Читать книгу Incursiones ontológicas VII - Varios autores, Carlos Beristain - Страница 6
ОглавлениеLA IDENTIDAD QUE NACE DEL PERTENECER
Luna Porcel
2021
ÍNDICE
Mi ser al encuentro de la sombra
Mi ser que pertenece a sí misma
“Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás, que al final nos disfrazamos para nosotros mismos.”
François de la Rochefoucauld
“El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.”
Friedrich Nietzsche
Introducción
Este camino de investigación ontológica comenzó hace cuatro años. Para ese entonces, desconocía que esos primeros cuestionamientos terminarían siendo plasmados en este proyecto de investigación. Comenzó a gestarse en julio del año 2017. Yo estaba saliendo de una compañía multinacional en la cual había crecido y me había desarrollado profesionalmente. Para entonces, tenía una tarjeta personal que indicaba mi nombre, apellido, puesto y empresa a la cuál pertenecía. ¿Quién era yo para ese entonces? Alguien que ocupaba un puesto importante en una empresa prestigiosa. Y fue entonces, cuando al salirme de la empresa, me di cuenta que, a partir de ese día, ningún título seguiría después de la coma de mi nombre, ningún logo de una empresa estaría al pie de cada mail. Y fue entonces cuando abrí la puerta del descubrir la persona que vengo siendo a lo largo de los años.
A lo largo de mi vida, me he ido identificando por los grupos de los que formé parte. Una identidad que se constituye a partir del grupo al que pertenece y el papel que desempeño en el mismo.
A lo largo de este proyecto de investigación, busco presentar cómo fui constituyendo mi identidad a través de la pertenencia en los distintos grupos de los que formé parte. Gracias a la fenomenología, compartiré experiencias de las cuales surgirá el Perfil Unitario que busca describir los juicios, emociones, corporalidad, declaraciones, peticiones y ofertas que habitan en mí con respecto a esta temática y que me permitirán construir el Modelo OSAR, presentado por Rafael Echeverría. Iniciaré el camino hacia el laberinto que me llevará a encontrarme con el Minotauro, donde la luz se posará sobre esta sombra que permanecía oculta ante mis ojos. Compartiré citas bibliográficas que me acompañarán todo el viaje y finalizaré la odisea descubriendo que existe “el hilo de Ariadna” que me llevará a una posible salida.
El ser que busca pertenecer
La Real Academia Española, en una de sus definiciones de “pertenecer”, indica “Tocarle a alguien o ser propia de él, o serle debida.”
Abraham Maslow, coloca a las necesidad de pertenencia en el tercer escalón de su pirámide.
La necesidad de formar parte de un grupo de amigos, de conocer a gente afín con quien poder compartir aficiones y momentos de ocio, recibir el cariño y el afecto de la familia y los seres queridos como muestra de amor, vivir en una sociedad justa donde prime ese sentimiento y esa seguridad, establecer relaciones de pareja para vivir en común y compartir intereses, destacar en el trabajo donde se premie la buena consecución de objetivos y la labor realizada, ser una persona respetada a nivel social, poder participar en actividades solidarias y humanitarias, poder ser responsable de las acciones generadas por uno mismo, generar buenas relaciones en el ámbito de trabajo y pertenecer a grupos de interés y de ocio donde se pueda disfrutar de aficiones comunes. (A. Maslow, 1943).
Asimismo, Brené Brown describe al sentido de pertenencia como:
El sentido de pertenencia es el innato deseo humano de formar parte de algo más grande que nosotros. Como este anhelo es tan primario, con frecuencia intentamos adquirirlo encajando con nuestro entorno y buscando la aprobación, que no solo son vacuos sucedáneos del sentimiento de pertenencia, sino que muchas veces constituyen una barrera para alcanzarlo. (Brené Brown, 2010).
Y es así como comienzo a indagar profundamente en el valor de pertenecer. ¿Qué significa para mí? ¿Qué implicancia tiene para mí pertenecer a? ¿Cómo veo que se manifiesta en mi y en aquellos que me rodean?
Empiezo a pensar cómo se desarrolla ese sentido de pertenencia en los seres humanos. Y me es inevitable pensar que nuestra naturaleza mamífera así nos lo pide. Vivir en manada, de alguna forma nos brinda la seguridad, el alimento, la protección, y el cuidado que necesitamos como especie. Los seres humanos somos seres en vínculo, y la necesidad de formar parte de grupos para nuestro crecimiento se hace inevitable. ¿Pero qué sucede, cuando creemos que el sentido de la pertenencia lo es todo? ¿Qué pasa cuando nuestra identificación y coherentización personal se apoyan únicamente en el logro de formar parte de algún equipo, grupo o entidad?
“El sentido de pertenencia es esencial. Debemos sentir que pertenecemos a algo, a alguien, a algún lugar” (Brené Brown, 2017). Al abrir el camino a este nuevo quiebre existencial, las experiencias vividas empezaron a caer como fichas del casino. Y mientras caen, las observo. Aquí voy.
Mi ser niña
Buenos Aires. fines de Marzo de 1982. Se avecinaban aires de guerra en nuestro país. Un país que venía de sufrir durante décadas luchas internas de poder. Pero para ese entonces, la guerra era contra un otro que quería apoderarse de un territorio propio. Desde Buenos Aires, la capital, poco era lo que se sabía. Solo nos llegaban noticias que decían que se estaban reclutando jóvenes soldados quienes, orgullosos de su país, darían batalla al enemigo en las Islas Malvinas.
Soy la primera hija del matrimonio de Alicia y Carlos. Alicia se casó a los 21 veintiún con Carlos, quien para ese entonces tenía treinta y cuatro años aproximadamente. Dos años después de mi nacimiento, nació Manuel, mi hermano. Mi mamá relata que yo estaba extremadamente celosa por su llegada y que nada quería saber con la idea de tener un hermanito.
