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Capítulo 1

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La lluvia resbalaba por el parabrisas de su camioneta F-150 mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde. La plaza de Jackson Town estaba desierta, pero parecía que la luz estaba esperando a que los turistas pudieran cruzar la calle, aunque, en realidad, no hubiera ninguno. Walker Pearce puso el limpiaparabrisas y deseó que las escobillas pudieran borrar la sensación que ella le había dejado en la piel al acariciarlo con los dedos. La cabina de la camioneta todavía olía a su perfume. Sin preocuparse de la lluvia, bajó la ventanilla y, cuando se abrió el semáforo, metió la marcha y aceleró.

No la odiaba. Lo que ocurría era que, cuando ella lo había llamado, él había pensado que quería que hablaran. Pero, por supuesto, no era eso lo que Nicole quería de él. Nunca era eso.

Sabía que él tampoco tenía demasiados escrúpulos. La había besado. De hecho, se habrían acostado alguna noche si no se hubieran sobresaltado porque habían estado a punto de sorprenderlos. Así que no, no podía decirse a sí mismo que estaba por encima de aquellas cosas. Sin embargo, tontear con la mujer del dueño del rancho no le había parecido tan mal cuando sucedía por casualidad. Un momento inesperado en la sala de arreos. Un encuentro accidental después de una fiesta de verano. Él no lo había propiciado, ni ella tampoco. O, por lo menos, él trataba de convencerse de que las cosas habían sido así.

Sin embargo, ya no trabajaba en el Rancho Fletcher, así que Nicole no podía dejarlo todo al azar. Lo había llamado y le había pedido que quedara con ella en Old Warm Springs. Le había dicho que era por un asunto importante, que necesitaba verlo. A él le había gustado eso, lo de sentirse importante para una mujer como ella. Pero lo había malinterpretado todo.

Se pasó una mano por la boca, pensando que iba a tener que afeitarse si no conseguía librarse del olor de su piel.

Tampoco habían mantenido relaciones sexuales en aquella ocasión, a pesar de que ella se le había subido al regazo y se había apretado contra él. No sabía por qué estaba tan empeñado en proteger el matrimonio de Nicole, porque no parecía que a ella le importara mucho. Antes de que lo despidieran, Walker le había dicho que no podían hacer nada porque él trabajaba para su marido, porque estarían haciéndolo bajo el techo de su marido, porque a él lo despedirían si los sorprendiesen. Pero aquellas cosas ya no tenían importancia, así que… ¿por qué le tentaba incluso menos que antes?

Tal vez ella se hubiera equivocado al elegir el lugar para su encuentro. El manantial le recordaba a su época de instituto, al hecho de nadar con chicas que le volvían loco de lujuria, una época en la que el sexo le parecía algo inalcanzable, peligroso y romántico.

Pero el sexo ya no era inalcanzable, y el peligro de estar con Nicole no tenía nada de romántico. Ella le ponía triste. Además, le preocupaba que todo el mundo del rancho sospechara algo. Le habían despedido porque había vuelto a cometer un error en un asunto de papeleo, pero eso no era lo que más se comentaba alrededor de la hoguera del campamento. Había sido una excusa. Walker lo sabía, y su capataz, también. No sabía si eso significaba que el marido de Nicole sabía algo, o si el rumor se había extendido tanto que la dirección del rancho ya no podía pasarlo por alto.

Fuera cual fuera el motivo, le parecía mal volver a verla, pero su negativa había enfadado mucho a Nicole. Tal vez no volviera a llamarlo. Y eso solo le producía alivio.

Aparcó delante de su apartamento y bajó de la camioneta. No fue hacia su portal, sino hacia el bar estilo salón del Oeste que había en la puerta de al lado.

En realidad, echaba de menos el rancho. Echaba de menos a su perro. Necesitaba tomar algo, y rápido.

–¡Eh, hola!

Jenny Stone, la camarera, lo saludó desde el otro lado de la barra en cuanto él entró por la puerta.

–¡Eres precisamente el hombre a quien andaba buscando!

Walker sonrió sin poder evitarlo. Jenny era una rubia muy guapa.

–¿Ah, sí? ¿Es que hay algo que no te esté dando Nate, cariño? Yo estaría encantado de ayudar.

Jenny puso los ojos en blanco.

