Читать книгу Los cinco minutos del Espíritu Santo - Víctor Manuel Fernández - Страница 11

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1 Hay un trabajo donde el Espíritu Santo actúa de una manera especialísima: es la tarea evangelizadora. Cuando alguien trata de llevar a otros el mensaje de Cristo, en una visita casa por casa, en una tarea en la parroquia, en la oficina, etc., allí el Espíritu Santo quiere hacerse presente con su luz y su poder para plantar el Evangelio, para que Cristo habite en los corazones.

Por eso, el que dedica parte de su vida, o todas sus energías a anunciar el Evangelio, experimenta de una forma especial la vitalidad, la profundidad, el fuego que el Espíritu Santo nos puede regalar. Pero hay que dejar la cómoda orilla y arrojarse “mar adentro” (Lc 5,1-11), venciendo los miedos (Mc 4,35-41) y con la mirada en Cristo (Mt 14,22-33). Así se prueba el gozo de decir a los demás que “hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41.45).

2 La acción del Espíritu Santo se caracteriza por la alegría, el entusiasmo. Es el gozo de los discípulos de Emaús que sintieron “arder su corazón” junto a Cristo y por eso salieron a comunicarlo a los demás: “Es verdad, ¡el Señor resucitó!” (Lc 24,34).

Todo el libro de los Hechos muestra con abundantes ejemplos lo que es esa poderosa evangelización “en el Espíritu Santo”. Vale la pena leerlo y dejarnos contagiar por ese entusiasmo evangelizador.

Allí vemos cómo los evangelizadores estaban llenos de los dones del Espíritu para poder llegar a los demás.

Porque para la obra evangelizadora, y para cualquier otra tarea, el Espíritu derrama admirablemente multitud de dones que nos enriquecen para prestar un buen servicio a los hermanos: son los carismas (1 Cor 12).

Hay muchos y distintos carismas en cada uno de nosotros, y todos tenemos el derecho y el deber de ejercitar nuestros carismas, cualesquiera sean. Pero el discernimiento de los pastores permite descubrir si el carisma es auténtico y si se lo está ejercitando sanamente (Gál 2,2).

Es bueno pedirle al Espíritu Santo que nos haga descubrir nuestros propios carismas, todo lo que él nos ha regalado para servir a los demás. Porque sería una pena desaprovechar esa riqueza.

3 Repitamos dulcemente esta oración, que se utiliza en la Liturgia oriental para invocar al Espíritu Santo:

“Rey celeste,

Espíritu consolador,

Espíritu de verdad,

que estás presente en todas partes

y lo llenas todo.

Tesoro de todo bien

y fuente de vida, ven.

Habita en nosotros,

purifícanos y sálvanos,

tú que eres bueno.

Amén.”

Liturgia bizantina

4 “Espíritu Santo, que eres la fuente inagotable de todo lo que existe, hoy quiero darte gracias.

Gracias ante todo por la vida, por el fascinante misterio de existir. Porque respiro, me muevo, corre sangre por mi cuerpo, mi corazón late. Hay vida en mí. Gracias.

Gracias porque a través de mi piel y mis sentidos puedo tomar contacto con el mundo, porque puedo percibir los seres que has creado a mi alrededor. Porque el aire roza mi piel, siento el calor y el frío, percibo el contacto con las cosas que toco.

Gracias porque mi pequeño mundo está repleto de pequeñas maravillas que no alcanzo a descubrir.

Me rodeas y me envuelves con tu luz.

Gracias, Espíritu Santo.

Amén.”

5 Para que el Espíritu Santo pueda hacer maravillas en nuestra vida, es necesario que estemos de verdad abiertos a su acción. Pero, ¿qué significa estar abiertos a la acción del Espíritu Santo?

Significa dejar que nos cambie los planes, que nos lleve donde quiera, y sobre todo significa desearlo, buscarlo siempre más, no estar nunca conformes, no creer que ya lo hemos conocido suficiente.

No hay que pensar que ya no puede haber novedades en nuestra relación con él, que ya lo hemos probado todo. No es así. Él es siempre nuevo, siempre deslumbrante, siempre sorprendente.

Nunca podemos decir que ya sabemos encontrarnos con él, porque él supera infinitamente todas nuestras experiencias. Él es siempre mucho más rico y lleno de hermosura de lo que nosotros podemos llegar a imaginar. Por eso cada día somos mendigos de su amor y de su presencia.

