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Interpretando la historia
ОглавлениеLa primera mitad de Daniel, los capítulos 1 al 6, es esencialmente de naturaleza histórica. Estas narraciones históricas incluyen algo de profecía, pero contienen claramente más historia que profecía. La naturaleza histórica de esta porción del libro genera varias preguntas de importancia:
¿Cuál es la perspectiva bíblica de la historia?
¿Cuál es la perspectiva de Daniel de la historia?
¿Aborda el libro la historia neobabilónica o algún periodo posterior?
¿Cuál es la actividad de Dios en la historia? ¿Cuál es su relación con ella?
Estas preguntas se reducen a dos principales:
1. ¿Se relaciona Dios con la historia humana o se ha retirado a alguna otra parte de su universo dejando a la Tierra avanzar por sí sola?
2. ¿Con qué periodo de la historia trata el libro de Daniel?
La segunda pregunta implica historicidad más que historia, y el texto del libro mismo nos proporciona una respuesta directa y fácilmente accesible: el libro de Daniel se presenta a sí mismo como un registro de las experiencias de algunas personas que vivieron durante el periodo del reino neobabilónico, durante la parte tardía del siglo séptimo y buena parte del sexto a.C. Sin embargo, más allá de esta sencilla respuesta yace otro asunto: ¿Es el libro de Daniel un registro verdadero de eventos que ocurrieron en el siglo sexto a.C.? ¿O es una obra que fue posteriormente escrita por otro individuo y no el profeta Daniel con la intención de que sonara como si ocurrió en el siglo sexto a.C.?
Muchos comentaristas contemporáneos del libro de Daniel con frecuencia contestan estas preguntas tomando la posición de que Dios no interviene en los asuntos humanos y que el libro en realidad fue escrito en el siglo segundo a.C., no en el sexto, por alguien distinto a Daniel. Por lo tanto, estos comentaristas no esperan que el libro de Daniel sea históricamente exacto o fiel al escenario del siglo sexto a.C. que describe en sus páginas. En un lenguaje muy práctico, es lo que se conoce como “Daniel en el foso de los críticos”.
LA PERSPECTIVA BÍBLICA DE LA HISTORIA
¿Se relaciona Dios con la historia humana? Esta es una pregunta filosófica. Implica la perspectiva bíblica de la historia y, en un sentido medular, nos lleva de vuelta a la pregunta de la naturaleza esencial de las Escrituras. ¿Qué es la Biblia? Más específicamente para nuestra discusión del libro de Daniel, ¿qué es el Antiguo Testamento? Es una revelación de la naturaleza, el carácter y el propósito de Dios. Pero es más que eso. Nos proporciona una historia que comienza con la creación en Génesis y termina en Esdras y Nehemías en el periodo persa. Esa historia se extiende a través de los libros de Moisés y Josué, los libros de Jueces, 1 y 2 de Samuel, y los libros de los Reyes, en paralelo con los de las Crónicas. Finalmente, esa historia llega a su fin con los registros de Esdras y Nehemías. Por todo, se extiende por más de dos milenios. Pero hay más historia que simples registros rústicos de lo que sucedió. Hay un enfoque de la historia particular, y ese enfoque está íntimamente relacionado con Dios como el actor central del escenario de esa historia. Es, como cierto teólogo e historiador lo ha descrito, un registro de “los poderosos actos de Dios”. El Señor ha estado activo a través de esa historia, relacionándose con los seres humanos, guiándolos y dirigiéndolos, no solo respecto de sus asuntos terrenales sino también en cuanto a cómo obtener su salvación.
Esta misma perspectiva de la historia es evidente también en el libro de Daniel. Aquí, la historia comienza con la primera conquista de Jerusalén por Nabucodonosor. Ese giro de eventos debió haber parecido desastroso a muchos de los judíos que vivían en Jerusalén en ese tiempo. Sin embargo, detrás de todo, Dios estaba obrando sus propios propósitos. El Señor permitió la conquista de Judá y Jerusalén porque la nación estaba bajo el liderazgo de Joaquín, un rey perverso y rebelde, y porque la sociedad estaba moralmente corrompida. Aún en la tragedia de la conquista, sin embargo, Dios sacó algo bueno de lo malo. Sus siervos —Daniel y sus amigos— fueron llevados a circunstancias donde pudieron testificar en una forma tal que se extendió más allá de su pequeño círculo familiar en Judá. Se convirtieron en testigos del Dios verdadero entre todos los cortesanos de Babilonia y delante del monarca más poderoso de ese tiempo. Dios entregó a Joaquín en la mano de Nabucodonosor, pero también le dio gracia a Daniel y sus amigos ante ese mismo rey. Así, en los sucesos personales y nacionales de la época, podemos ver la mano de Dios en acción. Y siendo que tenemos la palabra inspirada del profeta Daniel quien observó dichas acciones y a quien le fue dada información del cielo acerca de ellas, podemos ver con toda claridad la intervención de Dios en estas circunstancias humanas.
