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II. La (in)visibilización del riesgo de las fumigaciones cianhídricas al inicio

del siglo xx

Ximo Guillem-Llobat


Figura 1

Leandro Navarro y un operario muestran la toxicidad del ácido cianhídrico. Documental Fumigación de los olivos por medio del gas cianhídrico (1914).

Europeana. https://www.europeana.eu/es/item/08625/FILM00068074c_X

Las sociedades capitalistas más enriquecidas entraron en el siglo xx con una creciente preocupación por las plagas del campo (Whorton, 1974; Jas, 2007). El desarrollo de una agricultura de exportación cada vez más intensiva y basada en el monocultivo daría lugar a plagas más frecuentes y devastadoras; y con ellas llegarían nuevas regulaciones y el desarrollo de nuevos métodos de control (Romero, 2016). Estos métodos de control fueron fundamentalmente biológicos y químicos, y así fueron sustituyendo los métodos mecánicos que se habían aplicado con anterioridad. Se identificaron especies parásitas o predadoras de algunas de las plagas que afectaban los principales cultivos y se crearon insectarios para su reproducción y posterior introducción en el medio. Pero tampoco se descuidó el estudio de la lucha química contra las plagas. Empezaron a probarse toda una serie de compuestos de eficacia variable en la eliminación de una u otra plaga y entre ellos fueron tomando un especial protagonismo algunos de reconocida toxicidad como el arsénico, al que nos referiremos en el capítulo siguiente, y el ácido cianhídrico (hcn), en el que profundizaremos en este caso. En el análisis histórico de estos casos se constata la compleja relación entre percepción del riesgo y regulación. Si nos acercamos al proceso de introducción de estos plaguicidas ¿Podemos afirmar que su efectiva regulación depende de la capacidad de la ciencia para establecer los límites de uso seguro de estos compuestos o el riesgo asociado a ellos?

La imagen que abre este capítulo pertenece a uno de los primeros documentales rurales producidos en el Estado español: Fumigación de los olivos por medio del gas cianhídrico. El documental, que empezó a producirse en 1912 y tuvo como principal impulsor y protagonista al ingeniero agrónomo Leandro Navarro Pérez (1861-1928), muestra las bondades de uno de estos nuevos métodos de control, la fumigación cianhídrica. Cabe destacar, sin embargo, que más allá de los debates sobre la eficacia de dicho tratamiento, en este caso nos encontramos con un producto que se caracterizaba por su alta toxicidad. Como era bien sabido en aquel contexto, una exposición de unos pocos segundos al cianhídrico podía resultar letal (Vingut, 1999). Pero, ¿cómo se presentaron en la comunicación académica y sobretodo en la divulgación los riesgos asociados a dicho método de control de plagas? ¿Y qué nos sugiere dicho caso histórico sobre la gestión del riesgo químico en el ámbito de la agricultura? Estas serán algunas de las cuestiones que trataremos en este capítulo.

La toxicidad del ácido cianhídrico no estaba sujeta a debate aunque, como veremos, en algunos ámbitos se obvió a través del silencio y no tanto de una defensa explicita de su inocuidad. Relatos como aquel de un químico de Viena, Scharinger, que murió un par de horas después de que cayeran dos gotas de cianhídrico en su brazo, circulaban a través de la bibliografía médica de principios del siglo xx (Cebrián Gimeno, 1930). Sin embargo, dicha sensibilidad hacia el riesgo asociado al cianhídrico y a algunos de los reactivos utilizados en su producción (como el cianuro sódico y potásico) no aparece de manera clara en el documental de Navarro. El documental, de unos 18 minutos,5 empieza con un texto corto que indica que «este gas, también denominado ácido prúsico, produce la muerte instantánea de los animales sometidos a su acción». Al texto le sigue una secuencia (de la cual forma parte la imagen que introduce este capítulo) que no deja lugar a duda con relación al sentido que se le quiere dar a esta afirmación. Su elevada toxicidad en el mundo animal se interpreta en términos de eficacia como plaguicida y no en relación al riesgo que comporta. Solo así se puede entender que la secuencia muestre a Navarro sin ninguna protección generando el cianhídrico dentro de una campana de vidrio que contiene una paloma. El vídeo muestra la rápida muerte de la paloma y aunque Navarro se retira al generar el ácido cianhídrico, se puede observar la rapidez, casi explosiva, con la que se produce el gas y como este sale de la campana justo en el momento en el que un operario se acerca para acabar de colocar una manta sobre la campana (tal y como se observa en la imagen inicial de este capítulo). Sin duda, existe una cierta exposición al cianhídrico aunque sus caras parecen mostrar un esfuerzo por aguantar la respiración. A esta secuencia le sigue un nuevo texto en el que se vuelve a hacer referencia a la «cualidad tan intensamente venenosa de este gas» pero la secuencia posterior no evidencia ningún riesgo sino el trabajo tranquilo de los ingenieros en el reconocimiento del arañuelo del olivo, la plaga que era combatida con el ácido cianhídrico. Por tanto, probablemente el carácter venenoso del gas hacía nuevamente referencia a su eficacia y no a los peligros de salud ambiental que podía comportar.

En lo sucesivo, el documental ya no vuelve a hacer ninguna referencia explícita a la toxicidad del producto pero nos muestra su aplicación en el campo y esto nos permite evaluar hasta qué punto se tuvieron en cuenta las medidas de seguridad consideradas en otros ámbitos como, por ejemplo, en la formación de los capataces fumigadores. Este documental, como otros que elaboró el mismo Navarro, fue proyectado y presentado en contextos muy diversos. Sus públicos objetivo no fueron por tanto necesariamente capataces agrícolas, y esto podría explicar que el detalle con el que se presentaron los riesgos no tuviera por qué coincidir con el que encontraríamos en los materiales dirigidos a aquellos que llevarían a cabo las fumigaciones. Sin embargo, la existencia de fuertes contradicciones entre las prácticas mostradas en el documental y aquellas consideradas óptimas desde la perspectiva de la seguridad, sin duda nos plantearía la necesidad de buscar una explicación a dicha contradicción. De hecho, esta contradicción se dio y sobre ella reflexionaremos, pero ¿qué supuso realmente la formación de capataces fumigadores?

