Читать книгу Besos de seda - Verity Greenshaw - Страница 6
Capítulo 2
Оглавление—Gracias por acompañarme —dijo Hailey con una sonrisa cálida a Marlo.
No solía ofrecer a las personas esa clase de sinceridad, pero claro, él era uno de sus grandes amigos, y de los pocos en quienes solía apoyarse muchísimo. En este caso, la idea de ver a Danielle Rupert le escocía.
La mujer había sido la artífice de una elaborada trama social para poner en entredicho su habilidad como empresaria. Le costó muchísimo, pero al final, el éxito de su gestión habló por sí sola, dejando a Danielle como mentirosa. Por supuesto, la mujer tuvo que lamerse las heridas y fingir, durante sus encuentros sociales cada tanto, que no guardaba rencor y era una buena perdedora. Esto último era tan alejado de la realidad que daba risa. No solo era Danielle un ave rapaz, sino también pérfida en sus modos de lograr objetivos; carecía de ética.
—Creo que la noche será muy interesante —replicó Marlo, junto a Hailey, esbozando una espléndida sonrisa.
Marlo era profesor en la carrera de Biología Molecular, pero su fachada distaba mucho de lo que se podría concebir físicamente de un profesional de esa rama. De hecho, él solía bromear con que uno de sus amigos en Hollywood le propuso en una ocasión si quería trabajar como doble de Robert Downey Jr. en un filme. Claro, Marlo lo rechazó porque le parecía gracioso y también poco realista para lo que le gustaba hacer en el día a día. ¿Ser el doble de un actor cuando podía dar clases en NYU y torturar a sus alumnos con exámenes sorpresa? Imposible.
—No sería lo mismo si no hubieras aceptado mi invitación —dijo ella con sinceridad. Encontrar pareja para sus eventos solía ser una molestia, porque al final de la noche sus acompañantes pretendían algo más que solo un beso amistoso de despedida. Con Marlo Sandler era diferente, no solo porque él era un amigo entrañable y divertido, sino también porque el hombre disfrutaba exponiendo las malas mañas de otras personas, en este caso, Danielle.
Hailey no era muy sociable, aunque debido a la posición que ocupaba en Jupiter Resources implicaba que asistir a eventos sociales, le gustase o no, estaba dentro de sus responsabilidades. La presencial de su gran amigo apaciguaba los nervios.
—Un placer, además —dijo él, palmeando el bolsillo interior de la chaqueta—, aquí tengo el documento de la cesión del contrato de distribución para el hospital John Hopkins en Boston. Estoy convencido de que Danielle estará más que encantada de firmarlo, en especial si eso representa que no entregues a la junta directiva de su empresa el comprobante del fraude que ha estado cometiendo contra ellos.
Hailey soltó una carcajada.
—Imagino que es una emboscada perfecta. Tan dramática como le gusta a ella, y tan de mal gusto como también se ajusta a la anfitriona de esta noche —murmuró, mientras un empleado vestido de esmoquin le abría la puerta principal—. La única diferencia es que la víctima será la misma Danielle.
—Veo que disfrutas esto tanto como yo —dijo Marlo dándole un beso en la mejilla—. Eres incorregible.
—Somos un buen equipo —se rio ella, entrando a la lujosa propiedad.
Hailey había tenido una tarde ajetreada. La última junta fue con su padre y la junta directiva de la compañía. Estaban en pleno fin de enero, y no era el mejor mes para tomar decisiones de negocios, menos después de las fiestas de cierre de año.
La junta había acordado ampliar la rama de negocios, y ahora tenían en mente trabajar en la distribución de productos de belleza, cosméticos específicamente, en los sectores de clase media y clase baja. Para ello, Hailey tenía que organizar un profundo estudio de mercado, aunque el reto principal consistía en localizar a Gregory Levesque e intentar forjar una alianza comercial para que Jupiter Resources fuese la distribuidora principal en los Estados de la Costa Este del país.
La idea era empezar en territorio norteamericano para luego proponerle la distribución en otros países. Aquella no era una meta tan sencilla, porque Levesque tenía reputación de ser esquivo, sin embargo, Hailey no iba a detenerse.
