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INTRODUCCIÓN

Contenido

Sobre los aires, aguas y lugares es, sin duda, una de las obras más célebres de la Colección Hipocrática . Atribuida a Hipócrates desde siempre por numerosos críticos, ha gozado de la admiración, plenamente justificada, de todos los que la han conocido 1 .

Toda la antigüedad tuvo por auténtico el escrito. Galeno y Erotiano, por ejemplo, lo afirman taxativamente. De otra parte, desde fechas muy tempranas, Sobre los aires, aguas y lugares mereció la atención de los comentaristas alejandrinos, que repararon, ante todo, en las peculiaridades léxicas de la obra.

Calificado, en ocasiones, como «libro de oro» de Hipócrates, el tratado abarca dentro de sí numerosos aspectos técnicos que han suscitado gran interés en los estudiosos de la ciencia antigua, hasta tal punto que ha podido decirse, sin exageración, que «entre los escritos del CH , ninguno capta el interés de la ciencia en mayor medida que este tratado» 2 . Así y todo, no faltan en él aspectos oscuros, y de entre ellos no es el menor el de que no se haga en nuestra obra ninguna mención ni de Tesalia, ni de la costa de Tracia, lugares en donde, según la tradición, sabemos que Hipócrates practicara la medicina.

Los críticos han observado que, frente a la sagacidad y la postura racional que caracterizan al autor de este tratado, pueden verse, en sus páginas, una cierta tendencia a la generalización fácil y carente de garantías y, asimismo, un tono ciertamente dogmático. En efecto, no faltan pasajes en que se ofrecen demasiadas conclusiones sin mostrar sobre qué están basadas 3 .

Como primer acercamiento al contenido, hacemos nuestro el comentario de E. Littré 4 , que distinguía cuatro puntos esenciales en este libro: saber cuál es la influencia de la situación de las ciudades respecto del sol y los vientos, en orden al mantenimiento de la salud y a la producción de enfermedades; examinar las propiedades de las aguas; señalar las afecciones predominantes, según las estaciones y sus cambios; comparar Europa y Asia, atribuyendo las diferencias físicas y morales de sus habitantes a las características de cada una de ellas en lo tocante a suelo y clima.

El autor de nuestro escrito gusta de hacer precisiones sobre el mundo físico que le rodea. Observa el diverso peso de las aguas; explica el mecanismo de la lluvia, sosteniendo que, cuando el agua se ha evaporado, la parte más turbia y oscura de ésta se convierte en niebla y bruma, mientras que la más ligera marcha hacia arriba y origina la lluvia en determinadas circunstancias (cap. 8); ve en las aguas calientes un resultado de la fuerza del calor (cap. 7); considera la sal a manera de residuo del agua evaporada (cap. 8); deduce que el sol se lleva la humedad de todos los cuerpos (cap. 8), etc.

En el contenido, visto a grandes rasgos, pueden distinguirse dos partes: la primera (caps. 1-11) quiere ofrecerle al médico que llega a una ciudad extraña la posibilidad de obtener buena información y conclusiones seguras sobre aspectos esenciales de su profesión a partir de determinadas condiciones naturales del lugar. La segunda (caps. 12-24) se dedica a las diferencias entre Asia y Europa y, sobre todo, a las peculiaridades físicas y psíquicas de sus habitantes.

Ya la introducción sostiene claramente lo que un médico que se precie debe conocer: estaciones del año, vientos, propiedades de las aguas y situación de la ciudad. Tal va a ser la distribución posterior: vientos (caps. 3-6); aguas (7-9); estaciones (10-11). En los capítulos 3-6, hallamos numerosas apreciaciones en torno al papel desempeñado por los vientos en la salud y enfermedad de los habitantes, en general, y de mujeres, niños y hombres, en particular. De un estudio detenido de los vientos, llegamos a la conclusión de que lo relevante es la oposición polar, diametralmente distinta, de vientos del Norte y vientos del Sur, pues los vientos del Este y los del Oeste juegan allí un papel, ciertamente, secundario.

Examinados los capítulos 3-4, nos encontramos lo siguiente. En las ciudades expuestas a los vientos calientes del Sur (3), los habitantes poseen una cabeza húmeda y flemática, padecen trastornos intestinales y tienen un aspecto flojo; las mujeres, todas de natural enfermizo, padecen flujos, resultan estériles por lo general y sufren abortos con frecuencia; a los niños les sobrevienen espasmos, asmas y la enfermedad sagrada; a los hombres, disenterías y diarreas, pero no las enfermedades agudas. Tanto en el caso de los habitantes en general, como en el de sexos y edades en particular, se nos da la causa de las afecciones. Nos hallamos, pues, ante una patología especial, distribuida por sexos y edades.

