Читать книгу Demasiado sexy - Victoria Dahl - Страница 9
Capítulo 4
ОглавлениеA la mañana siguiente, Charlie se puso delante del espejo del baño y observó los efectos de su resaca. Tenía un color muy poco atractivo en la cara y el estómago, muy revuelto.
Hacía años que no tenía una resaca. Durante el primer año que había pasado en Las Vegas, después de unas cuantas noches muy poco recomendables, había aprendido a dosificar el alcohol.
Sin embargo, la resaca no era lo que le importaba. Hubiera temido ir al trabajo de cualquier forma. Iba a ser un mal día, con o sin el estómago revuelto y un buen dolor de cabeza. Por lo menos, la noche anterior se lo había pasado muy bien flirteando con Walker.
Con resignación, se bebió un buen vaso de agua, se duchó, se vistió y se maquilló para disimular las ojeras. Después, salió de casa y se puso en camino al Meridian Resort.
Al principio, había creído que aquel trabajo era su tabla de salvación, que Dawn iba a ayudarla porque era una vieja amiga suya. Sin embargo, ahora se sentía como si estuviera atada a las vías del tren, preguntándose qué había ocurrido.
Claro que,aquella situación no era exactamente algo que había ocurrido por casualidad. Ella era la que se lo había hecho a sí misma. No deliberadamente, claro, sino por su estupidez. Se había pasado veintinueve años pensando que no era tonta y, en un abrir y cerrar de ojos, la habían detenido por conspiración para cometer un delito. Y había aprendido la lección.
Llegó al pueblo de Teton enseguida, en menos de un cuarto de hora. Era una zona llena de preciosos hoteles y enormes casas de campo. La arquitectura era exquisita y el paisajismo estaba diseñado para mezclarse a la perfección con la nieve y el hielo. Hacía tres semanas, sentía entusiasmo mientras recorría aquel camino hacia el Meridian Resort, pensando que era estupendo tener aquella oportunidad.
Apretó los dientes mientras esperaba a que se abrieran las puertas del aparcamiento de empleados, mirando fijamente hacia delante para no fulminar con los ojos la diminuta cámara que había a su izquierda. Entró en el garaje y aparcó en su plaza. Otra pequeña cámara la observó durante su camino hacia la puerta de acero del muro de hormigón. En el piso de los huéspedes del hotel, las paredes de cemento estaban pintadas de un bonito color beis, y las puertas de emergencia estaban chapadas en madera. Sin embargo, el piso de los empleados tenía el aspecto de una cárcel. Apropiado.
Subió un tramo de escaleras y se dirigió a las oficinas del sótano, donde estaba el departamento de seguridad.
El despacho de Dawn estaba dos pisos más arriba. Tenía los techos muy altos y unas preciosas vistas. Sin embargo, Charlie no se sorprendió al verla sentada en una de las sillas de metal que había junto a la puerta de su despacho.
Dawn sonrió.
–Vaya, qué rápida eres, Charlotte.
–¿De qué estás hablando? –preguntó ella, con un suspiro, mientras abría la puerta de su despacho. En realidad, era tonta por molestarse en cerrar con llave, puesto que Dawn tenía las llaves de todas las cerraduras, y las utilizaba.
–No has pisado tu apartamento desde ayer. Supongo que ya has hecho nuevos amigos.
Charlie tuvo que contenerse para no poner cara de frustración mientras rodeaba su pequeño escritorio para sentarse.
–Lo que yo haga fuera del horario de trabajo no es asunto tuyo.
–Siempre y cuando no te acuestes con otros empleados del hotel, querrás decir. Ni con nadie de la dirección.
Su tono de voz siempre era amable, como si quisiera ayudar, lo cual hacía que sus palabras sonaran aún más amenazantes.
–No te preocupes por eso.
–Con tu historial, hay que tener cuidado, ¿no crees?
Charlie cerró los ojos con fuerza para no tener que ver la cara de angelito de Dawn.
–Ya te he explicado lo del encargado de mantenimiento. Dos veces. Y tu marido…
–No, no, a mí no me preocupa mi marido, Charlotte. A él le gustan las chicas buenas, como yo. No se arriesgaría a perder todo lo que ha conseguido solo por unos momentos de sórdido… ¿Cuál es la palabra que estoy buscando?