–Ya te gustaría.

–Es cierto. Pero intento mantenerme alejado de las mujeres cuyos novios tienen un arma. Dejan marca.

Se quitó el sombrero y se sentó en un taburete.

–¿Lo de siempre?

Él asintió, y ella se puso a tirar una cerveza. Después, miró con nerviosismo hacia al fondo del local. Walker se giró y miró, pero, como eran las tres de la tarde de un martes lluvioso, el bar estaba casi vacío.

Jenny le deslizó la cerveza por la barra y se inclinó hacia delante.

–¿Te acuerdas de Charlie Allington?

Al principio, él no supo de quién le estaba hablando Jenny. Había trabajado con muchos vaqueros, y algunos de ellos habían llegado y se habían ido tan rápidamente, que ni siquiera había tenido la ocasión de aprenderse sus nombres.

–Charlie –repitió, tratando de recordarlo. Sin embargo, la persona que le vino a la mente fue una gran sorpresa–. ¡Ah, Charlie! Claro.

Charlie Allington, conocida como Charlotte solo cuando uno trataba de irritarla, y él habían ido juntos al instituto. De hecho, ella había sido su tutora durante todo el tercer curso.

–Hace mucho tiempo que no la veía –dijo.

–Charlie es la prima de Nate. Prima segunda, o tercera, o algo así.

–¿Y le va bien? –preguntó él. Lo último que había sabido de Charlie era que se había ido a vivir a Las Vegas porque había encontrado un buen trabajo.

–Sí, muy bien. Ha vuelto al pueblo y está trabajando en uno de los hoteles de los Tetons, de responsable de seguridad, y ha llamado a Nate para preguntarle si conocía algún sitio donde pudiera alojarse.

–Ah, ¿y estás sugiriendo mi casa? –le preguntó él, guiñando el ojo automáticamente.

Sin embargo, se sintió culpable en cuanto lo dijo. La última vez que había visto a Charlie, ella era una adolescente muy maja cuyo principal interés era el equipo de atletismo.

–Bueno, ya sé que tu puerta siempre está abierta, pero necesito otra cosa.

–¿El qué?

Ella sonrió y ladeó la cabeza.

–Un favor.

Él la miró, y vio que ella lo abanicaba con las pestañas de un modo muy sospechoso.

–Rayleen lleva una temporada quejándose de que ha habido una invasión de mujeres en la Granja de Sementales.

–Bueno, yo no diría que Merry es una invasión de mujeres.

–Sí, bueno, pero Rayleen está enfadada porque Grace se marchase y consiguiera convencerla para que dejara quedarse a Merry. Quería que, para este invierno, los apartamentos siguieran como antes, llenos de tipos guapos y fuertes. Como de costumbre.

Él volvió a sonreír. La anciana Rayleen era la propietaria del edificio de apartamentos que había junto al salón. Solo alquilaba los apartamentos a hombres jóvenes y, por ese motivo, en el pueblo habían empezado a llamar al edificio «la Granja de Sementales».

El año anterior, Rayleen había roto la tradición de mala gana, porque había dejado que su sobrina nieta se quedara allí. Y, después, la mejor amiga de su sobrina nieta.

–¿Qué tiene eso que ver con Charlie? –preguntó Walker.

–Eh… Bueno, querría que tú convencieras a Rayleen de que le alquile un piso a tu vieja amiga Charlie. Ya sabes, otro vaquero que busca un refugio para este invierno…

–Otro… Ah, no. De eso, nada. Yo le caigo bien a Rayleen.

–¡Rayleen te adora! Por eso dejará que Charlie alquile uno de los apartamentos sin ni siquiera verla. Y, cuando ya se haya instalado, Rayleen no será tan mala como para echarla. Por no mencionar que sería ilegal echar a una inquilina solo por ser mujer.

–¿Y también sería ilegal echar a un inquilino por mentir sobre un nuevo arrendatario?

–Te lo perdonará. Eres demasiado grande, guapo y sexy como para que te tenga rencor durante demasiado tiempo –dijo Jenny, y volvió a abanicarlo con las pestañas.

–Me gusta mucho más que me llames sexy cuando no tienes un motivo oculto.

–Pero si es la única vez que te he llamado sexy, so bobo.

Él sonrió.

–¿Seguro, Jenny?

