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LA UNIVERSIDAD NACIONAL ANTE LAS FIESTAS CONMEMORATIVAS DE LA CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA (1921)

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M.ª DE LOURDES ALVARADO

IISUE, UNAM

I. INTRODUCCIÓN

Once años después de que el Gobierno de la República celebrara a nivel nacional y con gran derroche de recursos materiales y humanos el primer centenario del inicio de la guerra de la independencia de México, a lo largo del mes de septiembre de 1921, bajo el mandato de un gobierno emanado de la revolución, se llevó a cabo una segunda conmemoración de dicho suceso. Solo que en esta ocasión se festinaba la consumación de esa gesta, encabezada cien años atrás por Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide.

Los motivos que animaron al presidente Álvaro Obregón a llevar a cabo tal homenaje, a solo nueve meses de haber asumido la presidencia de México y en medio de graves problemas en espera de urgente solución, son varios y de no poco peso, entre los que destacaban la necesidad de unir y fortalecer el espíritu patriótico de los mexicanos y fomentar el sentimiento nacionalista de la población. Para lograrlo, se pensó en aprovechar el potencial educativo que brindaban eventos de este tipo pues, como afirmaba El Universal, «aparte de constituir una perenne fuente de ejemplos cívicos, señalan la génesis misma de nuestra nacionalidad».1 Pero al parecer la razón fundamental que animaba al presidente era otra: trasmitir a los representantes de los países invitados la imagen de un país próspero y que nuevamente gozaba de paz, aspecto fundamental para el futuro de su administración, ya que le urgía contar con el reconocimiento oficial a su gobierno por parte de Estados Unidos de Norteamérica.

Si bien entre ambas festividades patrias –1910 y 1921– se perciben ciertas coincidencias pese a las profundas diferencias características de los respectivos Gobiernos convocantes –el porfirista y el revolucionario–, predominan contrastes significativos, como es natural que sucediera por tratarse de contextos históricos, principios políticos y concepciones ideológicas y sociales opuestas. No es casual que Annick Lempérière haya calificado las festividades de la consumación de independencia como una «contracelebración», animada de un espíritu completamente nuevo, «cuyo discurso oficial subrayó sus caracteres “nacional” y “popular”», en oposición de las realizadas en 1910, que se caracterizaron «por su tono aristocrático y su indiferencia a nuestras tradiciones, artes y costumbres».2

Pero entre las múltiples divergencias de ambas celebraciones ha llamado especialmente mi atención una de ellas, seguramente motivada por mi interés en la temática educativa. Se trata del radical contraste entre la intensa y determinante participación de Justo Sierra, secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes en las festividades patrias del porfiriato, y la asumida por José Vasconcelos, rector de la Universidad Nacional al tiempo del centenario de la consumación de la independencia y, a partir de octubre de 1921, titular de la secretaría de educación pública, quien se incorporó al programa oficial de festejos en forma por demás selectiva y a los cuales calificó, en tono desdeñoso, como una «humorada costosa».3 Analizar esta sorpresiva respuesta a la convocatoria oficial, inexplicable en una primera lectura de los sucesos septembrinos; explicar las razones que la motivaron e identificar y estudiar los casos excepcionales en los que el rector de la Universidad Nacional aceptó encabezar alguna de las actividades del centenario, representan el objetivo del presente trabajo.

II. ÁLVARO OBREGÓN Y LAS FESTIVIDADES CENTENARIAS DE 1921

Si bien durante largo tiempo la importancia de las celebraciones de la independencia nacional –inicio y consumación– fueron poco apreciadas por los estudiosos de Clío, con el paso de tiempo fueron cobrando el valor que sin duda les corresponde. Como respuesta a dicho interés, en los últimos tiempos han visto la luz pública diversos e interesantes trabajos sobre el tema que nos ocupa, los cuales abordan desde distintas perspectivas el sentido y riqueza de sendos acontecimientos. Y es que tal género de conmemoraciones representan un excelente recurso para analizar la visión de la historia oficial en un momento dado y las expectativas a futuro de sus respectivos gobiernos, al punto que, para el caso que nos ocupa, uno de los autores consultados plantea que la historia política y cultural de la gestión de Álvaro Obregón (1920-24) estaría incompleta si se ignoran las memorables fiestas de la consumación de la independencia.4 Tal es la importancia que le concede a dicho suceso, entre otras razones, porque –nos dice– dan cuenta del espíritu mestizo, incluyente y democrático que el gobierno en turno se propuso imprimir al evento, por la imagen progresista y exitosa que el régimen político emanado de la reciente lucha armada se afanó en proyectar, tanto al interior como exterior del país, así como por los vínculos de unión que al parecer logró establecer entre la población de México, en especial entre los habitantes de la capital, donde las celebraciones septembrinas tuvieron mayor esplendor.

Pese al propósito inicial por parte del Gobierno obregonista de mantener las fiestas conmemorativas del centenario de la consumación de la independencia dentro de un marco de austeridad, ajeno a los excesos cometidos en 1910,5 estas rebasaron los planes originales y se convirtieron en un conjunto abigarrado y heterogéneo de eventos múltiples, en los que hubo una respuesta satisfactoria para los diversos intereses, condición social y nivel cultural de la población. Como bien señala Clementina Díaz y Ovando, nadie fue olvidado, hubo actividades y espectáculos para todos los gustos, para todas las clases, tanto para la nostálgica aristocracia deseosa de revivir los antiguos ceremoniales que la distinguían del resto de sus paisanos, como para los nuevos ricos, los sectores medios y los menos favorecidos tanto económica como socialmente. Incluso, los indigentes gozaron de ciertos beneficios durante aquel mes de septiembre: alimentos gratuitos en los comedores públicos, ropa nueva para no deslucir en los festejos patrios, además de algunas actividades particularmente dedicadas a ellos. Del mismo modo se prestó atención a los presos, los ancianos de los asilos y a los niños pobres, quienes, entre otras acciones, tuvieron la posibilidad de dar un paseo en automóvil por la ciudad, a cuyo término recibieron dulces y frutas.6