Vemos también la intervención del Señor en la historia humana en otros aspectos de Daniel. Dios no solo interviene en el curso de la historia entre las naciones, tales como Babilonia y Judá, sino que también él mismo se involucra en la historia personal de los individuos. Vemos la milagrosa intervención de Dios en favor de los amigos de Daniel, especialmente en la historia de la liberación del horno de fuego en el capítulo 3. En el caso de Daniel, la intervención de Dios opera en todo el libro, pero se pone especialmente de relieve con la milagrosa liberación de Daniel de los leones hambrientos en el foso en el capítulo 6. Por lo tanto, Dios opera a nivel de las naciones y los eventos históricos en proporciones épicas, pero también se relaciona con la gente en el plano individual.
La tercera forma en la que el libro de Daniel demuestra la atención de Dios y su participación en la historia de las naciones e individuos es por medio de las profecías dadas ahí. Los cuatro bosquejos proféticos principales del libro, las de los capítulos 2, 7, 8, y 11, proveen un vistazo previo que va desde los tiempos del profeta a través de las edades de la historia que siguen. Dios no solo tiene interés en el curso de la historia de las naciones; él no solo interviene en ocasiones para afectarlo; sino que también conoce el curso que tomará. Los lectores del libro de Daniel pueden descansar confiados en que hay un Dios que nos cuida detrás de las escenas de acción en la historia.
La visión del mundo que se presenta en Daniel y a lo largo de las Escrituras no es muy compatible con el pensamiento filosófico moderno. La cosmovisión moderna tiene su origen, no tanto en la Biblia, sino en la filosofía de los antiguos griegos. Esta cosmovisión moderna adquirió forma gracias a revoluciones en el pensamiento que ocurrieron particularmente en el siglo 18 d.C., conocido como la Era de la Razón. Comenzando con el modelo físico construido a partir de las matemáticas de Sir Isaac Newton y otros, esta perspectiva estableció que la mente humana era autosuficiente y que no había ninguna necesidad de fuente externa alguna de conocimiento o inspiración, tal como Dios. Esta perspectiva humanística llegó a prevalecer en los círculos intelectuales, dejando poco espacio para el Señor. Por algún tiempo, Dios fue tolerado en la periferia de la experiencia humana. El deísmo era un movimiento que veía a Dios como un fabricante de relojes. Él creó el mundo, el sistema solar, y el universo y entonces le dio cuerda para que pudiera operar por sí solo, de acuerdo con leyes propias que los científicos irían descubriendo.
Bien pronto, sin embargo, a mediados del siglo diecinueve la teoría de la evolución entró a la escena y le arrebató a Dios su rol, de por sí ya muy reducido. Ahora no había ya más necesidad de un individuo que fabricara relojes. El reloj había evolucionado por sí solo. Todo esto llevó a una confrontación directa entre la escuela de pensamiento bíblica y el humanismo racionalista. La Biblia afirma que hay un Dios y que se ha revelado a sí mismo. El humanismo racionalista dice que no hay Dios y que no existe ninguna revelación suya. La Biblia, por lo tanto, se convierte en un elemento central en este debate.
Un aspecto de la Biblia que demuestra que hay un Dios y que se ha revelado a sí mismo es la profecía predictiva. Bien puede ser que una persona muy bien informada pueda adivinar acertadamente el curso de los eventos en el futuro inmediato o cercano. Pero, proponer que alguien, valiéndose solo de recursos humanos naturales, pueda predecir correctamente lo que va a suceder en cinco, seis o siete siglos, como ocurre en el libro de Daniel, supera con creces el campo del conocimiento humano. Tal percepción solo puede provenir de la esfera de lo sobrenatural. En consecuencia, el tema de la profecía predictiva ha jugado una parte significativa en las discusiones entre los que aceptan la perspectiva bíblica y los que la rechazan.