Adquirir un contrato de distribución como aquel no solo lograría ampliar el poder financiero de Jupiter Resources, sino que consolidaría su imagen interna como empresaria capaz de alcanzar objetivos complejos. No habría más murmullos a sus espaldas, ni cotilleos que buscaban desprestigiarla, por creer que todo lo que poseía era gracias a sus conexiones familiares, mas no a su esfuerzo per se.
A ella estaba tomándole el triple de esfuerzo conseguir que la mirasen con la misma equidad que a otros ejecutivos de negocios. Su vida no era una cama de rosas como querían creer muchos. Sí, el dinero conseguía abrir ciertas puertas que en otras circunstancias resultaría imposible. Esa riqueza no podía comprar la libertad, pues se sentía presa de sus miedos y fantasmas que la atormentaban cuando las puertas de su apartamento la dejaban a solas con sus pensamientos.
***
El tipo de chaqueta azul cielo estaba colmando la paciencia de Bianca. Llevaba gran parte de la noche diciéndole guarradas. La excusa que soltaría, si ella lo acusaba, era el efecto alcohol. ¿Acaso no era mediocre la sola idea?
Dios, esa era de aquellas cosas que odiaba de trabajar como camarera en eventos. No podía exigir perfección, así como tampoco le había tocado los cambios de turno en el mismo grupo con Jennifer. Quejarse no estaba en su repertorio.
De momento, agradecía al universo porque su hermano no se hubiera presentado todavía, aunque Gregory no destacaba por su puntualidad. Él era de aquellos que solía llegar tarde incluso para los estándares de Nueva York.
Le escribió un texto a Jennifer, pero su amiga no respondió. No era raro que eso sucediese si estaban trabajando. «Grrr», pensó frustrada. Hablar con Celeste tampoco serviría de nada, pues al parecer el número de invitados sobrepasaba los esperados y estaban delegando más tareas, además de servir, al equipo de Burke & Burke. Claro, seguro sería más dinero, pero no para Bianca, porque ella continuaba fija en lo que implicaba llevar bandejas con exquisiteces del chef de un lado a otro.
Estaban próximos a servir la cena.
Uno de los espacios del dúplex había sido adecuado para que el bufé fuese servido con todas las comodidades. No era una cena formal. Sería imposible que así fuese considerando, que la anfitriona era una de las mujeres más pendencieras de la élite de la ciudad y que pretendía romper esquemas. Además, era una influencer, y disfrutaba haciendo las cosas de manera distinta para dar de qué hablar. ¿Qué burrada era una influencer, sino alguien con ávida necesidad de recibir atención?, pensaba mientras disponía las bebidas en orden de acuerdo a las marcas.
—¿Me llevas una copa de champán a la habitación de invitados? Estoy quedándome a dormir aquí, y me apetece mucho descansar con un Dom Pérignon.
Bianca se giró para ver, otra vez, al tipejo de la chaqueta azul.
—Estoy trabajando, señor —murmuró tratando de ser cordial.
—Soy Chandler, por si te lo preguntabas —dijo con una sonrisa. Tenía una ligera abolladura en el diente frontal, y esos ojos grises no parecían amigables.
Ella contó mentalmente hasta tres. Esbozó una sonrisa que no tenía nada alegre.
—Claro —trató de salir del paso—, ¿me da permiso, por favor? —preguntó, porque no cometería jamás la equivocación de tutear a una de esas personas.
El hombre se frotó la barba con los dedos, pensativo. Inclinó la cabeza hacia un lado y la recorrió con la mirada de arriba abajo.
—Te he pedido una copa de champán —repitió.
—Por supuesto, ahora mismo…
—En la habitación de invitados —interrumpió. La sonrisa no estaba más, y había sido reemplazada por una expresión que daba a entender que rechazaría cualquier indicio de una respuesta negativa—. ¿Comprendes?
Bianca miró a todas partes tratando, entre el mar de gente, encontrar a alguno de sus compañeros del turno de ese momento. La música estaba en volumen alto, el olor a cigarrillo y marihuana no podía pasar desapercibido, y el constante ir y venir hacía difícil captar la atención de alguna persona en particular.