Así, pese a la difícil situación política y económica por la que pasaba el país, secuela de la Primera Guerra Mundial y de la convulsa década de lucha armada que apenas llegaba a su fin, las festividades de 1921 se llevaron a cabo con gran profusión de brillantes ceremonias: bailes, recepciones, banquetes, cenas e inauguraciones de obras para beneficiar y embellecer la capital de la república, como monumentos, edificios, parques, jardines, calles, alumbrado, caminos y calzadas además de planteles escolares, entre los que destacaron las llamadas «Escuelas del Centenario». Hubo también exposiciones comerciales, industriales, educativas y artísticas, como las de «Pintura y Escultura», de la Academia de Bellas Artes, y la de «Arte popular mexicano», organizada por Gerardo Murillo –«Dr. Atl»–, Roberto Montenegro y Jorge Enciso y cuyo contenido significó toda una revelación para los asistentes, quienes pudieron apreciar la belleza de las artes manuales realizadas por las/los mexicanas/os, generalmente ignoradas cuando no abiertamente rechazadas.

Por supuesto, no faltaron los clásicos desfiles militares y de carros alegóricos, tan comunes en este tipo de programas, mientras que para los gustos más exigentes hubo conciertos, veladas literarias, juegos florales, conferencias, congresos, funciones de gala en los teatros principales de la ciudad, temporadas de ópera y de zarzuela, además de la ya clásica visita a Teotihuacán. Como una de las características de las fiestas fue la participación privada, con el pretexto de los festejos así como de la diversidad de intereses, no faltó quien contratara a las «Girls» de la compañía de revistas neoyorkina, quienes sorprendieron y alegraron al público capitalino.

Dado que una de las prioridades de estas celebraciones, claramente expresada en diversas ocasiones por el presidente Obregón, por los miembros del comité ejecutivo de los festejos7 y por la prensa en general, fue la de garantizar que estos tuvieran un perfil popular, el programa incluyó una amplia gama de actividades orientadas a dicho fin. Hubo funciones populares en los cines, carpas, corridas de toros, verbenas, jamaicas,8 fiestas charras, jaripeos, jura de bandera y una amplia gama de concursos como los de chinas y charros, cantadores, bailes regionales, poesía, himno del centenario, decoración de edificios con motivos alusivos a la ocasión y justas deportivas, entre otros.

Entre ese mar de actos llamó especialmente mi atención el concurso de la «India Bonita», por el interés que la élite gobernante y la población en general le otorgaron, pero sobre todo por el alto valor simbólico que se le asignó. Quizás por primera vez en el país, especialmente en un evento tan significativo como el referido, se eligió como una de sus reinas a quien les pareció que era una verdadera «representante de la raza».

Desde el 3 de agosto, María Bibiana Uribe, oriunda de San Andrés Tenango, distrito de Huauchinango, Puebla, fue declarada ganadora de este certamen porque, según explicaba el jurado respectivo, «reunía todas las características de la raza: color moreno, ojos negros, estatura pequeña, manos y pies finos, cabello lacio y negro, etcétera».9

A partir de entonces, pero en especial durante el mes de septiembre, la joven, considerada como símbolo de «la virgen morena de la raza de bronce, simiente del pueblo mexicano»,10 recibió todo tipo de halagos y homenajes. Si bien se convirtió en uno de los principales focos de atracción de las fiestas, y su presencia en los grandes salones atraía las miradas curiosas e incrédulas de la elegante concurrencia, tras bambalinas motivaba comentarios burlones y despectivos, los cuales –discursos aparte– mostraban con crudeza el verdadero rostro de la sociedad posrevolucionaria:

«Duro con María Bibiana»

Y… pare usted de contar

porque se va a celebrar

un merecido homenaje

a una india de linaje,

que sospecho va a acabar

haciendo el papel de guaje…11

A pesar de que todos los «elementos» del país fueron convocados para colaborar al mayor lucimiento posible de las solemnidades patrias, en el programa oficial de los mismos se observa una notable ausencia, inexplicable en un evento de tal importancia y cuyo óptimo desarrollo resultaba particularmente significativo para el Gobierno en funciones. Nos referimos a la del rector de la Universidad Nacional, el licenciado José Vasconcelos Calderón, miembro del círculo más cercano al presidente Obregón,12 además de figura clave en el programa educativo de su administración, quien al tiempo de las festividades estaba a punto de encabezar formalmente los destinos de la Secretaría de Educación Pública. Recuérdese que el decreto de creación de esta última dependencia gubernamental data del 29 de septiembre de 1921, el cual fue publicado el 3 de octubre del mismo año.

Ante este hecho, nos surgen varias preguntas: ¿cómo reaccionó la Universidad Nacional ante las celebraciones patrias de 1921? ¿Tuvo alguna participación significativa en estas y en qué consistió? ¿Por qué razón no se adelantó algunos días la fecha de inauguración de la Secretaría de Educación Pública para que constituyera el número estrella de las festividades patrias?