Como mencioné antes, llegué a un escenario de mucha transformación y dolor. No sólo en mi país, sino también en mi familia. Recuerdo en mi infancia momentos de mucho gozo y felicidad. Mi hogar tenía ese olor particular a suavizante de ropa que se conserva hasta el día de hoy, pero en mi infancia se mezclaba con olor a tabaco. Mi padre era fumador, y el olor a cigarrillo, mezclado con perfume, era moneda corriente. Vivíamos en un doceavo piso luminoso en un departamento en el barrio de Recoleta, en dónde, con mi hermano Manuel, dejamos huellas de nuestros pies en cuantas paredes encontrábamos. Recuerdo momentos de muchas risas, de encuentro y de armonía. Sin embargo, intempestivamente, “algo” podría arruinar esos momentos de júbilo. Esas tempestades eran causadas por fuertes discusiones entre mis padres, que implicaban gritos, agresiones verbales por parte de mi padre y llantos de dolor de mi madre. Y era allí cuando el miedo se apoderaba de mí. Sólo podía permanecer del otro lado de la puerta, escuchar inmóvil y vislumbrar un futuro incierto. Mi padre amenazaba a los gritos a mi madre, que dejaría mi casa, que la abandonaría. Yo, lloraba. Me sentía desprotegida. Buscaba consuelo, pero nadie podía dármelo. Mi mamá, lloraba también como una niña, rogando el perdón. Ella no podía consolarme y yo necesitaba un abrazo, que me contuvieran. Mi hermano se encerraba en su habitación a escuchar música a todo volumen para ensordecer esos gritos. Me sentía muy sola. Para anestesiar esa soledad, mi yo de ese momento buscaba aterrizar en un nuevo clan, en una nueva tribu que pudiera hacer de “suelo firme”, para poder crecer. Mi primer clan fueron mis abuelos, principalmente mi abuela paterna, que aparecía mágicamente en esos días de oscuridad, y me brindaba ese calor de hogar que yo necesitaba. Me consolaba, o me distraía, enseñándome a coser vestidos para mis muñecas.
Y los días pasaban, las peleas terminaban, y todo volvía a la “normalidad”. Retornábamos a vivir en armonía, pero siempre, en el fondo, se seguía gestando el futuro tifón, que, dependiendo la escala, podría dejarme más o menos abatida.
Cómo cuenta Brené Brown: “Aprendí a decir lo correcto, a mostrarme de la forma adecuada” (Brené Brown, 2017). A partir de estas vivencias en mi familia, la niña que fui empezó a pensar cómo evitar esas peleas. Nace la noción de control. Ya no queria ser yo quien las ocasionara, todo lo contrario.
Como dice la Dr. Braiker:
Si soy bueno y hago todo lo que mis padres quieren, no se separán (…) La idea que la amabilidad tiene el poder protegernos se deriva, por tanto, del pensamiento mágico infantil. El miedo al rechazo, al abandono, a la desaprobación o al aislamiento b – y a la depresión y al dolor emocional que pueden producir estas experiencias – son ahora los “monstruo” que es preciso mantener el control. (Harriet B. Braiker, 2012).
Busqué “hacer hogar” en otros grupos. Y para hacerlo, mi yo de niña entró en el vicio de complacer a los demás. Esa sería la mejor estrategia para permanecer dentro de los clanes. La Dra. Harriet Braiker describe:
Su tendencia a complacer a los demás está motivada por la idea fija de que necesita que todo el mundo lo quiera y debe luchar por ello. Usted mide su autoestima y define su identidad basándose en lo que hace para otras personas, cuyas necesidades insiste en anteponer las propias (…) Complacer a los demás está, en gran medida, motivado por miedos emocionales: miedo al rechazo, miedo al abandono, miedo al conflicto o a la confrotación, miedo a las críticas, miedo a estar sólo y miedo a la ira (…) Primero, usted utiliza su amabilidad para desviar y eludir las emociones que los otros experimentan respecto de usted – pues mientras usted se muestre amable e intente complacerlos, ¿Por qué podrá alguien enfadarse con usted, criticarlo o rechazarlo? (Dra. Harriet B. Braiker, 2012).
Viví esos años acompañada del miedo. Miedo por lo que podría pasar. Miedo a que se separaran, a que mi papá se fuera de mi casa. Me acuerdo que yo envidiaba a mi hermano, a quien parecía no afectar la situación, y podía distraerse jugando a la nintendo, o mirando televisión. Hoy reflexiono en esto: ¿cómo es que dos personas, viviendo bajo el mismo techo y siendo espectadores de las mismas escenas, reaccionemos tan distinto? Al encender la luz ontológica, puedo resumir la capacidad que tenemos los seres humanos de observar de manera distinta las mismas situaciones. De ahí, el Primer principio de la Ontología del Lenguaje: “No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos y cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos.” (Rafael Echeverría, 2006) Mientras yo observaba cómo mi primer nido se desmoraba, él parecía ignorarlo todo, mientras de fondo se escuchan los ruidos de Mario Bross.
Se hace presente la desesperación. Querer jugar, mirar televisión, pensar en otra cosa, y no poder hacerlo. Necesitaba, nuevamente, que alguien me contuviera, que alguien me arrebatara ese miedo que me invadía. Durante esos días, en donde mi casa dejaba de funcionar, yo buscaba respuestas. Le preguntaba a mi mamá qué pasaba, quería escuchar palabras de alivio de su boca, pero nunca me las supo dar. Ella sólo lloraba. Y me decía: “distráete”. También, en más de una oportunidad, tomé coraje y entré al cuarto de mis padres, y mi papá estaba en su cama, fumando, con la mirada perdida, sin registrar que yo había entrado a pedir ayuda.
