Читать книгу Demasiado sexy - Victoria Dahl - Страница 7
Capítulo 2
Оглавление–La odio –gruñó Rayleen desde su mesa del rincón. Walker se dio cuenta de que le estaba hablando a él.
Miró a Jenny, que puso los ojos en blanco.
–Charlie ha venido a firmar el contrato de alquiler –le explicó.
Rayleen soltó un resoplido.
–Se ha presentado aquí con unos vaqueros ajustados y una sonrisa petulante. Tú me habías dicho que era una chica agradable, Walker.
–¿Y qué pasa? –le preguntó él, con verdadero desconcierto–. ¿Es que las chicas agradables no llevan vaqueros ajustados?
–No, claro que no. Y no entran aquí como si fueran las dueñas del bar.
–Rayleen –dijo Jenny, con un suspiro–. Charlie ha sido muy amable. Lo que pasa es que no te ha caído bien porque no ha mordido tu anzuelo.
–¿Qué anzuelo? –le espetó la anciana a Jenny.
–Oh, bueno, pues cuando le has dicho que preferías a una persona más acorde con el nombre de Charlie, y ella ha guiñado el ojo y te ha dicho que también preferiría a un vaquero antes que a sí misma.
–Impertinente.
–¿Como tú?
Walker se ladeó el sombrero.
–A mí me gustan las chicas animadas y alegres. De lo contrario, ¿por qué iba a venir tan a menudo a tu bar, Rayleen?
–¡Pues porque está en la puerta de al lado de tu casa y no tienes trabajo!
–Vamos, vamos. Tengo bastantes puestos entre los que elegir, y voy a ponerme a trabajar muy pronto.
Rayleen hizo un gesto de desdén con la mano.
–Tú eres el que me metió en esto. No te hablo más.
–¿Es que quieres que me dé la vuelta para poder mirarme el trasero, Rayleen?
–Es una buena idea. Así tendré buenas vistas y no tendré que hablarte. Vamos, date la vuelta.
–Bueno, pero solo porque me lo has pedido con mucha amabilidad.
Walker se dio la vuelta y arqueó las cejas mirando a Jenny, que se inclinó hacia delante.
–Charlie ha sido encantadora. Rayleen quería intimidarla, pero Charlie encajó sus pullas con una sonrisa y un guiño. Más o menos, como tú, pero sí la parte de vaquero curtido.
–¿Qué parte de vaquero curtido? –preguntó Walker.
–Eres horrible.
–Vamos, vamos. Eso no es lo que has oído decir.
Jenny se echó a reír.
–Verdaderamente, eres incorregible, Walker.
–Eso sí tengo que reconocerlo. ¿Ya se ha instalado Charlie? Todavía no la he visto.
–Nate le dio las llaves hace dos horas, y se ha llevado el contrato al apartamento para leerlo. Eso tampoco le ha gustado a Rayleen. Ella prefiere los vaqueros que firman sin mirar el papel.
–En el fondo, somos unos aventureros.
–O unos tontos románticos.
–Eso también.
Ella le guiñó un ojo.
–¿Quieres una cerveza?
–No, no. Tengo que ir a ver a la nueva inquilina, y me he enterado de que hay un puesto de trabajo para el invierno cerca de Yellowstone, así que después voy a pasar por allí para ver de qué se trata. Para el otoño no tengo problema, pero quiero encontrar un trabajo para mantenerme esta primavera.
–Encontrarás algo, Walker. A la gente le gusta tu cara.
–Ja. Eso sí –dijo él.
Afortunadamente, a la gente le caía bien. Era una de sus grandes ventajas. De lo contrario, solo sería un vaquero más, un buen vaquero, bueno con las manos y con los caballos, eso sí. Dispuesto a soportar el calor y el frío, la nieve y la lluvia, el sueldo bajo y el trabajo físico, durante cincuenta años.
–Bueno, nos vemos luego, Jenny. Que tengas un buen día, Rayleen.
Rayleen le hizo un gesto desdeñoso sin levantar la cabeza.
El enfado se le pasaría, y Charlie tenía un sitio donde quedarse. Él ya había hecho su buena acción, y tenía que resolver sus propios problemas.
Encontrar trabajo no era difícil. Había trabajado varias veces para un viejo ranchero y era muy posible que le hicieran un contrato fijo en primavera. Y tenía ahorros para pasar el invierno. Las cosas le irían bien.
Pero… si corrían rumores sobre él y la mujer de su jefe… Entonces sí iba a pasarlo mal. Todos los jefes estaban casados, y ninguno quería que su mujer se acostara con un empleado.
Sin embargo, había algo más que le estaba molestando. Tal vez…
Dejó de pensar al ver a la mujer que estaba intentando subir una mesa redonda bastante grande por los escalones de la Granja de Sementales.
