Читать книгу Diamantes para la dictadura del proletariado - Yulián Semiónov - Страница 9

EL PRINCIPIO DE LOS PRINCIPIOS

Оглавление

Cuando por la mañana temprano sonó el teléfono en la recepción de la Checa y alguien de voz un poco ronca, con acento extranjero, pidió que lo pasaran directamente con el jefe de contraespionaje, y cuando se aclaró que quien llamaba a los chequistas era el polaco Stef-Stepansky, cuyo expediente era bastante abultado (Stepansky era empleado de la Segunda Sección del Estado Mayor polaco), el miembro del consejo de la Checa Kédrov,9 siguiendo el consejo de Dzerzhinski, envió a hablar con él al ayujefsecex, a Vsévolod Vladímirov.

—Vsévolod y su brillo son insustituibles en una conversación con los bailarines de polca —dijo Félix Edmúndovich Dzerzhinski—. La juventud de Vsévolod, su elegancia y dulzura nos permitirán comprender con precisión a Stepansky: es perro viejo, tratará de jugar con nuestro muchacho. Y, más pronto o más tarde, todo juego acaba descubriendo al agente, sus intenciones reales. Y negarse a contactar con Stepansky sería poco razonable: tiene acceso a Londres, París y Berlín.

Vsévolod se encontró con Stepansky en un despacho de tabaco en la calle 3.ª Meschánskaia. Tras observar de pies a cabeza y con tenacidad a su interlocutor, el polaco dijo:

—Me agrada que hayamos quedado y comprendo dónde nos encontramos usted y yo. Sin embargo, le pediría que la parte de ajuste de nuestra conversación la mantengamos en la calle, donde nadie vaya a escucharnos. Si nos comprendemos bien «en libertad» —sonrió—, creo que es así como hablan ustedes de «no estar en la cárcel», entonces continuaremos la conversación aquí, donde, como presumo, cada una de mis palabras será audible para al menos dos de sus colegas.

Vsévolod miró alegre a Stepansky, lo tomó del brazo y dijo:

—No voy a ocultarle que no estoy más cansado porque no puedo, así que un paseo no me vendrá mal, sobre todo con un interlocutor tan interesante.

Mientras iba al encuentro del polaco, ya sabía por el servicio de vigilancia exterior que Stepansky vendría solo. Cierto que, por si acaso, se había puesto unas gafas ahumadas con cero dioptrías; pertenecía a esa clase de gente a la que unas gafas le hacían cambiar muchísimo.

Iban por una acera empedrada a través de la que ya había empezado a brotar hierba fresca, como podada a la manera inglesa, pasaban junto a unas casas pequeñitas, y desde fuera parecían dos camaradas dando un paseo.

—Entonces, ¿qué es lo que le ha traído hasta mí? — preg untó Vsévolod.

—Hasta usted no me ha traído nada. Yo he venido a ver a la Checa.

—Loable. A mí como individuo, y a nosotros como colectivo, nos gusta que venga a vernos gente interesante…

—¿Necesita que me presente?

—¿Cómo?

—¿Rango, operación, enlaces?

—A grandes rasgos, ya lo sabemos.

—¿Saben que soy teniente general del espionaje polaco?

—Me parece que recordaremos mejor los detalles si los formula por escrito, ¿no?

—¿Cree usted que voy a ponerme a escribir?

—Lo hará. Si ha tramado algo en contra nuestra, tendrá que seguir el juego. Y si lo que lo ha traído hasta nosotros es una intención auténtica de colaboración, querrá convencernos de su sinceridad y empezará a hacerlo con cosillas sin importancia, a saber: los apellidos de sus amigos, de sus íntimos y familiares. ¿O no es así?

—¡Bravo!

Sus miradas se encontraron. Vsévolod sonrió y en sus ojos no había ni la severidad ni el sentimiento de superioridad que tanto había temido Stepansky.

