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Prefacio

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Mi interés en un estudio serio y profundo del libro de Daniel comenzó años atrás en una clase titulada, “Introducción al Antiguo Testamento”, enseñada por el bien conocido arqueólogo adventista, Dr. Siegfried H. Horn. Esta no fue mi primera introducción a Daniel, sino una introducción a las preguntas serias y críticas acerca del libro.

Una de esas preguntas tenía que ver con la identidad de Darío el Medo, puesta de relieve en el capítulo 6. Después de abordar ese asunto en clase, el Dr. Horn admitió que la respuesta permanecía incompleta y sugirió que alguien debería examinar las tablillas de Darío en las diferentes colecciones de los museos con la intención de identificar al rey mencionado en Daniel 6 a partir de fuentes históricas. Algunos años más tarde, yo acepté ese desafío. Desde entonces, he escrito varios artículos sobre la materia; sin embargo, la identidad de Darío el Medo aún continúa en debate. Todo lo que puedo decir es que he reducido el campo de fuentes históricas en el que puede hallarse la respuesta a esta pregunta. Mi interés en el antecedente histórico de Daniel 6 me llevó a los otros capítulos históricos del libro.

La historia presentada en Daniel es un tipo especial de historia: Una historia teológica en la que los eventos seleccionados son considerados con atención mientras que otros son ignorados. Desde luego, la propia participación personal de Daniel fue uno de los mayores factores en la selección de los eventos a registrar. Hay algo autobiográfico acerca de los capítulos históricos del libro de Daniel. Pero son algo más que la mera narración de lo que le sucedió a Daniel en Babilonia. También revelan la mano de Dios en la historia y en la vida de Daniel. Por lo tanto, podemos estudiar Daniel 6 para averiguar si verdaderamente existió una figura histórica como la de Darío el Medo. Pero más importante aun, podemos también ver cómo Dios actuó a favor de Daniel durante ese tiempo de la historia babilónica. Encima y por detrás de los registros históricos dados en Daniel se aprecia la amplia perspectiva de la interacción de Dios con la historia humana llevando a cabo sus propios propósitos eternos.

De esta forma, historia y teología se combinan. En Daniel, tenemos una historia religiosa selectiva que revela no solo la historia política de las naciones de aquel tiempo, sino también la interacción de Dios con ellas y con su pueblo que vivía entre aquellas naciones.

Más allá de eso, la historia del libro nos proporciona el contexto y el punto de partida de las profecías que aparecen en él. En Daniel, la historia y la profecía no han de considerarse en ámbitos separados; están entretejidas. Las dos se combinan desde el comienzo de las profecías en el tiempo histórico del profeta mismo y, posteriormente, se extienden al futuro más allá de los días del profeta. En realidad, Daniel vivió bajo las primeras dos naciones halladas en el “bosquejo” profético del libro —Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma. Y el cumplimiento de dichas profecías posteriores a su tiempo ha dado testimonio de la naturaleza inspirada de las profecías que le fueron dadas.

En términos de la materia central que trata, el libro de Daniel se divide en dos secciones casi iguales; la primera mitad constituye mayormente historia y la segunda mitad mayormente profecía. Desde luego, encontramos elementos proféticos en los capítulos históricos y, de la misma manera, hay algunos elementos históricos en los capítulos proféticos. Pero la división general del libro en dos secciones de historia y profecía prácticamente iguales es una distinción tanto exacta como útil.

Comencé mi investigación de las profecías de Daniel observando la cercana conexión entre los capítulos 8 y 9. En la primera parte de la década de 1980, cuando más o menos ya había completado mi estudio inicial, irrumpió la controversia en la Iglesia Adventista del Séptimo Día en relación con estos capítulos proféticos en particular. Como resultado, mi trabajo con el Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General (IIB) me requirió dar atención más detallada a las porciones proféticas de Daniel. Este estudio resultó en un manuscrito inédito, “Daniel y el juicio”. Consecuentemente, el IIB publicó ciertos capítulos de este manuscrito en el tomo uno de la serie de la Comisión sobre Daniel y Apocalipsis, bajo el título: Estudios Selectos en Interpretación Profética. Como el título sugiere, esta obra no era un comentario capítulo por capítulo sobre las profecías de Daniel, sino que trataba sobre algunos temas en Daniel.

En contraste, este estudio de Daniel aborda el espectro completo de los capítulos proféticos y los presenta más o menos en orden consecutivo. Esto le permitirá al lector estudiar el texto en una forma más ordenada. No obstante, he decidido tratar con el texto de Daniel de forma que no siga estrictamente el orden original como aparece en el libro mismo. Por ejemplo, al examinar los capítulos 7, 8, y 9, he revertido el orden, tomando el capítulo 9 primero, luego el 8, seguido por el capítulo 7. He procedido así porque creo que el texto se vuelve más significativo si se lo ve de esta manera. He seguido también este orden “inverso” basado en perspectivas que he obtenido del estudio de la estructura literaria de varios pasajes del Antiguo Testamento, especialmente de los Salmos. En los varios capítulos que cubren estas profecías, he provisto justificación adicional para alterar el orden de los capítulos para el propósito de su estudio.

La historia presentada en las porciones tempranas del libro de Daniel fluyen de manera natural en las secciones proféticas. Hay un sentido en el que la profecía es sencillamente historia escrita desde el punto de vista divino antes de que suceda. Algunos elementos de la historia proveen bases para revisar el cumplimiento de las profecías después de que los eventos han ocurrido. Así, no encontraremos una tajante separación entre la historia y la profecía en el libro de Daniel. Los grandes bosquejos proféticos en Daniel comienzan, muy naturalmente, con Babilonia y Medo-Persia: los reinos que existían en el propio tiempo del profeta. Luego prosiguen con el señalamiento de los reinos que iban a venir, Grecia y Roma. Finalmente, llegan hasta nuestro mismo tiempo, y más allá, hasta que el reino de Dios haga su aparición. El reino eterno de Dios es la gran meta de la historia. Es también la gran meta de la profecía, y también debe ser la gran meta de nuestro propio viaje personal y espiritual.

La razón final por la que necesitamos estudiar cuidadosamente los capítulos históricos de Daniel es por las lecciones espirituales que podemos aprender de ellos. En la reacción de Daniel y sus amigos a la cultura pagana de Babilonia podemos encontrar un ejemplo de cómo vivir en la cultura pagana de nuestro propio siglo. Sus vidas pueden proveer un modelo de la forma en que debemos vivir hoy día: honestamente, dedicados a Dios y valientes en la fe.

Por lo tanto, al observar el desarrollo de la historia y la profecía en Daniel, vemos la mano de Dios dirigiendo la historia mediante sus poderosos actos en favor de su pueblo: la nación de Israel en el Antiguo Testamento, y la iglesia en el Nuevo Testamento. Tan ciertamente como el Señor ha dirigido la historia en el pasado, de la misma manera la llevará a su culminación en su glorioso reino. Ese fue el enfoque inspirado de Daniel, y también debe ser el nuestro. Nuestra propia experiencia espiritual con Dios debería tener como meta vivir con él para siempre en el reino que ha prometido establecer al fin del tiempo.

Es mi esperanza que este estudio contribuirá en alguna medida a esa meta.

William H. Shea

Silver Spring, Maryland, EE. UU.

Daniel. Una guía para el estudioso

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