–¿Charlie? –dijo él, y se apresuró a quitarle la mesa de las manos.
Ella alzó la vista y abrió mucho los ojos. Eran de color gris.
–¡Oh, Dios mío! Walker, ¿eres tú el que está detrás de esa barba?
–Sí, el mismo –respondió él, con una sonrisa que iba aumentando a medida que la veía bien. Seguía siendo una monada de chica. De hecho, había pasado de ser mona a ser muy guapa durante aquellos últimos diez años–. Me alegro mucho de verte, Charlie. ¿Quieres que te lleve esta mesa a algún sitio? –le preguntó.
Ella lo miró con algo de irritación.
–No puedo creer que hayas agarrado esto como si no pesara nada, cuando yo he tenido que traerla rodando por el césped desde el coche.
–Eso ya lo veo –dijo Walker, apartando algunos trozos de hierba de la mesa. La alzó por el aire y se la colocó sobre el hombro–. Venga, vamos. Yo la subo.
–Gracias.
–Después de ti –dijo él. Ella le abrió la puerta y empezó a subir las escaleras.
Walker la siguió y se dio cuenta de que Charlie seguía siendo atlética, delgada y fuerte. Pero no tan delgada como en el instituto. No, ahora tenía caderas, y un buen trasero. Y unas botas de cuero negro que se le ajustaban a las pantorrillas. Y el mayor cambio de todos era que llevaba unos pantalones vaqueros ajustados.
Sí, obviamente, Charlie seguía siendo tan guapa como antes. O, quizá, más aún.
Walker miró la puerta de su apartamento cuando pasaron por delante.
Verdaderamente, estaba muy cerca.
Mierda. Tal vez aquella buena acción suya tuviera consecuencias, después de todo.
–Dios mío –murmuró Charlie, entre dientes, al ver cómo se le flexionaban los bíceps a Walker Pearce cuando metía su mesa de pino por la puerta del apartamento.
Llevaba una camisa de color gris, bastante desgastada, con el logotipo de Stetson, unos pantalones vaqueros ajustados, unas botas muy viejas y un sombrero de vaquero de color negro, cuya ala proyectaba una sombra sobre sus ojos azules. Pero eso era mejor, porque no quería ver sus ojos sonrientes en aquel momento. Estaba demasiado ocupada mirando su cuerpo.
En el instituto no tenía los hombros tan anchos ni los brazos tan musculosos. Y no era tan alto. Dios, ahora debía de medir un metro noventa centímetros. Era como una versión peligrosa y prohibida del Walker del que ella había estado enamorada. Y el sentimiento volvió a la vida inmediatamente, junto a un cosquilleo en sus partes más sensibles.
Él dejó la mesa junto a la barra de desayunos de la cocina.
–¿Está bien aquí?
–Ah, sí. Perfecto.
Charlie le miró la mano izquierda para asegurarse de que no llevara anillo, aunque no se imaginaba casado a Walker. Sería un marido terrible. Era despreocupado y no tenía objetivos, y lanzaba invitaciones llenas de feromonas a todos los ovarios del pueblo.
Todavía estaba intentando asimilar toda su imagen cuando, de repente, su pecho llenó toda su visión. Él la había abrazado.
–Bueno, y ¿qué tal estás, Charlie?
La apretujó con tanta fuerza que a ella se le escapó todo el aire de los pulmones. Cuando volvió a soltarla, ella inhaló con fuerza y se llenó los pulmones con su olor. Un olor a cuero, a heno y a cielo despejado, y a algo especiado, delicioso, que le hizo la boca agua.
–Tienes muy buen aspecto –le dijo él, mirándola con atención–. Te ha venido bien la vida en la ciudad.
Ella quería decir algo ingenioso, algo sexy. Pero, por primera vez desde hacía diez años, volvió a ser aquella chica de instituto demasiado tímida e insegura como para coquetear con Walker Pearce.
–Gracias.
–¿Qué más puedo hacer por ti, cariño? ¿Tienes una cama?
–¿Eh? –preguntó ella, mientras notaba que le ardían las mejillas, como si su cuerpo no quisiera que él supiese lo que había estado pensando. ¡Qué cuerpo tan estúpido! ¿Una cama? «¡Sí, por favor, una cama!».
–Me imagino que no habrás podido traer un colchón tú sola hasta aquí.
–¡Ah, una cama! –exclamó ella, mientras se reía nerviosamente–. Gracias, Walker. Está abajo, en la furgoneta de alquiler. Voy a ayudarte.
–No, quédate aquí deshaciendo las cajas. Yo te subo la cama en un abrir y cerrar de ojos.
Aquella era su oportunidad. Podía decirle, en broma, que se quedara para probarla cuando la hubiese subido. Lógicamente, no iba a meterse en la cama con él a los pocos minutos de haberse reencontrado, pero así le indicaría que era una posibilidad. Plantaría la semilla. Pero, no. Al final, se quedó mirándole el trasero mientras él se alejaba. Era un buen trasero, fuerte y musculoso.