Por su parte, en las ciudades dominadas por los fríos vientos del Norte (4), las mujeres son estériles; los habitantes, en su conjunto, tienen la cabeza sana y dura y son, más bien, biliosos. Se dan, en esos sitios, «muchas pleuritis y las consideradas enfermedades agudas». El carácter de las gentes es allí particularmente salvaje.

Pues bien, por debajo de toda la exposición, se insinúa la teoría de las cuatro propiedades (humedo/seco, frío/caliente), que aflora, en ocasiones, sirviendo de base para alguna explicación etiológica, como la que sostiene que, a las mujeres de ciudades sometidas al viento del Norte, se les seca la leche a causa de la dureza y crudeza de las aguas.

Más simple y esquemática es la antítesis entre las ciudades expuestas a vientos del Este (los habitantes son sanos y vigorosos; se dan pocas enfermedades; las mujeres son fecundas y tienen buenos partos) y las dominadas por vientos del Oeste (allí todo es hostil y malsano; las personas son débiles; sobrevienen muchas enfermedades).

Por lo que respecta a las aguas, aparecen éstas ordenadas según su valor médico (7): las mejores son las orientadas hacia el Este; las peores, las que miran hacia el Sur. Una persona sana puede beber de todas, no así el enfermo. Sobre el carácter laxante o astringente de las aguas, encontramos interesantes observaciones. En cuanto a las aguas de lluvia, evaporación, formación de la lluvia, aguas mezcladas causantes de nefritis, estranguria y ciática, naturaleza y formación de los cálculos vesicales, etc., nos instruyen los capítulos 8 y 9.

Viene, luego, la influencia de las estaciones en las enfermedades (10-11), y el carácter benigno o maligno de las distintas épocas del año. Dentro de una oposición polar, vemos que, para el autor, tras un verano seco, seguido de lluvias, hay que esperar, en invierno, diversas enfermedades. En cambio, un verano seco al que sigue un tiempo sin lluvia, es bueno para los flemáticos. La previsión de lo que va a ocurrir y las fechas importantes en que cabe esperar acontezcan las crisis de las enfermedades merecen, en estos capítulos, la debida atención.

Por su parte, los capítulos 12-24 son como una ampliación ejemplificadora de las teorías expuestas anteriormente. No parece adecuado considerar esta parte de nuestro tratado como si fuera un libro etiológico, independiente y cerrado en sí mismo, dedicado a las tierras y a sus habitantes, como quería H. Diller 5 . En 12-24, el autor hipocrático insiste en las diferencias (diaphoraí) entre Asia y Europa, tal como se manifiestan en diversas regiones y comarcas, y examina toda la naturaleza en su conjunto: plantas, animales, personas, relieve, etc. Se nos dice, incluso, que las características físicas del país dependen de las estaciones, cuando realmente acontece al revés. Sugerente es también la comparación establecida entre las personas y la naturaleza circundante.

Pero el escritor desiste de tratar todos los pueblos asiáticos y europeos, prefiriendo detenerse en los más singulares. Así, a propósito de los macrocéfalos (14), nos dice que la costumbre ha terminado por incorporarse a la naturaleza. A su entender, la excesiva benignidad de las estaciones del año y las instituciones políticas son las principales causas del carácter poco belicoso de los asiáticos (16).

Los escitas nos son presentados como distintos de los demás hombres por una serie de razones: clima, características físicas del territorio y modo de vida (17-22). El clima de Escitia es consecuencia de la posición septentrional del territorio. Nos sorprenden las razones aducidas para explicar la escasa fertilidad de los escitas (21) y la impotencia padecida por muchos de ellos (22). El escritor se aleja cautamente de las razones, a la sazón, presentadas por los habitantes de aquel país. Leemos, entonces, que todas las enfermedades tienen una causa natural: en este caso concreto, sería el corte de las venas de detrás de las orejas el causante de la impotencia.

A manera de resumen de las teorías expuestas, leemos (23) que los cambios bruscos de estación y los profundos contrastes climáticos influyen en la coagulación del semen, y, por ello, son factores decisivos para la diferenciación de los europeos respecto de los asiáticos. En esta línea, las instituciones políticas son también de importancia decisiva.