Vsévolod, a su vez, reparó en que el polaco estaba sin afeitar, que tenía la camisa arrugada, las botas sin limpiar y el abrigo sucio; en el hombro izquierdo había algo de pelusilla, y los dedos estaban cubiertos de esa capa grisácea de suciedad especialmente visible en unas manos tan bien cuidadas y gruesas.

—¡Bravo! —repitió Stepansky—. Razona usted con claridad, joven…

—No merece la pena hacerlo de otra manera.

—No pretendía ofenderlo con la mención a su juventud…

—Eso es algo que no ofende. Al contrario…

—No sé si habrá tenido usted ocasión —dijo Stepansky, que empezaba a cabrearse— de tratar con agentes serios y formales de los servicios de información extranjeros, pero quiero hacerle una observación: el Estado Mayor polaco se encuentra ahora en el centro de interés de todos los países europeos. Yo, en particular, tengo contacto con franceses e ingleses.

—¿Recuerda el nombre de su gente en París y en Londres?

—Naturalmente.

—¿Las operaciones?

—¿Las antiguas?

—Y las nuevas.

—Las que tienen intención de realizar Londres o París, no. Pero sus operaciones no se me escapan, me considero especialista en el mundo de los sóviets… ¿Cuándo va a informar de esta entrevista a sus superiores? ¿Puede llamar a alguno de sus jefes con responsabilidades?

—Ya lo organizaremos —prometió Vsévolod.

—¿Cuándo?

—Dentro de unos siete días.

—No es posible…

—Qué se le va a hacer…

Después de una larga pausa Vsévolod preguntó:

—¿Cuándo le han robado?

No lo sabía con seguridad y no podía saberlo. Simplemente su cerebro —el cerebro de un analista, de un hombre valiente y alegre— había analizado los hechos automáticamente; de toda la cantidad de información recibida Vsévolod había seleccionado la siguiente: en primer lugar, el polaco tenía hambre, pues había mirado varios carteles de tabernas y olfateaba los olores de las salchichas fritas; en segundo lugar, quería fumar, pero no tenía tabaco; en tercero, Stef-Stepansky tenía fama de presumido y su ropa siempre se distinguía por un gusto impecable, mientras que ahora estaba desaliñado y sucio; en cuarto, remarcaba cuanto podía su importancia, algo que suele pasar con la gente que se ve obligada, debido a determinadas circunstancias, a cifrar más esperanzas en el pasado que a confiar en un futuro salvador.

Stef-Stepansky frunció el ceño con repugnancia:

—¿Han sido ustedes?

—¿Acaso sus amigos en la embajada no han podido ayudarlo? —continuó Vsévolod sin responder a su respuesta.

—¿Ha vivido usted en Europa?

—Sí.

—Por lo visto en el ambiente de la emigración… Apoyo mutuo, camaradería y cosas así… Es jov… Perdone…

—Pero no, por Dios, está bien… Es que nosotros no nos ganamos los rangos con la edad.

—¿Con sus cualidades en el trabajo?

—Exacto.

—¿Y quién da dinero en Europa «solo porque sí»?

—Ponga una denuncia y diga que le ha robado la Checa… ¿Es que no le ofrecerían ayuda para el camino de vuelta?

—¡Bravo! ¿Y qué hago en Polonia?

«¡Lo tengo! —se dijo Vsévolod—. ¡El ratón ha caído en la trampa! Allí no tendría nada que llevarse a la boca porque lo echarán del servicio, en el portamonedas se ha llevado algo importante o demasiado dinero. Lo de venir a vernos va en serio, parece».

—Tenga, fume un poco —propuso Vsévolod.

Por la forma ansiosa con que Stepansky daba caladas, intentando al mismo tiempo sujetar el cigarrillo de manera que no quedaran al descubierto sus dedos sucios, Vladímirov terminó de convencerse de que su versión era correcta.

—Vamos a picar algo, ¿quiere? —propuso Vsévolod.

