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INVESTIGACIÓN + COMUNIDAD

El rol de la academia en los procesos de vinculación comunitaria

Lluís Bonet (Universidad de Barcelona)11

Para nosotros, desde el programa de Gestión Cultural de la Universidad de Barcelona, el Observatorio Cultural de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y sus posgrados especializados en Administración Cultural han sido nuestros programas hermanos, dado que ambos estamos enmarcados en facultades de Ciencias Económicas y hemos trabajando conjuntamente desde esa mirada amplia que nos brinda el mundo de la gestión. Nos encontramos trabajando sobre ese mundo inmaterial de la cultura y ello nos hace solidarios mutuamente, sobre todo a la hora de defender, explicar o validar esa búsqueda de profesionalización de la cultura y de sus vinculaciones con la economía, la administración y el gerenciamiento.

El papel de la academia en esa intersección entre formación e investigación es un papel de reconocimiento, de representatividad, de jugar en red, es decir, de ser conscientes de que no estamos solos, sino que podemos, desde nuestra especificidad, aportar a los profesionales de la cultura un espacio neutral para la reflexión, la formación y el análisis crítico de la realidad. Creo que es fundamental tener esto en mente porque a veces el sector público tiende a proponer espacios de formación o a condicionar o incentivar la vida cultural, sobre todo en virtud de su capacidad económica. Y, frente ello, el rol de la universidad –y especialmente cuando se trata de una universidad pública– es justamente ubicarse al servicio de la comunidad, en ese papel intermedio de formación e investigación.

Y ello, en particular, en el campo de la cultura, puesto que se trata de un ámbito muy heterogéneo, poco estructurado y en el que confluyen intereses múltiples. Estos suelen ser relativamente débiles si los comparamos con otros sectores de la vida económica en los que los intereses en juego son, por lo general, más claros y que cuentan con una organización profesional que permite una mayor capacidad para gestionar, generar estadísticas y promover distintos estudios y análisis.

En ese sentido, me gustaría señalar tres ámbitos que considero clave: el primero es el ámbito de los modelos de gestión, es decir, de los modelos de gobernanza. Creo que en cultura hay un enorme trabajo a realizar en esta línea. Junto al Observatorio Cultural FCE-UBA, hemos desarrollado dos proyectos en tal sentido: una investigación centrada en la gestión de festivales escénicos y otra especializada en la gestión de teatros y equipamientos públicos. Sendos libros nacieron aquí y dan cuenta de esos proyectos. Menciono estas experiencias porque considero que el papel de la academia radica en investigar, conocer de primera mano, entrevistar a los profesionales y facilitarles marcos teóricos que les permitan sacar lo mejor de sí mismos para, de alguna forma, compartir ese conocimiento no solo en tanto caso, sino sobre todo como categoría.

Un segundo ámbito que quisiera destacar es el de las estrategias de los institutos de política cultural pública. Creo que también es un eje fundamental, sobre todo en virtud de esa enorme capacidad de incidencia que el sector público posee en el ámbito de la cultura, aunque al mismo tiempo pueda faltarle a veces una mirada crítica, debido a que sus agentes –temerosos de la gestión de turno– puedan adolecer de esa distancia y capacidad analítica. Es en ese marco que el papel de la academia se vuelve fundamental, especialmente por su capacidad y objetividad para analizar a fondo las diversas líneas de gestión y la evolución de las políticas culturales con sus instrumentos y estrategias. En ese eje hemos desarrollado también otra investigación que dio origen a la publicación Políticas para la creatividad, que hicimos con Unesco para los directores de industrias culturales y creativas.

En tercer lugar y vinculado a lo anterior, aunque quizá de un modo aún más complejo, quisiera reflexionar sobre cómo, desde la academia, analizamos las dinámicas sociales, económicas y territoriales en el marco de la transdisciplinariedad que caracteriza a nuestro campo. Quiero decir que este es un campo donde nos encontramos politólogos, sociólogos, economistas, antropólogos, profesionales de distintos ámbitos de las ciencias sociales y de las ciencias humanas, para analizar los procesos de los hábitos de consumo, los comportamientos de las distintas formas de participación y las motivaciones en la financiación de la cultura en el marco de los procesos de producción y de incorporación de tecnología. Todos esos ámbitos en los que investigamos resultan fundamentales, y además contamos con la capacidad de hacerlo no solo atendiendo a la realidad local sino también con capacidad comparativa y proyección internacional. Considero que se trata de un aporte muy importante porque, en la medida en que nosotros estamos investigando esos temas muy cerca de los profesionales, de alguna forma estamos constantemente contrastando nuestro trabajo empírico, nuestra capacidad de construcción conceptual, con los estudiantes y con los profesionales con los que nos retroalimentamos en forma permanente. Y ello revierte en el sector, y revierte también en nuestros estudiantes.