Nuestro tratado acaba con un difícil capítulo que ha llamado la atención de los estudiosos desde distintos puntos de vista. Se está de acuerdo actualmente en que no hay que marginarlo con respecto al conjunto del escrito 6 , pues forma una unidad de contenido y estilo con todo lo anterior. No obstante, es ésta la parte más oscura y problemática de toda la obra, y sirve para mostrar las dificultades en que se veía el autor para redondear de manera adecuada la validez general de sus teorías. Los países se nos muestran divididos en cuatro clases, de acuerdo con su altitud, vegetación, vientos y aguas. Según como sean los países, así serán sus gentes. Destaca el hecho de que son, precisamente, los habitantes de zonas pobres, peladas y sin agua los que tienen un cuerpo vigoroso y se muestran orgullosos de carácter, y agudos y aptos para las artes. Concluye nuestro autor insistiendo en que el aspecto y las costumbres de los hombres se ajustan a la naturaleza del país.

Pues bien, por su contenido, Sobre los aires, aguas y lugares manifiesta evidentes lazos de parentesco con otros libros de la Colección Hipocrática , en especial, con Aforismos II; Epidemias , en sus siete libros, y Pronóstico 25. Mantiene una afinidad algo más lejana con Sobre la dieta en las enfermedades agudas, Sobre las articulaciones, Sobre las fracturas y Sobre las heridas en la cabeza 7 .

Con todo, es mucho más conspicua la relación de nuestro escrito con Sobre la enfermedad sagrada 8 . Efectivamente, en este tratado (16), encontramos la teoría de la influencia de los vientos del Norte y del Sur. Con viento Norte, todo se comprime y fortalece; con viento Sur, todo se relaja y distiende. Si el viento Norte comprime la flema y la humedad dentro del cerebro, el del Sur, que afloja y relaja el cerebro, las deja correr por todo el cuerpo. Así, a causa de los vientos, acontecen casos de epilepsia. Y esta misma teoría la encontramos en el que ahora nos ocupa (3, 4, 6 y 10). Mas no es sólo la influencia ejercida sobre los hombres por los vientos, el calor y el frío el tema común a ambos escritos, sino también, y de forma relevante, el papel central ocupado por el cerebro en la formación de las enfermedades, especialmente las que dependen de los humores; la importancia concedida a los factores meteorológicos; la cabeza como asiento de la flema; la división de los enfermos por edades, etc.

Por otro lado, ambos tratados coinciden en sostener que ninguna enfermedad es más divina que las demás, y que el semen procede de todas las partes del cuerpo 9 . Los dos tratados, asimismo, nos permiten observar el desarrollo de la pareja nómos-phýsis 10 . Es más, los especialistas vienen insistiendo en la estricta relación de ambas obras a partir de un examen cuidadoso del vocabulario: términos como epikatarreîn, katamígnysthai, notṓdēs, paráplēktos , etc., aparecen sólo en ellas dos, dentro del CH . Es, también, semejante la articulación de las frases largas. Comparten ambos escritos ciertos postulados sobre religión 11 , etc.

Partiendo de otras consideraciones, Edelstein 12 vio en el tratado que nos ocupa el escrito médico en que, de modo diáfano, se expone la teoría de la prognosis. Hasta entonces se venía diciendo que la prognosis era el conocimiento objetivo de lo que va a ser el resultado de la enfermedad 13 . El médico antiguo, se decía, consiguió, gracias a la prognosis, interpretar la enfermedad como un proceso independiente del órgano afectado, basándose en las sensaciones experimentadas por el paciente durante la enfermedad. Se lograba, así, una indudablemente elevada cota técnica y se alcanzaba un punto clave para el descubrimiento de la medicina científica. Pues bien, Edelstein, junto a esos rasgos indudables de la prognosis, pone el acento en otros aspectos menos conocidos, declarando que, en la medicina antigua, la prognosis comprende también el conocimiento de la situación presente del enfermo y, asimismo, de los síntomas anteriores. Esto es, la prognosis no sólo mira el futuro, sino que se refiere también al presente y al pasado. De este modo, el médico sabía ganarse la admiración y aplauso de sus clientes, al expresar, a la vista de un enfermo determinado, qué es lo que le ha ocurrido antes y cómo ha sido el curso de su afección. Precisamente, para establecer el pronóstico, el médico contaba con los signos externos de la enfermedad, con los órganos y la constitución del enfermo, pero, además, con las circunstancias ambientales que venían a condicionar el estado de salud del paciente: aguas, vientos, aires, estaciones del año, etc.