Jenny puso los ojos en blanco.

–Guárdate tu encanto para Rayleen, vaquero.

–Eh, tengo una idea. ¿Por qué no la engañas tú para que le alquile un piso a Charlie, y yo me mantengo al margen?

–Ni hablar. Rayleen es mi jefa, y podría despedirme. A ti no –dijo Jenny, y miró su vaso de cerveza vacío–. La casa invita si me haces el favor.

–¿A una miserable cerveza? No llevo tanto tiempo sin trabajo. No estoy tan desesperado.

–Una cerveza y el agradecimiento del ayudante del sheriff Nate Hendricks. Tener a un poli de tu parte podría serte muy útil. ¡Y piensa en tu vieja amiga Charlie!

Sí. Charlie, su compañera mona del instituto. Necesitaba un sitio en el que vivir, y la Granja de Sementales era una de las pocas opciones baratas y bonitas de un pueblo tan turístico como aquel.

–Mierda –murmuró.

Walker cabeceó y se pasó una mano por el pelo. Lo tenía demasiado largo y había empezado a rizársele por encima del cuello de la camisa. Llevaba varias semanas con la idea de afeitarse la barba y cortarse el pelo, pero había empezado a hacer frío, y se le habían quitado las ganas. Aunque, si lo hubiera hecho, Nicole habría tenido menos oportunidades de agarrarse a él…

Se terminó lo poco que quedaba de cerveza.

–No le voy a decir mentiras a una anciana. Pero haré todo lo que pueda, ¿de acuerdo?

–De acuerdo. Gracias. Eres el mejor, Walker.

–Sí, eso dicen.

–También eres incorregible. De lo cual, me alegro, porque Rayleen viene por ahí.

Él hizo un mohín y empujó el vaso hacia Jenny.

–¿Otra cerveza gratis?

–Creía que no estabas tan desesperado.

–No lo estoy. Lo que estoy es asustado.

–De acuerdo –respondió ella, riéndose–. Te invito a otra cuando lo hayas conseguido.

Walker respiró profundamente y se giró, sonriendo, hacia la anciana de pelo blanco, que tenía un aspecto inofensivo.

–Vaya, mi casera favorita. Hola, doña Rayleen.

–Date la vuelta otra vez, Walker –le espetó ella–. No había terminado de mirarte el culo.

–Yo creía que lo tendrías muy visto, a estas alturas. Lo miras demasiado a menudo.

–No hay demasiado que valga cuando se trata de un buen trasero, tonto.

–Vaya, gracias, señora.

Walker empezó a sonreír con más ganas. En realidad, quería mucho a aquella mujer tan peliaguda.

–Le estaba preguntando a Jenny dónde te habías metido.

Rayleen enarcó una de sus cejas plateadas y se sentó en su sitio de siempre, en una mesa que estaba en uno de los rincones del local.

–¿Es que has decidido aumentar la edad de tus conquistas? ¿Ya no te vale que tengan diez años más que tú?

Walker notó que le ardían las mejillas. ¿Se refería a Nicole? ¿Acaso lo sabía todo el mundo? Sin embargo, se quitó aquella idea de la cabeza. Rayleen solo estaba bromeando y, además, si él no quería tener que reconocer sus actos, lo primero que tenía que hacer era comportarse debidamente.

–No. Quería preguntarte por el apartamento que está enfrente del mío. ¿Sigue vacío?

Ella entrecerró los ojos.

–Puede ser. ¿Por qué?

–Charlie, una vieja amistad mía, está buscando piso.

–Ah. ¿Y cuántos años tiene?

–Bueno, es más o menos de mi edad.

Entonces, a ella le brillaron los ojos con más interés.

–¿Ah, sí? ¿Y trabaja en un rancho?

–No, no, es responsable de seguridad de un hotel, creo.

Ella se puso un cigarro en los labios y lo dejó allí, colgando. Él nunca la había visto fumar de verdad, pero parecía que a Rayleen le gustaba tener el tabaco a mano.

–¿Y qué estatura tiene? –le preguntó ella, mirándolo de arriba abajo. El cigarrillo se le movió entre los labios.

Walker se movió con incomodidad y carraspeó.

–Ah, demonios, Rayleen. No lo sé. Menos estatura que yo.

–Umm.