Los que niegan la perspectiva bíblica de Dios y la historia tienen que hallar una explicación humanística para el aspecto predictivo de las profecías dadas en la Biblia. Una forma de anular el contenido predictivo de un libro profético tal como Daniel es afirmar que sus profecías no se cumplieron, que los eventos predichos no ocurrieron. Capítulos posteriores en este volumen abordarán las evidencias para el cumplimiento de las profecías de Daniel.
Pero hay otra forma de cancelar el elemento predictivo de un libro profético, y es demostrando que el contenido histórico local del libro es inexacto. Por ejemplo, las profecías de Daniel pretenden haber sido dadas en el contexto babilónico del siglo sexto a.C. Si Daniel, supuestamente escribiendo desde la perspectiva de la Babilonia del siglo sexto a.C., no presenta su historia de Babilonia en orden correcto, entonces nadie necesita darle crédito a los detalles proféticos tampoco. En otras palabras, una forma de socavar la exactitud de la sección profética de Daniel es primero socavar la exactitud de su sección histórica. Si la exactitud histórica del libro puede impugnarse, sus profecías no tienen porqué tomarse en serio.
Pero si este argumento tiene validez, entonces lo contrario también debe ser válido. Si podemos demostrar que las secciones históricas de Daniel son exactas y confiables, entonces también tenemos que tomar en serio lo que dice en las secciones proféticas. Nos dirigimos, entonces, a ese asunto: la exactitud histórica de Daniel.
LA EXACTITUD HISTÓRICA DE DANIEL
Quienes no aceptan la perspectiva de que Dios está íntimamente involucrado en la historia humana y no dan lugar en su pensamiento a la profecía predictiva, han señalado un número de supuestas imprecisiones históricas en el libro de Daniel como medio para negar el elemento predictivo de las porciones proféticas. Por lo tanto, el problema para aquellos que ven las porciones proféticas de Daniel como eventos predictivos en el lejano futuro es confrontar esas objeciones y demostrar la exactitud histórica del libro. Haremos esto al tomar cinco de las objeciones principales que se han esgrimido contra la exactitud histórica de Daniel. Existe evidencia en cada uno de estos casos para indicar que, lejos de ser imprecisiones históricas en el registro bíblico, en realidad son mal entendidos de los historiadores modernos respecto de lo que el registro verdaderamente dice.
Sin embargo, antes de tomar estas cinco objeciones individuales a la exactitud histórica de Daniel, examinemos las presuposiciones básicas que subyacen a todas ellas.
Los eruditos que estudian el libro de Daniel desde el punto de vista del humanismo racionalista no pueden dar cabida a la revelación sobrenatural en su entendimiento del libro. Tal perspectiva, por supuesto, excluye la posibilidad de que las profecías de Daniel hayan sido dadas en el siglo sexto a.C., y que hayan predicho eventos subsecuentes con siglos de anticipación. La explicación usual ha sido que el libro de Daniel fue escrito en realidad mucho después, más probablemente en el siglo segundo a.C. Se supone que el autor debió haber sido un individuo anónimo que vivió en Jerusalén en el 165 a.C., durante el tiempo de Antíoco IV Epífanes, un rey de Siria de origen griego. Siendo que Antíoco IV persiguió a los judíos e interrumpió los servicios religiosos en el templo, es por eso que se cree que mucho de la profecía de Daniel se enfoca en aquél y en sus actividades persecutorias. Por lo tanto, estos eruditos argumentan que las supuestas profecías de Daniel son en realidad historia escrita en forma de profecía. Esto es, un escritor del siglo segundo a.C. basó su material en sucesos contemporáneos que estaban ocurriendo en torno suyo, pero los presentó en forma de profecías que simulaban haber sido escritas en el siglo sexto a.C. para predecir estos sucesos.
Y si el escritor de Daniel en realidad vivió en el siglo segundo a.C., naturalmente no habría sido capaz de presentar la historia babilónica del siglo sexto a.C. sin cometer errores. Por lo tanto, de acuerdo con este argumento, las imprecisiones en la historia de Babilonia y el siglo sexto a.C. son prueba de la autoría tardía del libro y de la falta de un elemento predictivo verdadero en las profecías.