Él está indicándonos un nuevo camino para encontrarnos con él. Y a través de las nuevas experiencias de la vida, también de las crisis, él nos va abriendo los senderos para descubrir algo que nunca habíamos experimentado. Él siempre está insinuando en el corazón una nueva invitación de amor. Vale la pena escucharlo.

6 Recuerdo los momentos en que no disfruto algo que tengo entre manos porque estoy acelerado, pensando en otras cosas, y me imagino cómo sería un día de mi vida si me detuviera a vivir plenamente cada momento. Pido al Espíritu Santo que me libere de la ansiedad, y me detengo a vivir este momento, como si fuera el último de mi vida, sabiendo que es tan importante como lo que pueda hacer después. Entonces, me pongo a hacer una tarea con todo mi ser, ofreciéndola al Señor.

Pido al Espíritu Santo que me impulse a evangelizar, que me quite el miedo y la vergüenza, y le ruego que se manifieste con poder a través de mí, que me regale valentía para reconocer mi fe, para hablar de Cristo a los demás, para expresar la alegría de haberlo encontrado. Y me imagino concretamente alguna situación en la que podré hacerlo.

Hago una lista de los carismas que puedo descubrir en mi persona, todas las capacidades que el Espíritu puso en mí para brindar algo a los demás. Doy gracias al Espíritu Santo, que sembró en mí esos carismas, e intento ver cómo podría ejercitarlos mejor para bien de los demás.

Es importante incluir aquí todo tipo de carismas, aun los que parecen más insignificantes: la capacidad de dar alegría con una sonrisa, la capacidad de tocar un instrumento musical, de dibujar, etc. Entonces, tomo la decisión de ejercitar esos carismas hoy mismo, para gloria del Espíritu Santo que me los ha regalado.

7 “Cuando imaginamos al Espíritu como viento, dejemos espacio a la fantasía.

El viento hincha las velas y empuja la barca; juega con las arenas del desierto derribando y remodelando dunas; encrespa y hace retumbar las olas del mar; transporta nubes y polen; ruge, silva, se calla… Dejémonos conducir o arrebatar por el Espíritu como por un viento” (L. Alonso Schökel).

A veces queremos estar demasiado cómodos, y por eso preferimos que el Espíritu Santo no se meta demasiado en nuestra vida; queremos que todo se quede como está y que no haya sobresaltos. Pero eso es elegir la muerte.

Mejor dejemos que el Espíritu Santo nos lleve donde él quiera, y la vida tendrá mucho más sabor. Dejémonos llevar por el viento del Espíritu, y todo será mucho más interesante que resistirnos y defendernos.

8 Si hago un repaso de las distintas tareas que realizo, o de las cosas que hago y vivo durante la semana, puedo descubrir que algunos de esos momentos están llenos de espíritu. ¿Qué significa esto?

Tener espíritu no es simplemente hacer algo con ganas o con gusto; el asunto es que podamos vivir las cosas con profundidad, con un sentido. Por ejemplo, una enfermedad a nadie le gusta, pero se puede vivir sin sentido, o se puede vivir con profundidad.

Por eso es bueno detenerse cada tanto a descubrir si en la propia vida hay algunas cosas que no tienen espíritu, porque las hago sólo por obligación, porque no les encuentro sentido, porque me parece que no valen la pena, y sobre todo porque las hago sin amor. Entonces, habrá que pedirle al Espíritu Santo que se haga presente allí para derramar su luz. Porque cuando lo dejamos entrar, él se hace presente y todas las cosas tienen sentido. Así, la vida deja de ser un conjunto de cosas que toleramos, y empezamos a vivirla a fondo.

9 San Isidoro es uno de los Padres de la Iglesia, que la enriquecieron en los primeros siglos del cristianismo. Él nos dejó una hermosa oración, que podemos repetir para alimentar la confianza en el Espíritu Santo y comprometernos por un mundo más justo:

“Aquí estamos Señor, Espíritu Santo.

Aquí estamos en tu presencia.

Ven, y quédate con nosotros. Dígnate infundirte en lo más íntimo de nuestros corazones.

Enséñanos en qué tenemos que ocuparnos, hacia dónde tenemos que dirigir nuestros esfuerzos.