—Será mejor que…
Él no le dio oportunidad a continuar hablando. La agarró del codo y empezó a subir a trompicones con ella por las escaleras hacia el piso superior.
Nadie parecía considerar que era una acción grotesca, sino, más bien, creían que eran dos personas tratando de llegar pronto a algún sitio para fines muy personales. Y no se equivocaban, la gran diferencia era que una de esas dos partes de la ecuación estaba tratando de alejarse sin éxito.
Bianca no podía agarrar el teléfono para llamar, esta vez sí que tenía el argumento perfecto, a Celeste. Sabía que Jennifer no iba a responderle, porque era imposible escuchar algo entre ese barullo de gente. Empezó a entrar en pánico, mientras era llevada hacia una de las habitaciones. Sin parpadear, Chandler la hizo entrar y cerró de un portazo, su modo de soltarla fue lanzarla al centro del colchón de la cama de dos plazas sin arreglar. Tenía impregnado el aroma a la colonia de él.
Ella trató de retroceder, pero él, a pesar de la cantidad de licor que había ingerido, actuó más rápidamente. Se abalanzó sobre Bianca restándole capacidad de movimiento. Empezaron a forcejear, y Chandler le abrió los botones de la camisa con facilidad, y estos volaron por el suelo de parqué.
—No, por favor —susurró, mientras él le agarraba los pechos con dureza, lastimándole la piel, al tiempo que le abría las piernas con las suyas, y trataba de besarla en la boca. Bianca giraba la cabeza de un lado a otro, intentando patearlo sin éxito.
—Poca cosa, a mí nadie me rechaza, ¿es que no lo sabes? —preguntó sin esperar respuestas. Se desabotonó el pantalón y se sacó el miembro. Su mirada la recorrió con repugnante ansia sexual, excitado ante la posibilidad de violarla tan solo porque se creía con el derecho de hacerlo.
—Hay muchas mujeres que pueden aceptar tus avances —lo tuteó con desprecio—, ¿por qué tienes que forzar a una que no te encuentra atractivo?
Eso pareció acicatear la furia de Chandler, quien le propinó una bofetada. Ella sintió el sabor metálico de la sangre sobre su labio inferior. Intentó, sin éxito, contener las lágrimas por el dolor.
—Vas a tener entonces que aprender un par de cosas, camarerilla ingenua.
Chandler tenía ambas manos de Bianca sujetas con fuerza con las suyas, y con la que tenía libre maniobraba. Le era fácil al ser más grande y corpulento, a diferencia de ella, que apenas podía con la brutalidad de su fuerza.
Ella se removía, pero estaba en shock, además de inmovilizada. «¿Cómo puede pasarme esto?», pensó con angustia. La boca asquerosa de ese hombre estaba por todo su cuello y sus pechos. Cuando él le agarró el sexo sobre las bragas, le dieron arcadas. En el instante en que se las desgarró y le acarició los labios vaginales, Bianca gritó de rabia.
A punto estaba Chandler de penetrarla con el pene cuando la puerta se abrió de sopetón, y alguien encendió el interruptor de la luz. Ella parpadeó y aprovechó un instante de distracción de su atacante para salir de la cama y replegarse en un rincón. Bajó la mirada, mientras alrededor escuchaba gritos y la súbita falta de música.
***
—Mmm… —murmuró Hailey cuando vio a Chandler acercándose a una de las camareras—. Eh, Marlo. Deja de comer esas gambas, mira. —Señaló con discreción hacia el área en la que estaba sirviéndose el bufé—. Creo que el tonto este pretende que la camarera le preste atención a toda costa. No me parece que ella esté interesada e intenta poner espacio con discreción.
Marlo siguió el sitio al que Hailey señalaba.
—El idiota todavía cree que las mujeres lo encuentran atractivo con sus modos vulgares de hablarles —replicó riéndose—. Lleva gran parte de la noche tratando de cautivar a esa mujer sin éxito. Si ella quisiera ya lo habría puesto en evidencia…
—Quizá eso implicaría que pudieran despedirla de este empleo. —Frunció el ceño, porque las expresiones de la mujer daban a entender con claridad que no estaba interesada—. Y no quiere arriesgarse a perderlo, ¿no lo crees?
—Tal vez —dijo Marlo.
