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Razón y pasión, como base de construcción del oficio y la tarea

María del Carmen Ludi (1)

La importancia de las convicciones

Cuando terminé la secundaria, comencé a estudiar Ciencias Económicas por diferentes razones, no la principal: el deseo. Luego de 5 años me animé a decidir dejar dicha carrera y estudiar lo que siempre había querido: Servicio Social en aquel entonces. Hice los 4 años y obtuve el título de “Asistente Social”, y entre las cuestiones más importantes del momento destaco el haber comenzado a “abrir mi cabeza” a otras realidades, a otros mundos, muy diferentes a los del cual yo provenía (pueblo del interior de la provincia). Los dos últimos años, fueron muy movilizadores, el país recuperaba la democracia, se comenzaba a hablar más abiertamente del pasado terrible: represión, prohibiciones, persecuciones políticas; de los dolores personales, familiares; de los idearios truncados. Allí conocí personas que fueron muy importantes en mi vida. La Escuela / Facultad de Servicio Social (1986) retoma un nuevo impulso en la misión social de formación académica y participa activamente del proceso democratizador de la sociedad argentina y de la lucha por la recuperación y fortalecimiento de los espacios públicos, de los derechos humanos, por el juicio y castigo a los responsables del genocidio y de la destrucción social, económica, cultural y política de la sociedad argentina.

Espacios, personas, lugares, que nos van marcando y dejando huellas

Sin dudas una de las marcas, huellas, que más a fuego tengo impregnadas en mí, refieren a mayo del año 1986 en que comienzo a trabajar en la Municipalidad de María Grande (mi pueblo) y en la Facultad (Práctica pre profesional). Esto me implicaba el desafío de complementar ambas prácticas: profesional y docente. La primera me posibilita aquello tan ansiado: el contacto con el otro, el “probarme” hasta donde llegaba, con quienes aliarse, qué propuestas era capaz de generar. El trabajo en el municipio es de una riqueza impresionante, todo tiene que ver con todo y la mayoría de los problemas “caían” en el Área Acción Social. El aprendizaje fue enorme, las sensaciones y emociones muy profundas, siempre a “flor de piel”. Podría estar horas y horas haciendo relatos de los distintos “personajes” que pude conocer y con los cuales pudimos trabajar. Las dos experiencias principales en el mismo, se relacionan con el “hábitat y la vivienda” −a través de un programa de construcción de viviendas por sistema de ayuda mutua y/o esfuerzo propio−; casi 200 ranchos de paja, madera y barro fueron reemplazados por espacios dignos; a la vez que construíamos muebles para las nuevas casas, juegos para la plaza, veredas conectoras entre calles; algunos concurrían al centro alfabetizador de adultos, otros a los talleres de oficio. “En el medio” no faltaban los encuentros con mate, tortas fritas; largas charlas formales e informales acerca de la vida, de cómo pensarse en sus nuevos “lugares”. No me olvido la alegría que implicaba la llegada del día de la “fogata” en que se quemaba la paja. Proceso de casi tres años de trabajo familiar/grupal/comunitario.

La otra tiene que ver con mi primer acercamiento a la temática “Vejez”, ante la demanda de tres viejos que un día aparecieron en el municipio a solicitar apoyo al Intendente para formar el centro de jubilados nacionales. Este fue uno de los principales puntos de inflexión en mi trayectoria personal/profesional, ya que hasta hoy sigo ligada a la misma. Junto a otros compañeros municipales (algunos empleados no profesionales) generamos una movida muy fuerte en torno a la creación del Centro, a la construcción de un Hogar municipal para ancianos, a la conformación de una Asociación civil y al apoyo domiciliario. Política, proyectos que involucraban debates, definición de criterios, acciones para generar recursos, y acá también “en el medio”, como no podía ser de otra manera, espacios para compartir la música, el baile, los cuentos y anécdotas de viejos y viejas.

