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LA ETERNA BÚSQUEDA DE CÓMO SER VISIBLE ANTE EL MUNDO

Rafael Acosta

Documento Presentado Para Obtener El Título De Coach Senior

NewField Consulting

Rafael Andrés Acosta Diaz

Coach Supervisor PIO: Carlos Villanueva

Coach Supervisor Programa: Mayba León

Abril del 2021

Copyright © 2021 por Rafael Andrés Acosta Díaz. Todos los derechos reservados

¡Para ti, mi sueño,

mi futuro, mi presente

mi realidad, mi maestra,

el amor hecho vida,

para ti, mi amada SALOMÉ!

Agradecimientos

Son muchas a las personas a quienes deseo agradecer por permitirme construir esta pequeña muestra de vida.

A mis padres y hermana, por haber estado siempre allí, por haberme dado a conocer todos los significados de vida que hoy me conforman como el ser humano que soy, por el amor incondicional, el perdón y la compañía que, por muchos años, me acogieron y me entregaron.

A mi amada esposa, que de no haber sido por ella, no hubiera conocido este hermoso camino del coaching, gracias amor por ser ese ejemplo de visibilidad en la vida, por continuar caminando a mi lado este hermoso recorrido que comenzamos hace seis años.

A mi hermosa hija Salomé, por haberme permitido ser padre, por darme esta enorme responsabilidad de vida, la cual acojo con humildad, honor, entereza, responsabilidad y amor; gracias, hija, por tu presencia, por mostrarme que vivir es más simple de lo que se cree, gracias por mostrarme el valor de las pequeñas cosas.

A ti Gustavo, mi Coach del ABC, mi amigo, a quien le debo la reconciliación de mi pasado, de quien aprendí, a través de su ejemplo, lo sinuosa que puede ser la vida, la justa medida no está en el medio, está en la satisfacción de habitarla.

Mayba, mi gran compañía en este espacio, mi Coach del Avanzado, quien, con su humildad de entrega de conocimiento, el gran amor en acompasar este recorrido, ausencia y presencia, luz y sombra, me permitió abrir los ojos a una realidad de identidad genuina, nueva, diferente, valorada y en constante desarrollo, gracias por haber aparecido en mi vida.

A Carlos, mi Coach PIO, quien me acompañó con impecabilidad, rigurosidad, reflexión y mucho amor en todo este proceso de plasmar en este espacio ¡Mi camino a Ser YO! Gracias.

Ale Dualde, del hermoso y amoroso ritmo mostrado de tu parte, viene lo sinuoso del movimiento a salir del laberinto, Gracias.

A ustedes Alicia y Rafael, y a todo el equipo de Newfield Consulting, que de no ser por su gran genialidad y desarrollo teórico e investigativo, además de su entrega personal a este gran proyecto, este escrito no existiría, el nivel de profundidad, conocimiento y aporte entregado es consecuencia de la excelente labor y rigurosidad de generación de distinciones.

A los que están, y a los que se fueron, a los que hicieron parte de mi vida, a los que llegaran a ella.

Y por último y no menos importante, a mí, por darme la oportunidad a mis treinta y cinco años de poder resignificar mi inicio de camino en la vida, por permitirme abrir heridas, reconocerlas, apropiarlas, amarlas y resignificarlas, por haberme expuesto, desarmado, reconstruirme y reconocerme.

Índice

Prólogo

• Introducción

• Capítulo 1. La Víctima y el Victimario, una entrada al Resentimiento desde la Rabia.

• Capítulo 2. El camino al Autoaislamiento – La Resignación

• Capítulo 3. Entre la Prepotencia, La Arrogancia y La Soberbia

• Capítulo 4. Una dignidad naciente

• Capítulo 5. El reconocimiento de la identidad

• Capítulo 6. ¿Cómo aparecer después de no ser visto? – ¡Mi camino a ser YO!

• Bibliografía

Prólogo

Cerrando el año 2019 y terminando de decantar la experiencia de la certificación ABC (Art of Business Coaching) de Newfield Consulting, que había vivido en este mismo año, surgió en mí la necesidad de poder revisar un tema puntual que me venía sucediendo. En ese diciembre dejé de viajar constantemente por trabajo y comencé a estar más en casa; este espacio de quietud en el hogar me permitía poder estar más tiempo con mi hija, mi esposa y mis padres; fue un momento realmente agradable y de mucha unión familiar, era el segundo año que disfrutaba de mi bebé en una Navidad.

En el pasar de los días, comencé a sentir una irritabilidad un poco anormal. A esto me refiero: comenzaron a molestarme comentarios de mi esposa, los gritos y llanto de una niña de dos años empezaron a sacarme de mí mismo y cualquier comentario que viniera de mi familia o de la familia de mi esposa, acrecentaba esa sensación, así que comencé a explorar en cada momento qué era lo que pasaba, qué era lo que sucedía en cada una de esas situaciones; al principio comencé a ver, sobre todo en mi esposa, que hacía lo que me molestaba para irritarme -en el caso de mi hija, me desafiaba, y en el caso de los familiares-, a darme consejos como si yo no supiera qué hacer ni por dónde ir. Es importante aclarar y ser responsable en el relato, el mundo no se volcó sobre mí, al contrario, yo me volqué sobre él, generando esa sensación de que todo giraba alrededor mío, buscaba un espacio de visibilidad, retornaba a las raíces de hacerme notar, pero ¿desde dónde lo hacía?; esto es clave, tenerlo desde ya presente para todo el desarrollo del trabajo que les expondré.

Todo esto empezó a abrumarme demasiado, al punto de explotar con la rabia que me generaban este tipo de situaciones, cada parte de mi cuerpo se calentaba, se indisponía, existía un malestar general, ni me habitaba ni hacía parte del mundo, como si no perteneciera a él, mi espacio de convivencia se volvió mi cabeza, pensaba, maquinaba, inventaba, resolvía, todo esto acompañado de un cuerpo enardecido, desafiante, buscando explicaciones; lo más complejo de todo es que me quedaba pensando en lo siguiente: ¿y es que acaso no se dan cuenta que me están haciendo daño? Esta pregunta fue una clave importante que comencé a explorar, porque no solo en casa habitaba lo que me dolía, también afuera, en la calle, en el trabajo, en cualquier otro lugar, generando irritabilidad en cualquier espacio, así que decidí poner esto sobre la mesa en una sesión de coaching.

En esta sesión, definitivamente aparecía una rabia totalmente expuesta, pero con varios componentes inmersos en ella; en primer, lugar la víctima, esa que hacía creer que la esposa lo atacaba, que la hija lo desafiaba, que la familia lo perseguía para enseñarle a vivir, una víctima constante que creía que lo que pasaba afuera estaba confabulado para corregirlo, hacerle daño, castigar, temas que en el programa ABC de Newfield fueron tratados, siendo clave en el descubrimiento de mis emociones y sentimientos en el transcurrir de mi vida; en segundo lugar, algo que nunca había visto en mí, ya que me siento un hombre fuerte, con muchas herramientas para afrontar la vida, se puso al frente mío la resignación, esa que te lleva a vivir conforme con el dolor localizado en tu cuerpo, que te deja “cómodo” en el mismo lugar, aceptando la rabia como un estilo de vida, permitiendo que la víctima se plante en un lugar donde echa raíces y no se quiere mover, ese algo que venía preguntándome, que no sabía qué era, ese punto al que llega uno y no sabe cómo explicarlo, pues se le puso nombre y apellido, lo cual terminó de completar el boceto que hoy quiero exponer como tema de mi PIO (Proyecto de investigación ontológico). – Gracias Gustavo Martín por facilitar abrir este espacio –

Al salir de la sesión, generé una mirada muy diferente frente al tema, ya que no solamente aparecía una “inocente víctima”, sino que esta vivía conforme, resignada, casi con una dependencia o mutualismo con la rabia, que había aprendido a vivir con ella como parte de mi existir, así que definitivamente el espacio de coaching en donde encontré este tema, transformó por completo la forma como venía viendo lo que sentía, así que comencé a preguntarme ¿El trabajo con la rabia que había desarrollado, no había sido suficiente? ¿El haber viajado al pasado a reconocer y comprender que existió un niño maltratado, permitía hoy encarar de una manera más positiva y madura la rabia? ¿El exceso de fuerza y de injusticia trabajados, daban la oportunidad de comprender que los aprendizajes de estos dos maestros permitían desarrollar competencias de autocuidado y valor por el otro? ¿La rebeldía y la no conciencia de seguridad habían quedado claras y exploradas? ¿De verdad, había trabajado en lo que debía trabajar? Pues llegué a la conclusión de que sí hice un excelente trabajo, llegué a reconocer y revaluar lo sucedido, aprendí en una primera instancia que los recursos con los que fui educado no eran míos, sino de mis padres y que con ellos hicieron todo lo que les fue posible para entregarme lo mejor y, desde allí, que en mi adultez yo escogiera con qué recursos me quedaba, cuales cedía y cuales incorporaba para construir una mejor versión de mí, además de entender que solo había quitado el seguro de una puerta que se abría a infinitas posibilidades de ser un mejor hombre. Pude volver a ver ese niño temeroso, solitario e indefenso que aceptó una disculpa, un perdón y una compañía, que junto con el adulto, se encontraron con el joven que perdió un rumbo en las banalidades de la vida, buscando aceptación en grupos que solo querían vivir cortos espacios de vida al extremo, y lo tomaron de la mano para decirle que no estaba solo, que esa figura de víctima que asumía allí para justificar sus actos, fue útil para ese momento, era la forma de llamar la atención, de pedir que lo vieran, de la mano le decían que no tenía que avergonzarse, que estaba usando sus recursos aprendidos para seguir, pero que definitivamente no estaba solo, que el primer paso era aceptar lo que sucedía, que podía dejarlo a su lado y después de honrar esa danza con Dionisio, podía, como un todo, seguir adelante en su vida tomado de la mano con el adulto y el niño; así comprendí que esa unidad era la fórmula reconocida y colocada en un renovado Rafael.

Pero, después de evaluar que venía una rabia contenida, una rabia con dolor, pero con intenciones de hacer daño, una rabia no emitida, acumulada, no expresada, una rabia inconsciente que hacía daño físico, psicológico y moral hacia los demás, que solamente paraba una vez que toda la energía había sido descargada hacia mí mismo o hacia mi entorno, junto con una víctima que lo justificaba y validaba, apareció la resignación y allí, justo allí, fue donde me encontré en un nuevo laberinto, en una nueva encrucijada, donde a pesar de haber reconocido dos cosas muy importantes en mi vida, la tercera en conjunto con las otras dos, le daba un significado completo pero totalmente desconocido e incierto para mí; la mezcla de estas tres me volvía a parar en un escenario de incertidumbre y mucho miedo, pero con la firme intención -así llegue de nuevo el dolor y mucho más intenso para resolverlo-, de trascender y enfrentar el camino de poder ser un hombre mucho más completo, con más conocimiento de mí mismo y con la confianza y seguridad que hoy estoy anhelando.

En el mundo de hoy abundan casos de intolerancia infantil; a mí me pasa con mi hija, a pesar de haber recorrido este bello proceso, hay muchos profesionales con carencias emocionales grandes, personas con competencias increíbles que no desarrollan su potencial por tener rezagos de su pasado e historias vividas o contadas, que no les permiten trascender en su vida; en realidad ,existen muchas personas que pueden identificarse con la construcción de mí mismo que quiero crear, desarrollar y profundizar, así que con el esbozo que estoy comenzando a exponer, desearía poder aportar algo para que quizás volteen su mirada a que todo lo que llegue, aparentemente malo o doloroso en la vida, puedan resignificarlo y darle también su lugar positivo, pero la clave de lo que deseo poder mostrar ante ustedes, es que necesitamos de toda emoción para vivir y que realmente es posible abstraer lo mejor y lo peor de cada espacio para existir.

Introducción

¿Y si no me escuchan? ¿Y si no me ven?

Bueno, ¡acá estoy!

Es el tercer día de la segunda conferencia del programa Avanzado de Coaching de Newfield Consulting, Alberto Wang, instructor de Bioenergética, da la instrucción de golpear la cama o el sofá en donde estemos con las dos manos, y lo que comienzo a sentir es cómo una energía extraña y poderosa se apropia de mis brazos, una energía llena de rabia, odio, molestia, una rabia que si hoy puedo darle un nombre, podría decir a gritos que esta se llama “aniquilar”; doy el primer golpe y mis brazos están cargados, tienen sed de desahogarse; segundo golpe, este sale dos veces más fuerte que el primero, tercero, cuarto, comienzo a golpear como si nunca le hubiera pegado a algo, los cojines saltan, la tela se estira y encoje, apenas puede hacerlo, dada la velocidad con la que le pego a la cama, y es aquí, en la efervescencia de este movimiento que comienzan a salir unas lágrimas gigantes, cargadas, aglomeradas, llenas de un dolor que se había alojado allí por mucho tiempo, lágrimas liberadoras, dicientes, honestas, lágrimas que comenzaron a fluir con un sollozo fuerte de mi parte, que tímidamente insinuaba a decir ¡Basta!, ¡Ya no más! Lo siguieron los gritos que se podían escuchar en lo más recóndito de ese hotel, donde decidí alojarme para poder cerrar la conferencia, y ahí, en ese preciso momento, en el que en un mágico instante de mi boca salió con un grito exacerbado algo como: ¡Esta violencia no es mía!, así que a partir de este momento la fuerza, la rabia, la molestia, todo lo que me estaba empujando, cesó, frenó, se fue; la fuerza en los brazos radicalmente disminuyó y de un solo movimiento, mis brazos y cabeza cayeron a la cama, sin nada más que hacer; el trabajo estaba hecho, la violencia, golpes, maltratos, gritos y todo lo que había vivido de niño había sido expuesto, había salido a la realidad del adulto que, desde ese momento, declaraba: ¡Esa violencia no es mía!. Fue así como Ana Murillo, en el momento que se lo expongo en el espacio de compartir la experiencia, completa la frase, dejándola como una gran declaración de vida, ¡Esa violencia no es mía, la energía sí! Y quedo así, abierta y expuesta, amorfa y completa, pero iniciada, queriendo ser complementada con nuevas formas de explorar lo allí sentido, quizás desde ese momento comenzaron a generarse en mí nuevas oportunidades para verme y mostrarme, de encontrar en mi cuerpo nuevas corrientes de emociones y sensaciones que iniciaban un camino de compañía para entender un poco más cuál era ese dolor en mi existencia.

Inicio este relato con la frase mencionada y con esta experiencia vivida, ya que a pesar de haber sido encontrada en la mitad del programa realizado, es por donde me debo enfocar el desarrollo de mi Proyecto de Investigación Ontológica, ¿Cómo y desde dónde de niño, joven y adulto, me muestro ante el mundo?, ¿Cómo, desde los recursos que aprendí en este caminar por la vida, aprendí a hacerme visible? ¿Cuál era la necesidad de ser visible en la vida? ¿Por qué, si ya existía como ser, tenía que ser validado por los demás? Estas y otras preguntas que puedan surgir, tienen respuestas en las experiencias y relatos que les mostraré en este proceso y todo lo compartido, como la rabia, la tristeza, la víctima, el victimario, la resignación, la prepotencia, la arrogancia, la justicia, la injustica, todas ellas fueron herramientas útiles y muy bien afinadas para ser usadas como recursos defensivos, rutinas de defensa las cuales lograban generar algún tipo de visibilidad ante el mundo, alguna forma de llamar la atención, algún tipo de herramienta útil para poder moverme en la vida de extremo a extremo, en donde aprendí que así era más fácil actuar, estar presente, muy diferente al espacio a llegar hoy, a ese añorado justo medio, equilibrado, a un lugar en donde existe la compasión, la humildad, el amor propio necesario para poder entender y visualizar que una solución armónica y acorde a la situación, estaba en el hacerme cargo y actuar liviano en la vida, hacer lo que me generara tranquilidad mas no realizar lo más extremo posible para ser visto, para ganar un espacio el cual ya había ganado por haber venido al mundo y estar aquí.

Hay mucha tela por cortar, así que inicio por lo que ha sido lo más evidente que he encontrado en mí. en todo este proceso, y es la forma en la que me paro ante el mundo en el momento que se llega a generar, así sea un indicio de transgresión a mi integridad como persona, a mis emociones, a mi cuerpo, al ser constitutivo que soy; cuando veo que se va a generar o va a llegar un inminente ataque hacia mí, y un “ataque” puede ser un consejo, un comentario, un roce físico sin intención, lo comienzo a ver desde la defensa, desde el no dejarme “vencer”, lastimar; “ya ha habido mucho maltrato, algo más no es tolerable”; en cuanto eso aparece o se vislumbra, arranco inmediatamente a colocarme la primera armadura, a vestir a ese ser que se va a defender, ¿Pero desde dónde lo hago? ¿Desde dónde me paro para ejercer mi posible defensa?, bueno es aquí donde aparece el primer grupo de herramientas aprendidas, ellas son la rabia y el victimario estos dos compañeros de vida que me han acompañado por años, que han sido copartícipes de la construcción de mi vida, los cuales, consciente o inconscientemente, he utilizado en todos mis sistemas para abrirme paso, de buena o mala manera, en todo lo que he querido construir, y se me vienen a la cabeza las relaciones de amigos, compañeros de trabajo, familia, para mostrarme como el “fuerte”, el “malo”, el “dominante”, el que a los ojos de muchos sistemas es totalmente “completo” y no se deja vencer. Hoy me doy cuenta que eso solo trae dolor, incertidumbre, agotamiento físico y emocional, estar siempre a la defensiva, con herramientas poderosas, pero a su vez desgastantes, tiene un alto costo, el costo que he pagado de sentirme, después de esos momentos de alta efervescencia, la víctima de lo que ha sucedido, el “pobrecito”, el que genera “lástima” por lo que le sucedió, el que está “triste” y “dolido” y de una u otra manera, llama la atención de nuevo, pero para que lo acompañen y vean por qué ha sido el más perjudicado de todo lo que ha sucedido y ha hecho; lo peor de todo esto es que me acompañaban en ese “dolor”, validándome aún más esa víctima mostrada; qué gran forma de moverme en la vida, es muy poderosa, atrae gente, acumula lastima, pero hoy ya no es un recurso, no lo veo como válido. Así que con esto descubierto, esto que describo acá, que es un ciclo continuo, constante, que lo veo en diferentes sistemas, lo he adaptado perfectamente, porque funciona, la tristeza y estar parado desde la víctima intenta “ocultar” el gran daño cometido por la rabia, la violencia y la fuerza con la que me he parado para defender mi lugar, mi postura, mi integridad.

Pero justo aquí, donde ya hay un resultado importante de lo cometido, es donde aparece algo más, algo mucho más fuerte y perjudicial, aparece una sutil pero bien llamada “resignación”; comienzo a ver lo que hice, cómo me dolió, y cómo le dolió a los demás, cómo hice daño, transgredí, pasé por encima de los otros, logré hacer en los demás lo que no quería pasara en mí, y acá me pregunto ¿Realmente estaba defendido mi integridad, o quería lastimar la del otro para que la mía no fuera vulnerada? ¿Habrá un costo asociado de dañar al otro? ¿Cuánto daño llegaba a mí de esas acciones? ¿Cada vez que generaba daño, parte de él regresaba a mí? ¿El primero atacar y luego justificar, fue la rutina constante aprendida desde niño que fue utilizada en mí?, y la respuesta a estas preguntas está clara y es un sí rotundo a todas, atacar en mi está estructurado, fue lo que aprendí, para evitar que las cosas se desborden, ataco, aniquilo, reduzco totalmente, no hay cabida para negociar, revisar un punto medio, permitir que exista por lo menos un dialogo, poder construir un trasfondo compartido de inquietudes; no, eso no existe, solo existe el no dejarme vulnerar, ¿Fuerte no?, pero es más fuerte el verlo, reconocerlo, entenderlo y hacerme cargo, y eso es lo que estoy haciendo, pararme desde el hombre que soy hoy, el adulto, el papá, el hijo, esposo, gerente y ser de sociedad que puede, desde un inicio, pararse ante el mundo desde la responsabilidad de saber anteceder la rabia y colocar la razón, el cuerpo y la emocionalidad adecuadas para responder responsablemente a la posible situación de agresión, ¿Qué si tiene que haber fuerza en esta postura?, claro que sí, pero no desde la violencia, desde la gran energía que tengo para, sinuosamente, expandirla o contraerla según sea necesario, sin necesidad de explotar inmediatamente; gran aprendizaje que llevo incorporado por estos días.