En ese momento se acercó a ellos Danielle y toda la atención de ambos se centró en la mujer de cabello dorado. Esa noche, llevaba una blusa elegante de seda azul, un pantalón a medida largo, y zapatos de tacón de aguja de Christian Louboutin.
No tardó en empezar a hacer charla superflua, agradeciéndoles que hubieran acudido a su fiesta de cumpleaños, después empezó a hablar de negocios. Y durante diez minutos, sin parar, alabó su propia gestión como influencer, se atrevió a darle consejos a un aburrido Marlo, y una agotada Hailey. Ninguno la interrumpió hasta que, aparentemente, la mujer se dio cuenta de que estaba haciendo un monólogo.
—Oh, me encantaría saber si han probado el catering de Burke & Burke, la compañía es lo más solicitado en Manhattan para fiestas de gente bien. —Sonrió llevándose una burbujeante bebida a los labios pintados de rojo.
—Exquisito todo —dijo Marlo. Sacó los papeles que tenía en la chaqueta y los extendió sobre una de las mesillas altas que tenían cerca—. Sé que es tu cumpleaños, pero ya que eres una persona tan ocupada, ¿qué te parece si de una buena vez concluimos estos detallitos para que Hailey duerma hoy tranquila?
Hailey quiso reírse, pero un movimiento, que para otros menos observadores pasaba desapercibido, en su visión periférica la contuvo. Chandler estaba mangoneándola. La mujer parecía reticente, y una incómoda sensación se apropió de ella. Se incorporó, pero la mano de Danielle la detuvo. No tuvo más que mirarla.
—Claro que firmaré los papeles —dijo la rubia—, pero antes, me gustaría pedirte un consejo.
—¿A mí? —preguntó Hailey riéndose, pero pronto ocultó la risa con una tos disimulada, ante la expresión de advertencia de Marlo.
—Quisiera que me contaras sobre los secretos para mantener el cabello rojo tan brillante —bajó la voz y agregó—: Claro, salvo que lo tintures. —Le hizo un guiño—. Entonces podemos fingir que jamás te lo pregunté.
Hailey mantuvo a duras penas la sonrisa. Marlo le dio una patadita discreta que la impulsó a asegurarle que no existía secreto y que se trataba más bien de no lavarlo todos los días, así como cepillarlo un rato en la noche.
—Ya… —replicó con aburrimiento—. Espero que continúen disfrutando de la fiesta. Uno de mis grandes amigos debe aparecer de un momento a otro.
—¿Quién sería ese? —preguntó Hailey fingiendo ignorancia.
—Gregory Levesque, por supuesto. ¿Es que no lo conoces? —preguntó en un tono horrorizado—. Ay, tengo que presentártelo, querida. ¡Vas a adorarlo!
«Y mis negocios también», pensó Hailey para sí. Observó cómo Danielle firmaba los documentos que Marlo había llevado en el bolsillo de su chaqueta, pues en la bolsa Chanel de Hailey era imposible que entraran.
Una vez que su molesta anfitriona se fue, ella consideró marcharse también, sin embargo, algo le parecía fuera de sitio. El sector en el que se hallaba tenía solo dos camareros, en lugar de tres. Sabía que, porque había estado de un lado a otro haciendo vida social, cada cierto tiempo los camareros del piso superior bajaban.
Le dio un empujón suave a Marlo para que dejara de hablar un momento con Christine Lebowis, una arquitecta muy cotizada del país. Este, con renuencia, la miró.
—Acompáñame.
—¿Qué ocurre? —preguntó tomándola del codo con suavidad, mientras ella lo guiaba entre la gente.
—Algo no va bien.
—Evidentemente, ya tenemos que irnos, y no podemos hacerlo hasta después de que la cena haya sido servida.
Ella negó con la cabeza.
—Chandler desapareció de repente, al mismo tiempo que la camarera.
—¿Y? Si ella decide que quiere tener un revolcón con ese perdedor es su problema, siempre que no la descubra la loca de Danielle y haga un escándalo.
Hailey le dio un codazo.
—Vamos arriba. Sígueme en esta.
