Читать книгу Los pequeños macabros - Yesenia Cabrera - Страница 8
ОглавлениеSUEÑO ARLEQUINO O EL NUEVO REY
Para Ángel, con amor
Papá me llevó a la cama. Cada noche me cuenta un cuento, pero con el paseo de hoy ambos sabíamos que ya no era el momento para otra historia. Él sabe disimular muy bien, pero yo sé que le dieron miedo esos extraños relatos que escuchamos junto al circo. Nunca lo había visto tan alterado. Cuando notamos los susurros, me tomó de la mano y caminamos tan rápido que la carpa del circo desapareció en unos segundos. Mi papá cree que por ser chico no entiendo las cosas, y es cierto, pero lo que sí es que lo conozco, siempre tan protector. Sé que inventará cualquier excusa para que no entremos al circo. Es por eso que no le puedo decir que vi a uno de aquellos niños.
Me siento un poco enojado; ya había acordado con papá. Nos faltaba bien poquito para entrar, nada más comprar los boletos. Pasaban muchas personas y parecía que todos hablaban en murmullos. Decían algo sobre un grupo de niños que fueron al circo y algo les ocurrió porque se desmayaron y no han despertado de su sueño. Como siempre, no pude decir nada al respecto, mi papá me ha dicho que no me meta en las conversaciones de los adultos, aunque estas sean de lo más tontas. Cuando le contaron a mi papá sobre los niños, no pude evitar escabullirme e ir a echar un vistazo a la entrada del circo tan colorido, de cortinas rojas y naranjas por dentro, asientos de teatro forrados de fino terciopelo, luces que salían de la carpa azul como enormes gusanos blancos, banderas amarillas, estrellas rojas impresas en la enorme carpa, globos de colores y risas de payasitos y malabaristas, y ese olor, ese rico olor a palomitas. Después, un niño escondido tras las cortinas naranjas llamó mi atención; al principio pensé que era un payasito, pero no he visto payasitos tan verdes, asustados y usando una nariz amarilla.
Entonces regresamos a casa, y aquí estoy, acostado. Empiezo a tener sueño, me siento agotado; caigo. Comienzo a soñar con un pueblo fantasma. El paisaje es todo blanco, casi desértico; comienzan a caer cosas del cielo: muebles, instrumentos musicales, negocios de feria, algodones de azúcar y hasta palomitas, como si fuera una caricatura. Todas van armándose casi diabólicamente. Veo cómo muchos estantes se forman en fila, hasta que una carpa de lona azul cae. Todo se enciende y huele delicioso. Tengo miedo, pero me gana el entusiasmo de entrar a esa carpa maravillosa y ver qué es lo que tiene dentro.
Nada más entrar, me encuentro con dos pasillos divididos por un estante de madera colocado justo en medio, lleno de juguetes. Hay dos más a los costados, conformando una increíble exhibición. Inicio mi recorrido por el lado derecho y cuanto más avanzo, más escucho los ruidos de afuera. Desde la pared de la lona azul se reflejan luces de colores y las siluetas de personas y otras cosas caminantes que no recuerdo haberme topado. Todo se bloquea, tengo unos segundos de consciencia. Me mareo, pero entiendo lo que sucede. Tengo la opción de despertar o simplemente caminar por esta carpa hasta ver todos los juguetes.
Me quedo. En el estante derecho encuentro una cámara instantánea un poco vieja, pero que aún sirve. La bajo y tomo una foto panorámica. Por el borde trasero sale una fotografía no muy grande. Me le quedo viendo y aparece una imagen: en ella están todos los juguetes de la exhibición. Pero me sorprende descubrir que todos están cambiados, tienen algo de más o algo de menos, o aparecen en distinta posición: los rostros de las muñecas de trapo y de porcelana hacen muecas o parecen locas, los monos parlantes tocan un tambor distinto al suyo, las cajas de música están abiertas y las bailarinas se mueven en zigzag, los payasos están gritando, a los cochecitos se les encienden luces, los muñecos son de un extraño color amarillo, los conejos de peluche sacan el relleno de sus tiernas bocas, los cohetes están colocados en distinta dirección, las marionetas parecen danzar y los muñecos, poseer ojos de verdad y mirar hacia la cámara… Dejo de ver la captura y miro nuevamente los estantes. Todos están en su lugar. Corro hacia la salida sintiendo miradas encima, temo quedarme ahí atrapado.
Una vez fuera, escucho cosas en el aire, quizá no a gran altura, pues casi puedo sentirlas sobre mi cabeza; sin embargo, soy incapaz de ver nada. Tomo otra foto a la nada frente de mí; la veo. Es una mujer reptiliana con una cola larga a punto de caerse de tan podrida que está. La criatura posa ante la cámara. Miro alrededor pero solo veo la calle casi vacía, con algunos puestos de paletas acarameladas y algodones. Sigo explorando el lugar, busco una posible salida, ignoro a la mujer invisible y me pongo a caminar, incómodo y con prisa.
La carpa se convierte en remolque cirquero. De inmediato todo comienza a ponerse colorido, focos feriales, la banda sonora de la presentación de un circo, y una pianola de fondo.