Vayamos, entonces, a los cinco ejemplos más destacados que han sido citados como imprecisiones históricas en el libro de Daniel. ¿Cuál es la evidencia? ¿Son estos en verdad errores históricos, o malentendidos de parte de los críticos?
LA FECHA EN DANIEL 1:1
Daniel 1:1 da como fecha del primer sitio de Jerusalén por Nabucodonosor como “el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá”. Los eruditos críticos argumentan que la fecha correcta es, en realidad, el año cuarto de Joacim, o el 605 a.C., cuando se lo correlaciona con los eventos descritos en las propias crónicas de Nabucodonosor.
La secuencia de eventos sería así: Josías, rey de Judá, murió cuando salió a pelear contra el Faraón Necao, en Meguido, en el verano del año 609 a.C., cuando el gobernante egipcio iba en ruta hacia el norte a pelear contra los babilonios (véase 2 Reyes 23:29 RVR 1995). Se puede obtener una fecha exacta de esta campaña de Necao a partir de la Crónica Babilónica, que es el registro oficial de los primeros once años del reinado de Nabucodonosor. De regreso del norte de Siria en el otoño de ese mismo año, Necao depuso a Joacaz rey de Judá y lo llevó a Egipto (véase 2 Reyes 23:33-35). En su lugar, fue instalado Joacim como rey (versículo 34).
El punto cronológico importante aquí es que esta transición final, la instalación de Joacim como rey de Judá, tuvo lugar después del Rosh Hashana, o sea el año nuevo judío que inicia en el otoño. De manera que el primer año oficial del reinado de Joacim comenzó en el otoño del 608 a.C. El periodo de tiempo anterior a ese año nuevo otoñal era conocido como el “año ascensional” o año 0. Entonces, el tercer año de Joacim mencionado en Daniel 1:1 comenzó en el otoño del 606 a.C., y se extendió hasta el otoño del 605 a.C. Dentro de ese año, Nabucodonosor peleó la batalla de Carquemis en Siria en la primavera (Jeremías 46:2)1. Llegó a Jerusalén en el verano de ese año antes que comenzara el cuarto año de Joacim en el otoño.
Así, si uno interpreta esta fecha según el principio de interpretación del año ascensional y el calendario judío (de otoño a otoño), la fecha cae correctamente como el año judío de otoño a otoño de 606/605 a.C., el cual es históricamente exacto.
BELSASAR COMO REY DE BABILONIA
Otra crítica de los episodios históricos en el libro de Daniel se centra en torno a la figura de Belsasar en el capítulo 5. Está claro a partir de varias fuentes históricas que el último rey del Imperio Neobabilónico fue Nabonido, no Belsasar. Sin embargo, Daniel 5 presenta a Belsasar como el rey que estaba en el palacio de Babilonia la noche cuando la ciudad cayó en manos de los persas.
El conocimiento acerca de la existencia de Belsasar estuvo perdido desde el tiempo del mundo antiguo hasta el año 1861 d.C. Durante esos años, era desconocido según las fuentes históricas primarias, y se presentaron varias teorías acerca de su identidad, especialmente durante los siglos 18 y 19 d.C. En 1861, se publicó la primera tabla cuneiforme que menciona a Belsasar por nombre. Veinte años después, se publicó la Crónica de Nabonido; ésta contaba de una serie de años durante los cuales Belsasar administraba asuntos gubernamentales en Babilonia mientras su padre Nabonido estaba en Arabia. Finalmente, en 1924, otro texto cuneiforme fue publicado, ahora llamado “Relato en verso sobre Nabonido”. Este relato cuenta, entre otras cosas, que cuando Nabonido se fue de Babilonia, “le confió el reino” a su hijo Belsasar. De la misma manera, se ha descubierto en años recientes una serie de tablillas interconectadas que revelan el rol que Belsasar jugó en los eventos políticos y militares de Babilonia en el siglo sexto a.C.
Sobre este punto, los críticos de la historia de Daniel han tenido que batirse en retirada. Uno de ellos escribió con todo candor: “Seguramente, nunca sabremos cómo el autor del libro de Daniel supo de estos eventos”. En realidad, es fácil de entender cuando uno toma en consideración la evidencia del libro mismo. La respuesta es que Daniel estaba allí, en el escenario histórico como testigo ocular.