Siempre, en ambas experiencias, la primacía de los afectos y el agradecimiento a tantos y tantos, a los compañeros de equipo, sobre todo a quienes cuyas situaciones de vida muy duras, de sufrimiento, de dolor, de postración, de abandono, de miseria, nos impulsan a rearmarnos para seguir luchando.

Conjuntamente, el espacio de la Facultad y la Universidad: docencia, conducción, co-gobierno, extensión e investigación, iba también impregnando mi vida personal y profesional en tanto aprendizajes y enseñanzas, que me han permitido tener una visión más abarcativa, compleja y más profunda del Trabajo Social y específicamente de la enseñanza de la Intervención Profesional. No puedo dejar de valorar también la riqueza y apropiación de mi militancia en FAUATS (Federación Argentina de Unidades Académicas de Trabajo Social) y ALAETS (Asociación Latinoamericana de Escuelas de Trabajo Social); el cursado de la Maestría en Trabajo Social y de la Especialización en Gerontología.

Se hace difícil expresar en una especie de síntesis, casi 30 años de procesos construidos, vividos con distintas intensidades, con sentimientos encontrados; con tanta pasión puesta en el oficio y en la tarea; con dudas y certezas en este océano de “incertidumbres e inseguridades” en el que pelean su lugar la esperanza y la utopía; el ideario de igualdad y justicia; de emancipación y autodeterminación. Tanto compromiso a la vez porque estamos en la universidad pública y frente a estudiantes, lo que nos exige tener algunas respuestas, y en definitiva, porque entre nosotros están “los otros” de nuestra Intervención Profesional. Casi seguro que a todos, en muchos momentos, nos paraliza el hecho de “enfrentar” a los estudiantes en clase, en talleres, en jornadas de trabajo. Qué decirles, qué mensaje expresar, cómo hacer para que los idearios no se derrumben, la utopía no muera, la esperanza siga en pie, la primavera no se detenga. Sobre todo en el trabajo docente con las últimas generaciones de jóvenes, ante cambios muy profundos, de valores, de lógicas, de sentidos. La apuesta es avanzar con la palabra y la acción, en el intento de aproximarnos a la coherencia; con el testimonio, convencidos de que aún es posible proponer, cambiar, innovar, sumar, multiplicar, transformar, siguiendo a Paulo Freire en su última “Pedagogía de la Autonomía” (1997).

Cuestiones ligadas a la Identidad profesional: tener referentes para caminar; construir herederos para continuar

Sin dudas el tema de la identidad profesional constituye uno de los debates históricos de Trabajo Social, lo que nos remite a los “hacedores” de la profesión, a “nuestros clásicos”, esos que tanto nos cuesta “buscar/encontrar/reconocer”; a los proyectos profesionales en disputa. Siempre me he preguntado por qué razones en Trabajo Social no pasa lo que en otras disciplinas, en relación a esto. ¿Será que las competencias son más fuertes?, ¿Será que la estima por el oficio y por nuestros pares no alcanza ? y no puedo dejar de relacionarlo con nuestra participación activa en los diferentes espacios colectivos de la categoría profesional, sobre todo en el Colegio. Cuántas veces en casi treinta años de vida institucional nos ha costado conformar un consejo directivo, que exprese los intereses y necesidades de la mayoría de los colegas; que pueda generar acciones en defensa del espacio profesional; que aporte a la visibilización y construcción de problemáticas sociales, su incorporación a la agenda; al diseño de políticas.

La base de la identidad es la relación entre lo “uno” y el “otro”, lo que se “es” y lo que “no se es”, entre la mismidad y la otredad. Los grupos se identifican y se diferencian. La identidad es un proceso, una representación (simbólica con base material) a través de la cual los sujetos se reconocen a sí mismos clasificando el mundo y ubicándose en él. Es un proceso de construcción dialéctica que implica movimiento. Se articula con el contexto societario (condiciones de vida, sociales, experiencias, posibilidades, ventajas). Presenta características autoconstruidas y características atribuidas, cómo nos vemos puede coincidir con la visión externa de esos otros que nos reconocen a partir de algunos atributos. La identidad presenta marcas, huellas, rasgos, distinciones, que hacen posible este contraste; tiene límites (qué de lo otro no estamos dispuestos a incorporar); tiene funciones, siendo la cohesión la principal, la que tiende a fortalecer lo semejante. La identidad presenta una doble dimensión: de preservación y de recreación. De allí que conservemos y “cuidemos” rasgos, aspectos y que modifiquemos, cambiemos otros (Ana Quiroga - 1992).

