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4. AGREGACIÓN DE LA CASA DE AITONA

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En las páginas precedentes se ha intentado aquilatar la incorporación de los estados señoriales que materializó la Casa de Medinaceli durante el siglo XVII, una información que permite valorar de manera más ajustada la aserción del cronista Luis de Salazar cuando expresaba que sería difícil encontrar en las postrimerías del seiscientos y en Europa un vasallo con más títulos, señoríos y poder que Luis Francisco de la Cerda, IX duque de Medinaceli.

Sin embargo, la etapa de máxima expansión territorial de la Casa nobiliaria coincidió con su momento más crítico. El IX duque de Medinaceli, como antes lo había hecho su padre, ostentó algunas de las más altas responsabilidades de Estado. Con el rey Carlos II, Luis Francisco de la Cerda fue embajador en la Santa Sede, virrey de Nápoles y miembro del Consejo de Estado; con el primero de los Borbones desempeñó el cargo de primer ministro. Complejo cargo el de la dirección de un Estado, que se torna extremadamente peligroso cuando las circunstancias son excepcionales, como lo fueron las provocadas por la guerra que asoló España y parte de Europa entre 1701 y 1713. En pleno desarrollo de la contienda, Felipe V ordenó encarcelar al duque de Medinaceli en el alcázar de Segovia, pero fue trasladado posteriormente al castillo de Pamplona, donde falleció en 1711. Las razones del encarcelamiento de Luis Francisco de la Cerda son un enigma porque nunca se le acusó formalmente, aunque su posición contraria a la creciente influencia francesa en la corte española debió de influir poderosamente para explicar su trágico final.40 Por falta de pruebas que demostrasen la supuesta traición, por miedo a las repercusiones que podría tener entre la élite aristocrática o, simplemente, por la necesidad de mantener la estructura de la sociedad estamental, Felipe V no aprovechó las circunstancias para incorporar a la Corona las extensísimas posesiones de la Casa de Medinaceli. De hecho, permitió que la sucesión en los estados pasase a una rama colateral de la familia del duque.

De esta manera, en 1711 el linaje de los de la Cerda desaparecía y la Casa de Medinaceli pasaba a estar dirigida por la estirpe de los Fernández de Córdoba, prelación de apellidos incluida.41 El desafortunado Luis Francisco de la Cerda no disponía de descendencia directa en el momento del fallecimiento, por lo que la mejor opción para la sucesión de sus estados era el hijo de su hermana Feliche María, casada con Luis Fernández de Córdoba, VII marqués de Priego y VII duque de Feria. Feliche María había tenido varios hijos, entre los que se encontraba Nicolás Fernández de Córdoba, que en el momento del fallecimiento del duque de Medinaceli ya ostentaba todos los títulos heredados de su padre, por lo que al pasar a dirigir la Casa de Medinaceli incorporaría el estado andaluz de Priego y el extremeño de Feria. Del resultado que este cambio de estirpe supuso para la Casa ducal en cuanto a la reorganización administrativa y económica daremos cuenta en los siguientes capítulos del libro, por ahora nos limitaremos a observar cómo los Fernández de Córdoba no dieron por concluido el proceso de crecimiento territorial. Más bien al contrario, diez años después de la llegada del primer Fernández de Córdoba a la titularidad de la Casa de Medinaceli se consumaba un enlace matrimonial que permitió la incorporación de un largo listado de señoríos en Cataluña, Valencia, Aragón y, en menor medida, Extremadura, con el colofón de determinados títulos honoríficos de origen portugués.

El 19 de noviembre de 1722 se celebraba en Madrid el enlace matrimonial de los herederos de dos de las mayores fortunas nobiliarias españolas, Luis Antonio Fernández de Córdoba, primogénito del X duque de Medinaceli, y María Teresa de Moncada, la mayor de las dos hijas del VI marqués de Aitona. Este matrimonio aumentaba, aún más si cabe, el enorme poder territorial que la Casa de Medinaceli había conseguido en los territorios de la Corona de Aragón con la agregación en 1671 de las casas de Segorbe y Cardona. Y suponía la mejor plasmación práctica de aquel viejo proyecto del conde duque de Olivares encaminado a favorecer la unión de las élites aristocráticas como la primera vía para intentar unificar la monarquía española.42 No obstante, en el concierto del matrimonio poco tuvieron que ver los intereses de la Corona, más bien se reflejaba la estrategia de las grandes casas nobiliarias de establecer alianzas para colocarse en una posición política privilegiada,43 con la ventaja asociada de aumentar considerablemente el patrimonio económico cuando una de las dos partes no mantuviera la línea de sucesión directa, como así ocurriría en esta ocasión. De nuevo, la falta de descendencia masculina iba a provocar la desaparición de uno de los grandes linajes hispánicos, el de los Moncada, titulares de la Casa de Aitona.