Tras ordenar para Stepansky salchichas hechas al estilo cochero, gelatina y cerveza, dijo:

—Supongo que no tiene sentido que vayamos a un restaurante, podría haber conocidos suyos.

Stepansky asintió en silencio, porque no podía abrir la boca: las salchichas estaban calientes, pero, como todo hombre hambriento, había partido un trozo demasiado grande y con cuidado aspiraba aire por las fosas nasales, para de alguna manera enfriar la carne chisporroteante, basta, maravillosa…

Después de comer Stef-Stepansky cerró los ojos y dijo:

—Y ahora, por dormir una horita, media vida.

—Vamos a mi casa, deliberaremos allí, y puede echarse a descansar mientras le preparan una habitación de hotel. Todavía tengo algunas preguntas que hacerle.

—Adelante…

—¿El apellido Bechkovski no le dice nada?

—No.

—¿Y Krakowiacki?

—No.

—¿Qué me dice de Lesnowrodzki?

—¿El coronel Lesnowrodzki? Creo que es el supervisor de su representación en Varsovia.

Nota del representante plenipotenciario de la rSfSr en Varsovia para Skirmunt, ministro de Asuntos Exteriores de Polonia

En el transcurso de las últimas semanas, en la representación plenipotenciaria rusa ha aparecido varias veces una persona desconocida que a posteriori ha resultado ser el coronel Lesnowrodzki, agente de la II Sección del Estado Mayor polaco, con el ofrecimiento de suministrar al Gobierno ruso documentos oficiales secretos del Estado Mayor de Polonia. En la representación plenipotenciaria rusa ha recibido constantes negativas de servirse de su ofrecimiento. Con todo, el 10 de octubre, ya entrada la tarde, el coronel Lesnowrodzki apareció en la representación plenipotenciaria rusa trayendo consigo diferentes documentos y un expediente secreto completo sobre el espionaje polaco en Alemania con numerosos sellos, firmas y timbres de la II Sección, con un mapa y fotografías de, presuntamente, los espías polacos en Alemania, y propuso que le compraran todos estos documentos por 500 000 marcos. Nada más ser informado de este asunto, llamé enseguida al viceministro Dąbski y le pedí que enviara inmediatamente a la representación plenipotenciaria a un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores, junto con representantes de otras autoridades para levantar acta y arrestar al coronel Lesnowrodzki. Lamentablemente, debido a lo tardío de la hora, el viceministro Dąbski no pudo enviar a un representante del Ministerio de Asuntos Exteriores. A la representación plenipotenciaria solo se enviaron delegados de la policía general y de la judicial, quienes detuvieron al coronel Lesnowrodzki, pero se negaron a interrogarlo. La ausencia en el expediente de la primera declaración del señor Lesnowrodzki en la misma representación plenipotenciaria constituye un detrimento considerable para su normal instrucción, que puede influir en su ulterior desarrollo. Mientras se esperaba a los representantes de las autoridades polacas, el coronel Lesnowrodzki reconoció que, en su calidad de agente de la II Sección del Estado Mayor, su jefe inmediato el mayor Kierzkowski le había encomendado ganarse la confianza de la representación plenipotenciaria con finalidad provocadora y que los documentos facilitados eran una falsificación preparada por la II Sección y que a él se los había entregado el mayor Kierzkowski para que los vendiera en la representación plenipotenciaria rusa.

En un momento en que los gobiernos ruso y polaco intentan por la vía de las negociaciones arreglar los malentendidos entre ambos países y que recientemente han alcanzado acuerdos sobre todas las cuestiones en disputa, el Estado Mayor polaco emplea todos sus esfuerzos en tensar y deteriorar, por medio de provocaciones criminales, las relaciones entre Rusia y Polonia.

En la última semana, en la representación plenipotenciaria rusa han aparecido sistemáticamente personas sospechosas que mostraban certificados de la II Sección del Estado Mayor de Polonia con la firma del mayor Kierzkowski y se ofrecían a conseguirnos diversos documentos. Todas las veces estos ofrecimientos terminaban con nuestra exigencia de que se abandonara inmediatamente el edificio de la representación plenipotenciaria.