—¿Ahora eres detective? —preguntó subiendo las escaleras. Saludaron a uno y otro, y continuaron hasta que llegaron al área de las habitaciones—. Hailey, ¿qué pretendes viniendo hasta aquí? Ya tenemos la firma, bajaremos a cenar, y luego nos iremos para continuar nuestra rutina mañana como dos personas normales.
Ella le hizo una seña para que se callara. Escuchó un grito y, con eso, abrió sin llamar la puerta de la que provino el sonido.
Lo que vio ante sus ojos la horrorizó. Marlo tenía reflejos rápidos y de inmediato agarró a Chandler, lanzándolo contra la cómoda. Hailey salió al pasillo y ladró un par de órdenes como si esa fuera su casa. Es que en ese momento sentía tal nivel de rabia que creía no poder controlarse lo suficiente. Algunos curiosos entraron, pero Hailey los echó. Después la música cesó y apareció Danielle con las manos en las caderas.
—¿Qué es esto? —preguntó mirando cómo la camarera sollozaba en una esquina de la habitación tratando de cubrirse con la sábana de la cama.
—Si no llamas a la policía, Danielle —dijo Hailey, mientras Marlo sostenía a Chadler, que no paraba de vociferar chorradas, contra el parqué, bocabajo—, créeme, lo haré yo, porque aquí se ha cometido un crimen.
Boquiabierta, la rubia puso seguro a la puerta.
—No harás tal cosa, llegaremos a un acuerdo con esta mujer y…
—¡De eso nada! —exclamó Hailey—. Voy a contar hasta cinco. Y si al terminar no has llamado a la operadora del 911, lo haré yo. Empiezo, Danielle, uno…
—¡Quítame a este imbécil de encima, Dan-Dan! —exclamó Chandler.
—Dos…
—¿Cómo se te ocurre hacer semejante idiotez, Chandler? —preguntó Danielle a gritos, mientras miraba con fastidio a la mujer de la esquina que tenía la cabeza baja. Estaba arruinada su fiesta de cumpleaños. Maldición.
—Tres…
—¡De acuerdo, de acuerdo! —exclamó, fastidiada, Danielle, mientras marcaba el número de emergencias.
Lo que ocurrió a continuación fue todo un desmadre. Llegó la policía. Los invitados, algunos, salieron de la fiesta y otros se quedaron por simple curiosidad, en especial porque ese sería el cotilleo de la semana. Se llevaron detenido a Chandler, porque Danielle decidió, al final, acusarlo. Era él o ella en la guillotina, y no quería verse como cómplice de una situación tan terrible porque había sido en su casa en la que ocurrió semejante incidente.
La camarera, según escuchó Hailey, no quería presentar cargos, tan solo que la dejaran en paz para irse a su casa a bañarse y olvidar lo ocurrido. No quería la atención de nadie. La socia de Burke & Burke se ofreció a llevar a su empleada a la casa, pero la muchacha también rehusó argumentando que se iría con todo el grupo como se había dispuesto desde un inicio.
Cuando tuvo oportunidad, Hailey decidió intervenir, y se acercó a la chica. Ahora que podía verle el rostro, la recordaba.
—Eh, tú estabas hoy en mi oficina —le dijo con suavidad—. Bianca, ¿verdad?
Ahora estaban en la pequeña salita de la planta alta, y ya todos los invitados habían desalojado el sitio.
—¿Qué quiere? —preguntó abrigada con un albornoz grueso que le facilitó, porque no podía ser para menos, Danielle. Tenía el labio inferior lastimado y el pómulo izquierdo un poco amoratado.
—Lo siento —murmuró acomodándole un mechón de cabello tras la oreja. Bianca tembló, pero no tenía que ver con una reacción de miedo, sino con algo parecido a un contacto eléctrico que pareció inquietarla. Hailey apartó la mano con rapidez—. Debí intervenir antes… —dijo con remordimiento—. Vi a Chandler contigo, pero no pude imaginar que tendría esta clase de comportamiento… Hasta que noté que tanto tú como él habían desaparecido no creía que debería considerar la situación como sospechosa. —Bajó levemente la mirada y meneó la cabeza—. Chandler es fastidioso, aunque siempre, hasta donde entiendo, ha sido inofensivo.