Todo el mundo sabía que a Rayleen le gustaba tener a chicos guapos alrededor. A Walker no le importaba. Él estaba muy contento por poder vivir en un apartamento bonito con un precio decente. Y, en aquella ocasión, podía sacar provecho de la admiración que tenía Rayleen por su trasero.

–A veces he oído que la gente decía que es una monería.

–¿Ah, sí? –dijo ella, y se puso a barajar unas cartas para empezar el primer solitario del día–. Bueno, iba a alquilarle ese apartamento a un profesor de snowboard, pero se ha roto la pierna, así que no va a poder venir esta temporada. Una pena. Era casi tan grande como tú. Aunque no sé, no estoy segura de eso de que sea una monería.

–Bueno –dijo Nate–, yo conozco a Charlie desde hace mucho tiempo. Fuimos juntos al instituto.

–¿Charlie qué?

Walker carraspeó de nuevo.

–Charlie Allington. ¿Conoces a los Allington?

Ella se encogió de hombros. Charlie se había ido del pueblo a estudiar en la universidad, así que tal vez nunca había estado en aquel bar después de tener edad suficiente para poder beber.

–Charlie es familia de Nate –le explicó a Rayleen.

Ella murmuró como si no le importara, pero él sabía que Nate le caía muy bien. Tal vez eso pudiera ser una ventaja. Rayleen sacó una carta y la puso boca arriba sobre la mesa. Jenny se acercó y, lentamente, pasó la bayeta por la barra.

–Está bien –dijo Rayleen, por fin–. Ya me estoy cansando un poco de la gente que viene a trabajar solo para la temporada de invierno. El último me destrozó la tarima de madera. ¿Qué demonios haría? ¿Jugar al hockey?

Él cabeceó comprensivamente. Todos habían oído quejarse a Rayleen porque había tenido que acuchillar el parqué y volver a barnizarlo, pero él se había enterado de que el verdadero motivo de su enfado era que el chico le había dicho que era una vieja bruja por quedarse con la fianza del alquiler. Walker cabeceó al acordarse. ¿Qué clase de tipo podía decirle algo así a una mujer?

Ella sacó otra carta.

–¿Cuánto tiempo quiere alquilar el piso? –preguntó.

Walker miró a Jenny.

–¿Durante este invierno?

Jenny asintió.

–Ah. Entonces, ¿querría un contrato de seis meses? –preguntó Rayleen.

–No estoy seguro. Posiblemente.

–De acuerdo. Dile que venga. No se admiten mascotas ni camas de agua. Un mes de fianza por adelantado. Si me gusta, le ofreceré el contrato de seis meses. Si no, será mes a mes, y puede marcharse antes de que empiece la temporada de esquí.

–Gracias, doña Rayleen.

Ella se encogió de hombros.

–No le estoy haciendo ningún favor a nadie. Solo quiero ocupar el apartamento antes de que empiece la temporada turística.

–Ah, eres más tierna de lo que aparentas.

Ella soltó un resoplido.

–No creas, vaquero…

Mierda.

–Bueno, hay una cosa que…

Ella lo miró al instante.

–¿Qué?

Walker miró a Jenny, que hizo un gesto negativo con la cabeza. Sin embargo, Rayleen se iba a enterar más tarde o más temprano y, a él, su madre no lo había educado para que dijera mentiras a las ancianas.

–Bueno, que, en realidad, Charlie es un diminutivo de Charlotte.

–¿Charlotte? –repitió ella, y soltó una risotada–. ¿Pero a quién se le ocurre ponerle Charlotte a un hijo…? –preguntó. Y, al instante, se le borró la sonrisa de la cara–. No –dijo, con firmeza y enojo–. No, señor. No me importa que tengas muchísimas ganas de meterte en sus pantalones vaqueros, no voy a permitir que te traigas aquí a una de tus novias.

–¡No es una de mis novias! ¡No la veo desde el instituto! –exclamó él, y, mirando su vaso de cerveza, murmuró–: Además, yo no tengo novias.

Rayleen soltó un resoplido.

–He dicho que no, y se acabó.

–Vamos, Rayleen. Charlie es una chica estupenda, y te va a cuidar muy bien el apartamento, no como un snowboarder de veintitantos años que estará buscando un piso para tomar copas con sus amigos y dar fiestones.