En agosto de 1911 el ingeniero valenciano Clemente Cerdá coordinó una serie de demostraciones con las que presentaba la fumigación cianhídrica a los agricultores. Este método de control de plagas se había introducido poco antes en la península ibérica y ya en aquel momento ingenieros como Antonio Maylin (1849-1916) plantearon la necesidad de establecer cursos de formación de capataces fumigadores para asegurar así el correcto desarrollo de dicha práctica (Guillem-Llobat, 2019). Un año más tarde, la recién creada Estación de Patología Vegetal de Burjassot organizó el primer curso de capataces fumigadores. Y al poco tiempo se estableció a nivel estatal que cada cuadrilla de fumigación debía incluir un capataz fumigador y que este debía disponer del título que durante muchos años solo pudo certificar el centro valenciano.

Aquel 1912 ya se publicó, para la primera edición de estos cursos, un manual que contenía, entre otras muchas cuestiones, toda una serie de exigencias para la correcta y segura aplicación de la fumigación con ácido cianhídrico (Maylin, 1912). En general, esta fumigación, comportaba el uso de grandes lonas con las que se cubría el árbol que debía ser fumigado y posteriormente la producción del cianhídrico en la dosis adecuada bajo la lona. En un primer momento, para generar dicho cianhídrico se hacía reaccionar agua, ácido sulfúrico y cianuro potásico en un recipiente denominado generador. Cuando estos reactivos se unían el operario debía dejar inmediatamente la tienda (nombre con el que se conocía la lona dispuesta sobre el árbol) para evitar la exposición al cianhídrico, que se generaba al instante.


Figura 2

Entoldado de olivos antes de su fumigación. Documental Fumigación de los olivos por medio del gas cianhídrico (1914).

Europeana. https://www.europeana.eu/es/item/08625/FILM00068074c_X

Al iniciar la grabación del documental, en 1912, Navarro ya disponía del manual y, de hecho, elaboró aquel mismo año una memoria sobre nuevas aplicaciones de la fumigación cianhídrica que admitía partir de la experiencia valenciana en la fumigación de cítricos (Navarro, 1912; Navarro, 1924). La memoria de Navarro finalizaba con una sección de «Instrucciones para capataces fumigadores de olivos» elaborada por el ingeniero Antonio Quintanilla, agregado de la Estación de Patología Vegetal de Moncloa, que venía a reproducir, e incluso a ampliar, las medidas de seguridad prescritas en el manual de la estación de Burjassot. Pero todo parece indicar que Navarro no siempre consideró oportuno seguir en su documental las indicaciones sobre seguridad que se incluyeron tanto en el manual como en aquellas instrucciones.

Así, por ejemplo, el manual recomendaba el uso de guantes de caucho al manejar el ácido sulfúrico y siempre que el operario tuviera algún tipo de herida en las manos también al manejar el cianuro potásico. Mientras que en las instrucciones de Antonio Quintanilla no solo quedaba recogida esta exigencia sino que se consideraba que el operario debería utilizar guantes de piel siempre que manipulara el cianuro. Y sin embargo el documental muestra en todo momento operarios que trabajan sin ninguna protección en las manos. Tanto el manual como las instrucciones, también advertían sobre la necesidad de evitar que el operario respirara los «polvillos que se desprenden al [remover los cianuros]» y evitar que pudieran caer al suelo. Pero el documental nos muestra a un operario que utiliza primero una especie de pequeña pala para pesar el cianuro en una báscula, pero que después retira con la mano parte del cianuro y la deja en un extremo de la mesa sin precaución alguna. La manera en que actúa no parece ser garantía de que no caiga parte al suelo y la exposición directa del operario es evidente.

Tampoco se observa que los operarios sigan la recomendación de lavarse las manos antes de fumar (de hecho, en la imagen con la que iniciábamos el capítulo se muestra un operario fumando en el transcurso de la operación). Mientras que otras cuestiones que ya se citan en el manual de 1912, pero ciertamente recibirán más atención en posteriores ediciones, como es el hecho que el viento puede hacer desaconsejable la práctica de la fumigación, tampoco parecen ser coherentes con lo que nos muestra el documental. Las instrucciones de Quintanilla, por su parte, ya planteaban, en este sentido, que se deberá «suspender los trabajos cuando haya un viento superior a una brisa suave y viento borrascoso o con lluvia». Sin embargo, llama la atención en el documental la presencia de un fuerte viento que levanta las lonas y que de estar fumigando implicaría peligrosas fugas del cianhídrico.

Todos estos elementos parecen indicar que no existe en el documental de Navarro un tratamiento adecuado de los riesgos asociados a estas fumigaciones. Tal y como indicábamos, esta cuestión no se trata de manera explícita en el documental y de hecho las actuaciones que muestra ni siquiera son coherentes con las medidas de seguridad ya exigidas en el principal manual para la formación de capataces fumigadores. ¿Qué puede explicar esta disfunción entre la peligrosidad atribuida al ácido cianhídrico en los manuales y en el documental de Navarro?

Podemos descartar que la toxicidad del cianhídrico generara debate en aquel momento. Antes apuntábamos a los relatos sobre la gran peligrosidad del cianhídrico que circulaban en la bibliografía médica. Es cierto, sin embargo, que el hecho de que el cianhídrico se hubiera consolidado como un potente veneno para suicidarse (Vingut, 1999) o que su uso en la fumigación sanitaria (de puertos, redes ferroviarias, y otros espacios) por parte de personal médico estuviera más contestado, precisamente en base a su peligrosidad, no suponía necesariamente que esta peligrosidad fuera asumida en todos los ámbitos profesionales y geográficos posibles. Nuestras investigaciones nos han mostrado en una y otra ocasión que las barreras geográficas, académicas y profesionales pueden resultar suficientemente impermeables como para permitir que convivan percepciones muy distintas de la toxicidad de una misma sustancia dependiendo del contexto (académico, profesional o geográfico) en que nos situemos (Bertomeu-Sánchez, Guillem-Llobat, 2016). Y ciertamente en la aplicación agrícola inicial de ácido cianhídrico hay muy pocas referencias explícitas a su toxicidad. Pero la fumigación agrícola con ácido cianhídrico no constituía una novedad sin precedentes en aquel momento. Ya se había desarrollado en California fundamentalmente desde de la década de 1890 para tratar de combatir plagas como la de la cochinilla acanalada o la de piojo rojo en cítricos (Romero, 2016).