Algunos críticos, tratando aún de rescatar algo de credibilidad de este giro de eventos, han explotado otro aspecto de este problema. Se han dado cuenta de que no hay una tablilla babilónica específica que refiera directamente a Belsasar como rey. Esta observación es correcta hasta cierto punto. Pero, ¿qué debemos entender cuando leemos en el “Relato en verso de Nabonido” que a Belsasar se “le confió el reino”?
Cualquier hebreo que haya salido del ambiente político donde Daniel se hallaba habría estado bien consciente de la práctica de la corregencia. David puso a Salomón sobre el trono junto con él de modo que hubo dos reyes gobernando a Israel por un tiempo. Esto también ocurrió de nuevo en varias ocasiones en la historia de Israel. Daniel, por lo tanto, sencillamente hizo referencia a Belsasar como “rey” porque él ocupaba esa posición y fungía como rey. Daniel estaba históricamente en lo correcto porque sabía quién estaba gobernando en Babilonia mientras Nabonido se hallaba fuera de la capital por diez años.
Hay un detalle pequeño pero importante en Daniel 5 que da evidencias de cuán exacto era el conocimiento de Daniel respecto de Belsasar y su destino. Daniel nos dice quién se encontraba en el palacio en la ciudad esa noche y quién no. Belsasar estaba ahí, pero Nabonido, el rey principal, no estaba. Este detalle es algo que habría conocido solo un testigo de aquellos eventos en el siglo sexto a.C. Un escritor en el siglo segundo a.C. bien podría haber cometido el error de poner a Nabonido, el último rey principal, en el palacio aquella noche. Pero Daniel no cometió ese error, y la Crónica de Nabonido nos dice dónde estaba Nabonido. Él había llevado consigo una división del ejército babilónico al río Tigris para pelear contra Ciro y sus tropas, quienes se aproximaban por el oriente. Belsasar quedó en la ciudad con la otra división para protegerla. El escritor del libro de Daniel sabía que Belsasar estaba en la ciudad la noche que fue conquistada, y no hace mención de Nabonido por la obvia razón de que éste se encontraba en otra parte. Este pequeño y aparentemente insignificante detalle revela cuán preciso fue el registro de Daniel en el caso de Belsasar.
EL REINO MEDO
Durante siglos, los intérpretes ortodoxos del libro de Daniel han visto la secuencia cuádruple de reinos en los capítulos 2 y 7 como una representación de Babilonia, Medo-Persia, Grecia, y Roma. Siendo que el libro de Daniel menciona un rey llamado Darío el Medo (ver Dan. 11:1), los eruditos críticos han argumentado que el escritor de Daniel pensó que había un reino medo independiente después del reino babilónico. Por lo tanto, consideraban que, con base en la evidencia del libro mismo, la secuencia debería ser reducida a Babilonia, Media, Persia, y Grecia. De esta forma, la serie termina no con Roma, sino con Antíoco Epífanes, quien procedía del periodo griego. Esto, afirman tales críticos, es consistente con lo que escribiría un autor del siglo segundo a.C., pero es un error histórico hablar de un reino medo separado después del periodo babilónico.
Sí hubo un reino medo separado en los siglos noveno, octavo y séptimo a.C. Eso es algo bien sabido y no representa ningún problema. Pero los críticos están en lo cierto en que sería un error histórico insertar un reino medo independiente en esta secuencia después del 539 a.C., cuando cayera el reino babilónico. Los medos habían sido conquistados por los persas más temprano en el siglo sexto a.C., y por los siguientes dos siglos fueron un componente integral del Imperio Persa.
¿Acaso el escritor de Daniel cometió tal error e identificó un reino de Media separado? No si partimos de la evidencia que el texto presenta. El carnero en la profecía del capítulo 8 se identifica en el versículo 20: “En cuanto al carnero que viste, que tenía dos cuernos, éstos son los reyes de Media y de Persia”. Este carnero simbólico único representaba el reino único de Medo-Persia.
La narración del capítulo 6 sostiene el mismo punto donde la ley dada por Darío se dice que era “conforme a la ley de Media y de Persia, la cual no puede ser abrogada” (vers. 12). Si Media y Persia eran reinos separados en ese momento, la referencia hubiera sido a “la ley de Media y la ley de Persia” en vez de “la ley de Media y de Persia”. Un solo código legal gobernaba a este reino doble.