–Tiene razón –dijo Jenny–. Los dos últimos chicos a quienes se lo alquilaste eran una pesadilla. Y tú todo el rato estás diciendo que los hombres son muy desagradables.

–Hmpfff.

Rayleen volvió a tomar la baraja y siguió sacando cartas.

–Son desagradables. E idiotas. Por eso no tengo a ninguno en mi propia casa. Pero, de lejos, están bien.

Walker intentó no pensar en que los demás arrendatarios y él eran como animales de un zoo para Rayleen. La miró a los ojos, y le dijo:

–Solo serán unos meses, Rayleen. Por favor. De verdad, yo me encargo de que no juegue al hockey en el piso. De hecho, si se le ocurre algo así, yo mismo la echo del piso a patadas.

Rayleen frunció el ceño.

–Malditas mujeres. Van a empezar a reproducirse como conejos en el edificio. Cada vez que me doy cuenta, hay otra.

–Por favor, Rayleen. Hazlo por mí –le pidió él, tomándole ambas manos alrededor de la baraja.

Ella apartó las manos.

–Está bien, pero déjate de tonterías. Puede venir, pero que no pinte las paredes de rosa, ni ponga visillos. Esto no es un gallinero.

Walker le dio un beso en la mejilla antes de que ella pudiera reaccionar.

–Te debo una, Rayleen.

Ella se ruborizó mientras lo apartaba de un empujón.

–Vamos, déjame. Vete a la barra a ser guapo antes de que cambie de opinión –gruñó.

Walker se acercó a la barra y sonrió a Jenny.

–¿Esa cerveza? –le preguntó, empujando el vaso hacia ella.

–¡No puedo creer que lo hayas conseguido!

–Bah, Rayleen es una buenaza.

Jenny se echó a reír con tantas ganas, que tuvo que agarrarse a la barra.

–Sí, sí. Tú sigue diciéndote eso.

Sin embargo, Walker sabía que estaba en lo cierto. Rayleen era inofensiva, y Charlie le iba a caer muy bien. Estaba completamente seguro.

–¡Ah, Charlotte, aquí estás!

Charlie apretó los dientes al oír la voz de Dawn Taggert, pero sonrió y se dio la vuelta para saludarla. Sabía que lo más probable era que su jefa estuviera en aquella fiesta. Después de todo, la futura madre que había organizado la reunión para recibir los regalos que sus amigas iban a hacerle al bebé era otra chica como Dawn y como ella, que recibía invitaciones para todos los clubes de actividades extraescolares, pero a ninguna fiesta.

En aquella época, todas eran buenas chicas y, hasta aquel momento, ella era la única que había caído en desgracia, y Dawn se lo recordaba a la menor oportunidad.

Al verla, se dio cuenta de que Dawn se acercaba en compañía de la anfitriona, abriéndose paso entre la gente. Charlie esbozó una sonrisa forzada.

–¡Sandra! ¡Enhorabuena! Muchísimas gracias por haberme invitado. Hacía muchísimo que no nos veíamos.

–Sí, es cierto –dijo Sandra, mientras le daba un abrazo a Charlie.

–Estás guapísima –le dijo ella, y era cierto. Llevaba una melena corta parecida a la de Dawn, aunque Dawn tenía el pelo más rubio.

–Tú también estás estupenda.

–Gracias.

Charlie se pasó la mano por el jersey que se había puesto encima del vestido, con algo de azoramiento. No se sentía estupenda. Le parecía que no tenía gracia ni estilo, que estaba demasiado delgada y que su ropa era demasiado recatada, además de llevar unas bailarinas totalmente planas. Llevaba sin vestir así desde que había ido a las entrevistas para entrar en la universidad, y había estado intentado cambiar su imagen. Pero Dawn se había empeñado en que la responsable de seguridad de su hotel no podía llevar tacones y ser efectiva. Charlie tuvo ganas de decirle que se sentía mucho más efectiva e imponente con tacones y una falda ajustada, pero, por desgracia, no estaba en situación de discutir.

–Tienes una casa preciosa –le dijo Charlie a Sandra.

–Gracias. Peter la compró para darme una sorpresa cuando me hicieron socia.

Socia. Claro. Las dos carraspearon y se movieron con incomodidad, pero Dawn intervino rápidamente:

–Hablando de trabajo, Charlie, ¿te importaría ir temprano mañana? Vas a tener que hacer unas cuantas horas extra estas próximas semanas, antes de la apertura del hotel.