Entre todos construimos nuestra identidad personal, profesional, de un oficio, de un grupo, de un barrio, de una nación, en base a la relación sujeto/sociedad; todos somos responsables, aunque en diferentes grados. La innovación de las profesiones depende de sus generaciones futuras y por lo tanto las posibilidades del Trabajo Social dependen de cada uno de nuestros seguidores; dónde lleguen, cuáles límites se pondrán, marcarán la “cancha”; dependerá de sus propios sueños, de sus intereses, de sus ganas e impulsos. Es una responsabilidad individual y colectiva que podrá llevarlos hasta donde quieran y se comprometan a llegar y para lo que se hace necesario conocer las tradiciones, la historia, los problemas abordados y la manera de hacerlo. De allí, como expresaba anteriormente, la importancia de tener referentes y que a través de nuestra práctica profesional/docente, tenemos que poder crear herederos. Tarea que se fundamenta “…en el amor del hombre por sus hijos, por sus obras e ideas, por lo que siente el desafío de que ante lo generado, ahora es necesario criar, proteger, preservar, para trascender a través de ello; de allí la creación de herederos, no sólo biológicos, sino y fundamentalmente de herederos sociales. Crear herederos sociales: allí reside uno de nuestros mayores desafíos desde la condición humana, desde la potencialidad creativa como perpetuadora de la humanidad, a través de la transmisión de valores y de reafirmación de la autoestima, posibilitadora del traspaso, de la trascendencia (Leopoldo Salvarezza - 1998).

Entonces:

…la resignificación de la identidad es una manera de adentrarse en la responsabilidad de la herencia, ya que herederos son aquellos que precisamente, porque buscan respuesta a los desafíos del presente, se piensan y proyectan a partir de re-elaboraciones históricas que las vinculan indisolublemente, a las generaciones anteriores. (Teresa Matus - 2003).

En su origen y en su historia; en su camino y trayectorias; en sus rostros, personajes y memoria; en sus espacios y con “su gente”, en sus organizaciones e instituciones, se forja la identidad y la trascendencia. En nosotros está comprometernos con nosotros y los otros, con lo público, con el sufrimiento, el dolor, la pobreza; en nuestras opciones está sentir el sano y orgulloso sentimiento de pertenecer y ser parte de nuestro oficio, entre los otros oficios.

El contexto: uno de los sobredeterminantes de nuestros pensamientos y acciones

Lo expresado me ha servido, una y cada vez, para “detenerme” a pensar, cómo hicimos muchos con quienes compartimos la formación, la profesión, para ir “cambiando nuestra cabeza”, para comenzar a superar la formación de carácter más técnico-instrumental hacia una más crítico-política; para comprender a Trabajo Social en su trayectoria, sus crisis, sus búsquedas, sus puntos de inflexión, contradicciones, limitaciones, avances, opciones; su relación estrecha con el espacio estatal, con las políticas y programas sociales, pero por sobre todo en su Intervención “cara a cara” con situaciones atravesadas por manifestaciones de pobreza, injusticia, desigualdad.

Y nuevamente me pregunto: es que la dimensión ético-político no estaba presente en mi entonces práctica profesional?, a lo que respondo un sí rotundo, sólo que en ese momento no tenía la suficiente claridad teórico-epistemológica para fundamentarla, o para generar otro tipo de estrategias y a la vez poder resignificarlas, socializarlas. De allí que considero que en la base de las dimensiones de la Intervención Profesional, está la dimensión ideológica, aquella que resulta sumamente necesario esclarecer, expresar, o al menos sustentar implícitamente en cada una de nuestras “puestas en acto”. Hacer conscientes nuestros posicionamientos, reflexionar éticamente nuestra Intervención, nos posibilitará siempre actuar con honestidad y responsabilidad. El “hacernos cargo” en definitiva, es esto.

