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Reyes caídos
ОглавлениеLos capítulos 4 y 5 de Daniel tratan el destino de dos reyes del Imperio Neobabilónico: Nabucodonosor, el fundador y primer gran rey de ese imperio (capítulo 4), y Belsasar, el último rey de ese imperio, que no fue tan destacado (capítulo 5). El hecho de que la vida de Daniel pueda abarcar la historia completa del Imperio Neobabilónico muestra realmente cuán breve fue la existencia de éste. Daniel vino a Babilonia como adolescente temprano en el reinado de Nabucodonosor, y aún se hallaba allí como anciano cuando Belsasar murió en el palacio la noche que los persas conquistaron la ciudad.
Daniel no solo vivió en Babilonia durante este extenso periodo de tiempo; también se relacionó con estos dos reyes en un nivel profesional. Dios usó a Daniel para hacerles llegar profecías a estos individuos, profecías acerca de sus reinos y acerca de ellos mismos. Por lo tanto, estos dos capítulos tratan no solo de estos reyes babilonios, sino también de Daniel y cómo les ofreció sus servicios. El papel de Daniel ante ambos reyes fue similar: sirvió como un sabio inspirado que les dio mensajes acerca de sus vidas y los tiempos, provenientes del Dios verdadero.
Nabucodonosor recibió un mensaje de Dios mediante un sueño; Dios le habló a Belsasar a través de la escritura de una mano incorpórea sobre la pared del salón de audiencias del palacio. En ambos casos, los reyes necesitaban de alguien que interpretara el mensaje de Dios, y en ambos casos los sabios de Babilonia fueron incapaces ante la tarea. Daniel tuvo que ser llamado porque los misteriosos mensajes provenían del Dios verdadero a quien él servía. Ambos mensajes eran mensajes de juicio que caían sobre los reyes. Los dos habrían de ser juzgados según al contenido de las profecías que Daniel interpretara para ellos. Y en ambos casos, todo sucedió tal y como Daniel predijo.
Sin embargo, hay una diferencia significativa entre el destino de estos dos reyes. Nabucodonosor recibió una prolongada sentencia de demencia, pero finalmente se recuperó, se arrepintió, y se tornó en fe al verdadero Dios. Belsasar, por otro lado, recibió su juicio en la misma noche en que le fue dada la profecía. Con su muerte esa noche, el Imperio Neobabilónico pasó a manos de Medo-Persia.
Los temas de estos dos capítulos son similares, aunque se desarrollan de formas diferentes. Tal enlace temático liga estos dos capítulos en el centro de la estructura literaria quiasmática de la sección aramea del libro (capítulos 2-7). En esta estructura, el capítulo 2 está conectado temáticamente con el capítulo 7; el capítulo 3 está conectado temáticamente con el capítulo 6. Y en el centro de esta escalera, el capítulo 4 está conectado con el capítulo 5. Por lo tanto, los capítulos 4 y 5 se consideran un par enlazado en el centro de la estructura quiasmática. Están conectados entre sí por la naturaleza de sus contenidos, y han sido colocados lado a lado para enfatizar con mayor vigor esa conexión. (Para una discusión adicional de la estructura literaria quiasmática de la sección histórica de Daniel, véase el capítulo 1, páginas 28-31.
EL SUEÑO DE UN GRAN ÁRBOL
La narración en el capítulo 4 es hecha mayormente en primera persona por Nabucodonosor mismo. El rey comienza su relato de esta manera:
“Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones y lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada. Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo” (4:1, 2).
Después de un breve pasaje poético en el cual el rey alaba a este gran Dios por su dominio y majestad, procede a relatar su experiencia. Las expresiones de alabanza de Nabucodonosor constituyen una excelente lección para nosotros: También nosotros debemos alabar a Dios por las grandes cosas que ha hecho por nosotros. Ésta es una de las lecciones del capítulo 4. Tal como Dios actuó antaño en favor de Nabucodonosor, también puede actuar en favor nuestro hoy. Tal vez la forma en que obre hoy no sea la misma de cuando actuó en favor de Nabucodonosor, pero la narración en este capítulo nos asegura que Dios es poderoso y que interviene en los asuntos de la vida para el beneficio de sus hijos. Cuando lo hace, y vemos su mano en acción, debemos alabarlo como lo hiciera Nabucodonosor.
Nabucodonosor no puso fecha a este relato de cómo Dios trató con él, pero tenemos algunas indicaciones del marco de tiempo en el cual ocurrieron estos eventos. El rey reporta que se encontraba en su palacio, satisfecho y próspero. Tal descripción se aplicaría más naturalmente a un periodo intermedio de su reinado de 43 años. Durante el primer tercio de su reinado, Nabucodonosor dirigió sus ejércitos en campañas casi constantes. Durante el último tercio salió nuevamente a la guerra con su ejército. Por lo tanto, fue mayormente durante el tercio medio de su largo reinado que estuvo en prosperidad y paz, puesto que sus mayores conquistas militares ya se habían llevado a cabo para entonces.
Una noche durante este periodo próspero y pacífico, el rey estaba durmiendo en el palacio cuando le sobrevino un sueño impresionante. No era un sueño ordinario, y Nabucodonosor sintió que era de vital importancia descubrir lo que significaba. En el caso de su sueño anterior descrito en Daniel 2, Nabucodonosor no pudo recordar el contenido del sueño cuando despertó; esta vez recordó el sueño con claridad. De modo que llamó a sus sabios y adivinos, les contó el sueño y les demandó una interpretación. Nadie se lo pudo explicar al rey (vers. 7, 8).
Finalmente llamaron a Daniel. Los sabios subalternos no pudieron cumplir con la tarea, así que llamaron a su jefe. Nótese que, en un principio, Nabucodonosor se refiere a Daniel por su nombre babilónico Beltsasar. El rey le dijo a Daniel que en su sueño, había visto un gran árbol. El árbol era enorme y fuerte, y se veía de todos los extremos de la Tierra. También proveía sombra para los animales que vivían debajo de él y fruto para las aves que moraban en sus ramas (vers. 10-12).
Sin embargo, la segunda escena del sueño del rey no era tan placentera. Un ángel mensajero descendió del cielo con el decreto de que el árbol fuese cortado, incluyendo sus ramas, hojas y fruto; las aves y los animales a los que había provisto protección serían esparcidos. Pero no todo estaba perdido, por cuanto la cepa del árbol sería atada después que el árbol fuera cortado, y permanecería en el suelo (vers. 13-15).
En este punto del sueño, el ángel hizo una transición en su instrucción y explicación, trasladándose del símbolo del árbol a la realidad que el árbol representaba. El árbol claramente representaba a un hombre y su destino. El ángel indicó que el hombre así representado viviría entre los animales y las plantas del campo, tal como la cepa del árbol. La mente de tal hombre sería cambiada a la mente de un animal, tal como la de aquellos entre quienes viviría. Todo esto duraría hasta que siete “tiempos”, o años, pasaran sobre él (vers. 16, 17). Aparentemente, el castigo sería cesado, si bien el ángel no profetizó directamente la restauración del hombre al final de los siete años.
Si usted hubiera sido uno de los sabios convocados por el rey para explicar este sueño, ¿qué es lo que hubiera significado para usted? Recuerde, usted no tendría la ventaja retrospectiva que tenemos hoy cuando leemos toda la historia.
