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V
ОглавлениеEN EL CUAL EL MISTERIO AUMENTA CONSIDERABLEMENTE
La desaparición o pérdida del precioso objeto, documento o lo que fuese, encerrado dentro de la bolsita de gamuza, que el muerto había conservado tan cuidadosamente durante tantos años, era ahora, por sí sola, una circunstancia muy sospechosa, mientras las vagas pero firmes aprensiones de Mabel, que no quería o no podía definir, habían despertado en mí nuevos recelos sobre la muerte de Burton Blair, recelos que me hacían pensar que había sido víctima de una infamia.
En el acto que me despedí de ella, me encaminé a Bedford Row, donde tuve otra consulta con Leighton, al cual le expliqué mis serios temores.
—Como ya le dije, señor Greenwood—exclamó el abogado cuando hube terminado, recostándose en su silla y mirándome gravemente a través de sus anteojos,—creo que mi cliente no ha fallecido de muerte natural. En su vida ha habido algún misterio, alguna extraña circunstancia romántica que, desgraciadamente, nunca creyó conveniente confiármela. Poseía un secreto, según me dijo, y, debido al conocimiento de ese secreto, obtuvo su gran fortuna. Hace media hora que he hecho un cálculo aproximado del valor actual de sus bienes, y, por lo bajo, creo que la suma pasará de dos y medio millones de esterlinas. Pero decirle, en confianza, que el total de esta fortuna pasa derecho a su hija, exceptuando varios legados, entre los cuales están incluidas diez mil libras para el señor Seton y otras diez mil para usted; dos mil para la señora Percival, y algunas pequeñas sumas para los sirvientes. Pero—añadió,—hay una cláusula en el testamento muy enigmática, y que le afecta a usted íntimamente. Como ambos tenemos sospechas de que se ha cometido un acto infame, pienso que puedo mostrársela ahora mismo, sin aguardar el entierro de mi infortunado cliente, y la lectura formal de su testamento.
Se levantó, y de una gran caja negra de papeles, con la siguiente inscripción: «Burton Blair, Esquire», sacó el testamento del muerto, y, abriéndolo, me mostró la siguiente cláusula:
«(10) Dono y lego a Gilberto Greenwood, de Los Cedros, Helpstone, la bolsita de gamuza que se encontrará en mi persona en el momento de mi muerte, con el objeto de que pueda sacar provecho de lo que hay dentro de ella, y como compensación de ciertos servicios valiosos que me hizo. Pero es preciso que recuerde siempre esta rima:
Henry the Eighth was a knave to his queens,
He'd one short of seven—and nine or ten scenes!
y que sepa ocultar muy bien el secreto a todos los hombres, exactamente como yo lo he hecho.»
Era todo. ¡Una cláusula extraña, ciertamente! ¡Burton Blair, después de todo, me había legado su secreto; el secreto que le había dado su colosal fortuna! Sin embargo, había desaparecido... robado, probablemente, por sus enemigos.
—Es una copla curiosa—sonrió el abogado.—Pero el pobre Blair tenía, según creo, poca cultura literaria. Poseía mayores conocimientos marinos que poéticos. Empero, después de todo, la situación es bien molesta e intrigada para usted, el secreto del origen de la enorme fortuna de mi cliente le ha sido legado, y, ahora, se encuentra con que le ha sido robado de esta extraña manera.
—Pienso que sería mejor consultar a la policía, y explicar nuestras sospechas—dije con amarga pena al ver que la bolsita de gamuza había caído en otras manos.
—Estoy completamente de acuerdo con usted, señor Greenwood. Iremos juntos a la Scotland Yard y solicitaremos que inicien las pesquisas necesarias. Si, en efecto, el señor Blair ha sido asesinado, entonces el crimen se ha cometido de la manera más secreta y notable, para decir lo menos posible. Pero hay otra cláusula en el testamento, que es algo inquietante, y que se relaciona con su hija Mabel.
El testador ha designado como su secretario y administrador de sus bienes, a una persona desconocida para mí, de quien nunca he oído hablar: a un tal Paolo Melandrini, italiano, que, según parece, vive en Florencia.
—¡Qué!—grité, atónito.—¡A un italiano para secretario de Mabel! ¿Quién es ese hombre?
—Una persona que no conozco, como ya he dicho, cuyo nombre, en verdad, nunca se lo oí mencionar a mi cliente. Cuando hice el testamento, no hizo más que dictármelo para que yo lo escribiese.
—¡Pero eso es absurdo!—exclamé.—Ciertamente que no es posible permita usted que un extranjero desconocido, que bien puede ser un aventurero por todo lo que sabemos, tenga completo contralor sobre sus bienes.
—Temo que no se pueda evitar—replicó Leighton, gravemente.—Aquí está escrito, y nos veremos obligados a comunicarle a este hombre, sea quien sea, su nombramiento, con un sueldo de cinco mil libras anuales.
—¿Y tendrá, en efecto, completo poder sobre sus asuntos?
—Absolutamente. Para decir verdad, ella hereda toda la fortuna con la condición de que acepte a este individuo como su secretario y consejero confidencial.
—¡Blair debía estar loco!—exclamé.—¿Conoce Mabel a este misterioso italiano?
—No ha oído nunca nada sobre él.
—En ese caso, pienso que antes de informarlo de la muerte del pobre Blair y de la buena fortuna que le aguarda, debemos, por lo menos, descubrir quién es él. De cualquier modo, podemos vigilarlo cuidadosamente, una vez que esté en su puesto, y ver que no malgaste el dinero de Mabel.