–¿Placer? –murmuró Charlie, pensando que Dawn debía de ser un auténtico aburrimiento en la cama, dado que era tan estirada que, seguramente, ni siquiera se rebajaría a decir algo sucio y, mucho menos, a hacerlo.
–No –dijo Dawn, secamente–. Vicio. O depravación.
–Deberías probar algo nuevo. A lo mejor te gustaría.
Dawn ya no tenía una expresión angelical. Se le habían puesto las mejillas muy rojas.
–Intercedí para que te dieran este trabajo, a pesar de tu reputación. No te querían en ningún otro sitio. No deberías olvidarlo.
Como si pudiera olvidarlo. Aquel era el único motivo por el que estaba sentada allí.
–¿Por qué?
–Porque, si se te olvida, vas a…
–No, me refiero a por qué quisiste tú contratarme.
Dawn respiró profundamente y se atusó la melenita rubia. Después, volvió a sonreír.
–Porque somos amigas. Y yo no soy de la clase de personas que le dan la espalda a una amiga en apuros.
Estaba loca. Esa era la única explicación. Dawn debía de haber perdido el juicio después del instituto. En aquel tiempo, sí, ya era un poco estirada y estaba en posesión de la verdad, pero era normal. Sin embargo, lo de ahora no era nada normal.
–Nadie más te habría contratado, Charlotee.
–Sí, eso ya me lo has recordado –dijo ella.
Era la verdad. Había enviado muchos currículum vítae y, con su educación y su experiencia profesional, debería haber conseguido entrevistas rápidamente. Sin embargo, no había recibido ni una sola llamada de teléfono. Hasta que Dawn se había puesto en contacto con ella.
–Y nadie volverá a darte trabajo si te marchas de aquí de mala manera.
Eso también era cierto. Tenía que aguantar, aunque solo fuese una temporada. Solo hasta que empezara a olvidarse lo que había ocurrido en Tahoe. Si consiguiera seguir trabajando allí uno o dos años, entonces sí podría empezar a buscar otro puesto, discretamente. Incluso, tal vez, marcharse al Este.
–Tienes que conseguir que esto funcione, Charlotte. Y yo estoy encantada de ayudarte, pero esperaba que cooperaras un poco más. Hoy estás muy desagradable. No sé qué te pasa –le dijo, y señaló con una mano la sexy falda negra de tubo que Charlie se había atrevido a ponerse–, pero tienes que cambiar de actitud.
Ella respiró profundamente. Sí, tenía que cambiar de actitud. Dawn era su jefa, al fin y al cabo.
–Y deja de confraternizar con los ejecutivos.
–Cuando tomé esa copa con tu marido, fue solo eso, una copa. Él quería comprobar qué tal funcionaba la carta del restaurante, y…
–Por supuesto que solo fue una copa –le espetó Dawn.
Charlie tuvo ganas de gritar de la frustración. Estaba completamente perdida. Volvió a tomar aire y abrió el ordenador portátil de su escritorio.
–Tengo que ponerme a trabajar.
–Pues sí. ¿Va a estar todo preparado a tiempo?
Charlie asintió. La inauguración del hotel se celebraría a las tres semanas y, como ella quería dar buena impresión, iba adelantada con el trabajo. Sin embargo, no podía retrasarse. Para empezar, mantenerse ocupada la ayudaba a contener el impulso de salir corriendo de allí.
–Muy bien. Volveré más tarde a ver qué tal va todo.
–Ya lo sé –musitó Charlie.
Dawn iba a vigilarla varias veces al día. Y, seguramente, también había ido varias veces por la noche, antes de que Charlie se hubiera marchado del estudio del hotel.
–Voy a dejar abierta la puerta de tu despacho –dijo Dawn, mientras se marchaba con sus zapatos de tacón de quinientos dólares. Sin poder evitarlo, Charlie sintió celos de aquellos zapatos tan impresionantes. En cuanto llegara a casa, ella también iba a ponerse unos tacones.
Por lo menos, había empezado a pasársele la resaca. Se sirvió una taza de café con leche y azúcar y se sentó a trabajar. Tenía que comprobar las referencias de todos los empleados que iban a ser contratados antes de la inauguración. Aunque ya estaban instaladas casi todas las cámaras de seguridad, no había mucho que monitorizar todavía, pero sí había muchas comprobaciones que hacer en cuanto al personal.