Hubiera sido claro que el sueño se aplicaba a un individuo, ya que las palabras del ángel establecieron ese hecho. Pero, ¿qué individuo? A nosotros nos parece obvio, al leer la narración hoy día, que Nabucodonosor era el hombre en cuestión. Pero, ¿habría sido esta la explicación natural que se les ocurriera a los sabios que tenían ante sí la tarea de interpretar el sueño? Probablemente no. Más probablemente, hubieran pensado inmediatamente en términos de algún enemigo de Nabucodonosor. Debido al destino del hombre del sueño, su primera inclinación hubiera sido probablemente señalar a aquel rey u oponente que le estaba dando a Nabucodonosor el mayor problema, aplicándole el sueño a ese sujeto.
Si usted hubiera sido uno de los sabios a los que se les ordenó interpretar el sueño, ¡lo último que usted habría deseado hacer era aplicar el sueño a Nabucodonosor! Después de todo, los mensajeros que traían malas noticias al rey fácilmente podían sufrir su ira. Sin embargo, los sabios probablemente no habrían pensado en esta interpretación de todas maneras. Sencillamente no se les habría ocurrido que un rey tan acaudalado, poderoso y famoso pudiera sufrir tal aflicción. En ese entonces, las enfermedades mentales eran consideradas obra de los demonios, ¿y cómo podrían los demonios afligir a un hombre obviamente tan bendecido por los dioses?
Por lo tanto, la interpretación de Daniel era contraria no solo a lo que pensaron los sabios respecto a Nabucodonosor, sino a la teología misma de su sistema de creencias. ¡Un hombre tan bendecido por los dioses no podía ser al mismo tiempo maldecido por ellos! Si las cosas le hubieran estado yendo mal para Nabucodonosor, eso indicaría que los dioses estaban enojados con él. De ser así, una interpretación tal del reino podría ser válida. Pero no ahora en un momento de paz y prosperidad.
LA INTERPRETACIÓN DE DANIEL
Cuando Daniel recibió la interpretación de este sueño del Dios verdadero, también quedó atónito (vers. 19). Tal como los otros sabios, Daniel estaba asombrado de que un destino tal pudiera ocurrirle a una figura tan prominente y poderosa. En el capítulo 1, Daniel había escrito que Dios había entregado a Joacim de Judá en las manos de Nabucodonosor (1:2). Y si Dios le había dado a Nabucodonosor control sobre el rey de su propio pueblo, ¿con cuánta más razón le entregaría aquellos reyes y reinos que Nabucodonosor había conquistado en otras partes del mundo? En su oración de acción de gracias por haberle dado el sueño y la interpretación en el capítulo 2, Daniel había alabado a Dios porque él “quita reyes, y pone reyes” (2:21). Dada la prominencia que había obtenido Nabucodonosor, ciertamente pareciera que Dios era quien lo había colocado en esa posición tan encumbrada. Claramente, Dios había exaltado a Nabucodonosor y le había dado gran poder. Pero ahora iba a mostrar el otro lado de la moneda. A aquel que él ponía, también podía deponerlo, y Nabucodonosor estaba a punto de ser depuesto. Eso era lo que dejó atónito y asombrado a Daniel respecto de la interpretación del sueño del capítulo 4. Pero a pesar de su sorpresa, siguió adelante y le dijo al rey lo que significaba el sueño.
Como Natán ante David, Daniel cumplió de mala gana su asignación. Con tacto, señaló que el sueño se aplicaba a Nabucodonosor. Pero atenuó la palabra profética con su preocupación por el rey, “Señor mío, el sueño sea para tus enemigos, y su interpretación para los que mal te quieren” (vers. 19). Antes que Dios le diera la interpretación, Daniel probablemente también pensó que el sueño se aplicaba a los enemigos de Nabucodonosor. Ciertamente eso es lo que los otros sabios habían pensado. Sin embargo, una vez que Dios le habló, Daniel no podía hacer nada más que aclarar las cosas y presentar el mensaje de Dios al rey.
Después de describir el enorme árbol, Daniel dijo, “Tú mismo eres, oh rey” (vers. 22). Esta parte del mensaje no era tan difícil porque podía extenderse en alabar la fortaleza y grandeza del rey-árbol. Pero vino la parte más difícil, que se encontraba en el segundo acto del sueño:
“Te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere” (vers. 25).
Daniel no terminó su sermón profético sin ofrecer esperanza. La profecía incluía restauración como su elemento final. Daniel concluyó con una apelación al rey, llamándolo al arrepentimiento:
“Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad” (vers. 27).
Daniel no apeló al rey por un arrepentimiento de palabras; demandó acciones que correspondieran a la profundidad y sinceridad de su arrepentimiento. Demandó buenas acciones y restauración. En el nombre de los oprimidos, Daniel desafió a este temible conquistador que había sembrado tanta destrucción por todo el Cercano Oriente. Nabucodonosor había oprimido a otros hasta el límite; ahora tenía la oportunidad de rehacer esos males y corregirlos. Tenía el poder para hacerlo. La pregunta era: ¿Lo haría?
El sueño y el llamado del profeta apeló al arrepentimiento, la confesión y la restauración del rey. Las hazañas militares de Nabucodonosor eran sobresalientes; ¿podría ahora dejar un registro de restauración tras esas conquistas en los anales de la historia? Se necesitaría de un gran hombre, un hombre humilde para hacer eso. Pero si Nabucodonosor no era lo suficientemente humilde para hacerlo, Dios tendría que humillarlo.
LOS RESULTADOS
Los mismos reyes de Judá no se arrepentían de sus indiscreciones, mismas que los estaban llevando en picada hacia el exilio de su pueblo. ¿Podemos, entonces, esperar que un rey pagano como Nabucodonosor se arrepintiera en respuesta a la apelación de un profeta? Piense usted lo que implicaría un arrepentimiento tal.
El rey estaría admitiendo que no debería haber efectuado las conquistas que realizó; que la opresión que había impuesto sobre los varios países del antiguo Medio Oriente no debió haber sido aplicada; que no debió haber puesto en la cárcel a los prisioneros de guerra; que los exiliados, tal como el profeta que tenía delante de sí, no debieron haber sido traídos a Babilonia y que debieron haber sido devueltos a sus propias tierras. En esencia, el rey estaría diciendo que una gran parte de lo que había logrado como rey, sus más grandes proezas, estaban mal. Se hubiera necesitado ser un hombre verdaderamente humilde para admitir eso, y Nabucodonosor no tenía ni el valor ni la disposición para la tarea. No se postraría en arrepentimiento.
Si bien rechazó someterse a Dios cuando el Señor apeló a él a través de Daniel y la interpretación del sueño, Nabucodonosor recibió tiempo adicional para pensarlo. Dios le dio mucho tiempo. Le dio todo un año. Con todo, Nabucodonosor no cedía ni se arrepentía. Un año después, el rey caminaba sobre el terrado de su palacio. Tal vez hasta estaba pensando acerca del impresionante sueño que había tenido un año antes (vers. 29). Su respuesta de rechazo obstinado a la apelación del profeta se mantenía imperturbable.
Es interesante la forma en la que el rey expresó su rechazo. Lo manifestó mediante una declaración de orgullo jactancioso: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (vers. 30).