En su día, cuando el Gobierno de Rusia hizo públicos unos documentos que probaban el trabajo criminal de la II Sección del Estado Mayor al mantener contactos con la Unión Popular de Defensa de la Patria y la Libertad, encabezada por Sávinkov, Odintsov y otros más, las personas desenmascaradas, para defenderse, intentaron encubrir su delito con un folletín publicado en todos los periódicos polacos y firmado por Masłowski. Para justificar y reforzar este método de defensa, la II Sección del Estado Mayor ideó un auténtico plan de provocaciones que, de salir bien, debía servir para justificar y salvar de la acusación legal e irrefutable que el Gobierno de Rusia había presentado al Estado Mayor polaco.

El incidente con el coronel Lesnowrodzki evidencia un trabajo de provocación bien ideado, dirigido por el Estado Mayor polaco, contra la representación plenipotenciaria rusa.

Presentando adjunto

1) una copia del acta levantada el 10 de octubre en la representación plenipotenciaria rusa,

2) la tarjeta de identificación del coronel Lesnowrodzki con el número 3835, emitida por la II Sección del Estado Mayor polaco y firmada por el mayor Kierzkowski,

3) todos los documentos que el señor Lesnowrodzki llevó a la representación plenipotenciaria rusa para su venta por orden de la II Sección de este mismo Estado Mayor,

tengo el honor de pedirle, señor ministro, que dé los pasos que considere necesarios para poner fin a las provocaciones de la II Sección del Estado Mayor polaco, que se han propuesto como objetivo dificultar las relaciones entre Rusia y Polonia.

Acepte, señor ministro, la seguridad de mi completo respeto.

Karaján 10

A Stepansky le enseñaron esta nota por la noche, en cuanto Vsévolod le comunicó a Kédrov los datos relacionados con Lesnowrodzki. Stepansky confirmó la nota en su totalidad e incluso, de broma, le dio su visto bueno.

A la mañana siguiente empezó a declarar. Lo más grave era que, según sus datos, había una persona entre los empleados de la embajada rusa en Revel11 que trabajaba para un servicio de información extranjero.

—Para qué servicio de información en concreto trabaja, eso no lo sé, pero que existe es incuestionable. Por fragmentos de conversaciones puedo suponer que la emigración preparó a esa persona para que la reclutaran.

Vsévolod solicitó datos de la emigración en Revel. Le trajeron la lista de los individuos más destacados: desde el monárquico de extrema derecha Vorontsov hasta el eserista Vajt, editor del periódico El Popular. Le nombró a Stepansky los apellidos de los líderes del comité de apoyo a emigrantes y refugiados: Vírubov, Lvov, Seeler, Obolenski, de los editores del periódico cadete Últimas Noticias, Ratke y Liajnitski, con la esperanza de que el polaco recordara alguno en concreto; pero Stepansky afirmó categórico que, aunque había oído esos nombres, no podía extender su conexión hasta un diplomático ruso.

Dijo también que en Moscú existía un movimiento clandestino muy fuerte que tenía a su disposición enormes reservas de diamantes, oro y platino. Este movimiento se mantenía aparte de cualquier lucha política y perseguía solo objetivos de índole personal: el enriquecimiento propio. Algunas de estas personas mantenían contactos con representantes de los círculos diplomáticos locales, que no solo acaparaban alhajas y otros tesoros, sino que en una serie de ocasiones habían hecho también de eslabón de transmisión: las joyas parten a París y a Londres y después los corredores especulan en la bolsa. Además, juegan a la baja con las acciones de las firmas que están empezando operaciones comerciales con Rusia.