Haznos saber lo que tenemos que realizar, para que con tu ayuda podamos agradarte en todo.

Sé tú solo quien inspires y lleves a feliz término nuestras decisiones.

Tú solo, con Dios Padre y su Hijo, posees el nombre glorioso.

No permitas que seamos perturbadores de la justicia, Tú que amas la equidad en sumo grado.

Que la ignorancia no nos arrastre al mal, ni nos desvíe el aplauso, ni nos corrompa el interés del lucro, o la preferencia de personas.

Antes bien, únenos a ti de modo eficaz por el don de tu gracia.

Que seamos uno en ti y en nada nos apartemos de la verdad.

Y por hallarnos reunidos en tu nombre podamos mantener en todo la justicia, guiados por el amor, para que aquí y ahora no nos separemos en nada de ti...”

San Isidoro

10 Podemos decir que en la Revelación de las riquezas de Cristo hay una plenitud infinitamente más grande que los conceptos y esquemas de todos los teólogos y que la conciencia cristiana de cualquier época; sin embargo el Espíritu tiene la función de administrar y desplegar cada vez más esa plenitud del Resucitado.

En este sentido, la Iglesia está llamada a acoger las novedades con las que el Espíritu la impulsa a un futuro más rico. Pero para ello debe asumir una actitud de pobreza receptiva, más que una actitud de ostentación, por más que se sepa administradora de un depósito recibido de Cristo.

Lo que cuentan los Evangelios no abarca todo lo que dijo al hombre el Misterio insondable del Verbo encarnado, ya que él se reveló con miles de gestos y palabras que no han podido ser recogidos por escrito (Jn 21,25), aunque en el Evangelio escrito se diga lo esencial.

Además, hay cosas no dichas por Cristo, porque los discípulos “no podían con ellas” (Jn 16,12-13), pero que se expresaron plenamente en el acontecimiento de la Pascua, más que en las palabras. Es el Espíritu quien, tomando de la plenitud de ese Misterio, todavía no captada por nosotros, asombra constantemente a la Iglesia. Siempre nos quedamos cortos frente al Misterio inagotable de Jesús resucitado. Y el Espíritu Santo nos conduce dentro de ese Misterio del Resucitado que siempre nos supera. Por eso, nunca podemos decir basta. Y no es necesario que nos alejemos de Cristo para buscar novedades o riquezas desconocidas, ya que nunca lograremos agotar la interminable riqueza del Señor Jesús resucitado.

11 Es maravilloso pensar que el corazón humano del Señor Jesús está lleno, repleto de la luz, del fuego, del agua del Espíritu Santo. Y de ese Corazón sagrado, abierto por la lanza, brota para nosotros el manantial sublime del Espíritu. Si leemos el Evangelio de Juan, allí nos encontramos a Cristo prometiendo saciar nuestra sed con el agua del Espíritu que brota de su ser (Jn 7,37-39). Y luego, en la cruz, vemos que es el costado herido del Señor la fuente del agua viva (Jn 19,34). Pero a la vez, el Espíritu que brota de ese Corazón, nos envuelve y nos hace entrar en el misterio de amor de ese Corazón que quema. San Buenaventura lo expresaba con intensa belleza:

“Tu corazón fue herido Señor, para que tuviéramos una entrada libre...

Y fue herido también para que por esa llaga visible pudiéramos ver la herida invisible del amor. Porque quien arde de amor, de amor está herido...

Abracémonos a nuestro amado...

Roguémosle que encienda nuestro corazón y lo ate con los dulces lazos de su amor, y que

se digne herirlo con sus dardos quemantes...

Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer quien lo recibe; y nadie lo recibe sino el que lo desea, y nadie lo desea si no lo inflama en su intimidad el Espíritu Santo”

Vida Mística 4,5-6; Itin. 7,2

12 En el movimiento de atracción que realiza el Espíritu Santo, él va reformando nuestro ser enfermo y nos va haciendo cada vez más parecidos a Jesús; va logrando que nuestra forma de pensar, de actuar, de reaccionar, de mirar, sea cada vez más parecida a la de Jesús, hasta que podamos decir: “ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).

Y si esto es así, el Espíritu va despertando en mi corazón la fascinación que tenía Jesús por el Padre Dios, su amor y su admiración por el Padre. Por eso, el Espíritu nos hace clamar Padre junto con Jesús (Gál 4,6; Rom 8,15).