—¿Lo defiendes? —preguntó tuteándola. Le daba igual.
—Claro que no —dijo horrorizada ante la posibilidad—. De hecho, considerando que este es tu trabajo, imaginé que no irías a arriesgar la posibilidad de un ingreso por un polvo.
—¿Y eso lo dedujiste porque eres vidente? —preguntó, apartando la mirada.
—No, porque sé leer las señales —replicó Hailey con suavidad. Entendía que Bianca estuviera agitada, y en shock.
—Te felicito —replicó—, y agradezco que hayas aparecido cuando lo hiciste. Me salvaste, pero ya es momento de que me dejes tranquila. Necesito irme a casa.
—Hagamos un trato —dijo Hailey, molesta por lo que acababa de ocurrir—. Sé que tu jefa puede llevarte a tu casa o incluso podrías irte con tus compañeros, pero…
En ese momento, se abrió la puerta principal capturando la atención de los pocos que estaban alrededor, y apareció la última persona que Bianca hubiera querido ver esa noche. Soltó una maldición por lo bajo.
—No creo que sea lo más adecuado —dijo apartando la mirada de Hailey—. No quiero hacer ningún trato, ni necesito ayuda.
El equipo de Burke & Burke estaba terminando de recoger la vajilla, así como limpiando todo el sitio. Danielle les había prometido una bonificación, así como sendas recomendaciones entre sus contactos. La fiesta estaba arruinada, y nada le fastidiaba más a la rubia que ser el centro de la atención por las razones equivocadas.
—¿Qué demonios, Danielle? —preguntó Gregory a viva voz al entrar—. Me prometes la fiesta del año, pero no sabía que incluía policías yéndose de tu propiedad. Uno que llega tan solo ligeramente retrasado y…
Pronto, la expresión del hombre cambió por completo, y se borró su sonrisa al reparar en la persona que estaba junto a Hailey Morgan-Scott. Se acercó de inmediato.
—¿Bianca? ¡¿Qué te ocurrió?! —quiso saber mirando a su hermana—. Ese moratón… Hace tanto tiempo que no te veo y resulta que lo hago en estas circunstancias. Si la tonta de Danielle hizo…
—Ah, qué bonito, una reunión familiar —murmuró Bianca interrumpiendo con fastidio. La expresión sorprendida de Hailey se extendió a Marlo, quien estaba a unos pasos de ella—. No sé si te informaron que soy una persona que trabaja por lo que quiere… A veces no siempre obtengo buenos resultados —dijo con un gesto que la instó a sobresaltarse, la herida del labio le recordó que era mejor no hacer muecas.
—¿Familia? —preguntó Hailey con suavidad.
—Hola, Hailey, perdona mis modales, pero no imaginé encontrar a mi hermana aquí, menos en estas condiciones —aclaró—. ¿Me puedes explicar lo que sucedió? Al parecer, Bianca continúa siendo obstinada.
Hailey procedió a relatarle lo ocurrido, ante la expresión de hartazgo de Bianca.
—Quiero irme a casa —dijo Bianca mirando con expresión implorante a Jennifer, quien se sentía culpable por no haber revisado su móvil.
—Te llevaré —expresó Gregory sin opción a esperar reproches. Miró por sobre el hombro y reparó en Jennifer—. Hola, Jenn, ¿vienes con nosotros? —La mejor amiga de Bianca asintió—. Perfecto.
—Lamento lo que te ocurrió —intervino Hailey con sinceridad, pero Bianca decidió que ya había tenido suficiente por esa noche.
—De acuerdo, gracias por ayudarme —dijo Bianca. Miró a su hermano—: Vamos a mi casa, pues… No quiero escuchar críticas del sitio, ni el barrio en el que vivo. ¿Te queda claro, Gregory?
El hombre se frotó el puente de la nariz con exasperación.
—Solo tú puedes pensar en lo que voy a decir, en lugar de preocuparte por poner una denuncia.
—¿Y de qué me serviría? —preguntó con fastidio, mientras era seguida por Jennifer—. No tengo dinero, no tengo…
—Porque eres demasiado orgullosa para buscarme y pedir ayuda. Yo puedo…
—No quiero nada de ti, Gregory, porque todo lo que tienes es herencia de una familia que no me acepta por quién soy. ¿O acaso te has olvidado de aquel episodio?