Estas aplicaciones habían generado abundantes trabajos en el contexto norteamericano y, sin duda, estos inspiraron a su vez el desarrollo de las fumigaciones en el contexto ibérico. Este recorrido había permitido detectar una serie de riesgos que al menos pudieron inspirar las medidas que quedaron reflejadas en el manual de la Estación de Patología Vegetal de Burjassot. Y sin embargo, tal y como ya se ha indicado, el documental de Navarro no fue fiel a estas medidas.

¿Cómo podemos explicar esta invisibilización del riesgo? Una breve evaluación de la formación de Navarro y de su implicación en la divulgación nos permitirá profundizar en las causas y los mecanismos por los cuales se dio esta invisibilización que, de manera puntual o estructural, involuntaria o premeditada, contribuyó a la construcción de ignorancia sobre la peligrosidad de las fumigaciones cianhídricas.

Leandro Navarro: investigador y divulgador

Leandro Navarro Pérez nació en 1861 en Tarazona de Aragón y se formó en la Escuela Especial de Ingenieros Agrónomos, dependiente del entonces llamado Instituto Agrícola de Alfonso XII. En 1892 fue destinado a la Estación Enológica de Alicante y allí permaneció hasta que cuatro años más tarde pasó a ser profesor auxiliar de la asignatura de Patología Vegetal de la Escuela de Ingenieros Agrónomos. Ya en 1897 fue nombrado profesor de dicha asignatura y asumió en consecuencia la dirección de la Estación de Patología Vegetal de Moncloa.

Su actividad docente, divulgadora e investigadora fue muy intensa durante toda su larga carrera profesional. Tanto es así que difícilmente se podría plantear que la falta de referencias a la toxicidad del tratamiento pudiera deberse a la deficiente conexión de Navarro con las últimas tendencias en el ámbito de la investigación. Todo parece indicar que dicho argumento no se sustentaría de ninguna de las formas. Navarro fue muy activo en la investigación y, en particular, en aquella relativa a las plagas del olivo publicó más de una treintena de trabajos (Anónimo, 1959).

Poco después de su incorporación como director de la Estación de Patología Vegetal de Moncloa, en 1898, Navarro publicó su «Memoria relativa a las enfermedades de los olivos». Habiendo reunido los materiales para la preparación de dicha memoria, Navarro tuvo conocimiento de que el Ateneo y Sociedad de Excursionistas de Sevilla había abierto un Certamen, entre cuyos temas se encontraba aquel relativo a las enfermedades del olivo en Andalucía. Decidió presentar su trabajo en aquel Certamen y fue merecedor del primer premio. Navarro explicaría que aquella memoria no era más que un primer estado de la cuestión en el que se incluía la información hasta entonces dispersa en libros y folletos diversos y acabaría por calificar dicho trabajo de «índice para lo sucesivo». Es decir, que a partir de aquel primer trabajo iría profundizando en algunas de estas enfermedades y contribuyendo de formas diversas a su tratamiento.


Figura 3

Leandro Navarro (en el centro de la imagen) muestra a una comisión del Consejo Provincial de Fomento de Jaén la eficacia del tratamiento con cianhídrico. Documental Fumigación de los olivos por medio del gas cianhídrico (1914). Europeana. https://www.europeana.eu/es/item/08625/FILM00068074c_X

El olivo acabaría convirtiéndose en aquella época en un cultivo prioritario en las políticas agrarias estatales y esto favorecería la aprobación de importantes inversiones para su estudio; unas inversiones de las cuales también se benefició Navarro. Hay que destacar que, tal y como han mostrado Juan Francisco Zambrana Pineda y otros autores, entre 1858 y 1935, el cultivo del olivo pasó a ocupar más de un millón de nuevas hectáreas y que este aumento en extensión fue acompañado de un incremento de la producción. En aquel mismo período la producción olivarera llegó a triplicarse (Zambrana, 2003).

Los posteriores trabajos de Navarro en relación a las plagas del olivo estuvieron impulsados en más de una ocasión por requerimientos del Ministerio de Agricultura. Seguramente el lugar que ocupaba en la Estación de Patología Vegetal de Moncloa y la publicación de la memoria a la que nos referíamos, motivaron dichos requerimientos. Así, por ejemplo, el 13 de marzo de 1905 se aprobó una Real Orden en la que se le ordenaba la «organización de la enseñanza ambulante en el término municipal de Bailén (Jaén), que tuviera por fin, previo el estudio sobre el terreno de las causas de la crisis que venía sufriendo la riqueza olivarera en dicho término, el de combatir las criptógamas e insectos olivícolas con todos cuantos medios aconsejara la ciencia» (Navarro, 1911). En aquel estudio que desarrolló junto al ingeniero agrónomo de la provincia de Jaén, Cecilio Benítez, centraron muchos de los esfuerzos en el insecto Psylla olea (Fonsc.), también conocido como pulgón del olivo o cotonet. Unas semanas más tarde, el 7 de abril, la Dirección General de Agricultura le ordenó que una vez finalizados los estudios que se le habían encomendado el 13 de marzo, debería desplazarse hasta Murcia con el fin de estudiar la enfermedad existente en los olivos de dicha localidad. Y en esta ocasión el estudio estuvo centrado en Cycloconium oleaginum, comúnmente denominado repilo.