Si realizamos un recorrido crítico por la historia de Trabajo Social podemos caracterizar cuales han sido sus posturas y propuestas de Intervención y a través de estas cual la identidad perfilada en cada una de ellas. Hoy, a pesar del camino andado continúan en pie muchos de los viejos interrogantes de la Profesión, así como también distintos discursos, todos queriendo encontrar un Trabajo Social, como si esto fuera posible al interior de un campo como “lo social” en el que los principales actores son sujetos y por lo tanto lo que prima son diferentes miradas.

En lo que sí tendríamos que acordar ampliamente, es en que los Trabajadores Sociales necesitamos una formación adecuada; con claridad acerca de la dimensión ético-ideológica; solidez en los fundamentos teórico/epistemológicos y dominio en lo metodológico-operativo, para el Ejercicio profesional en el escenario y ámbito que fuere, para nombrar y comprender complejamente aquello que se quiere transformar. Desde este posicionamiento, consideramos que el potencial de Trabajo Social es enorme, teniendo en cuenta: los espacios y vínculos con diferentes sectores sociales y políticos en la lucha por instalar un discurso diferente, que denuncie las desigualdades, que visibilice problemas sociales; la posibilidad de disputa en el campo social y campos temáticos, tomando posiciones argumentadas. Esto es salir de Trabajo Social para volver a Trabajo Social: mirar y posicionarse; “salir”; hacer otras búsquedas, dialogar; intercambiar con otras disciplinas, pero siempre “volviendo” para enriquecer la nuestra, como plantea Margarita Rozas.

Recientemente, ante la reapertura de Trabajo Social en la Universidad de Chile (que retoma la primera Escuela de América Latina “Alejandro del Río”), la Tere Matus expresaba que refundar lo social es la tarea. Y sostiene que:

…hemos avanzado, pero hay espacio para mucho más; hagamos posible lo que todavía no existe y transitemos esos caminos con una sabiduría antigua, desde la idea de que “el Trabajo Social tiene pasión por la gente” y “está para grandes cosas”. La intervención social y el Trabajo Social requieren fundamentos y es en ese fundamento donde se juegan los resultados; estos tienen que ver con el contexto, con lo que pasa hoy día en el siglo XXI, con el conjunto de teorías para saber interpretar lo social, con los planteamientos epistemológicos y con horizontes y utopías ético políticas…

Hacia un Trabajo Social Propositivo

Hoy continúa en discusión lo de proyecto/s ético/s-político/s, que intenta/n, a través de diferentes dispositivos: la recuperación y revisión crítica de la configuración profesional; la cuestión de rigurosidad epistemológica/metodológica; la superación de la búsqueda de alternativas metodológicas; la superación de la tendencia a la naturalización, mecanización, desprofesionalización de Trabajo Social.

Proyecto profesional en el que para nosotros cobra relevancia lo actitudinal y lo ideológico. Nos preocupa el “olvido” de la persona; la no consideración del “otro” como sujeto (Nidia Aylwin - 1998); la casi ausente dimensión emancipatoria de la Intervención Profesional; el debilitamiento de Idearios; la casi ausente expresión de sentimientos, de emociones; la −a veces− inmovilidad de la sensibilidad; la “compra” y/o confusión de valores.

El campo de Trabajo Social, en sintonía con lo que acontece en nuestro país, se encuentra disperso; con ciertas características de fragmentación; individualidad, en relación al colectivo profesional, al contexto más amplio. Hacia afuera nos presentamos como los “hacedores y convocantes” de la participación y organización de personas, familias, grupos; hacia adentro, muchas veces no podemos dar contenido y continuidad a los propios espacios de articulación y crecimiento de la profesión.

En el marco de la contemporaneidad, Marilda Iamamoto (2003) plantea la necesidad de pensar un Trabajo Social no solo ejecutivo sino sobre todo propositivo. Para tomar este desafío se hace necesario entonces desentrañar, descifrar sus claves, para así reconocer las exigencias que le competen a nuestra disciplina.