III. VASCONCELOS Y EL PROGRAMA DE FESTEJOS

Afortunadamente, el propio Vasconcelos dejó algunas pistas sobre el tema que nos ocupa en El Desastre, uno de los volúmenes de su autobiografía, en donde con toda claridad expone su posición frente al centenario e, incluso, precisa con exactitud los casos en los que decidió participar. De inicio, advierte al lector que dado que «el alboroto de las fiestas emborrachaba a la ciudad y deslumbraba a la república», contra sus intenciones originales, decidió intervenir de manera muy selectiva y aprovechar la oportunidad que la ocasión le brindaba para hacer «propaganda de la labor educacional», meta central de su quehacer público y que, sin duda, por entonces demandaba toda su atención y energías.13 Si bien se mantuvo firme en la negativa de asistir a los banquetes oficiales y recepciones, aceptó encabezar las sesiones del Congreso de Estudiantes Latinoamericanos y, vinculadas a este evento, presidir algunas «recepciones universitarias sencillas» en honor de los huéspedes distinguidos que acudieron al país con dicho motivo: José Eustasio Rivera, el novelista de La Vorágine; don Ramón del Valle Inclán y el ministro colombiano Restrepo.14

Llama la atención la actitud tan radical con la que el rector de la Universidad cumplió sus propósitos; pese a que durante las fiestas se realizaron diversas actividades directamente relacionadas con la temática educativa, sistemáticamente se mantuvo al margen. Así aconteció con la realización de la «Semana del Niño», actividad orientada a apuntalar la educación higiénica y cívica de los futuros ciudadanos,15 así como con la serie «Conferencias sobre arte y cultura coloniales», efectuadas en el anfiteatro de la escuela nacional preparatoria y cuya ceremonia inaugural contó con la presencia del presidente de la República. Igualmente sorprende su ausencia en la excursión a San Juan Teotihuacán efectuada el 14 de septiembre, a la que acudieron los embajadores extraordinarios y los jefes de las misiones especiales, los altos funcionarios de la Administración, los representantes de las cámaras, la prensa y algunos particulares. De acuerdo con la importancia histórica, cultural e incluso diplomática de este acto, la presencia de Vasconcelos era obligada, pero congruente con su decisión una vez más se mantuvo al margen.16

Sin embargo, localizamos dos excepciones a la regla general de conducta autoimpuesta por Vasconcelos. La primera de ellas es que aceptó inaugurar la sala de conferencias del antiguo cuartel de San Pedro y San Pablo, en donde descubrió la estatua de Dante obsequiada por la colonia italiana con motivo de las fiestas. El segundo caso es su asistencia a la premiación de los «Juegos Florales», torneo poético organizado por la Universidad, para cuya realización el propio rector convocó a todos los literatos de habla española residentes en la República.17 Pero la presencia del escurridizo Vasconcelos en este último caso no se debió a que dicho certamen fuera responsabilidad de la máxima casa de estudios, sino a que el general Obregón, quien debería presidir la ceremonia, se disculpó a última hora, por lo que delegó tal función en la figura del rector.18 Con todo y de acuerdo con las fuentes consultadas, incluido el álbum gráfico, el dirigente universitario no pronunció ningún discurso alusivo a la ocasión o, por algún motivo que desconocemos, los medios de información evitaron hacer algún comentario al respecto.19 En contraste, muy al estilo de la época, la prensa relató con lujo de detalles los momentos más representativos de la premiación, como podemos apreciar en las líneas siguientes: «Con voz pausada, el señor Torres Bodet recitó su poema escuchándose un estruendoso aplauso cuando terminó, mientras que el poeta, de rodillas, recibía la “Flor Natural” de manos de la reina, la señorita Hortensia Elias Calles».20

IV. LA EXCEPCIÓN DE LA REGLA: EL PRIMER CONGRESO INTERNACIONAL DE ESTUDIANTES

Así, tal y como lo había afirmado Vasconcelos al hacer el recuento retrospectivo de su participación en las fiestas septembrinas de 1921,21 esta prácticamente se concretó en un acto: organizar y presidir el primer congreso internacional de estudiantes, evento de grandes vuelos realizado en la ciudad de México entre el 20 de septiembre y el 8 de octubre.22

El momento era propicio para congregar a los estudiantes de distintos países e intentar la unión continental del gremio, aunque a juicio de Ciriaco Pacheco la premura con que este programa se organizó impidió la presencia de algunos de los delegados que contaban con mayor experiencia en la movilización estudiantil de sus respectivos países. Por supuesto que las inquietudes juveniles que afloraron en México no representaron un hecho aislado, sino que hubo expresiones del mismo género en casi toda Hispanoamérica: «en el ambiente –afirma el mismo escritor– flotaba un anhelo de unión y de conocimiento, de simpatía continental»,23 fenómeno que en el caso de Argentina desembocó en el movimiento de Córdoba de 1918 y cuyos logros presagiaron una nueva era para la juventud estudiosa del continente.

En cuanto a México, no tardaron en escucharse los ecos de voces inconformes y renovadoras, las que aprovechando el «arrebato triunfal» del momento político propicio, como señala Enrique Krauze, manifestaron su indignación en contra del presidente venezolano Vicente Gómez El Bizonte, quien había ordenado el encarcelamiento de aproximadamente setenta estudiantes por intentar fundar una federación estudiantil. Al conocerse en nuestro país esta noticia, gracias a Carlos Pellicer Cámara (24 de abril de 1921), se comisionó a la mesa directiva de la federación de estudiantes de México, recientemente nombrada y presidida por Daniel Cosío Villegas, para que solicitara el apoyo de las universidades del continente en contra de la injusticia sufrida por los hermanos del sur.