Para finalizar esta experiencia, estructura o molde de movimiento ante diversas situaciones, me paraba al final desde el arrogante, el que dice “esto es lo que hay y así soy yo”, sin reconocer o dar cabida a mostrar un poco de arrepentimiento; esto, definitivamente, gatillaba el dejar el problema atrás, justificándolo, cerrándolo y dándole el espacio para olvidarlo, algo que hoy, en mi nueva forma de ver, ya no es una opción; el guardar, esconder y olvidar situaciones de maltrato fue lo que me llevo a construir este perfil unitario de comportamiento, esto ya no sirve, lo que sí sirve es una postura conciliadora, de alta escucha, que permita construir trasfondos compartidos de obviedad en donde todo interlocutor aporte, sea parte, ayude, acompañe y permita construir en vez de destruir.

Entrando un poco en la víctima que aparece después de atacar, identifico otra armadura súper poderosa que se vestía de dolor y lástima, esto aliviaba a la víctima, muchas veces fue copartícipe de momentos en donde los ojos no estaban puestos hacia mí; acá lograba llamar la atención y esto lo conectó, de manera muy intensa, con el no poder hacer uso de herramientas mucho más poderosas y válidas para estos espacios, y era darle cabida a la ternura, el amor, el apropiarme del calor que tengo para dar y para darme; siento que es más fácil de esta manera, pero reconozco que esto no era fácil que lo viera, porque justamente, a pesar que tuve unos padres amorosos y que con sus recursos lograron generar una gran educación hacia mí, este espacio de amor, comprensión y calor de acompasar fue lo que en algún momento de mi vida sentí y vi como una ausencia, así que era más fácil caer en el extremo de la víctima, en el cual entregaba mejores resultados, y tengo muchos ejemplos en la vida: en el trabajo, en el colegio, inclusive con mis amistades, podía fácilmente entrar en esa forma de ser y lograba mi cometido, estar abrazado, acogido, vinculado, el ganarme un espacio, pero desde un lugar incómodo, que al final de cuentas también es una postura arrogante, porque eso que intentaba, con la rabia de minimizar al otro, de hacerlo chiquito, lo dejaba expuesto y vulnerado; esto era precisamente lo que se generaba en mí, sabía que a las víctimas también las protegen y las acompañan, y otra vez aparece la fuerte tendencia de ir a los extremos, de conocer profundamente cómo caer muy bajo y cómo elevarme hasta donde quisiera, pero a mis ojos, desde emocionalidades fallidas y poco estructuradas que dieran un resultado real a la solución de vida que buscaba.

Quisiera recoger lo expuesto acá con algo que me ha dado muchas vueltas últimamente en la cabeza, dado que en mi ámbito laboral se ha evidenciado una fuerte y rotunda competencia por mostrarme y anular al otro, estar presente y dejar de un lado lo que el otro diga, ubicándome en la situación de afectado y no consultado para, de igual manera, deslegitimar lo que otro haga, anulando la capacidad de construir en equipo, algo que he expuesto en mis últimas sesiones de coaching y que, si lo analizo como un todo, puedo armar una gran unidad con todo lo que he venido comentado.

En esas ganas de ser el mejor, de ir por la vida con la arrogancia de eliminar, anular, lastimar y defenderme, cuando llega un crítica o comentario sobre lo que hago – de nuevo llega el espacio donde siento que están vulnerando mi lugar –inmediatamente comenzaba a justificar los errores del otro, atacar sus incompetencias, justificar su falta de hacer las cosas, bien entrando por cualquier punto para no pararme desde la responsabilidad y también aceptar mis errores; esto, claramente me llevaba al límite de ser grosero, violentar, transgredir y eliminar al otro, hacerlo pequeño; al final de todo esto, y sabiendo que me había equivocado, me iba a justificar lo sucedido por cómo fue la aproximación del otro, mas no como yo lo había realizado – y llega de nuevo la víctima con dolor, tristeza y miedo -, al haber conseguido el objetivo de justificar mi error y habiendo eliminado al otro, aparece la arrogancia, prepotencia, el que ahora aparecía con el pecho adelante, con la cabeza erguida y la moral en alto, pero sin darse cuenta que había dejado atrás a otro ser humano, lo había menos preciado y no validado como quedaba, construyendo en las directivas de la empresa la noción de conflictivo, competitivo y poco proximal a los clientes desde una forma más amable, constructiva y más orientada a conciliar – mi amigo el justo medio, el equilibrio que he venido reconociendo -.

Siento que, con este breve, pero elocuente ejemplo, aparece la situación desde una perspectiva opuesta, comienzo a buscar los recursos necesarios para moverme y logro mi cometido de una manera u otra, pero con las pérdidas asociadas al caso. Si voy a otros sistemas, sucede de la misma forma, es más lo que he perdido que lo que he ganado con esta forma de ser, pero rescato que en este proceso los ojos de este observador están abiertos, viéndolo, reconociéndolo, me estoy haciendo cargo y ya no me excuso, tengo ahora la capacidad de parar y mirar la situación con los ojos bien abiertos, escuchando al otro y viendo, con una amplia mirada, el todo de lo que pasa, estas tres visiones están complementando la situación, permitiéndome usar los recursos adecuados en cada momento.

¿Y qué falta hoy para hacerme responsable por completo de esta estructura creada en el tiempo? ¿Cómo puedo ahora pararme de modo diferente, reconociendo mi sombra, mis incompetencias? ¿Cuál es ese hilo que me permitirá guiarme por el laberinto de la rutina existencial, para salir a la luz de la realidad? ¿Cómo salir de esa habitualidad a la versatilidad?

Además, y desde este nuevo espacio. ¿cuáles serán las nuevas actitudes y competencias a utilizar para afrontar mejor las situaciones que seguirán ocurriendo en la vida? ¿Con estas competencias adquiridas, cuál será mi nueva postura ante el mundo? ¿Y con esto nuevo, a dónde quiero llegar?

Dejo abierto este espacio de indagación para desarrollarlo en el camino de este trabajo, espero dar respuesta a estas preguntas una vez haya recorrido en profundidad esta estructura expuesta, identificada, reconocida y hoy valorada, pero con la firme intención de darle un rumbo de desarrollo diferente.

Así que acá inicio este viaje por cada una de las situaciones que me llevaron a reconocer esta estructura de coherencia que fue construida a lo largo de mis treinta y cinco años. En este camino se podrán encontrar experiencias de vida que marcaron, con sello propio, cada una de las definiciones mencionadas, las cuales desarrollaré de ahora en adelante. Espero que lo compartido aporte, de alguna manera, en poder evidenciar en quien lea mi escrito, alguna parte de su sombra que desee reconocer como propia.

Capítulo 1. La Víctima y el Victimario, una entrada al Resentimiento desde la Rabia.

Uno de los caminos para reconocer e identificar cada una de las emociones y sentimientos vividos es el indagar un poco en situaciones de mi existencia, en donde he actuado y operado desde cada una de ellas, permitiendo así ahondar en todo lo que me sucedía y a qué conclusiones llegaba; es por eso que, de ahora en adelante, les mostraré eventos de mi existencia en donde encontré cómo este ser humano se constituye en el ser que es, con sus luces y sus sombras. Me parece importante resaltar que los hechos relatados no tendrán una cronología definida; haré un recorrido sinuoso desde el final hasta el inicio, desde el inicio a algún punto medio y así, iré poco a poco, de un lugar a otro, relatando todas las experiencias posibles.

Inicio este espacio desde el tiempo presente, desde mi rol como gerente de ventas con una clienta de una empresa colombiana; con esta mujer, desde que comenzamos la relación laboral, hemos tenido varias diferencias en cuanto al método de trabajo que ella realizaba y el que yo venía acostumbrado a generar desde otras industrias, el que yo esperaba de su parte para representar la empresa en el país, adicionalmente el rubro en el que nos desempeñamos demanda tener un conocimiento, si bien no muy técnico, sí intermedio en algunos temas, en donde la asesoría al usuario final es vital al momento de vender un producto. Antes de continuar con el relato, me quedo pensando en que nunca alineé mis expectativas con esta persona, simplemente asumí que, por estar en el cargo y por hacer parte del rubro, sus conocimientos y destrezas ya estaban adquiridos, y me pregunto ¿por qué asumo que los demás tienen un conocimiento parecido al mío?¿Quizás desde mi preparación como profesional y con la experiencia que he adquirido a través de los años laboralmente hablando, siento que si los demás no están a mi nivel no pueden hacer algo? ¿Será que esta es la primera muestra de arrogancia? Pregunto esto, porque me quedé en que fue obvio para mí que si pertenecías a este rubro, debías saber y conocer la parte técnica; además, comienzo a recordar frases de mi madre sobre la preparación que uno debe tener en la vida, no sé si las dijo o no, pero escucho en mi interior algo así como: -Sin preparación no eres nadie -Si quieres que te respeten y te vean bien, debes tener un buen conocimiento – Como te ven, te tratan- Interesante encontrar esto que se grita dentro de mí cuando hago estas preguntas, inclusive comienzo a sentir escalofríos, pareciera que son mandatos obligatorios de vida para ser o pertenecer, como si en esto se perdiera la vida, además de aparecer un pequeño susurro de inferioridad, uno escondido detrás de esa rabia reconocida y expuesta, curioso descubrimiento.

La situación que se desarrolló en su momento fue una llamada que ella me hizo para hacerme tres reclamos, el primero, que ella, como mi cliente, no tenía por qué soportar mis comentarios fríos y poco profesionales cuando se hacían consultas técnicas; además, que sentía que de mi parte habían mejores respuestas para sus clientes que para ella misma, sumándole que mi actitud hacia ella era desafiante, inclusive grosera y descalificadora. Debo mencionar que, desde que vi que me estaba llamando, antes de contestarle, inmediatamente sentí una molestia gigante, un malestar y una rabia inmensas, porque de verdad no tolero ni un poco a esta mujer; a mi juicio, siento que es muy poco profesional, sin interés por querer aprender; además, la veo con una prepotencia desmedida, en donde el mundo debe girar a su alrededor, sumándole que no es colombiana, es peruana, y allí hay un contexto cultural significativo que hay que tener en cuenta, y es cómo la mujer peruana se para ante los negocios y cómo ellas ven a sus clientes y proveedores; existe una cierta exigencia, esta es muy alta hacia las empresas que las proveen, porque debemos estar atentos en cualquier momento a sus necesidades, y esto es claro y lo entiendo; afortunadamente, he trabajado toda mi vida en multinacionales, donde el contacto con otras culturas ha estado presente, pero nunca me había encontrado con una persona que sacara lo peor de mí, constantemente. Siento, relatando esto, que veo en ella muchas veces mis defectos, veo la prepotencia, el orgullo, la fuerza para descalificar al otro, pero, sobre todo, veo la víctima, esta es la que desata en mí una potente llama de ira y rabia que me es difícil de controlar, existen inclusive pensamientos de aniquilar, matar, quitar la vida de esta persona – lo describo así porque así lo siento, pero en la realidad no sería capaz de salir a aniquilar a una persona - Son sensaciones que me ciegan, me hacen perder el centro y caigo en todo lo que ella describe como reclamos, así que, siendo honesto, sí he sido así con ella.

Y me detengo un poco acá para entender todo lo que acaba de ocurrir; antes de poder siquiera pararme desde el escuchar al otro, aparece una preparación para ser el primero, competir, “mostrarme” inmediatamente en lugar de abrir la oportunidad para apoyar y colaborar con los demás, como si yo, al no estar adelante de todo, no validara ni permitiera que ellos existieran, primer paso para comenzar a vislumbrar ese gran espacio de trabajo de ser reconocido; además, me llama poderosamente la atención la cantidad de descalificativos usados para disminuir a su mínima expresión al otro, dejarlo indefenso, con pocos recursos para ser, juicios que si bien en su momento no fueron fundados, abren la posibilidad de comenzar a mirarlos de la manera más responsable y adecuada posible, empezar a fundamentar los juicios contrarios, quizás así pueda abrirme mucho más fácil a entender al otro.

Cuando ella terminó de hablar y de darme a conocer sus reclamos, comencé a desbaratarle, uno a uno, sus puntos de vista y a pedirle evidencia de lo que decía; cuando hablaba de pedir información técnica, le mencioné que teníamos muchísima información disponible y abierta a ella, para que antes de llegar con una pregunta a nosotros como empresa, pudiera buscar y conocer de su mano lo que necesitaba; inclusive en esta época de pandemia, realizamos muchísimos videos y presentaciones que grabamos para que los clientes puedan conocer muchísimo más fácil todo lo relacionado con nuestros productos, pero su respuesta fue que yo, como proveedor, no tenía por qué mandarla a buscar algo, si mi obligación era tener que darle la información, ponérsela en la mano, dado que sabía que estaba en lo que habíamos construido, pero que solo era un pregunta puntual. Acá debo mencionar que sí creía que estaba centrado para no caer de nuevo en ser grosero; con este comentario, ya me salí de cualquier momento de concentración, el que me dijera que tenía que hacer lo que ella decía, inmediatamente prendió una llama, un incendio en mi interior que solo auguraba que lo que iba a seguir como conversación iba a terminar muy mal; advertí esto y lo que hice fue guardar silencio en el instante, me comenzaron a sudar las manos, apreté los dientes, me dio muchísimo calor, estaba lleno de ira, rabia, solo pensaba en lo floja y poco recursiva que era esta persona, pero me aguanté lo que más pude y allí me quedé, callado.

Sigamos indagando un poco la situación; nace la gran rabia habitada por mí cuando ella me dice qué tengo que hacer, y aquí hay que poner atención a esto, ¿Qué siento cuando alguien me dice qué hacer? ¿Qué pasa por mi cabeza? ¿Qué pensamientos llegan a mí? ¿Qué postura corporal tomo frente a este tipo de actos? ¿Existe un irrespeto a figuras de autoridad? ¿Qué de mi historia, me hace moverme tan rápidamente a la reacción del silencio, del recogerme, de alistarme a no hacer ni entender? Bueno, no es tan difícil de responder todo esto, siento que nace de mis padres y su intención de no permitirme vulnerar su autoridad, cada vez que tomaba alguna iniciativa, de pequeño o de joven, esta podría ser ejecutada, siempre y cuando fuera validada y aceptada por ellos, pero ¿cuál es el límite de este espacio? ¿La libertad de ser se ve coartada por la decisión de otros? ¿Cuántas repeticiones de este suceso tuvieron que suceder para que se instaurara una “rebeldía” a la autoridad? De tantos momento de no tener respuestas frente a mis propios espacios en su momento, “simples”, comencé a evidenciar que no tenía un lugar de decisión, que dependía de otros, y la primera reacción era quedarme quieto, recogido, expectante, pero con la cabeza maquinando, analizando y revisando el momento oportuno para tomar mi propio camino, mi propia decisión; esto trajo consecuencias profundas en mi adolescencia, fue el nacimiento de un enfoque único visto en mis padres y adoptado por mí para dejarme ir por la vida, algo que, como verán, no fue muy útil.

Cuando le pedí argumentos sobre las respuestas que yo le daba a los clientes, más elaboradas que las que le daba a ella, de nuevo le indiqué que necesitaba ejemplos y volvió a tocar un tema que ya habíamos hablado hace bastante tiempo; antes que terminara, la interrumpí y le dije: “Por qué tenemos que repetir este tema, ya lo habíamos hablado y habíamos llegado a conclusiones de cómo manejarlo, pero creo que, como siempre, no se escucha lo que digo”. Y bueno. acá desaté la furia que ella tenía también contenida, se paró desde la víctima, subió el tono de voz y tomó el recurso que me había dado anteriormente, del porqué su cliente exigía mayor atención, y aquí perdí el control, subí la voz, saqué los ojos de órbita, mi cabeza se llenó de sangre, el calor aumentó y comencé a mencionarle que llevaba dos años trabajando con ella, que habíamos viajado muchísimas veces alrededor del país, capacitando a los clientes, en donde ella había estado presente en infinidad de presentaciones, en las cuales he repetido mil y una veces la misma información, pero en todas las ocasiones ella no ponía atención, si no que se centraba en el celular o se salía a hacer varias cosas, demostrando que no le interesaba aprender, que quería todo a la mano y que a mi forma de ver, todo en la vida no era así de fácil.

Quiero parar acá, porque necesito puntualizar en lo que se vino a mi cabeza escribiendo esto, nace en mí una sensación de carencia de que las cosas no se consiguen tan fácil, hay que luchar por ellas, de mi parte ha sido súper difícil llegar a donde estoy, ganar el reconocimiento, ser visible ante el mundo… Fuerte descubrimiento, siento nostalgia y dolor al escribir esto, se acercan algunas lágrimas, me pasan escalofríos y solo pienso en todo lo que he tenido que hacer para poder estar donde estoy, casi perder la vida llegando acá, saliendo de momentos difíciles, tener que salvarme para estar en el aquí y en el ahora, y aparece una persona pensando que solo con un comentario cree que voy a darle todo, como si fuera tan fácil; encuentro que, cuando alguien me pide que le dé algo sin esforzarse, sin tener que antes buscar y poner su atención e interés en hacerlo, caigo en una molestia profunda, porque siento que no lo merece; hay que sufrir, esforzarse para lograr lo que se quiere.

Solo fue un párrafo de descripción de un suceso con esta mujer y aparece una carencia grandísima del pasado, la cual rompe totalmente mi forma de pararme frente al mundo ¿Por qué debo abrirme en todo lo que he vivido para ponerlo al servicio del otro, sin obtener nada a cambio? Pero acá debo ser honesto, si gano y mucho, aporto a los demás, doy espacio a la sociedad para que se nutra de lo que hay en mí como experiencia de vida, le doy a otro ser humano la posibilidad de llevar un aprendizaje que yo tuve con el tiempo y con muchas otras situaciones; me abro a los demás, cierro la ventana del individualismo y paso de luchar a aportar, a disfrutar el poder entregar lo que soy y merecer el reconocimiento por eso, se abre la puerta a crear equipo, a marchar en grupo por un objetivo mayor, y aquí, en este espacio construido con muchos más coequiperos, puedo pararme y ser observado ante el mundo desde un lugar más asociativo, que ser la estrellita del firmamento que se instauró en mí y debería ser.

Debo mencionar que estoy impresionado con esto que escribo, ¿los aprendizajes de vida deben llegar con esfuerzo y dolor?, ¿todo en la vida debe ser luchado o se puede conseguir de una manera más pacífica y constante, sin tener que pelear para lograrlo?, ¿debo ser juez de cómo llegan los demás al resultado?, ¿tienen los demás que sufrir y esforzarse para llegar a donde yo llegue?, ¿por qué le traslado mi dolor de aprendizaje a los demás?, ¿es una compensación que busco de parte de ellos para sanar mi dolor?, son preguntas que me hago generando la reflexión del porqué trasladar mi historia a otros, mis dolores a los demás, aquí hace sentido el justo medio que mencionaré en un diagrama que será mostrado más adelante, Si, dando una respuesta a lo que preguntan los demás, sin generar en mí ninguna molestia por hacerlo, se soluciona el tema, ¿por qué tengo que llegar a la molestia y el dolor para responder? Concluyo que estoy buscando una compensación innecesaria, los demás no tienen por qué vivir ni sentir lo que viví, cada uno tiene sus aprendizajes, de nuevo, es importante construir la capacidad asociativa, ser visible ante el mundo con los demás no solo yo.