La Casa de Aitona toma su nombre de la baronía catalana homónima, situada en las tierras del Baix Segre, al sur de la ciudad de Lleida. Desde su creación y hasta la incorporación a la Casa de Medinaceli en la mitad del siglo XVIII, la Casa de Aitona siempre estuvo dirigida por el linaje de los Moncada, una de las principales familias nobiliarias catalanas, que sobresalieron por la influencia y poder que les reportó el desempeño del cargo de senescal de Barcelona. Los sucesivos enlaces matrimoniales permitieron engrosar sus dominios; sin embargo, el crecimiento patrimonial no fue parejo durante la segunda mitad del siglo XIV al de otras grandes casas catalanas, como los Cardona, los Cabrera o los Rocarbertí, que en esta época crearon grandes fortunas. Sobrequés explica esta diferencia en las muertes prematuras de los titulares del linaje, la pérdida de la senescalía de Barcelona, la imposibilidad para vincularse con algún título condal o vizcondal y la proliferación de distintas ramas dentro de la Casa.44 Con el ocaso del siglo también palidecía el esplendor de la Casa de Aitona, y no presentó mejor estreno el nuevo siglo XV.

Los Moncada de la rama de Aitona habían mantenido durante el siglo XIV una creciente relación con los condes de Urgell, descendientes directos de los reyes de Aragón, vinculación a la que no resulta ajena la permuta de señoríos feudales que permitió a los Moncada adquirir la Baronía valenciana de Chiva.45 Cuando en el año 1410 muera el rey Martín el Humano y se plantee el problema sucesorio en la Corona de Aragón, los Moncada apoyarán al candidato urgelista, opción que les reportará notables perjuicios al proclamarse en Caspe al pretendiente Trastámara como nuevo rey. La Casa de Aitona se había endeudado de forma creciente desde finales del siglo XIV, situación que no había representado grandes problemas por la protección real, pero el cambio de dinastía supondrá un cambio significativo de escenario: prosperarán las demandas por deudas presentadas en su contra ante la Audiencia Real de Valencia46 y se producirá el secuestro real de las baronías de Castellnovo y Chiva.47

Empero, el periodo de marginalidad de la Casa de Aitona fue relativamente breve. Al instalarse la nueva dinastía, en las clases dirigentes catalanas se operó una corrección de alianzas, de modo que los Cardona y Moncada, marcadamente urgelistas durante el Interregno, pasarán a convertirse en «el fidel partit governamental».48 El nuevo barón de Aitona, Guillem Ramón III de Moncada, aceptará la sentencia de Caspe y trabajará activamente para conseguir la sumisión del conde de Urgell y la pacificación del territorio catalán.

Guillem Ramón III, como primogénito, heredó la rama central de la Casa de Aitona, pero el conjunto patrimonial de la familia se disgregó otra vez, al haber dotado a su hermano Pedro con la Baronía de Vilamarxant y a su hermano menor Juan con las baronías de Castellnovo y Chiva. Desmembraciones sucesivas del linaje «fins al punt que el Casal de Montcada sembla un arbre sense podar».49 Y será precisamente la nueva rama de los barones de Chiva la que continuará el linaje de los Moncada. Las calificadas por Sánchez González como «serie de rocambolescas transferencias entre las tres líneas familiares»50 provocaron que todo el patrimonio de los Moncada se concentrara en la siguiente generación en un único heredero. La extinción de los titulares de las baronías de Aitona y Vilamarxant permitió que Pedro III de Moncada, hijo del barón de Chiva, acumulara en el último tercio del siglo XV un notable patrimonio señorial, en el que iban adquiriendo cada vez más relevancia los dominios valencianos.51