El responsable de seguridad de un hotel no podía cometer el error de contratar a alguien con antecedentes por robo o por agresión sexual. Un hotel de lujo como aquel tenía que mantener una impecable reputación. A ella le preocupaba más la seguridad, pero, por suerte, aquellas dos preocupaciones coincidían.
Se había cerciorado de que colocaran más cámaras de seguridad de las que había previstas en un principio en las zonas reservadas al personal. Eso era algo muy común en los hoteles dedicados al juego, en los que la dirección tenía especial interés en perseguir los posibles robos de los empleados. Sin embargo, Charlie había descubierto que las grabaciones de seguridad también eran de gran ayuda para descubrir y despedir a los encargados o superiores que acosaban a las empleadas. Había pocas cosas más gratificantes que enseñarle una grabación comprometedora a un imbécil que creía que podía actuar con impunidad porque sus subalternas eran mujeres que no hablaban bien inglés.
Pero, por el momento, en el Meridian Resort aquellas zonas seguían vacías, así que era hora de dedicarse a la comprobación de los currículum de los aspirantes.
Pasó una hora trabajando con plena concentración. Su dolor de cabeza desapareció, y con tres tazas de café, consiguió aclararse la mente. Dejó a un lado los currículum de los dos candidatos que le habían causado desconfianza, con intención de seguir investigándolos después de la hora de comer. Antes, tenía que hacer una investigación más personal.
La sala de seguridad era una cueva de luces oscuras y pantallas de vídeo muy brillantes, cuya iluminación le habría destrozado la cabeza unas horas antes. Sin embargo, ya estaba recuperada y preparada para poder entrar. Eli, uno de los guardias de seguridad, estaba en la sala, pero estaba haciendo un crucigrama. Si el hotel hubiera estado en funcionamiento, le habría cantado las cuarenta, pero, en aquel momento, le pareció superfluo.
–Hola, Eli. Por favor, ve a hacer rondas por las zonas de obras para que todos sepan que estás por aquí.
–Entendido –dijo él, y asintió amablemente.
Algunas veces, los guardias de seguridad eran unos machistas a quienes no les agradaba tener a una mujer como superior, pero ella había conseguido formar un buen equipo. Sin embargo, no sabía cuánto iba a durar. Las faltas de respeto de Dawn empezarían a conocerse entre el personal. Tenía que averiguar qué le ocurría a aquella mujer y detenerlo todo antes de que empezaran a correr los rumores.
Cuando Eli se marchó, ella tomó la cinta de la cámara que cubría el pasillo de su estudio, que estaba en el primer piso. Su apartamento estaba cerca de los ascensores, así que la cámara estaba a muy pocos metros de su puerta.
Hizo avanzar la grabación rápidamente para ver varias horas de vídeo en pocos minutos. Cuando llegó a las once y cinco de la noche, Dawn apareció en el pasillo, y Charlie ralentizó el avance de la grabación. No le sorprendió ver que Dawn llamaba a la puerta varias veces. Sin embargo, sí se sorprendió al ver que agarraba el pomo de la puerta, como si pensara que ella no iba a dejarla cerrada con llave o, peor aún, que no tuviera ningún problema con el hecho de que su jefa quisiera abrir la puerta de su estudio sin permiso.
Al ver que la puerta no se abría, Dawn miró el pomo un largo rato, con cara de pocos amigos. Después, se giró a mirar directamente a la cámara.
A Charlie se le puso la carne de gallina.
En el vídeo, Dawn fruncía el ceño y, después, se alejaba. Charlie rebobinó la cinta y la detuvo.
Aquella no era una de esas cámaras que se utilizaban en las tiendas veinticuatro horas. Era una cámara digital que proporcionaba unas imágenes nítidas. Ella había podido ver con toda claridad la tensión que desprendía la mirada de Dawn. La expresión furtiva de su boca.
La gente siempre se sorprendía al saber que Charlie trabajaba en aquel sector, pero la seguridad ya no era cuestión de tener en nómina a unos tipos grandes con armas escondidas. Bueno, no era solo cuestión de eso, aunque aquellos tipos todavía tenían su parte en el ecosistema. Hoy día, sin embargo, lo más importante era la prevención, y no los agentes. A ella se le daba muy bien analizar a la gente. Percibía las interferencias que alteraban la normalidad, y las pequeñas señales que revelaban las intenciones de las personas, y sabía adelantarse a ellas.
