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Prólogo. Jóvenes y vitales a los 80, ¿por qué no? Una pequeña introducción a los estudios etarios1

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“La edad es intermitente”

Glenda Laws

El pasado 18 de septiembre de 2020 fallecía Ruth Bader Ginsburg a los 87 años de edad, jueza del Tribunal Supremo (Supreme Court) de los Estados Unidos. Con casi 30 años de carrera en el alto tribunal, la jueza Ginsburg ha devenido en una especie de icono pop por su carácter fuerte y decidido en la defensa de los derechos civiles, curtida en mil batallas feministas y de justicia social (racial y LGBTI+). La jueza Ginsburg ha sido un ejemplo para jóvenes estadounidenses y del mundo entero por su lucha, su trabajo y su tantas veces encarnizada defensa de posiciones progresistas a favor de los sectores más desfavorecidos de la sociedad norteamericana. Los jóvenes llevaban su imagen en camisetas, carpetas, cuadernos y todo tipo de memoralia. Una mujer de 87 años, icono de la juventud.

No es el único ejemplo. Lo hemos visto también con Bernie Sanders, que con 79 años de edad ha sido, en las dos últimas campañas electorales norteamericanas, el líder más valorado y seguido por la juventud, llegando a congregar a 25.000 jóvenes en Los Ángeles el 2 de marzo de 2020.

Y un último ejemplo, la incombustible Jane Fonda, actriz, militante desde su juventud en la defensa de los derechos civiles, raciales, feministas y por la diversidad sexual e identidad de género y, más actualmente, dura defensora de los derechos medioambientales, luchadora contra el cambio climático e impulsora del Green new deal, liderazgo que le ha valido numerosos arrestos por parte de la policía que, sin embargo, no se atreve a llevarla ante los tribunales. Fonda, protagoniza una serie, Grace and Frankie, donde prácticamente se interpreta así misma, una mujer en los ochenta, fuerte, peleona, autónoma y sexy. ¿Por qué no? Jane Fonda se ha convertido de nuevo (todo el mundo recuerda a una joven Jane Fonda peleando contra la guerra de Vietnam) en un icono para la juventud por su compromiso, pero ahora con sus 83 años.

Se puede ser joven y vital con 80 años. Todo depende del “espejo sociocultural” en que se mire. No únicamente tiene en esto voz la medicina. Desde un punto de vista geriátrico, seguramente Ginsburg, Sanders o Fonda deberían estar dando paseos al sol y ser personas alejadas de la vida pública y laboral, aparcadas y apartadas, ¿inservibles? Pero han decidido que su edad les sirve también para aportar su experiencia de vida. Están en los ochenta. Y ¿qué?

La profesora Margaret Morganroth Gullette del Women’s Studies Research Center de la Brandeis University, una de las grandes investigadoras en esa área de conocimiento que llamamos “Estudios Etarios (Age Studies)”, afirma que las etapas en las que se suele dividir la edad de las personas son “un gran catálogo de ficciones”2, puesto que no son más que un constructo cultural, unas fronteras borrosas que no están basadas en ninguna objetividad, donde la catalogación de las edades y las generaciones van y vienen, se estrechan o se amplían a conveniencia de los tiempos. ¿Cuál es el margen de edades que comprende la juventud? ¿Qué años son los que incluye el concepto de la “mediana edad”?

Ninguna objetividad. Lo que sí sabemos es que no es un asunto que afecta de modo único (ni exclusivo) a la gerontología, ni a la geriatría o, en general a la medicina, puesto que el envejecimiento biológico está mediado por la construcción cultural: envejecer no es lo mismo siendo rico o pobre, siendo mujer o siendo hombre, o siendo hombre gay o siendo una mujer lesbiana o una mujer transexual (que desgraciadamente no llegan en muchos países a esa edad al ser asesinadas mucho antes; el horror de los transfeminicidios aumenta año tras año en todo el mundo).

El envejecimiento no es un asunto únicamente de edad, no es únicamente una cuestión biológica y/o sanitaria y/o medicalizada, sino una experiencia vital personal y social, comunitaria y cultural con implicaciones en la economía, la política y toda la variedad de circunstancias materiales y psicológicas que la rodean.

Es por ello que los estudios etarios, los estudios sobre la edad y el envejecimiento, son un área de estudio marcadamente interdisciplinar donde se cruzan también con los estudios culturales y los estudios de género y, como demuestra este libro, con los estudios fílmicos, televisivos y audiovisuales, porque de lo que se trata es de estudiar los discursos, las prácticas y representaciones que construyen el significado social y cultural de la edad y del envejecimiento y, así, estudiando sus manifestaciones, expresiones y representaciones, ayudar a entender cómo se crea la visión limitada de las etapas de vida de las personas, de la vejez y la discriminación por edad así como la división por edad y generaciones.

Así, hemos pasado de una preocupación (y estudio) desde la medicina y la salud, a un estudio cultural de la edad y el envejecimiento de las personas. Y es que, por un lado, la esperanza de la vida crece (de ahí el inestable concepto, por ejemplo, de “juventud” o “mediana edad”, que cada vez abarcan más años) y, por otro lado, la invisibilización y el vacío social, cultural, económico y político de las personas mayores aumenta. Se da constantemente una discriminación por edad y nos parece lo más normal del mundo ("este ya no es su tiempo"), a la vez que el imperio de la juventud pretendidamente perpetua intenta ocuparlo todo a nivel social, cultural pero también laboral y económico (prejubilaciones con apenas 50 años, por ejemplo). Es la marginación de la arruga. Y la decadencia masculina entra ahora, ya, en juego: el hombre maduro hetero pierde su encanto y protagonismo; obviamente el gay queda, como siempre, absolutamente borrado (incluso de Grindr). Es la exaltación de la piel tersa y firme. El futuro económico glorioso de los cirujanos plásticos. Pero es, y tenemos que tenerlo claro, una ideología, un constructo, un artificio (del capital).

Los estudios culturales han insistido e insisten (con razón) en sus estudios sobre género, clase, orientación sexual y raza, pero debemos aplicar también nuestra atención a la edad como lo venimos haciendo con el resto de categorías de la diferencia. Es otra realidad trasversal. Es otro factor que debemos siempre incorporar en nuestros estudios. También la edad tiene unas implicaciones de clase (se habla ya de “clase etaria”), raza y sus implicaciones particulares de género y diversidad sexual, así como de exclusión.

Debemos aportar otra visión crítica frente al planteamiento imperante; como diría Chenoa, no plastifiques mi corazón / ya estoy cansada de cuerpos duros3.

Y en el área de las representaciones audiovisuales tenemos un gran campo de trabajo en esa línea: aportar crítica a las representaciones y discursos que se manejan en los medios y, además, siguiendo la tradición de los estudios culturales, deberíamos hacer hincapié en la autorrepresentación de las personas ancianas, en ser capaces de acometer y ver su propia mirada sobre sí, con toda su complejidad, con toda su diversidad.

Este libro es, sin duda, un buen ejemplo de ello.

Francisco A. Zurian

1 Quiero expresar mi agradecimiento al Grupo de Investigación AdMira de la Universidad de Sevilla (y muy especialmente a su directora la profesora e investigadora Virginia Guarinos) por su amable invitación a unirme con un breve texto introductorio a este magnífico libro.

2 “Los estudios etarios como estudios culturales. Más allá del slice-of-life” en Debate feminista, Vol. 42, 2010, octubre, Disponible en:

http://debatefeminista.cieg.unam.mx/df_ojs/index.php/debate_feminista/article/view/821/726.

3 Chenoa: “Cuando tú vas”, canción compuesta por William Luque, 2002.

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