Pese a este clima que se vivía en mi casa, yo iba a gusto a un colegio bilingüe. Durante el colegio primario, tuve un grupo de amigas, pero no muy estable. No tenía una mejor amiga, o más bien era amiga de todas. Pero a mis once años, hubo un hecho que marcó mi atención durante mi último año del colegio primario. Virginia, era una compañera de clase que se caracterizaba por ser la líder. Alta, buena deportista, buena alumna, desenvuelta, graciosa, la primera que había estado de novia, etc. De carácter fuerte, era admirada por sus compañeras y elegida por las maestras. Yo moría de ganas de ser su amiga. Y un día, ¡recibí el llamado en el que ella me invitaba a su casa! ¡La felicidad que tenía era enorme! ¡Se lo conté a mi mamá y a mi prima que estaban en mi casa! Ella formaba parte del grupo elite del colegio, así que pertenecer a su séquito estaba muy bien visto. Había sido elegida por “ella”. A partir de entonces, todo lo que ella me decía, yo lo hacía. Temía contradecirla y que ella se enojara conmigo. Sufría cuando percibía que me criticaba, o cuando me enteraba que había invitado a otra amiga y no a mí. Llegaba llorando a mi casa porque Virginia no me había invitado el fin de semana a su quinta, o si en una ocasión peligraba mi lugar en el grupo. Un año después, Virginia se cambió de colegio. El día que me lo dijeron, no sé por qué, pero me puse contenta. Mi mamá pensó que yo iba a estar muy angustiada, pero me sobrevino un alivio inmenso.
Mi ser adolescente
Cuando tenía quince años, comencé a tomar clases de baile contemporáneo en un instituto. Siempre me gustó bailar. La primera clase, recuerdo haber entrado al salón, vestida con unos joggins grises rectos y una remera blanca. Sin zapatillas, dado que sabia que la danza contemporánea se bailaba descalza. Timida, miedosa pero entusiasmada, me sente al fondo del salón y espere a que la clase comenzara. Y de a una fueron llegando mis compañeras. Cada una vistiendo un look muy “canchero y cool”. Remeras de colores, zapatillas especiales, propias para el tipo de danza que tomábamos. Algunas de ellas se movían y hablaban muy sueltas. Se podía detectar fácilmente quiénes eran las líderes del grupo (aquellas que bailaban al lado de la profesora, en primera fila, y a quienes todas seguíamos y copiabamos). Y es en ese momento en donde se enciende el “radar”. Hacia allí yo iría. Durante las clases siguientes, las observaba, mientras me mimetizaba con su forma de caminar, vestirse, hablar. De vez en cuando, las observaba más de cerca, buscando que me miraran, que se rieran conmigo. Me reía de sus chistes, compartía mi botella de agua, o me quedaba más tiempo en el vestuario, mientras ellas buscaban sus bolsos. Y así de a poco, cada una me iba saludando, yo sintiéndome más segura en mis pasos de baile, acercándome cada vez más a la primera fila. Pero no sólo busqué que ellas me “fagocitaran” en su subgrupo, sino que también buscaba ser aprobada por la profesora, quien, cuando veía que te destacabas, te pedía que vayas fueras al frente para que el resto te copiara. Me esforce días y días, horas y horas de práctica, vi videos, practiqué frente al espejo, para poder llegar ahí. Ser una de las “mejores” y formar parte del grupo que mejor baila bailaba, me garantizaba que nadie me iría a correr de ese lugar. “Si no estás conmigo, eres mi enemigo” (Brené Brown, 2017).
Mi ser adulta joven
Siguiendo la línea de tiempo en mi historia personal, estudié Psicología y comencé a trabajar enseguida, haciendo una pasantia en una empresa de retail. El equipo de HR estaba conformado por siete mujeres y su líder. Yo reportaba a la Jefa de Talent y mi trabajo consistía en realizar tareas administrativas, completar formularios, e y enviar información a las tiendas. La presión de hacer las cosas bien crecía en intensidad, mientras pasaban los días. Eran siete mujeres, quienes, a los ojos de su Jefe (quien era mujer también), competían por hacer las cosas bien. En ese entonces, mi observador intuía que no era aceptado aquel que no era capaz y que cometía errores. Y fue entonces cuando, una vez por error, envié un formulario a una Tienda que no tendría que haber enviado. Mi jefa me llamó a mi celular (ese día yo no había ido a trabajar, tenía examen en la facultad) y me contó lo sucedido, marcando mi error y posibles formas de solucionarlo. Sentí mucha vergüenza, miedo, angustia. En un principio, calor en mi rostro, mi corazón latía muy fuerte, pero luego, mucho miedo por lo que pudieran pensar los demás acerca de este error. Conversaba con mi novio en ese momento y me salía decirle: -“Yo no sirvo para este trabajo. Estas mujeres son muy inteligentes. Yo no soy como ellas”. Pasaron los años, y renuncié allí, porque me ofrecieron una mejor propuesta laboral en otra empresa multinacional, en la cual trabajé catorce años. En mi último año allí, ingresó un nuevo Director de HR, cuya personalidad (según mi observador) era muy fuerte, agresiva y me desafiaba constantemente con su forma poco sutil de decirme las cosas. Yo buscaba que me aceptara, que me quisiera, dado que él, rapidamente formó su grupo de colaboradores selectos, en los cuales él confiaba. Se me viene la sensación de anhlear su protección y cuidado, o ser su preferida y su elegida, mientras que, por otro lado, temía que él no me aprobara. Tenía celos y envidia de todos aquellos a los que él elogiaba. De hecho, buscaba encontrar la manera de despretigiarlos. -“No entiendo por qué Roberto lo quiere tanto. Trabaja muy mal.” El ser dejada de lado de su equipo de gente de confianza, me