Pensar un Trabajo Social propositivo, implica entre otras cosas (2):

-Un permanente ejercicio de indagación acerca de cómo se manifiesta la cuestión social en los sujetos concretos, cómo viven, cuáles son sus condiciones y estrategias de vida, sus formas se lucha, (colectivas, orgánicas, incipientes, etc.) cuáles sus aspiraciones.

-Reafirmar el carácter público de las políticas sociales, rechazando rasgos que mercantilicen los servicios sociales.

-Descifrar la relación entre las políticas sociales (como dispositivos mediadores desde el Estado) y los modos y condiciones de vida de los sujetos a quienes están dirigidas.

-Otorgar mayor importancia y hacer un ejercicio intensivo de la escritura como forma de poner en lenguaje (en texto) las intervenciones. En la historia profesional, muchas veces al Informe se lo ha tomado como un requisito administrativo destinado a dar cuenta de una determinada situación y cuyas consideraciones debían ser lo más “objetivas posibles”. Hoy, el análisis crítico a la luz de aportes de otras disciplinas, permite visualizar la necesidad de otorgar otra relevancia “al acto de escribir”. El registro tiene que ser considerado un instrumento de interpretación y decisión; como tal, no admite ingenuidad ni falta de rigurosidad.

-Generar y participar en diferentes instancias al interior de colegios y asociaciones, en la idea de construcción de proyectos colectivos.

-Incluir en el horizonte de las Intervenciones, alternativas que puedan vehiculizarse a través de la vía legislativa y de la Justicia, así como explorar los antecedentes que la profesión tiene en esta línea. Dimensión que requiere ser potenciada.

Sabemos, conocemos, que las Condiciones laborales (salarios, estabilidad, seguridad social, tiempos, condiciones de espacio físico, reconocimiento), no son ni las deseadas ni las mejores para muchos Trabajadores Sociales, pero consideramos que éstas precisamente condicionan, no determinan, y que ello no es un “justificativo” para lograr ser un buen profesional, identificado por el reconocimiento público, por sus aportes y producciones, por su compromiso social.

El pensamiento es el impulso; nos posibilita acercarnos a idearios, a situaciones imaginativas; a decisiones constructivas, a maneras de intentar transformaciones sociales. Lo social y la dinámica de lo social tienen que ver centralmente con tener la capacidad de preguntarse, de interpelar, de problematizar, de pensar alternativas para este tiempo y en este espacio, en virtud de las injusticias existentes, de la exclusión creciente, de derechos vulnerados.

Acerca del sentido de la vida: el trabajo con viejos y viejas

Cuando me “topo” con viejos y viejas en mi pueblo y luego en Paraná, con ancianas del Hogar y con grupos de viejos y viejas de barrios y sectores de pobreza en su mayoría; cuando comienzo a indagar, a conectarme con muchas lecturas −desde diferentes disciplinas− en relación al envejecer, comienzo a hacer más consciente en mí, la idea del “sentido de la vida”. A la vez, en lo profesional aflora nuevamente una tensión inevitable, al pensarlo como “especialización temática, “.desde la convicción de que la realidad no puede ser abordada en su totalidad y que para ello se hacen necesarias delimitaciones, pero con la advertencia, que distinguir un aspecto no significa desarticularlo del proceso en el cual éste se inscribe (Carmen Lera-2001). La temática nos permite analizar la relación entre lo universal, lo particular y lo singular para abordar el objeto de Intervención Profesional como objeto complejo y desde la perspectiva de campo problemático (Margarita Rozas-1998). De allí que hoy a la distancia, sigo pensando en que es imposible abordar la realidad toda, que resulta necesario conocer, indagar, profundizar, fundamentar, acerca de la temática que estemos trabajando.