La medicina meteorológica

En los capítulos 1-11, el autor se ciñe a sus objetivos, adelantados ya en las primeras líneas del escrito, y, partiendo de la base de que el hombre es una parte del cosmos, intenta exponer cómo influye el entorno vital en el individuo. Quiere informar a sus colegas, pues está convencido de que, sin tales conocimientos, no es posible una práctica adecuada de la medicina.

Para la medicina posterior, nuestra obra constituye una de las herencias más preciosas que legara la antigüedad, pues aparecen claramente definidos, en sus páginas, principios tan decisivos como: la influencia de la situación de las ciudades sobre la salud; el papel de los vientos en la formación de enfermedades; la importancia de las aguas para la salud y la enfermedad; los climas, como conformadores de las condiciones físicas y las disposiciones psíquicas de los hombres, etc. Efectivamente, en nuestro tratado nos es dado observar que las peculiaridades somáticas y psíquicas de las personas dependen, en buena medida, del medio geográfico y climatológico en que éstas se desenvuelven, pero, también, de los hábitos sociales y políticos, de tal suerte que las peculiaridades adquiridas llegan a ser, a juicio del hipocrático, transmisibles por herencia.

P. Laín 14 escribe, con fino tacto, que «el pensamiento meteorológico (atribución al cosmos de un papel importante en la génesis y en la configuración de las enfermedades humanas) es uno de los rasgos comunes de toda la medicina que hoy solemos llamar hipocrática», porque el médico prestaba atención no sólo al cuerpo del enfermo, sino también a todo el universo cósmico en que el hombre se halla inmerso: astros, tierra, clima, estaciones del año, aguas, vientos, etc. 15 .

Para algunos estudiosos de la medicina griega 16 , una doctrina típicamente coica sería la así llamada medicina meteorológica, caracterizada por una aproximación general a la naturaleza, de acuerdo con la actitud mantenida por filósofos de la naturaleza como Alcmeón, Empédocles y Demócrito. Según esta corriente de pensamiento, los elementos naturales constituyen el entorno físico del hombre, ejerciendo sobre él efectos especiales a través de la respiración y, además, mediante la comida y bebida.

En consonancia con lo anterior, leemos, en Sobre los aires, aguas y lugares , que en ciudades expuestas a vientos calientes del Sur se dan las personas flemáticas; las biliosas, en cambio, aparecen en las ciudades dominadas por los vientos fríos del Norte; la situación más sana es la que mira hacia vientos del Este, pues aparece, así, un equilibrio entre el calor y el frío.

Por otra parte, en la literatura griega posterior abundan los autores que hablan de una influencia notoria y causal del clima y territorio circundante sobre la población, y que estudian también las diferencias corporales y anímicas de los habitantes según las características de los países en donde habitan 17 .

En los últimos años vuelve a entablarse una antigua polémica en torno a cuál es el tratado hipocrático al que podría aludir Platón (Fedro 270c ss.), cuando afirma que, a juicio de Hipócrates, es imposible comprender la naturaleza del cuerpo sin conocer la naturaleza del todo 18 . Hace años, Edelstein 19 negaba la existencia de obra alguna atribuible al propio Hipócrates, toda vez que ninguna cumplía con los presupuestos hipocráticos formulados en tal pasaje platónico y en el Anonymus Londinensis . Por su parte, G. E. R. Lloyd 20 admite que es aceptable pensar en nuestro tratado al leer el mencionado texto de Platón, pues es cierto que nuestra obra recomienda el estudio de estaciones del año, vientos, posición de las ciudades y propiedades de las aguas; en cambio, el estudioso inglés es bastante pesimista, dado que, a su entender, la lectura del Fedro conduce a conclusiones negativas. En pocas palabras, el famoso testimonio platónico se referiría sólo a los métodos empleados, no a las teorías médicas.

W. D. Smith 21 , a su vez, insiste en que hay una obra hipocrática que cumple adecuadamente con las teorías formuladas en el Fedro y en el Anonymus Londinenesis . Tal escrito sería Sobre la dieta . Pero este postulado tiene muchos contras, especialmente que en esta obra no se utiliza apenas el método dialéctico de Platón basado en la división y reunión 22 .