aterraba, me quitaba el sueño. Me desvelaba pensando posibles conversaciones con él. Me convertí en creadora de buscar momentos para entablar confianza. Por ejemplo: había dejado de fumar hacia 5 cinco años. Roberto se tomaba unos recreos e iba a la terraza del edificio a fumar. Yo sabía que había charlas interesantes y confidenciales en sus ratos de “cigarrillo”. Así que, retomé a ese mal hábito para poder “ganármelo”. Sin lograr mi cometido, yo veía que nada de lo que hacía lograba que él me validara. Aceptaba trabajos adicionales, trabajaba excesivamente, armando presentaciones para destacarme, y siempre recibía críticas y a veces, de malas formas, agresivas, despectivas. Creo haber llegado al punto de dejar de lado mi dignidado persiguiendo el fin de ser aceptada. Un día, después de haber trabajado noches seguidas, haber dejado de lado tiempo con mis hijos, tuve una reunión en donde le presentaría el plan para el Programa de Jóvenes Profesionales. Solo recibí críticas por parte de él, diciendo que no estaba a la altura del puesto, decía, mientras elevaba su tono de voz. Y fue allí, cuando mi temor a no ser aprobada, a no ser querida, se fue por la borda. Creo que ya no había resto de dignidad. Renuncié impulsivamente, ganada por la ira contenida de tanto tiempo de esconder mis emociones. Llorando y angustiada, le dije que no podía seguir en ese puesto ni en la empresa. Él intentó retenerme, dándome nuevas oportunidades. Recitó las mil alabanzas que yo tanto había esperado. Pero ya era tarde. Al terminar de pronunciar esas palabras, brotó un alivio descomunal. Hoy creo entender la dimensión de haber marcado ese límite.
Mi ser pareja
Transcurre mi historia y no puedo dejar de pensar en cómo viví mis vínculos de pareja con respecto al “pertenecer”. En un comienzo, la idea de pertenecer a otro como individuo no representó demasiado. De todas formas, creo que explorar experiencias en este dominio me trajo y me seguirá trayendo aprendizajes.
Desde mis 17 diecisiete años que estoy en pareja de manera casi consecutiva. Tuve algunos meses de soltería, pero prácticamente todos fueron consecutivos. En el año 1999, comencé mi relación con Mateo. Yo no sabía lo que era formar pareja. Puedo describirla como una linda relación, en donde nos divertimos y crecimos. Estuvimos dos años juntos, de los cuales hubo momentos de desconcierto con respecto a mi lugar, es decir, yo dependía por completo de lo que él hacía o dejaba de hacer.
La relación con Juan terminó luego de dos años y al poco tiempo apareció Lucas, a quien había conocido años atrás. Él, cuatro años mayor que yo, estudiaba Psicología. Formábamos parte del grupo de parroquia juntos, y éramos la pareja divertida y graciosa. También habitaban en mí los celos de otras mujeres, sobre todo con una de las chicas del grupo y con una compañera de él de la facultad. Tuvimos muchas discusiones por mis celos, que sólo demostraban mi inseguridad con respecto a lo que él sentía por mí. De esta relación, no me vienen recuerdos, solo la sensación que era una relación dispareja, donde él muchas veces tenía la autoridad, y su palabra no era contradicha por mí. La relación se fue desgastando. Yo me fui desenamorando, y de a poco perdí el interés… Yo empecé a hacer mi vida con otro grupo de amigos, y así llegué a conocer a Martín, quien es mi actual marido.
El vínculo con Martín no fue fácil al comienzo. Él, hasta entonces, había sido un hombre libre de compromisos, mientras que yo había estado siempre en pareja. La relación con él vino aparejada también con formar parte de su familia numerosa, compuesta por cinco hermanos, dos cuñadas de mi misma edad, y dos padres súper presentes. Una familia ideal. Los “Ingalls”. Yo quería estar muchas horas en esa casa armónica y pacífica, donde existían risas, conversaciones y diversiones. Y esa familia se fue transformando a en mi familia de hoy. Mis cuñadas son como mis hermanas. Pero para llegar a eso, viví momentos en donde forcé mucho el pertenecer ahí. Recuerdo situaciones y charlas con mi suegra, quien es muy practicante y ferviente defensora de la Iglesia católica, donde yo me acoplaba a ella, buscando defender también (sin saber si estaba de acuerdo o no). Una vez más, me encontré adaptando mi discurso para seguir agradando al resto.
Perfil Unitario
OSAR
El modelo OSAR debe su nombre a la sigla que describe sus componentes: Observador, Sistema, Acción y Resultados. Si bien con esto sería suficiente para justificar su denominación, se eligió esta sigla ya que también hace referencia a la osadía como una actitud a tener siempre presenta al momento de perseguir sueños, ideales y aspiraciones. (Rafael Echeverria, 2017)
Utilizaré el modelo OSAR, planteado por Rafael Echeverría como forma explicativa para comprender el común denominador que surge de mirar pictóricamente cada fenómeno y experiencias vividas con respecto al valor que ha tenido para mí el pertenecer.
1.ACCIONES
“Tanto nuestras acciones como los resultados que obtenemos con ellas merecen ser evaluados, y es por ello que comenzamos evaluando el resultado en primer lugar. Somos lo que hacemos y también lo que obtenemos con nuestras acciones tanto para nosotros mismos como dentro de la comunidad en la que nos desenvolvemos”. (Rafael Echeverría, 2017).
1.Las relaciones de noviazgo fueron terminadas porque apareció otro con el que yo pudiera hacer pareja.
2.Digo lo que pienso que el grupo quiere oír, en vez de decir lo que pienso.
3.Actuar en pos de un reconocimiento público.
4.Decir que SÍ a lo que me piden con facilidad.