La escritura en la pared en el capítulo 5:28 nos enseña la misma verdad, dado que el reino de Belsasar fue “roto, y dado a los medos y a los persas”. No hay base en el libro de Daniel para separar un reino medo individual. La secuencia debe continuar como ha sido interpretada: Babilonia, Medo-Persia, Grecia, y Roma.
DARÍO EL MEDO
La identidad de Darío el Medo aún es asunto de cierta discusión entre los eruditos conservadores que aceptan su existencia histórica. Este caso no es tan claro como el que tiene que ver con Belsasar. Se han mencionado varios candidatos como posibilidades, incluyendo dos reyes persas, dos reyes medos, y dos gobernadores persas. Estos serán discutidos con mayor detalle en el capítulo que trata sobre Daniel 6. Aquí necesitan mencionarse solo dos puntos.
Primero, sabemos que había un corregente en Babilonia durante el primer año de ocupación persa. Las tablillas comerciales cotidianas de Babilonia de aquel tiempo registran los nombres de los reyes y sus títulos, junto con fechas de los años de regencia de cada rey. Partiendo de estos documentos, es claro que Ciro no portaba el título de “Rey de Babilonia” para el primer año de la conquista persa; ninguna de las tablillas escritas en ese entonces le asigna este título.
Segundo, está el asunto de los nombres oficiales de los reyes. En los tiempos antiguos, los reyes comúnmente tenían nombres personales antes de ascender al trono; tras ascender al trono, asumían otro nombre oficial. Esto era muy común en Egipto, y ocasionalmente fue practicado en Israel. Azarías, quien también recibió el nombre de Uzías, es un ejemplo. Esta costumbre rara vez fue utilizada en Mesopotamia, pero quizás fue más común en Persia, según ciertos historiadores modernos. Por lo tanto, Darío, según se lo menciona en Daniel, bien pudo haber sido un nombre oficial, pero necesitamos ser más exactos en la identificación del nombre personal del individuo que pudo haber adoptado ese nombre oficial.
LA FECHA DEL LENGUAJE ARAMEO DE DANIEL
Estudios tempranos argumentan que el lenguaje arameo usado en los capítulos 2-7 de Daniel se parece más al arameo del siglo segundo a.C., que al del siglo sexto a.C. No obstante, cuando esos estudios fueron practicados, solo se conocía un conjunto de textos arameos antiguos —los papiros elefantinos egipcios del siglo quinto a.C. Dado que el arameo de Daniel difiere en cierto grado del lenguaje usado en los papiros elefantinos, se argumentaba que el arameo de Daniel provenía de un periodo posterior.
Una corriente continua de descubrimientos de inscripciones arameas ha venido dando una visión más completa de ese lenguaje y su desarrollo y una mejor base de comparación con el arameo que aparece en Daniel. Las diferencias entre el arameo de Daniel y el hallado en los papiros elefantinos durante cierto tiempo se creyó que representaban un desarrollo cronológico de dicho idioma, pero ahora se sabe que reflejan más bien dialectos regionales. Todos los papiros elefantinos que formaron la base original de comparación provinieron de Egipto y reflejaban un dialecto arameo egipcio. Este dialecto difería de la forma de expresión oral y escrita del arameo en Judá, Siria, Babilonia e Irán. Cada una de estas regiones tenía su propio dialecto regional. Algunos de los rasgos característicos arameos en el libro de Daniel que se creía eran características tardías —tales como la posición del verbo, por ejemplo— ahora se sabe que son características tempranas propias de las regiones orientales, en otras palabras, como el arameo de Babilonia donde vivía Daniel.
Otro hallazgo considerable en esta área proviene del descubrimiento de los rollos del Mar Muerto. Los esenios que trabajaban en el monasterio de Qumram cerca del Mar Muerto del siglo segundo a.C. al siglo primero d.C., escribieron y copiaron numerosos documentos arameos así como textos hebreos. A medida que estos textos han sido publicados, ha quedado más claro que el arameo de Daniel es considerablemente más antiguo que estos documentos del Mar Muerto. Puesto que los eruditos críticos modernos creen que Daniel fue escrito alrededor del mismo tiempo que los rollos del Mar Muerto, resulta complicado para su perspectiva que no haya una correspondencia más cercana en términos del lenguaje. Los rollos del Mar Muerto también han revelado que el arameo de Daniel no es palestino por distribución geográfica. Más bien, se trata de un tipo de arameo oriental, como el que uno esperaría de un residente de Babilonia.