Charlie apretó los dientes al ver cómo apartaba Sandra la mirada. Sandra estaba incómoda, sí, pero también estaba intentando contener la sonrisa.

–He estado yendo temprano todos los días de esta semana. No será un problema.

–Sí, ya lo sé, aunque me sorprende, sabiendo cómo son tus horarios –dijo Dawn, y se volvió hacia Sandra–. Creía que habría sentado la cabeza después del lío que hubo en Tahoe, pero…

Las dos mujeres la miraron con lástima, pero, en realidad, esa lástima se parecía sospechosamente a la avidez. Después de todo, los escándalos eran algo delicioso, por lo menos, cuando era un escándalo sobre otras personas. A ella también le gustaban los escándalos y el cotilleo hasta hacía unos meses.

No quería ponerse a la defensiva, pero estaba sufriendo otro ataque, y eso la irritaba. Aunque, por lo menos, Dawn estaba disimulando su desagrado con amabilidad, en aquella ocasión.

–Todas las noches me las he pasado trabajando desde que me vine a vivir aquí –dijo, lentamente, con cautela.

–Sí, claro –respondió Dawn, con una sonrisa maliciosa–. Por eso el responsable de las instalaciones se quedó anoche en tu casa hasta las diez.

A Charlie se le borró la sonrisa. Últimamente estaba preocupada por si sus preocupaciones no eran más que paranoia, pero aquello era la confirmación de lo contrario: Dawn la había estado espiando.

–Estábamos trabajando –dijo ella, al final.

–Ya, ya –respondió Dawn.

Sandra le dio unas palmaditas en el brazo.

–Bueno, Charlie, nos alegramos de que hayas vuelto al buen camino.

El buen camino. Claro. Por ese motivo había regresado a Jackson, ¿no?

Había pasado unos cuantos meses perdida, encerrada en un apartamento que ya no podía permitirse y aterrorizada por lo que pudiera depararle el futuro. Sin embargo, ya había recuperado el control. Estaba trabajando mucho y llevando una vida discreta. Con la cabeza agachada. Mordiéndose la lengua. Con fuerza.

–Estoy haciendo todo lo que puedo con ella –dijo Dawn, como si fuera un proyecto suyo.

Teniendo en cuenta el espionaje al que la había sometido, no era una idea muy equivocada. Sin embargo, ella ya no podía ser el proyecto de Dawn. Estaba furiosa. Quería soltarle un par de verdades, pero no podía.

Estaba atrapada. Cada vez le costaba más contenerse, pero no podía perder aquel trabajo.

Su teléfono vibró justo en aquel momento y le proporcionó una buena excusa para escapar.

–Disculpadme, pero tengo que contestar. Puede ser algo de trabajo.

Antes de que se hubiera alejado, oyó que Dawn decía:

–No sé qué le ocurrió. Era tan prometedora…

Charlie cerró los ojos, respiró profundamente y contestó a la llamada. Era su caballero andante, su primo Nate, que la llamaba para darle exactamente la noticia que ella quería escuchar.

–Oh, Dios mío –susurró–. ¿De verdad lo has conseguido? Estoy allí dentro de veinte minutos. ¡No te muevas!

En aquella ocasión, cuando volvió a la fiesta, no le costaba sonreír. En absoluto.

–¡Sandra! –exclamó, y se acercó a ella para que se dieran otro falso abrazo–. Tengo que irme, pero enhorabuena otra vez. Vas a ser una madre estupenda.

Ciertamente, Sandra parecía estupenda en todo. Al contrario que ella, había estado a la altura de su prometedora adolescencia.

Antes de que Dawn pudiera preguntarle dónde iba, consiguió escapar y llegar a su coche. Era libre, al menos, durante unas horas.

Cuando había vuelto a Jackson, pensaba que le vendría bien recuperar el contacto con algunos amigos. Después de todo, estaba intentando de verdad volver al buen camino. Al principio, estaba tan hundida, que había pensado que el inicio de aquel buen camino estaba en el instituto, en la chica que era entonces. Una chica trabajadora y estudiosa, tan preocupada de ser como su madre, que ni siquiera salía con chicos.