5.Acusar el comportamiento de los demás miembros de un grupo, si no tienen los mismos códigos.
6.Opino rápidamente de todos los temas.
7.Me castigo duro por mis errores. Poca tolerancia a fracasar.
8.Ante el temor de ser rechazada, mi mente comienza un proceso laberíntico en donde la imaginación se dispara e imagina escenarios de rechazo. Pienso escenarios posiibles y me aflijo por cuestiones que podrían suceder en un futuro. Sufro anticipadamente por un futuro incierto. Sale mi control para poder anticiparme al futuro.
9.Respondo y acudo a las necesidades del resto como forma de garantizar la legitimidad al grupo. “La aprobación humana es uno de nuestros ídolos más preciados y la ofrenda que debemos depositar ante sus pies insaciables es no causar molestias ni incomodidades a los demás” - Jen Hatmaker, líder religiosa que apoya a los derechos LGTBQ y a la inclusión. (Brené Brown, 2018)
10.Comprar ropa y accesorios de manera excesiva que me lleven a ser impecable en mi imagen pública.
2.OBSERVADOR
“Nuestra capacidad de acción depende del tipo de observador que somos, de la mirada que desplegamos sobre las cosas. Si el resultado que observamos se nos presenta como problemático o insatisfactorio, y nos enfrentamos a una dificultad para alterarlo, ello puede eventualmente resolverse si desplazamos, si modificamos nuestra mirada”. (Rafael Echeverría, 2017).
Lenguaje
•Juicios:
“La gente lucha por ser el número 1, o por ser alguien especial” (Alexander Lowen, 1980)
♦Estar solo es angustiante, triste. Hay que tener amigos, de varios grupos.
♦Formar parte de los grupos en donde la gente se destaca por sus habilidades y conocimientos, me pone también a mí en un lugar de privilegio.
♦El NO ante un pedido de alguien del grupo puede ser visto como motivo de critica.
“Sin la capacidad de decir “no”, ni de delegar funciones, dar prioridad, negociar o pedir ayuda de una forma efectiva, el flujo continuo de pedidos de los demás no se regula ni se filtra de ningún modo (…) Bajo esta carga excesiva, queda comprometida su capacidad para responder y usted se ve sometido a un gran esfuerzo por satisfacerlas.” (Braiker, 2012)
♦No pido ayuda, por miedo al rechazo, a que me digan que “No”.
♦No delego las tareas.
♦Hay una necesidad de estar en todos los temas de conversación, opinar, decir lo que pienso, no perderme de nada. En la jerga centeniall: FOMO – Fear of Missing Out.
♦Una debilidad en mí es percibida como una falla, y debido a esa falla no soy digna de ser querida.
♦Anhelo de perfección e impecabilidad, sobre todo en el aspecto físico.
“Yo debería satisfacer completa y perfectamente estas expectativas de ‘debería’ y ‘no debería’ con respecto a mí mismo. Los modelos de perfeccionismo a los cuáles usted se adscribe se miden en dos niveles. Primero, usted se exige complacer a todo el mundo, todo el tiempo. Segundo, usted se impone mantener un temperamento emocional positivo en todas las ocasiones. Por tanto, usted se debe demostrar una actitud optimista y feliz, a pesar de que se está agotando y vaciando mientras complace a los demás y se niega sus propias necesidades. Se exige a sí mismo no mostrar jamás sus sentimientos negativos a los demás, aunque su ánimo cambie involuntariamente”. (Harriet B. Braker, 2012).
♦Los errores propios pueden ser vistos por otros como motivos de no aceptación.
♦La amabilidad ante todo. Una vez una amiga me dijo: “Es re fácil hablar con vos, siempre decís lo que el otro quiere escuchar.” Hoy entiendo más por qué me lo decia. Ella es quien siempre pone en palabras lo que a veces no quiero escuchar, pero que en el fondo me llevan a mirar las situaciones de distinta manera. Para evitar el conflicto, yo buscaba amablemente decorar las palabras y hacerlas acordes a los oídos de mi interlocutor.
“Específicamente, las personas complacientes estiman que al ser amables evitarán experiencias dolorosas, como el rechazo, el aislamiento, el abandono, la desaprobación y la ira. Después de todo, si usted no hace olas ni mueve la barca, los otros pasajeros no desearán arrojarlo por la borda”. (Harriet B. Braker, 2012)
•Observador de enfoque único. Orientado a proponer siempre las “mejores ideas”.
•Poca capacidad de escucha. Interrumpo. Ansiedad para hablar y dar mi opinión.
•Silencios. Callar para no discutir. “Si optamos por guardar silencio, el coste individual y colectivo es muy elevado. Individualmente, lo pagamos con nuestra integridad. Colectavimamente, con desunión, y lo qué es peor, eludiendo la resolución efectiva del problema” (Brené Brown, 2017)
•Criticar y fomentar la crítica hacia un enemigo en común. Como dice el dicho: “Divide y reinarás”
¿Existe una forma más rápida y sencilla de congeniar con un extraño que ponerse a echar pestes de un conocido de ambos? ¿Hay algo mejor que la sensación de sentarse con alguien y ponerse a cotillear en un plan sarcástico y criticón? … Una conexión creada a base de comentarios mordaces tiene tanto valor como la mordacidad misma: nada. (Brené Brown, 2017)
Emoción:
“Cada vez que actuamos lo hacemos desde cierta emocionalidad. A través de ella obtendremos cierto nivel de resultados, mientras que en otra los resultados serán diferentes.” (Rafael Echeverría, 2017).
•Aparecen los celos cuando no me siento parte de un grupo del que me gustaría formar parte.
•Envidia por aquellas personas que son el centro de los grupos. Siento que ellas no tienen que hacer el esfuerzo por estar en ese lugar.