Ya la conversación estaba tensa, aireada y con un tono muy alto, así que como conclusión de mi última respuesta, volvió a su tercer reclamo, en donde me decía, “Si ves, acá está la grosería, la falta de respeto, ¿Se te olvida que soy tu cliente?”. Yo ya no tenía cabeza, estaba pensando con las vísceras, con las tripas, mi cerebro reptil solo quería hacer daño, maltratar, me salí totalmente de mí, y mi respuesta fue, “Cómo no quiere que me ponga así, si lo que usted quiere es que todo se le dé como quiere, solo veo en usted una flojera para hacer las cosas y no aprender”. Esta fue la gota que derramó la copa, ella comenzó a decirme que cómo una persona que llevaba tanto tiempo creciendo como profesional, que había pasado por tantas empresas, que tenía la formación y el cargo gerencial que yo tenía, era capaz de permitirse hablar y responder como lo hacía, que yo era un afortunado de la vida por estar donde estaba y antes debía agradecer por tener la oportunidad de trabajar donde trabajaba; era claro que todas estas palabras venían de su carencia, de lo que ella veía quizás como carencia propia, pero el tono en que lo decía para mí, venía desde la víctima más abusada que hubiera existido. Así que, de parte y parte, ya no había razón en cada respuesta; esto fue un vaivén de respuestas ofensivas, defensivas e hirientes que se extendió por varios minutos, llegó un punto en donde literalmente me cansé, me aburrí, me quería ir, colgar y no tener que escuchar más todo lo que sucedía, así que le dije, “Mire, sabe que, dígame ya todo lo que necesita, todo lo que quiera que yo haga y lo hago sin decir una palabra, no me interesa entrar más en esta conversación, si lo que quiere es que yo haga lo que usted quiera, pues así lo haré, pero no más con esto”. Aquí, esta señora enloqueció con sus comentarios, comenzó a decirme que si es que yo no entendía lo que ella decía y lo que pedía, la verdad fueron un montón de comentarios que siendo muy honesto ya no escuche, borre de mi ese espacio, lo anule, desde mi última frase ya no me intereso escuchar más, ya me había rendido, la propuesta que hice, grosera, desafiante y poco profesional a mi parecer, era la última que iba a aceptar así que guarde silencio por un buen espacio de tiempo y cuando termino de hablar, volví y le mencione, “Desde hoy todo lo que pida y solicite lo hago, no tengo más que agregar, ya estoy cansado de esta conversación”. Viendo esta mujer que yo no iba a hablar más, lo único que pudo decir para cerrar fue, “Tranquilo, que ya sé con quién es que me estoy relacionando”. Me sonó a amenaza, pero ya no tenía más fuerzas para seguir conversando, así que lo que hice fue tirar el teléfono.

¿Qué se puede decir de todo esto? Bueno, nada más y nada menos lo mismo que he venido comentando anteriormente, una gran dificultad asociativa para ganar junto al otro, si no soy yo delante, ninguno de los dos va, o me muestro solo o nadie se muestra, ¡Fuerte!

Me tomé un momento para respirar sin recobrar el aliento, me sentía agotado, sin energía, derrotado y con una sensación de rabia contenida, pero sin fuerza para sacarla, inclusive con unas ganas inmensas de llorar, había perdido, me había dejado inestable, le había dado lo que siento que ella quería, así que yo había sido derrotado.

Y miren esto tan interesante, “había perdido”, “había sido derrotado”, ¿cuál era la lucha?, ¿hay que pelear siempre por cualquier cosa que llegue a la vida?, ¿es la rabia el camino a tomar? Es interesante encontrar lo que sucede con el exceso de rabia, nace el agotamiento emocional, la “derrota”, un paso claro a ser la víctima, como si aquí comenzara un camino de esconderme a no ser, a esconderme dentro del caparazón, a no volver a salir, ¿Vuelvo a esconderme y seguir planeando que hacer? ¿Me escondo detrás de un caparazón de dolor para maquinar algo en contra de otros?

Ese día acabó ahí para mí, no pude volver a concentrarme ni poder volver a seguir trabajando, el sentimiento de derrota era inmenso, pero es importante reconocer que toda mi energía se había ido, permití que alguien me robara la paz.

De este espacio rescato cosas muy valiosas que fui agregando en el transcurso que lo relataba y como el primer boceto de mi estructura de coherencia que desarrollé en mi camino de aprendizaje cobra más sentido, voy a exponerlo tal cual siento que aparece en este espacio pero siento que puedo organizarlo mejor dadas las reacciones que nacen desde ser la víctima o el victimario, pero es un boceto diagramado acorde a lo que me sucede, inclusive terminando de escribir esto, estoy agotado, cansado.

Aprendí en mi vida por mi formación en colegios religiosos y militares, además de crecer con una mamá muy estructurada y ordenada, que los diagramas y sus recorridos permitían definir un proceso de alguna manera, darle forma a lo que sucedía, fue así que en mi necesidad de entender todo lo que había encontrado, fue que construí el primer boceto de cómo operaba yo en el mundo. ¿Será que su funcionamiento sí es tan cuadriculado y exacto? ¿Se puede definir el comportamiento del ser humano en cajitas, acciones y consecuencias? Vamos a ver.


Figura 1. Primer boceto de mi estructura de operación en la vida

Después de la segunda conferencia del programa Avanzado de Coaching de Newfield Consulting y habiendo habitado constantemente la emocionalidad que se generó después del primer centramiento – espacio de concentración y propiocepción, casi una pequeña meditación – que realizó Alicia Pizarro en donde teníamos que abrazarnos y mecernos – Claves importantes en el desarrollo de este trabajo, el amor propio y la compasión –, comencé a conectar mucho con el trabajo del Proyecto de investigación Ontológica y me puse a diagramar lo que había construido hasta el momento, de ese ejercicio nació la figura 1.

En el camino de la Certificación encontré que La Rabia y sus acciones son detonadas cuando soy vulnerado o inclusive, agredido; muchas veces esta agresión a los ojos de otros no es tan fuerte como para justificar mis acciones, pero para mí es una agresión directa al ser que soy, así que inmediatamente esta sale y se dispara sin filtro alguno, por lo tanto cuando mi ser es visto de una u otra manera, en la mayoría de las veces negativo, inicia el proceso que he evidenciado - quiero incluir que el origen probable del ser visible, de querer que me vean, del ser importante y vinculado, viene de mi familia, mi núcleo familiar, papá, mamá, hermana y sobre todo de mi niñez, de alguna u otra manera quizás aprendí a llamar la atención para ser visible, y por eso cuando vulneran este espacio tan difícil de encontrar en el pasado para mí, se genera una agresividad enorme que dispara lo que siento que es la rabia para mi hoy en día – Esto que menciono tiene un espacio rico de entendimiento, pareciera que fue instaurado un sentimiento de inferioridad, de evidenciar que se podría generar algún tipo de abuso para aprovecharse de mí y desde acá es que se gatilla la rabia como mecanismo de defensa. Todo inicia cuando este ser visible al mundo sufre algún tipo de violación a su espacio o simplemente no es visto por los demás; debo llamar la atención y para esto inicio un proceso de escoger cuál rol juega mejor el papel para iniciar, cuál es más útil y necesario para la ocasión, así que inmediatamente me vuelvo víctima o victimario, asumo el rol con naturalidad y fuerza; si soy victimario, soy el villano, el prepotente el grosero, intimidador, el que pone el cuerpo fuerte, desafiante, los ojos salen para enfocar al “enemigo” a quien hay que agredir, inclusive noto una fuerza importante que va en las manos, a los puños, para mostrar un indicio de ataque, y aparece quien quiere competir, no asociarse ser el único.

Pero cuando la situación lo amerita, sale la víctima, el del cuerpo flojo, de mirada baja, de ánimo decayendo y con una actitud de tristeza y resignación que genera lástima o dolor.

En estos dos estados nace en mí una sensación, o de injustica hacia mi o de justicia a buscar de mi parte; los dos buscando la manera que con las consecuencias mencionadas pueda ser visible de alguna forma, así es que este ciclo se repite y se repite hasta que soy visible, me ven con miedo y, por consecuencia, hay temor hacia mí, o me ven con lástima, hago sentir culpable al otro para que venga y me vea, que esté a mi lado.

Este es el proceso que llevo desarrollado hasta ahora, buscando opciones para que esta conducta tenga un desarrollo diferente, he notado que hace falta en mí “compasión” para no tener que entrar en estados coléricos que hagan que mi ser se sienta como se siente, esto conectado con “El Amor Propio” ese amor que me va a permitir no buscar ese reconocimiento por fuera, el que me permitirá reconocer que conmigo mismo en muchas ocasiones, basta y sobra para sentirme acompañado y feliz, el que puede acompañarme y estar a mi lado para evitar entrar en ese ciclo doloroso, además de entender que hay caminos asociativos, de compañía apoyo y colaboración mutua, el estar y hacer todo solo no traerá una ganancia importante y rica en la vida como lo puede hacer el trabajo en conjunto, el justo medio.

“Humildad” para reconocer que no debo ir al extremo de sacar, o la rabia completa que explota y se desborda o entrar en un estado profundo de dolor, tristeza y silencio, que a veces agobia y duele más que la fuerza desmedida y aquí entra uno de los nuevos descubrimientos que comienza a ser muy partícipe en el proceso de encontrar mi grieta existencial, el llegar al fondo del laberinto y es el poder conocer e identificar el Justo Medio de las cosas, poder recorrer los matices que todas estas acciones tienen, ir a cualquiera de los extremos es muy fácil para mí, pero poder encontrar el momento, el espacio, la conclusión, el resultado que vincule todos dos extremos es algo a comenzar a reconocer y evidenciar pronto, ¡aquí voy!.

Después de haber analizado el evento ocurrido en mi vida laboral y haber construido una posible forma de operar ante el mundo, siento que es importante analizar estos descubrimientos con una nueva experiencia, pero esta vez en el sistema familiar, en mi núcleo principal de vida, es así como les relato un nuevo espacio de descubrimiento en mi camino a reconocer mi grieta existencial.

Desde hace ya tres años tengo la fortuna de ser padre, en realidad añoraba mucho este momento, lo esperé con muchas ansias; a veces pensaba en que fuera un niño, para que pudiera compartir conmigo y no repetir la historia que viví con mi padre - esto ha sido algo que me ha acompañado por muchos años, inclusive entré al ABC (Art of Business Coaching) con la firme intención de ser una mejor versión de mi para mi bebé - pero eso lo solté rápidamente en el embarazo de mi esposa y solo pedí que llegara el mejor ser humano a nuestro hogar, y así fue, nació Salomé, mi precioso significado de vida.

Desde que ella estaba de brazos, pude notar la fuerza con la que ella venía al mundo, desde ese momento se notaba su temperamento, cuando no le gustaba algo, lo reclamaba con fuerza, gritos, incomodidad, se hacía sentir y lo hacía notar a los demás; debo confesar que desde esos momentos iniciales me comenzaba a dar un poco de miedo que su carácter fuera muy fuerte e indomable, claro que esto lo veía más en mí que en ella. Y acá me quiero detener un poco, porque me hace reflexionar sobre algo que he conversado varias veces en mis círculos sociales, y es que mi hija viene a vivir su vida, a cometer sus propios errores y disfrutar el mundo de la manera que ella quiera; proyectar mis experiencias, pasado y dolores en ella, nunca ha sido ni será sano, así que aquí encuentro una parte que podría deslegitimar del miedo que me genera que ella también tenga temperamento fuerte y determinación por vivir.

Este tema del carácter, la fuerza y demás cosas descritas me hacen un ruido muy grande, ¿Qué estoy viendo de ella reflejado en mí que lo llamo como lo llamo? ¿Por qué a un ser que apenas acaba de llegar al mundo le doy los calificativos que menciono? ¿Cuál es la necesidad de estar definiendo en cada instante la personalidad de otros? ¿Hay posibilidad de solo fluir y dejar que ella misma me muestre quién es? Sería importante permitir que los demás vivan, se desarrollen, crezcan y se permitan ser; no hay duda que con el primer hijo salen todas las carencias del niño que fuimos, pero no hay cabida para que, desde el momento cero, esté yo como padre definiendo quién es ella, es por eso que la mejor herencia que puedo darle desde hoy, es que pueda fluir con lo que ella apropie, acompañando el camino con mi experiencia de vida.

Al pasar del tiempo se evidenció esto, mi amada hija tiene un temperamento fuerte, existe muchísimo fuego en ella, lo cual debo confesar que me encanta, en el sentido que para habitar en este momento de desarrollo del mundo, a mi juicio, se necesitan personas con determinación, fuerza, que tengan criterio en la vida y puedan tomar decisiones bajo la presión de la forma de vivir actual, pero lo que está claro es que siento que es mi responsabilidad poder mostrarle una de las incompetencias más grandes que tengo hoy en día y es poder llegar al justo medio del manejo de toda la energía que tenemos disponible, para actuar en la vida, reto interesante y fuerte que tengo por delante.

Hago esta previa introducción para describir un poco a mi hija desde mi mirada, - significa que lo mencionado puede que sea diferente a los ojos de otros - el contexto desde donde me he movido y los componentes existentes para la situación que me sucedió.

Salo es niña tierna, amorosa y muy consentidora, son más sus cualidades hermosas, las cuales amo y reconozco en lo más profundo de mi ser, pero desde que Salo cumplió dos años, en ella comenzaron a aparecer brotes de mucha molestia, pataletas constantes, gritos indomables, un temperamento fuerte para rechazar cosas que no quiere, en fin, todas las características que describen los famosos terribles dos años; desde ese momento no ha sido fácil poder convivir con lo que a ella le sucede, me he dado cuenta que los gritos, pataletas, desafíos y demás cosas que ella nos realiza, a mi esposa y a mí, en medio de todo son sanos y permiten que lo que esté sucediendo en ella se libere, salga, no se quede reprimido y pueda tener un curso tranquilo, ser expulsado. Cuando veo a mi hija haciendo eso pienso en ¿por qué nosotros los adultos no podemos hacerlo también? ¿O se ve mal que lo hagamos? Gritar, patalear, llorar sin control por un espacio de tiempo, lamentar lo que tenga que lamentarse, en fin, todas estas manifestaciones liberadoras y sanadoras, a mi forma de ver, nos son reprimidas, juzgadas por la sociedad y castigadas en el momento que son vistas ¿Acaso este es el inicio de la represión en el ser humano? ¿El que no podamos liberar o canalizar adecuadamente nuestras molestias hace que las carguemos y acumulemos generando molestias mucho más grandes? ¿Cuál es la definición de la sociedad de liberar, solamente hablar? Estas preguntas me llevan a que, definitivamente, existe una represión que la sociedad ha creado y que nos ciega en el momento de educar, no porque lo reflexione de esta manera hace que yo no lo reprima, al contrario, lo estoy poniendo acá, porque fui de los primeros en ser reprimido por las mismas emociones y sentimientos por donde creo que todos los niños pasan.

Estábamos en casa una mañana de un fin de semana, Salo quería algo que sabía que no podía tener y en su necesidad de querer tenerlo a como diera lugar, pasó por encima de la instrucción de su mamá y lo tomó de todas maneras; mi esposa, al ver esto, fue inmediatamente, le pidió que lo entregara, pero como era de esperarse no accedió a hacerlo, así que le quito el objeto dado que era delicado y podía romperse fácilmente, al hacer esto Salo se molestó mucho. Yo me encontraba en otro lugar de la casa y solamente escuchaba lo que estaba sucediendo, por mi cabeza solo pasaba el “Dios, otra vez, va a empezar esta muchachita a gritar”; en mí se genera en esos momentos un poco de frustración, me siento desganado, sin fuerza, como casi derrotado sin haber comenzado a hacer algo, por mi cabeza solo se pasan pensamientos como ¿por qué Salo no entiende esto para que no la regañen? o ¿qué más necesita para aprender que eso no se debe hacer? Esto claramente son preguntas que vienen de mis papas, recuerdo cómo ellos lo hacían constantemente cuando yo no hacía caso; volver a esto me da un poco de incomodidad, ¿Realmente tengo que repetí mi historia de vida? ¿Quiero que Salo apropie lo que yo viví? La diferencia es que en ese momento llegaba un golpe hacia mí para reprimir la conducta, pero de mi parte hacia Salo solo espero a que mi esposa, que es la que estaba a cargo en ese momento, tome la decisión que considere adecuada, o para corregirla o enseñarle que las cosas no se hacen de esa manera.

Interesante este punto, no lo había visto, hablo de represión anteriormente y esto que hacemos también lo es, enseñarle a hacer las cosas como nosotros las hacemos y no que ella explore cómo deben realizarse bajo unos lineamientos adecuados para que no suceda algo malo; interesante hallazgo, además. ¿Por qué esperar a que sucedan las cosas? ¿Por qué no generar posibilidades preventivas? ¿Hay que caer en el corregir exclusivamente? ¿Qué energía debo utilizar para prevenir? ¿Será que el actuar exclusivamente es la única vía que estoy contemplando?

Salomé, al ver que no podía tener lo que quería sostener y viendo que su mamá le había llamado la atención, comenzó a llorar desconsolada y salió corriendo a su habitación, a tirarse encima de una silla. Allí comenzó a gritar desaforadamente, comenzó a tirar las cosas que tenía a la mano, y en modo de protesta le decía cosas a la mamá como ‘no te quiero’, ‘quiero estar con mis amigos’, ‘déjame en paz’; en ese momento dejamos que se desahogara, con la esperanza que pudiera calmarse, pero siento yo, que como ella vio que no le pusimos atención, se regresó a donde estaba la mamá y comenzó a gritarle en la cara, a desafiarla, la encaraba fuertemente; esto ya no lo permitió mi esposa y fue inmediatamente a aplicarle un tiempo fuera; una cosas es protestar por algo que no le gusta y está en todo su derecho, pero otra cosa es que le falte el respeto a sus papás; mientras esto sucedía, yo solo me iba preparando para la “guerra”, salía de mi esa rabia, ira que se enciende cuando siento que inicia un espacio de este tipo, no había dentro de mí ni siquiera la esperanza de poder tomar otro camino de conciliación, repetía mi historia vivida. En el camino de mi esposa de tomar a Salo y llevarla a su silla para comenzar su castigo, Salo comenzó a gritar desgarradamente, a tirarse al piso, inclusive a manotearle y pegarle; yo no vi esto, me lo describe ella, pero continuaba en mí ese inicio de furia que ya se había antes habilitado. Escuchando todo lo que sucedía, comenzaba a subirse más una adrenalina fuerte, las pulsaciones de mi corazón cada vez eran más rápidas, mi respiración más corta, en mi cabeza comenzaban a generarse preguntas y juicios fuertes como ¿Y esta niña cree que va a pasar por encima de nosotros? ¿Acaso vamos a permitir que ella haga lo que le dé la gana? ¿Si esto hubiera pasado en mi caso hace años, ya me hubieran dado una paliza tremenda, que hago para no repetir lo mismo que me hicieron a mí? Aparece una ambivalencia fuerte de rabia extrema por el desacato y falta de respeto de Salome hacia nosotros y las ganas de no repetir lo que a mí me había pasado como hijo. En este momento, solo aparecían incógnitas, preguntas, entre el activar el modo fácil de vivir, la rabia, o entrar en un momento de conciencia, ¿Esto es realmente lo quiero enseñarle a ella? ¿Puedo mostrarle un punto previo a llegar al caos?

Con el tiempo, la situación empeoró, a mi esposa se le dificultó un montón poder llevarla a la silla, se tiró al piso, pataleaba, gritaba de una manera que era casi como si la estuvieran torturando y eso a mí ya me sacó de mí mismo, hasta acá llegó la razón; con la rabia, ira y gran molestia que tenía, subí las escaleras corriendo y le grité fuertemente: ¿Y a ti, que es lo que te está pasando? Salió con una fuerza tal que la niña se quedó viéndome a los ojos, quieta y expectante a lo que siguiera después, y en ese precisó instante, mi esposa me toma del brazo y me dice: “estoy yo a cargo, permíteme, hago lo que hemos acordado”, esto es, hacer tiempo fuera hasta que comience a calmarse. En ese instante, solo me devolví, bajé las escaleras y seguí haciendo lo que estaba realizando, pero ya mi cuerpo, emociones, conversación interna, y lenguaje estaban fuera de control; en mi cuerpo sentía un calor increíble, estaba en un momento de rabia extrema, si me pudiera describir, era un cuerpo en llamas, solo pensaba en mi cabeza: “¿Qué le pasa a esta niña? ¿Me voy a quedar acá sin corregirla?, ¡Lo que ella necesita es mano dura!”, todas las cosas que escuche de niño, lo que se decía alrededor mío cuando había un desacato, cuando se pasaba por encima de la autoridad paterna, además, también comencé a murmurar cosas un poco inaudibles con mi boca casi entre cerrada, y decía algo cómo ¡No voy a dejar que esto pase! ¡Si dejo que esto continúe hoy, va a hacer más grande lo que le dé la gana! ¡Esta niña necesita una educación diferente, tocará a las malas!, frases que siguen el mismo camino de las preguntas que hice anteriormente.