¿Había algún fundamento real para esta vanagloria? Sí, mucho. Nabucodonosor había engrandecido y embellecido Babilonia en gran escala. Antes de su tiempo, la ciudad consistía mayormente de un área más reducida —“la ciudad interior” o porción central. Nabucodonosor agregó una nueva línea de murallas exteriores. Esto trajo como consecuencia tanto el fortalecimiento de las defensas de la ciudad como el aumento de su tamaño. En el interior de estas murallas exteriores, el rey construyó un nuevo palacio. También construyó la sección occidental de la ciudad al otro lado del río Éufrates. Sabemos que fue el responsable de una buena parte de esta construcción por los miles y miles de ladrillos rotos que sobreviven en las ruinas de la antigua Babilonia y que tienen el nombre de Nabucodonosor inscrito sobre ellos.
Además de la construcción física de la ciudad de Babilonia, Nabucodonosor también transformó la nación en un imperio debido a sus conquistas políticas y militares. Su padre, Nabopolasar, se libró el yugo asirio, permitiendo a las fuerzas babilónicas emprender campañas más abarcantes. Pero fue su hijo, Nabucodonosor, quien concretó en un imperio las conquistas logradas mediante aquellas campañas.
También hay que considerar la extensión del reinado de Nabucodonosor. La fundación del Imperio Neobabilónico puede fecharse en el año 605 a.C., el año en que Nabucodonosor subió al trono. La caída de este imperio puede fijarse en el 539 a.C., el año cuando el ejército medopersa conquistó Babilonia. Siendo que Nabucodonosor reinó por cuarenta y tres años, su gobierno se extendió aproximadamente sobre dos terceras partes del total del periodo de existencia del Imperio Neobabilónico.
Por lo tanto, Nabucodonosor tenía razones concretas para glorificarse de sus logros en cuanto a la construcción de la ciudad de Babilonia, la construcción de un imperio, y la duración de su gobierno. Hay, sin embargo, otro aspecto de sus logros, un lado más oscuro. Si las prácticas asirias sirven de ejemplo, mucho de la construcción de Babilonia se llevó a cabo por obreros esclavos capturados en las distintas campañas militares. La extensión del imperio de Nabucodonosor reportó un alto costo en vidas humanas tanto de las naciones derrotadas como de sus propios soldados muertos en batalla.
Se ha creído que el reinado de Nabucodonosor fue largo e ininterrumpido. Pero ahora que poseemos los anales de sus primeros once años de reinado, sabemos que en su décimo año se levantó una revuelta contra él en Babilonia. ¡Esta revuelta fue tan seria que incluso en el palacio hubo peleas cuerpo a cuerpo en las que el mismo rey se vio involucrado! Los logros de Nabucodonosor pudieron haber sido impresionantes, pero se consiguieron mediante un alto precio para muchos de sus súbditos, algunos de los cuales no eran completamente pacíficos y del todo receptivos a su gobierno.
A pesar del sufrimiento que se pagó por sus proyectos, Nabucodonosor aún podía ufanarse de su propia grandeza y la magnificencia de sus logros. Pero los observadores celestiales registraron su orgullo y engreimiento. Toda la escena de lo que estos triunfos habían costado en términos de sufrimiento humano estaba abierta delante de Dios, y él no lo aprobaba. Nabucodonosor se estaba autoexaltando a un nivel casi divino, como la figura del rey de Babilonia que representaba al diablo en Isaías 14:12-15.
Ahora, Nabucodonosor estaba a punto de recibir su merecido castigo predicho en el sueño profético del año anterior. Ahora él sería arrojado al suelo y tomaría su lugar con los más bajos entre los bajos, con los animales mismos. Él había tenido un año completo de prueba en el cual debía arrepentirse de lo que había hecho y de su orgullo al respecto, pero no dio ese paso hacia el Dios verdadero. Ahora era el momento de ejecutar su sentencia.
El tipo de locura a la que fue sujeto Nabucodonosor es muy poco común, pero no desconocida en la práctica psiquiátrica moderna. El nombre técnico de esa conducta animal en los seres humanos, parecida a la de un lobo, es licantropía.
En vista de la situación general que existiría en el caso de un rey que estaba incapacitado de esta forma por un periodo extenso de tiempo, uno se pregunta: ¿Cómo hizo Nabucodonosor para mantener el trono a pesar de su locura? Este hubiera sido el momento ideal para que algún usurpador asesinara al demente rey y tomara el trono en su lugar.
La razón probable por la que esto no ocurrió tiene que ver con la perspectiva antigua respecto de la enfermedad mental. Ellos creían que ésta era causada por los demonios, que eran dioses menores malévolos hacia la raza humana. También creían que si se mataba deliberadamente a una persona mientras sufría de demencia, el dios demonio que había causado la enfermedad mental, caería sobre el criminal. Por tanto, nadie se arriesgaría a adquirir una enfermedad mental matando a una persona así afligida. La teología babilónica, o la psicología, probablemente protegió a Nabucodonosor durante el periodo de su incapacidad.
Varias veces el texto expresa el tiempo que duraría la locura, que era de “siete tiempos” (vers. 16, 23, 25). Por un proceso de eliminación, se puede ver que la única unidad de tiempo que encaja en la palabra “tiempos” es “años”. Así ha sido entendido desde los tiempos pre cristianos. La versión griega del capítulo 4 del libro de Daniel traduce esta palabra como “años”. Así, en el sueño de Nabucodonosor, la palabra “tiempos” significa “años”. El rey iba a estar incapacitado y demente durante siete años.
Podríamos considerar este juicio bastante severo, pero tuvo los efectos deseados. Al final del tiempo, cuando Nabucodonosor volvió a su estado normal, también volvió a la conciencia y reconocimiento del verdadero Dios (compare con 2:47; 3:8, 29). El rey reconoció a Dios en su salmo de alabanza al principio del capítulo (vers. 2, 3) y al final del capítulo (vers. 34, 35). Nótese que él glorificó y alabó al Dios de los cielos primero, antes de que hablara de la devolución de su reino y la restauración de su cargo y poder (vers. 34-36). Nabucodonosor ahora veía los asuntos divinos y humanos en su correcta prioridad. En toda esta narración, la frase conclusiva de Nabucodonosor fue: “Y él [Dios] puede humillar a los que andan [como yo] con soberbia” (vers. 37).
Una de las preguntas que hicimos al principio de este capítulo fue: ¿Fue justo Dios al juzgar a Nabucodonosor de esta manera? Ahora podemos ver que la respuesta final a esta pregunta es sí. Sí fue justo de parte de Dios. Aun Nabucodonosor mismo reconoció ese hecho al final de la historia. Cuando andaba entre los animales, probablemente no podía percibir el gran hecho central de Dios en su experiencia personal. Pero cuando fue restaurado a su sano juicio y recordó todo el asunto, ahora sí podía ver la mano de Dios en todo. En esta coyuntura de su vida, Nabucodonosor se convirtió en un creyente del verdadero Dios, en contraste con los dioses falsos del politeísmo a los que había adorado anteriormente.