El 9 de diciembre de 1905, con la publicación de una nueva Real Orden, todavía se le encomendaba desde el Ministerio la ampliación de sus estudios sobre el pulgón del olivo y así Navarro se vería involucrado en toda una serie de experiencias adicionales. Pero su mayor éxito en el estudio y tratamiento de las plagas del olivo llegaría pocos años más tarde, cuando desarrolló sus estudios sobre el tratamiento de Phloeothrips oleae (Costa-Targioni) o arañuelo del olivo. Dichos trabajos merecen una especial atención si queremos entender cómo se representó, o dejó de representar, el riesgo en el documental de Navarro, ya que fue esta la plaga que motivó muchas de las aplicaciones de hcn sobre olivos.

El Real decreto de 25 de octubre de 1907 ordenaba el estudio de la «enfermedad existente en los olivos del pueblo de Mora, de la provincia de Toledo». Durante los próximos meses, e incluso años, Navarro dedicó esfuerzos importantes para resolver esta cuestión. Ya en 1908 publicó una memoria en la que se incluían toda una serie de procedimientos que habían resultado exitosos en las experiencias que había desarrollado en dicha población. Estos procedimientos se comunicaron a públicos muy diversos con la elaboración de hojas informativas, la impartición de conferencias y la preparación de proyecciones visuales de utilidad tanto en la divulgación como en la docencia. En esta intensa labor comunicativa, que también comportó reuniones con las autoridades locales, se involucró Navarro plenamente y según se informaba años más tarde tendría un impacto considerable en las prácticas agrícolas de aquella región.

Sin embargo, lejos de dar por cerrado el tema, Navarro siguió sus trabajos dedicados al control de la plaga del arañuelo y en 1912 presentó una nueva memoria que planteaba los beneficios de la fumigación cianhídrica en el control de la plaga (la memoria a la que nos referíamos antes y que incluía una sección con las pautas para aplicar las fumigaciones de manera segura). En este caso, nuevamente, el protagonismo de Navarro fue muy evidente. Navarro ya fue convocado dos años antes a una reunión en la que participaron el jefe del Servicio de Entomología de los Estados Unidos de América, Leslie O. Howard (1893-1943) (con el que mantuvo en años sucesivos una estrecha relación profesional) y el principal introductor de la fumigación cianhídrica en la península ibérica, Enrique Trenor Montesinos (1861-1936), conocido como el Conde de Montornés. En aquella reunión se acordó la visita de un experto norteamericano para asesorar en la introducción de la fumigación cianhídrica en la lucha contra las plagas de los cítricos en el Estado español. Se aseguró, por otro lado, el apoyo de la administración a un buen número de iniciativas que serían esenciales para que se materializase dicha práctica agrícola. Aquella reunión, puede así entenderse como un episodio clave en la apropiación ibérica de aquella práctica plaguicida que tanta aceptación tuvo durante décadas en el tratamiento de cultivos fundamentales en la agricultura de exportación como eran los de cítricos y olivos (Guillem-Llobat, 2019).6

Navarro estuvo presente en aquel proceso de apropiación de la fumigación cianhídrica prácticamente desde su inicio. Aunque en un primer momento este método se percibió como una solución a diversas plagas de cochinilla que afectaban a los cítricos, y en consecuencia el peso de la investigación recayó sobre los agrónomos valencianos, Navarro estuvo siempre próximo en la consecución de todos estos estudios iniciales. Por eso no es de extrañar que también acabara por valorar de manera original la utilidad que podría tener este tratamiento para hacer frente a una de las plagas que más tiempo le había ocupado en los últimos años.

En la aplicación de estas fumigaciones al control del arañuelo del olivo, Navarro introdujo un buen número de novedades. Cambió el uso de lonas blancas por lonas oscuras y con ello permitió que la fumigación se pudiera desarrollar de día y no de noche como se hacía habitualmente en el caso de los cítricos. Este último cambio también fue posible debido a que pudo constatar que las dosis necesarias para hacer frente a la plaga del arañuelo podían ser muy inferiores a aquellas que se estaban aplicando en cítricos. La adaptación de aquella fumigación cianhídrica aplicada en cítricos a las necesidades del control del arañuelo sería percibida como muy exitosa y en años sucesivos dicho procedimiento fue aplicado en localidades muy diversas no solo del Estado español sino también de Francia e Italia. Podemos así descartar que Navarro fuera poco conocedor de aquel tipo de fumigaciones que mostró en su documental.

En relación a su actividad investigadora, cabe destacar por último que sus trabajos no se limitaron a aquellos dedicados a las plagas del olivo. Estudió muchas otras plagas y contribuyó al desarrollo de tratamientos efectivos para ellas. Así sucedió por ejemplo en relación a plagas como las de la mosca de los garbanzales, la oruga del almendro, la cochinilla del naranjo y muchas otras plagas (Anónimo, 1959). Fue por tanto un activo investigador cuya actividad le llevaría a un conocimiento privilegiado para poder estimar la gravedad relativa de las plagas, y la diversidad de métodos de control existente. Pero sobre todo, para lo que aquí nos interesa, le llevaría a conocer con detalle la plaga del arañuelo del olivo y la fumigación cianhídrica; conocimientos básicos para poder gestionar correctamente un riesgo bien conocido (en aquel momento, como comentábamos, ya no era necesario estudio toxicológico alguno para establecer la peligrosidad del ácido cianhídrico).

En cuanto a la dimensión divulgadora de Navarro, cabe destacar que esta no surgió en su madurez profesional, como ocurre en el caso de tantos otros investigadores, sino que le acompañó durante toda su carrera. Bien pronto, ya en 1897, empezó una intensa actividad divulgadora de problemas fitopatológicos a través de artículos en revistas agrícolas como Revista Agrícola de la Asociación de Ingenieros Agrónomos, Progreso Agrícola y Pecuario, o el Boletín de Agricultura Técnica y Económica. También fue muy activo tanto en la elaboración de imágenes fotográficas como de documentales de temática agrícola (especialmente sobre plagas del campo). Estos materiales fueron después utilizados en las numerosas conferencias divulgativas que impartió así como en su docencia. Ahora bien, muchos de estos materiales se han perdido o fueron destruidos en episodios como aquel que llevó a la destrucción de la Escuela de Ingenieros en el contexto de la Guerra Civil.

