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Debates globales. Teoría y crítica

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Ph. D. Aurelio Horta Mesa

Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá

La investigación científica se justifica por la confluencia de objetividad e inteligencia en la búsqueda de un nuevo conocimiento, siempre en pro del saber y el progreso de la humanidad, el ecosistema y la cultura. Asimismo, tenemos la certidumbre de nuestros propósitos e ideales, y pretendemos ser un estímulo ante problemas inadecuados e imprevisibles del devenir político, el desarrollo social y el puntual de lo creativo y productivo. De todas maneras, estamos a favor de una superación del conocimiento, relaciones socioculturales y avance distintivo de la cultura en la que la academia ocupa, por derecho propio, un rol determinante.

En el caso particular de la ciencia y la academia colombianas, se entrevé que el reto de la investigación desde ambas posturas institucionales se encuentra en un contrastivo estadio de avance y paradoja frente a las visiones, opciones y alternativas, por un lado, de la institución de enseñanza superior, y, por otro, de un establecimiento político administrativo que define, rige y orienta las preeminencias de la notoriedad científica. Dado que las normativas de ese orden institucional de la ciencia parten con razón de una lógica coherente con una política de Estado, la pregunta a formular sería: ¿cuáles son aquellos vectores de más inmediata prioridad e impacto en relación con las precariedades e insuficiencias de la realidad social colombiana?

La academia, tanto pública como privada, prueba su compromiso social y educativo con una formación profesional de suficiencia que hace posible la aptitud, inteligencia y viabilidad investigativa, que propone un crecimiento social productivo de competitividad con una determinante influencia a través de un cambio sustantivo de la conciencia colectiva. Es decir, la academia propone la elevación cualitativa de las subjetividades del país, lo que incumbe y se hace presente en la conducta de una civilidad que deberá asumir, sin límites de tiempo, el proyecto macro de ponderar una coalición de redención social.

Acaso esto retoma el eje central de aquella segunda Comisión Científica Nacional del siglo pasado. Esta vez ya no se trata de apostar por lo consabido sobre los recursos naturales o la naturaleza desconocida, ni por un territorio sin distancias precisas en ese entonces (desconocido por los lugareños a causa de la ausencia de caminos y, sin embargo, atrayente para el foráneo al encuentro de un rostro de pueblo endurecido pero capaz). Se trata de constituir otra comisión científica que propicie la construcción del perfil certero de una nación traumada, pero vigorosa, como justo autorreconocimiento de su hondura pensante, de sus incógnitos relatos, para proveerla de una capacidad de diálogo frente a un esfuerzo común en el ejercicio de la honestidad. En suma, hablamos de la construcción de un perfil responsable de una empatía nacional, cuestión que en lo más particular de la academia se trata de un problema esencialmente estético. Es más, se trata de discernir e interpretar este tiempo, entorno y realidad, para aprehender el valor de las circunstancias como razón de un perfeccionamiento y una poética de vida.

Aunque el avance científico-tecnológico es necesario para el devenir económico y social (es más, decide un grado de desarrollo y modos de conducta, educación, salud y servicios de un país), este también tiene el encargo de reconocer que el éxito de todos esos procesos de construcción y dación dependen de aptitudes y sensibilidades de un hombre-individuo-ciudadano que sea capaz de autorreconocer su misión de mundo. Trátese, entonces, de una cuestión de rediseño de las relaciones sociales, de una colaboración interorganizacional de los servicios y la producción, de las materialidades y las apariencias, de un sentido de la existencia posible de demostrar a través de la actividad científica, no importa cuál sea su nicho de intervención.

Los órdenes del crecimiento y adelanto social de un país se reconocen no solo por la altura y los méritos de su ciencia en diferentes áreas del conocimiento, sino en el trasluz de estos en las actitudes de sus poblaciones, en la corresponsabilidad de sus ciudades, en lo amable, calmo y productivo de su ruralismo, pero, absolutamente, en una empatía de su activa humanidad; quizás, de un modo más riguroso, en la percepción de su paisaje ecológico y social, donde no se trasuntan diferencias de ninguna índole, ni ideológicas o de estrato social, ni tampoco de consumo, porque al fin son manifestaciones que en toda cultura robusta quedan sumisas a las inflexiones del saber, el bienestar común y a ese equilibrio de autorrealización de toda sociedad capaz de imaginar con serenidad la satisfacción de lo justo y merecido.

El Diseño y la Arquitectura frente a los desafíos emergentes y futuros

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