Acerca de la temática/problemática del Envejecimiento y la Vejez

Interrogarnos sobre la vejez implica indagar en relación a estos sujetos: ¿desde dónde son mirados?; ¿desde dónde se miran a sí mismos?; ¿qué esconden esas miradas?. Toda mirada es epocal, se construye en el marco de un contexto histórico, social, cultural, económico y político, el que se impregna consciente y/o inconcientemente en cada uno de nosotros, produciendo y reproduciendo modos de ver, de nombrar, de hacer, y por lo tanto de ubicar al sujeto en un lugar. De allí que preguntarnos acerca de la vejez involucra también el intento por develar ¿qué lugar ocupa el viejo en nuestra sociedad contemporánea?; ¿qué lugar tiende a serle reservado?

Hay cuestiones que se presentan como comunes a todo ser humano −el envejecimiento, la muerte− aunque de manera específica en cada grupo social. Vivir sin envejecer es una contradicción insalvable. Ser viejo en el mundo occidental contemporáneo, remite a configuraciones de valores distintos de otros momentos históricos de nuestra sociedad y de otras culturas. Las diferencias de género, de clase, de credos religiosos, de etnia, de inserción laboral/profesional, también están presentes en la construcción de las representaciones y de las experiencias del envejecer, dimensiones fundamentales en el análisis de la identidad de este grupo etario. En los modos de envejecer particulares, destacamos la implicancia de las condiciones materiales y simbólicas de vida, de las trayectorias de vida, y atado a ellas, resaltamos la idea de trascendencia y de sentido de la vida, pilares que en cualquier contexto social, económico, cultural, cobra suma importancia en la construcción de una “buena” vida, de una “buena” vejez, de una vejez digna.

Surge también la importancia de pensar acerca de las relaciones intergeneracionales en la vejez; ¿desde dónde pensamos las mismas? Entendemos que el escaso intercambio interpersonal actual, tiende a estar sobredeterminado por condiciones materiales y simbólicas; por los avances y uso de la tecnología, pero también por diferentes actitudes discriminatorias que tanto la sociedad como a veces los propios viejos, asumen frente a la vejez. Leopoldo Salvarezza (1998) estudió dicha actitud y la tradujo como “viejismo”, la que refiere a la “discriminación que se hace sobre ciertas personas por el sólo hecho de acumular años, y se basa en la utilización de prejuicios... actitud que tiene sus raíces en la negación de nuestro propio proceso de envejecimiento, y en la proyección masiva a lo que son realmente expuestos los viejos”, sustentada en una ideología que define a la vejez como una etapa de decadencia física y mental, que proyecta sobre los viejos aquella imagen de inutilidad social y rigidez. Estos prejuicios que se van construyendo en este momento histórico a raíz de los aspectos más revalorizados en nuestra cultura y que van condenando al viejo a la soledad y al aislamiento, entran en contradicción con los vínculos como “valor” que orienta y preside la vida, como sustento de la vida del hombre, pues la forma en que el sujeto se define está relacionada con los demás. Este valor en la vejez, no sólo entra en cuestión por los prejuicios históricos que va generando el contexto, sino también por la situación de crisis que este mismo produce en la familia contemporánea; ‘...las cargas de familia´ tienen implícito un contrato de solidaridad intra y a la vez intergeneracional. Sin estas reciprocidades temporales-generacionales, la continuidad de los grupos socializados y en desarrollo se quiebra, de allí que no es casual que sean las relaciones sociales intergeneracionales las que adquieren aún mayor sentido en la vejez. El “viejismo” y la situación de crisis de las familias actuales, tienden a romper con un modo de relacionarse anterior, donde quizás la reciprocidad, la existencia de vínculos construidos fundamentalmente en el espacio familiar, estructuraban el sentido de la vida. Esa reciprocidad, es la que hoy día está en juego. De este modo las relaciones sociales, las relaciones intergeneracionales, los vínculos, las reciprocidades, se constituyen en aspectos sumamente significativos en la vida de los viejos, los que al ser incompatible con “modos de vida” que se instituyen en el contexto actual, generan situaciones conflictivas que tornan imprescindible la posibilidad del encuentro en esta sociedad destotalizada, despersonalizada, en la que cabe preguntarse ¿desde dónde y dónde se relacionan los viejos con otros sujetos y esos otros sujetos con los viejos?; ¿qué intereses compartidos, interacciones positivas identificamos?. Sin dudas en esto juegan los vínculos y lazos construidos, la crianza que tuvimos, la relación construida entre padres e hijos, el grado y modo de “protección cercana”, de acompañamiento, las historias personales, las trayectorias familiares.