•Enojo conmigo misma, por que a veces hago cosas que no me corresponden con tal de que me sigan aceptando y queriendo. Me cargo de tareas.
•Me angustio al saber que hay alguien que esta criticándome, que no esta de acuerdo con lo que hago o digo.
•Felicidad, alegría y devoción al reconocerme aceptada y querida por los otros. Cuando me elogian, cuando se ríen de mis chistes o simplemente cuando soy considerada como parte central del grupo .
•Me enojo cuando discrepan conmigo, cuando no están de acuerdo, cuando no me tienen en cuenta. Siento el “rechazo” de ellos hacia mí.
•Inseguridad por una baja autoestima.
•Preocupación ocasionada por la mortificación del qué dirán
•Miedo a la discrepancia.
“Si yo tuviera que señalar una variable escencial que alimenta y magnifica nuestra tendencia compulsiva a segregarnos en facciones y al mismo tiempo, a aislarnos de una conexión real con los demás, diría que es el miedo. El miedo a la vulnerabilidad. El miedo a resultar herido. El miedo al dolor de la desconexión. El miedo a la crítica y al fracaso. El miedo al conflicto. El miedo a no dar en la talla.El miedo”. (Brené Brown, 2017)
•Ansiedad. “La amenaza latente de sufrir represalias si emitimos una opinión o una idea que ponga en cuestión nuestros compañeros de bunker nos mantiene en un estado constante de ansiedad” (Brené Brown, 2017)
•Ira y enojo contenidas por no poder expresar y decir lo que siento.
“La enfermedad de complacer a los demás es un conjunto de pensamientos y creencias incorrectas – en relación consigo mismo y con los demás – que alimentan una conducta compulsiva que, a su vez, está motivada por la necesidad de evitar sentimientos negativos prohibidos”. (Harriet B. Braiker, 2012).
Cuerpo:
•Me muestro sonriente, divertida, gesticulo, muevo mucho los brazos.
•Tono de voz fuerte
•Hay mucha tensión en mi mandibula. De sonreír o contenter ciertas emociones que no aplican al querer mostrarme como complaciente. Bruxo de noche
•Mirada pendiente en la mirada del resto
•Dificultad para llorar
•Control para no manifestar la ira, enojo. Cuando sale, lo hace de una manera desenfrenada.
“No estamos dejándonos ser, no dejamos que el flujo de la excitación recorra totalmente nuestro cuerpo y se exprese; contenemos nuestra ira, nuestro temor; contenemos nuestro llanto y nuestros gritos. Contenemos nuestro amor y hacemos todo esto porque tenemos miedo de soltar, miedo de ser, miedo de vivir”. (Alexander Lowen, 1980)
•Migrañas recurrentes. La Dra Harriet Braiker aduce:
“Los sentimientos negativos, reprimidos, pueden emerger en forma de migrañas o jaquecas, dolor de espalda, dolor de estómago, alta tensión o una amplia variedad de sintomas relacionados con el estrés. Y debajo de la superficie el resentimiento y la frustración burbujean y se agitan, amenazando con provocar una erupción de franca hostilidad e ira descontrolada”. (Harriet B. Braiker, 2012).
•Desórdenes de alimentación, bajas y subidas de peso abruptas. Compulsión por la comida.
3.RESULTADOS
“Al evaluar un resultado insatisfactorio, podemos modificar nuestras acciones, pero es importante entender qué fue lo que pasó: ¿Qué nos hace actuar así? ¿De dónde proviene nuestra forma de actuar? ¿Qué podemos hacer para que las cosas se produzcan en forma diferente y con ello esperar resultados más satisfactorios?” (Rafael Echeverría, 2017).
1.Malestar, disconformidad e incomodidad en mi ser como persona.
2.Miedo, vivir en estado de alerta.
3.Identidad pública e identidad privada cada vez más distanciadas y la brecha haciéndose mayor.
4.Me siento poco auténtica, poco genuina.
5.No atreverme a decir lo que pienso me lleva a frustrarme y a enojarme. A hacer cosas que no quiero hacer por callar.
6.Dolor, tristeza y sufrimiento por lo que está aconteciendo en mi mente e imaginación.
7.Conexión poco real con los demás. Yo no me muestro tal cual soy. No digo lo que pienso ni hago lo que siento. Me reprimo o exagero emociones.
8.Falta de integridad en mi. Inautenticidad.
4.SISTEMA
“Nos es imposible separar nuestro carácter individual de nuestro carácter social dado que cada uno desarrolla su individualidad a partir de condiciones históricas y sociales que le tocó vivir”.
“Cada ser humano tiene su propia manera de actuar y generar resultados, los cuales son distintos al los que podría generar otro individuo. La manera como observamos, la forma como actuamos y, en consecuencia, los resultados que obtenemos en la vida, remiten tanto a los sistemas en los que hemos participado como a las posiciones que hemos ocupado en cada uno de ellos”. (Rafael Echeverria, 2017)
Al referirme al sistema, reflexiono cuáles fueron los entornos en donde crecí y me desarrollé, siendo el primero, mi familia. Pienso en mi madre, viendo en ella los primeros comportamientos de este estilo. Se crio siendo hija única, y su mamá falleció a los ocho meses de mi nacimiento. No le conocí amigas de la infancia, ni amigas que no fueran esposas de los amigos de mi padre. Tiene primos y tíos, pero la relación con ellos no es muy buena. La veo relacionarse, y veo en ella ciertos comportamientos que me generan rechazo: poca profundidad en sus conversaciones, cierta falsedad cuando saluda, cierta “pose” cuando habla. Todo muy falso y sobreactuado. Sus relaciones de amistad están condicionadas por las relaciones que tiene con los matrimonios de amigos de mi padre, pero allí tampoco se la ve íntegra, sino actuando. Me genera mucha bronca verla así, porque si tan sólo se mostrara como es, sus relaciones serían más profundas y duraderas. De todos modos, entiendo que ella no está interesada en generar lazos, así lo expresa.