Es importante ir uniendo cabos que se han venido entrelazando con la construcción del primer boceto de estructura de coherencia, y ¿dónde está el justo medio? ¿La opción a seguir es la mano dura? ¿Es más grande mi amor a ella como para comenzar a construir nuevos caminos? ¿Cuál es el nuevo camino a seguir, ese justo medio a construir? ¿Quiero seguir construyendo el mismo camino? ¿Qué camino quiero construir para ella?

La situación no mejoró, Salo estaba cegada en gritar, pegar, tirar las cosas, ya estaba fuera de control, y como era de esperarse, no duré mucho tiempo abajo escuchando esto, cuando en un segundo momento, sentí que se llenó dentro de mí algo mucho más fuerte, algo que me sacó de control, quedé ciego, no podía manejarme a mí mismo, ya no tenía control sobre lo que iba a suceder, comencé a correr por la escaleras con el cuerpo hacia adelante, decidido, la cabeza caliente y con la rabia más grande que podía tener, en mi cabeza iba la frase, ¡esta niña no va a hacer lo que le dé la gana! Mi esposa, al verme como iba, medio intentó frenarme, para no dirigirme así a la niña, pero fue inútil, no podía frenarme, entré al cuarto donde Salo estaba haciendo la pataleta y con una mirada penetrante de rabia, casi de odio, lanzando el cuerpo hacia ella, con toda la disposición de corregirla con un golpe en la cola, le grité: ¡Y a ti qué es lo que te pasa! Esta vez, con el tono de la voz, mi corporalidad, mi cara de furia desbordada, la niña se corrió hacia atrás de la silla, comenzó a sollozar y bajó inmediatamente la intensidad de lo que estaba haciendo, se asustó profundamente… Paro acá de escribir, y lloro recreando el momento, me he cuestionado mucho esto, tengo absolutamente claro que no es la forma, no debería interactuar con ningún ser humano cuando no tengo control de mí, pero puedo evidenciar algo característico, tengo una enorme capacidad de no pisar el fondo y perder la vida en ello; no llegué a lastimarla ni a transgredir su espacio físico, hay algo que me frena inmediatamente, me ata a no cometer algo de lo que me vaya a arrepentir; ahora que lo digo siento que hasta en ese momento de ceguera de conciencia, aparece en mí un mecanismo de freno de emergencia, me alerta, me detiene, por un momento me vuelve consciente de no cometer algo de lo que me arrepienta, creo que esto lo aprendí, ya que como he podido muchas veces perder mi vida por hacer las cosas sin pensar, aparece esta parte consciente del desastre que sabe que no tengo que llegar al fondo.

Después de todo esto, no solo queda el dolor de haber sacado lo que salió con mi hija, si no que transgredí el espacio acordado y construido con mi esposa, ¿Qué más quiero destruir con la rabia de mostrar mi autoridad, de mostrarme a mí mismo?

Aparte de la frase que dije, apareció otra como: ¡Es que no entiendes que hay que respetar ¿qué te está pasando? Acá ya Salo estaba clavada a la silla, tenía cara de pánico, movió su mano a la cola, como sobándose previamente de un golpe que ella creía que le iba a dar, pero, al ver que la intensidad de todo lo que ella estaba haciendo bajó notoriamente, retrocedí y comencé a irme poco a poco, mi esposa atónita solo me veía y cuando vio que me estaba retirando, me dice: “Sabes que esta no es la manera”, a lo que le respondí: “¿Y entonces, cuál es?, ¿vamos a dejar que haga lo que se le dé la gana? ¡Ya estoy mamado, cansado de esta situación, qué mierda tener que vivir esto!”, me volteé, retirándome de nuevo al primer piso.

¿Y no era acaso ese mismo niño Rafael, mirando a su padre atónito por lo que había pasado? ¿En un momento similar fue que asumí una postura diferente hacia él? ¿Si ya reconozco el dolor que genera esto, por qué recrear lo ya vivido? ¿Será que no hay una puerta alterna desde el amor y la compasión para acompañar su proceso de aprendizaje? Tantas son las preguntas que nacen como posibilidad hoy, que siento con el corazón que puedo hacer algo distinto.

Definitivamente Salo dejo de llorar, comenzó a bajar su intensidad rápidamente, quedaron en ella sollozos y salió a buscar a su mamá para que la consolara; mi esposa no fue porque seguía en el tiempo fuera, así que la niña se quedó allí por el tiempo que le tocaba, yo bajé las escaleras y detrás de mí se iba quedando todo ese calor, fuerza, rabia, descontrol, ya había explotado, la olla a presión que tenía en mi cabeza, ¡se le rompió la tapa! y ahora que ya la presión se había liberado, no volví a intervenir ni meterme en lo que mi esposa terminó de hacer para calmar a la niña; inclusive, apenas su castigo terminó, la llevó a nuestro cuarto y cerró la puerta, para que la niña se calmara y para que yo no la escuchara más y no existiera el riesgo de ir de nuevo a explotar como lo había hecho, pero esto ya no iba a suceder, ya me había descargado, sacado todo lo que tenía, así que no había riesgo que esto sucediera, ¿Parecido al evento anterior del trabajo no? Definitivamente, es más lo que pierdo que lo que gano.

Ya de regreso a lo que estaba haciendo, sentí un cuerpo cansado, agotado mentalmente, solo pensaba en que había asustado a la niña, pero ¿cómo habría logrado calmar a Salo de otra manera? Lo extraño del asunto es que no llegó remordimiento a mí, como hubiera sido lo que había pasado, se calmó Salome, frenó todo lo que estaba sucediendo, pero ¿a qué costo?; en ese momento no me importaba mucho eso.

Debo confesar que me duele mucho escribir esto, darme cuenta de todo lo que pasa en mí, en mi cuerpo, en mis pensamientos, recordar la cara de mi hija, de pánico, dolor, susto, ese afán de protegerse, de no ser lastimada, me duele profundamente, solo pienso en que fracaso como padre, no sé cómo llevar la situación, me regreso a la rabia primitiva y poco útil en esos momentos, además celebro que algo en mí me frene a ir al extremo más fuerte, descaradamente lo confieso, eso por lo menos no me hace sentir frustración, el no perder el control total por lo menos me mantiene un poco tranquilo, porque el remordimiento no es tan grande, es algo medio extraño, raya en lo desquiciado ahora que lo escribo, pero agradezco a Dios no repetir la historia que yo viví; en mi caso, mi papa no frenaba, llegaba el grito, con los golpes y con la irónica pregunta ¿va a seguir llorando o se va a calmar? ¿Cómo me iba a calmar y dejar de llorar si estaba sintiendo más dolor y lo único que tenía en mi cabeza era el pánico que me generaba la situación? Recordar lo que es estar al otro lado de la historia me muestra que lo que hago solo es repetir lo mismo, pero sin entrar en el golpe físico; ya sé cuáles son las consecuencias de esto.

No quiero sonar como el que se justifica para volverlo a hacer, ni mucho menos, menospreciar el gran remordimiento que siento al actuar desde mi cerebro reptil, desde mis memorias, el dolor que se genera de haber instaurado un recuerdo poco agradable para mi hija, desde donde ella de pronto se moverá para relacionarse conmigo y con el mundo, no quiero que esto vuelva a suceder.

Lo que me parece más fuerte de toda la historia es que, cuando pasó todo, ya había calma y una aparente tranquilidad; realmente no la había, no es así, el ambiente queda tenso, con toda esa energía liberada de la niña con miedo, yo desfogando todo ese fuego y mi esposa expectante de que no me vaya a equivocar, hacen que el espacio esté incómodo, la niña me buscaba, como tratando de compensar lo que había hecho; eso me duele profundamente, aún más en mi alma, mi corazón, ella llega con su carita de nobleza y amor a intentar contentar a su padre, y yo lo que hago es hacerme a un lado para terminar de calmarme por lo sucedido; qué gran lección de humildad y entrega al otro que me llega, ella muestra su amor propio para poder volver a su padre, tengo en casa a mi maestra.

Es muy doloroso ver que el patrón se repite, con Salo y con más personas a mi alrededor, aunque no existe un golpe físico como yo lo sentí, sí hay uno psicológico, poner esto acá me muestra una forma equivocada y poco aterrizada de la realidad, de lo que debo hacer como padre, pero si puedo frenar y ver las cosas cuando estoy en furia extrema, siento que antes que eso pase podría también poner freno para que la emocionalidad no se exacerbe; sé que debo corregir a mi hija pero debo hacerlo desde los mejores recursos que tenga disponibles para ella, corregir también es amar, pero ese amar no tiene que ser malintencionado, acá aparece de nuevo el justo medio, el utilizar un poco de frío y un poco de calor – Lo dijo Edelmira, una prima que respeto y valoro mucho – el poder equilibrar las cargas para entregar la educación que quiero dar pero sin tener que recurrir a los recursos más instintivos y primitivos, yo ya puedo hoy ser consciente de mis actos, el camino de verme en una nueva versión creo puede empezar desde ahí, ver todo el abanico de posibilidades posibles sin tener que recurrir a lo que aparece siempre como el único recurso.

Este es el primer peldaño de las experiencias que quiero relatar, cómo aparecen diferentes factores que van rodeando el ser visto en el mundo, cómo desde aprender a atacar o retraerme, ser la víctima o el victimario, y cómo desde el recurso de la rabia construyo un resentimiento que ha cobrado una factura costosa de vida, veamos que sigue cuando me aíslo de todo lo que sucede.

Capítulo 2. El camino al Autoaislamiento – La Resignación

El segundo peldaño, el lugar que ocupo cuando me salgo, me voy, me canso, y su consecuencia, la razón por la que estoy hoy certificándome como Coach Senior, esa resignación que me tomó por sorpresa, que me dejó sin recursos para moverme liviano en la vida, esa que me genera es el aislamiento y quedarme retraído en algún lugar, sin opción de poder moverme.

Antes de darle forma a este capítulo, quisiera compartir algunos hallazgos clave en el desarrollo de este tema.

En el inicio de este PIO (Proyecto de Investigación Ontológica), puse sobre la mesa, temas clave y muy notorios, reconocidos en mí como la rabia, la víctima y la resignación, y esta última como el detonante para declarar un espacio de indagación importante, ya que completaba los momentos que tengo en mente que más me han afectado en la vida, pero en este espacio que he abierto para conocer más mi grieta existencial, he venido identificando constantemente dos cosas bien importantes e interesantes, que harán parte de este escrito, y que ya lo he mencionado tímidamente; estos son la arrogancia o prepotencia en la búsqueda de la visibilidad como persona, para ser visto a través de acciones negativas disfrazadas de positivas.

En cuanto a la arrogancia, he venido apreciando que en varias sesiones de Coaching, realizadas por mí o hacia mí, o en mi día a día laboral, surge una prepotencia o arrogancia ante ciertos comentarios en donde, o veo que un colaborador me está exigiendo, pasando por encima de mi autoridad, o cuando el conocimiento no es claro y para mí resulta algo básico, allí hago alarde de lo que soy como profesional, mi experiencia y poder como gerente, pero al final de la conversación o la situación aparece un intenso sentimiento de culpa, por haber actuado de la manera en que lo hice, pensando mucho en cómo se sintió en el otro y queriendo enmendar lo que hice, pero esto ya no es posible de realizar. Al inicio de la situación, siento una prepotencia enorme, vuelve la intención de aplastar al otro, mi cuerpo se ensancha, crece, se expande, la superioridad mostrada es arrogante, brusca, pero cuando el daño está hecho, vuelvo al caparazón, a la concha, a esconderme, victimizarme, quizás a justificar lo vivido, la culpa es partícipe de este momento.

En cuanto a la consecuencia de la arrogancia, la añorada visibilidad, el llamar la atención, el voltear las miradas hacia mí, he notado mucho que, de una u otra manera, en mi vida diaria y en el coaching cuando no tengo la atención o no veo que esta es generada, hago o comentarios graciosos para que las miradas vengan acá, o soy grosero, fuerte y dominante para generar un poco de molestia, temor o malestar, para que la gente esté pendiente de lo que hago, o con un uso excesivo del lenguaje, la retórica, envuelvo de manera tal que confundo más y deben volver a mí. Y me pregunto: ¿Qué se esconde detrás de querer ser visto? ¿Qué emociones habitan allí? ¿Será que existe un miedo al no ser reconocido? ¿Cuál es la necesidad de figurar? ¿Cuándo no figure y hoy quiero que me vean? Bueno, desarrollémoslo.

Desearía iniciar este espacio pudiendo mostrar un evento fuerte y doloroso que recuerdo, no de muy buena manera, y marcó pautas de funcionamiento en mi familia que fueron difíciles de romper.

Estábamos ad portas de iniciar un nuevo milenio, era el año 1998 o 1999, a mis trece o catorce años de edad, la indico aproximada, ya que recuerdo que en esa época fue el lanzamiento en Colombia del juego que voy a mencionar; teníamos en casa un computador en donde hacíamos trabajos, mi hermana y yo, del colegio, y mi madre, de su trabajo, y los fines de semana nos daban la oportunidad de jugar en él. Busqué la manera de que me grabaran un juego que recuerdo con mucho agrado, no se me va a olvidar nunca, era Age of Empires, un juego de rol que proponía construir civilizaciones antiguas, podía pasar horas enteras jugando con él, ya que siempre me ha gustado mucho la mitología y la historia de las antiguas civilizaciones.

En un fin de semana yo llevaba ya muchísimo tiempo jugando y mi hermana quería también usar el computador, recuerdo que me insistió varias veces que le permitiera jugar, y yo le decía que me dejara terminar, realmente el que me dejara terminar podría implicar una hora o casi dos, por la extensión del juego; así fue mencionado por ella, varias veces, hasta que no aguantó más y de un momento a otro, sin yo darme cuenta, por estar concentrado en mi juego, abrió la unidad de CD, sacó el CD y me lo rompió en la cara; y este momento lo tengo muy marcado en mis recuerdos, porque se desató en mí la rabia más absurda posible, fue uno de los momentos en donde recuerdo que en mí creció una ira desenfrenada, ciega, solo quería vengarme, generarle el máximo dolor posible, para que recordara que eso no se hacía; así fue que, cuando ella vio mi cara desencajada, vi en su rostro un pánico extremo que lo único que le permitió hacer fue iniciar su huida a resguardarse con mis padres, que estaban cocinando, así que arrancó a correr desde el estudio hacia la cocina; recuerdo que tiré la silla del computador al piso para correr tras ella; por mi estado atlético de ese momento, ya que entrenaba muchísimo fútbol, salté por encima de la cama de mis papás de un solo brinco; recuerdo que no era consciente de ni una sola parte de mi cuerpo, tenía toda mi atención centrada en mis ojos, que veían fijamente a mi hermana, sentía que era un depredador que iba a cazar a su presa, tenía unos ojos vidriosos, llenos de lágrimas de rabia, dolor e injustica, solo quería venganza; en esa maratón, que la verdad fueron pocos segundos, mis padres ya estaban alertados de lo que sucedía, pues los gritos de pánico de mi hermana eran fuertes y muy angustiantes, recuerdo algo como :“Mami Andrés me va a pegar”; mi hermana pensó que alcanzaba a llegar a la cocina y quedarse detrás de mi mamá, pero no sé cómo vi un solo momento posible para ejecutar mi venganza y cuando ella iba a girar a la cocina, como cuando un jugador de fútbol va a encarar un balón que viene de un centro largo, puse mi pie izquierdo bien adelante y apenas ella iba a girar, ya estando cerca de mi mamá, salió mi pie derecho directamente a su humanidad, solo sé que la fuerza que empleé en ese golpe fue desmedida, hoy digo que fue brutal, porque la siguiente imagen que tengo es la de mi mamá recibiendo a mi hermana casi encima de ella, por la fuerza con la que le pegué, empujándola con la punta del pie, inmediatamente vi a mi papá atrás de mi madre arrancando a venir hacia mí a castigarme.

Volviendo a ese momento a lo que pasaba por mi cabeza, recuerdo que la rabia, la ira, y cólera que tenía se fueron con esa patada; toda esa energía contenida quedó en la cola de mi hermana, afortunadamente no dejó lesiones físicas graves, solo un morado en su piel y una actitud de ella hacia mí mucho más lejana, ya que no me habló por dos semanas, pero inmediatamente inició en mí otra configuración de pensamiento diferente, inició la culpa por haberme desmedido en mi acto, el remordimiento, porque al final del día era mi hermana a quien lastimé profundamente y con extrema violencia, y el miedo por lo que iba a pasar de ahí en adelante

Cuando vi el cuadro completo, mi mamá recibiendo a mi hermana casi volando del golpe terrible, y a mi papa venir hacia mí, casi que con la misma cara con la que yo vi a mi hermana cuando me rompió el CD, desencajada, llena de una rabia inmensa hacia lo que había pasado, arranqué a correr ahora yo, para salvarme de la reprimenda que venía; sabía que el castigo físico que iba a recibir sería muy fuerte, así que inmediatamente me volteé y arranqué mi maratón a mi cuarto; claramente yo corría muchísimo más rápido que mi papá, así que en dos o tres zancadas ya le llevaba una diferencia grande; entré y cerré la puerta fuertísimo, con seguro - recuerdo que las puertas no se podían abrir de afuera hacia adentro ya que las llaves en algún momento se perdieron – yo me fui a un rincón que, el que tantas veces me alojó cuando me pegaban de niño, entre el armario y la pared, y me senté allí a llorar profundamente, mientras mi papa le pegaba a la puerta para que yo abriera; no recuerdo qué decía literalmente, pero hasta donde tengo memoria, eran amenazas de lo que iba a suceder apenas abriera la puerta, solo escuchaba los gritos de rabia de mi papá, los golpes que le daba a la puerta y el llanto desgarrador de mi hermana, junto a mi madre, en la cocina; así fue como duré cerca de una hora llorando, allí tirado en el piso con las manos abrazando las rodillas y mi cabeza guardada en ellas; recuerdo los pensamientos en mí en ese momento, donde solo tenía en mi cabeza la injusticia de estar encerrado y aislado, porque todo lo que había pasado no era solo mi culpa, sin reconocer que mi acto fue desmedido, también sentía mucho miedo por lo que pudiera pasar de ahí en adelante, además de una soledad infinita por estar llorando allí, cuando mi primer error había sido no haber pensado de manera equitativa, para que mi hermana pudiera también jugar; por último, tenía un gran remordimiento por haber actuado como lo hice, me había desmedido físicamente. Sabía que el acto de mi hermana hacia mí iba a pasar inadvertido, porque lo que yo le había hecho a ella había sido demasiado violento, y no tenía comparación.

Hoy, como adulto vuelvo a ese momento y me pregunto: ¿qué me hubiera dicho a mí mismo para que no hubiera explotado como lo hice?, con los recursos que hoy tengo, ¿que le hubiera dicho ese niño dolido por lo que había sucedido, para que pudiera actuar de una manera mucho más adecuada? Sabiendo las consecuencias, tanto de la rabia que yo manejaba como de la actitud de mi hermana frente a las peticiones que hacía, ¿qué hubiera pasado si me permitiera ceder un poco y permitir al otro también disfrutar?, ¿cuál fue la consecuencia de esa rabia vivida?, ¿qué he ganado y perdido por ella? Las respuestas son cortas y contundentes: “esa rabia no es tuya, tu energía sí”, además de: el mundo permite que habitemos todos en él, el asociarte y permitir que otro pueda disfrutarlo contigo, generará más capacidad de disfrute en equipo, tolerancia, respeto y esa añorada unión con tu amada hermana. Tuvieron que pasar veintidós años para poder ver ese espacio diferente y con compasión.