—Bianca… La compañía de la familia la dirijo yo. Mi padre se retiró hace dos años, y tanto él como mamá están más tiempo fuera de Estados Unidos ahora…
Ella lo miró con fastidio cuando entraron al elevador. No le importaba.
—He tenido suficiente por hoy. ¿Puedes callarte, Gregory?
Él cerró los ojos, y se presionó el puente de la nariz. Ya tendrían oportunidad de hablar sobre el elefante en la habitación.
—De acuerdo.
—Todo estará bien —intervino Jenn rodeando a Bianca en un abrazo—. Hablaremos cuando te sientas lista para ello.
Miró a su amiga con agradecimiento.
—Gracias, Jenn —murmuró Bianca.
***
Cuando Gregory entró al pequeño apartamento de su hermana, maldijo por lo bajo. Llevaba mucho tiempo sin saber de ella. No era indiferente ante la injusticia que su padre cometió, así como el silencio de la madre de ambos, sin embargo, él tenía la responsabilidad de cientos de familias que esperaban que el nuevo CEO de LeCos, la compañía de cosméticos, hiciera los movimientos de trabajo precisos para que los ingresos ni la estabilidad faltaran. Él trataba de manejar su vida personal con la profesional, y entre sus fallas estaba el distanciamiento con Bianca.
—No puedes quedarte aquí —fue lo primero que dijo Gregory.
Con el cabello ondulado, ligeramente largo hasta lo hombros, y los ojos azules, parecía un rebelde en traje de Armani. Su rostro guardaba similitud con el actor Alex Pettyfer. No faltaban acompañantes en su cama, pero él se consideraba demasiado joven para atarse a una en específico. Prefería divertirse.
Bianca lo miró con fastidio.
—Puedes volver a tu palacio si quieres —replicó con sarcasmo—. No te he necesitado ni a ti ni a mis padres durante ocho años, Gregory. Así que esta ocasión tampoco es diferente. Aquí está Jenn, y me es suficiente. —Jennifer no quería estar en ese fuego cruzado, así que murmuró una disculpa y fue a prepararle el baño a su amiga —. Todo esto me lo he ganado sola, así que no te atrevas a criticar mi casa.
Él soltó una exhalación y apoyó la espalda contra la puerta principal.
—Por favor, déjame pagarte otro sitio.
—No —dijo abrazándose a sí misma. Quería quitarse el asqueroso olor de su atacante—. Y ya déjame en paz.
—Bianca, dejaré el tema de la familia o el sitio en el cual vivir, pero debes presentar cargos contra Chandler Hyatt. No eres la primera persona que se queja de ser víctima de avances indeseados. —Bianca lo miró con suspicacia—. Es la verdad.
—Ya le dije a la policía que no iba a presentar cargos…
—Celeste presentará cargos porque eres una empleada de ella —gritó desde el cuarto de baño Jennifer. El apartamento tenía un pequeño baño con tina, igual de pequeña; una habitación, una pequeña salita de estudio, y una sala-comedor con un espacio decente para la cocina. No sobrepasaba los treinta y dos metros cuadrados. No resultaba difícil escuchar de un lugar a otro.
Gregory sintió alivio al escuchar esa información y Bianca hizo una mueca.
—Te pagaré el mejor abogado. Al menos piensa que estás sacando del paso a una persona que puede agredir de nuevo. Piensa en otras mujeres que, como tú, no tienen opción más que defenderse, cuando la palabra «no» debería ser suficiente.
Ella se arrebujó con el albornoz que todavía llevaba puesto desde que Danielle se lo entregó más de una hora atrás.
—No quiero la atención de la gente sobre mí —replicó Bianca y se sacó los zapatos. Miró a su hermano significativamente—. No de nuevo.
Bianca podía ver cómo la apariencia de hombre que disfrutaba ir de fiesta en fiesta escondía alguien distinto. Tantos años sin verlo frente a frente, quizá implicaba que podía notar diferencias marcadas, en especial por esa forma de hablar, así como los gestos. Lejos quedaba el niñato que lucía despreocupado o cuyas respuestas implicaban una sonrisa bribona. El Gregory Levesque que estaba ante ella, ahora lucía más controlado, y con la capacidad de cerrar la boca. Esto último parecía toda una hazaña de la vida, pues su hermano era por lo general un bocazas.