Daniel, el profeta de Dios, estaba en la escena de la acción para explicar al rey lo que todo eso significaba. Al mismo tiempo, Dios continuó hablándole a Nabucodonosor. Tan severo como el juicio divino sobre Nabucodonosor pueda parecer, en última instancia produjo su conversión al Dios verdadero. Así que no es de sorprender que después del capítulo 4 no oímos nada más acerca de Nabucodonosor en el libro de Daniel. Hay un peregrinaje espiritual en el libro que cuenta la experiencia personal de Daniel, y también está la historia del peregrinaje espiritual de Nabucodonosor. Él recorrió el camino desde ser el más poderoso rey de su tiempo —un gobernante orgulloso y egocéntrico— hasta el punto donde se transformó en un creyente humilde y confiado que alababa al Dios verdadero. Al final del capítulo 4, dejamos a Nabucodonosor regocijándose en la salvación que había llegado a su casa real ese día.
LA LECCIÓN DE NABUCODONOSOR ES PARA NOSOTROS
Si bien no tenemos el poder y la autoridad personal que Nabucodonosor ejerció como gobernante, aun podemos aprender de su experiencia. Tal como él, nosotros probablemente tendemos a pensar mejor de nosotros mismos de lo que debemos. Tal como él, ensalzamos nuestros propios logros, grandes o pequeños. Su frase “¿no es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué?” aún resuena en nuestra experiencia hoy día. Esta clase de orgullo y autofelicitación no murió con la caída del Imperio Neobabilónico. Sigue viva hoy en la naturaleza humana y se sigue manifestando de varias formas. Es el fundamento de las religiones modernas del humanismo, el cual sostiene que los seres humanos son tan competentes mental y físicamente que no tenemos necesidad de ayuda de ninguna fuente exterior, inclusive Dios. Pero justo cuando llegamos a este punto en nuestra experiencia, algo viene a molestar esa autoconfianza y nos derriba en los brazos de nuestro Padre celestial, el único que puede satisfacer nuestras necesidades. El problema puede ser individual —una crisis de salud. O puede estar relacionado con la familia —la muerte de un ser querido. Puede ser algo local, una inundación o incendio, o nacional e internacional, una guerra o hambruna. Cualquiera que sea la forma que adopte la crisis, aprendemos que nuestros propios recursos son inadecuados para salir adelante. Nuestra dependencia no puede estar en el yo; tiene que estar colocada en algo mayor que nuestras habilidades. Como Nabucodonosor, tenemos que encontrar finalmente nuestra razón para vivir en algo mayor y externo a nosotros mismos. La filosofía del humanismo y nuestro orgullo humano quedan en bancarrota cuando se trata de las más profundas necesidades de nuestro ser. Encontramos nuestra más elevada posición en la vida cuando nos arrodillamos humildemente al pie de la cruz. Nabucodonosor descubrió eso, y nuestra experiencia nos guía a la misma conclusión.
A veces nos quejamos acerca de estas situaciones de prueba. “¿Por qué a mí?”, es un clamor constante cuando la tribulación nos llega. Los reveses que experimentamos en la vida puede que no sean tan directos o tan severos como los que enfrentó Nabucodonosor, pero deberían terminar con los mismos resultados. Debemos ser capaces de ver la mano de Dios que nos dirige a través de la prueba; finalmente debemos ser capaces de ver cómo Dios las ha usado para refinar nuestros caracteres y enseñarnos a confiar en él en los momentos de prueba. Al final de su experiencia, Nabucodonosor no expresó ninguna queja contra Dios por la demencia que le había sobrevenido. No fue tan severa. No duró tanto tiempo. No discutió con Dios; sencillamente se hizo atrás y alabó a Dios por el papel que había jugado en su vida.
Nosotros también deberíamos poder analizar nuestras experiencias pasadas y observar la forma en que Dios nos ha guiado. Debidamente comprendido el pasado, no cambiaríamos nada de lo que la providencia permite que llegue a nuestras vidas, aunque algunos episodios puedan ser duros y dolorosos. Cuando llegamos al punto final a que llegó Nabucodonosor, la severidad de esas experiencias se desvanece y es transformada en alabanza a ese Dios que nos ha guiado, aun en medio del valle de sombra.
EL BANQUETE
Daniel 5 inicia con Belsasar preparando un banquete. Esto puede parecer extraño cuando uno recuerda que en el momento en que Belsasar ordenaba el banquete, ¡una división del ejército persa estaba fuera de las murallas, sitiando a la ciudad! ¿Acaso no era este un momento insensato para celebrar?
Así pareciera al principio, pero a la luz de todas las líneas de defensas detrás de las cuales este banquete ocurriría, podemos apreciar mejor la confianza que Belsasar tenía en sí mismo. Babilonia era defendida por dos conjuntos de murallas, la muralla exterior y la muralla interior. Ambas eran, en realidad, murallas dobles. Los dos muros interiores eran de 3,65 metros y 9,14 metros de grosor respectivamente. Los dos muros que componían la muralla exterior tenían 7,30 metros y 8 metros de grosor. Por lo tanto, cualquier enemigo que quisiera introducirse a la ciudad interior, donde estaban ubicados el palacio y el templo principal, tenía casi 26 metros (86 pies) de murallas que atravesar o trepar, y éstas venían en cuatro diferentes secciones, todas ellas bien defendidas. ¡Con razón Belsasar se sentía tan seguro como para realizar un banquete a pesar del ejército que acampaba fuera de la ciudad!
Los invitados a este banquete incluían la clase alta de la sociedad oficial de Babilonia: mil aristócratas o nobles del reino. El rey también invitó a su esposa, sus esposas secundarias, las concubinas del harén real (5:1, 3), y posiblemente a su madre —la reina del versículo 10—, aunque ésta puede ser una referencia a la esposa principal de Belsasar.
El banquete incluía mucha bebida, tanto vino como probablemente cerveza (vers. 2). Los babilonios eran famosos por la cerveza que hacían, y se han encontrado algunas tablillas que describen el proceso que seguían para hacerla. La cerveza es lo que probablemente la Biblia llama “bebida fuerte” y que condena más aun que el vino fermentado. Las estadísticas modernas de crímenes y accidentes automovilísticos demuestran que el alcohol ha tenido que ver en un gran porcentaje de tales situaciones, con resultados desastrosos. El alcohol es una droga que afecta las facultades de juicio en la mente humana y sus patrones superiores de pensamiento moral. Belsasar no fue la excepción a este efecto.
El rey fue más allá del mero hecho de celebrar un banquete en el cual se bebió bastante. Hizo traer los vasos que habían sido tomados del templo de Yahweh, o Jehová, en Jerusalén para utilizarlos como recipientes para beber alcohol (5:3; véase también 2 Rey. 24:12, 13). Posiblemente Belsasar usó vasos de los templos de otros dioses del Cercano Oriente también. En el uso que les dio a esas vasijas se observa claramente el desprecio a Dios, de cuyo templo provenían.
La acción de Belsasar de beber usando los vasos del templo también involucraba ciertas creencias teológicas. Según la teología babilonia, existen muchos dioses en el cielo. Estos dioses actuaban en la Tierra mediante sus representantes, de modo que cuando ocurría cierto evento en particular en la Tierra, quería decir que la misma acción había ocurrido en el reino de los dioses. Por ejemplo, cuando Babilonia se apuntaba una victoria sobre alguno de sus enemigos, eso indicaba que en el cielo, Marduk, el dios de Babilonia, había derrotado al dios de ese país. Por lo tanto, los eventos terrenales reflejaban lo que ocurría entre los dioses. Así que, para Belsasar, beber de los vasos que provenían del templo de Yahweh era una expresión, para él, de la superioridad de su dios sobre el Dios de los judíos. Desafortunadamente para Belsasar, su teología era falsa; en realidad se estaba involucrando en un acto de blasfemia contra el verdadero Dios.