Pasó el tiempo allí en mi habitación, mi mamá llegó a la puerta a decirme que saliera a almorzar, pero el miedo que tenía que mi papá me pegara y la rabia que todavía sentía en mí por lo que mi hermana había hecho, me impidieron salir de la habitación en todo el resto de día, así que me acosté en la cama y dormí no sé por cuánto tiempo; la verdad, estaba agotado, ese momento me había dejado realmente cansado, me desperté en la noche y escuché todo en silencio, así que abrí la puerta y me fui a la cocina a buscar comida, no recuerdo qué tomé o que comí, pero me abastecí de lo que necesitaba y regresé a mi cuarto, y allí me quedé hasta el otro día.

En el ABC, en mi primera experiencia de Coaching, trabajé mucho el miedo al dolor y al maltrato; al ser vulnerado físicamente, este miedo a los golpes generó en mí una destreza inigualable de huir, de correr, esconderme y protegerme, incluso de desafiar la autoridad, pero desde la distancia, pero lo que no revisé en ese espacio fue: ¿qué hubiera pasado si me hubieran regresado un comportamiento con la misma rabia que yo tenía? Es bien interesante poder identificar esa sensación de poder ponerme en la situación del otro, sentir, pensar y hacer lo que viene después de ese gran maltrato físico y moral, pero me paro desde el lugar en donde efectivamente lo viví y realmente sé lo que pasaba, me disminuía por un momento, lamentándome quizás por haber venido a la tierra a vivir esto, pero después de muchos golpes, me paraba firme y fuerte, porque no me iba a dejar vencer. ¿Con qué postura me paraba? ¿Era valiente, o era arrogante? ¿Buscaba justicia o venganza?

En los días siguientes, la única que me hablaba era mi mamá, mi papá me evadía, mi hermana me ignoraba y mi mamá se me acercaba a preguntarme cosas, no recuerdo qué, pero yo era muy temeroso y precavido de cada movimiento que sucedía; creo que aprendí a desconfiar de cualquier intención con la que llegaran, me volví meticuloso en conocer sus movimientos, en intentar descubrir lo que podía pasar, se generó una desconfianza enorme hacia mi familia; no sabía qué iba a pasar y en qué momento, solo sé que esta situación tensa duró como una semana, hasta que mi mamá se acercó a mí y me pregunto todo lo sucedido; le conté con toda la honestidad del caso y me pidió que le pidiera disculpas a mi hermana, sin esperar nada a cambio, algo que me generó un conflicto muy grande, porque la verdad era que el acto más fuerte, antes del golpe, lo había tenido mi hermana, al romperme algo que para mí era un bien muy preciado, pero hoy, siendo consciente, no escuché su necesidad y no llegué a ningún acuerdo, así que acepté ir a pedirle perdón, pero ella solo me vio, dijo bueno y se fue; las cosas nunca fueron igual entre nosotros.

Recuerdo también un evento similar, muy parecido en cuanto a la violencia de ese golpe a mi hermana, pero que fue realizado por mi papá hacia mí. Yo tenía como diez años, mi hermana y yo estábamos en primaria, en el colegio de la Presentación Centro, en Bogotá, Colombia. Recuerdo que mi papá fue a recogernos para unas citas médicas que teníamos. El colegio tenía un corredor que iba de primaria a bachillerato, el cual íbamos transitando, mi papá, mi hermana y yo; recuerdo que comencé a saltar y a molestar a mi hermana, le movía el cabello, o algo así por el estilo, mi papá iba como afanado, quizás un poco molesto, no hablaba mucho y nos decía que nos moviéramos, empezó a alterarse mucho porque mi hermana solo le decía que yo la estaba molestando, así que me mandó adelante de él y tomó a mi hermana de la mano para separarnos; yo seguí muy folclórico, saltando y desde adelante molestando a mi hermana, solo recuerdo que mi papá muy molesto dijo “no más”, con un tono muy firme, pero no paré de hacerlo, solo sé que de un momento a otro salió su pierna derecha con mucha fuerza hacia mí y sentí una patada en la cola que recuerdo fue muy dolorosa; inmediatamente, me adelanté mucho más a ellos dos para sobarme del golpe, mi papá solo me miraba con una cara de rabia que ya me daba miedo, y mi hermana se reía de lo que había pasado; solo sé que desde ese día comencé a tener, puedo decirlo aunque suene muy fuerte, odio por mi papá y su forma de castigar – Este fue un quiebre muy fuerte que trabaje en el ABC – lloré mucho en el camino a dónde íbamos. En la noche llegué a contarle a mi mamá lo que había sucedido, no me dijo nada, pero sí escuche como ellos, en su cuarto, discutían por el tema, solo recuerdo a mi mamá diciéndole -“Cómo se le ocurre pegarle una patada al niño”, es lo último que registro en mi memoria.

Hago también acotación a este evento para volver a un punto claro y común, el silencio, el retraerme, el conformarme y quedarme resguardado, resignado, solo y con mi cabeza creando algún tipo de realidad que quizás no era la adecuada, pero era la que quería recordar, vivir o utilizar para justificar, de ahí en adelante, algunos actos por mí cometidos. En ese espacio de autoaislamiento, solo me daba fuerza para seguir, para no dejarme derrotar, en ese momento del dolor, el maltrato, quizás hoy puedo ver que en ese espacio de soledad hicieron falta declaraciones fuertes y vitales, para no entrar en modos de vida que me llevaron después a buscar venganza, pero tampoco tenía el espacio para desarrollarlas, afortunadamente hoy esas declaraciones de liberar la violencia que no me pertenece, y el identificar que tengo capacidad asociativa para crear en conjunto, apoyan y aportan para que estos espacios de dolor y aprendizaje tengan una bonita resignificación.

Confieso que recordar los momentos descritos no me generó dolor, como pensé que podía suceder, el trabajo que hice en el ABC respecto a estos temas me ayudó muchísimo a entender los espacios vividos. Lo que rescato de este espacio es recordar las sensaciones de mi cuerpo, mis pensamientos, las caras de los demás, cómo se sentía, las emociones vinculadas, pero sobre todo las miradas, la mirada de mi padre hacia mí, la mirada que yo tenía y lo que sentía haciéndola, adicionalmente sigo construyendo cómo, poco a poco, la relación con mi hermana se iba deteriorando; fueron muchas peleas y situaciones, que como esta aportaron a que nuestra separación temporal por muchos años se diera; tengo mucha más tela que cortar para seguir construyendo el camino a mi grieta existencial.

Es interesante poder llegar a cerrar este espacio, viendo cómo de situaciones parecidas -y bueno, no fueron las únicas ocurridas-, se empiezan a generar patrones de comportamiento, el aislamiento, el estar resignado a las consecuencias que lleguen a la vida, el aislarse, retraerse, permanecer en la sobra en la oscuridad, construyen modos de vida, formas de comportamiento y estructuras fuertes de ser para encarar desde ahí la vida.

Sigo este camino. ahora entrando un poco más en lo que comenté al inicio de este capítulo, ya la mirada tímida de la prepotencia y la arrogancia tendrá ahora una definición y un espacio para ser reconocida y trabajada.

Capítulo 3. Entre la Prepotencia, la Arrogancia y la Soberbia

Hablaba en el escrito anterior de la timidez con la que estos temas aparecían, pero, desarrollando una actividad que el programa nos pedía, encontré en el ejercicio de reconstruir mi imagen pública, la palabra arrogancia; esta apareció varias veces repetida por muchas personas, quienes me ayudaron en este trabajo, así que siendo coherente y responsable con el proceso, no podía dejar de desarrollar este tema, que increíblemente me abre una puerta más en el reconocimiento de mi quiebre existencial, Cómo ser visible ante el mundo

Inició este relato explicando el título de este aparte, para eso es importante definir las palabras soberbia y arrogancia; según la RAE, (Real Academia Española, 2020) la soberbia es definida como “Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros; Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás” y esto nos lleva a su vez a definir de la misma fuente la palabra soberbio “Grandioso, magnífico; Dicho ordinariamente de un caballo: Fogoso, orgulloso y violento.”. Ahora hagamos el ejercicio con la palabra arrogancia “Cualidad de arrogante.”, lo mismo con la palabra arrogante “Altanero, soberbio; Valiente, alentado, brioso; Gallardo, airoso.”

¿Por qué voy a la RAE comenzando la búsqueda de definiciones? Bueno, porque quiero darle el primer contexto y el más aproximado a la gran mayoría de observadores, ir a donde acudimos a definir las palabras los hispano hablantes, ¿y qué encuentro en esas cortas definiciones? Pues aparecen, casi que el ADN de mi Proyecto de Investigación Ontológico, frases y palabras como: ser el preferido de otros, satisfacción por la contemplación con menos precio de los demás, fogoso, violento, valiente, brioso, airoso; son palabras que he detallado, no de manera directa, pero si mencionados con sinónimos en otros escritos y que, al verlas en simples definiciones de lo que son, nace en mí una gran inquietud de por qué me resuenan tanto.

¿Y en dónde vi por primera vez la soberbia? ¿Por qué ha estado tan fuertemente insaturada en mi comportamiento como persona? ¿Qué se sentía ser soberbio? ¿Qué pensamientos llegan a mí sí me paro desde la definición de soberbia? ¿Qué se logra con la soberbia? Estas y muchas más preguntas nacen al ver todos estos significados, pero en un principio se preguntarán: ¿Si lo que apareció en el ejercicio de los juicios negativos fue la arrogancia, la soberbia qué hace acá? Bueno, el arrogante lo conocía, lo había habitado plenamente y sabía que había una persona valiente, pero briosa, gallarda pero soberbia, y fue justo aquí donde comencé a cuestionarme, como lo hice anteriormente, y al poder reconocer su significado, que se abría una puerta que mostraba el apetito voraz por deslegitimar, minimizar al otro y así ser el preferido de todos, por no poder acompasar el dolor ajeno y sentir esa magnificencia que se hacía ver desde el fuego, un fuego doloroso y violento, un fuego que hacía daño, pasando por encima de los demás.

Con lo anteriormente relatado, recuerdo a mi padre, un hombre bueno y trabajador, amoroso a su manera, pero con una herencia de violencia y altitud instaurada por su padre, quien no seguía las reglas de la sociedad, seguía sus propias reglas, violentaba espacios con su presencia desafiante y airosa, maltrataba constantemente a sus hijos, inclusive con amenazas extremas de quitarles la vida, mantenía un temperamento fuerte y violento que transmitió directamente a todos sus hijos, y ellos, en su historia y forma de ver el mundo, lo transmitieron también a sus descendientes. Hago toda esta explicación para decir que, desde muy pequeño, escuchaba muy cerca de mi oído: “Los hombres no lloran”, “hay cosas más importantes por las que hay que llorar”, “si no es a las buenas, es a las malas”, “en la vida uno no debe confiar en nadie”… Podría continuar escribiendo frases que llegan a mi cabeza, que comienzan a mostrar una estructura de vida y pensamiento que comencé a tener desde muy pequeño, que se me repitió muchas veces, hasta instaurar una sensación de fuerza, violencia, estar precavido, sentirme fuerte pero a la vez desprotegido; comenzaba a vislumbrarse una incompletitud notoria, que tenía que ser llenada de alguna manera y fue así que aprendí que siendo violento, desafiante, quitándole el miedo al miedo, me podía parar frente al mundo y ser más visible, más notorio.

Haciendo una búsqueda en la web sobre este tema me encontré con el siguiente fragmento:

“La soberbia anda siempre de la mano del orgullo, el cual “es engañoso e intoxicante, porque cuando el yo se vuelve orgulloso y arrogante es posible que evolucione en pecado tanto en el individuo como en el grupo” porque no se trata solamente de la sobre valoración de uno mismo, sino que ella deriva en el desprecio por los demás, mirándolos como seres inferiores, menoscabando su dignidad.” (Emilio Raúl Ruiz Figuerola, 2012)

Entrando al detalle de lo mencionado, el autor habla del orgullo como el acompañante de la soberbia, un orgullo dañino, poco compañero de viaje, el que impide que exista una mirada ajena y diferente para ser, vivir y reflexionar, uno ciego y perdido que solo da paso a lastimar a los que estén alrededor, siendo más viable entrar en rechazo colectivo humillando y maltratando que hacerse cargo de las propias incompetencias y falta de liviandad, terminando de socavar lo más recóndito, que para mí observador es una de las cosas más valiosas del ser, su dignidad.


Figura 2. Jennifer Delgado Suarez, 2018, Tipos de arrogancia [Figura].Recuperado de https://rinconpsicologia.com/tipos-de-arrogancia/

Traigo la figura 2 a este escrito para mostrar los tipos de arrogancia (Jennifer Delgado Suárez, 2018). Ella investiga este fenómeno y encuentra que, desde los cinco a los siete años, iniciamos los seres humanos con esta característica de vida, creemos saber más que nuestros mayores, es un espacio de pocos recuerdos, pero de grandes aprendizajes, donde comenzamos a manifestar algunos rasgos firmes de existencia.

Detalla en su imagen la arrogancia individual, esa opinión enaltecida que no se acomoda a la realidad la cual se encarga de acrecentar o exagerar lo que hacemos, distorsionando de gran manera nuestra realidad. Esto me suena muy cercano, cómo desde el rincón más profundo de mi ser tenía que aparecer heroicamente, contando hazañas que hacía con la firme intención de poder mostrarme al mundo, hazañas poco valientes y nada constructivas, ya que se basaban en superar los límites de mi humanidad para poder demostrar que aquí había alguien, tanto así que sufrí golpes, accidentes, tuve momentos de ver a la muerte a los ojos, todo por esa vaga y banal obsesión de poder ser visible.

Aparece la arrogancia comparativa, la cual busca, a través de la comparación con los demás, enaltecer las habilidades o características propias para sobresalir, teniendo una mirada muy sesgada de lo que es el otro. Esto me hace volver a mi trabajo, a mi rol, a mi parada frente al mundo cuando quiero destruir, aniquilar, llevar a cero a alguien; solo habla de mi manera de sobresalir, de levantarme de ese rincón con más fuerza, con más gallardía, eso sí, adolorido, humillado y con mi dignidad vulnerada, pero siempre con la frente el alto. Esto solo me ha traído problemas en mi existencia, lo describí anteriormente, la forma más valedera y constructiva de poder ser visible ante el mundo, es desarrollar esa capacidad asociativa y de acompañamiento con los demás, me lo muestra la vida, me lo muestra la pandemia por la que pasamos, la competencia de asociarse genera mayores beneficios que remar solo un buque interoceánico.

Justo acá hago el link al desarrollo que deseo llevar a cabo a continuación, en donde traigo a colación la dignidad colectiva y propia, con la que venimos, la que desarrollamos como seres de sociedad, la que debe ser complementaria, la que nunca es suficiente, la que permite que al ser digno de estar, ser o vivir, a su vez potencia o elimina la posibilidad de usar un orgullo de una manera adecuada, con una misma palabra se puede crecer y ser visible desde el merecer, el ser ejemplo, el poder entregar todo lo que como persona se ha constituido, o caer en el profundo dolor. Por lo tanto, me pregunto ¿Cuál fue la afectación de mi dignidad para llegar a un orgullo tal como para ser soberbio? ¿Sentía afinidad por la arrogancia al ser notado prontamente por los demás por esta actitud? ¿Pensaba que la arrogancia y la soberbia apoyaban en el camino de ser visible?

Estas preguntas tienen conexión directa con el siguiente aparte de la lectura mencionada anteriormente;

“El soberbio, se cree superior, sin embargo su ego necesita de la aprobación y de la atención y reconocimiento de los demás, lo cual demuestra claramente su inseguridad interna, es en sí mismo una paradoja, pues por un lado se siente superior y por el otro su autoestima es baja y trata de ocultarla tras la soberbia y la arrogancia y muchas veces la manera de hacerlo es con el sarcasmo.” (Emilio Raúl Ruiz Figuerola, 2012)

Así que estar escondido detrás del dolor, sin demostrar sentirlo, fue una herramienta de doble filo que trajo perjuicios a futuro, que se mostró como una característica de vida enalteciendo un Ego de mentiras, generando a la imagen publica una versión simplemente superpuesta para dejar en claro que la dignidad del ser que se presentaba estaba fuerte, firme y con la convicción de poder mostrar ese poder ante el mundo, pero definitivamente era una forma de sarcasmo que solo engañaba al exterior.

Y por último Jennifer, Figura 2, detalla esa arrogancia antagónica, esa cúspide alcanzada donde se minimiza al otro, operando desde una superioridad exagerada, no real, la cual al ser vivida transgrede los límites de identidad y dignidad del otro, humillando y denigrando su humanidad. Esto no es más que el miedo grande a ser rechazado, excluido y no visto: rechazo y humillo al otro antes que eso suceda conmigo.

Después de este corto, pero elocuente recorrido, llego a un espacio en donde con claridad encuentro que lo que hay detrás de esa arrogancia y soberbia, solo mostraba la necesidad de ser visto, valorado, resignificado desde una fuerza débil, queriendo lucir poderosa, una fuerza que demostraba que la dignidad de ese ser había sido transgredida y disfrazada para mostrarse ante el mundo, hoy no me alerto desenfrenadamente por lo que los demás vean de mí, el orgullo y esa suerte de sarcasmo vividos, solamente escondían un alma que aprendió a hacer lo demostrado y que hoy es consciente que la humildad de reconocer una dignidad valedera es el camino para permitirse ser visto.

¡Acompáñenme a construir esa dignidad!

Capítulo 4. Una dignidad naciente

Del origen latín dignitas y este de dignos, que significa digno o merecedor, que conviene o merece, palabra usada en ocasiones para enmarcar el valor, merecimiento, libertad, con derecho, respeto e inclusive con poder, pero expresado contrariamente como indigno, no honesto, desleal, no merecedor, juicio emitido comúnmente por alguna autoridad, sea grupo o persona que tiene algún tipo de conocimiento superior o con poder para evaluar el valor de ser digno basado en parámetros de vida, escritos y/o estipulados por el sistema donde se nace .

Antes de iniciar una profundidad en el análisis de esta distinción, es importante pararse en un lugar que permita distinguir cuáles son los límites de la dignidad, cuándo no se alcanza llegar a serlo, qué implica ser digno y qué genera su exceso.

Un comentario comúnmente encontrado en nuestra vida diaria, es que todos nacemos dignos, por el hecho de ser humanos, la dignidad viene con nosotros, somos iguales, libres, pero con derechos y deberes escritos y determinados por quienes ya hacen parte del sistema; y si ya nacemos dignos, ¿por qué debemos ser evaluados por la mirada de otros?, ¿qué tipo de medición se puede realizar para medir la dignidad? Si cada sistema mira algo específico en la dignidad, ¿en qué sistemas seremos dignos y en cuáles no? Es aquí en donde el límite inicial de ser digno comienza a generar un abanico de posibilidades, ya que si nacemos dignos, podremos pertenecer a todo tipo de sistema, pero no es así; por ejemplo, en las religiones, el merecimiento de ser digno, de pertenecer a alguna de ellas, está limitado por una serie de requisitos que permitirán o no serlo y es alguien o un grupo de integrantes, que indicará, basados en sus conocimientos de su dignidad y la definición de su religión, quienes puedan aprobar el merecimiento de pertenecer, de hacer parte, de ser digno de ser incluido, entonces bien, ¿Realmente nacemos dignos? Si así fuera, ¿por qué existen diferentes estándares para evaluar la dignidad? Pues es aquí donde es importante mencionar que, para acceder a la dignidad de pertenecer y hacer parte, se debe cumplir con normas dadas, así que si revisamos lo mencionado anteriormente, nacemos en el lugar donde somos dignos de nacer y tenemos nuestra determinada dignidad, pero, para movernos a otro sistema, debemos mostrar que la dignidad definida allí puede ser alcanzada por nosotros. Me quedo con la pregunta: ¿Hay varias dignidades, con la que nacemos por ser humanos y las que nos piden para entrar en los diversos sistemas?