De inmediato, Vasconcelos olfateó los posibles beneficios políticos que le redituaría encabezar esta causa, ya que le permitiría extender su influjo moral a toda América Latina, por lo que decidió publicar una «excitativa» dirigida a «los intelectuales de todo el continente y a las Universidades de la América del Norte y de la América del Sur», con el fin de que presionaran a sus respectivos gobiernos y buscaran una solución al problema de los estudiantes venezolanos presos.24

A la acción de la rectoría se sumó el presidente Álvaro Obregón, quien siguiendo su fino instinto político accedió a que en medio de las fiestas centenarias se convocara la realización de un congreso estudiantil internacional. En última instancia, la función de este evento era «ganarle reconocimientos de la opinión culta internacional a un gobierno en dificultades»,25 o como más detalladamente señala Enrique Krauze:

La principal preocupación del gobierno era entonces obtener el reconocimiento diplomático norteamericano, pero sin necesidad de ceder en los puntos centrales de la Constitución. Cualquier presión era válida en esas circunstancias y Obregón discurrió organizar las fiestas del Centenario de la Consumación de la Independencia invitando a todos los países que habían reconocido ya a su gobierno y evidenciar de esta manera la injusta actitud de los Estados Unidos. Como parte del tinglado, el Presidente de México aceptó que el presidente de los estudiantes [Daniel Cosío Villegas] convocara a un Congreso Estudiantil Internacional que coincidiera con las fiestas.26

Fue así como desde julio de 1921 el rector convocó a todos los países amigos a participar en un sínodo estudiantil, al que acudieron trece países además de la Liga Panamericana de Estudiantes de Nueva York, el Grupo «Ariel», también de Nueva York, y una amplia representación de «delegados adherentes», cuya mayor parte eran mexicanos. Estos últimos estaban conformados27 por aquello estudiantes o exestudiantes, con no más de tres años de haber abandonado las aulas, que desearan inscribirse para las deliberaciones, aunque únicamente tendrían derecho a voz. Buena parte de ellos empezaban a destacar en los distintos ámbitos de la vida política y cultural del país.

Entre las representaciones que acudieron al primer congreso destacaron Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y, por supuesto, el país anfitrión, y todos ellos contaban ya con una Federación de Estudiantes. El primero de ellos estuvo representado por cuatro grandes figuras, entre las que sobresalen Héctor Ripa Alberdi, presidente de la delegación, y anteriormente miembro de la junta representativa de la federación universitaria argentina, y Arnaldo Orfila Reynal, quien había sido presidente del comité de la huelga grande de la Plata, secretario del comité pro afianzamiento de la reforma educacional y de la asociación de exalumnos de la Universidad de la Plata. Por Colombia estuvo el escritor José Eustasio Rivera, ampliamente conocido por su libro La Vorágine; mientras que Perú envió una representación formada por un grupo de jóvenes con varios años de actuación estudiantil, acompañados por el doctor Víctor Andrés Belaunde. Por lo que toca a México, el país anfitrión, tuvo como representantes a Daniel Cosío Villegas, Raúl J. Pous Ortiz, Rodulfo Brito Foucher, Francisco del Río y Cañedo y Miguel Palacios Macedo.28

Para orientar las deliberaciones de la asamblea se estableció un temario conformado por diversos puntos, los que dieron lugar a interesantes discusiones y resoluciones, tanto desde el punto de vista económico como político y moral. Particularmente importante es que se acordó hacer a un lado todas aquellas «cuestiones sentimentales y sin importancia», pues se consideró que únicamente darían lugar a discursos fáciles y sin contenido. La agenda concertada se constituyó de los siguientes puntos:

a) Función social del estudiante

b) Método más adecuado para establecer esa función

c) Objeto y valor de las asociaciones de estudiantes

d) ¿Convendría la organización de una federación internacional de estudiantes?

e) Bases sobre las que debieran descansar las relaciones internacionales en opinión de los estudiantes

f) Ejecución de las resoluciones del Congreso29

En atención a las características, antecedentes ideológicos y militancia universitaria con que contaba buena parte de los participantes, así como a las directrices que normaron los debates, estos condujeron a seis resoluciones sumamente ambiciosas y complejas, cuyo cumplimiento significaba cambios radicales en aspectos medulares de la organización del país. Al respecto, concluye Enrique Krauze: los delegados «llegaron a las regiones más sublimes de internacionalismo estudiantil […] Era una borrachera mística, la primera gran fiesta civilizada después de diez años de fiesta de las balas».30

Solo por dar una idea del tipo y nivel de las cuestiones abordadas, a continuación citamos algunos de los acuerdos que se alcanzaron, los que sin lugar a dudas rebasaron con mucho el temario original. El primero de ellos proclamaba que la juventud universitaria lucharía por el advenimiento de una nueva humanidad, fundada sobre los principios modernos de justicia, tanto en el orden económico como en el político. Para lograrlo, los estudiantes se proponían luchar por la abolición del «concepto de poder público», ya que este se traducía en el dominio de los menos sobre los más; por destruir la explotación del hombre por el hombre y el sistema vigente de propiedad y por la integración de los pueblos en una comunidad universal. De manera optimista, ante los graves problemas que entonces agitaban al mundo, prometían luchar por una nueva organización social, la que a su vez conduciría a la realización de los fines espirituales del hombre.

El segundo se refería de manera directa a la relación entre la escuela y la política, una de las principales motivaciones de los congresistas:

…debiendo ser la escuela la base y garantía del programa de acción social ya aprobado, y considerando que actualmente no es el laboratorio de la vida colectiva sino el mayor de los obstáculos, las asociaciones de estudiantes en cada país deberán constituirse en el censor técnico y activo de la marcha de las escuelas, a fin de convertirlas en garantía del presente y en institutos que preparen el advenimiento de una nueva humanidad. Al efecto, lucharán por la enseñanza en general, y en especial la de las ciencias morales y políticas.31

Dentro de la misma resolución se hacía hincapié en la importancia que significaba la difusión de la cultura a través de la extensión universitaria, al mismo tiempo que se convocaba a fortalecer la solidaridad estudiantil como el medio idóneo para constituir «una fuerza efectiva y permanente que sostenga e impulse, con el pensamiento y con la acción, todo movimiento constructivo o destructivo a favor de ideales proclamados antes y conforme al método que al efecto establezcan las federaciones o centros estudiantiles».32 A partir de entonces, sería obligación de los estudiantes el establecimiento de universidades populares, libres de todo espíritu dogmático y partidista, además de que se sancionaba la participación de los jóvenes en el gobierno universitario y la libre docencia.