LA ESCRITURA EN LA PARED
La respuesta divina a este acto de blasfemia por parte de Belsasar y sus nobles fue enviada en forma de una profecía escrita sobre la pared del salón del trono o la cámara de audiencias en la que se celebraba el banquete (vers. 5, 6). Gracias a la pala de los arqueólogos, tenemos una muy buena idea de dónde ocurrió esto. El área del palacio de Babilonia se localizaba cerca del gran pórtico de Ishtar, sobre el lado norte de la ciudad interior. Viniendo del sur por la vía procesional, un viajero podía pasar a través de la puerta y girar a la derecha hacia el Éufrates para entrar al área del palacio. Los edificios del palacio estaban arreglados alrededor de un patio central; el edificio sobre el lado sur era uno en el cual el rey celebraba audiencias, y probablemente fue el edificio en el que Belsasar tuvo su banquete.
El exterior de este edificio estaba cubierto con ornamentos y detalladas figuras enmarcadas en ladrillos esmaltados. Entre las figuras representadas había leones reminiscentes de la primera “bestia” de Daniel 7:4, que representaba a Babilonia. Las paredes del interior del edificio, sin embargo, eran todas de color blanco, de modo que cualquiera que haya sido la tinta con la cual escribiera la mano, las letras se habrían destacado claramente contra ese fondo.
Belsasar, y sin duda sus nobles también, quedaron conmocionados cuando la escritura apareció en la pared. En su terror, se “debilitaron sus lomos”, y “el rey palideció” (vers. 6). Todos en el salón estaban asombrados. Naturalmente, todos se preguntaban qué significaba la extraña escritura. Se dio inicio a una búsqueda inmediata de alguien que pudiera leer la misteriosa escritura. Los sabios de Babilonia vinieron, pero no pudieron ofrecer una respuesta (vers. 7-9).
Entonces la reina (vers. 10), probablemente la reina madre de Belsasar, se acordó de los días antiguos, medio siglo antes, cuando Daniel había servido en la corte como sabio superior a los otros sabios de Babilonia. Daniel había sido capaz de descifrar los misterios de los sueños de Nabucodonosor, por lo menos en dos ocasiones, y esto se quedó grabado en la memoria de la reina madre. A petición suya, Daniel fue convocado (vers. 10-13).
La conversación que siguió entre Daniel y Belsasar trató tres puntos principales. Uno, por supuesto, era la interpretación de la escritura en la pared. Como prefacio, sin embargo, Belsasar hizo una oferta a cualquiera que pudiera interpretar la escritura. Propuso que esa persona fuera el tercer gobernante en el reino y darle las prendas y emblemas de ese oficio (vers. 16).
¿Por qué ofrecería Belsasar convertir al individuo que tuviera éxito en el “tercero” en el reino? Sería mucho más natural ofrecer hacerlo el “segundo”, o simplemente concederle grandes honores. Pero un ofrecimiento de la “tercera” posición en el reino suena extrañamente específico. ¿Por qué el “tercer” puesto?
Todo queda aclarado cuando entendemos la situación política en Babilonia en ese tiempo. El reinado de Babilonia estaba involucrado en un arreglo inusual justo en ese entonces. El rey oficial era Nabonido, el padre de Belsasar. Pero debido a su extensa ausencia del reino, había hecho a Belsasar corregente. En sus propias palabras, le “había confiado el reino a él [Belsasar]”. Por diez años, mientras Nabonido se hallaba fuera en Tayma, Arabia, Belsasar permaneció en Babilonia para administrar el reino.
Ahora, sin embargo, Nabonido había regresado. Pero la situación se había tornado más amenazadora de como estaba cuando se fue a Arabia. Con el asalto de los medos y persas a la frontera oriental del imperio, Babilonia estaba en peligro de derrumbarse. Dos gobernantes eran vitalmente necesarios en ese tiempo: uno en el campo para enfrentar el ataque del enemigo, y el otro en la capital para mantener seguro el control del reino. Nabonido tomó el papel de comandante en el campo y dirigió una división del ejército de Babilonia al río Tigris para enfrentar a Ciro y sus tropas. Belsasar permaneció en la ciudad con otra división del ejército para proteger la capital. Nabonido fue derrotado en el día decimocuarto de Tishri, y la ciudad de Babilonia cayó ante el ejército persa dos días después. Mediante el uso de cálculos realizados por astrónomos y asiriólogos modernos, el día que cayó Babilonia puede identificarse en términos de nuestro calendario como el 12 de octubre del 539 a.C.
Esto explica el ofrecimiento de Belsasar de la “tercera” posición en el reino a cualquiera que pudiera interpretar la escritura en la pared. Nabonido ocupaba la primera posición como rey titular. Como corregente, Belsasar era el segundo en el reino, y el intérprete exitoso sería elevado a la tercera posición, la de primer ministro, a las órdenes de estos dos reyes.
Posteriormente, los historiadores perdieron el conocimiento de esta situación e, incluso, de la existencia de Belsasar. Solo un habitante de Babilonia en el siglo sexto a.C. podría haber sabido de ese extraño arreglo y usó esa específica, aunque irregular, designación de “el tercer señor en el reino” (vers. 16, el énfasis es nuestro). Daniel recibió ese honor porque interpretó la escritura (vers. 29), pero ocupó el cargo solo por pocas horas. Luego el ejercito persa conquistó la ciudad y Belsasar fue asesinado (vers. 30).
La última parte de la entrevista entre Daniel y Belsasar implicaba el conocimiento de Belsasar de la historia reciente de Babilonia. Daniel refirió a Belsasar al caso de Nabucodonosor y los resultados de su orgullo según se lo bosqueja en el capítulo 4. No solo Daniel recordó esta experiencia a Belsasar, sino que temerariamente le declaró que debía haberle prestado atención. Debió haber sido un ejemplo instructivo para Belsasar, pero no se humilló (vers. 18-21).
Si Belsasar hubiera tomado en cuenta la experiencia de Nabucodonosor, nunca hubiera cometido el sacrilegio de beber de los vasos del templo de Yahweh. La experiencia de Nabucodonosor debió haberle enseñado a respetar al Dios verdadero cuyo poder y fuerza podían humillar al más grande gobernante del reino. Pero escogió ignorar esta advertencia. “Tú… no has humillado tu corazón, sabiendo todo esto”, dijo Daniel, acusando al rey (vers. 22). Belsasar estaba pecando contra la luz y el conocimiento; no se hallaba en la oscuridad e ignorancia respecto al verdadero Dios (vers. 22-24).
De hecho, Belsasar y su padre, Nabonido, habían escogido deliberadamente adorar otros dioses. Adoraban no solo a Marduk, el dios regular y prominente de Babilonia, sino también a Sin, la diosa de la Luna. Nabonido era un devoto especial de esta diosa. Seleccionó templos de la diosa de la Luna para reconstruir y remanufacturar en Siria como en Babilonia. Incluso construyó un templo para Sin en Arabia.