El Espíritu Santo, que es inseparable del Padre y del Hijo, y que todo lo recibe de ellos, está siempre pendiente de ellos dos como un infinito enamorado; por eso, no nos hace quedar en su Persona, sino que desea imperiosamente llevarnos a Jesús y al Padre.

13 ¿Le falta Espíritu a tu familia? ¿Le falta Espíritu a tu lugar de trabajo? ¿Le falta Espíritu a tu barrio?

Entonces estás llamado a realizar dos cosas: En primer lugar, a invocar insistentemente al Espíritu Santo para que se haga presente allí, en cada persona y en cada tarea, de manera que vuelva a reinar el diálogo, el entusiasmo, la paz y la alegría.

Pero no basta orar, porque el Espíritu Santo no quiere que seamos pasivos. Es necesario que le ofrezcamos alguna cooperación de nuestra parte, porque él nos regaló muchas capacidades que podemos utilizar para cambiar las cosas: nuestra imaginación, nuestros intentos, los gestos que podamos realizar, las palabras que podamos decir.

El Espíritu Santo quiere que seas su instrumento para que, como decía Francisco de Asís, allí donde haya odio pongas el amor, donde haya ofensa pongas el perdón, donde haya tristeza pongas alegría, y donde haya tinieblas pongas su luz divina.

14 “Ven Espíritu Santo, para que aprenda a vivir con libertad interior.

Ayúdame a desprenderme de mis planes cuando la vida me los modifique.

Toca mi corazón para que confíe en tu protección amorosa.

Serás mi poderoso salvador en medio de toda dificultad.

Derrama en mí tu vida, intensa y armoniosa, para que no me resista al cansancio, al desgaste, a los cambios, y para que no busque falsas seguridades.

Enséñame a aceptar con serenidad y fortaleza los límites variados de cada día y las cosas imprevistas.

Libérame de toda resistencia interior contra la realidad.

Ayúdame a confiar, Espíritu Santo, sabiendo que también de los males puedes sacar algo bueno.

Enséñame a vencer mis nerviosismos y tensiones, para enfrentar con calma y seguridad interior todo lo que me suceda.

Destruye toda desconfianza para que pueda descansar en tu presencia, entregarme en tus brazos, sin pretender escapar de tu mirada de amor.

Vive conmigo Señor, enfrenta conmigo los desafíos y las dificultades que ahora tengo que resolver.

Porque contigo todo terminará bien.

Ven Espíritu Santo. Amén.”

15 Me pregunto si en mi oración personal están realmente incorporadas las tres Personas de la Trinidad, si invoco al Espíritu y me dejo llevar por él hacia Jesús y hacia el Padre.

Puedo hacerlo así: Imaginar a Cristo y detenerme a contemplar la herida de su corazón. Reconocer el amor inmenso que se expresa en esa herida: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2,20). Así, le pido que desde ese corazón abierto derrame en mi vida el fuego del Espíritu Santo.

Imagino al Espíritu que brota para mí, y penetra en mí, desde el corazón de Jesús resucitado.

Luego, poco a poco, le entrego al Espíritu Santo todas las áreas de mi ser: mis pensamientos, mi cuerpo, mi imaginación, mis deseos, mis planes, etc. Pido que derrame su luz y su fuego purificador en todos los detalles de mi existencia y que me haga más parecido a Jesús en mis reacciones, palabras, actitudes, etc.

Después le pido la gracia de entrar con confianza en el corazón de Cristo para que allí se sanen todas mis heridas, se sacie mi necesidad de amor, se llenen de luz y de vida todas las cosas buenas que pueda haber en mí y se quemen todas las semillas del mal.

Sintiéndome profundamente unido a Jesús, digo la oración que Jesús nos enseñó, el Padrenuestro, tratando de expresarla con los mismos sentimientos que tiene Jesús hacia el Padre, y dejando que el Espíritu grite en mí “¡Padre!”.

16 El Espíritu Santo quiere hacerse presente en todos los momentos de nuestra vida, no sólo en los instantes de gozo y bienestar, sino también cuando las cosas no van bien, cuando nos sentimos inquietos, inseguros, tristes o perturbados por los problemas que tenemos con los demás o por las cosas que no nos gustan en las actitudes ajenas.