Por otro lado, mi padre mostró tener amigos y lazos afectivos y familiares. Él es generador de los grupos de pertenencia de nuestra familia: el club, amigos, sus hermanos con primos y tíos. Es reconocido y querido en sus grupos. Sin embargo, él sintió siempre que debía presentarse ante sus grupos con una imagen joven y de belleza, y le exigía eso a mi madre también. Años después, comenzó a exigírselo a mi hermano, debido a que él comenzó a excederse de peso. La presión en ningún momento cayó directamente sobre mí, porque para ese entonces el metabolismo me acompañaba en mi imagen, y parecía que podía sumarme al “clan” de los impolutos. La condición era mostrarse radiantes, divertidos, impecables y perfectos.
Pero hay algo de ambos que siempre me llamó la atención: jamás los vi notarse mostrarse vulnerables ante el resto. Sus peleas eran siempre puertas adentro de mi hogar, se mostraban estéticamente siempre impecables ante los demás. El no ver unos padres auténticos mostrarse tal cual son, creó en mí el valor por buscar esa perfección inalcanzable, dejando de lado mi autenticidad y singularidad.
Me resuenan las palabras de Alexander Lowen:
“Los papeles y juegos se desarrollan a menudo más sutilmente, como respuesta a las mudas exigencias y presiones de los padres. Las mascaras, fachadas y roles se estructuran en el cuerpo, porque el niño cree que esta actitud lo hará merecedor del amor y la aprobación parentales. Nuestros cuerpos son moldeados por las fuerzas sociales de la familia, que forman nuestro carácter y determinan nuestro sino… consciente en tratar de agradar para lograr amor y aprobación”. (Alexander Lowen, 1980).
El segundo sistema, que en el que crecí, fue el colegio. Desde mis cinco años que asistí a un colegio escocés cerrado, a donde íbamos sólo mujeres. Era un colegio relativamente pequeño, en donde egresaban veinte alumnas promedio, por camada. En mi caso, terminamos el secundario siendo un grupo de catorce chicas, y habíamos comenzado el secundario siendo veintiuno. ¿Qué sucedió? Quienes no se adaptaban al grupo, eran expulsadas socialmente, es decir, aquellas que no encajaban, o se mostraban diferentes, no tenían otra opción que hacer un cambio escolar. No existía el lugar para la discrepancia, para la diferencia, ni con los profesores, ni con las propias alumnas de cada clase. Si eras diferente, si no te clonabas con el resto, la invitación a irte era muy tentadora. Para mí, cambiarme de colegio nunca fue una opción, por lo que siempre busqué formar parte del grupo y amalgamarme con quienes hoy son mis amigas.
Mi ser al encuentro de su sombra
No puedo evitar escribir y percibir el miedo que sentí todos estos años. Un profundo temor a sentirme sola. ¿De dónde proviene? ¿Qué hay más allá? ¿Cuáles serían las raíces de este desgarro que me acompañó gran parte de mi vida?. “El dolor permaneció en su cuerpo, intensificando sus esfuerzos para sobreponerse a su condición. Como resultado, no podía ser ella misma y, carente de un ser verdadero, auténtico, siguió sintiéndose sin amor”. (Alexander Lowen, 1980).
La soledad no elegida que aparece cuando me siento fuera, rechazada, no querida, abandonada. El miedo se siente, vibra en el pecho, pero, sobre todo, retuerce las tripas y el útero. Es un miedo muy lejano que debe haber convivido conmigo desde siempre. “El miedo arranca a la “existencia” – que es como Heidegger designa ontológicamente al hombre – de la “cotidianeidad” familiar y habitual, de la conformidad social. Con el miedo, la existencia se confronta con lo siniestro y desapacible.” (Byung-Chul Han, 2017).
No me es fácil soportar el dolor que provoca el miedo. Perturba, genera desconfianza, asusta, me pone en alerta y me sobresalta la ansiedad.
“Hoy, muchos se ven aquejados de miedos difusos: miedo a quedarse al margen, miedo a equivocarse, miedo a fallar, miedo a fracasar, miedo a no responder a las exigencias propias. Este miedo se intensifica a causa de una constante comparación con los demás”. (Byung-Chul Han, 2017).
Lowen describe: “Si tenemos miedo de ser, de vivir, podemos ocultar ese miedo aumentando nuestro hacer (…) y en la medida que ese miedo exista inconscientemente en el individuo, este último correrá más rápido y tendrá mas actividades, para no sentirlo.” (Alexander Lowen, 1980).
Y así actuaba yo. Haciendo. Salir de mi casa, colocándome la máscara del agrado, y recorriendo grupos que me dieran cobijo, amor y seguridad. La búsqueda sería inalcanzable, porque el miedo, hasta entonces, me pertenecía.
Para poder deshabitar esas áreas de dolor, mi ser creó una lógica inconsciente en mi mente: el rechazo y la soledad producen miedo. El miedo duele, incomoda. Para evitar sentir ese miedo, no debía ser rechazada. Agradar para sentirme segura. Pertenecer para evitar el temor. Dejar de lado mi ser auténtico y espontáneo, para darle lugar al ser que agrada, que es admirado por su impecabilidad, por su sonrisa. En palabras de Lowen: “Con las pérdida de auntenticidad, perdemos el sentido del ser y, en su lugar, se instala la imagen, que adquiere una importancia increible.” (Alexander Lowen, 1980).