Quizás en la no desnaturalización de estos interrogantes resida la trampa del contexto: porque desde la aceptación de la “inutilidad”, la “no creatividad, la no comunicación”, el “no aprendizaje”, “la fealdad”, de la que supuestamente son portadores, se reproduce ese rol y ese lugar al que es condenado el viejo.

De este modo, las relaciones intergeneracionales constituyen un aspecto central desde el cual comenzar a criticar y problematizar esa imagen social ficticia que hay acerca de la vejez, lo que conlleva la difícil pero impostergable tarea de comenzar a romper con la manipulación de la opinión pública, romper con los prejuicios y poder dar cuenta de lo que el viejo realmente es: “un ser humano”. Mostrar que “en el viejo hay otro” y no el sujeto que hegemónicamente tenemos internalizado (Simone de Beauvoir – 1970).

Principales desafíos para nuestra sociedad contemporánea, sobre todo para los profesionales que involucra el campo gerontológico:

-El envejecimiento poblacional: el cambio sustancial en la composición demográfica de la sociedad, requiere un tratamiento específico y serio, dado su impacto en las próximas décadas y sus consecuencias en cuanto a prestación de servicios a la población anciana en estrecha relación a sus necesidades y requerimientos: físicos; afectivo-psicológicos y socio-culturales.

-Las características de “población envejecida” de nuestro país en el contexto latinoamericano, y de muchas provincias en el contexto nacional, entre ellas Entre Ríos.

-Las limitaciones del sistema de Seguridad Social en cuanto a su alcance y tipos de cobertura, los que comprenden en su gran mayoría a los viejos que alcanzan su “beneficio” de jubilación, o pensión (95%), no incorporándose aún en la protección social del Estado en forma universal, a los no incluidos en el sistema formal.

-El agravamiento de dicha situación a futuro dadas las reformas al Sistema Previsional, las profundas modificaciones en el mundo del trabajo y de las leyes laborales.

-La participación familiar relacionada al sostén emocional, social, económica de los viejos; la protección cercana también se ve hoy “resentida” por las distintas situaciones problemáticas por las que atraviesan las familias.

-Las cuestiones del “cuidado”: familiares o cuidadores externos, casi siempre mujeres. Condiciones, capacitación, recursos, alcances.

-Respecto de viejos/as de sectores más pobres y empobrecientes: la situación de “dependencia” en cuanto a la subsistencia económica y atención específica de la salud, constituye uno de los pilares centrales de su problemática, ya que los actuales sistemas de prevención y atención de los mismos, no cubren necesidades y requerimientos particulares.

-El escenario de la Situación de Vejez en el mundo, presenta algunas tendencias de carácter contradictorio: próximamente habrá más viejos y éstos y otros, más viejos aún; habrá más viejos sanos pero también mayor cantidad de viejos con diferentes problemas de salud que requerirán atención, respuestas; habrá más demandas por lo que se necesitarán más recursos y sabemos de su disminución e injusta distribución.

Sostenemos que a más mayores, más derechos y entonces vuelve a surgir uno de los principales interrogantes de la Gerontología: “agregar años a la vida o vida a los años”?.

En cuanto a Políticas Público-Sociales, sostenemos la importancia de diseñar, en cada provincia y en cada municipio, propuestas integrales que prioricen las relaciones intra e interinstitucionales y que centren su preocupación en producir un impacto en la atención de la temática/problemática del envejecimiento y la vejez, pensando programas y proyectos como parte de una política de Estado que se inscriba en un contexto de inclusión, con objetivos claros y acordes; con implementación de acciones concretas que tiendan a mejorar las condiciones de vida de la población mayor/anciana, poniendo a su disposición una amplia red social de apoyo y recursos, que involucren la participación de distintos espacios y actores sociales, tanto estatales como público/societales; que potencien la participación de los viejos, en forma particular y de sus organizaciones, desde una perspectiva de construcción de ciudadanía, de derechos humanos en el sentido más amplio de su concepción; esto es el derecho de los viejos a formar parte activamente de la sociedad.

