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CAPÍTULO 4

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Al hablar y contar esta historia, Mathew parecía estar viviendo el momento de esos acontecimientos. Por instantes la pasión lo dominaba al recordar en detalle lo vivido años atrás.

Aunque Raúl prestaba mucha atención al relato, interrumpió a Mathew.

—Si me disculpáis, por favor. Está entrando Lola al bar, iré a recibirla.

Cada uno de los hombres dirigió su mirada a la entrada al tiempo que el español caminaba hasta la mujer.

Con mirada pícara se deleitaron con el físico de la dama. Le adornaba su bien formado cuerpo un vestido negro, de tirantes y bien pegado a su anatomía hasta mitad de sus muslos, sin dejar nada a la imaginación. Zapatos negros de tacón y un andar alegre y coqueto. Pelo rojizo, de corte cuadrado hasta los hombros, y piel muy blanca.

Raúl la recibió con un abrazo y un beso muy corto en la boca. Era más el entusiasmo de él que la emoción de ella ante el encuentro. Intercambiaron un par de palabras y se encaminaron hacia la mesa, donde los caballeros no le quitaban la vista de encima. Al acercarse más, ninguno disimuló su asombro al verla de frente mostrando aquellos senos grandes que casi se le salían por el escote de su vestido ajustado.

—Bien, señores, os presento a Lola, mi novia ―dijo el joven―. Y ellos son mis nuevos amigos, que acabo de conocer ―se dirigió a ella.

Se pusieron de pie y saludaron al tiempo que se presentaba cada uno.

No les pasó desapercibido el olor del perfume suave pero muy sensual que emanaba de la piel de Lola, además de quedar hipnotizados por sus hermosos ojos verdes.

Volvieron a acomodarse en sus lugares, ella se colocó entre Raúl y Kwan.

—¿Así que eres la novia de nuestro joven amigo? ―preguntó sonriendo Andrew.

—Así es ―respondió ella―. ¿Y qué más os ha contado?

—Nada más ―respondió Kwan―. Mathew nos estaba narrando su historia de cuando estuvo prisionero en Alemania junto con nuestro amigo John, que murió dos semanas atrás.

—Pero háblanos un poco de ti, Lola ―le instó Mathew.

—Bueno ―continuó ella―, soy escritora y estoy aquí porque conseguí un contrato con una editorial muy prestigiosa y exigente, así que decidí venir. Me gustó mucho el trato que me dieron y entonces decidí quedarme. El editor tiene muy buenos planes con mis proyectos, me está apoyando mucho.

Mientras ella hablaba, Kwan, sentado a su lado, rozaba su rodilla con la de ella. La chica se dio cuenta, pero no dijo nada, solo le miraba de reojo coquetamente. Eso motivó al solterón a seguir con el juego, cada vez le tocaba más con la pierna, hasta que se decidió a extender su mano disimuladamente y agarrar su muslo carnoso y suave, justo cuando todos alzaron sus vasos para brindar por el nuevo integrante del grupo.

Kwan, siendo el más joven de los amigos, sabía bien conquistar mujeres, era ameno en sus charlas y no tenía complejos de ningún tipo.

Siguió acariciándole la pierna sin remordimiento, la chica era ligera y no le importaba que su novio estuviera presente.

«Esta mujer es una puta», pensó Kwan.

Ella prosiguió contando su motivo de quedarse en Londres.

—Si me ofrecen tantos beneficios, debo aprovechar. Al principio tuve que pagar un lugar para quedarme, pero ahora me han proporcionado un apartamento para vivir. Creo que las condiciones de trabajo y tanta prestación son inmejorables, y por el momento he pensado en no moverme de aquí. Quién sabe, tal vez hasta me quede a vivir aquí.

—Y ¿qué pasara con nuestro amigo Raúl? ―preguntó sonriendo Kwan.

—Bueno, en mi pueblo la gente dice que «tiran más dos tetas que dos carretas», así que ya lo discutiremos en su momento ―dijo dirigiendo la mirada a su novio, que le sonreía un tanto desconcertado por sus palabras.

—Pidamos otra botella —atinó a decir Ethan―, esta ya ha caducado.

Levantó su mano derecha hacia donde Olga se encontraba, le hizo un ademán y ella entendió al instante. Momentos después les ponía en la mesa otro cubo con hielo y una botella nueva, limpiando un poco antes de retirarse.

Levantaron otra vez sus pequeños vasos y brindaron por el momento de estar ahí juntos y por su amigo que partiera.

—Mathew, ¿por qué no continuas con la historia para que Lola la escuche también? —insinuó Raúl.

—Sí ―afirmaron todos.

—Está bien ―dijo el hombre.

El islote de los desechos

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