De esta manera, todos los hallazgos más importantes en el estudio del lenguaje arameo que aparece en Daniel tienden a colocar la fecha de ese escrito más temprano que lo que los críticos han creído. Actualmente, el arameo de Daniel sencillamente se lo clasifica como “arameo imperial”, lo que quiere decir que encaja bien dentro de las fechas del Imperio persa, del siglo séptimo hasta el siglo cuarto a.C. Ya no es válido el argumento lingüístico contra la fecha temprana del arameo de Daniel.
Por lo tanto, después de examinar las objeciones mayores a la exactitud histórica de Daniel, podemos decir con seguridad que su lenguaje y contenido histórico corroboran el testimonio del libro mismo de que fue escrito en el siglo sexto a.C. Además, el argumento de los críticos de que no podemos confiar en sus declaraciones proféticas debido a sus imprecisiones históricas queda destrozado.
LA ESTRUCTURA LITERARIA DE LOS CAPÍTULOS HISTÓRICOS
Para concluir este capítulo, necesitamos echar una mirada a un elemento más de la primera mitad del libro. Este elemento no tiene que ver con datación o determinación de la historicidad; más bien trata de por qué los capítulos de Daniel están arreglados en el orden en que están.
El lector cuidadoso se dará cuenta de que las narraciones históricas del libro no están arregladas en un estricto orden cronológico. Por ejemplo, los capítulos 5 y 6, que corresponden al periodo persa, preceden a los capítulos 7 y 8, que pertenecen al periodo babilónico temprano. Un orden cronológico requeriría que los capítulos 7 y 8 precedieran a los capítulos 5 y 6. Algún otro principio de organización debió haber sido usado. Como se señaló anteriormente, Daniel se divide —con cierta superposición— en secciones prácticamente iguales de capítulos históricos y proféticos.
Más que eso, sin embargo, los capítulos que fueron escritos en arameo, los capítulos 2 al 7, exhiben un orden literario específico. Estos seis capítulos se colocan aparte en cuanto a estructura literaria: la forma en que están ordenados dentro de su propia sección. Estos capítulos están claramente relacionados entre sí en pares basados en contenido. Los capítulos 2 y 7 forman un par; ambos capítulos son bosquejos proféticos que tienen que ver con el levantamiento y la caída de reinos a lo largo de porciones extensas de la historia humana.
De la misma forma, los capítulos 3 y 6 también son similares en contenido. El capítulo 3 describe la persecución de los tres amigos de Daniel en el horno ardiente; el capítulo 6 describe la propia persecución de Daniel en el foso de los leones. En ambos casos, los siervos de Dios sufrieron pruebas de su fe, y en ambos casos son liberados sobrenaturalmente de sus pruebas.
Esto deja a los capítulos 4 y 5 juntos como un par dentro de la porción aramea e histórica del libro. Estos capítulos también tienen que ver con el mismo asunto: un rey babilónico particular. En el capítulo 4, es Nabucodonosor quien aparece en la mira. En el capítulo 5, es Belsasar. Ambas narraciones comienzan con un escenario local: Nabucodonosor en su palacio y Belsasar en ese mismo palacio. Ambos reyes son todo un caso de presumido egoísmo, y ambos fueron juzgados por el Dios verdadero. En ambos casos, sus juicios vinieron en la forma de profecías que subsecuentemente se cumplieron. Daniel estaba presente para interpretar ambas profecías. Las dos historias tienen finales ligeramente diferentes, pero incluso en eso guardan una relación entre sí. En el capítulo 4, Nabucodonosor cayó en un lapso de locura, pero luego pudo levantarse de nuevo y regresar a su trono. En el capítulo 5, sin embargo, no hay una redención subsecuente para Belsasar. Él y su ciudad cayeron esa noche ante los conquistadores persas.