En el mundo académico la investigación toma fundamentalmente dos caminos: por un lado, el que podríamos denominar investigación de base, es decir, la investigación que nace en los programas de doctorado, en la investigación que realizan los posdoctorandos y en las publicaciones en revistas académicas o en los libros que somos capaces de impulsar, producir y editar. Esta sería la investigación fundamental. Pero luego está, además, la investigación aplicada, que es aquella que podemos asociar más estrechamente con la labor que llevan adelante los observatorios inscriptos en el ámbito académico. Me refiero, sobre todo al trabajo de observar, de evaluar, para hacer aportes prepositivos para la mejora de la gestión y de las políticas culturales. En definitiva, esa capacidad para combinar la investigación fundamental con la investigación aplicada, junto con ese contraste permanente con los profesionales y estudiantes, es lo que creo que caracteriza a la aportación académica a este ámbito. Y esto es lo que cada uno de nosotros, desde nuestras procedencias académicas y posibilidades profesionales, intenta hacer en cada uno de sus lugares.

Se trata también de procesos que se extienden en el tiempo. Si reflexiono sobre nuestros primeros proyectos de investigación, o sobre cómo trabajábamos en formación cuando comenzamos en 1989 con nuestra Maestría en Gestión Cultural en la Universidad de Barcelona, puedo visualizar cambios importantes en el marco de estos treinta años transcurridos. Por supuesto podemos identificar hoy diversas falencias en esos proyectos y programas, pero es evidente que se trata de un proceso, sobre el cual quisiera ahora orientar una mirada a futuro.

¿Qué debemos investigar? ¿Cómo debemos formar a nuestros alumnos? ¿Qué debemos compartir desde nuestra mirada –un poco alejada de la realidad cotidiana– con los profesionales del sector? Sabemos que los procesos de robotización van a transformar brutalmente el mercado laboral y el mercado educativo en muy pocos años. Cuando uno piensa en ello mirando los próximos veinte años, debe tener en cuenta que esos cambios implicarán, por ejemplo, luchas por el poder en el seno de las casas de estudios, porque hay una serie de formaciones que dejarán de tener sentido y las nuestras, que se dedican a la mediación, probablemente continuarán teniendo sentido, aunque seguramente tendremos que cambiar muchas cosas. Al mismo tiempo, pienso en otros escenarios como el de la globalización interdependiente, que exhibe a la vez enormes problemas de sostenibilidad y de equidad, con fuerzas que, por un lado, nos hacen más interdependientes, pero por el otro, promueven tecnologías digitales que nos vuelven más autónomos.

¿Cómo va a afectar todo esto a la gestión cultural? ¿Qué debemos hacer nosotros como académicos? ¿Hacia dónde debemos orientar nuestra formación y nuestra investigación para preparar, no solo a las nuevas generaciones, sino también para ayudarnos entre todos? Evidentemente, tendremos que adaptarnos en este proceso de formación continua para ser capaces de dar respuestas, porque no podremos construir nuestros equipamientos culturales de un modo aislado y como si nada de todo ello pasara. Creo que son algunos de los desafíos que debemos plantearnos, y que la investigación que incorpora procesos de construcción de escenarios prospectivos debe contribuir sustancialmente para que podamos mantener ese rol intermedio entre la formación y la investigación para seguir estando al servicio de la comunidad y contribuyendo al desarrollo de nuestras sociedades.

11 Profesor titular de economía aplicada de la Universidad de Barcelona, especializado en gestión, política y economía de la cultura. Coordinador del Máster en Gestión Cultural y del Programa de Doctorado en Gestión de la Cultura y el Patrimonio, así como director de los cursos de posgrado en Gestión Cultural de la Universidad de Barcelona. Ha sido investigador invitado en el Massachusetts Institute of Technology y profesor invitado en la Universidad de Montpellier. Conferencista en más de cuarenta países de Europa, América, África y Asia. Presidente del Jurado del Cultural Policy Research Award que otorga la Fundación Europea de la Cultura y miembro de la Junta de la Association of Cultural Economics International (ACEI). Premio de investigación del CAC con su trabajo La industria audiovisual ante la digitalización, de 2002. Autor de numerosas publicaciones y artículos.

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