Si creemos la versión de Pacheco Calvo, los resultados del congreso fueron bastante cuestionables; el desarrollo de las sesiones fue por demás irregular, primero por la inasistencia de un buen número de delegaciones y segundo por los festivales y ceremonias organizados en honor de los congresistas, lo que motivó que estos se distrajeran y avanzaran poco en sus respectivas tareas, además del problema que significó la comunicación entre los delegados europeos y los americanos, ya que de las universidades de Asia, Oceanía y África únicamente se presentó a la primera sesión un estudiante chino quien después «desapareció».33

Por último, expone el mismo autor, el congreso «fue francamente socialista», lo que le valió duras críticas por parte de la prensa estudiantil e incluso provocó que Benito Flores, presidente de la Federación de Estudiantes de México, desconociera públicamente las resoluciones adoptadas. Total, concluye el escritor, en la mayor parte de los países estas no pasaron de letra muerta, aunque en el caso de México las cosas tomaron tintes más graves, pues motivaron la escisión de los delegados locales y el que rechazaran los acuerdos del congreso bajo los siguientes argumentos:

Que las conclusiones, si fueran adoptadas por la Federación, crearían para ésta la obligación de luchar por destruir la actual organización política y económica de la sociedad, cosa que no solo estaba fuera de sus finalidades, sino que era contraria a las disposiciones expresas de los estatutos. Que estando la Federación integrada por individuos de todos los credos, no podía imponerse cualquiera de ellos.34

Krauze, en cambio, reconoce en la «romántica generosidad» del congreso internacional de estudiantes la influencia de Vasconcelos: la del tono, la emotividad y el énfasis en el latinoamericanismo. Vista de manera aislada, añade el historiador, no pasaría de ser una nueva versión, colectiva y algo teatralizada, del Ariel de Rodó. Añade que el ejemplo de Vasconcelos, expresado más en obras que en buenas razones, sirvió de contrapeso reduciendo el romanticismo juvenil a sus justas dimensiones. «Su herencia era en suma la del gran empresario, educativo y cultural, nacional y continental, herencia de acción que, llegado el momento, puso en guardia a la generación joven contra los primeros excesos románticos del propio Vasconcelos».35

V. REFLEXIONES FINALES

Calificar las celebraciones de la consumación de independencia como una «humorada costosa» no fue una expresión al azar, sino producto del convencimiento del dirigente universitario. Gracias a sus palabras conocemos su opinión sobre las «segundas fiestas de la Independencia», como algunos autores las llamaron, así como de su convicción de que estas habían resultado altamente perjudiciales para el país. En apoyo a sus palabras, Vasconcelos hacía notar que el propio ministro de Hacienda, Adolfo de la Huerta, le había indicado que no podría realizar nuevas obras pues se encontraba en serios «apuros de dinero». Pero no quedaron ahí los comentarios de este último, también le expresó que este grave desajuste presupuestal se debía a los excesivos gastos efectuados en «la fiestecita de Pansi», sobrenombre con el que ambos se referían a Alberto J. Pani, a cargo de la cartera de Relaciones Exteriores. Según cálculos del propio De la Huerta, las celebraciones patrias de 1921 habían tenido un costo de once millones de pesos, con lo que, según afirmaba, prácticamente se había agotado la reserva disponible.

Vasconcelos compartía las críticas hacia Pani, a quien culpaba de haber sido el principal promotor de las fiestas y causante del desequilibrio económico sufrido por el Gobierno obregonista. Era, afirmaba, el «malhora» de esa administración, quien por falta de trabajo en la cancillería se había inventado el negocio del «patriotismo retrospectivo». Además, concluía en tono descalificador que la conmemoración no había tenido ningún sentido, pues nunca antes se habían homenajeado los sucesos del plan de Iguala ni volvería a hacerse. Por tanto, concluía de manera contundente: «Aquel Centenario fue una humorada costosa y el comienzo de la desmoralización que sobrevino más tarde».36

Pero ¿qué había de cierto en las consideraciones del Rector? ¿Realmente las fiestas patrias del año de 1921 habían mermado las finanzas estatales? Si bien para entonces los ánimos revolucionarios se habían atemperado, las celebraciones provocaron malestar y descontento entre un sector importante de la opinión pública, ya que, entre otros motivos, las veían como una celebración del porfiriato pero sin don Porfirio. En las cámaras, por ejemplo, se criticaba acremente el uso de facultades extraordinarias otorgadas al ejecutivo, lo cual permitió los excesivos gastos aprobados para el centenario: «Ustedes creen, preguntaba el diputado por Querétaro, José Siurob, que si el Ejecutivo no tuviera facultades extraordinarias, se habrían atrevido [sic] a estar dando grandes cantidades de dinero para congresos fulanos y menganos, de los cuales no conocemos hasta la fecha ni sus resultados?».37 Por su parte, el diputado Uriel Avilés era más directo al calificar a las fiestas como un «solemne ridículo» que, a manera de epílogo, dejaría «sin un centavo las arcas de la nación».38

Aunque no todas las críticas provenían de la representación nacional. Federico Gamboa refiere en su Diario que la situación financiera era tan apremiante que el Gobierno de Obregón tuvo que imponer un gravamen especial para sortear los gastos que demandaban las celebraciones,39 recurso que seguramente generó malestar social y, por supuesto, mayores críticas a la decisión del presidente de llevar adelante las fiestas conmemorativas. Por su parte, Alberto J. Pani, en un recuento retrospectivo del estado de la hacienda pública en septiembre de 1923, explica que, al hacerse cargo de dicha secretaría, encontró un déficit de más de cuarenta y dos millones de pesos, cifra que no incluía los adeudos heredados de ejercicios anteriores. Es decir, de acuerdo con Pani, dos años después del centenario, el país se encontraba al borde de una inminente catástrofe financiera.40 Mucho más cercano a nuestro tiempo es la versión que nos brinda Leonardo Lomelí Venegas quien afirma que «casi todos los testimonios de la época coinciden en señalar a 1921 como el peor año de la depresión para la economía mexicana», lo cual explicaría los malabarismos que el Gobierno tuvo que hacer para costear los gastos de los festejos del centenario.