Por lo tanto, las narraciones de la sección aramea e histórica del libro de Daniel pueden alinearse en pares temáticos bajo el siguiente bosquejo:
A. Daniel 2: profecía sobre el levantamiento y la caída de reinos.
B. Daniel 3: narración acerca de la persecución de los amigos de Daniel.
C. Daniel 4: profecía sobre la caída y el levantamiento del rey Nabucodonosor.
C. Daniel 5: profecía sobre la caída del rey Belsasar.
B. Daniel 6: narración acerca de la persecución de Daniel.
A. Daniel 7: profecía sobre el levantamiento y la caída de reinos.
Tal bosquejo es como una escalera con escalones por ambos lados, en la cual uno asciende en el mismo orden en que desciende los escalones por el otro lado, A: B: C: C: B: A. El nombre técnico para este orden de escritura es quiasmo. Esta palabra proviene del nombre de la letra griega chi, que se parece a una X. La idea es que el bosquejo procede hacia arriba por una pierna de esta X y luego desciende en el orden inverso por el otro lado. Es una organización basada en la inversión o en una imagen de espejo. Lo que tenemos aquí en el libro de Daniel es un quiasmo relativamente simple basado en enlaces temáticos entre dos historias de naturaleza similar. Una mirada al bosquejo “quiástico” de arriba muestra que los capítulos 2 y 7 están temáticamente enlazados, como están los capítulos 3 y 6, y los capítulos 4 y 5. Esta clase de arreglo es relativamente común en el Antiguo Testamento, especialmente en los salmos, de modo que es evidente que la gente del tiempo de Daniel estaba plenamente consciente de este tipo de escritura.
¿Con qué propósito les servía, y qué valor tiene para nosotros hoy? Servía para varias funciones. Primero, era un recurso para facilitar la memorización. Tener que memorizar el contenido de estos seis capítulos de Daniel sería una tarea difícil. Sin embargo, es mucho más fácil recordar lo que cada capítulo trata una vez que se reconoce este orden inverso.
Segundo, esta clase de organización hace posible que se vean vínculos explicativos entre las narrativas enlazadas. Por ejemplo, muchos comentadores han reconocido que la profecía del capítulo 7 es una explicación adicional y más detallada de la profecía dada en el capítulo 2. Las dos profecías están relacionadas; no se refieren a periodos históricos distintos. La estructura literaria, entonces, se convierte simplemente en otra forma de reforzar ese vínculo.
Tercero, hay una cuestión estética. Es bueno reconocer que la Biblia nos habla de muchas maneras y culturas diferentes. Pero es bueno también darse cuenta de que hay una belleza literaria en estas expresiones. Reconocemos la belleza literaria de algunos salmos. ¿Por qué no reconocer la belleza literaria de algunas porciones bíblicas de prosa, tales como estos capítulos en Daniel? Daniel no es la obra pequeña e insignificante de un editor cualquiera; es la obra, bajo la dirección de Dios, de un artista literario, y necesitamos reconocer esa habilidad.
Finalmente, esta estructura literaria enfatiza la unidad de esta sección de Daniel y de todo el libro. Estas narrativas han sido colocadas juntas precisamente en un orden específico, como los ladrillos que se usan para construir una chimenea. No se puede quitar ninguno de esos ladrillos sin que toda la estructura se derrumbe. Cada uno es vital para el orden y la relación. Los críticos literarios de Daniel han pasado este punto por alto. Han intentado separar el capítulo 7 del resto de los capítulos históricos. Para ellos, la profecía del capítulo 7 fue escrita alrededor del año 165 a.C., en el tiempo de Antíoco Epífanes, pero los capítulos históricos anteriores fueron escritos antes, dicen ellos, quizás en los siglos cuarto o tercero a.C. Pero estas narraciones, incrustadas como están en la arquitectura literaria, no pueden desmembrarse tan fácilmente. El capítulo 7 va con el capítulo 2; los dos forman un par. Y ese par constituye un marco alrededor de los otros cuatro capítulos que también forman parejas entre sí. De esta manera, los capítulos históricos forman una unidad, un paquete, y el hecho de que también todos fueron escritos en lengua aramea destaca ese punto. Hace un siglo y medio, los estudiosos que critican las fuentes del libro de Daniel lo han estado partiendo en piezas cada vez más pequeñas. Finalmente, una apreciación del arte y estructura literarios del libro ha demostrado cuán erróneo ha sido este enfoque. El libro de Daniel es una unidad literaria y, además, una pieza estéticamente atractiva.
Debido a esta estructura literaria única de la sección histórica de Daniel, estudiaremos estos capítulos según los pares a los que pertenecen.
1 La versión Reina-Valera 1960 dice en Jeremías 46:2 que era el cuarto año de Joacim.