Porque en la vida de todos los días también hay oscuridad y vacío, no todos los momentos ni todas las experiencias son luminosas y felices. Cuando vemos en el mundo tantas pequeñeces humanas, intereses egoístas, falsedades, incomprensión y envidias, se hace muy difícil reconocer allí una presencia de Dios que sea alimento y luz. Muchas veces tenemos esa sensación de que todo es falso, superficial, pura apariencia, engaño y vanidad.

Pero tenemos que recordar que Dios creó este universo, que el Espíritu Santo está en todas partes, que él actúa en medio de la debilidad de los seres humanos, que nos llamó a vivir como hermanos y no a despreciarnos; que tenemos una misión que cumplir para el bien de los demás en lugar de escapar del mundo.

Podemos convencernos de eso, para no aislarnos del mundo. Pero al mismo tiempo, todo eso que nos deja sensación de vacío, nos invita a buscar algo más profundo, a tratar de no caer en la superficialidad. Tenemos que estar en el mundo sin ser del mundo, y poner en el mundo el amor, la entrega, la fidelidad y la honestidad que no encontramos. Eso no significa dejarnos llevar por la negatividad; porque si vivimos mirando lo malo, nos convertiremos en seres impacientes, incapaces de comprender, y entonces tampoco le aportaremos algo bueno a la sociedad. Para eso necesitamos invocar al Espíritu Santo, de manera que no nos dejemos llevar por la negatividad y siempre actuemos en positivo.

17 Te propongo que hagas un pequeño instante de profunda oración para que trates de reconocer al Espíritu Santo en tu interior y así descubras que la soledad no existe, porque él está.

Es importante que intentes hacer un hondo silencio, que te sientes en la serenidad de un lugar tranquilo, respires profundo varias veces, y dejes a un lado todo recuerdo, todo razonamiento, toda inquietud. Vale la pena que le dediques un instante sólo al Espíritu Santo, porque él es Dios, y es el sentido último de tu vida.

Trata de reconocer en el silencio que él te ama, que él te está haciendo existir con tu poder y te sostiene, que él te valora.

Siente por un instante que su presencia infinita y tierna es realmente lo más importante. Y quédate así por un momento, dejando que todo repose en su presencia.

18 “Me regocijo en ti, infinito y glorioso Espíritu.

Tú que penetras en lo más íntimo de mi ser, sana las raíces de mi tristeza profunda.

Llega hasta el fondo de mis males para que pueda recuperar la verdadera alegría.

Eso espero de tu amor, mi Señor poderoso.

No dejes que me entregue en los brazos enfermos de la melancolía, no permitas que beba del veneno de los lamentos, las quejas, el desaliento. No valen la pena.

Dame una mirada positiva y optimista.

Convénceme, con un toque de tu gracia, de que la entrega generosa es el mejor camino.

Hazme probar el júbilo de Jesús resucitado.

Dame la potencia de tu gracia para que todo mi ser sea un testimonio del gozo cristiano.

Me entrego nuevamente a ti, Espíritu Santo, para servir a Jesús en los hermanos. Quiero estar bien dispuesto para lo que tú quieras y como tú quieras, para enfrentar cualquier desafío e iniciar nuevas etapas.

Ven Espíritu Santo. Amén.”

19 Hoy la Iglesia celebra lo que el Espíritu Santo hizo en San José, porque toda la belleza de los santos es obra del Espíritu Santo.

San José nos muestra cómo el Espíritu Santo puede transformar la sencillez de nuestra existencia cotidiana y hacer algo grande en medio de lo oculto y de lo pequeño.

En el texto de Lc 2,39-51, la familia de Jesús aparece como una familia piadosa. Luego de explicar que “cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor” (2,39), dice también que “iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua” (v. 41). Ellos son un símbolo de los pobres de Yahvé, ese resto fiel que Dios usa como instrumento para hacer llegar la salvación a su pueblo.

José es la figura masculina, reflejo de la paternidad de Dios, inseparable del signo femenino y materno de María. Por eso, la Virgen María no se entendería adecuadamente sin José.

Por otra parte, celebrar a San José es sumamente importante para advertir hasta qué punto Jesús quiso compartir nuestras vidas. Él no quiso vivir entre nosotros como un ser extraño, aislado de la vida de la gente. Prefirió tener una familia, depender como todo niño y adolescente de un varón que hizo de padre, y someterse a él. De ese modo, también se integraba en una familia más grande y en su pueblo. Es interesante notar que el Jesús adolescente podía ir y venir entre la caravana de su pueblo un día entero (2,44). Nada de aislamiento de los demás. Era uno más, “el hijo del carpintero” (Mt 13,55).