Si bien las conmemoraciones de la patria no fueron la única causa de la crisis hacendaria con la cual cerró la Administración del presidente Obregón, es claro que Vasconcelos nunca estuvo de acuerdo con los enormes gastos que aquellas significaron, pero ante la decisión del primer mandatario y la madeja de intereses vinculada a su realización, probablemente optó por la solución más conveniente: involucrarse lo menos posible para, desde esta posición, estar en posibilidades de enjuiciar, con total libertad, a quien o quienes considerara responsables del desajuste económico que provocarían. Pero aunque no lo confiesa de manera explícita seguramente temía que los cuantiosos recursos que demandarían las festividades redundarían en detrimento del capital disponible para echar a andar la Secretaría de Educación Pública, su verdadera obsesión.

Con motivo del discurso que pronunció en la toma de posesión al cargo de rector (1920), expresó el espíritu que lo animaba y el verdadero peso que para él tenía la universidad. Con toda seguridad sorprendió a los integrantes de la institución y a la comunidad en general al declarar que, de acuerdo con su conciencia, debía lograr la transformación radical de la ley de educación pública entonces vigente, producto de «la más estupenda de las ignorancias», y crear un ministerio federal abocado a dicha materia, fundamental para el futuro de México. Señalaba el rector en tono profundamente crítico que él no se conformaría con recibir un buen sueldo y ocupar un cargo que halagara su vanidad; tampoco justificaría su paso por la rectoría «conceder borlas doctorales a los extranjeros ilustres que nos visiten y presidir venerables consejos que no bastan para una centésima de las necesidades sociales».41

Su función rectoral tendría características muy distintas a las de sus predecesores; reprobaba las instituciones de cultura del país, las que desde su punto de vista se encontraban en el «período simiesco», ya que en lugar de servir al pueblo, como era su deber, únicamente pretendían engañar a los extranjeros. Por tanto, concluía de manera fulminante que él no trabajaría por la Universidad sino que le pedía a la «Universidad que trabajara por el pueblo». Había llegado el momento –aseguraba– de que la institución creada por Justo Sierra devolviera a los mexicanos algo de lo mucho que había recibido de estos. Por tanto esperaba que esta colaborara en la creación de un ministerio de Educación Federal, meta vertebral de su Administración. Para finalizar, invitaba a la Universidad a unírsele en la cruzada por la educación que planeaba llevar a cabo, a no permanecer ajena, como hasta entonces lo había hecho, a los anhelos populares, a que abandonaran su torre de marfil y que sellaran un pacto de alianza con la revolución.42

Ante tal desideratum podemos explicarnos, al menos en parte, los motivos por los que Vasconcelos reprobó de manera tan tajante el que, en 1921, la clase política se comprometiera a la realización de unas fiestas que, si bien emborracharían a la ciudad y deslumbrarían a la República como él dijera, no aportarían nada a la solución de los peores enemigos de México: la pobreza y la ignorancia de su pueblo.

1. El Universal, 9 de septiembre, 1921, en el «Suplemento conmemorativo del primer Centenario de nuestra Independencia». Citado por Clementina Díaz y de Ovando: «Las fiestas del “Año del Centenario: 1921”», en México: Independencia y soberanía, México, Secretaría de Gobernación, Archivo General de la Nación, 1996.

2. Annick Lempérière y Lucrecia Orensanz: «Los dos centenarios de la independencia mexicana (1910-1921): De la historia patria a la antropología cultural», en Historia Mexicana, 45(2), pp. 320 y 346; citado por Virginia Guedea: «La Historia en los centenarios de la Independencia: 1910 y 1921», en Asedios a los Centenarios (1910 y 1921), México, Fondo de Cultura Económica, UNAM, 2009, p. 102. La idea es planteada tiempo atrás por Alberto J. Pani, ministro de Relaciones Exteriores de Obregón, considerado por sus contemporáneos como uno de los principales impulsores de las celebraciones. Véase Alberto J. Pani: «Del presidente De la Barra al presidente Obregón», en Apuntes Autobiográficos, tercera edición, Senado de la República, 2003, p. 282.

3. Pedro Castro: Álvaro Obregón: Fuego y cenizas de la revolución mexicana, México, Ediciones Era, 2005.

4. Pedro Castro: Álvaro Obregón: Fuego…, op. cit.

5. De acuerdo con Elaine C. Lacy, en una junta del gabinete que tuvo lugar en Chapultepec el 16 de abril de 1921, se determinó que debido a la escasez de fondos federales la celebración sería simple y poco onerosa, abierta a todas las clases sociales, y que se invitaría a los gobernadores a organizar las festividades apropiadas en sus Estados. Lacy: «Obregón y el Centenario de la consumación de la Independencia», Boletín, 35, Fideicomiso Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, sep.-dic., 2000, p. 3.

6. Clementina Díaz y de Ovando: «Las fiestas del “Año del Centenario: 1921”», en México: Independencia y soberanía, México, Secretaría de Gobernación, Archivo General de la Nación, 1996, p. 103; y Aurelio de los Reyes: Cine y sociedad en México 1896-1930. Bajo el Cielo de México, vol. II, 1920-24, p. 119, tomada de Miguel Alonzo [sic] Romero: Un año de sitio en la presidencia municipal, México, Editorial Hispano Mexicana, 1923.