Veo un tráiler a lo lejos, sujeto a la antigua carpa, ahora transformada en remolque. Tengo la idea de subirme y manejarlo, pues parece el único medio de transporte posible en muchos metros a la redonda, y no confío en mis pies. Suena una canción extraña y repetitiva desde algún punto que no logro precisar. Parece una composición hecha con risas de hienas y órganos de iglesia. Tengo náuseas, algo revolotea en mi estómago. Me mantengo congelado donde estoy y siento el movimiento de cosas con garras y pezuñas. Escucho, sin saber de dónde viene, el sonido de un desfile de payasos y arlequines que parecen hacer bromas junto a mí.
A pesar de todo el miedo que empieza a hacerme sentir como si tuviera las piernas todas guangas, me armo de valor y camino tomando fotos de parejas de malabaristas deformes que se pasean por doquier, luces de colores violentándose, más y más payasos, todos dedicándose a hacer lo suyo: jugar, bromear, balancearse, correr, gritar, reír como hienas de manera demoniaca. Es frustrante no verlos con mis ojos, solo por fotos. Todo me parecía una gran broma.
Me encuentro al fin junto al tráiler, me subo a la cabina y en el espejo del conductor veo a un arlequín observándome, caminando hacia mí. El pavor me arranca un aullido, y enciendo el tráiler como puedo. Necesito escapar de eso, pero los nervios me fallan y tiro por accidente la cámara. Cae junto a la palanca de velocidades, y al hacerlo toma una foto del asiento del copiloto. Me arreglo como puedo y levanto la fotografía. Tengo miedo de verla. Sé que algo más me acompaña. Es mucho más grande que yo y también mucho más temible. Pongo la foto a la altura del volante. ¡No hay nada! Vuelvo a mirar al payaso desde el espejo y aumenta de bestial tamaño conforme avanza.
Acelero, y mientras lo hago, tomo fotos por la ventanilla. Todas esas formas de colores, grandes y pequeñas, payasos y malabaristas, vienen hacia mí cual carnaval siguiendo la camioneta, como si fuera yo la corona de un festival infernal.
Doy un volantazo hacia la izquierda, despistando a las criaturas por un momento, y la saturación de figuras innombrables parece disminuir; sin embargo, algo me acompaña en aquel camino interminable, desierto. De pronto, el camino acaba y vuelve aquel escenario blanco del principio. Dejo de escuchar los gritos y la música. Vuelvo a tomar la cámara y saco fotos hacia todas direcciones. Ninguna muestra nada. Bajo la velocidad hasta frenar. Las llantas dan un gran rechinido. El motor sigue encendido, pero me bajo de la cabina. Al caer mis dos pies en el suelo, extraño y blando, de ese desierto sin color, veo cómo el tráiler con todo y su enorme remolque arranca otra vez y acelera sin parar, hasta que lo pierdo de vista.
Estoy a mitad del camino blanco. Quiero empezar a andar y perderme en la tranquilidad. No tengo idea de dónde estará la salida. ¿Puedo salir de aquí?
Camino y escucho los teclados de música alegre y tétrica que suenan otra vez, y con ella vuelven las risas de cascabeles como sonajas, las oigo cada vez más cerca. Apresuro el paso. La feria y el circo caen de nuevo sobre mí, ahora puedo verlos: mimos, payasos, títeres bailando y crujiendo tanto que están a punto de reventar, niños verdes de nariz amarilla, luces de colores, gusanos danzando en el suelo tragándose los pies de los niños. ¡Niños!, globos reventando, risas de hienas que me hacen sentir asechado como una presa, los malabaristas juegan con órganos viscosos, los columpios de los gimnastas están hechos de carne fresca, la sangre escurre y cae sobre mis hombros, y entonces grito porque se acercan hienas poseídas disfrazadas de payasos, y siguen los gritos y la música circense.
Intento correr pero todo se detiene, incluso la música, como cuando llega un Rey y todos se congelan y forman un pasillo porque hay que atenderlo. Lo miro. Mis ganas de estar de pie se han ido, caigo hincado ante lo que viene andando hacía mí, con los brazos balanceándose a toda prisa y los puños apretando su cetro de colores. Detrás de él, de su larguísima capa bicolor, blanca y negra, blanca y negra, blanca y negra, un grupo de niños con los ojos cerrados lo sigue: son la corte del Rey. Él tiene cuernos en lugar de rostro. Cuernos. Cuernos. La palabra se me va, pero sí me la sé. Me la enseñó la maestra, la vi con mi papá, es un tricornio.
El Rey da vueltas y al girarse veo sus ojos verdes y una nariz roja en lugar de una nuca. Ríe desde un estómago de dientes afilados que rasgan su vestimenta de rombos. Está tan cerca, a tan solo un paso, y entonces se detiene para hacer una reverencia. Sus ropas se desvanecen en hilos y gusanos, también negros y blancos, que me rodean y se arrastran hacia mis pies.
Grito de desesperación y siento cómo todo vuelve a moverse, a cantar, a bailar y a gritar. Los payasos, los malabaristas, todos se ríen de mí a carcajadas, ¡el gran espectáculo comienza! Las luces resplandecen y la música suena atronadora. Las marionetas danzan, la carne se cae de los columpios de sangre, todo va más rápido. No puedo moverme, mi nariz comienza a crecer y hacerse amarilla, y el Rey se acerca hasta mí inclinándose para decirme algo que no entiendo, pero que me golpea los oídos y me hace llorar mientras mi piel se cae, verdosa, y embarra la capa del arlequín, de mi hermoso y dulce nuevo Rey.