Pidámosle al Espíritu Santo que nos enseñe a vivir con profundidad la sencillez de la vida de todos los días, como la vivió San José.

20 “Espíritu Santo, toma mis ojos. Mis ojos tentados por la curiosidad. Mis ojos que juzgan y condenan, que controlan, que envidian. Incapaces de contemplar la verdad sin miedo. Toma mis ojos, y conviértelos en admiración, ternura, disculpa, compasión. Coloca en ellos la mirada de Cristo.

Espíritu, toma mis oídos, que sólo escuchan lo que les conviene, o que se atontan escuchando todos los ruidos del mundo. Mis oídos cerrados al hermano, incapaces de escuchar la Palabra que invita al cambio. Toma mis oídos y conviértelos, para que sean acogedores, y escuchen con amor al hermano; llenos de sensibilidad, de apertura, atentos a la voz del buen Pastor, sensibles al susurro amable de Cristo.

Espíritu Santo, toma mi boca, usada muchas veces para reprochar, ironizar, criticar, mentir, para quejarse, para murmurar. Tómala Espíritu, y conviértela en un lugar de canción, de aliento, de perdón. Hazla capaz de decir la palabra justa, el consejo justo, las palabras fecundas de amor sincero, las palabras que diría Cristo. Y ábrela en un himno de alabanza al Resucitado.”

21 “Espíritu Santo, toma mis manos, que buscan poseer, dominar, que se cierran egoístas, que se aferran a los ídolos. Tómalas Espíritu, y conviértelas en caricia, servicio, sanación. Extendidas en ofrenda, abiertas para dar, elevadas para adorar, como las manos de Cristo.

Espíritu, toma mis piernas, a veces paralizadas, otras veces en camino hacia el mal, trepando hacia el poder y la gloria vana, o dando vueltas y vueltas, incapaces de avanzar. Conviértelas en valentía, en marcha decidida, en camino hacia el otro, en búsqueda, como las piernas de Cristo.

Espíritu, toma mi corazón, que se deja engañar y atrapar por tantos afectos torcidos, que se asfixia entre tantos deseos que lo dejan vacío y ansioso, que se endurece para que no le quiten nada, que se llena de criterios mundanos, que se vuelve negativo, duro, calculador. Tómalo Espíritu Santo, y conviértelo en ternura, en compasión, en libertad. Hazlo hambriento de Cristo, sediento de su amor, y capaz de amar como él al más pequeño, al más simple, al más pobre.”

22 El Espíritu Santo es el amor que une al Padre y al Hijo, y por eso es el que realiza también la unidad entre nosotros. Él es quien derrama el amor en nuestros corazones (Rom 5,5) para que podamos amar de verdad, construir puentes sobre los ríos que nos separan, destruir las barreras que nos dividen.

Es importante darse cuenta de la relación tan íntima que hay entre el Espíritu Santo y cada acto de amor que nosotros hacemos. Cuando estoy amando a un hermano estoy haciendo una experiencia de la Persona del Espíritu, estoy poseyéndolo y gozando de un modo particular a ese Amor que es el término infinito de esa inclinación de amor que hay entre el Padre Dios y su Hijo.

Es difícil entenderlo, pero es maravilloso tratar de vivirlo, reconocer la proyección infinita que tiene un solo acto de amor sincero.

23 El Espíritu Santo no sólo habita en la intimidad de cada ser humano. Él habita en la Iglesia entera. El amor es el vínculo perfecto de la unidad del cuerpo místico, y es el dinamismo del amor el que crea esos lazos misteriosos que hacen de un conjunto de individuos un solo cuerpo místico. La obra del Espíritu en el corazón de los hombres, a través del don del amor, posee un dinamismo eclesial, comunitario, popular. Por eso la Escritura pone en estrecha relación al Espíritu con el cuerpo místico fecundado por él (1 Cor 12,13), o con la Iglesia-esposa (Apoc 22,17). Pero además, la Escritura relaciona explícitamente al Espíritu con la “comunión” fraterna (2 Cor 13,13) y con la unidad (Flp 2,1; 1 Cor 12,3; Ef 4,3-4).