7. La Comisión Organizadora de las Fiestas del Centenario se conformó desde el mes de mayo con el fin de atender con toda eficacia el programa oficial y armonizar los diferentes actos que llevarían a cabo las distintas secretarías y departamentos de Estado. Sus integrantes, designados por el Consejo de ministros, fueron: el general Plutarco Elías Calles, secretario de Gobernación, el ingeniero Alberto J. Pani Arteaga, secretario de Relaciones Exteriores, posición desde la cual presidió el Comité Ejecutivo o Técnico y, por último, Adolfo de la Huerta, secretario de Hacienda y Crédito Público. A la vez y para darle mayor eficacia a las tareas de organización, la Comisión nombró un Comité Ejecutivo, integrado por otras tantas distinguidas personalidades: Emiliano López Figueroa (presidente), Martín Luis Guzmán (secretario) y los diputados Carlos Argüelles (tesorero) y Juan de Dios Bojórquez (vocal). Con el fin de favorecer el sentido popular que se quería dar a la fiesta, se invitó a los gremios, asociaciones, ateneos, y toda clase de agrupaciones particulares, además de los representantes de los principales periódicos citadinos para que aportaran ideas, patrocinaran y desarrollaran algunos números del programa. Véase Díaz y de Ovando, op. cit, p. 104.

8. Durante el siglo XVIII se empezaron a realizar las «jamaicas», fiestas populares reprobadas por algunas autoridades civiles y eclesiásticas pues, según afirmaban, estaban constituidas por «escandalosos y sacrílegos» bailes como: La llorona, El rubí, El pan de manteca o El Jarabe. Véase Juventino Rodríguez Ramos: Historia de México, Grupo Editorial Patria, 2018, p. 163.

9. Aurelio de los Reyes: Cine y Sociedad…, vol. II, p. 119. El jurado del concurso estuvo conformado por prestigiadas figuras del medio político-cultural: Manuel Gamio, Jorge Enciso, «artista muy conocido por sus notables trabajos como dibujante de asuntos nacionales y especialmente indígenas; Aurelio González Carrasco, literato de justa reputación y uno de los autores teatrales que más se han distinguido en el género de zarzuelas populares; Carlos M. Ortega, autor teatral también que ha [compuesto] obras de marcado sabor vernáculo; y Rafael Pérez Taylor, antiguo redactor de La Convención junto con Heriberto Frías, crítico de cine y reportero de los aspectos sórdidos de la vida metropolitana». Véase: «Fue nombrado el Jurado calificador para el concurso de la India Bonita», en El Universal, 12 de julio de 1921, p. 9.

10. Aurelio de los Reyes: Cine y Sociedad…, vol. II, p. 120.

11. «Cómo vio “Martín Galas”, con todo su optimismo, las Fiestas Centenarias, el lujo y el cinismo», en México: Independencia y soberanía, p. 186.

12. Sobre este punto, Gabriel Zaid comenta: «José Vasconcelos no llegó a secretario de educación por las armas, ni por tener un paquete de votos importante en un régimen parlamentario, ni por los libros, sino porque quiso el general Obregón». Gabriel Zaid y Daniel Cosío Villegas: Imprenta y vida pública, México, Fondo de Cultura Económica, 2014, 182 pp.

13. Para entender las prioridades que en ese momento movían el ánimo de Vasconcelos, es importante recordar que apenas el 5 de septiembre de 1921 el Congreso había aprobado la Ley de Creación de la Secretaría de Educación Pública.

14. José Vasconcelos: «Un Centenario forzado», en El Desastre, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 42. También en La creación de la Secretaría de Educación Pública, presentación de Alonso Lujambio, México, INEHRM, 2011, 88 pp.

15. Memoria de la Semana del Niño, México, Departamento de Salubridad Pública, 1921, 264 pp. Particularmente a Alberto J. Pani le interesaba de manera especial dicha temática, sobre la que en 1916 publicó el texto denominado La Higiene en México, edición en castellano de la Biblioteca de Acción Mundial, 1916.

16. El espíritu popular que caracterizó a las celebraciones de 1921 estuvo presente en buena parte de los festejos, como puede observarse en la excursión a Teotihuacán de los visitantes extranjeros y los más destacados representantes del gobierno mexicano. Para que esta visita no quedara como una simple prerrogativa de las élites, el jueves 15 de septiembre a las 8:00, 9:00 y 10:00 AM salieron de la Estación del Ferrocarril Mexicana «trenes de recreo» para transportar a todas las personas que quisieran visitar esa zona arqueológica. Véase Álbum gráfico del centenario: 27 de septiembre de 1821-27 de septiembre de 1921, ed. por Vicente Gallegos Liceaga, México, Talleres del Hogar, [1921], [s. p.]

17. De acuerdo con las «Bases» establecidas para la realización de dicho certamen se registraron 4 temas, aunque desafortunadamente, nuestra fuente de información no los precisa con claridad. El premio, la «Flor Natural» concedida al primer tema fue para el autor del poema intitulado «El alma de los jardines», Jaime Torres Bodet. Cabe destacar que estos no fueron los únicos Juegos Florales que formaron parte del Programa de celebraciones; poco antes, el 9 de septiembre en el Teatro Arbeau tuvo lugar la premiación del certamen del mismo nombre, solo que en esta ocasión fue organizado por el periódico El Universal.

18. «Informaciones de la Prensa», en Boletín de la Universidad Órgano del Departamento Universitario y de Bellas Artes, IV Época, t. III, núm. 7, diciembre de 1921, pp. 140-142.