Recientemente, J. Mansfeld 23 se ha inclinado a pensar que el escrito al que más concierne el testimonio platónico es precisamente Sobre los aires, aguas y lugares , cuyo autor sería el propio Hipócrates. En nuestra obra, dice, las fuerzas naturales ejercen sobre las gentes una decisiva influencia en lo concerniente a constitución física y formas corporales 24 . El hecho de vivir en una ciudad expuesta a vientos, ya sean del Norte, ya del Sur, da lugar a constituciones biliosas y flemáticas, respectivamente. Pero, además, el entorno físico es fundamental para establecer una patología especial, según edades y sexos. De tales datos infiere Mansfeld que la teoría dominante en nuestra obra es la de las constituciones humanas, en donde se hace especial hincapié en los grupos especiales, distribuidos por la edad y el sexo. Todo ello sería una anticipación de lo que describe Platón a propósito de la división de los cuerpos en tipos, según fueran sus capacidades activas o pasivas, a la vista de factores externos al cuerpo mismo. Para Mansfeld, en resumen, Platón atribuye a Hipócrates un uso rudimentario de la división, dentro del contexto de la meteorología presocrática. Si comparamos lo que se dice en el Fedro sobre la medicina y lo que, en el mismo diálogo, acababa de expresarse a propósito de la retórica y de Pericles (éste, consumado orador, aplica al arte de la retórica lo que más le interesa, obteniéndolo de los datos pertenecientes a la meteorología y a la teoría de la sensatez e insensatez, estudios realizados por Anaxágoras en ambos casos), podemos deducir que, para Platón, Hipócrates hace una selección de la cosmología presocrática y la utiliza, precisamente, para dividir el cuerpo humano en tipos 25 .

Problemas de contenido. Unidad de la obra

Sobre los aires, aguas y lugares es un documento de extraordinario valor para rastrear la presencia, en los tratados médicos, de teorías contemporáneas de diversa índole: filosóficas, geográficas, antropológicas y culturales en general.

Así, la teoría de la krêsis «mecla» y «moderación» se remonta, aun con variantes léxicas, a Solón y a las normas populares como las que rezan: «nada en exceso» (mēdèn ágan) o «la moderación es lo mejor» (métron áriston) . Por su parte, los postulados de isonomía y monarchía hay que buscarlos en el pensamiento de Alcmeón.

Numerosas son las huellas de los postulados de Demócrito. El abderita sostenía, con aguda perspicacia, que «la naturaleza y la enseñanza son cosa parecida, pues también la enseñanza altera el ritmo del hombre y, al alterarlo, crea naturaleza» (B 33 DK). En nuestro escrito, capítulo 14, leemos, a propósito de que la costumbre (nómos) precede a la acción de la naturaleza, pero se alía con ella al fin: «En efecto, al principio fue la costumbre la mayor responsable de la longitud de la cabeza... De ese modo la costumbre consiguió, al principio, que la naturaleza fuera de tal tipo, pero, transcurriendo el tiempo, el rasgo entró en la naturaleza, de tal suerte que la costumbre no impone ya su fuerza». Resulta, con ello, que hay dos causas bien delimitadas: de una parte, la naturaleza que tiene sus propias leyes; de otra, la costumbre, arbitraria y de efectos decisivos sobre los hombres.

Asimismo, el principio de que las grandes variaciones climáticas alteran la condensación del semen, de donde se desprenden notables diferencias en el aspecto físico de las personas, puede proceder, en última instancia, de Demócrito, ya que el atomista sostenía que «la unión sexual es una pequeña apoplejía (synousíē apoplexíē smikrḗ) , pues un hombre sale de otro y se separa violentamente, dividido de un golpe» (B 32 DK).

A su vez, de una comparación con los escritos etiológicos de Demócrito, el primero que dedicara un estudio particular a cada grupo de causas —del cielo; del aire; del fuego y las sustancias que arden; de las semillas, plantas y frutos; de los animales; de los días propicios y adversos, etc. (cf. A 33 DK)— y de quien conservamos curiosas puntualizaciones sobre los abortos, la fecundidad de perros y cerdos, la formación o carencia de cuernos en determinadas especies animales, etc. 26 , ha concluido Diller 27 que nuestro escrito «pretende y consigue en el terreno de los países y la etnología lo que los escritos etiológicos del abderita en el campo meteorológico, zoológico y botánico».