El Espíritu, modelo ejemplar de nuestro amor, es el término del amor de dos Personas, es la inclinación en que culmina el amor del Padre y del Hijo. Por eso, el dinamismo del amor en el corazón del hombre, necesariamente mueve a buscar la comunión con los demás.

Pero si nosotros nos resistimos al encuentro con los demás y nos aislamos en nuestros propios intereses, terminaremos expulsando al Espíritu Santo de nuestras vidas, y nos quedaremos terriblemente solos por dentro.

24 El Espíritu Santo también nos ayuda a descubrir que no somos dioses, que no somos el centro del mundo, que no vale la pena vivir cuidando la imagen y alimentando el orgullo. La verdad es que somos muy pequeños y pasajeros, y que no vale la pena gastar energías detrás de la vanidad o de la apariencia. Nuestro valor está en ser amados por Dios, no en la opinión de los otros.

Por eso los sabios son humildes, los que se dejan llenar por el Espíritu Santo son sencillos y no se dan demasiada importancia: los verdaderos santos son humildes.

Porque el Espíritu Santo no puede trabajar en los corazones dominados por el orgullo. Están tan llenos de sí mismos que allí no hay espacio para el Espíritu Santo; están tan ocupados cuidando su imagen que no tienen tiempo para abrirse a la acción divina.

Pero la humildad que infunde el Espíritu Santo no es la tristeza de las personas que se desprecian a sí mismas. Es la sencillez de quien se ha liberado del orgullo, y entonces sufre mucho menos. No tiene que preocuparse tanto por lo que digan los demás, y eso se traduce en una agradable paz, en una sensación interior de grata libertad.

25 Hoy celebramos la anunciación del ángel a María. Esto significa que estamos celebrando el momento en que el Hijo de Dios se hizo hombre en el vientre de la Virgen santa.

Pero eso es obra del Espíritu Santo (Lc 1,35).

Por eso, hoy festejamos esa acción maravillosa del Espíritu Santo que fue formando a Jesús dentro de María. La encarnación del Hijo de Dios debería llevarnos a una tierna gratitud y a una profunda alabanza al Espíritu Santo por esa obra tan preciosa.

Es bueno recordar que toda la belleza de Jesús, de su mirada, de sus palabras y de sus acciones, ha sido obra del Espíritu Santo, que lo formó admirablemente.

Por eso, nosotros podemos pedirle al Espíritu Santo nos forme de nuevo en el seno de María, para renacer a una vida mejor, transformados, embellecidos, y liberados de todo lo que arruina nuestra existencia. De esa manera, él nos hará nacer de nuevo, más parecidos a Jesús.

26 “Ven Espíritu Santo, entra en mi pequeño corazón para que pueda reconocer la grandeza del Padre Dios, y no le dé tanta importancia a mi imagen. Regálame una gran sencillez, para que reconozca claramente que yo no soy, ni puedo ser, el centro del universo. Entonces, los demás no tienen la obligación de estar pendientes de mí, girando a mi alrededor.

Prefiero girar alrededor del Padre Dios, para adorarlo, y alrededor de los demás, para servirlos. Dame la gracia de ser más sencillo para vivir feliz cada momento sin estar pendiente de mí mismo y de la mirada ajena.

Toma, Espíritu Santo, todos mis orgullos y vanidades, y quema todo eso con tu fuego divino.

Dame la sencillez de los santos, la alegría humilde de Francisco de Asís, la generosidad desinteresada de Teresa de Calcuta.

Ven Espíritu Santo, y regálame esa profunda sabiduría de la sencillez interior. Amén.”

27 Sería bueno que estuviéramos más atentos a todo lo que el Espíritu Santo siembra en el mundo, en todas partes, aun en aquellos que no tienen fe. El Señor nos invita a un diálogo con el mundo, y nos propone también descubrir los signos de esperanza que hay a nuestro alrededor. No todo está perdido, porque el Espíritu Santo actúa siempre y en todas partes; y aun a pesar del rechazo de los hombres, él logra penetrar con sutiles rayos de luz en medio de las peores tinieblas.

Entonces, la actitud del hombre del Espíritu no es la de señalar permanentemente lo corrupto, sino también la de descubrir y alentar los signos de esperanza.