La sensibilidad de Navarro hacia la divulgación y en concreto hacia la elaboración de materiales visuales quedó plasmada no solo en su intensa actividad de producción, a la que ahora nos referíamos, sino también en sus esfuerzos por teorizar y por contribuir a buscar soluciones técnicas originales en este ámbito. Buena muestra de ello la tenemos en su obra Cinematografía elemental aplicada a la enseñanza de las ciencias, y especialmente a la agronómica; aunque cabe destacar que aparentemente dicha obra se perdió en el episodio bélico al que nos referíamos antes (Camarero Rioja, 2013).

Fue autor, por otro lado, de todo un conjunto de obras que se centraban en las conferencias que impartió. En estas recopilaciones de las conferencias impartidas, Navarro explicaba el interés que tenían las imágenes para amenizar los asuntos entomológicos en los que estaban centradas. Las películas y fotografías no solo permitían mostrar los organismos y tratamientos, sino que eran una buena forma de introducir otro tipo de elementos filosóficos, mitológicos o incluso arquitectónicos que harían más atractivas las conferencia y evitarían el rechazo que podía generar la entomología en su estado más puro (Camarero Rioja, 2013). Así por ejemplo explicaba como para tratar la plaga de cochinilla acanalada del naranjo, elaboró un documental que empezaba por mostrar la entrada en Valencia por las Torres de Serrano, el Micalet, el Palacio del Marqués de Dos Aguas, etc. El documental acababa también con referencias a la mitología griega que siempre estuvo muy presente en sus trabajos. La elaboración de todos estos recursos era clara muestra de su compromiso con la actividad divulgativa cuya importancia no dudó en destacar, de manera explícita, en sus trabajos sobre las conferencias agrícolas (Navarro, 1913; Navarro, 1923).

Aquellas obras sobre sus conferencias constituyen también un material muy valioso para analizar los públicos concretos a los que se dirigía tanto en sus conferencias en general como en sus documentales en particular. Como ya comentábamos, los documentales que elaboró los utilizó habitualmente como complemento de sus conferencias y estas se dirigieron a públicos muy diversos. En ocasiones tuvieron lugar en el marco de las actividades organizadas por determinadas asociaciones profesionales, como las de arquitectos e ingenieros o las de labradores. Se dirigió a propietarios agrícolas pero también al conjunto de determinadas poblaciones rurales, celebrando dichas conferencias en los frontones de poblaciones especialmente afectadas por una u otra plaga. El carácter profano de parte estos públicos objetivo podía explicar que no se adentrara en aspectos técnicos de estas fumigaciones, ni siquiera en aquellos relativos a la seguridad. Pero esto difícilmente explica que las fumigaciones filmadas se desarrollaran en clara contradicción con las pautas establecidas en los manuales a los que nos referíamos antes.

Si por un momento nos detenemos brevemente en el análisis del panorama de la divulgación agrícola en el contexto español de aquel momento, todavía parecen cobrar más interés las aportaciones de Navarro. El carácter pionero de la actividad divulgativa que Navarro desarrolló a través de la elaboración de documentales agrícolas resulta bastante evidente si tenemos en cuenta los trabajos que a este género audiovisual han dedicado autores como Fernando Camarero Rioja (2014). Fue por otro lado identificado como tal pionero en artículos publicados en el primer tercio de siglo en revistas como Agricultura. Concretamente, por ejemplo, en un artículo del ingeniero E. Morales Fraile, no solo se destacó su originalidad en el contexto español sino también el bajo desarrollo de esta cinematografía ibérica en comparación con aquella que podía encontrarse entonces en Alemania, Bélgica, Estados Unidos, Francia y muchos otros estados (Morales Fraile, 1931).

El valor de su contribución no se limita, sin embargo, al medio técnico utilizado. Su intensa actividad divulgativa en general contrastaba con la baja actividad que se desarrollaba en aquel momento en el contexto estatal. Si bien a principios de siglo se pusieron en marcha algunas cátedras ambulantes, con las que se trataba de divulgar el conocimiento agrícola en el medio rural, fue solo en 1927 cuando se reorganizó dicho servicio con la aprobación del Real decreto de 24 de marzo. En aquel momento se destacó la baja incidencia de las iniciativas anteriores y se propuso seguir el modelo italiano, tal y como se detallará en el capítulo siguiente. Sin embargo, solo dos años más tarde se optó por su suspensión temporal y no volvería a retomarse su actividad hasta la entrada en la época republicana (Pan-Montojo, 2005). El contexto en el que Navarro desarrolló su actividad divulgativa no era, por tanto, el más adecuado. De hecho, distaba bastante de serlo. Y por tanto su contribución decidida a ella parece emanar de una convicción personal auténtica. Este hecho nos permite descartar que las limitaciones que veíamos en sus trabajos fueran producto de la dejadez con la que Navarro podría haber desarrollado una actividad que no percibiera como importante.

La profunda implicación de Navarro en la investigación y la divulgación contradice la idea de que la falta de información, de formación o de motivación fueran las que le llevaron a invisibilizar el riesgo del cianhídrico en su documental. No hay indicios claros para afirmar que Navarro ideara el documental con una voluntad premeditada de manipulación, de invisibilización consciente de la toxicidad del cianhídrico en base a intereses económicos, profesionales o particulares de cualquier tipo (el protagonismo de Navarro en el desarrollo de estas fumigaciones podrían haberlo llevado a su defensa explícita, pero parecería que esto se podría hacer mejor con una comunicación efectiva de los procedimientos seguros de aplicación). La falta de referencias explícitas a dicho riesgo e incluso la clara contradicción entre las prácticas que mostraba el documental y aquellas medidas exigidas en la memoria de la Estación de Patología Vegetal de Moncloa posiblemente no pueden explicarse sin tener en cuenta el contexto en el que se rodó el documental.

