a la sociedad están muy invisibilizadas. Paradójicamente, hay una realidad muy llamativa, y es que las mujeres mayores siguen aportando atención y cuidados familiares, tanto en su propio hogar como en el de sus hijos e hijas, contribuyendo al cuidado de sus nietos y proporcionando apoyo en la vida cotidiana. Esta labor de provisión de cuidados contribuye muy activamente al desarrollo de sus familias y al bienestar de la sociedad. Todas estas situaciones quedan muy bien reflejadas en el libro.
Otro factor de diversidad en la vejez es el que deriva de las diferencias sociales. No se llega igual a la vejez si se procede del grupo social rico o del pobre y sus matices. La mayor longevidad actual constituye una democratización de la supervivencia. Sin embargo, persisten las desigualdades en salud, que están estrechamente relacionadas con las diferencias sociales, de manera que las personas con menos recursos envejecen en peores condiciones de salud. Hay pues una injusticia social que se traduce también en la vejez. Múltiples son los factores que inciden en las desventajas de las personas con menos recursos: la precariedad de las condiciones de vida y de trabajo desde la niñez a la vejez, menores niveles de educación y de renta, menor posibilidad de acceso a los recursos, estilos de vida poco saludables (en relación con la dieta, la actividad física, la alimentación en general). Las mujeres mayores pobres sufren especialmente las injusticias en la vejez. Más pobres que los hombres y más dependientes de la solidaridad familiar que ellas mismas han construido, experimentan las posibles tensiones y conflictos de lealtad en forma de culpa, inseguridad y miedo. Miedo a no poder valerse por sí mismas, a la soledad, a convertirse en una carga para los hijos e hijas. La existencia de vínculos familiares y comunitarios sólidos actúa como una red protectora ante las situaciones de adversidad que padecen las personas ancianas y tienen especial relevancia en los países con políticas sociales más débiles.
Esta intersección entre edad, género y clase está magistralmente recogida en el libro. Ha sido también un acierto metodológico escoger clubes en tres comunas de áreas muy diferenciadas socialmente: Independencia, Santiago Centro y Providencia, donde se expresan estas formas distintas de envejecer. La metáfora de la trinchera se aplica de forma muy clara a la dinámica del club de Independencia, donde la comunidad actúa como una forma de protección de las mujeres y ayuda a seguir adelante a pesar de sus problemas y dificultades. Ayudas materiales y emocionales que permiten compensar, aunque sea en parte, los múltiples “descuidos” que sufren estas mujeres. En el caso de Santiago Centro se destaca la poética de la vejez, la capacidad para aportar vida y calor al inhóspito y rígido espacio del edificio en que se alberga el club y en el que predomina el cemento, que tanto contrasta con el local que tenían antes. Conseguir romper las normas estrictas del orden establecido por los funcionarios municipales constituye una suma de pequeñas victorias que dotan de sentido y significado a los espacios y actividades compartidas. En el caso de Providencia se destaca en el texto la negociación de las distinciones. Se trata de mujeres con nivel educativo elevado, que negocian con las propias investigadoras sus métodos y estrategias de análisis, que han sufrido el menoscabo masculino a partir del cuestionamiento o subvaloración de sus actividades, donde el club es un espacio de libertad y que se caracterizan por tener una elevada consciencia y participación política.
El método etnográfico ha sido aplicado desde la sensibilidad y quehacer feminista. Las investigadoras han participado en las actividades de los clubes estudiados, en los que se incorporan de forma prudente y tímida al inicio y donde acaban teniendo su propio estatuto. Han “habitado las trincheras” según sus propias palabras, y para ello han tenido que negociar su presencia en cada uno de los clubes. Y, en este proceso, las etnógrafas consiguen tener un espacio asignado, un rol atribuido y unas relaciones definidas. Ellas están allí para observar desde la participación en la actividad. Y, al mismo tiempo, ellas son observadas, clasificadas, etiquetadas. Esta interacción entre observar y ser observadas condiciona la forma de obtener el conocimiento. Es muy ilustrativo ver cómo las investigadoras entran ellas mismas en las lógicas del cuidado comunitario y cómo ellas mismas cuidan las interacciones que generan. Y esto otorga también valor al libro como producto de esta forma de investigar. La observación participante permite reconstruir las prácticas sociales que desempeñan agentes específicos en el contexto en que se generan. Haber participado en los talleres ha permitido realizar el análisis sutil de las dinámicas en su interior.
El libro aporta además unos capítulos introductorios útiles: un estado de la cuestión sobre las mujeres mayores en la investigación social, un capítulo dedicado a presentar la organización social de los cuidados y el envejecimiento en Chile (el papel de la familia, del Estado, del mercado y de la comunidad) y otro que explica las estrategias metodológicas para aproximarse a los clubes de mujeres y para relacionarse con sus componentes. Finaliza con conclusiones que sintetizan las principales características del cuidado comunitario, desde sus dimensiones sociales y políticas.
Y acabaré refiriéndome a las autoras. Conocí a Herminia Gonzálvez Torralbo en un congreso que se celebró en Barcelona. Recuerdo perfectamente el momento en que me explicó la investigación que estaba llevando a cabo en Santiago de Chile sobre mujeres, vejez y cuidados comunitarios. Estábamos compartiendo mesa mientras almorzábamos, éramos un grupo grande y estábamos cerca. Me interesó lo que me explicaba, hablaba con pasión de su trabajo; percibí que no era una mera formalidad lo que estaba haciendo, sino que le interesaba mi opinión. Esto sería el inicio de un diálogo y colaboración académica y también de un vínculo personal y de amistad. Porque la relación con Herminia no puede ser de otra forma. O es una relación fuerte o no es. Porque es alguien que cuida de ella misma y cuida de su entorno; es prudente y valiente al mismo tiempo; tiene iniciativa y ambición y, a la vez, tiene en cuenta con quien está y cuáles son los deseos y expectativas de los demás. No menciono esto gratuitamente: esta actitud cuidadora impregna las páginas de este libro que tienen entre manos.
El libro es una obra colectiva. Herminia Gonzálvez y Menara Guizardi son quienes conducen la investigación y arman la publicación. Comparten autoría con Alfonsina Ramírez, Catalina Cano, Francisca Ortiz y Sofia Larrazabal. Se trata pues de un trabajo en equipo. Tuve oportunidad de conocer a parte de sus componentes en la breve estancia que realicé en Santiago de Chile en octubre del año 2018. Hicimos alguna sesión de trabajo conjunto para comentar la investigación y aprecié la calidad humana e investigadora que se mostraba. Lo cual nos habla de una formación de calidad, y de un funcionamiento que sabe aprovechar las cualidades que cada miembro puede aportar. No puedo escribir sobre cada una de las autoras con el detalle e intensidad que he hecho con Herminia, pero sí debo dar valor a lo que significa una investigación realizada en equipo, que no solo posibilita sumar los aportes de cada investigadora, sino que los multiplica.
No me queda más que recomendar la lectura de este texto, escrito con rigurosidad y bien hacer, que aporta conocimiento sobre dimensiones de la sociedad chilena, sobre las mujeres mayores y sobre el cuidado comunitario. La vejez es abrumadoramente femenina. Y en nuestras sociedades las personas mayores son cada vez más numerosas. Vale la pena pues conocer lo que el libro nos relata.
Dolors Comas d’Argemir
Catedrática de antropología social y cultural.
Universidad Rovira i Virgili, Tarragona, España.