Читать книгу Isabel de Habsburgo - Yolanda Scheuber de Lovaglio - Страница 16

PRÓLOGO

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Por un extraño capricho del destino, Isabel de Habsburgo vivió en la penumbra lejana de la historia. Historia que apeló a los silencios y cubrió con su olvido la maravillosa vida de esta reina. Ella fue la segunda hija mujer de Juana I de Castilla (la Loca) y de Felipe de Austria (el Hermoso), hermana de los emperadores Carlos V y Fernando I de Austria y de las reinas Leonor, María y Catalina de Habsburgo.

El futuro de Isabel, como el de sus hermanas, fue previsto por su dinastía apenas llegar al mundo. Sin embargo, nunca pudo estar segura de él, porque el futuro siempre le otorgaba lo que ella jamás esperaba. Nadie la libró de su trágico destino, ni le permitió jamás vislumbrar la ilusión de indagar en su felicidad personal. Con su corazón apretado de tristezas, intentó que los sueños se aplomaran en su alma y aferrada a ellos vivió con extraordinaria entereza.

Al igual que sus hermanas Leonor y María, fue educada dentro de la suntuosa Corte de Malinas, al amparo de su tía Margarita de Austria y bajo la atenta mirada de su abuelo, el emperador Maximiliano I. Acatando los mandatos reales, cumplió con ellos fiel y obedientemente. Sus esponsales fueron minuciosamente calculados, porque constituían la base de la pacífica política exterior del imperio, que, buscando inclinar a sus pies las fronteras de otros reinos, hizo desposar a Isabel cuando apenas era una adolescente. Obligada por razones de Estado impostergables a defender la divisa imperial en la península escandinava, la unieron a un rey lejano y desconocido.

El golpe que acusó su alma al tener que abandonar Flandes la acompañó durante toda su vida, mas su inquebrantable fuerza de voluntad la llevó a superar los difíciles momentos que tuvo que vivir en su nuevo destino de reina.

Las adversidades fueron llegando a sus días, sin embargo Isabel de Habsburgo se fue conformando a ellas con fortaleza y entrega. Su vida estuvo hecha de renunciamientos y determinada por las situaciones políticas coyunturales, siendo el admirable paradigma de un tiempo crucial para la historia de la humanidad. Sin embargo, su paso fugaz por la vida y los destellos del imperio inconmensurable donde había nacido fueron apagando su nombre hasta dejarlo perdido en los senderos del olvido.

La semblanza de sus días muestra a una reina profundamente humana, de alma noble y generosa, a quien no le importó entregar su vida por la gloria de los reinos que la habían visto nacer y sobre los que tuvo que reinar.

Ella fue la dócil dama que su abuelo, el emperador Maximiliano I hizo sentar en un trono extranjero, buscando ensanchar con alianzas y afanes los dominios de su gran imperio. Jamás se rebeló ante su suerte, continuó adelante con lo que le imponían y, a pesar de las lágrimas derramadas, buscó con sus renunciamientos ayudar a su hermano Carlos cuando fue emperador. Ni la incómoda dureza de tener que aceptar al esposo que le habían elegido, ni las punzadas de dolor con que los sufrimientos atravesaron su corazón durante toda su vida hasta el borde de sus fuerzas disminuyeron jamás en ella el noble deseo de hacer siempre el bien.

La historia posó sobre su frente un velo de silencio y la indiferencia se adueñó de su nombre, impidiéndole traspasar los muros de la trascendencia, pero sí ganó la inmortalidad por una vida llena de hechos heroicos y por una extraordinaria determinación que le reservó un lugar entre las grandes. Ojalá que estas páginas puedan hacerla revivir en el recuerdo y, a su vera, transitemos con ella los mismos senderos que sus pies cansados recorrieron.

Su muerte no se hizo esperar. Sin embargo, le otorgó el tiempo preciso para que pudiera demostrar la hermosura de su alma. Para ella los dolores y la dicha fueron parte de su inigualable e irrepetible vida. Vida que amó profundamente, para ofrecerla con tremenda fortaleza y entrega, hasta agotarla en el último aliento.

La autora.

Salta, Argentina, 15 de mayo de 2010.

Isabel de Habsburgo

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