Читать книгу Los pequeños macabros - Yesenia Cabrera - Страница 5
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Entro al edificio. Me pone nervioso estar aquí. Siempre me ha parecido un lugar tenebroso. Algo tiene que no termina de gustarme. Tal vez sea su color, entre gris y azul metálico, o sus barandales que buscan ser vanguardistas.
No importa, de todos modos debo entrar.
Decimocuarto piso, el último. Es lo que me indica el guardia. Camino pensando en el lugar a donde me dirijo. Muy pocos edificios (¿o será que ninguno?) tienen un piso trece, dicen que es de mala suerte. Este, por ejemplo, salta de su penúltimo piso marcado con un 12, al último, que brilla con un radiante 14. Nunca he entendido ese tabú hacia el número cabalístico. El terror que provoca. En cambio, siempre me ha parecido especial: es primo y su suma hace cuatro (otro número cabalístico)… en fin, decido apartar esos pensamientos. Apuro el paso hasta el único elevador a la vista. Lo observo detenidamente. No tiene nada de especial, es un simple elevador. Aprieto el botón disponible, se enciende una flecha color verde.
Espero.
Estoy aquí por una buena razón. Me han citado para platicar sobre mi libro. Les ha interesado, tal vez lo publiquen.
El elevador suelta un pequeño sonido, como de animal moribundo, y su característico piiiin. Se abren las puertas. Cruzo el umbral. Acaricio el presuntuoso paquete bajo mi brazo derecho. Setecientas cuarenta y dos páginas mecanografiadas y listas para publicarse. Setecientas cuarenta y dos páginas, 7+4+2=13, mi número. Sonrío. Las puertas se cierran. El número rojo del indicador me señala que subo de la planta baja al primer piso. Cuento, para entretenerme, los botones. Voy al último piso, pero como se ha omitido uno, en realidad me dirijo al decimotercero. Debe ser el destino. Un buen presagio: la editorial publicará mi manuscrito. Les gustará mi novela apocalíptica. La he escrito con mucho esmero, y sé que mi trama no es del montón. No vengo a unirme a la horda, sino a romper el molde. Mi novela es diferente. Lo sé.
Sonrío. Confío.
Las puertas del elevador se abren. Me asomo a un pasillo oscuro, infinito. El número parpadeante del elevador indica TRECE, con letra, no con número. Me parece extraño, ¿dónde está el número doce o el catorce? ¿Es que me he equivocado? Pero antes de hacer cualquier cosa escucho una voz, es el editor. Me llama desde su lejana oficina, lo sé porque apenas puedo escuchar el repiqueteo de sus dedos contra el escritorio. Su sonrisa ilumina el pasillo. Camino guiándome por su faro dental. Trato de tranquilizarme pero me descubro temblando. Mi manuscrito percibe el temor, también vibra. Pronto la distancia se reduce, tengo ya al editor muy cerca, cuando lo escucho decirme: Buenas noches, gracias por venir a esta hora. Es algo repentino, lo sé, te ofrezco una disculpa. Por favor, ponte cómodo, siéntate ahí, y… no me veas así, no te inquietes por los cuernos. No son nada, son solo dos chichones que me hice accidentalmente mientras exploraba una caverna muy profunda y peligrosa, increíble lugar para un espeleólogo, igual y un día te llevo a visitarla. Bueno, bueno, eso no es importante por ahora. Lo capital aquí es el contrato de tu novela, déjame decirte que me ha encantado: los personajes son sublimes, la trama es encantadora, tu estilo es impecable. Ya verás cómo se vende muy bien, de lo demás ya vete olvidando; mientras, necesito que firmes justo aquí, donde dice firma del autor. Serán seis mil ejemplares de la primera edición y seiscientos sesenta más por reposición. Tú sabes, para entregar a algún crítico quisquilloso, para ponerlo en alguna biblioteca, cosas así. ¿Te parece bien? ¡Perfecto! Entonces, ahora sí, firma aquí. Pero hazlo con mi pluma, por favor… Sí, es tinta roja. La mayoría usa tinta negra, pero creo que en los contratos que yo hago, digo, mi empresa, el rojo es un color mucho más apropiado… como que va más con mi personalidad.