La entrada dramática de Gregory en el dúplex de Danielle fue inesperada, aunque eso le permitió a Bianca notar el lado juguetón que era característico de él cuando estaba relajado. Quizá deducir esos pequeños cambios a simple vista en su hermano era una habilidad adquirida de su trato constante con las personas en sus diferentes trabajos a media jornada.
—Vale… —Se aclaró la garganta—. ¿Te hizo daño? —preguntó él con furia.
Bianca meneó la cabeza. Él asintió con alivio.
—Lo intentó, sí. Hailey llegó a tiempo con su novio.
Gregory la observó con interés.
—¿No recuerdas a Hailey? Solía ser parte de mi círculo social, no faltaba a ninguna de las mejores fiestas…
—Limpié su oficina esta mañana —interrumpió—. Imagino que disto mucho de la persona que pudo haber visto alguna ocasión en tus fiestas, Gregory. No me reconoció. Utilizo un uniforme de limpieza, además de procurar pasar desapercibida. También un nombre falso, por supuesto.
—¿Limpieza? —preguntó—. ¿Por qué estás limpiando oficinas? No quiero imaginar qué más debes de hacer para sobrevivir en esta ciudad. Déjame ayudarte.
Ella se encogió de hombros.
—Es la vida que elegí. No recibo caridad.
—Te he tratado de buscar, pero si te has cambiado el apellido… Ahora comprendo que me haya sido imposible. —Meneó la cabeza.
—¡Es suficiente, Gregory! —exclamó con resignación—. Me voy a duchar, y si mañana me apetece te avisaré si presento cargos contra Chandler.
Gregory asintió. «No se puede ganar siempre», pensó él.
—Aquí te dejo mi número de teléfono personal. —Agarró el móvil de la mesita e introdujo su información. Después se llamó a sí mismo, y registró los datos de su hermana—. Espero saber de ti. —Miró hacia el corredor—. ¿Seguro que estarás bien con Jennifer? Creo que está tan agotada como tú.
—¡Estaremos bien, Gregory! —exclamó desde el baño Jennifer.
—Gracias por traerme a casa… —dijo Bianca.
Él asintió.
—Me alegra haberte encontrado —dijo antes de que su hermana le diera la espalda y se encaminase hacia el cuarto de baño.
Una vez que estuvo a solas con su amiga, soltó todas las lágrimas que había estado guardando desde el incidente.
***
Lo primero que hizo Hailey al llegar a su oficina, a la mañana siguiente, fue leer el archivo de la agencia de limpieza. La horrenda noche en casa de Danielle le provocó insomnio, así que lo primero que hizo fue echarse en la cama. Café en mano, ya podía enfrentar la jornada que tenía delante.
La fotografía de Bianca en el archivo digital cobraba sentido. Ahora entendía que se le hubiera hecho un poco conocida cuando la encontró en la oficina. No recordaba interacciones con ella, a pesar de que solía frecuentar el mismo círculo social que Gregory. Claro, no eran amigos, pero entre la misma clase de personas era fácil conocer a uno u otro por su reputación financiera, buena o mala.
Frunció el ceño al notar que la ficha de la compañía mostraba el nombre de Bianca Caroline Neuman. ¿Por qué se habría cambiado de apellido? ¿Qué la había impulsado a tener empleos de media jornada, cuando era heredera de una fortuna mucho más amplia que la de los Morgan-Scott?
Por otra parte, pensó, recostando la espalda en la silla, se sentía inquieta sobre la situación de Bianca con relación a Chandler. No tenía cómo justificar el presentarse de repente en la dirección que tenía marcada como sitio de residencia. El barrio en el que vivía no era tampoco muy seguro. La mujer era un enigma para Hailey. Con dos clics cerró el archivo digital de la compañía de limpieza.
Le escribió un correo electrónico a la dueña de Smiley Cleaning. Tan solo cuando terminó de hacerlo su día de trabajo cobró el habitual ritmo acelerado.