Se ha observado también la afinidad de Sobre los aires, aguas y lugares con Hecateo y Heródoto, en lo referente a la íntima relación de la disposición geográfica de un territorio y la naturaleza de sus habitantes 28 .

Th. Gomperz 29 elogió sobremanera «el inmortal servicio prestado por el primer intento de poner un lazo causal entre el carácter de un pueblo y las condiciones físicas del país en donde habita», y llamó al autor hipocrático «fundador de la Psicología étnica» (Völkerpsychologie) y «predecesor de Montesquieu». Efectivamente, la obra que nos ocupa, partiendo de consideraciones de carácter fundamentalmente político y climático, ofrece la primera justificación de la superioridad de los griegos sobre los bárbaros 30 . Por tal razón, se ha dicho que el capítulo 24, donde características como la figura, disposición del organismo y carácter están íntimamente relacionadas con la situación geográfica y con las condiciones del suelo y del clima, se nos muestra como una especie de antropogeografía general, nunca aparecida hasta aquel momento 31 .

Además, son numerosos los contactos de nuestro escrito con teorías y técnicas de composición propias de los historiadores. Así, para ordenar sus materiales, el autor hipocrático que nos ocupa acude a las diferencias (diaphoraí, tà diallássonta, tà diaphéronta) , principio de uso frecuente en los primeros testimonios historiográficos, como cabe esperar de un pueblo colonizador que viaja incesantemente por el mar, observando lo distintos que son los países y gentes de su entorno geográfico. De un recurso literario tal tenemos ya varios ejemplos en la Odisea , a propósito de acontecimientos, tierras o personas de singular rareza. Piénsese en los lestrigones, lotófagos y cíclopes. También en los fragmentos de Hesíodo hallamos algunas alusiones a gentes tan extrañas como los trogloditas, macrocéfalos y pigmeos.

Por otro lado, el tema de lo peculiar (ídion) , por oposición a lo parecido (hómoion) es corriente en la historiografía griega desde sus mismos comienzos, y desempeña un papel importante en Heródoto, quien, para describir países y pueblos, alude a las excelencias y diferencias más relevantes de lugares y habitantes. En el libro que estudiamos, el hermoso clima de Asia, su fertilidad y las excelencias corporales de sus habitantes se contraponen a su falta de coraje, en tanto que la valentía de los europeos tiene como contrapunto la irregularidad del clima que soportan.

Y bien, a la vista de la estrecha relación de nuestro tratado con Heródoto 32 , Heinimann 33 , más que interesarse por la prioridad de un escrito sobre otro, apunta a la literatura etnográfica y médica que debió de existir en fechas anteriores a ambos documentos literarios, pues en las dos obras encontramos parecidas noticias etnográficas, como las relativas al modo de vivir de los escitas y de las amazonas saurómatas. La fuente común de la que ambos escritos dependen podría haber sido Hecateo, según este especialista.

Pero no acaban aquí los paralelos entre Heródoto y nuestro libro. En ambos encontramos una elevada conciencia individual y, asimismo, la idea de una comunidad helénica frente a los bárbaros. Coinciden también en ciertos criterios climatológicos, al elogiar la moderación de las estaciones tal como se presentan en Jonia frente a lo que acontece en Grecia 34 . Por otra parte, el autor hipocrático, quienquiera que sea, distingue entre enfermedades propias del país (epichṓria) , relacionadas con las aguas, vientos y posición de la ciudad respecto de la salida del sol (2, 3, 4); generales (pánkoina) , ocasionadas por el cambio de estación, y personales (ídia) , que sobrevienen a causa de un cambio de dieta (2). En las dos últimas clases, los cambios (metabolaí) tienen decisiva importancia. Por su lado, Heródoto, dentro de la misma línea de pensamiento, afirma que «las enfermedades se les producen a los hombres en los cambios de todas las demás circunstancias, pero, especialmente, en los propios de las estaciones» (II 77).