Ay, aquello era como en el instituto. Siempre mirándolo desde lejos, aunque él estuviera muy cerca.
–Mierda –murmuró, y le dio una patada a la caja que tenía más cerca. Al oír el tintineo de los platos, se dio cuenta de que era mejor calmarse. Aquello no era el instituto, y ella había vivido muchas cosas desde entonces. Walker Pearce ya no era demasiado hombre para ella. Y, demonios, si lo fuera, su sueño se habría convertido en realidad: un vaquero grande y fuerte con quien cabalgar hacia la puesta de sol. Pero solo hasta la puesta de sol. Era mejor empezar las mañanas desde cero, sobre todo, con un chico tan voluble como Walker.
Charlie tomó la caja que acababa de patear y se la llevó a la cocina. Al abrirla y ver el color amarillo de sus platos, se sintió como si se le hubiera quitado un peso de los hombros. Acababa de mudarse y ya se sentía como en casa, mucho más de lo que se había sentido en el apartamento del hotel.
Le había entusiasmado aquel precioso estudio que le habían destinado como alojamiento. No era el procedimiento normal, pero ella no se había preguntado por qué tenía tan buena suerte. Había pensado que era consecuencia de ser amiga de Dawn, la directora del hotel y mujer del propietario. Dawn le había explicado que querían tener a un responsable de la seguridad siempre presente en las instalaciones, y lo había dejado así.
Sin embargo, Charlie se había dado cuenta de que aquel precioso apartamento no era más que una jaula.
Mientras sacaba los platos amarillos, recordó que tenía que volver al hotel a las ocho de la mañana, y frunció el ceño. Bueno, solo era un trabajo.
Walker entró poco después por la puerta, con la estructura de la cama en un brazo y el cabecero sobre el hombro. Llevó el mueble al dormitorio.
Ella lo siguió para mirarlo mientras él colocaba el cabecero de madera contra la pared, y se agachó para ayudar cuando Walker empezó a encajar la estructura en el cabecero.
–No tienes por qué hacer esto, Walker.
–Llevabas demasiado tiempo viviendo en Nevada si crees que un buen chico de Wyoming va a dejar que una mujer tire sola de sus muebles.
Ella sonrió.
–Supongo que tienes razón. Tengo que acostumbrarme otra vez a Wyoming. Más caballerosidad, menos juego y prostitución legalizada.
–Hay diferencias sutiles, pero las percibes, si sabes mirar.
–Gracias por el consejo. Voy a guardar mis tacones y mis plataformas y a tratar de encajar.
Él le guiñó el ojo y siguió encajando la estructura y el cabecero.
–No tienes por qué ser tan drástica, cariño. Sé tú misma, y todo saldrá bien.
Ella soltó un resoplido al oír aquella expresión de afecto. No iba a tomárselo en serio, porque Walker flirteaba con todo el mundo. Ella siempre había sido lo suficientemente lista como para darse cuenta. Sin embargo, por fin estaba preparada para devolverle aquellos flirteos.
–¿Tienes cervezas en ese frigorífico de la puerta de al lado, Walker? Podemos divertirnos mientras trabajamos.
No pareció que él se percatara de su sonrisa sugerente.
–Sí, bueno, siempre tengo cerveza, pero es que tengo que irme a Yellowstone y voy a tardar un par de horas. Pero, si quieres, traigo un par de botellines.
–No, no hace falta. Si tienes que irte, deberías irte.
–Pero ¿es que no has oído lo que te he dicho sobre los buenos chicos de Wyoming?
Niña, voy a tener tu cama preparada en cinco minutos.
Niña. Como el instituto. Charlie se irguió. Ella ya no era ninguna niña, y no era su compañera, ni su tutora, ni su atleta favorita. Aunque él no pudiera verlo todavía, iba a verlo.
A ella siempre le habían gustado los retos.
–Bueno, pues ve a recoger lo que falta de la estructura, machote de Wyoming. Esta noche, si te veo en el Crooked R, te invito a una cerveza.
–Trato hecho –le dijo él. Pasó por delante de ella y le revolvió el pelo.
Le revolvió el pelo.
Increíble. Eso fue lo que hizo falta para que se decidiera: Walker iba a caer en sus redes. Sin poder evitarlo. Y frecuentemente, además. Por fin iba a poder experimentar algo bueno con Walker Pearce. Por lo que había oído decir, era muy muy bueno.
Hacía varios meses que no mantenía relaciones sexuales con nadie, trabajando en un hotel que todavía no se había inaugurado, no había tenido demasiadas oportunidades. Sin embargo, la oportunidad definitiva estaba delante de ella. Y vivía en la puerta de al lado.