Resulta interesante ver esta conexión con la diosa de la Luna a la luz de los eventos ocurridos en Babilonia esa noche de octubre que la ciudad fue tomada. El asalto final persa contra Babilonia comenzó en la noche del día decimoquinto de Tishri y fue completado por la mañana del día decimosexto (el día babilónico se extendía de puesta de sol a puesta de sol). En la noche del decimoquinto día de un mes lunar como Tishri, la Luna llena habría estado radiante. Por lo tanto, Babilonia cayó cuando Sin, la diosa de la Luna, estaba en su apogeo. Aunque había sido elevada por Nabonido a una posición de prominencia en el panteón babilónico, la diosa de la luna no tenía poder contra el decreto de Yahweh, el verdadero Dios, quien había predicho la derrota de Babilonia por los medos y persas. Quedó claro que el poder de Dios es soberano sobre todos los elementos de la naturaleza y el hombre. Nada podría desviarlo del cumplimiento de sus propósitos; ciertamente no el poder (¡o debilidad!) de la falsa diosa de la Luna.
Estos eventos ponen de manifiesto otro detalle interesante en términos del calendario. El mes de Tishri era el séptimo mes tanto del calendario judío como del babilónico. La fiesta hebrea del Yom Kippur, el Día de la Expiación, ocurría en el día décimo de Tishri. En otras palabras, el Día de la Expiación judío ocurrió justo cinco días antes de la caída de la ciudad de Babilonia. Cuando Daniel leyó la escritura en la pared, interpretó el significado de la tercera palabra ahí escrita, tekel, como queriendo decir: “Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto” (vers. 27). El verbo aquí se encuentra en tiempo pasado: “pesado has sido”. ¿Cuando pudo Dios haber emitido semejante juicio contra Babilonia? De todos los días en el calendario judío, el Día de la Expiación era el día del juicio por excelencia. Era un día de juicio en el campamento del antiguo Israel, y aún es considerado como un día de juicio en los ritos modernos de la sinagoga. No habría tiempo más apropiado para que Dios pronunciara juicio sobre Babilonia y Belsasar que el Día de la Expiación, el cual precedió a la caída del reino por solo cinco días.
En realidad fueron cuatro palabras las que se escribieron sobre la pared (vers. 25). Las primeras dos eran la misma pero repetida: mene. Esta palabra significaba, según Daniel: “Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin” (vers. 26). Es interesante que esta palabra fuera repetida. Esto puede ser significativo en términos de los dos gobernantes Nabonido y Belsasar, quienes gobernaron juntos sobre el mismo trono al mismo tiempo. El uno no sobreviviría al otro para continuar gobernando; el reino de los dos vendría a su fin a la misma vez: Belsasar a través de la muerte, y Nabonido a través de la derrota y el exilio.
Ya hemos visto la tercera palabra escrita en la pared, tekel, y su significado. Uparsin, la cuarta y última palabra, hablaba del poder que recibiría el reino cuando la dinastía caldea cayera. Uparsin se refería a los persas; el Imperio Medopersa se expandiría e incorporaría en sí lo que anteriormente pertenecía a Babilonia. O como Daniel lo había interpretado, “Tu reino ha sido roto, y dado a los medos y a los persas” (vers. 28).
La conquista de Babilonia por el ejército medopersa es descrita por el historiador griego, Herodoto, quien visitó la región un siglo después de los acontecimientos. Los habitantes le contaron que los persas desviaron el río Éufrates y luego marcharon hacia la ciudad por el lecho del río, evitando así el intrincado sistema de murallas de la fortaleza (The Histories [Las historias], tomo 1, pp. 189-192). Todo esto ocurrió en Tishri, el mes que llamamos octubre. Ese es el mes en el que el río Éufrates está a su nivel más bajo. Por lo tanto, no resulta enteramente claro cuánta agua tuvieron los persas que desviar del río. De cualquier manera, lograron entrar a la ciudad a través del lecho del río.
Aún quedaba el obstáculo de las puertas de la ciudad en los muelles a los lados del río. Probablemente su defensa no era muy pesada, pero los persas con todo tendrían que haberlas abierto a la fuerza. La pregunta es ¿cómo?
La teoría más prevalente es que un grupo de traidores en la ciudad, compuesto de babilonios disgustados con el gobierno de Nabonido, estuvieron dispuestos a abrir las puertas para sus libertadores. Nabonido era un rey impopular, y existen textos, escritos después de la caída de Babilonia, que incluso sugieren que estaba loco. Desde luego, esto bien puede ser propaganda medopersa para asegurar una aceptación rápida entre el populacho. Pero una respuesta de cómo los persas pudieron abrir una brecha en las murallas de la ciudad a lo largo del río es que traidores dentro de la ciudad voluntariamente las abrieron.
Puede sugerirse otra posibilidad, partiendo de Isaías 45:1-3, donde Dios promete ir delante de las tropas de Ciro y entregar a Babilonia en sus manos:
“Así dice Jehová a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano derecha, para sujetar naciones delante de él y desatar lomos de reyes; para abrir delante de él puertas, y las puertas no se cerrarán: Yo iré delante de ti, y enderezaré los lugares torcidos; quebrantaré puertas de bronce, y cerrojos de hierro haré pedazos; y te daré los tesoros escondidos, y los secretos muy guardados, para que sepas que yo soy Jehová, el Dios de Israel, que te pongo nombre”.
Esta singular profecía ha sido una piedra de tropiezo para los intérpretes críticos de la Biblia. Ellos no pueden ver cómo Isaías, quien vivió en el siglo octavo a.C., podría profetizar tan específicamente respecto de estos eventos que no ocurrieron sino hasta el siglo sexto a.C. La profecía incluso llama a Ciro por nombre casi dos siglos antes de que él realizara estos hechos. A fin de ajustar estos hechos con su entendimiento de cómo las Escrituras fueron escritas, algunos intérpretes hipotetizaron un “segundo Isaías” que vivió en el siglo sexto a.C., y que habría conocido de estos eventos y el nombre de Ciro.
Para aquellos que creen que la Escritura es inspirada por Dios, sin embargo, esta profecía sencillamente es una evidencia de su destacada presciencia y de cómo Dios decidió dar este conocimiento a sus siervos los profetas. Con tales evidencias de que Dios habla a través de sus profetas, ¡qué fe deberíamos tener en la Palabra de Dios dicha mediante ellos!
Cuando Dios profetiza eventos que han de ocurrir en la historia humana, puede valerse de una variedad de medios para producirlos. Puede simplemente prever lo que los actores humanos harán en el escenario de la historia, pero en otras ocasiones Dios interviene más directamente. Vemos esa intervención claramente en ciertos lugares en el libro de Daniel, especialmente en los capítulos 3 y 6, los cuales estudiaremos en el siguiente capítulo de esta obra.
En el capítulo 5, la misteriosa escritura que apareció a Belsasar en la pared era un claro ejemplo de la intervención directa y milagrosa de Dios en la experiencia humana. Todos los presentes en la fiesta supieron que esa escritura era sobrenatural en su origen. Ningún artista babilónico pintó esas palabras en la pared; fue, o bien un ángel o Dios mismo. Y si Dios intervino tan directamente en el palacio de Belsasar, entonces existe la distinta posibilidad de que él o su ángel actuara de manera similar con los cerrojos de las puertas del río hacia la entrada de la ciudad.