La invisibilidad del riesgo

Los principales ingenieros involucrados en el establecimiento de las prácticas de fumigación cianhídrica para el control de plagas del campo en el Estado español subestimaron su toxicidad. Así ocurrió, por ejemplo, en los primeros textos que dedicó a estas fumigaciones el ingeniero valenciano Antonio Maylin, en los que se puso mucho más énfasis en los problemas que podía comportar el coste del tratamiento que en su peligrosidad (Maylin, 1905). Esta fue también la pauta general que se dio tanto en los artículos de prensa generalista como en aquellos de revistas profesionales como Agricultura (Guillem-Llobat, 2019, 59).

Para explicar esta baja consideración de los riesgos asociados a la fumigación cianhídrica que parecía darse de manera generalizada en los inicios del siglo xx, se podrían aducir diferentes causas. Una de las más destacadas fue la prioridad que en general dieron los agrónomos a cuestiones relativas a la eficacia del tratamiento frente a aquellas relativas a la seguridad; cuestión a la que se refiere el siguiente capítulo al considerar, por ejemplo, los criterios para la aceptación de nuevos productos en el registro de plaguicidas creado en 1942. Pero también podría explicarse en base a la mayor desprotección de los habitantes del medio rural, tanto a nivel legislativo como por su relativa baja presencia en los medios de comunicación. En este sentido, hay un elemento que resulta especialmente explicativo para poder entender la baja consideración del riesgo asociado a las fumigaciones: la pobre regulación del accidente laboral en aquel contexto.

Los accidentes mortales en la fumigación cianhídrica afectaron fundamentalmente a los operarios y por tanto en principio deberían haberse considerado como accidentes de trabajo. Sin embargo, la normativa entonces vigente no permitía hacer este tratamiento de aquellos episodios. La ley de accidentes de trabajo se aprobó el 30 de enero de 1900 y solo el 28 de julio de 1900 se establecieron las bases para su aplicación a través de la aprobación de un nuevo real decreto. Este podría haber constituido el marco legal idóneo para regular los accidentes producidos en la fumigación. Sin embargo, la definición de accidente de trabajo que ofreció dicha normativa se centró fundamentalmente en daños físicos más que en intoxicaciones agudas como las producidas por el cianhídrico. Pero sobretodo fue una normativa que se centró en aquellos accidentes que se daban en el ámbito industrial y comercial, quedando así excluidos los accidentes ocurridos en la práctica agrícola. Solo a partir de la década de 1930 se extendió esta normativa a aquellos accidentes acontecidos en el ámbito de la agricultura (Galán García, 2010; García González, 2007).

Sin duda este hecho favoreció una invisibilización generalizada de la alta peligrosidad de la fumigación cianhídrica. Estos accidentes, al no quedar incluidos en los supuestos previstos por la ley de accidentes de trabajo no podían comportar ningún tipo de compensación. Las víctimas directas o indirectas de estos accidentes no iniciarían por tanto ningún procedimiento legal que podría haber dado mayor visibilidad al accidente. Pero, además, al no ser considerados accidentes de trabajo, aquellos sucesos no fueron sometidos a ningún tipo de control estadístico. Su invisibilidad estaba así asegurada. La aprobación de aquella normativa que podría haberse entendido como un claro progreso en la protección de los trabajadores, en este caso no sirvió más que para invisibilizar aún más los riesgos asociados al manejo del cianhídrico en la agricultura.

En otros ámbitos sujetos a la fumigación cianhídrica, como podría ser el de la fumigación sanitaria en el ámbito portuario o urbano posiblemente esta ley no tuvo un poder tan determinante en la invisibilización de su toxicidad. Por un lado, en este caso parece ser que la aplicación de la ley no era tan complicada al no darse en la práctica agrícola, pero sobretodo hay que tener en cuenta que en su uso urbano y portuario las víctimas de la intoxicación fueron en muchos casos personas ajenas a las fumigaciones, usuarios de los espacios fumigados. En estos casos la intoxicación ya no se juzgaba en calidad de accidente de trabajo sino de homicidio involuntario y su denuncia tenía más posibilidades de prosperar. Si a todo esto le añadimos el hecho de que la fumigación sanitaria era aplicada por médicos y por tanto por un personal con una especial sensibilidad por cuestiones sanitarias, es fácil concluir que aquel constituya un contexto bien diferente al de la fumigación agrícola.

Por razones como las aquí expuestas se dio la paradoja de que cuando en la década de 1930 se optó por legislar de manera más decidida la práctica de la fumigación cianhídrica con la voluntad de reducir su peligrosidad, las nuevas disposiciones se centraron en la fumigación sanitaria y no consideraron en ningún caso la fumigación agrícola (Guillem-Llobat, 2019). Con ello se consolidaron realidades tan próximas geográficamente como alejadas en su regulación de la fumigación. Así, por ejemplo, en contextos locales determinados como podía ser el valenciano, podíamos encontrar un servicio agrícola muy implicado en el desarrollo de la fumigación cianhídrica para el control de plagas del campo, como era el caso de la Estación de Patología Vegetal de Burjassot y otro bien diferenciado, pero igualmente activo en el desarrollo de estas fumigaciones, como era el de los servicios de sanidad exterior situados en el puerto de la ciudad. Pese a la proyección nacional e internacional que ambos pudieron tener y su evidente proximidad espacial, cabe destacar que fueron regidos por normas totalmente diferentes y que la seguridad se evaluó de forma totalmente contradictoria. Se hacían así evidentes estas fronteras impermeables a las que nos referíamos antes; lo hacían cuando el riesgo se invisibilizaba en la fumigación agrícola y se asumía abiertamente en la fumigación sanitaria, cuando se exigía la obtención de un título específico de capataz en el ámbito agrícola y en la fumigación sanitaria se optaba por la restricción de la fumigación a través de la legislación o cuando en la fumigación sanitaria se descartaba el uso de cianhídrico líquido mientras que apenas se problematizaba en la fumigación agrícola (Cebrián Gimeno, 1930).