La construcción de redes se constituye como principal dispositivo de apoyo social: familiares, amigos, vecinos; organizaciones barriales, fundadas en la reciprocidad, interdependencia, permanencia, intercambio de bienes, servicios, apoyo económico, emocional, de tareas propias de la vida cotidiana, afecto, crianza, cuidado, sustentadas a partir del capital social y cultural con que cuentan sus miembros.

Algunos interrogantes que atraviesan la vida cotidiana

El viejismo, los parámetros de belleza; de productividad propios del sistema capitalista; los modelos a seguir: los sentidos de la estética (socialización–medios de comunicación) atraviesan y perfilan nuestras actitudes profesionales o de cuidadores y también a la propia familia de los viejos.

Esto, se traduce en el trato que tenemos con las personas mayores: -relaciones de protección (lo esperable); -relaciones dominantes de sobreprotección (infantilización); -relaciones de desprotección (abandono, exclusión, ignorancia, no trato); de abierto maltrato, tanto en la familia como en los espacios público-sociales.

De allí que muchas veces nos preguntamos: ¿Será que los viejos y viejas no generan ternura, no despiertan pasión?, y para lo cual encontraremos algunas respuestas, razones, de manera singular, sólo en aquellas cuestiones más profundas e insondables de la condición humana.

En los años ‘70, Simone de Beauvoir planteaba que el trato hacia los viejos es el fracaso de la civilización contemporánea. La vejez nos involucra a todos, si no morimos jóvenes, moriremos de viejo y seguramente pretenderemos, desearemos, al igual que todos ellos, ser tratados como sujetos.

Desde lo expresado y en el marco de las relaciones intergeneracionales dentro y fuera de la familia, continuamos nuestra militancia fuerte contra el viejismo, instalando la idea de Buen trato a las personas mayores e intentando plasmar un camino “Hacia una sociedad para todas las edades…”

Para cerrar y volver a abrir

Trabajo Social “vale la pena”!!! No más la queja del tango, como repetía nuestra querida Nidia Aylwin (1992). Retomemos los aspectos centrales e importantes de la tradición y de la herencia, de los hacedores del Trabajo Social, de nuestros clásicos, aunque algunos autores los nieguen y otros los desconozcan. Mi intención hoy, es la de compartir mi profunda convicción de que “vale la pena”; de que es posible pensar y si se quiere, construir y/o fortalecer un Trabajo Social con las característica enunciadas.

Aún en un contexto altamente crítico, adverso, con condiciones laborales muchas veces precarias también para los propios Trabajadores Sociales, tenemos que continuar levantando un discurso “esperanzador” que provoque y convoque a nuestros jóvenes estudiantes y a los noveles graduados.

Tenemos que poder transmitir la pasión por el oficio tal como nos contagia en cada encuentro Teresa Matus. Ése, en que razón y pasión constituyen parte y todo.

Paraná, invierno de 2014

Bibliografía

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REVISTA CELATS/ALAETS: Nº 32 - Publicación Panel de CierreXIV Seminario Latinoamericano de Trabajo Social - Paraná, Agosto de 1992 - (Ponencias: MATUS, Teresa; AYLWIN, Nidia; QUIROGA, Ana)

SALVAREZZA, L. (compilador) (1998). La Vejez. Una mirada gerontológica actual. Buenos Aires: Paidós

1. Magíster en Trabajo Social y Especialista en Gerontología. Docente e Investigadora FTS/UNER.

2. Ficha de Cátedra “Trabajo Social Contemporáneo” - Lera, Carmen - FTS/UNER - 2008.

La intervención en Trabajo Social

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