Pues bien, a causa de un contenido tan rico y heterogéneo, de las numerosas relaciones con autores y obras de fines del siglo V a. C. y, finalmente, del evidente contraste entre las dos partes de nuestra obra, los estudiosos han venido dedicando especial atención a la unidad del escrito, bien con el propósito de sostenerla, bien para negarla 35 . Es opinión unánime que el contenido de la primera parte es mucho más amplio y general que el de la segunda. Aparte de ello, hay mucho de verdad en las palabras de Edelstein, cuando ve un estrecho paralelo entre las indicaciones generales de los primeros capítulos y las que leemos en los tratados hipocráticos, donde el pronóstico es el tema principal. Con todo y con eso, conviene pensar que los capítulos 7-9 son pertinentes dentro de la estructura general de la obra, contra la opinión de Edelstein 36 , que, por razones estilísticas y de contenido, los consideraba parte de un escrito independiente titulado Perì hydátōn , ya que, según él, en dichos capítulos los argumentos son mucho más detallados que en el resto del tratado; por eso, decía, tal opúsculo habría tenido como finalidad informar a los profanos sobre el valor dietético de las distintas clases de agua.

Mas, desde el estado actual de la investigación, cabe sostener que las dos partes de nuestra obra están perfectamente unidas. En razón del contenido, porque el tema central en torno al cual gira todo el tratado es el de la dependencia del hombre respecto de su entorno geográfico, si bien, en la primera parte, se insiste más en la salud personal, en la interdependencia entre el mundo circunstante y el estado de salud, y, en la segunda, en las características de los pueblos, es decir, en la relación del medio ambiente con toda la población de un país 37 . La segunda parte viene a ser, pues, una confirmación de las teorías contenidas en la primera.

Merece la pena fijarse en el estrecho nexo formal de las dos partes: perì mèn toútōn hoútōs échei. boúlomai dè.. . «así están las cosas sobre esas cuestiones. Por otra parte... quiero...» (cap. 12). Nos sorprende, desde luego, que el autor no se refiera a ningún lazo de unión entre las dos partes, sino que pase directamente a tratar de las diferencias entre Asia y Europa. Este capítulo, en efecto, plenamente integrado en la obra concebida como un todo, empieza con una fórmula muy parecida a las utilizadas por otros escritores del momento. Expresiones como «acerca de algo, fulano hijo de mengano, escribió lo siguiente», son del más puro sabor tucidídeo.

En todo caso, queda patente desde el comienzo del capítulo 12 el criterio selectivo del escritor: mostrar cuánto difieren en todo Asia y Europa, pero ciñéndose a los aspectos más relevantes de las diferencias. Los estudiosos, sin embargo, han mantenido duras polémicas sobre el contenido de la segunda parte de nuestro tratado, por su carácter más bien etnográfico que médico. Heinimann quería atetizar el capítulo 22, en donde aparece la cuestión del pretendido origen divino de la impotencia padecida por los escitas, pues veía en él una clara influencia de las teorías de Sobre la enfermedad sagrada , obra, para él, veinte años posterior a la nuestra 38 . Pero, con mucho, el capítulo más discutido ha sido el último (24) 39 . Recientemente, Grensemann 40 ha destacado los puntos de contacto existentes entre el final y el comienzo de nuestro escrito. Así, en 24, 1-7, según la edición de Diller (1970), puede verse un claro reflejo del primer capítulo del libro, precisamente lo relativo a que el médico debe informarse sobre la naturaleza del terreno: «si es pelado y seco, o frondoso y húmedo, y si está encajonado y es sofocante, o elevado y frío». Es decir, desde el mismo inicio de nuestra obra hay una evidente referencia a las cuatro propiedades (seco-húmedo, caliente-frío), que serán recogidas al final a manera de composición en anillo. Resulta evidente, pues, la conexión de todos los elementos de nuestro tratado, y queda demostrado de manera palmaria la unidad del mismo, aunque, eso sí, no faltan los problemas y los puntos oscuros, aún no del todo elucidados.

Fecha

Los críticos concuerdan en ver Sobre los aires, aguas y lugares como uno de los tratados hipocráticos de los primeros momentos. Según Bourgey 41 , hay que fecharlo a fines del siglo V o muy a comienzos del IV a. C., junto a Pronóstico, Sobre la dieta en las enfermedades agudas, Aforismos, Sobre las articulaciones y Sobre las fracturas .

Heinimann 42 se inclina por situarlo en los primeros años de la guerra del Peloponeso (431-404 a. C.). La presencia en nuestra obra de algunas teorías formuladas por Diógenes de Apolonia le hacen pensar en una fecha algo posterior al 430 a. C. A su vez, Pohlenz sitúa la obra entre 430 y 415 a. C., tanto por el papel desempeñado por la pareja phýsis-nómos , como por la posible presencia en el capítulo 22 de una cita del Hipólito de Eurípides, pieza que fuera representada en el año 428 a. C.