Un patrimonio valenciano que seguirá acrecentándose con los siguientes titulares del linaje. El matrimonio de Gastón I de Moncada con Ángela de Tolsà supuso la incorporación a la Casa de Aitona de las baronías de Beniarjó y de Palma y Ador, ubicadas en la fértil huerta de Gandía, donde se había producido desde principios del siglo XV un auge espectacular del cultivo de la caña de azúcar, con unos resultados económicos envidiables.52 La Baronía de Beniarjó, que incluía el lugar de Pardines y la heredad de Vernissa, había pertenecido a la familia del ilustre poeta valenciano Ausiàs March, pero en 1481 pasó por venta judicial al comerciante valenciano Joan Tolsà.53 Pocos años después, los Tolsà adquirieron también la Baronía contigua de Palma y Ador.54

Los Moncada del siglo XVI ya tendrán una perspectiva marcadamente valenciana, tanto porque en este reino tendrán la parte más valiosa de sus posesiones como por ser la capital valenciana el nuevo solar de la Casa nobiliaria. La centuria del quinientos tuvo otra trascendente novedad para la Casa de Aitona: la vuelta a la participación política, a partir de ahora al servicio de la monarquía de los Habsburgo, responsabilidades de primer orden que ya no abandonarán los Moncada hasta prácticamente la extinción de la línea directa del linaje. Juan de Moncada y Tolsà desempeñó cargos destacados con el emperador Carlos V, fundamentalmente en Cataluña, donde fue virrey y capitán general, y en Sicilia, donde ejerció de maestre justicier. Los servicios a la Corona se vieron recompensados con el anhelado título nobiliario; en el año 1536 el monarca nombró a Juan de Moncada conde de Aitona.55 No menor valor representativo supuso la recuperación del título de senescal, ahora con el nombre de Gran Senescal del Reino de Aragón,56 aunque, como puede inferirse, en este momento ya con un significado meramente honorífico.

Mayores honores y reconocimiento recibió el segundo conde de Aitona, Francisco de Moncada y Cardona. Virrey de Cataluña y, principalmente, de Valencia, donde desempeñó el cargo durante más de quince años, Francisco de Moncada se convirtió en un personaje clave para Felipe II, en un momento en el que la política exterior española consumía los esfuerzos, los desvelos y las rentas del país, y el monarca necesitaba mantener bien controlados los diferentes reinos. Y Francisco de Moncada, en su prolongadísimo virreinato, supo sujetar un territorio potencialmente turbulento en aquella época como el valenciano.57 La recompensa se tradujo en la concesión en 1588 del título de marqués de Aitona. Pero la importancia que tuvo el primer marqués para el linaje no solo residió en la recobrada ascendencia política y el encumbramiento nobiliario, también en la notable ampliación patrimonial. Francisco de Moncada había contraído matrimonio con Lucrecia Gralla, lo que supuso la incorporación a la Casa de distintos bienes patrimoniales, fundamentalmente en la ciudad de Barcelona, de entre los que destaca el palacio conocido como la «Casa Gralla». Pero el mayor incremento de posesiones se produjo entre los años 1566 y 1574 por la compra a Luis Enríquez de Cabrera, del linaje de los almirantes de Castilla, del Condado de Osona y los vizcondados de Cabrera y Bas.

Los primeros marqueses de Aitona tuvieron una activa participación en la política de los siglos XVI y XVII, intervención que podemos considerar poco frecuente, tanto en las responsabilidades asumidas como en su duración, como demuestra que en «les tres generacions següents, els marquesos d’Aitona formaren part del Consell d’Estat de la Monarquia, una situació que no tingueren gaires dels llinatges aristocràtics castellans».58 Solo la muerte en 1670 del IV marqués de Aitona supuso, tras más de siglo y medio, la desaparición de los Moncada de la primera línea política. La prematura muerte del V marqués en la campaña del Rosellón de 1674 impidió el mantenimiento de una posición política privilegiada, pero no mermó el poder territorial de la Casa ni las expectativas de acrecentarlo. Los Aitona supieron aprovechar muy bien su destacada posición, estableciendo fructíferos enlaces matrimoniales con las casas valencianas de Vilamarxant y Bou, lo que permitió la incorporación de los señoríos de Vilamarxant, Callosa d’Ensarrià y Vall de Tàrbena,59 con la Casa aragonesa de Castro, o la extremeña de Medellín, que llevaba asociada diferentes títulos portugueses. Un largo listado de dominios que, como ya sabemos, acabarían en manos de los Medinaceli en el año 1722.

El ocaso de los dominios valencianos de los Medinaceli

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