Respecto al uso agrícola del cianhídrico ¿podemos apreciar alguna evolución en la consideración de sus riesgos? Y si fue así ¿qué condicionó el ritmo y sentido de esta evolución? La expansión de la fumigación cianhídrica estuvo asociada en las décadas de 1920 y 1930 a un buen número de accidentes que quedaron recogidos en la prensa generalista. Muchos de los accidentes que se consideraron en la prensa con una cierta extensión, se refirieron a intoxicaciones acontecidas en aplicaciones no agrícolas, como era previsible tras lo comentado anteriormente, pero también se dieron y cubrieron intoxicaciones letales ocurridas en fumigaciones agrícolas; aunque estas últimas siempre en menor número y extensión. Este fuerte incremento de la visibilidad de los accidentes, y probablemente también de su frecuencia, debería haber dado lugar a reacciones más decididas para controlar los riesgos que comportaban estas prácticas. En el ámbito legislativo nos referíamos a nuevas medidas para controlar su aplicación sanitaria aunque no fue así en su aplicación agrícola. Pero ¿qué sucedió en el ámbito de la divulgación? ¿Podemos apreciar alguna diferencia significativa respecto de lo valorado en el caso del documental de Navarro?

La fumigación cianhídrica reaparecía en otro documental agrícola de la década de 1930. Concretamente lo hacía en el documental «Fumigación del Naranjo» del ingeniero agrónomo Francisco García Fernández-Pacheco. Este agrónomo sería uno de los impulsores del Servicio Central de Cinematografía Agrícola dependiente de la Dirección General de Agricultura con el que trató de suplirse las deficiencias en la formación de un campesinado con una elevada tasa de analfabetismo (Camarero Rioja, 2014). La iniciativa surgía en el contexto de la Segunda República y pese a las numerosas dificultades que se plantearon a los dos años de su creación, tuvo una cierta continuidad gracias al empeño de sus impulsores. En el marco de este proyecto García Fernández-Pacheco produjo en 1935 el documental sobre el naranjo con el que mostraba la producción local de ácido cianhídrico líquido (concretamente por Fumigadores Químicos S.A.) y diferentes métodos de aplicación de la fumigación cianhídrica en cítricos.

En cuanto a la comunicación de los riesgos asociados a las fumigaciones, en este documental no se observan grandes diferencias respecto a lo observado en el documental de Navarro. En uno de los bidones de ácido cianhídrico líquido que aparecen en la primera parte del documental se puede leer con dificultades «gas venenoso» y la recomendación de «consérvese en sitio fresco». Mientras que cuando muestra cómo se debe llenar la máquina con la que se fumigará con el ácido cianhídrico líquido, se puede leer que esta deberá llenarse «teniendo la precaución de operar de espaldas al viento». Pero ya no habrá ningún comentario o recomendación adicional que tenga en cuenta la cuestión de la seguridad. Al contrario, nuevamente lo que se observa son algunas inconsistencias con las medidas de seguridad ya exigida en los manuales para la formación de capataces fumigadores. Como ya ocurría en el documental de Navarro los operarios aparecen manipulando el cianuro de calcio sin protección en las manos y se observa también como al añadir cianuro en polvo en la máquina fumigadora, parte de este cianuro cae en el suelo. Pero, además, hay que tener en cuenta que el método de fumigación que aparece destacado en este documental es aquel con ácido cianhídrico líquido, que justamente era el más duramente criticado por su gran peligrosidad por aquellos vinculados a la fumigación sanitaria con cianhídrico (Cebrián Gimeno, 1930). Ni el incremento en la visibilidad de los accidentes en la prensa diaria, ni la inclusión de los accidentes acontecidos en la práctica agrícola entre aquellos que podían ser calificados como accidentes de trabajo afectaron, aparentemente, las inercias observadas en la divulgación. El citado documental nos sugiere que continuó la invisibilización del riesgo en este ámbito en términos muy similares a los observados en 1914.

Sin embargo, cabe destacar que la toxicidad del cianhídrico en su uso agrícola no fue siempre invisible en aquellos años. Se han documentado algunos episodios en los que se explicitó dicha toxicidad de manera muy clara. Esto ya ocurrió, por ejemplo, a los pocos años de introducirse las fumigaciones en el contexto ibérico cuando Casa Grima, una de las principales empresas valencianas dedicadas a la fumigación cianhídrica, denunció sistemáticamente en la prensa diaria la peligrosa y fraudulenta aplicación de la fumigación por empresas competidoras. En aquel momento, Grima no tuvo inconveniente en destacar los peligros asociados a dichas fumigaciones para así justificar su monopolio y frenar el crecimiento de las empresas competidoras (Guillem-Llobat, 2019).

Ya en la década de 1950 empezaron a desarrollarse tratamientos químicos alternativos a la fumigación cianhídrica para combatir el arañuelo del olivo. Estos incluyeron la aplicación de diversos plaguicidas organofosforados y organoclorados. Y en aquel momento, aunque la argumentación favorable al cambio fue en ocasiones fundamentada en base al menor coste y la mayor accesibilidad de estos plaguicidas alternativos, también se reivindicó su menor toxicidad. Entonces sí que fue más fácil que se hablara de los peligros relativos a la fumigación cianhídrica, justo cuando los agrónomos parecían inclinarse por afianzar los nuevos tratamientos. Emergía así, puntualmente, una cierta sensibilidad hacia el riesgo asociado a la fumigación pero lo hacía en base a intereses particulares.

Reflexiones finales

Con el presente texto hemos tratado de reflexionar sobre los procesos que llevan a visibilizar o invisibilizar la toxicidad de una substancia. Nuestro estudio de caso nos ha llevado a concluir, que en todos estos procesos intervienen diferentes actores históricos que pueden tanto producir conocimiento sobre los riesgos asociados a una u otra sustancia como producir ignorancia. Y tal y como ya planteábamos en la introducción de este libro, los mecanismos por los cuales se genera ignorancia son muy diversos.