—Me da que uno de mis amigos de aquí, cuyo nombre, como usted comprenderá, no voy a decir y no diré más adelante —dijo Stepansky—, tiene vínculos con ese mundo clandestino moscovita, pero por fines interesados, personales: compra joyas para él; por cierto, me han birlado un dinero que pertenecía a su familia, dos mil dólares, de esto hablaremos más adelante…

—¿Y si nosotros encontramos a esa persona con nuestros propios medios?

—Son libres de hacer lo que quieran, es su deber. Lo importante es que yo no tenga remordimientos de conciencia. Por cierto, que en ese mundo clandestino se oía el nombre de una vieja muy rica, Yelena Ávgustovna Stajóvich…

Al cabo de tres días, el miembro del consejo de la Checa Gleb Ivánovich Boki12 convocó al jefe de la Checa Messing, al segundo del jefe de la Sección Especial Búdnikov y a Vladímirov.

Antes de esta reunión, Boki había estado con Dzerzhinski y Unszlicht13: había propuesto que se observara con mayor atención a los especuladores de divisas, pero Unszlicht replicó con vehemencia:

—No estamos hablando de eseristas o cadetes que reclaman cual urogallos. Los especuladores de divisas «apolíticos» son bastante más cuidadosos e inteligentes. A cada hora puede engendrarse la salida de Rusia de las joyas. Hay que atraparlos enseguida. Los registros minuciosos, los interrogatorios elaborados con precisión… en este caso el riesgo de desfase no está justificado, no estamos ante un —sonrió— complot contrarrevolucionario que podemos examinar sin prisas…

Boki no estaba de acuerdo con Unszlicht:

—Atraparemos a diez, a doce personas, y dos se irán. O una. Si hay que apretar para sacar información… hagámoslo enseguida, ¡a todos!

—Me da a mí que no tiene razón, Gleb —dijo Dzerzhinski con voz pausada—. El tiempo en que construiremos urinarios públicos con oro lo marcó Ilich con exactitud absoluta: el comunismo… La maldición del vellocino de oro es algo sorprendente. Cuando la demanda esté a la altura de la capacidad, y esto solo será posible cuando las tiendas se doblen bajo el peso de las mercancías, entonces el oro se convertirá en un metal corriente, uno de color mate, sin sabor ni olor. Hasta entonces el oro ofrece a su propietario la posibilidad de tener pan, estoy siendo bruto aposta, y más que a todos los demás, hasta ese momento no vamos a lograr aplastar el poder del oro con arrestos y requisiciones. En una palabra, estoy a favor de realizar la operación hoy mismo. Cada hora es valiosa. En el futuro cercano la NEP14 nos dará la posibilidad de extraer el oro aquí, en casa.

La redada de la Checa moscovita contra los «centros de oro» clandestinos la encabezó Messing. La operación transcurrió, algo excepcional, de forma pacífica: ni un disparo, ni un intento de huida. Sobre todo cayó gente mayor, respetable. Se comportaron con dignidad, aunque se pusieron muy pálidos y no pudieron estar mucho tiempo de pie, pidieron sillas, las piernas no los sostenían. Y tuvieron que estar mucho tiempo de pie, mientras los agentes de la Checa de Moscú hacían el inventario de los artículos encontrados.

Se le confiscaron bastantes alhajas a la antigua dama de palacio Yelena Ávgustovna Stajóvich. Alemana, hablaba un ruso bastante flojo y por eso Boki le pidió a Vsévolod que la interrogara en su lengua materna. Vladímirov no sabía llevar un interrogatorio, porque su trabajo en el servicio de información política conllevaba una actividad realmente distinta: tan pronto servía siete meses en el grupo de prensa de Kolchak junto al conocido escritor Vaniushin, que después de la derrota del almirante esperó al «capitán ayudante Maxim Isáiev» en Harbin, como salía a Londres o aparecía en Varsovia.

Sin embargo, el tiempo apremiaba; los tres traductores que servían en la Checa estaban trabajando fuera y esperar su regreso sería inoportuno.