19. Por lo escueto de la información registrada en el Álbum Gráfico, la nota sobre este evento se asemeja a la redacción de un telegrama, como si no quisiera abundarse en sus detalles: «8:30 p.m. –Juegos Florales en el Teatro Iris. Organizados por la Universidad Nacional. Asiste el C. Presidente de la República».

20. El Demócrata, 23 de septiembre, 1921. Citado por Clementina Díaz y de Ovando, p. 153. El poema de Torres Bodet, denominado «El alma de los jardines», evocaba los distintos «jardines» o etapas que suele cruzar el hombre a lo largo de su vida: la niñez, el internado, la correspondiente a los primeros idilios y la de la muerte.

21. José Vasconcelos: «Un Centenario forzado», en El Desastre, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, pp. 39-43. La primera edición de este libro se llevó a cabo por Botas en 1938.

22. Boletín de la Universidad Órgano del Departamento Universitario, IV Época, t. III, n.º 7, diciembre de 1921, p. 59. Si bien en este impreso se mencionan las fechas arriba indicadas, en su página 76 se afirma que «el 20 de octubre clausuró sus sesiones la Primera Internacional de Estudiantes. Sus labores […] sin duda serán un estímulo para los compañeros que se reúnan en Buenos Aires, pues se distinguieron tanto por la animación de sus debates, que fue sostenida hasta el último momento, como por la gravedad de los temas resueltos, por la generosidad del lirismo que penetraba los espíritus nuevos en él congregados y por el verdadero acercamiento espiritual que se ha empezado a realizar en la juventud del mundo, ya consciente de la responsabilidad de su misión humana…».

23. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional de Estudiantes celebrado en México en 1921», Revista de la Universidad, 14, México, UNAM, diciembre de 1931, p. 184.

24. Enrique Krauze: Daniel Cosío Villegas: Una biografía intelectual, México, Tusquets, 2001, pp. 39-42.

25. Gabriel Zaid y Daniel Cosío Villegas: Imprenta y vida pública, México, Fondo de Cultura Económica, 2014.

26. Enrique Krauze: Daniel Cosío Villegas…, p. 42. Si creemos en la palabras de Gabriel Zaid, aunque la figura central del Congreso fue Vasconcelos, el que realmente asumió el trabajo duro de la organización del evento fue Daniel Cosío Villegas, quien por entonces tenía veintitantos años de edad pero ya contaba con bastante experiencia en terrenos de política estudiantil.

27. Entre los delegados adherentes estaban: Ramón Beteta Quintana, Manuel Sandoval López, Manuel de la Torre, Manuel Gómez Morín, Vicente Lombardo Toledano, Alfonso Caso y Octavio Medellín Ostos. Pacheco Calvo, op. cit., p. 186.

28. La convocatoria la firmaron los miembros de la Federación de Estudiantes: Daniel Cosío Villegas, presidente; Raúl J. Pous Ortiz, jefe del departamento de propaganda; Rafael Fernández del Castillo, secretario del exterior; Carlos Pellicer Cámara, jefe del departamento técnico y Francisco del Río y Cañedo, jefe del departamento social. Véase Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional de Estudiantes en México en 1921», Revista de la Universidad, 14, diciembre de 1931, México, UNAM, pp. 184-192.

29. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional de Estudiantes celebrado en México en 1921», Revista de la Universidad, 14, diciembre, México, UNAM, 1931, pp. 184-185. Según este autor, se estableció que los debates serían públicos, las reuniones plenarias y al menos teóricamente, los idiomas oficiales del congreso serían inglés, alemán, francés y español, aunque en la práctica se concretaron exclusivamente a este último, tanto por la ausencia de asistentes que dominaran las demás lenguas como por las fallas organizativas del evento, cuya convocatoria se dio a conocer solo dos meses antes de la fecha inaugural del evento.

30. Enrique Krauze: Daniel Cosío Villegas…, pp. 42-43.

31. «El primer Congreso Internacional de Universitarios», Revista de la Universidad, 14, diciembre, México, UNAM, 1921, p. 70.

32. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional…», pp. 70 y 188.

33. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional….», pp. 186-187. El autor cita el caso de Alemania y Suiza, representadas por algunos profesores del Colegio Alemán radicados en México, cuyo escaso dominio del español les impidió captar la atención de sus pares.

34. Ciriaco Pacheco Calvo: «El Primer Congreso Internacional…», p. 191.

35. Enrique Krauze y Daniel Cosío Villegas: Una biografía intelectual, op. cit., p. 45.

36. José Vasconcelos: La creación de la Secretaría de Educación Pública, op. cit., 2011, pp. 88-89.

37. Diario de Debates, Legislatura XXIX, Año II, n.º 3, México, 2 de septiembre de 1921.

38. Diario de Debates, Legislatura XXIX, n.º 12, 23 de septiembre de 1921.

39. Carla Zurián: «Noticias oficiales y crónicas incómodas: La Prensa durante las fiestas del centenario (1910-1921)», en línea: <http://historiadoresdelaprensa.com.mx/hdp/files/256/pdf> (consulta: 26 de junio de 2019). Las palabras textuales de la autora son las siguientes: «Es ya un hecho el impuesto del Centenario que se mete en todos los bolsillos. Comercio, industria y tutti quanti, nadie ha dicho pío. Carencia absoluta de carácter, lo mismo en lo individual que en lo colectivo».

40. Alberto J. Pani: Apuntes autobiográficos I, México, Senado de la República, 2003, pp. 292 y 293.

41. José Vasconcelos: «Discurso con motivo de la toma de posesión del cargo de rector (1920)», en José Vasconcelos y la Universidad, México, Universidad Nacional Autónoma de México (primera edición, 1983). Introducción y selección de Álvaro Matute, pp. 57-62. Textos de Humanidades, 36.

42. José Vasconcelos: «Discurso…», p. 59.

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