Ciertamente Dios envió a su ángel a que abriera milagrosamente las puertas de la prisión para libertar a Pedro (Hechos 12:10). Entonces, quizás no fueron los traidores babilonios quienes abrieron las puertas del río después de todo; quizás fue el mismo ángel que había escrito en la pared del palacio poco antes. Si una acción sobrenatural ocurrió en el palacio, no es difícil concebir que sucediera otra acción sobrenatural poco después y a corta distancia. Tal vez Dios no confió en la mano humana para hacer cumplir su palabra a Isaías respecto de Ciro; quizás él mismo actuó para cumplir su propia palabra, tal como afirmó que lo haría.
LOS RESULTADOS
Los eventos de esa noche histórica terminaron con varios resultados significativos. Belsasar fue depuesto y asesinado (Dan. 5:30). Aunque la profecía de la escritura en la pared tenía amplias implicaciones políticas, antes que nada era una profecía personal para Belsasar. Para él, la profecía significó su propia caída individual. “La misma noche fue muerto Belsasar rey de los caldeos” (vers. 30) al entrar las tropas persas en el indefenso palacio. El historiador griego, Xenofón (Cyropaedia VII, V, 24-32), confirma la declaración bíblica. Él no se refiere a Belsasar por nombre, pero relata cómo se estaba celebrando un banquete en el palacio babilónico esa noche y que fue muerto un rey de Babilonia. También narra por qué fue muerto ese rey. En un viaje de cacería, Nabonido, el rey titular de Babilonia, había matado anteriormente al hijo de Gobrias, el general persa que dirigiría las tropas a la ciudad la noche que Babilonia fue conquistada. En venganza por la muerte de su hijo, Gobrias mató al hijo de Nabonido.
Pero más importante que el destino de Belsasar fue el destino de las naciones acaecido esa noche. Las fortunas cambiantes de la historia se alejaron de Babilonia para coronar a Persia como el siguiente gran imperio mundial. Medo-Persia extendería sus fronteras aun más allá de lo que lo hizo Babilonia. La ciudad de Babilonia fue incorporada al Imperio Persa y por algún tiempo sirvió como una de las ciudades capitales de invierno para los reyes persas. Cuando Babilonia finalmente se rebeló contra Jerjes (el Asuero del libro de Ester) en el 482 a.C., éste apagó la revuelta con tal violencia que la ciudad comenzó a perder importancia desde ese entonces. El primer paso en la caída de Babilonia del poder, sin embargo, ocurrió al momento de la conquista medopersa en el 539 a.C.
El libro de Daniel integra historia y profecía. Las grandes líneas de historia profética que Daniel bosquejó están arraigadas en la historia de su tiempo. El primer poder mundial del cual las profecías en Daniel capítulos 2 y 7 hablaron fue Babilonia, representado por la cabeza de oro en el capítulo 2 (vers. 32, 38) y por el león en el capítulo 7 (vers. 4). Daniel mismo vivió bajo el poder mundial de Babilonia (capítulos 1-5, 7, 8), y continuó viviendo para prestar servicio bajo los potentados persas también (capítulos 6, 9-12). De modo que Daniel mismo vio el cumplimiento de la primera parte de estas grandes profecías que Dios le dio.
Daniel reconoció esta transición de imperios mundiales de forma interesante y sutil en sus palabras a Belsasar esa noche final antes de la caída de Babilonia. El profeta le señaló a Belsasar que el rey había dado “alabanza a dioses de plata y oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra” (vers. 23). Esta secuencia tiene un sonido familiar para el lector de la profecía dada en Daniel 2. Allí, la gran imagen estaba hecha de oro, plata, bronce, hierro, y barro cocido, seguido por una gran piedra (2:31-35). Aparte del hecho de que Daniel sustituyó la “madera” por el “barro cocido”, la secuencia es la misma en sus palabras a Belsasar en la noche de la transición del reino de oro de Babilonia al imperio de plata de Medo-Persia. Sin embargo, Daniel hizo una variación interesante aquí en el capítulo 5, porque cuando comenzó a enumerar estos metales, colocó primero la plata antes que el oro. ¿Por qué esta alteración menor aunque significativa? Porque el cumplimiento de la profecía dada en el capítulo 2 en realidad estaba ocurriendo esa noche; la plata estaba sucediendo al oro, y Daniel da a entender esto en su discurso al rey.
LECCIONES DE NATURALEZA PERSONAL
En esta narración pueden hallarse profundas verdades espirituales de naturaleza personal aparte de las lecciones históricas y proféticas presentes. Miramos hacia atrás, a Belsasar, con una visión retrospectiva de 20/20 y decimos, “¡Qué hombre tan insensato! ¿Cómo pudo haber ido contra la palabra del profeta y el ejemplo proporcionado por la experiencia de su abuelo Nabucodonosor?”
Tal vez debamos mirar a Belsasar con un poco más de piedad, no para excusar su blasfemia, sino para tomarla en serio como un ejemplo para nosotros. ¿no será que nosotros también hacemos caso omiso a las palabras de los profetas y los ejemplos obvios de la actividad de Dios en la historia pasada para aferrarnos neciamente a nuestros propios caminos? En nuestras vidas, ¿han caído dichas palabras y acciones en oídos sordos y ojos ciegos? Puede que no seamos culpables de blasfemia e idolatría crasas como lo fue Belsasar, pero nuestros propios caminos perversos pueden igualmente frustrar la gracia de Dios.
Belsasar despreció la misericordia y la gracia de Dios, extendida a la casa real de Babilonia desde el tiempo de Nabucodonosor. La gracia de Dios también les fue extendida a nuestros ancestros, pero ese no es el caso. El caso es si nosotros hemos aceptado la gracia de Dios en nuestro favor y hemos ajustado nuestra vida según ellas, en vez de volvernos a nuestros caminos. Dios quiera que el ejemplo insensato de Belsasar nos evite hoy caer en caminos similares.
Hay lecciones concernientes al juicio en este capítulo. Dios lleva las cuentas de las naciones y los individuos. Babilonia y Belsasar fueron pesados en la balanza del juicio y fueron hallados faltos (vers. 27). En un extremo de la balanza se colocaron la misericordia y la justicia de Dios; en el otro, la rapacidad, violencia y orgullo de Babilonia y Belsasar. La misericordia de Dios sobrepasaba con mucho el orgullo de Belsasar, pero él escogió no aceptar esa misericordia. El juicio no es un tema popular en el mundo moderno. Por lo menos, no los juicios de Dios. Queremos nuestra debida porción de justicia en la corte, pero cuando se trata de enfrentarse a Dios, preferiríamos un Dios que no nos llame a cuentas. Preferiríamos evadir nuestra responsabilidad moral a toda costa si fuera posible. El tema del juicio divino no era más popular en el tiempo de Daniel, Jeremías o Ezequiel de lo que es en nuestros días. Si los profetas del Antiguo Testamento nos enseñan algo, es que en todas las edades una porción significativa del pueblo de Dios ha tratado de evadir su responsabilidad moral y así escapar del juicio de Dios.
Jesús ilustró este mismo elemento en su parábola del hombre rico que derribó sus graneros para construir otros mayores. Este hombre vivía su vida según el principio de la avaricia. Quería establecer más y más empresas. Entonces llegó la fatídica noche: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma” (Luc. 12:20). Esa era también la condición de Belsasar. También podría ser la nuestra, pero no necesita ser así.
