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CAPÍTULO 3
Оглавление22 de enero de 1941

Habían pasado pocos días, mi condición hambrienta hizo que menguaran mis fuerzas, la desesperación me esclavizaba, mi sistema nervioso estaba a punto de estallar.
Por momentos, hasta la vista comenzó a fallarme, sentía mareos y un dolor de cabeza punzante. Traté de concentrarme, pero ya me estaba costando mucho trabajo hacerlo.
El mal tiempo continuó azotando la región. La espesa neblina persistía y la visibilidad alcanzaba solo unos cuantos metros. Escuché el ruido de la embarcación que se acercaba y traté de levantarme rápido, pero no pude hacerlo, los dolores aporreaban todo mi cuerpo. Con lentitud me aposté frente a la puerta hechiza, me tapé lo más que pude el pecho con la delgada chaqueta y salí del refugio. Con curiosidad alcancé a ver como los hombres descendían cargando un gran recipiente. Los guardias, portándolo uno de cada lado, vaciaron el contenido de este sobre otro que se hallaba muy cerca de la orilla. Estaban tan lejos que no acerté a saber qué ocurría. Me dirigí con lentitud hacia ellos, pero cuando estaba a la mitad del camino los hombres comenzaron a alejarse, el agua se abría dejando estelas a sus costados.
Al acercarme más me di cuenta de que los soldados habían traído comida y la habían depositado sobre dos recipientes tan sucios y malolientes como los habitantes que se acercaron para devorar su contenido.
Los hombres y mujeres que acudieron consumieron todo con avidez. Se empujaban unos a otros, tomaban con sus propias manos lo que podían y se lo llevaban a la boca. En su locura gruñían como bestias que protegen a su presa.
Los guardias proporcionaban alimento, pero no era recomendable ni saludable consumirlo por las condiciones en las que lo dejaban. Ese alimento daba más bien la apariencia de ser desperdicios, no algo preparado con esmero para las personas del islote. Si quería sobrevivir, tenía que ingeniar algo rápido y eficiente.
Me acerqué un poco más, solamente para darme cuenta de que no era bienvenido. Al percatarse de mi presencia, algunos hicieron ademanes violentos, convirtiendo aquella escena en una pelea de leones y hienas por la presa. Permanecí inmóvil, mirando con asombro la lucha por el alimento. Retrocedí tan lento como me había acercado, sabía que tenía pocas posibilidades de salir ileso si me atrevía a descender un paso más.
Entre ellos se encontraban los que el día anterior estaban devorando un cadáver humano, comprendí que tenía que alejarme lo más pronto posible de ese lugar, y más al percibir el aspecto terrorífico de estos personajes que tenían marcas por todo su cuerpo y rostro, desfigurados completamente, con pelo parcial sobre sus cráneos y cara.
Al caminar con lentitud de regreso, entendí que no todos los desechos luchaban por la comida, solo los que aún poseían un poco de lucidez en sus dañados cerebros.
Había otros que, por su condición mental, simplemente eran víctimas del tiempo, a quienes el fantasma de la inanición torturaba, y lentamente veían consumirse sus últimas energías. Por eso tantos de ellos parecían muertos vivientes, formando un cuadro de terrible humanidad.
Entré tan confundido al refugio que no pude por menos que dejarme caer en el suelo frotándome la cara con ambas manos.
Sentí frío, hambre, desesperación, angustia, coraje, odio... Era una mezcla de emociones que nunca había experimentado.
Por un momento mi mente quedó en blanco, pero, abriendo los ojos, comprendí que tenía prioridades.
—¡Debo sacarme estos grilletes como sea! —pensé en voz alta—. Tengo que sobrevivir, debo regresar con mi familia. Si quiero lograrlo, tengo que centrarme y entender que estoy solo en este lugar, no puedo gastar mis energías en estar pensando todo el tiempo en estas personas. Ellos ya están jodidos, yo todavía no.
Con esto en mente, salí a recorrer el islote, quería saber cómo era de grande el lugar y qué probabilidades tenía de salir de allí con vida.
Caminé por el lado opuesto de donde dejaran los alimentos. No fue fácil, ya que por todos los lugares que pasaba me topaba con restos putrefactos, y otros ya convertidos en osamentas. Aun así miraba con mucha atención cada espacio de terreno por si descubriera algún objeto que fuera de utilidad para quitarme los molestos grilletes de mis adoloridas manos.
El infierno de Dante me pareció un juego, una broma en comparación con lo que estaba viendo, no podía existir en ningún sitio un lugar más horrendo que el que estaba viendo y sintiendo en ese momento.
La neblina fue levantando su manto, pude ver a más distancia las tranquilas aguas del lago mientras caminaba sin hacer ruido, como cuidando de no molestar a los vecinos que permanecían impávidos en la lejanía.
Algunos con su hábito de caminar de un lado a otro, en tanto algunos más simplemente permanecían sentados por no tener fuerzas para moverse.
Con la firme intención de sobrevivir y encontrar objetos que me sirvieran me di a la tarea de recorrer el islote con mucha atención.
Todos los movimientos los calculaba cuidadosamente, mi experiencia como ingeniero mecánico sería muy valiosa en esas circunstancias.
Mi padre fue un hombre con una vida modesta que siempre trabajó en el sector de la construcción de todo tipo de viviendas y edificios. Desde muy niño aprendí a utilizar cualquier clase de herramientas, conocí todos los materiales utilizados en este ramo, lo que me sería de suma importancia bajo estas condiciones.
Después de recorrer varias áreas, me dirigí hacia el bosque tapizado de árboles nativos de la zona. Había tilo norteño, un árbol muy alto, pinos y abedules. Era el único lugar al que no había ido. Me adentré en él, caminé dando vueltas por todos lados para hacer un reconocimiento completo del lugar. Provocaba un ruido al pisar las ramas secas, algunas aves salieron volando al percibir mi presencia.
«Tengo que idear una trampa para pájaros ―pensé―. Ya tengo comida».
Continué la búsqueda, el lugar era más grande de lo que aparentaba. Caminé por un buen rato hasta que de pronto, al acercarme a la orilla del islote, contemplé con asombro como esa parte estaba repleta de gigantescas rocas. Con una vista maravillosa, pude apreciar en la distancia el otro extremo del lago, la franja de tierra llena de caseríos con humeantes chimeneas que invitaban a pasar una mañana acogedora en compañía de los seres queridos.
Los recuerdos de la familia se apoderaron rápidamente de mí.
«¿Cómo estará mi mujer, mis padres? Dios, cuídalos».
Proseguí la caminata por el borde del lago. Un poco más allá mis pensamientos fueron interrumpidos por ligeros y repetidos golpes en el agua, busqué por entre las rocas, pero tenía poca visibilidad. Entonces subí a una roca grande con mucho cuidado. Desde lo alto observé asombrado a un tipo bien abrigado que lanzaba al agua con insistencia un cordel con anzuelo. Era evidente que estaba pescando.
Sorprendido por el hallazgo, me quedé quieto y en silencio, analizando sus movimientos.