Diller 43 piensa en el año 400 como dato más fiable, puntualizando que no puede corresponder a una fecha muy anterior, porque hay una evidente relación con el pensamiento de Demócrito, y, por el contrario, una fecha más tardía no permitiría explicar la estructura arcaica y el estilo, en general, del tratado. Es opinión que compartimos.

En torno a la transmisión del escrito

Sobre los aires, aguas y lugares nos ha llegado en nueve códices griegos 44 de los que sólo uno es independiente de los demás: Vaticanus Graecus 276 (V), estudiado por J. Ilberg 45 . Se trata de un manuscrito del siglo XII , incompleto, que origina cierta confusión a causa del orden de sus folios. Fue cuidadosamente editado por G. Gundermann 46 , junto a la vieja traducción latina. Luego lo publicó J. L. Heiberg, con otros escritos hipocráticos 47 .

H. Diller 48 demostró que los códices de los siglos XV y XVI que contienen nuestro tratado dependen de V , ya sea directamente (Monacensis Gr . 71, Nanianus 248, Vaticanus Palatinus 192), ya por intermedio de otros manuscritos (Parisinus Gr . 2146 y Holkhamensis Gr . 282). De este último deriva Estensis Gr . 220. En cambio, algo más distantes de V resultan Parisinus Gr . 2255 y Vaticanus Barberinus I, 5.

Además de estudiar en toda su complejidad la derivación y relación entre los diversos códices, Diller 49 se ocupa de las dos versiones latinas y de la tradición indirecta, demostrando que Parisinus Gr . 2255 es un apógrafo de la edición de Janus Cornarius 50 . Ofrece un buen trabajo sobre la antigua versión latina que, presentada por Parisinus Lat . 7027 y Ambrosianus Gr . 108, se remonta al siglo VI 51 . Se detiene, asimismo, en la versión latina más reciente, en Avicena y en el comentario de Galeno 52 , que dedicó especial atención a la parte etnográfica de nuestra obra 53 . Es interesante, también, la traducción árabe, realizada en el siglo IX por Hunain ibn Ishaq, y conservada en los códices Aya Sofya 4838, 3632 y 3572, del siglo XIII .

A partir de estos materiales, Diller pretende reconstruir el texto de nuestro escrito, tal como lo conociera Galeno, teniendo en cuenta que los códices griegos de Hipócrates parecen depender de la recensión que sobre los escritos hipocráticos hiciera, en el siglo II d. C., Artemidoro Capitón, quien alteró gran número de pasajes que nos han llegado mucho mejor conservados gracias a las sucesivas traducciones de los comentarios de Galeno.

Aunque daremos después una lista de las ediciones más relevantes, destaquemos algún punto importante de las mismas. Así, la edición Aldina (Venecia, 1526) se basa, especialmente, en el códice Holkhamensis Gr . 282 (H) . Por su parte, Cornario (Basilea, 1529) aportó muchas conjeturas procedentes de las versiones árabe y latina. Coray (París, 1800) dedicó el primero de los dos volúmenes de que se compone su edición, traducción y comentario, a analizar el texto, dando noticias detalladas de manuscritos, ediciones y comentarios.

E. Littré (1840) fue el primero en utilizar para nuestro escrito el Parisinus Lat . 7027 y los Parisin. Gr . 2146 y 2255. H. Kühlewein 54 sería quien primero se sirviera del códice V , y, a su vez, Heiberg el que se valiera, antes que ningún otro editor, de la traducción latina antigua.

Punto y aparte merece, quizá, la cuestión del título de la obra que estudiamos 55 . Es el caso que los manuscritos ofrecen los tres sustantivos (aires, aguas y lugares) con todas las permutaciones posibles. Galeno lo cita como Sobre los lugares, aires y aguas . Otros autores han llamado al escrito Sobre los tiempos (Perì hōrôn) , en vez de Sobre los aires (Perì aérōn) . Dioscórides, a su vez, ofrece el título Sobre los tiempos, aguas y lugares; Artemidoro utiliza el de Sobre las aguas, tiempos y lugares; Rufo, Sobre los tiempos, lugares y aguas . Otros, en fin, dan sólo dos sustantivos: Erotiano, por ejemplo, lo titula Sobre los lugares y tiempos , o al revés.

Lo más probable, siguiendo el proceder normal, es que el tratado saliera sin título de las manos de su autor.

Tratados hipocráticos II

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