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IV. ¡Qué pronto se va una mujer de nuestro lado!

Santa, santa maldición,

diabólica pudrición:

me mato por los rubores

de los débiles amores.

Un eco en sordina:

anda la catrina

como una delfina.

Miro en la vitrina,

mujer cantarina,

tu decir de harina,

¡cuánta argucia fina!

Me he olvidado de los rezos,

¡qué pronto caen los cerezos!

Como vienen los bostezos,

¡se van de a poco los besos!

¡Tanto querer marchitado,

tanto sueño interpretado!

¡Y ahora en medio de la vida

la ira en el cuerpo se anida!

Así como de súbito llegó,

de tal manera, sigilosamente,

se retira, sin mirar una sola

vez hacia atrás: vino, estuvo, se fue.

No volverá más con el mismo nombre.

Tal vez sí con la misma intensidad,

pero con otra cara (¿más bien máscara?),

con otro gesto, con otra mirada,

con otro cuerpo, con otra promesa.

Y luego el amor se irá nuevamente,

tal como llegó: inesperadamente.

Uno quisiera acercarse. Y decirle:

me gustaría fusionar mi vida

con la tuya, seguramente etérea.

Pero se queda uno mejor callado,

contando con disimulo en los dedos

cómo otra mujer se ha ido tan de pronto

—altiva, en silencio— de nuestro lado.

Una boca femenina habla

más por lo que insinúa en su

gesto que por sus silenciosas

y sinuosas acotaciones.

¡Y pensar que en la

mirada lo dije

todo! ¡Y pensar que ella

se fue tan callada!

Boca diminuta

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