Ojalá cada uno de nosotros pueda dar un paso maravilloso: salir de la tristeza, de la queja amarga, del rencor, y tratar de descubrir qué ha sembrado el Espíritu Santo en sus amigos, en sus vecinos, en su lugar de trabajo, en su comunidad. Y dedicarse a fomentar, a alentar esos signos de esperanza.

¡Cuánto bien hacen esas personas que son capaces de descubrir y de estimular las cosas buenas que hay a su alrededor! Más que luchar por destruir las sombras, se desviven por alimentar la luz. Y a través de ellos el Espíritu Santo se derrama como lenguas de fuego.

28 “Ven Espíritu Santo, y toca mi interior con tu divina luz para que pueda descubrir que no todo es negro, porque existes tú, hermosura infinita. No puedo verte con los ojos de mi cuerpo pero tu gracia me permite reconocerte con la mirada del corazón.

Tú eres maravilloso, Espíritu de vida. Quiero adorarte con todo el corazón por la multitud de tus maravillas, porque todo lo que hay de bello y de bueno en este mundo es obra tuya. Te adoro, porque en ti hay belleza y amor sin confines. Bendito seas. Gloria a ti, que estás en todos los lugares y en cada cosa, que todo lo superas por encima del tiempo y espacio, y todo lo penetras con tu poder invisible. Te alabo porque por todas partes se refleja tu hermosura, porque tú eres un abismo ilimitado de gracia y de esplendor. Pero vives sobre todo en los corazones simples que saben amar. Ven Espíritu Santo. Amén.”

29 “Una vez más quiero llegar ante ti, Espíritu Santo.

Aquí estoy, pequeño, pero importante porque tú me amas.

Débil, pero firme en la esperanza.

Preocupado por el sufrimiento de muchos hermanos, pero ofreciéndome para acompañarlos en su camino.

Inmerso en un mundo competitivo, pero dispuesto a la comunión y al perdón.

Conmocionado por la pérdida de valores, pero anunciando un mensaje que cambia los corazones.

Aquí estoy invocándote, Espíritu Santo.

Sopla, para que se desplieguen las velas de mi barca y me atreva a remar mar adentro.

Ven Espíritu Santo. Amén.”

30 Una vez más, intento contemplar con una mirada positiva a la gente que hay a mi alrededor, para descubrir los carismas que hay en mis compañeros, familiares, amigos. Es necesario repetir frecuentemente este ejercicio, para que la mirada no se nos vuelva demasiado negativa.

Doy gracias al Espíritu Santo por cada uno de esos carismas que él derrama en los hermanos, y me pregunto cómo puedo ayudarlos para que esos carismas den mejores frutos para bien de todos. Es hermoso dedicarse a regar las semillas buenas que hay en los demás, y ser como el jardinero del Espíritu Santo.

Me detengo a pedir al Espíritu Santo que me libere de los egoísmos y me ayude a hacer un acto de amor sincero y generoso hacia alguna persona. Trato de pensar en alguien que no me despierta simpatía a flor de piel, y me propongo regalarle un momento de felicidad, algo que lo haga sentir bien. Recuerdo que en esa experiencia de amor tendré un encuentro íntimo y profundo con un amor que me impulsa hacia el infinito, con el Espíritu Santo. Vale la pena intentarlo.

31 El Espíritu Santo es el término, el fruto del amor entre el Padre y el Hijo, y por eso es el gran regalo que nos hacen el Padre y el Hijo, derramándolo en nuestros corazones.

El Espíritu que el Padre y el Hijo nos regalan es también el principio de nuestra santificación. Por eso San Buenaventura considera que el Espíritu Santo es la Persona que se relaciona más directamente con nosotros, y de algún modo es el “más inmediato” a nosotros, el más íntimo (I Sent., 18,5, ad 3). Él es quien, poco a poco, puede hacernos verdaderamente santos.

Por eso la Escritura habla del “Espíritu de la gracia” (Heb 10,29), o de “la acción santificadora del Espíritu” (2 Tes 2,13; 1 Pe 1,2). Él es quien nos va convirtiendo en nuevas creaturas, y va reformando poco a poco los aspectos enfermos de nuestra limitada existencia.

¿Qué es lo que quisieras que el Espíritu Santo cambiara en tu vida?

¿Qué tipo de santidad te gustaría alcanzar?

Los cinco minutos del Espíritu Santo

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