Читать книгу Treinta decasilabos descalzos - [Víctor Roura - Страница 9
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Pared blanca con niña en la cuerda
Dice la gente que las paredes
se pintan de blanco para darles
luz a las casas. Puede ser. Yo
las pinto de blanco por razones
diferentes. Para que me escriban
dos o cinco poemas, por ejemplo.
Una mujer que se dice tonta
vino a mi casa. Le hablé de barcos
solitarios que navegan en
los jardines, de árboles que crecen
en la palma de la mano izquierda;
de hormigas que en los anocheceres
con sus cánticos hacen cosquillas,
de monstruos que habitan al cerrar
los ojos. De su desnudez en
mis labios entreabiertos. Le hablé
también de los trenes que recorren
mi cuerpo y de los vientos que silban
con violencia cada amanecer.
Pero ella sólo miraba las
paredes blancas. “Voy a escribir
un poema”, dijo. Entonces le di una
pluma, en el preciso momento en
que un tren empezaba a circular
en mis brazos rumbo a no sé qué
destinos. Escribió en la pared:
“No lo digo porque tú me lo
dijiste. Cree lo que quieras, pero
esto es verdad: ese hermoso día
quise besarte, vive Dios, porque
sí”. Vi de nuevo la pared blanca.
Ciertamente, las paredes blancas
dan más luz a una casa. Apagué
la lámpara. Y me puse a inventar
un cuento. Nada más para mí.
Un relato donde nadie hablara,
sino sólo se contemplara una
pared blanca. Ella se tendió, mientras,
en la alfombra. Para contarse un
lírico cuento también, supongo.
Pregunta, de pronto, ¿qué hay detrás
de esa pared blanca? La miro, a ella.
Y luego a la pared blanca. Hay una
niña saltando la cuerda, digo,
y hay un enloquecido arlequín
tomando una espumosa cerveza,
un matemático de una raíz
cuadrada ocultándose, una dama
bebiendo agua en ríos silenciosos
y dos amantes, le digo, amándose
con violencia edulcorada, como
nunca lo haremos, mujer, tú y yo.