En el otro extremo, vemos el ejemplo espiritual de Daniel. Permaneció de pie delante del rey confiado en el Dios a quien servía. Había recibido la palabra del Dios viviente, por lo tanto no necesitaba temer a la palabra de ningún rey, sin importar cuán poderoso fuera. Bien fuera distinguido con altos cargos (como lo fue por Nabucodonosor y Belsasar) o echado al foso de los leones (como lo fue por Darío) la fe de Daniel y su confianza en Dios permanecieron sólidas. Poco importaba a Daniel si los babilonios o los persas controlaban el mundo. Tales detalles no alteraban sus hábitos de oración o su integridad personal en lo más mínimo. Independientemente de cómo soplaran los vientos políticos del mundo, Daniel permaneció como la brújula al polo, fiel a su deber y a su Dios. Nuestro ejemplo a seguir en el capítulo 5 no es Belsasar, sino Daniel. Belsasar provee una advertencia de un camino que no debemos seguir; Daniel señala el sendero de la fe y la confianza que nos lleva al reino de Dios.
Por la fe, Daniel reconoció que no importa cuáles ejércitos resultaran triunfantes o cuáles reinos se establecieran en un momento particular, la historia aún seguía bajo el control de Dios. Ultimadamente, la historia avanzaba hacia la meta trazada por Dios. Y la fe de Daniel se hizo realidad al cumplirse el primer paso de las grandes profecías cuando los persas conquistaron a Babilonia.
Nosotros nos encontramos hoy al otro extremo de la línea. En términos del capítulo 2 de Daniel, estamos en la misma base de la estatua, entre los pies y los dedos, en el tiempo del hierro y el barro cocido. Estamos en espera del siguiente y último paso: el establecimiento del reino de la piedra, el reino de Dios. Podemos mirar hacia atrás en la historia y ver que los reinos de las bestias en Daniel 7 se han levantado y se han caído tal como lo predijo Dios. Cuánta más fe y confianza en Dios deberíamos tener hoy día, en que él conoce el futuro y lo ha revelado a sus siervos los profetas.
LECCIONES DE NATURALEZA HISTÓRICA
No solo podemos tener confianza en el futuro profético según nos fue revelado a través de Daniel, sino que podemos tener confianza en la palabra histórica que el libro de Daniel nos comunica también. Los críticos de la Biblia han intentado socavar la exactitud histórica de Daniel y, por lo tanto, socavar la exactitud profética. Ese intento ha fracasado, y en ningún lugar ha sido más evidente dicho fracaso que en el capítulo 5.
Primero, los críticos negaron que siquiera existió una persona como Belsasar. Pero las tablillas que salieron de las excavaciones en Mesopotamia demostraron su existencia, su posición política, y por qué el libro de Daniel lo evalúa en la forma que lo hace.
Un examen más cuidadoso del ambiente histórico de este capítulo revela cuán preciso y exacto era el conocimiento de la Babilonia del siglo sexto a.C. que el escritor tenía. Podemos hacerle una pregunta bien específica a Daniel: “¿Quién era el rey en el palacio la noche que la ciudad cayó en manos de los persas?” Ese sería un buen punto para atrapar a un escritor posterior en cuanto a los detalles de un conocimiento impreciso. Basados en la información preservada mediante los historiadores clásicos, la respuesta habría sido “Nabonido”. Como el último rey oficial conocido de Babilonia, él debería haber sido el monarca para quien Daniel interpretó la escritura.
Pero el escritor de Daniel no colocó erróneamente al bien conocido Nabonido en el palacio aquella noche. Más bien, puso allí al virtualmente desconocido Belsasar. Daniel no hace mención de Nabonido. Si se celebró un banquete en el palacio y Nabonido se encontraba en la ciudad, él ciertamente habría asistido. Sin embargo, Daniel no hace mención de su presencia. ¿Por qué no? ¿Dónde estaba Nabonido? No sabíamos las respuestas a estas preguntas hasta que los arqueólogos excavaron la tablilla que ahora conocemos como la Crónica de Nabonido. Esa tablilla nos indica claramente dónde estaba Nabonido y por qué no estaba en la ciudad. Se había llevado a otra división del ejército babilónico al río Tigris, donde peleó contra Ciro y su ejército en una ciudad cercana llamada Opis. Dos días antes que la ciudad de Babilonia cayera, el ejército de Nabonido fue derrotado en el campo de batalla por las tropas persas de Ciro. Nabonido huyó y no regresó a la ciudad de Babilonia hasta después, cuando la ciudad estaba ya en manos persas. Así que Daniel 5 está en lo correcto al ignorar a Nabonido. Él no estaba en Babilonia la noche que ésta cayó.
Cuando Daniel entró a la sala del trono del palacio esa noche, vio al rey. Pero ese rey era Belsasar, no Nabonido. ¿Cómo podría Daniel haber sabido que Belsasar estaba en el palacio esa noche, para proteger la ciudad, pero que Nabonido su padre estaba ausente? ¿Cómo pudo haber conocido estos detalles íntimos acerca del personal presente en el palacio en esa precisa noche?
Solo es posible una respuesta a esta pregunta. Daniel fue un testigo ocular de estos eventos tal como lo narra en su registro. Podemos tener confianza en la exactitud de los eventos históricos descritos en el libro de Daniel, y podemos tener confianza que los eventos futuros que predice también vendrán a acontecerse.
LECCIONES DE NATURALEZA ESTRUCTURAL
La porción de Daniel escrita en arameo cubre los capítulos 2 al 7. En el mismo centro de esta sección, los capítulos 4 y 5 tienen que ver con sujetos similares: el rey. En el capítulo 4, el rey es Nabucodonosor; en el capítulo 5, el rey es Belsasar. Aunque los eventos de estos dos capítulos probablemente ocurrieron separados por más de cuarenta años, Daniel decidió contar estas dos historias lado a lado. De esta manera las colocó deliberadamente.
Aunque estos dos capítulos tratan del mismo tipo de sujeto, el rey lo maneja de forma diferente. Esos dos tratos nos dan un marco para su comparación y contraste que puede influir sobre la dirección de nuestra vida espiritual. Al final, Nabucodonosor nos provee un buen ejemplo; Belsasar nunca nos lo da. El primer rey se convierte de mala gana; el segundo rey rechazó por completo la conversión.
Para enfatizar las similitudes y contrastes en estas dos narraciones históricas, Daniel los ubicó en el centro del marco literario de esta parte del libro. Como el centro de la estructura quiasmática en Daniel capítulos 2 al 7, este arreglo se enfoca en la responsabilidad individual. Un rey finalmente hizo la elección correcta, mientras que el otro rey no. El énfasis está en la responsabilidad individual. Tal como los monarcas de Babilonia tenían una responsabilidad individual hacia Dios, así también cada uno de nosotros tenemos que hacer una elección a favor o en contra de la gracia y el reino de Dios. Aunque el ejemplo de Belsasar puede impulsarnos a demorar y finalmente a rechazar a Dios, la experiencia de Nabucodonosor nos motiva a aceptar a este Dios verdadero y personal y entrar así a su reino.
Pareciera haber cierta distancia entre la estructura literaria y las lecciones personales espirituales, pero la forma en que Daniel escribió y arregló su libro destaca el hecho de que una relación cercana existe en realidad entre las dos.