Después de la trampa que le habían tendido en Tahoe, había perdido un poco de confianza en sí misma, pero no era necesario ser muy experta para entender lo que estaba pensando Dawn. Su mirada era de irritación y arrogancia hacia la cámara: «Si no fuera por esa dichosa cámara, podría utilizar la llave maestra para entrar».
Pero… ¿por qué? ¿Por qué quería entrar? Era cierto que ella se había reunido con el marido de Dawn para tomar una copa, pero si Dawn estaba tan paranoica pensando que ella pudiera ser una mujer fatal, ¿por qué le había dado aquel trabajo? No tenía sentido.
En el instituto, a pesar de que tuvieran aficiones distintas, eran amigas. Ella ocupaba su tiempo con el voleibol, el atletismo y las tutorías, y Dawn era la presidenta del consejo de estudiantes y la directora de la sociedad del honor, y se había encargado de dirigir la mitad de las organizaciones de voluntariado de los estudiantes. Sin embargo, tenían una cosa en común: ni Sandra, ni Dawn, ni ella, ni otras cuantas chicas trabajadoras y estudiosas como ellas, tenían éxito con los chicos. Mientras otras chicas estaban bebiendo cervezas alrededor de una hoguera con vaqueros adolescentes y llenos de lujuria, su grupo y ella estaban, normalmente, en el colegio. Se decían las unas a las otras que preferían reservarse para el matrimonio, y que esas chicas tan fiesteras no iban a llegar a ninguna parte. Y cabeceaban con indignación por su falta de sentido común.
Sin embargo, también las envidiaban, en secreto. Al menos ella que hacía de tutora para aquellos chicos en la biblioteca después de las clases. Algunas veces, incluso había ido a sus casas y se había sentado en sus habitaciones con ellos. Sin embargo, nunca había corrido el peligro de convertirse en una descarriada. Ella era solo Charlie, era como uno de los chicos. Otra de las corredoras del equipo de atletismo. Más alta que la mayoría de ellos, y con el pecho plano, además. Ellos salían con ella como si fuera uno más. Le pedían que les dejara copiar sus deberes. Le daban un empujón con el hombro cuando hacían una broma y, después, se iban a ligar con las otras chicas.
Así que ella decía que no quería tener nada que ver con ellos, ni con sus manos inquietas, ni con sus bocas malhabladas, pero ¡vaya si no se imaginaba cosas!
Por suerte, cuando se había marchado a la universidad había conocido a un grupo de amigos nuevos, y había adoptado otro papel. Y había pensado que Dawn, también. Sin embargo, ahora se daba cuenta de que lo único que había hecho Dawn era volverse todavía más tensa y estirada.
Charlie cabeceó y volvió a poner la grabación en marcha. Vio el resto de las horas, pero no había sucedido nada más. Se le llenaron los ojos de lágrimas.
En Tahoe, su instinto había fallado, pero no iba a permitir que volviera a suceder. Dawn estaba celosa, eso era todo. Tal vez su marido hubiera hecho algún comentario estúpido sobre el trasero de Charlie, o algo por el estilo. Tal vez Dawn esperaba que ella siguiera siendo la misma persona que en el instituto. Fuera cual fuera el motivo, aquel era un problema de Dawn, no suyo. Ella no iba a permitir que la implicara. Dawn había empezado a espiarla y a hacer comentarios sobre sus idas y venidas, y dando a entender que era una roba maridos, así que ella había tenido que dejar el estudio y buscarse otro alojamiento. Punto.
No iba a ponerse paranoica, no iba a asustarse. No iba a convertirse en una de esas personas que se dejaban arrastrar por la vida, que se llevaban revolcones y golpes cada vez que la corriente era demasiado fuerte. Como su madre, que nunca era capaz de sujetarse a nada, que nunca había podido encontrar un asidero.
No. Ella iba a trabajar mucho. Dejaría que se olvidara el escándalo de Tahoe. Pagaría las facturas de los abogados y, después, buscaría otro trabajo en otro sitio, lejos de Meridian Resort.
Sin embargo, por el momento, era suficiente con tener el apartamento en la Granja de Sementales. Se sentía un poco más fuerte, un poco más confiada. Aunque hubiera tocado fondo, había vuelto a levantarse, y no estaba dispuesta a dejar atrás las mejores partes de sí misma.