La Dra. Braiker, asismismo, expresa:
“De hecho, por ser una persona complaciente, su sentido de la identidad, su autoestima e incluso su merecido derecho a ser amado se derivam de todas las cosas que hace por los otros. En realidad, a menudo, parece que usted es lo que hace”. (Braiker, 2012).
Habité esa máscara hasta hoy, hasta identificarme con ella. Una máscara colorida y resplandeciente. Pero llegó el tan temido momento de quitármela, y lo que descubrí debajo de ella será relatado a continuación.
Mi ser que pertenece a sí misma
“Si ser es vida, ¿por qué tenemos tanto miedo de ser? ¿Por qué se nos hace tan difícil soltarnos y simplemente ser? (…) ¿Por qué más tarde, en la vida, es tan difícil restablecer la conexión original? ¿Qué temores entorpecen la recuperación de la inocencia? Sabemos que esto no es tan simple como mostrarle a alguien el camino a casa. Este camino, atraviesa valles escondidos con peligros que sólo se descubren al retroceder hasta la niñez y la infancia”. (Alexander Lowen, 1980).
Recorrer este camino de la mano de la mirada ontológica me ha ayudado a descubrir cómo es mi parada personal frente a la vida.
Mientras iba avanzando en este recorrido, la autoindagación era inevitable. ¿Qué implicaría dejar caer esa máscara de la adaptabilidad y empezar a dejar de lado esos comportamientos impostados? ¿Cuál sería el riesgo que corro por ser singular y auténtica? ¿Cómo puedo resignificar esa emocionalidad que habita la angustia, miedo y tristeza al sentirme dejada de lado? ¿Qué nuevos resultados obtendría parándome desde un nuevo ser genuino? ¿Cómo mirarme, auto percibirme o identificarme libre del grupo social o laboral del que formo parte?
El coaching ontológico me abrió dos caminos para resolver estos cuestionamientos. En primer lugar, el aprendizaje que yo no soy de donde pertenezco. Recuerdo una de las últimas sesiones de coaching que siguen haciendo eco al día de hoy. Fui invitada, a través de un ejercicio corporal, a poder entrar y salir de los grupos, sin perderme en ellos, sin fusionarme y perder mi propia forma. A permitirme abrazar a cada miembro, poner límites, y después sentirme recibida nuevamente. Hice el ejercicio una y otra vez. Mi cuerpo todavía recibe el calor de los abrazos luego de haber marcado mis límites, de haber dicho que “no”. Y ese abrazo me recibió entera. Y me soltó entera, no me perdí allí, como aquel hielo que se derrite y se mezcla con el agua. Tengo bordes firmes y puedo mantenerme en tierra. Soltar mi ser camaleónico que se esfuerza por adaptarse a cada entorno cambiando mi color original por el que creo que es el que mejor se adapta al ambiente que me rodea.
El segundo y profundo aprendizaje llegó de la mano del entender que hay un lugar muy valioso al que nunca busqué pertenecer, y es a mí misma. Los grupos, las parejas, los equipos laborales, no fueron sino réplicas en las que yo busqué formar “hogar”. Ese hogar, que, de niña, se prendió fuego en más de una oportunidad. Es la niña que fui la que busca la red de contención por algo que le faltó en su infancia. Esa pequeña hoy me tiene a mí. Yo soy mi propio hogar. Yo tengo los recursos para autocontenerme. Brené Brown describe:
“El verdadero sentido de pertenencia es la práctica espiritual que consiste en creer en ti mismo y en pertenecer a ti mismo tan profundamente que puedes compartir tu yo más auténtico con el mundo y descubrir lo que hay de sagrado tanto en formar parte de algo como en sostenerse sólo en un territorio salvaje. La verdadera pertenencia no requiere que cambies lo que eres, requiere que seas lo que eres”. (Brené Brown, 2017).
Añado las palabras de a Dra. Braker, quien plantea:
“La solución reside en reconocer que la persona cuya aceptación usted más necesita es usted mismo. Cuando reconozca los verdaderos motivos que le hacen sentir que no merece el aprecio de los otros, y al mismo tiempo, desconocer su valor escencial como persona debido a algunos atributos de su apariencia o algún suceso del pasado, la herida de su autoestima comenzará a curarse y los problemas derivados de su hábito de complacer a los demás comenzarán a resolverse. (Dra. Harriet B. Braiker”, 2012).
Desde esta parada, puedo salir al mundo, mostrarme frente al otro, decir lo que pienso, actuar como siento, ya sin el miedo que me hace reaccionar rápidamente y buscar desesperadamente aquello que me hizo falta. Ya no lo necesito, porque soy mi propio sol que ilumina mi soledad.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
• Brown, Brené. (2018). Desafiando la tierra salvaje. Buenos Aires: Penguin Random House.
• Braiker, Harriet B.. (2012). La enfermedad de complacer a los demás. Buenos Aires:
• Edaf S.L.
• Echeverría, R. (2017). El observador y su mundo; I. Chile. Echeverría, R. (2007). Por la senda del pensar Ontológico. Chile: J.C. Sáez editor.
• Echeverría Rafael (2006) Ontología del lenguaje. Editorial Granica
• Echeverría Rafael (2007) Por la Senda el pensar ontológico. Editorial Granica
• García-Allen, J. (s/f). “Pirámide de Maslow: la jerarquía de las necesidades humanas. Analizando uno de los artefactos teóricos más famosos: la jerarquía de necesidades”. Psicología y Mente. Recuperado de https://psicologiaymente.com/psicologia/piramide-de-maslow
• Han, Byun - Chun . (2017). La expulsión de lo distinto . Barcelona: Herder Editorial S.L..
• Lowen, Alexander. (1980). Miedo a la Vida. Buenos Aires: Editorial Era Naciente SRL.
• Lowen, Alexander. (1994). El gozo. La entrega al cuerpo y a los sentimientos. Buenos Aires: Era Naciente.