Esta ignorancia podía ser el resultado de la ausencia de investigaciones previas o de la construcción consciente de ignorancia por parte de determinados agentes sociales que en base a sus intereses particulares ocultaban información e incluso creaban falsas controversias. Pero en este caso parece que los procesos de invisibilización o de construcción de ignorancia que operaron fueron más sutiles a la vez que más estructurales. No tenemos constancia de que los autores de los documentales comentados y especialmente Navarro, en el que nos hemos detenido más tiempo, ocultaran o manipularan de manera consciente la información relativa a los riesgos asociados a la fumigación cianhídrica. Y sin embargo la consecuencia de su actividad fue sin duda la invisibilización de estos riesgos. Podemos por tanto evaluar este proceso en base al segundo tipo de construcción de ignorancia al que se refería Robert Proctor en aquella taxonomía de ignorancias que comentábamos en la introducción (Proctor, Schiebinger, 2008).

Los marcos cultural e institucional, en los que desarrolló su actividad Navarro y el resto de agrónomos implicados en el desarrollo inicial de la fumigación cianhídrica, pudo determinar su contribución a la invisibilización del riesgo. La aprobación de la ley de accidentes de trabajo creaba una definición estándar de accidente que invisibilizaba los accidentes por intoxicación y aún más aquellos ocurridos en el medio agrícola. Se establecía un estándar que sería una pieza fundamental en la construcción de ignorancia; tal y como, en general, ha ocurrido y sigue ocurriendo en los procesos de estandarización (Elliot, 2015).

Aquella definición estándar no solo hacía invisible, en los juzgados, los accidentes ocurridos en la fumigación agrícola sino que además vendría a impedir que se diera la recogida de datos sobre dichos sucesos. Por tanto, los datos estadísticos sobre accidentes laborales que se generaron (sin tener en cuenta estos últimos) también contribuyeron a invisibilizar el riesgo. A esto aún deberíamos añadirle que tal y como ya denunciaron autores coetáneos como Jordana de Pozas (1921) la prensa fue instrumental en la infrarrepresentación de los sucesos acontecidos en el medio rural.

Aquella cultura científica que compartieron los ingenieros agrónomos de la época también pudo tener un papel importante en la invisibilización de los riesgos. La constante preocupación por la eficacia de los métodos de control no tuvo parangón en la evaluación de los riesgos. Así se puede constatar en las numerosas publicaciones dedicadas a estas fumigaciones y otros métodos químicos de control. Y posiblemente este hecho fue fundamental para que continuara la invisibilización del riesgo en la divulgación de este método plaguicida cuando, ya en la década de 1930, tanto la legislación como los medios de comunicación no fueron tan activos en la construcción de ignorancia (se extendía la regulación de los accidentes laborales al medio agrícola y aparecían puntualmente breves noticias sobre accidentes en la fumigación agrícola).

En la introducción de este libro se hacía referencia a la divulgación científica como una vía para la invisibilización de los riesgos y en el caso de las fumigaciones cianhídricas este punto ha quedado corroborado. Los ingenieros en sus estudios podían hacer más énfasis en la eficacia que en la seguridad de los plaguicidas, pero en la divulgación la cuestión de la seguridad desaparecía completamente. A este punto ya nos referíamos en relación a los documentales pero si, por ejemplo, analizamos la conferencia sobre el arañuelo del olivo impartida por Navarro en la Asociación de Labradores de Zaragoza y publicada en 1913, la ausencia de cualquier referencia a la seguridad todavía resulta más manifiesta (Navarro, 1913). Y teniendo en cuenta que los cambios introducidos por Navarro en la fumigación comportaron el paso a fumigar con horario diurno y a reducir muy considerablemente las dosis utilizadas respecto a aquellas aplicadas en la fumigación de cítricos, parecería que sus aportaciones fueron precisamente beneficiosas para la seguridad del tratamiento. Aun así, la divulgación de estas prácticas excluía sistemáticamente cualquier referencia a los riesgos.

El episodio aquí presentado muestra la complejidad de los procesos que operan en la visibilización o invisibilización del riesgo por exposición a tóxicos como los plaguicidas. Contrariamente a lo que se ha planteado en tantas ocasiones, la demostración científica de la toxicidad de una sustancia no conlleva necesariamente la inmediata, y ni siquiera la progresiva, regulación de dicha sustancia. El «científicamente probado» cobra un sentido muy diferente en función de cada contexto histórico. Estudios como este deberían hacernos reflexionar sobre la necesidad de una mayor transparencia y horizontalidad en la toma de decisiones sobre la regulación de sustancias tóxicas.

El caso de las fumigaciones cianhídricas, no ha quedado totalmente obsoleto con la introducción de nuevos métodos más modernos de fumigación. Concretamente en el ámbito de la fumigación sanitaria se reclamaba recientemente su reintroducción al quedar prohibido el tratamiento alternativo con bromuro de metilo en base a su efecto nocivo sobre la capa de ozono (Aulicky et al., 2014). En el ámbito agrícola tampoco ha sido extraño la reintroducción de productos previamente prohibidos o abandonados, tras constatar que los nuevos tratamientos resultaban ineficaces ante plagas que habían desarrollado resistencias o ante los nuevos criterios de seguridad que se imponían. Pero más allá de la relevancia de los debates que pueda generar la aplicación concreta del cianhídrico, en este capítulo hemos tratado de identificar la diversidad de factores que intervienen en la regulación de productos tóxicos. Unos factores que deben tenerse en cuenta si queremos evitar debates maniqueos en los que las élites económicas de nuestras sociedades se sienten muy cómodas a la hora de imponer sus intereses particulares frente a los de sectores invisibilizados (trabajadores agrícolas o, en general, poblaciones rurales) pero también frente al conjunto de los consumidores.

5. De acceso libre en la url: ttps://www.europeana.eu/portal/ca/record/08625/FILM00068074c_X.html

6. Nos hemos referido a la «apropiación» del método de fumigación para evitar así aquel concepto de «recepción» que parece denotar un proceso pasivo por el cual una idea o tecnología se implanta en un nuevo territorio sin alterarse. En el caso de las fumigaciones cianhídricas, tal y como ocurre en general en el ámbito de la ciencia y la tecnología, el método en cuestión tuvo que adaptarse a las condiciones y expectativas de la agricultura ibérica en un proceso activo.

Tóxicos invisibles

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