—Buenas tardes —dijo Vladímirov mientras le ofrecía asiento a la mujer—, tengo unas preguntas para usted.

—¿Es usted alemán?

—Ruso.

—¿Trabaja aquí por su propia voluntad?

—Completamente.

Stajóvich se comportaba con una dignidad sorprendente, lo que gustó a Vladímirov. Había llegado a ver a gente que se arrastraba por el suelo, que se mesaba los cabellos, que intentaba besar las botas de los chequistas, que mendigaba clemencia, mientras que esta anciana estaba tranquila, tenía la mirada fija y atenta en la cara de su interlocutor, la estudiaba.

—Veamos, lo primero: ¿por qué tiene esas joyas?

—Son joyas de la familia. No soy responsable de ellas, me llegaron de mis antepasados, nobles rusos…

—Entonces sírvase responder a mis preguntas en ruso — señaló Vladímirov con brusquedad—. Para usted el concepto «ruso» es particularmente abstracto, como, por cierto, lo fue para sus antepasados.

—No se atreva a hablar así a una dama de la soberana rusa.

—Sí me atrevo. Si «ruso» hubiera sido para usted la esencia, la vida, el dolor… ¡habría pensado en cuántos millones de rusos morían y morían de hambre! Y con esas piedrecitas suyas se podría haber dado de comer a un vólost.

—No hemos sido nosotros quienes hemos traído esta hambre a Rusia…

—¿Yo, entonces?

—Usted. Y la banda a la que sirve.

Vladímirov miró muy serio a la mujer, a su cara tranquila y estirada, y dijo:

—Una «banda», de acuerdo con el ordenamiento de la legislación penal, es un grupo de criminales que sustrae bienes ajenos por medio del asesinato, el robo y el soborno. ¿Estoy en lo cierto?

—Sí.

—Y ahora le pregunto, ciudadana Stajóvich: ¿por qué me miente?

—Si se atreve a seguir en ese tono, me negaré a responder. Mi vida ya está vivida, no me asustará con la muerte.

—No pretendo asustarla con la muerte. Es más, mañana mismo la dejaremos libre… Pero encontraremos la forma de decirle a la gente, y nuestra prensa se lee en París y en Londres, que usted, tras sobornar a esa persona que usted y yo sabemos, recibió hace una semana en el antiguo Banco de los Mercaderes, presentando un certificado falsificado, estas joyas del edecán del gran príncipe Serguéi Alexándrovich y que ahora está haciendo trámites para hacer pasar las joyas por suyas, de su familia, que le han llegado como herencia de sus antepasados nobles siguiendo la forma y el fondo de la ley.

—¡No, no! —de pronto empezó a susurrar Stajóvich—. ¡No, no!

Cada palabra de las pronunciadas por Vladímirov era cierta.

La vigilancia a la que se había sometido a Stajóvich después de las declaraciones de Stef-Stepansky había dado unos resultados asombrosos: vieron a la anciana entrando a su casa ya avanzada la tarde y llevando una maletita. En el interrogatorio el cochero dijo que la anciana lo había contratado junto al Banco de los Mercaderes, de donde había salido con un hombre. Este se fue a pie por una travesía, mientras que la anciana regresó a casa «conmigo», según dijo el cochero. Atraparon a la anciana enseguida, ni siquiera tuvo tiempo de esconder las joyas. Lo único que no sabía Vladímirov era el apellido de su acompañante, por eso se había expresado de esa forma —«tras sobornar a esa persona que usted y yo sabemos»—, contando con que, después de un golpe tan demoledor, la anciana se descubriría por completo.

