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INVESTIGACIÓN + DESARROLLO

El papel de la investigación en los procesos de fortalecimiento del vínculo entre cultura y desarrollo sostenible

Jordi Baltà (CGLU)13

En tanto representante de la Comisión de Cultura de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU) –una comisión presidida en la actualidad y en forma conjunta por las ciudades de Buenos Aires y México–, quisiera desarrollar brevemente la relación entre nuestro trabajo y los procesos de investigación y destacar el modo en que algunos elementos surgidos de esos procesos de investigación han alimentado las reflexiones que se hallan en la base de la Agenda 21 de la Cultura. Gran parte de nuestro trabajo cotidiano se relaciona estrechamente con los procesos de investigación, y ello nos permite abordar algunas cuestiones que nos resultan de interés a mediano o a largo plazo.

Tal como es sabido, el instrumento base a partir del cual trabaja la Comisión de Cultura de CGLU es el documento llamado Agenda 21 de la Cultura. Se trata, básicamente, de un documento que aspira a destacar el papel fundamental que tienen la cultura y las políticas culturales a la hora de alcanzar el desarrollo sostenible y, por otra parte, se propone remarcar la importancia de su aplicación a nivel local. Nos referimos a una dimensión de lo local que incluye la acción de los gobiernos locales, pero también al resto de los agentes y organizaciones que intervienen en provincias, ciudades y barrios a lo largo de las diversas regiones.

En el núcleo de esas ideas que fomenta la Agenda 21 de la Cultura se halla una idea que sintetiza gran parte de nuestro trabajo, la que sostiene que la cultura es el cuarto pilar del desarrollo sostenible, o su cuarta dimensión, con similar importancia a la que evidencian los aspectos sociales, económicos y medioambientales. Tal como afirmaba, se trata de un documento que, desde 2004, es promovido por CGLU, la asociación global de gobiernos locales y regionales democráticos.

En este marco, la Agenda 21 de la Cultura es asumida como propia en la actualidad por más de 750 ciudades, provincias y/u organizaciones de todo el mundo. Diversos aspectos del documento vinculan a la Agenda directamente con el campo de la investigación. Sin duda, buena parte de nuestro discurso se nutre de aportaciones que proceden de la academia, de sus procesos analíticos. A lo largo de los años, se han ido publicando artículos, informes, textos y ponencias disponibles en nuestra web de diversos autores (entre ellos, Patrice Meyer Bisch –especialista en derechos culturales–, Jon Hawkes –centrado en la cultura como pilar del desarrollo–, o Alfons Martinell –sobre la dimensión local de la vida cultural–) que han alimentado esas reflexiones y sin los cuales el discurso que promueve la Agenda 21 de la Cultura sería, sin dudas, más débil.

Hace algunos años, al cumplirse el décimo aniversario de la Agenda 21 de la Cultura, se optó por complementar aquel documento pionero con un nuevo instrumento que tuviera una orientación más operativa, y que pudiera facilitar, a quienes quisieran llevar esos principios a la práctica, la traducción en acciones concretas de esas ideas y estrategias para vincular cultura y desarrollo sostenible a nivel local. Ese segundo documento, denominado Cultura 21: Acciones, plantea 100 medidas concretas que pueden tener lugar en las ciudades para fortalecer esa relación entre cultura y desarrollo sostenible.

Esas 100 Acciones están estructuradas, a su vez, en nueve ámbitos temáticos –o nueve “compromisos”–, que pueden ser el resultado de la acción de los numerosos y múltiples agentes que intervienen y conviven en el entorno local. No se trata de que todos los compromisos sean asumidos únicamente por los gobiernos locales, sino que contempla, además, la participación y el compromiso de la sociedad civil, de los agentes privados, de gobiernos nacionales o federales, como así también de la ciudadanía organizada, los colectivos informales y las universidades, que desempeñan también una labor fundamental para alcanzar ese vínculo entre cultura y desarrollo sostenible en forma sana, integral y sostenida.

A partir de ese documento, hemos llevado a cabo procesos de aprendizaje mutuo entre ciudades. Dichos procesos comprenden, entre otras cuestiones, acciones de autoevaluación para que las ciudades –junto a ese conjunto diverso de actores, ciudadanos y ciudadanas– evalúen dónde se encuentran con relación a estos temas, y en tanto elemento inicial de un proceso de mejora, de innovación y de intercambio de experiencias. Se trata de un trabajo que estamos llevando a cabo en la actualidad con más de treinta ciudades en distintas partes del mundo.

Además de explicar que la investigación está en la base del discurso que desempeñamos, es importante remarcar que forma parte del tipo de políticas que consideramos deseables para fortalecer el vínculo entre cultura y desarrollo sostenible. De hecho, entre esas cien acciones que mencionaba, se encuentran diversas experiencias vinculadas con procesos de investigación y de conocimiento. Uno de los nueve compromisos del documento se denomina “Cultura, información y conocimiento” y, entre otros objetivos, promueve la existencia de sistemas de información cultural para alimentar la reflexión y el diseño de políticas. Del mismo modo, en otros de los compromisos temáticos se menciona la importancia de que existan análisis periódicos de la relación entre cultura, bienestar y salud, así como en relación con otros ámbitos, desde el impacto de la cultura en el desarrollo económico hasta la situación de vulnerabilidad que pueden sufrir determinados colectivos por motivos culturales, entre otros.

Es decir que, en definitiva, esos alcances de la investigación están insertos en forma transversal en buena parte de las acciones que se promueven, de la misma forma que también se plantea la necesidad de que existan mecanismos o programas de educación superior y de formación continua en el campo de la gestión y las políticas culturales, que, entendemos, es una especie de insumo que contribuye a ese ecosistema sano en la relación entre cultura y desarrollo sostenible.