Ahora que somos parte y demostramos ser dignos, ¿qué representa ser dignos para estar allí?, ¿solo por pertenecer y estar en un lugar donde somos dignos, esto nos mantendrá siéndolo siempre? Al parecer, continuar siéndolo amerita unas tareas o demostraciones de pertenecer, y es aquí donde cabe preguntar: ¿Qué debo hacer para ser digno siempre en este sistema? ¿Se logrará cabalmente este cometido? Al parecer, si se cumplen todas las normas y requisitos para pertenecer, la dignidad se mantendrá, se validará, y mereceremos llevar el título, de lo contrario seremos indignos de ello, y es aquí donde aparece su contrario, la negación de representar algo con lo que normalmente nacemos, no somos merecedores y este es uno de los puntos claves, ya que nos indica que por más dignos que nacemos podemos perder la dignidad de pertenecer a un sistema, pero nunca nuestra dignidad de seres humanos; en otras palabras, perdemos el ser dignos de ser parte de un grupo, pero como personas continuamos con la esencia y lo que viene con nosotros, nuestra propia dignidad .

¿Y si excedo los estándares de dignidad? Me voy al extremo opuesto del no ser al serlo y de manera rebosante, ¿Qué implicaría esto?, ¿me haría mejor ser exceder las expectativas?, ¿ganaría algo por ir más allá? En muchas ocasiones esto está ligado al merecer más de lo normal, tener un calificativo superior, estar por encima de la media; esto entrega en algunas ocasiones más poder, quizás habilite nuevas posibilidades y entregue un valor diferente y diferenciador que destaque entre los otros, esto me termina de llevar a que definitivamente hay niveles de ser digno, en algunos casos se alcanza a serlo cumpliendo las expectativas mínimas, pero excederlo premiara y privilegiará a quien lo haga.

Este pequeño boceto de los límites de la dignidad entrega información valiosa que me permite identificar que, efectivamente, somos dignos, ya estamos en el mundo y eso nos hace pertenecer a un sistema macro, pero definitivamente hay que demostrar serlo para pertenecer a otros sistemas, y quizás exceder las expectativas, nos lleva a ser premiados. ¿Puede ser este el inicio de la arrogancia humana?

Con lo que se ha revisado anteriormente, también es importante reconocer que a veces el no ser digno de algo viene también de nosotros. Entonces, ¿cuándo no somos dignos?, ¿tenemos nuestro propio estándar? O, ¿son las reglas impuestas y creadas en el sistema las que nos hacer reflexionar? Y aquí podemos ir a ejemplos concretos, en donde no hay dignidad, los niños muestran muchas veces un ejemplo claro de cuando se es o no digno de pertenecer; muchas veces existe un grupo que debe evaluar, según sus estándares, si quien llega es digno de entrar al grupo y pertenecer a él, esto puede ser para un simple juego, o hay un solo niño con el poder de decidir, según sus estándares, si quien llega pertenece y hace parte del grupo consolidado, el típico dueño del balón, así que con estos dos comentarios llegamos a la orientación de dignidad colectiva e individual. ¿Y qué se siente ser o no parte de un sistema? ¿El no ser aceptado o no pertenecer elimina mi dignidad?

Es interesante encontrar este punto de vista, porque al parecer existen estándares de dignidad, la creada por un grupo, la definición que cada individuo da, basado en los juicios aprendidos por el sistema donde vive y adicionalmente se encuentra nuestra dignidad propia por pertenecer a este planeta; si hilamos más fino, llegaremos a las definiciones de pertenecer a una determinada región, el círculo de amigos, el estrato social, el país donde vivimos, etc. Definitivamente, estamos hablando de dignidad establecida por una comunidad y nuestra dignidad individual como seres humanos pertenecientes a este macro sistema.

Tomando un punto en común de todo lo identificado, la dignidad colectiva puede ser definida por el cumplimiento de ciertos estándares determinados por el sistema al que se pertenece, quien determina su nivel y posibilidad de pertenencia, evaluando y dando un juicio de valor, es así como obtenemos el respeto, el lugar de pertenecer. Cuando hablamos de dignidad individual, si bien viene con nosotros, quizás entramos en el mismo juego de la dignidad colectiva pero adaptando los estándares a nosotros, quizás dándole el orden que preferimos para dar un juicio de valor que más nos haga sentido, soy mi propio evaluador con reglas de otros. Definiendo esto se me viene la pregunta: ¿nuestra definición de dignidad es el orden acomodado que deseamos de lo que vemos como dignidad colectiva? O, ¿el solo ser humano conlleva una exclusiva dignidad?

Vamos un poco más profundo, independientemente de la situación, espacio, momento o sistema, es importante entender ¿qué distingue la dignidad? ¿En dónde es oportuno mencionarla y dónde no? ¿Qué se siente o no ser digno? Como inicié este relato y he venido descubriendo, la dignidad permite agrupar un conjunto de características validadas y aceptadas que dan una evaluación de ser, pertenecer o merecer, lo cual conlleva a poder llevar ese título; somos nosotros u otros quienes dan un juicio de valor y nos hacen merecedores de serlo, y es en el merecer en donde es oportuno indicar que es el espacio o momento donde sale a flote y se entrega el juicio, si se cumplen con todos los requisitos establecidos, se es digno, se tiene derecho a ser nombrado así, de lo contrario la no dignidad es el dictamen, se pierde totalmente toda posibilidad de pertenecer, generando quizás dolor por la pérdida de no estar en el lugar donde otros están.

Entremos un poco en esto, el hacer parte, emocionalmente hablando, permite identificar cierta calma, tranquilidad, paz, inclusive alegría, se está en el lugar con comodidad, al parecer se siente bien pertenecer, pero cuando existe la exclusión y la no validación, entramos a la tristeza, quizás molestia, rabia, si salimos de un grupo al cual valoramos y queremos quizás llegue la desolación y el abandono, que si somos estrictos en lo que estamos diciendo, la pérdida de la dignidad nos lleva a emociones y sensaciones muy intensas, tanto más que las que se sienten por el serlo. Habiendo descrito lo anterior, ¿estaremos llegando a la definición de sinsentido? Esto, acotado al estar en un lugar pero no ser aceptado, ¿la entrega del juicio de no dignidad nos lleva a dejar de pertenecer a un lugar, ser eliminado de un espacio? La posibilidad de no tener sentido de estar o pertenecer, suena muy fuerte; al ser excluidos pareciera surgir un limbo, donde se abre la oportunidad de volver a mi ser digno y se abre la puerta para identificar sistemas en donde, según mis creencias y estándares, pueda llegar a pertenecer, pero este es el escenario ideal, en el que vemos esto como una oportunidad; ¿qué pasa si en mi estándar de pertenecer el ser excluido derrota toda posibilidad de, inclusive, pararme en mi definición de dignidad y salir adelante?, ¿perdería el sentido de estar presente en el mundo?, ¿transformaría esto mi significado de ser digno en el mundo?, ¿qué se configuraría en mí al no tener recursos para, inclusive, pararme desde mi dignidad? Creo que estamos llegando a un punto clave de la definición: la ausencia de dignidad propia no permitirá levantar cabeza cuando se es juzgado o discriminado por otros, que, basados en su definición de dignidad, nos excluyen y no nos dejan más pertenecer. Así que acá termino de identificar que, efectivamente, hay definiciones colectivas de dignidad, que esas definiciones también son propias en mí y yo le doy mi significado y dependiendo lo fuertes que sean, abrirán o cerrarán posibilidades, al punto de descubrir caminos, nuevas posibilidades o generar la entrada a un pozo oscuro, sin opciones de ver la luz al final de él.

Dice Aristóteles, “La dignidad no consiste en tener honores, si no en merecerlos” y agrega, “El hombre ideal asume los accidentes de la vida con gracia y dignidad, sacando el mejor provecho de las circunstancias”, Nelson Mandela, “Cualquier hombre o institución que trate de despojarme de mi dignidad, fracasará”, El Papa Francisco, “Las cosas tienen un precio y estas pueden estar a la venta, pero la gente tiene dignidad, la cual es invaluable y vale mucho más que las cosas.”, Ángela Merkel, “Cuando hablamos de dignidad humana, no podemos hacer concesiones”. Es interesante ver los observadores de pensadores y figuras públicas reconocidas a través de la historia, sobre su postura frente a la dignidad, si revisamos puntos clave en común de sus pensamientos encontramos, el merecimiento como parte de ser digno, la apertura de nuevas posibilidades al tener algún tipo de exclusión y la fuerza que debemos tener para mantener nuestra creencia y valor en nuestra dignidad, pero ¿en dónde radica la fuerza interior que nos motiva a que pongamos nuestro valor de dignidad por encima de cualquier cosa?, ¿qué define esa dignidad propia?, ¿de dónde tomamos la fuerza y la energía para seguir siendo dignos? Es en este punto donde es válido poder analizar situaciones, eventos propios que demuestren la validez de todo lo mencionado y quizás allí encontremos las respuestas a las preguntas anteriormente mencionadas.

Basado en lo comentado hasta ahora, quisiera relatar una experiencia propia en donde se ve vinculada mi dignidad en un evento de un grupo de personas, como lo definí anteriormente, donde existía una dignidad colectiva y en donde también una única persona, basada en su definición de dignidad, evaluó la mía y saco sus propias conclusiones respecto a mi dignidad personal.

Solo quiero agregar que, al traer esta experiencia a este escrito, deseo mostrar desde dónde mi dignidad tenía lugar, cómo fue transformada y cómo desde ese momento inicia un camino de reformulación, comencemos entonces.

Es común que cuando salgamos del colegio continuemos la relación con un grupo de amigos, que mantengamos esa amistad, ese lazo tan fuerte que se forma al compartir casi toda la primera parte de la vida con las mismas personas; es inevitable que, después de tantos años, no se generen condiciones y reglas de vida en común, gustos, deseos, inclusive poder vincular los mismos pecados a cometer y que los demás sean cómplices de si son ejecutados o no, esta relación es tan estrecha, que podemos decir, genera un tipo de dignidad colectiva, todo lo que se forma allí y se establece, que no fue escrito ni determinado por nadie, si no las experiencias y el tiempo juntos fueron dictaminado la definición y las condiciones, construyen el ser dignos a seguir perteneciendo a este grupo, invisiblemente se crean los límites de pertenecer, validando la posición de estar vinculados allí.

Hace más o menos cuatro años, con mi esposa -en esa época éramos todavía novios-, decidimos apostar a seguir creciendo juntos y compramos la casa donde actualmente vivimos. Es normal que en la cultura colombiana se haga una fiesta o invitación a los más allegados, para que en ese nuevo hogar se celebre su adquisición, pues así fue como organizamos una reunión con mis amigos del colegio en nuestra nueva casa. En esa época, las celebraciones en el grupo estaban rodeadas de mucho licor, lo cual permitía exacerbar el estado de felicidad y alegría de compartir juntos, pero, desafortunadamente, cuando indico mucho, era exceso, porque se rayaba en el límite del irrespeto por uno mismo, llegando a la pérdida de la conciencia de algunos de nosotros; esto, a mi esposa no le gustaba mucho, compartía con el grupo, pero no validaba la falta de un límite bebiendo licor. Fue así como organizamos la reunión, en donde definitivamente no iba tampoco a existir un límite en el tomar. La reunión fue transcurriendo y se comenzó a ver cómo, a cada uno de nosotros, se nos empezó a subir el licor a la cabeza; ya estábamos alicorados, mi esposa, al ver esto, decidió irse a la casa de una amiga y dejarnos en la celebración; el licor se terminó y con uno de mis amigos salimos, de manera irresponsable, a comprar más. Al regresar, encontramos un panorama no muy agradable, dos novias de ellos ya habían llegado a su límite de licor y lo devolvieron en el piso de la sala y en el baño, en el entretanto, llegó mi esposa a la casa y vio lo que sucedía; totalmente molesta, les dijo a las personas que intentaban buscar algo para limpiar, que usaran su propia ropa para hacerlo; su casa se respetaba, y como era de esperarse, con poca conciencia de lo que sucedía, mis amigos y sus novias alicoradas comenzaron a proferir comentarios desagradables y descalificadores hacia ella.

Toda esta historia que comento llega a este punto crítico, donde voy a relatar detalladamente la encrucijada en la que me encontré y cómo, en una sensación mixta de dignidad propia, por la relación que llevaba construyendo con mi esposa, por ver vulnerada mi casa que, con dedicación y trabajo, compré, versus el ser digno de pertenecer a un grupo de amigos que transgredió mi dignidad y la construida en mi hogar, desembocando en hechos que terminaron excluyéndome del grupo que había tenido hasta ese momento de mi vida. Voy a entrar en diferentes espacios en donde se vio mi dignidad, la de mi esposa y la de mi hogar vulneradas, en donde mi dignidad como persona fue puesta en tela de juicio por mi esposa y mis amigos, además, en donde la dignidad colectiva, construida por muchos años, me descalifico para seguir perteneciendo a ella, ya no era yo digno ni merecedor de continuar en ella. Así que de acá en adelante se podrá evidenciar cómo la dignidad personal prevalece y se enaltece frente a la no convergencia y adecuada adaptación de una dignidad grupal, como mi dignidad debe resonar en la del grupo al que quería pertenecer.

Comenzaron las ofensas hacia mi esposa y en mí confluyeron todo tipo de sentimientos y emociones negativos, si bien hoy todavía digo que el comentario de mi esposa fue imprudente, tampoco era válido que por lo que se hubiera dicho, las novias de mis amigos no se hubieran controlado o por lo menos, hubieran sido conscientes que estaban en un lugar ajeno que merecía un mínimo respeto; comencé a sentirme vulnerado, transgredido, tenía la sensación de que habían violado algo que, como persona, tengo como valor estándar en mi vida y es la confianza; la dignidad de mi hogar había sido violentada y con ella, la mía. Mi cuerpo era un mar de sensaciones, definitivamente mis manos, pecho y piernas se rigidizaban, buscaban la manera de estar alerta ante cualquier agresión que pudiera aparecer, se prendió mi mecanismo de defensa, quizás ese en donde la rabia es la protagonista, pero por mi cabeza solo pasaban las imágenes de todo lo vivido con ellos desde hace muchos años; algo me decía que esos recuerdos eran los únicos y últimos que iban a prevalecer; no se hizo tardar y tanta ofensa y palabra descalificadora rompieron el código de amistad, entonces, la dignidad grupal, mi dignidad personal y la construida por mi hogar comenzaron a hacerse respetar; de inmediato, apareció en mí un rabia muy intensa, que me impelió a defender mi hogar, mi cuerpo se llenó de una fuerza violenta, con ganas de salir, el enfoque solo estaba en la mirada, en demostrar un rostro desafiante, sin miedo y con ganas de atacar; desapareció la noción de espacio y tiempo, no existían olores ni aromas, el mareo del licor cesó y toda la atención en mí se centró en el estar alerta para reaccionar frente a cualquier suceso que aconteciera.

Esto es muy interesante verlo, pues, para mí, el pertenecer al grupo de amigos siempre fue algo muy valioso que consideraba y amaba en lo profundo de mi ser, los respetaba profundamente, inclusive los amaba con todo mi corazón, pero al ver violentado mi espacio, el que estaba empezando a ser construido con tanto amor, rompí el mandato de respeto, como fue roto hacia mí y pasé por encima de lo que por años había sido la barrera que se construyó en el grupo al pertenecer a él, y me pregunto: ¿El límite de la dignidad grupal se encuentra en el límite de mi dignidad personal? ¿Es común que le demos prioridad a nuestra dignidad por encima de ser dignos de pertenecer a otro grupo? ¿Las emociones y sentimientos son tan fuertes que permiten valorarme y dignificarme primero a mí, por encima de los demás? Regresando a las frases que traje anteriormente por personajes conocidos en el mundo, aparece la apertura de nuevas posibilidades al tener algún tipo de exclusión y la fuerza que debemos tener para mantener nuestra creencia y valor en nuestra dignidad, interesante asociar esto a lo que sucede en un evento particular, así que, ¿existe un mandato universal de dignidad?, ¿está en nosotros que cuando se cierra una puerta, buscamos posibilidades que nos habiliten a habitar nuestra dignidad?, ¿cuál es el límite de la dignidad de cada uno de nosotros como observadores diferentes que somos?, ¿prevalecerá la misma esencia entre ser digno e indigno entre cada ser humano?, ¿por ser dignos al nacer, por traer esa dignidad propia, reaccionaremos igual para hacerla respetar?

El tono de los reclamos subió llegando al punto de rabia extrema, o valentía, no sé cómo describirlo, pero los eché de mi casa, y de paso, cerré la puerta y clausuré mi pertenencia a este grupo; oficialmente estaba excluido, ya no hacía parte de ellos. Hoy, pensándolo bien y recordándolo, ya no me sentía digno de pertenecer al grupo, y más aún, de no ser digno, al reprobar enérgicamente lo ocurrido, ni siquiera quería ser parte, prevalecía mi dignidad como persona, había hecho respetar mi nuevo hogar, pero quedó comprometido el ser digno de estar con mi esposa en este nuevo proyecto de vida, lo cual me hace pensar en que, cuando cedes algo en retribución, ¿ganas o pierdes algo?, ¿el dar y el recibir deben estar balanceados?

La noche pasó y con ella el licor en todos, en mí, en mis ex amigos y la molestia de mi esposa estaba un poco más baja; fue aquí donde dimensioné lo que había sucedido. Ya estaba excluido del grupo, era indigno de pertenecer, según la definición de pertenencia, no validaban que las mujeres de cada uno de nosotros fuera “grosera” con los demás; al parecer, estaban detrás de nosotros, la dignidad de cada uno de los integrantes del grupo no podía ser violentada por ellas; interesante ver esto, no había identificado que la dignidad de los integrantes del grupo estaba por encima de la de sus parejas, otra regla fuerte que hacía parte de ese muro invisible construido de requerimientos para pertenecer. Pasaron los días y por mi cabeza seguía rondando el mismo episodio, pero la gran conclusión a la que llegaba, la misma en la que hoy me mantengo, es que fue lo mejor que pudo haber sucedido, que ese lazo de amistad cesara, no era sano, habían muchos condicionantes que no compartía, que aceptaba por pertenecer, y que, desafortunadamente, se vieron expuestos en una situación dolorosa para que yo pudiera tomar la decisión de cerrar la puerta a continuar perteneciendo al grupo, fue en un momento extremo en donde mi dignidad personal afloro al máximo para hacerse respetar.

Ahora, el tema era cómo retomar con mi esposa el camino de ser digno de seguir construyendo una vida con ella, después de todo lo que había pasado; debo confesar que me sentía triste, desolado, con una parte de mi vida incompleta, se habían ido mis amigos de toda la vida, lo que me mantenía de pie era que había puesto por delante el respeto a mi ser como persona perteneciente al mundo, no permití que me invalidaran, transgredieran los límites del respeto en mi hogar y, sobre todo, había identificado que no permitiría que la regla invisible de anteponer los amigos por mi esposa, se aplicara, toda esta mezcla de cosas me llevó a priorizar lo construido con ella, por sobre los largos años de unión y amistad con mis amigos.

Lo importante de todo esto fue la conversación que tuvimos con mi esposa después, donde hablamos de lo ocurrido, donde analizamos la situación y llegamos a la conclusión de reafirmar los compromisos y características de poder ser dignos, de seguir construyendo un espacio juntos; definimos y fortalecimos la dignidad de ser pareja, incluimos más cosas de las que ya teníamos como reglas base y afirmamos una creciente y duradera relación; esto permitió terminar de separar lo vivido con mis amigos y definitivamente consolidar mi espacio como pareja. Con mis amigos, las cosas estaban claras, en el espacio que había sido el punto de encuentro de la amistad, se habían transgredido las reglas de pertenecer y yo no iba a permitir que mi esposa estuviera detrás mío o de ellos; rompí una regla invisible que era pilar de la relación, desde este día fui excluido del grupo sin un comentario adicional, también debo aceptar que no hice mucho para intentar volver a pertenecer, ya algo se había roto allí, pero en mí se había definido mi dignidad como ser por encima del pertenecer a un grupo, todo apunta a que decidí darle muchísimo más valor a mi dignidad que a la de pertenecer a ellos.