Era evidente que en algún momento se había descarriado, así que, ¿por qué no iba a empezar en el momento en el que todo iba bien?

Sin embargo, había empezado a darse cuenta de que no todo había sido tan bueno. De hecho, se había pasado todos los años de instituto temiendo ser ella misma.

Musitando algunas palabrotas, se quitó el jersey mientras sujetaba el volante con las piernas, y lo arrojó al asiento trasero.

–A la mierda el jersey –dijo, triunfalmente, mientras llegaba al hotel.

Cinco minutos después estaba de nuevo en el coche, con el tipo de ropa que llevaba en Nevada: pantalones vaqueros ajustados, botas de tacón y una preciosa camiseta de rayas.

Aquel día iba a recuperar su buena forma, demonios, y la ropa era un pequeño paso hacia delante.

Puso la radio y condujo hacia el pueblo con las ventanillas bajadas. Hacía frío, pero no le importó. Cuando llegó a la dirección que le había dado Nate, se dio cuenta de que era la puerta de al lado del Crooked R Saloon. Su primo estaba delante del bar, en la acera, y la saludó con la mano.

Gracias a Dios que tenía a Nate. Ella tenía a un hermano en el pueblo, pero su hermano nunca le ofrecía ayuda a no ser que él también saliera beneficiado. Nate, por el contrario…

Charlie salió del coche de un bote y le dio un abrazo.

–¡Gracias, gracias!

–Eh, eh, calma. No es para tanto. Siento que no te saliera bien lo del alojamiento en el hotel.

–Bueno, es que… –dijo ella. Lo soltó y se cruzó de brazos para disimular su nerviosismo. No quería mentirle, pero tampoco sabía cómo explicárselo–. La construcción del hotel lleva retraso y, lógicamente, están terminando primero las habitaciones que van a ser para los clientes de pago. Espero que mi apartamento esté acabado dentro de pocos meses.

–Creo que Rayleen quiere alquilar el piso todo el invierno. Seis meses, según me ha dicho Jenny.

–Claro, lo entiendo. Por supuesto. No tengo ningún problema con eso. Te agradezco muchísimo que me hayas encontrado un apartamento.

–Bueno, en realidad, el que lo ha conseguido ha sido Walker.

Charlie se quedó asombrada.

–¿Walker Pearce?

–Sí, ¿te acuerdas de él?

–¡Claro que me acuerdo! ¿Sigue viviendo aquí?

–En la Granja de Sementales, precisamente.

Vaya, pues eso tenía sentido. Walker era todo un ligón cuando estaban en el instituto. A ella le gustaba muchísimo, aunque siempre había procurado que no se le notara. En realidad, la mitad de las chicas del instituto estaban locas por él. Cuando ella le daba clases de apoyo en la biblioteca, durante la hora de comer, las chicas se paseaban por allí, y había un desfile de rubias, morenas y pelirrojas, las chicas más guapas del instituto. Las animadoras y las reinas del rodeo. Y Walker se cercioraba de que sonreía a todas y cada una de ellas.

Charlie siguió a Nate. Entraron en el edificio de apartamentos y subieron al segundo piso. El rellano de doble altura estaba muy limpio y era luminoso, porque la luz entraba a raudales por las ventanas de la vieja granja que flanqueaban la puerta principal.

–Toma la llave. Tienes que ir al bar a recoger el contrato de alquiler.

–Muy bien.

–Una cosa, Charlie. Si está Rayleen Kisler, es mejor que le des la razón en todo. ¿Conoces a Rayleen?

–He oído hablar de ella.

–Walker la convenció para que te alquilara uno de los pisos, pero ella preferiría tener a un inquilino más… –Nate se detuvo delante de la puerta del apartamento C y cabeceó–. Más grande y peludo.

Charlie sonrió.

–Entonces, ¿no ha dejado sus aficiones?

–No. Le sigue gustando mirar. Pero ha hecho una excepción contigo. Aunque hay otra mujer viviendo en el apartamento que hay justo debajo del tuyo. Se llama Merry Kade. Así que ha sido un milagro que Walker consiguiera meterte aquí.

–Tendré que encontrar la manera de agradecérselo.

–No te será difícil. Vive justo ahí –dijo Nate, y señaló con la cabeza el apartamento del otro lado del rellano.

