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La historia de la Iglesia cristiana está puntuada con un número de libros que pueden describirse mejor como “breves, pero trascendentales”. Esta categoría incluye La Libertad del Hombre Cristiano de Martín Lutero, El Libro de Oro de la Vida Cristiana de Juan Calvino, La Caña Cascada de Richard Sibbes, La Vida de Dios en el Alma del Hombre de Henry Scougal, entre otros. Aunque se pueden leer en un par de horas, de todos modos contienen suficientes principios, perspectivas y sabiduría espiritual para toda la vida.

Hacia la Madurez Espiritual, de William Still, puede ser incluido en esta categoría. Contiene la esencia destilada de su ministerio pastoral. Como otros varios libros de esta misma categoría, este explica principios que fueron descubiertos por el autor muy temprano en su ministerio y puestos a prueba a lo largo del camino. El contenido de estas páginas fue expuesto en su ministerio público de la Palabra y aplicado en su consejería privada. Asimismo, se volvió parte integral del latido de la vida de su congregación. Con la bendición de Dios, sus enseñanzas sobre “las tres dimensiones del mal” (aunque no es algo que él innovó), cobraron vida y llevaron tanto iluminación como ayuda espiritual a varias generaciones de cristianos. Sin lugar a dudas, dicho resultado puede darse en esta generación, y este breve libro puede considerarse como un “salvavidas” y fuente de restauración para los lectores, a fin de llevarles estabilidad y firmeza.

William Still fue el pastor de la Iglesia Gilcomston South, de Aberdeen, Escocia, desde 1945 hasta poco antes de su fallecimiento, en 1997. Indiscutiblemente fue el personaje de mayor influencia entre los evangélicos de su país por ese tiempo. Raras veces viajaba más allá de las fronteras de su tierra natal. Después, poquísimas veces salía de los límites de su propio condado Aberdeenshire. Sin embargo, su vida y ministerio tocaron a miles de personas jóvenes, quienes, como estudiantes, aprendieron bajo su ministerio y, aparte, muchas más leyeron sus Bible Study Notes [Apuntes de estudio bíblico], que escribió para los miembros de su congregación. Estos apuntes fueron leídos en algunos lugares remotos de la tierra; estos y su no muy conocido ministerio de oración de su congregación hicieron que el mundo se volviera también su parroquia, así como lo fue para Wesley.

William Still nunca se casó, pero invirtió enérgicamente sus horas en el ministerio personal y la exhortación, en prepararse para predicar en el púlpito y en escribir y, finalmente, en la vida familiar de su congregación. Desde su adolescencia, hasta más o menos los veinticinco años, tuvo muy poca educación académica formal, que en muchos aspectos explica la particularidad de su ministerio de la Palabra.

Nunca me olvidaré cuando lo oí por primera vez. Alguien había motivado a mi padre para que, cuando yo fuera a estudiar a la Universidad de Aberdeen, escuchara a William Still, en Gilcomston South; pues impartía emocionantes lecturas bíblicas. Nunca había escuchado de él ni de su iglesia, ni de sus lecturas bíblicas. Mi ignorancia desapareció un domingo por la tarde, en septiembre de 1965 cuando, como estudiante de 17 años, sentado cerca de la última banca del templo, vi subir al púlpito un señor que me pareció de edad avanzada (aunque tenía en ese momento menos años de los que yo tengo hoy), que daría inicio a la celebración.

Me sentía muy tímido y quizá asombrado de él, como para iniciar una plática. Siempre le escuchaba sentado, cerca de la última banca, pero sin hablarle, por cerca de un año y medio. No me di cuenta (como ahora) de que si el oyente puede ver al predicador, este también puede verlo. Él me observaba esperando pacientemente y preguntándose acerca de cuándo saldría de mi “capullo” para iniciar una conversación con él. Un día, después de la celebración de la tarde, me tocó salir delante de él por la puerta del templo. De repente, sentí que una mano agarró mi brazo, y me volteé. Luego escuché su inconfundible voz que me preguntaba: “¿Cuándo me visitarás?”. Asustado, respondí: “No sabía que se podía. ¿Me permite visitarle?”.

De esta manera, comenzó nuestra amistad y recibí sus consejos paternales, por muchos años. Aunque éramos personas muy diferentes, con puntos de vista muy distintos, sabía que necesitaba aprender de otros. Sin embargo, al recordarlo, se me viene a la mente una carta escrita por un comerciante inglés del siglo XVII, en la cual dice que un predicador que escuchó cuando visitó Escocia, Robert Blair, le “mostró la majestad de Dios”; luego, que “un chaparro de buen semblante”, Samuel Rutherford, le “enseñó la hermosura de Cristo”; y después, que David Dickson, “un anciano bien favorecido, de carácter muy formal”, le “manifestó lo escondido de su corazón”. Mientras agradezco lo mucho que me influyeron personas vivas y otras ya fallecidas, me acuerdo de William Still como uno que, de varias maneras, combinaba estas características de Blair, Rutherford y Dickson en un solo ministerio. Su persona y ministerio me impactaron profundamente. Mi oración es que muchas otras, cuando lean esta nueva edición del libro original escrito hace unos cincuenta años, experimenten ese mismo impacto.

Sinclair B. Ferguson

Pastor, La Primera Iglesia Presbiteriana

Columbia, Carolina del Sur

Seminario Teológico “Redeemer” de Dallas, Texas, EUA

Hacia la madurez espiritual

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