—¡Sí! —dijo él—. ¡Sí! Y, ahora, dejémonos de emociones. Vayamos a los hechos. La dirección de su acompañante: ayer salió con él del Banco de los Mercaderes…

—¿Sabe acaso usted qué significa el último amor de una mujer? ¡No lo descubriré! Es un encanto, es el más cariñoso, es honrado y resuelto, como Otelo…

—Para mí, Otelo es la persona más repugnante de la literatura —dijo burlón Vladímirov, rompiendo el ritmo del interrogatorio—, se apropió del bárbaro derecho de quitarle la vida a otra persona, rindiéndose al ciego sentimiento de los celos… Según la ley universal, habría que juzgarlo por monstruo asesino…

—Usted nunca ha amado…

—Sí lo he hecho, sí —Vladímirov tranquilizó a la anciana—, he querido, Yelena Ávgustovna.

—Uno de los hombres más bajos de la tierra rusa, el conde Tolstói, también odiaba a Shakespeare.

—Gracias por la comparación —dijo Vladímirov—. Es un doble orgullo. Pero nos hemos apartado un poco con esto de la literatura. Regresemos a las piedras. Uno: la dirección de su acompañante; dos: el número de teléfono de la embajada a la que entregaba las joyas; y tres: la dirección del corredor que especula por usted en la bolsa de Londres.

El director del antiguo Banco de los Mercaderes informó a los chequistas de que no había aparecido por el trabajo el subjefe de la Sección de Alhajas Mijaíl Mijaílovich Krútov, el mismo que, según se aclaró más tarde, le había entregado a Stajóvich las joyas del gran príncipe con un certificado falso del Narkom de Economía. El grupo de la Checa moscovita enviado a su piso informó de que esa mañana Krútov se había dado de baja del registro de la casa y dijo que salía urgentemente para Kiev, a ver a su hermana enferma. Según los informes, Krútov no tenía parientes en Kiev.

Krútov se instaló en Serguíev Posad, en casa de Oleg, el hermano del asaltante y bandido Faddeika. Era la tercera semana que Oleg sufría de alcoholismo. Era un trabajador artístico de cajas fuertes, las cascaba como si fueran nueces. Cierto que ahora Oleg trabajaba poco, se dedicaba más a beber escondido en una pequeña dacha. Era un lugar tranquilo.

Faddeika llegó a ver a su hermano ya cuando caía la tarde, durante el día no se movía por la ciudad: la Checa hacía estragos con todas sus fuerzas.

—Mira lo que haremos —le dijo Krútov mientras removía con un cuchillo el té en una taza de aluminio—, vamos a cargarnos su táctica. No haremos que los hombres vayan a las mozas, sino al revés…

—Sé más claro —le pidió Faddeika—, que te complicas más de la cuenta y no entiendo un pimiento.

—Ahora que la Checa ha atrapado a todos los viejecitos con piedras, los que han quedado pasarán a la clandestinidad. Y puesto que «todo lo mío lo llevo conmigo»… ¿lo entiendes? Empezarán a llevar las piedrecitas en los bolsillos. Cuentan de ti que tienes chulos, ¿es así?

—Sí.

—¿Y qué clase de mujercitas tienen?

—Huum… pues… mujeres, pechugonas.

—Las pechugonas te las puedes quedar. Necesitamos que sean delgadas, jovencitas, a ser posibles de las aristócratas. Con esas pican. ¿No has comprendido nada?

—Nada —respondió Faddeika echándose a reír.

—Está bien. Mañana me llevarás con tus chulos… Yo mismo les daré las directrices.

___________

9 Fusilado en el año 1941.

10 Fusilado en 1937.

11 Actual Tallin, Estonia. (N. de la T.)

12 Fusilado en 1937.

13 Fusilado en 1937.

14 Siglas en ruso de Nueva Política Económica, intento de Lenin por di- namizar la economía rusa mediante el desarrollo de un «capitalismo de Es- tado». Con ese fin, se permitió la introducción de cierta iniciativa privada que fomentara un mercado interior al tiempo que se mantenía un control estatal sobre los sectores clave de la economía soviética. Se decretó en 1921 y duró hasta 1929, sustituida por el Primer Plan Quinquenal. (N. de la T.)

Diamantes para la dictadura del proletariado

Подняться наверх