Debo rescatar varias cosas de este espacio, como definitivamente mi dignidad personal y la formada por mi hogar son más fuertes que seguir como borrego, cumpliendo mandatos de vida e historia grupales, pero lo que es claro es que de repetir algún tipo de suceso similar, no lo haría desde la efervescencia de la inconciencia y el extremo de la no razón que deja el licor y sus efectos; hoy, como adulto afrontaría la conversación con más responsabilidad y entereza para hacer cierres más adecuados y menos traumáticos.

Escribiendo esto, recuerdo la postura física de mi esposa frente a lo que sucedió: se mantenía erguida, con la cabeza en alto, su pecho salido y sus brazos firmes y fuertes, se veía empoderada, segura de sí misma, irradiaba una confianza increíble y a su vez una postura que demostraba dominancia, poder, empoderamiento, una forma de pararse ante el mundo desde su dignidad, la cual nunca dejó que fuera transgredida, ya que expresó sus comentarios, defendió su posición, no la negoció y se retiró, habiendo dejado en claro su punto de vista, y hoy la comparo con la que yo tomé en el momento de sacar a mis amigos de la casa, no muy distinta a la que tenía mi esposa, solo que en mi caso estaba un poco más volcado hacia atrás, a modo de defensa, por si tenía que defender mi postura, inclusive con violencia. Afortunadamente no sucedió, pero rescato de esto que manifiesto la probable y posible forma de pararse digno frente al mundo, una postura que da poder para valorar, validar y dar sentido a sentirse digno.

Habiendo visto esta experiencia puntual, quiero regresar a las preguntas que quedaron sin respuesta anteriormente, para recorrerlas una a una, ¿En dónde radica la fuerza interior que nos motiva a que pongamos nuestro valor de dignidad por encima de cualquier cosa? ¿Qué define esa dignidad propia? ¿De dónde tomamos la fuerza y la energía para seguir siendo dignos? ¿Qué se siente ser digno?

Parándome desde la experiencia que mencioné, inclusive siendo participe de las frases enunciadas por las figuras públicas que tomé como ejemplo, al parecer la fuerza motivadora para ser dignos está en la definición de las características inviolables que cada uno de nosotros, como seres humanos, tenemos de nuestra propia dignidad, cada uno de nosotros damos un juicio de lo que definitivamente no permitimos sea transgredido, es allí donde está la fuerza, la energía, el poder como seres humanos, y estas características están formadas y construidas por las experiencias que vamos teniendo en la vida, en mi caso el respeto por el otro y por lo que es mío vino de mi sistema familiar, de mis padres y hermana en donde la frase estrella que se decía era “Cuando se pierde el respeto se pierde todo ”; esto es vital en todo lo mencionado, porque parece que si es el sistema en el que naces el que te pone las bases de la dignidad como persona y en el camino de la vida la vamos puliendo, con lo que para nosotros nos hace ser dignos, lo que nos da ese empoderamiento, el estar presentes en la vida, la energía y vitalidad para vivir en el mundo, de ahí que cuando una persona no puede defender su definición de dignidad, la que construyo como su elemento constitutivo de vida, pueda llegar al sin sentido de vida, a la no dignidad total, quizás a autoexcluirse y no merecer más pertenecer a ningún otro lugar inclusive a no seguir estando en este plano terrenal.

Después de todo este recorrido, quisiera finalizar indicando que todo apunta a que los límites de la dignidad colectiva se encuentran delimitados por los límites de nuestra propia dignidad, si somos y nos mantenemos dignos de pertenecer, estaremos allí presentes y activos, incluso si se está muy cómodo podremos exceder los valores de dignidad grupal y destacaremos, pero si nuestra dignidad personal es transgredida, si nuestros límites y valores raíz son atacados, invalidados, expuestos a no ser valorados, esa cadena se romperá inmediatamente con consecuencias funestas generando el alejamiento permanente sin volver a aparecer algún tipo de reparación, de pronto en casos de patologías muy específicas pueda que la persona regrese, pero no trataré este tema en el escrito dado que entramos al dominio médico, dominio que debe ser explicado por expertos en el tema.

Así que quisiera concluir este capítulo con la siguiente frase:

Nuestra dignidad predecesora, la creada y construida a lo largo de nuestra vida, es el alma de las relaciones que mantendremos como seres humanos, y con nosotros mismos como personas dignas de estar en este mundo. (Rafael Acosta, 2020)

Capítulo 5. El reconocimiento de la identidad

Después de un riguroso camino de definición y construcción del significado de ser digno en el mundo, aparece una gran conclusión de este trabajo, y es, cómo desde esa fuerza poderosa y empoderadora se puede salir a reconocer quienes somos y cómo lo hacemos, un espacio de adquisición de una gran energía en donde mi parada existencial frente al ser visto comienza a tomar forma, ya el dolor y la historia que se mostró anteriormente son acompañantes, ingredientes necesarios de vida, que si bien fueron en su momento limitantes en mi existencia, hoy son ese toque de poder que me llevan a seguir adelante y mostrándome como realmente quiero que me vean, así que acá inicia el reconocimiento a ese yo poderoso que puede comenzar a mostrarse desde su esencia, desde su magnífica identidad.

Para este aparte, dediqué un espacio importante de mi tiempo en investigar sobre el tema en el que considero me debo enfocar de ahora en adelante. ¿Y cómo llego a él? Bueno, pues en este proceso de introspección que llevo hasta este momento, comencé a ver varias acciones y emociones que se hacían repetitivas y comunes en mi normal actuar en la vida, después de un acontecer mayor, lo que aparecía comúnmente era volverme víctima o victimario desde el resentimiento, actuar con extrema rabia y violencia o tristeza, buscando justica o demostrando la injusticia, actuando con prepotencia o resignación desde la extrema arrogancia o evadiendo lo que sucedía, aislándome para poder encontrar desde una aparente compensación, un pago por el dolor que sentía. Pero todo esto converge en desear ser visible, en volver a en mostrarme al mundo, en dejarme ver a gritos, en querer estar presente y decir, ¡acá estoy!

La búsqueda de literatura relacionada no fue sencilla, ¿Cómo encuentro en la literatura el estar presente, el querer ser visto, el buscar un espacio de reconocimiento en el mundo?, y allí, justo allí en el reconocimiento, fue que Carlos, mi Coach PIO, me dijo un susurro llamado Identidad, esa que se vio extraviada, quizás no valorada y definitivamente transgredida; pero allí no terminan las palabras que provocan este escrito, comenzaron a arribar, autenticidad, singularidad, particularidad, todas ellas enfocadas en demostrar que el ser humano que buscaba que almenos una mirada llegar a él, no tenía que esperar a ser validado desde afuera, la única y principal mirada que podía otorgarse, en inicio, para poder ser visible, era la de él mismo reconociéndose, identificando ese valor de vida, persona y ser de sociedad que lo hace único y autentico, mágico, particular, digno, para así poder tomar lo que venía del exterior y tener la opción y capacidad de validarlo o simplemente dejarlo ir, pero primero debía haber un valor de vida para identificar qué se podía tomar y que podía dejar ir.

Así que, en esta oportunidad, encontré tres definiciones para desarrollar el inicio de mi boceto de la reconstrucción de como sería el espacio que quería ocupar para ser visto, no era el de exponerme para hacerlo, si no el de verme como ser humano para reconocerme.

Identidad personal: Capacidad que posee una persona para integrar su autopercepción e imagen que tiene del mundo con sus actos. (Rodríguez Sánchez, J.L. (1989).

¿Y no es esto más que la gran conclusión a la que se llegó de la dignidad personal? ¿No es esto la definición clave de poder ser visto en el mundo desde una parada digna y reconocida de mí mismo? Definitivamente es la señal más grande y vinculante para comenzar a salir del laberinto, de cómo ser visto ante el mundo, cuando me veo, me reconozco, me valido, soy coherente y me acepto, estoy abriéndome a que el resto del planeta pueda observarme en mi completitud, ¿Existió un niño maltratado y aislado por tener una energía diferente? ¿Existió un joven rebelde que casi pierde la vida por los excesos para ser visible ante el mundo? ¿Aparece un adulto prepotente y arrogante para justificar la degradación de la dignidad del otro? Si a todas las preguntas, y no es negativo asentir, al contrario, al reconocer que todo esto sucedió, que es parte de mí y puede ser transformado, hace que la integración con el mundo y el ser visto sean más coherentes y vinculantes, quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

Inicio por esta definición para conocer así, según el autor consultado, que significa la identidad de una persona, ¿Y por qué este es el punto de partida? Pues, cuando abrimos los ojos, apenas salimos del vientre de nuestra madre, llegamos a un sistema únicamente como observadores y de vez en cuando pedimos lo que necesitamos para seguir observando; en este proceso de mirar en dónde aterrizamos, comienzan a aparecer voces de diferentes tonalidades, algunas ya conocidas, otras nuevas, las cuales según nuestra, biología, fisiología, comportamiento y modo de estar en la vida, comienzan a sugerir, y en algunos casos a definir, cómo ese ser vivo va a ser, o cómo debe comportarse, cuando ni siquiera ha podido expresar una sola palabra de lo que siente, de lo que ve y mucho menos de lo que piensa, y a esto me refiero en mi caso personal a los siguiente, “Dijo mi abuela, Hija, ¿Ya le vio al niño esa mancha en la cola?, mija, prepárese, todo culi manchado es jodido en la vida” o “Doctor, ¿Por qué el niño ya tiene los ojos abiertos y mira así el mundo? Señora, ese muchacho se va a comer el mundo, nació con ganas de vivir, no le va a tocar fácil porque normalmente los niños así requieren de mucha atención de sus padres”. Podría seguir por horas mostrando juicios sin fundar que son lanzados cuando nacemos, nos persigue la metafísica para definir a un ser humano que todavía no se ha mostrado, ni siquiera ha iniciado su forma de ser ante la vida, y lo peor, es que estas frases trascienden en el tiempo y como niños, nos la repiten, a veces inocentemente, otras ni siquiera con la conciencia de que en ese niño comenzarán a crear una identidad a partir de ellas, así se dará inicio a la definición de cómo ese ser se mostrará ante el mundo y desde donde comenzará a actuar, esta es la base de cómo nos vemos ante el mundo, no sé si afortunada o desafortunadamente, esa primera mirada no es nuestra, nos movemos bajo la identidad construida por los demás cuando no hemos tenido la opción de escoger si es la que queremos tener, pero hay que reconocer que esa primera formación, es la que nos da el empujón para afrontar la vida, la que nos abre la puerta al mundo y al devenir de existir.

Es así como hoy puedo decir que cuando escuchaba:

•“Ese chino es un terremoto, no se queda quieto, pobre mamá” - lo puedo hoy resignificar como, ese niño vino al mundo con una energía vital diferente, quizás aumentada, una energía que quiere utilizar para explorar el mundo.

•“Él es la oveja negra de la familia, va sufrir con su crianza” - el ser diferente marcará la pauta para no seguir modelos iguales instaurados por la sociedad, se permitirá indagar, explorar y entender de una mejor manera el mundo, respetando las diferencias.

•“Qué prepotente y arrogante se ve, no será nunca un buen líder” – Él abre el espacio de indagación y reformulación, para generar momentos de construcción grupal, no se para en su punto, escucha la diferencia y apoya a consolidar un resultado en equipo.

La identidad constituye también un sistema de símbolos y de valores que permite afrontar diferentes situaciones cotidianas. Opera como un filtro que ayuda a decodificarlas, a comprenderlas para que después funcione. Esto explica que frente a tal situación, un individuo, con sus valores y su modo de pensar, de sentir y de actuar reaccionará probablemente de una manera definida. Para esto se cuenta con un repertorio de formas de pensar, de sentir y de actuar que, en un momento dado, se puede combinar. Este repertorio está en constante recreación. (Artículo extraído del dossier pedagógico “Vivre ensemble autrement”. (2002))

Somos observadores únicos, con valores determinados por nuestros sistema primario y a los que pertenecemos, en donde aprendemos a movernos en la vida, ejecutando acciones que están íntimamente relacionadas con lo que aprendimos a pensar y sentir, de ahí vienen resultados propios de cada ser, expresando, a través de su palabra, cuerpo o emoción, lo que quiere mostrar, dejar ver, ser auténtico dejando a la luz ese ser único perteneciente y singular.

Consulto este segundo autor, dada la gran relevancia de su definición. Tenemos repertorios para actuar en la vida, los construimos de diferentes maneras, algunos los comenzamos a esbozar nosotros desde el continuo aprendizaje, pero los iniciales, los que vienen con nosotros para comenzar a vivir, ¿de dónde nacen?, ¿por qué los adoptamos?; al ser soltados a un mundo en movimiento, comenzamos a repetir lo que vemos, si esto lo hacen mis padres, debe ser porque así se hace, o si vemos a nuestros cuidadores principales desenvolverse ante alguna situación, asimilamos ese comportamiento que tiene un resultado previsto, pero también vemos que, con la generación de comportamientos contrarios, a veces llega más atención; si antes nos veían, ahora vamos a ser el centro de atención; acá utilizaré el recurso de la experiencia de vida como padre.

Con mi hija, desde muy pequeña, a ella le gusta que le estemos jugando; creo que a todos los niños les gusta esto, que la acompañemos y estemos con el foco y la atención puestos en ella, pero en esta vida de trabajo agitada, en este momento que nos tocó vivir con pandemia incluida, donde estamos en casa siendo seres vivos con necesidades exclusivas, esposos, padres, hijos, empleados, jefes, subalternos; en este momento donde todos los roles se quedaron dentro de la casa, esa atención hacia ella evolucionó al punto de permitirle que también tomara su espacio en el silencio e individualidad, algo que ella no había vivido, algo que no era conocido de su parte, así que, a mi juicio, comenzó a darse cuenta que si hacia un ruido mayor, o algo que no fuera común en su normal proceder, aparecíamos nosotros, sus padres, para ver qué había pasado o sucedía; a veces encontraba a unos papas que solamente le decían no vuelvas a hacer eso para dejarla de nuevo en su espacio de entretención individual no común para ella, la regañábamos por lo que hacía, o simplemente la vinculábamos a nuestras actividades para evitar que esas acciones sucedieran, todas estas consecuencias comenzaron a crear en ella una serie de comportamientos, que defino yo, de acción - reacción, si hago X, pasa Y, pero si hago Z obtengo A - nada diferente a lo que yo hacía de niño y adolecente, no prestan atención entonces busco la manera de dejarme ver - y así comenzó una constante construcción de eventos que termino desencadenado una conducta de identidad que hemos descifrado con mi esposa, lo cual nos ha permitido anticiparnos a lo que pueda llegar a acontecer.

Con este ejemplo de una pequeña construcción de identidad, me regreso a mi infancia en donde fui muy deseado y añorado, en donde el amor y las ganas de engendrar a un hijo siempre estuvieron presentes, pero en el transcurso de mi crecimiento, se fueron tergiversando esas definiciones para yo formar mi personalidad, mi identidad, y ojo, acá con lo que digo no le estoy echando la culpa a nadie de las construcciones mentales que creé como niño, la formación del ser dependía de lo que veía en mi entorno, en mi vida, en quienes hacían parte de ella, su ausencia o presencia generaron mapas mentales y definiciones que a todo ser nos marcan y que construyen nuestra forma de actuar y vivir ante el mundo; es así como acá comienzo a hacerme cargo de lo que mi biología, esencia y humanidad comenzaron a recoger para formarme como la persona que soy hoy, por lo tanto es de vital importancia regresar a mi pasado para poder encontrar hitos de vida que definan varios comportamientos y conclusiones a las que llegué, desde muy niño, para aferrarme a ellas y formarme como el ser que soy ahora, nada diferente a lo que he venido mostrando y construyendo en el camino de este relato.

Vivir es sufrir; sobrevivir es hallarle sentido al sufrimiento. Si la vida tiene algún objeto, éste no puede ser otro que el de sufrir y morir. Pero nadie puede decirle a nadie en qué consiste este objeto: cada uno debe hallarlo por sí mismo y aceptar la responsabilidad que su respuesta le dicta. Si triunfa en el empeño, seguirá desarrollándose a pesar de todas las indignidades. (VIKTOR E. FRANKL. (1991)).

Viktor Frankl, en su escrito, a mi forma de ver, expone una definición clara de la construcción de identidad, un poco trágica y marcada quizás por una realidad que es palpable y de cierto modo verdadera, pero al final dolorosa: toda construcción de vida no necesariamente debe ir a ese extremo, pero lo que rescato de su mirada es que, definitivamente, el único responsable de construir la esencia de su comportamiento es uno mismo, y por qué menciono esto, porque así seamos seres recién desempacados en la tierra, vamos a construir nuestra forma de vivir; es desde allí, desde ese origen, desde esa primera concepción de actuar en el mundo, que nuestra singularidad y particularidad toman forma.

Somos seres que venimos, no en blanco al mundo, desde el vientre de nuestra madre tenemos preconcepciones de vida y algunos pequeños rasgos de cómo seremos al nacer, traemos una mezcla de dos ADN que se unieron para formarnos, pero de ahí para atrás hay todo un linaje, una historia de personas y sistemas que también nos constituyen, que contienen características biológicas, pero que también abren un espacio gigante para que lo que haya en el exterior nos conforme y nos haga lo que somos, es responsabilidad nuestra poder abrir los ojos, entender que fue lo que vimos, porque lo adoptamos y cuáles fueron sus consecuencias para no caer en el juego de la historia contada, si no entrar en la fenomenología de vida que nos pueda entregar las partes que definen nuestro ser constitutivo en el mundo.

El camino del reconocimiento de la identidad está marcado por todas esas experiencias de vida, recuerdos gratos y desagradables, de sentir en el cuerpo los dolores y las caricias, de emocionarse de todas la maneras pudiendo ver que trascendemos en la existencia con todo lo que hemos vivido, pero sobre todo, ese reconocimiento se transforma cuando aceptamos y entendemos lo que nos trajo al mundo, lo que implico crecer y ser el ser constitutivo que somos hoy, de ahí nos podemos parar con una mirada más poderosa ante el mundo, una mirada que nos da una visual más amplia de cómo queremos ser vistos en adelante, esta es nuestra identidad.

Capítulo 6. ¿Cómo aparecer después de no ser visto? – ¡Mi camino a ser YO!

Para llegar hasta este espacio de reflexión propia y quizás de ejemplo y apoyo para quien pueda leer mis experiencias de vida - porque no estamos solos en el mundo y a muchos nos pasan cosas y situaciones muy parecidas a las de los demás, que podemos revisar, evaluar, comparar y determinar si son útiles para nosotros y nuestros procesos de introspección - y lo que ellas generaron, para construir en mí esta gran grieta de buscar ser visible ante los demás, incluso ser visible para mí mismo, he venido recorriendo un camino donde la indagación y su nivel de profundidad han sido protagonistas en permitirme ahondar y conocer qué está detrás, a los lados, arriba, abajo, en fin, en cualquier dirección, de lo que para mí era lo evidente y lo real. Y cuando me refiero a la indagación, hablo de lo siguiente, ¿Por qué busco ser visible ante el mundo? ¿Para qué deseo que el mundo ponga la atención en mí? ¿Si soy un ser único e irrepetible, si soy particular y especial, si como yo no hay dos seres en el mundo, qué relevancia cobra que tenga que mostrarme al mundo, si en mi particularidad ya soy extraordinario? Este camino de indagación me llevo a cuestionar demasiado mi relación conmigo, cómo me relacionaba con mi ser, mi esencia, con los seres que habitan este planeta, cómo hacia parte de este sistema humano social, y cómo me relacionaba con los demás. Al haber abierto el espacio de indagación ante el mundo, no me quedó otra opción que entrar en él y encausar esta búsqueda de lugar, de propiedad, de pertenencia al mundo y sus sistemas, dándole más significado a ser visible.