Ella miró con sorpresa hacia la otra puerta mientras abría la suya. ¿Walker vivía allí mismo? Eso podía ser interesante. O irritante, si, después de tantos años, continuaba el desfile de mujeres guapas. A lo mejor podía sentarse en un escalón con un libro y saludarlas a todas, para recuperar algo de la diversión de su adolescencia.

Charlie entró al apartamento y vio las sencillas paredes blancas y el brillo del suelo de madera. No se parecía en nada a su estudio del hotel. No tenía electrodomésticos de alta gama ni detalles de madera. No tenía una chimenea con el frente de piedra. Era modesto, estaba vacío y tenía privacidad.

Exhaló un suspiro de alivio.

–Tengo unas cuantas cosas en un guardamuebles. Voy a ir a buscarlas en cuanto firme el contrato.

–Avísame –le dijo Nate–. Te ayudo a traer lo que necesites.

–No tienes por qué hacerlo.

–Vamos. Ya sé que eres una experta en seguridad, pero no eres tan fuerte.

Ella le dio un puñetazo en el hombro, pero él ni siquiera se inmutó. Sí, no era tan fuerte. Ni tan experta en seguridad. En realidad, su punto fuerte era la observación. La vigilancia. La información. O, por lo menos, antes sí lo era.

Empezó a costarle esfuerzo sonreír, y se dio la vuelta para que su primo no la viera. Fingió que observaba con atención el apartamento.

–Bueno, de acuerdo. Te llamaré cuando necesite ayuda.

–Perfecto. Tienes la llave. Que no se te olvide ir a ver a Jenny por lo del contrato.

–Ah, la nueva novia, ¿eh?

Su primo se ruborizó.

–En realidad, no es tan nueva. Llevamos juntos desde febrero.

Charlie sonrió.

–Vaya. Tu madre debe de estar como loca. Y yo estoy deseando conocer a esa mujer. –¿Quieres venir al bar conmigo ahora?

Ah, qué encantador era. Qué maravilla ser una de esas personas que creían en el amor.

–Dame unos minutos. Iré enseguida.

En cuanto se marchó Nate, Charlie dejó de sonreír y recorrió el apartamento. Aunque sus entradas estaban separadas por el descansillo, se dio cuenta de que el apartamento de Walker y el suyo compartían la pared del salón, del baño y de la habitación. Esperaba que los muros fueran gruesos. El Walker a quien ella había conocido no le parecía un chico que favoreciera el silencio en el dormitorio.

Se rio suavemente al pensar aquello. Después, fue revisándolo todo para hacerse una idea de lo que necesitaba para que aquella casa fuera cómoda. Sus pasos resonaban en el suelo y en el techo, recordándole lo vacías que estaban las habitaciones.

El estudio que había ocupado en el hotel estaba completamente amueblado, así que todas sus cosas, salvo la ropa y algunos objetos personales, estaban en un guardamuebles, pero tenía muchos muebles bonitos de su antigua casa de Tahoe. Podría llevar algunos de ellos a aquel apartamento sin ayuda. Podría alquilar una camioneta y llevar todas las cosas de la cocina aquella misma noche. Tendría su mesa y sus sillas. Sus lámparas. Tal vez, incluso, su cama. Demonios, prefería dormir en el suelo que volver al hotel. Eso le resultaba insoportable. La mera idea de pasar otra noche allí le ponía la carne de gallina.

Ya tenía bastante con trabajar en aquel lugar y no poder despedirse.

Apagó las luces y cerró la puerta con llave al salir. Quería terminar con aquella parte. Le dolía el estómago por haber tenido que mentirle a su primo, pero no había podido evitarlo. No podía reconocer que había sufrido otra derrota. Ya eran demasiadas para aquel año.

Tuvo que pestañear para poder contener las lágrimas de frustración. Lo peor había quedado atrás, de eso no había duda.

Después de vivir tantos años en Las Vegas y Tahoe, de forjarse una carrera profesional y hacerse una buena reputación, todo se había ido al traste, pero, a partir de aquel momento, las cosas iban a ser distintas. No iba a volver atrás. No iba a volver a ser quien era en Tahoe, ni tampoco en el instituto.

Salió de la Granja de Sementales y sonrió forzadamente. Si quería ser una mujer nueva, era el momento de empezar.

Demasiado sexy

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