Quisiera detenerme aquí para detallar brevemente el modo en que nuestra labor cotidiana se vincula con aspectos relacionados con la investigación. En primer lugar, tal como mencionaba, nos encontramos trabajando en procesos de aprendizaje en dos vías: aprendizaje dentro de las ciudades y aprendizaje entre ciudades. Gran parte de esos procesos pasan por la generación de “comunidades de práctica”, por el desarrollo de procesos participativos y la instalación de modelos colaborativos en los que intervienen agentes distintos, entre los que se incluyen también académicos, expertos y diversas personas dedicadas a acompañar a las ciudades en su vocación de favorecer esos procesos de conocimiento y mejora.

Considero que ese papel de tanta gente que trabaja a nuestro alrededor, que combina la reflexión y la acción, que traduce los elementos generales en consejos, asesoramientos y en definitiva en esquemas orientadores para mejorar políticas, es uno de los elementos clave que caracterizan el trabajo que estamos impulsando en la actualidad. Es decir, que buena parte de las necesidades que se detectan en las ciudades –y en el marco de muchos de los casos en los que estamos trabajando– pasan por identificar la necesidad de mejorar la información disponible. De allí que haya ciudades que acuerden mejorar sus sistemas de información cultural, o llevar a cabo mapeos u otros ejercicios e instrumentos para el conocimiento.

Un segundo ámbito en el que nos encontramos trabajando es en el de la identificación y el análisis de buenas prácticas, y en la consecuente elaboración de informes temáticos, con la finalidad de traducir aquellos grandes principios en la ilustración de experiencias concretas. Nuevamente, en nuestro sitio web se puede encontrar una base de datos con más de 120 buenas prácticas de políticas y proyectos locales que vinculan distintos ámbitos de la cultura con distintas dimensiones del desarrollo sostenible, como también una serie de informes temáticos sobre cuestiones específicas, entre ellas, la relación entre cultura, migración y refugio, o entre cultura y cambio climático y, en definitiva, respecto al papel que juegan las políticas culturales en tal sentido.

Un tercer eje del trabajo que nos vincula con los procesos de investigación se relaciona con la colaboración que establecemos con otras organizaciones en pos de llevar a cabo estudios conjuntos. En los últimos años, hemos publicado algunos documentos que quisiera destacar: uno con IFACCA –que es la Federación Internacional de Consejos de Artes y Agencias Culturales– sobre gobernanza multinivel en materia de políticas culturales, y otro con Culture Action Europe (CAE) –una red europea dedicada a la promoción de la cultura como condición para el desarrollo sostenible a nivel local y europeo– sobre “cultura, ciudades e identidad en Europa” (pueden consultar estos materiales en nuestra página).

Para concluir, quisiera compartir algunas ideas muy concretas sobre algunas cuestiones que creemos serán centrales a futuro –y ya lo están siendo– y en las que la investigación está llamada a desempeñar un papel fundamental. De entrada, remarcar el rumbo de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible. Es decir, de la hoja de ruta de la que se ha dotado la comunidad internacional para trabajar en favor del desarrollo sostenible desde 2015, año en que se aprobó.

Se trata de una agenda en la cual lo cultural quizá no tenga la visibilidad que merece (puesto que no aparece de forma tan explícita como desearíamos), pero que sí comprende algunas referencias a la cultura y ciertos elementos que, de forma implícita, la destacan para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible planteados. Allí es fundamental generar conocimiento para detectar experiencias y reforzar el discurso que afirma que ese desarrollo sostenible no se va a alcanzar si no se atiende a la dimensión cultural, y que eso deberá continuar apoyándose en una investigación adecuada.

Un segundo aspecto –que continúa siendo fundamental– es el de disponer de mecanismos adecuados para la evaluación de la relación entre cultura y desarrollo sostenible. Y la tercera cuestión es el desafío de conseguir desplegar diversas formas de expresar esa relación entre cultura y desarrollo sostenible, perfeccionando los lenguajes que utilizamos a la hora de explicar a las distintas comunidades y a los distintos colectivos, cómo y por qué la cultura es importante.

En el marco de esa reflexión sobre el lenguaje, sobre la comunicación, creo que aún resta mucho por investigar. Y un último aspecto –que invito a continuar y profundizar– radica en cómo pensar nuevas formas de generar conocimientos que sean más participativas y que faciliten en mayor medida la creación. Asimismo, evaluar de qué forma fomentamos un modelo de gobernanza del conocimiento en el que lo académico tenga un papel central, pero que también permita que más gente se apropie de esos datos para generar nuevas formas de interpretación y nuevos aportes al conocimiento. Afortunadamente, contamos con un creciente desarrollo de las herramientas dedicadas a hacerlo y confío en que podemos continuar impulsando modalidades o trabajar en nuevos instrumentos para orientar las formas de mejorar en tal sentido.

13 Se desempeña como investigador y formador en los ámbitos de las políticas culturales y las relaciones internacionales. Es asesor de la Comisión de Cultura de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU), donde desempeña tareas de investigación y acompañamiento a ciudades en materia de cultura y desarrollo sostenible. También forma parte del Grupo de Expertos de Unesco para la Convención sobre la Diversidad de las Expresiones Culturales (2005). Es profesor del Máster en Gestión Cultural de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y la Universitat de Girona (UdG), y del Grado en Relaciones Internacionales de Blanquerna–Universitat Ramon Llull (URL).

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