En primer lugar, cuando hablo de ser visto por el mundo, debo abrir un poco más este concepto; para eso hago uso de la lingüística y su riqueza en palabras, para aproximarme desde otras definiciones hacia el tema. Como lo realicé en el capítulo anterior, en la búsqueda de sinónimos de ser visible me encontré con cuatro palabras que me permitieron desarrollar el camino para salir del laberinto, hoy puedo decir, que fueron ese hilo de Ariadna que me ayudó a ver la luz al final del camino, para salir de nuevo al mundo con una mirada mucho más poderosa de quien soy yo, lo que puedo hacer, lo que estoy dispuesto a sacrificar y lo que definitivamente no negocio, estas palabras son Identidad, Autenticidad, Singularidad y Particularidad.

Aunque son palabras muy similares, cada una de ellas entrega una particular mirada de la descripción dada para el ser humano, por lo tanto, la Identidad es, para Laing (1961), “El sentido que un individuo da a sus actos, percepciones, motivos e intenciones”, es aquello por lo que uno siente que es “Él mismo”, en este lugar y en este tiempo, tal como en aquel tiempo y en aquel lugar pasados o futuros: es aquello por lo cual se es identificado”. En esta definición ya se comienza a esbozar la identidad del ser individual y como los sistemas generan identidades colectivas, que a su vez aportan características de identidad individuales a cada ser partícipe dentro del sistema pero que permean al ser en su unidad tanto en el presente como en su futuro.

Por otro lado, dice Frankl (1962) “La búsqueda por parte del hombre del sentido de la vida constituye una fuerza primaria no una “racionalización secundaria” de sus impulsos instintivos”, somos seres únicos en el mundo pertenecientes a diferentes sistemas sociales, construyendo características singulares de personalidad, de ser humanos, generando así una figura única, especial, pero que a su vez resuena o se repela con los demás seres que hacen parte del sistema.

Aquí inicia el complemento de esta definición, describiendo esa identidad desde la autenticidad con la que se crean los rasgos del ser, la singularidad y particularidad con las que cada uno de nosotros somos únicos, especiales, hermosos, inquietos, imperfectos, en constante creación.

Teniendo ya un primer esbozo del camino a donde dirigir el espacio de entendimiento de mi Yo, de ese Yo que eche de menos por mucho tiempo y que estuvo escondido detrás de muchas máscaras defensivas que se fueron creando en el transcurso del tiempo, es muy importante, antes de precisar el camino tomado, cómo otros autores y desde otras perspectivas, han podido precisar de diferentes maneras modelos o construcciones coherentes de identidad.

Roberto González y Jorge Manzi de la universidad de la Pontificia en su artículo llamado “Identidad Social y Emociones Intergrupales: Antecedentes de las Actitudes de Perdón y Reparación Política en Chile” (Roberto González y Jorge Manzi, 2013), dan a conocer el siguiente modelo conceptual:


Figura 3. Modelo conceptual de la identidad común y endogrupal como predictoras del perdón y la reparación: el rol mediador de las emociones intergrupales. Los signos positivos y negativos corresponden, respectivamente, a una relación significativa directa o inversa entre las dimensiones del modelo. ” (Roberto González y Jorge Manzi, 2013)

Se estarán preguntando, ¿y qué tiene que ver este modelo con lo que se ha venido construyendo de la identidad?, ¿cuál es la relación a hacer entre el ser visto y el modelo presentado? ¿Si este modelo fue diseñado para conocer la identidad social de la población chilena frente los constantes conflictos sociales que ha vivido en la historia, cómo se puede entender una forma de no ser visto por parte del mundo partiendo de la colectividad? Pues debo decirles que este diagrama estructura muy bien el camino de resignificar el ser visible a la vida y termina de redondear lo construido hasta ahora. En esa búsqueda de identidad están inmersas diversas emociones y sentimientos que orientan el desarrollo del ser; en mi caso, una gran y reconocida rabia aprendida y estructurada, un escasa empatía desarrollada, una confianza transgredida, una culpa creciente y una vergüenza reconocida hacían parte de un espacio de perdón o reparación, además de una muestra de existencia, visibilidad, más que acciones de reparación, se convirtieron en formas de ser visto, de estar presente.

Al revisar el modelo mencionado, donde existe la identidad particular y la grupal, continúo dando forma a lo mencionado anteriormente, nuestra forma de ser frente al mundo es permeada por los diferentes sistemas a los que pertenecemos, lo mencioné en el escrito de la dignidad con mucha especificidad y en todo el recorrido de este camino de mostrar mi historia con mi grieta, esos dos espacios crean nuestra forma de ser, que en mi caso, se vio impactada por los diversos sistemas en los que me movía, mi casa, compuesta por un papa amoroso, y entregado a su hogar, poco tolerante, pero colaborador, con la fuerza necesaria para sacar adelante lo que tuviera que hacer, pero con los rezagos en su ser de una formación violenta y poco conciliadora en los pocos años que vivió en su hogar, una madre trabajadora, intelectual, formada desde muy pequeña para la excelencia, una mujer que creció lejos de su hogar dada la necesidad de sus padres de entregarle la mejor educación posible, creció como referente familiar y su nivel de exigencia ante el mundo hace que todo lo que se ejecute se realice de la mejor manera, y mi hermana, una mujer con un carácter fuerte, de “armas tomar”, como decimos en mi país, una persona vigorosa, enérgica, trabajadora, independiente y con un alto estándar de criticidad que quizás pueda llegar a la no aceptación total de lo que suceda a su alrededor. Así que, si empiezo a esbozar mi grieta, desde mi formación en mi primer sistema de vida, se puede encontrar que los niveles de exigencia eran altos, los estándares para ser, vivir y hacer parte, tenían un límite muy alto, tan alto que muchas veces no era suficiente y tocaba dar más y más y más, pero ¿Para qué había que hacerlo? ¿No bastaba con hacer las cosas adecuadamente? ¿Qué implicaba tener que hacer las cosas para destacar? Cada vez que tenía que mostrar resultados, comenzaba a aparecer una frustración grande, dado que me indicaban mis padres que se podía hacer mejor, era comparado por cómo lo hacían otros, permitiendo iniciar un pequeño resentimiento frente a quien era “mejor que yo”, o simplemente había algo que faltaba; así comenzaban a gestarse, desde muy pequeño en mí una tristeza que me acompañaba con una figura de víctima, que permitía que en primera instancia fuera visto, pero con tanta presión de por medio hacía que la rabia fuera esa emoción que acompañara la respuesta a dar, aparecía un victimario ofendiendo, mostrándose desde el fuego, haciendo juicios de valor entre justicia o injusticia por lo sucedido e iniciaba el camino a aislarme, a un espacio para maquinar como volver el ruedo, tomar las herramientas necesarias y volver a aparecer para ser visto de alguna manera.

El sistema familiar primario fue uno solo de los sistemas con los cuales empecé a configurar esa enredada, pero consistente conducta que me motivaba a estar presente y vigente frente al mundo; ya no era una opción aparecer, era una necesidad. En mis sistemas educativos, tanto el colegio como en la universidad, me encontré con espacios de liviandad, de soltar lo que hacía que existiera una víctima o un victimario, que permitían que ese ser volara y apareciera de otra manera, y como un mal presagio del destino, después de haber sufrido mucho los vicios de mi padre, encontré en el alcohol, las mujeres las fiestas, todas las sustancias y espacios prohibidos, una contribución a una nueva parte de identidad que me elevó a ser más visible que nunca; el alcohol en mi primer lugar de vida, en las familias de cada uno de mis padres y en el círculo de amistades, abrió un espacio para notarme, y con esa excelente capacidad de racionalizar las cosas, encontrar detalles que me permitieran analizar las situaciones, el nunca rendirme. porque siempre había más, más la fuerza y persistencia que fueron entregadas en casa, logré ser más notable que nunca, pero y ¿cuál era el precio asociado que estaba dispuesto a pagar de esta forma de ser visto?, ¿era el camino a seguir el que se estaba tomando para hacerme notar?, ¿para qué llegaba a extremos, como los mencionados, para ser visto, siendo que, en mi singularidad y particularidad era un ser maravilloso?

Responder estas preguntas hoy ya no cobraría sentido, dado que fueron las herramientas usadas allá en ese momento, pero si es relevante levantar las inquietudes, dado que elevan la mirada a entender que la consecuencia de la rabia o tristeza que aparecían en mí, junto a la resignación o prepotencia de estancarme o ir más adelante, eran las características, el borde de la grieta que definitivamente, como lo menciona el modelo conceptual de la figura 3, debía reconocer, aceptar, perdonar y reparar, el gran camino a permitirme ser visto hoy sin vergüenza ni culpa, era aceptar con compasión, humildad y amor propio que el camino recorrido había sido consecuencia de mi formación personal, grupal y familiar que cada uno de los sistemas me había entregado pero que hoy podía resignificar de una manera adecuada. “El hecho es que mientras más nos alejamos de las emociones básicas “puras”, más complejos son nuestros estados internos, a tal punto que frecuentemente no los reconocemos ni en nosotros mismos ni en los demás.” (Susana Bloch, 2013, p18). Como menciona Bloch, el camino a entender mi identidad, mi estar presente, se basó en reconocerme con el ser que soy hoy, con luces y sombras.

Le Breton, (2019) menciona: “El individuo no se sitúa solamente del lado de la conciencia y de lo que él piensa de sí mismo: ignora el peso de su historia personal que lo inclina a comportamientos orientados hacia su pasado en detrimento de su presente, 181”. No debo agregar mucho a esta gran entrega de información, más que si podemos orientar nuestra mirada a nuestro pasado, a lo que vivimos, lo que nuestros sistemas nos entregaron y cómo configuramos esto para vivir, tenemos la llave maestra para abrir el espacio de reflexión necesario para comprender desde donde nos queremos parar en la vida hoy, como queremos ser vistos y cuantas facetas de nosotros queremos mostrar al mundo, una sola mascara esconde la multiplicidad de opciones que como seres vivos tenemos para mostrar.

Al haber entendido el camino, el lugar por donde podría ir a definir cómo construir ese Yo con el que quería vivir el resto de mis días, me pregunté por más modelos o información que otros autores hayan trabajado para poder cerrar con total certeza el camino a recorrer. Fue así como me encontré con Moisès Guitart, Josep Nadal e Ignasi Vila y su Modelo Evolutivo y Bifuncional de la “Identidad Mediada” (MEBIM). Modelo creado para entender las funciones de la identidad y los mecanismos psicosociales asociados a su construcción, palabras más palabras menos, identificar la función de la identidad vinculada a la búsqueda de reconocimiento en grupos sociales y en la propia vida.


Figura 4. Modelo Evolutivo y Bifuncional de la “Identidad Mediada” (MEBIM). (Moisés Esteban Guitart, Josep Maria Nadal, Ignasi Vila, 2009)

Es así como estos tres autores ponen la cereza del pastel, al mostrar, aparte de lo ya mencionado varias veces, el concepto de identidad social y personal, cómo desde el reconocimiento propio generando acciones transformadoras de mejora personal y la planeación de un nuevo proyecto de vida orientado con vínculos afectivos y posibilidades viables de construir, se puede trazar el sendero adecuado a resignificar Mi camino a ser Yo, es la ruta idónea y marcada para terminar de devenir ese nuevo ser.

Menciona Carlos Yáñez Canal, “La identidad es la persistencia de una cosa, es el aspecto del organismo que persiste a través de las modificaciones del crecimiento y del envejecimiento, 50” A pesar de tener una historia de vida en donde se puede caer para no levantarse, quedar relegado y resignado en el mundo, tomé la decisión de mirar al frente, seguir adelante, de persistir en el camino de crecer y entender que era más que las historias contadas y los dolores vividos,

Partiendo del comentario de Le Breton, (2019) “El sentimiento de identidad, es el reservorio del sentido que rige la relación con el mundo del individuo, 175” inicia el camino a esa reconstrucción del ser, y este toma ruta cuando hecho mano de mi sombra, un lugar que yo sentía oscuro, desolado, malévolo, un espacio a no explorar ya que podía permitirme volver a recaer en un yo que alejé por la gran necesidad de no morir en el intento de mostrarme; y se preguntarán, pero: ¿Qué hay en esa sombra que genera tanto temor? ¿Qué hay allí escondido que no puede salir? ¿Qué sucede si se apropia y acondiciona a la nueva y renovada versión del Yo? Para comenzar esta ruta de cierre, quiero mostrarles la máscara de la sombra que tenía y lo que en ella escondía:


Figura 5. Modelo de mi grieta existencia (Rafael Acosta, 2020)

A la izquierda estoy yo con una dualidad de ser o no ser, de querer estar y esconderme con un miedo en la luz y con amor en la sombra, con todas mis características como ser humano a flor de piel y con unas ganas de salir a la vida desde la aceptación y el perdón, haciendo uso de la compasión y el amor propio como herramientas para darme el espacio de gozar la vida, con naturalidad, la exigencia adecuada, sin transgredir los límites de la sociedad, de mi biología, de mis emociones, es desde acá, en el momento que reconozco que en mi sombra esta la capacidad tierna y firme de amarme profundamente, a pesar de todo lo que haya pasado y haya existido, tomé la fuerza necesaria para, junto con Dionisio y Apolo (Raíces de sentido, 2008) en un baile sinuoso y excitante, poder declarar que toda la energía y esfuerzo aplicados a mi vida me permitirían ser notable y visto desde lo que verdaderamente soy y no desde lo que vengo arrastrando con mi historia que hoy puedo perdonar, amar, reparar y dar un nuevo significado, lo podría encaminar a aceptarme, valorarme y permitirme ser el ser que siempre he querido ser, autentico, único amoroso, reservado y aceptado, este último principalmente por mí.

Y esto que aparece como dualidad no es algo constitutivo exclusivamente mío, Émile Durkheim, 1914, indica que el ser humano siempre ha tenido esta dualidad, mucho más notoria por la separación del cuerpo y el alma, pero el alma vista como el complemento de la constitución del cuerpo; así mismo veo y encuentro ese espacio de doble sentido, de luz y sombra, de visibilidad y refugio continuo, que al tomar lo mejor de cada uno me permite hoy ser un ser amoroso y firme, tierno y concreto, visible y ausente.

Le Breton, (2019) “Toda existencia hasta la más tranquila, contiene desde su inicio un número infinito de posibilidades que se actualizan a cada instante, 185”, y con este escrito vuelvo a las preguntas que dieron inicio a este camino: ¿Porque busco ser visible ante el mundo? ¿Para qué deseo que el mundo ponga la atención en mí? ¿Si soy un ser único e irrepetible, si soy particular y especial, si como yo no hay dos seres en el mundo, que relevancia cobra que tenga que mostrarme al mundo si en mi particularidad ya soy extraordinario? Ahora sí puedo responderlas y concluir este espacio de reflexión.

El Coaching Ontológico es una herramienta poderosa de aprendizajes transformacionales, que permite resignificar los juicios y las declaraciones dadas en el pasado, abre el espacio a conferir sentido a muchas de las emociones, sensaciones y experiencias que, aunque hayan sido formadoras y de estructura para la vida, dejaron huellas que antes no podían verse de maneras múltiples.

Desde esta experiencia y trayendo el último fragmento mencionado de Breton, puedo decir que soy visible ante el mundo por mi singularidad y particularidad, al enfrentar este camino llamado vida, soy ambicioso y visionario, inteligente y persistente, sensible y receptivo, un ser dado a su satisfacción personal, la cual extiende a su entorno más cercano, totalmente consciente que está en un proceso de mejora y persevera en desarrollar, en la medida de las posibilidades, un mejor ser cada día, busco aparecer ante el mundo para compartir mis experiencias y vivencias, poder entregar parte de las conclusiones de vida que he descubierto y a su vez me abro a recibir lo que la vida traiga para mí, además de ser un ser de sociedad, fiestero, alegre, a quien le gusta la buena vida, llegar a espacios de satisfacción y éxtasis poco usuales, pero controlados, abierto a conocer, escuchar, entender y disfrutar de los demás, y, por último, pero no menos importante, en mi particularidad soy extraordinario, pero imperfecto, un ser con una gran plasticidad y en constante construcción, que a pesar de venir con una determinada constitución, quiere apropiar nuevos modelos de vida y resignificar, cuando sea necesario, los conceptos y definiciones de estar aquí, en el mundo.

Así que de algún lugar o espacio debe anclarse este aprendizaje y visión expuestas, es acá donde Juan Carlos Revilla, 2003, entrega un camino importante de apropiación en su escrito Los anclajes de la identidad personal. Allí entrega 4 puntos clave, de donde todo este aprendizaje quedará totalmente anclado y apropiado para ser usado de acá en adelante, estos son: El Cuerpo, El Nombre Propio, La Autoconciencia y la Memoria, además de las demandas de interacción.

En el cuerpo, me llevo mi experiencia de vida, mis recuerdos de extremo dolor, de éxtasis desenfrenado, de amor propio y vinculante, vuelvo a declararlo como mi espacio de autonomía y ejemplo de constante evolución y crecimiento, mostrándome como siempre he sido pero reinventándome continuamente, en un ser mejor y quizás diferente, pero sobre todo ese espejo que me muestra lo valioso que soy para mí y para el mundo, seré juzgado, criticado, valorado o exaltado y muchas veces no visto apropiadamente, pero él, mi cuerpo, me recordará que será lo que debo apropiar, dejar ir sin ninguna atención y lo quede por revisar para estar en constante evolución.

Mi nombre, Rafael Andrés Acosta Díaz, ese compuesto de muchos sistemas familiares, historias, herencias, dolores y alegrías, ese espacio de creación mutua de amor de dos seres que al imaginar ese compuesto, se pusieron de acuerdo para entregar amor, crecer como familia, unirse a una causa de educación y entregar lo mejor que pudieran para formar un ser acorde a sus expectativas. Mi nombre, como compuesto fundamental de identidad, por él me llaman, por él me ven, por él me reconocen, por él me amo y me enorgullezco que haya estado y continúe transcendiendo para ser visto y nombrado cada vez más acorde a quien soy en realidad.

Algo que queda como anclaje fuerte y determinante es la Autoconciencia y la Memoria, entendida la primera como esa capacidad de auto observarme, ser prudente y crítico para entender que soy un ser de sociedad, en constante creación, un ser capaz de entender que las diferencias hacen parte de la unidad, y la memoria, como esa herramienta vinculante del pasado que permite entender y diferenciar momentos de historias, de juicios fundados a momentos inventados por necesidad, de esa conciencia que de un pasado vivido existe un presente tranquilo y un futuro en construcción prometedor, asegurarse que el pasado fue el que fue, permite resignificar muchos dolores de vida ligados a verdades invisibles que solo generan dolor.

Y por último, las demandas de interacción, un espacio diseñado en el momento de ser visto, donde se encuentre en mí confianza, compañía, fiabilidad, que en el momento que se aparezca un ser delante de mí sepa que esperar y que llevarse, que exista esa coherencia de todo lo acá trabajado, que pueda ver la luz y la sombra en una danza equilibrada, sinuosa, que pueda entender que de acá solo saldrá la mejor versión de mí, “Y solamente mientras cumplamos con ese compromiso seremos merecedores de los derechos que nos pueda suponer el disfrute de una determinada identidad, pues la identidad sólo se puede mantener en la medida en que es apoyada por los otros interactuantes, que son los que han de validar esa pretensión identitaria.” (Juan Carlos Revilla, 2003).

Ha sido un camino largo y provechoso el de llegar hasta este punto y poder resignificar como puedo salir ante el mundo, ser visible, dar a conocer mis características de identidad, además de mostrar todos mis dolores honrándolos por lo valiosos que fueron y abriéndome a ser visto desde la integración de mi luz y mi sombra, pero esto encontrado y trabajado solo es el inicio de un constante camino de transformación, hoy encuentro todo lo expuesto, más adelante habrá algo nuevo, así que por este momento debo decirles que acabo de terminar de empezar.

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Incursiones ontológicas VII

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