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PRESENTACIÓN

ERA NATURAL QUE NUESTRO PUEBLO —cuyos sentimientos religiosos no habían sufrido la confusión ni la debilitación que las corrientes de la época (siglos XVI y XVII) produjeron en otros países de Europa— tuviera una valiosa representación literaria en la ascética y mística, que procedía del «fervor religioso que caldeaba los corazones».

Así como la razón y la fe no son incompatibles dentro de la teología católica, pues, al contrario, se complementan, del mismo modo la mística, cuya fuente es la Gracia divina, no es incompatible con todos aquellos esfuerzos que, para aproximarse al estado de perfección, surjan de la propia naturaleza humana. Por esto podríamos decir que la lucha ascética es como la propedéutica o pedagogía humana, que colabora con la Gracia divina, para conducir al hombre a la unión con Dios y el ejercicio de las virtudes.

Si el P. Suárez dio una doctrina de la justificación, para oponerse al protestantismo, nuestros místicos del Siglo de Oro consiguieron exponer la doctrina más vigorosa y sistematizada contra el quietismo y jamás cayeron en una sola frase de sabor o doctrina panteísta. Todas estas cuestiones son, en cierto modo, el alma de la política, de la literatura y de la vida social española en los siglos XVI y XVII. De ahí su trascendencia histórica.

En este ambiente religioso-cultural aparece la figura de fray Luis de Granada, del cual será uno de los más egregios y fecundos representantes.

Fray Luis supo, en toda su producción literaria, unir la vida activa con la contemplativa, en consonancia con el carácter de la verdadera espiritualidad cristiana de todos los tiempos y con la reciedumbre del catolicismo del ambiente espiritual de nuestro Siglo de Oro. Escritor de primer orden, uno de nuestros primeros clásicos de espiritualidad de fama mundial, por la seguridad y profundidad de su doctrina, su personalidad fue tan marcada que el notable erudito Nicolás Antonio se atrevió a afirmar que fray Luis de Granada «fue el varón más grande y útil que nuestra nación ha tenido y tal vez tendrá». Evidentemente, tales palabras son exageradas.

El P. Granada fue uno de los fundadores de la culta prosa castellana. «Habló de las cosas celestiales con tanta lindeza, gravedad y fuerza en el decir que parece no quedó nada en esto para mayor acertamiento».

Fray Luis vio la luz en Granada hacia el año 1504, de padres pobres, oriundos de Galicia. En 1509 quedó huérfano de padre. Su familia quedó en la miseria. Gracias a los padres dominicos del Real Convento de Santa Cruz, fue admitido como paje de los hijos del conde de Tendilla, en cuya casa es muy probable fuese discípulo del célebre humanista Pedro Mártir de Anglería. A los diecinueve años entró en el mencionado convento, donde se distinguió por su ingenio singular, asiduidad en el estudio y sincera piedad. En 1529 fue elegido colegial del célebre San Gregorio de Valladolid. Permaneció en el colegio cinco años, durante los cuales fue discípulo de los grandes teólogos Melchor Cano, Bartolomé Carranza y Diego de Astudillo. Adquirió pronto tal prestigio que hubo de prologar en prosa y en verso la obra De generatione et corruptione, que aquel publicó.

Tomó parte principal en la restauración del convento de Scala Caeli, de Córdoba, donde conoció y admiró al maestro Juan de Ávila, que como orador sagrado influyó mucho en él. En dicho lugar, apartado de otras actividades, dio rienda suelta a su devoción y su amor por los estudios sagrados. Fue algún tiempo capellán del duque de Medina Sidonia. Pasó a Portugal; estuvo en Évora, y la reina doña Catalina, su penitente, quiso hacerle obispo de Viseo y arzobispo de Braga, prelacías que rehusó tenazmente. Solo después de muchos ruegos aceptó el cargo de provincial de su Orden en Portugal, sin que fuera obstáculo para ello su condición de castellano. Desempeñó este oficio desde 1557 a 1560.

Su fama de orador sagrado fue extraordinaria. Fray Luis de León, desde su cárcel, pedía para consolarse el Libro de la Oración, del P. Granada. Se le llamó el Cicerón español. Felipe II lo admiró como predicador, no obstante haberlo encontrado «algo viejo y sin dientes».

En 1588, el venerable fray Luis de Granada entregaba su alma a Dios. Sus restos mortales fueron depositados en la iglesia de Santo Domingo, de Lisboa, y allí descansan; pero su espíritu ha recorrido el mundo y el eco de su voz extinguida resuena en los corazones de muchos cristianos, que han alimentado y alimentan aún sus almas con la lectura de sus obras, verdaderamente inmortales.

Entre sus escritos, que son abundantísimos, los hay en castellano, en latín —algunas colecciones de sermones— y en portugués. Los libros escritos en castellano más importantes son: Libro de la oración y meditación, Guía de pecadores, Introducción al símbolo de la fe y Memorial de la vida cristiana. De sus opúsculos merecen citarse: Meditaciones muy devotas, Compendio y explicación de la doctrina cristiana y Compendio de la vida espiritual.

Escribió también algunas biografías, como: Vida del Maestro Juan de Ávila, Vida de Fray Bartolomé de los Mártires y la Vida de Jesucristo. Finalmente, hizo varias traducciones.

De entre las muchas obras de fray Luis de Granada, la presente constituye un ejemplar de todo cristiano, «lo que todos deben estudiar y meditar con amor todos los días de su vida». La máxima preocupación de la existencia del P. Luis de Granada, y a la que dedicó preferentemente sus estudios y meditaciones, fue el conocimiento y amor de Cristo Crucificado. Por ello, esta obra, como todas las suyas, brotó tan llena de sabia doctrina, de piedad y de unción y es tan eficaz para infundir en las almas esas mismas virtudes.

Desde la embajada del Arcángel a la Santísima Virgen nuestra Señora, hasta la subida del Señor a los cielos, nos son relatados en este precioso libro todos los momentos de la vida de Jesucristo, con el encanto y maestría que son comunes en las producciones de fray Luis.

«¡Oh misterio de grande veneración! ¡Oh cosa no para decirse, sino para sentirse; no para explicarse con palabras, sino con silencio y admiración! ¿Qué cosa más admirable que ver aquel Señor a quien alaban las estrellas de la mañana; aquel que está sentado sobre los querubines, que vuela sobre las plumas de los vientos, que tiene colgada de tres dedos la redondez de la tierra; cuya silla es el cielo y cuyo estrado real es la tierra; que haya querido venir a tan grande extremo de pobreza, que cuando naciese (ya que quiso nacer en este mundo), le pusiese su Madre en un pesebre por no tener otro lugar en aquel establo?». Así nos describe el maestro Granada los grandes misterios de las obras de Dios y, singularmente, la más sorprendente: la Humanidad de Cristo nuestro Salvador, que es haberse Dios hecho hombre por amor de los hombres.

Aunque parezca extraño, la Vida de Jesucristo, de fray Luis de Granada, es muy poco conocida. Solo tenemos noticia de la edición de Salamanca de 1574, de la cual se conserva un único ejemplar —al menos que sepamos— en la Biblioteca Nacional de Madrid. Esta edición es la que hemos seguido aquí. Fue reimpresa también en Salamanca en 1928, como primer volumen de la «Biblioteca Parva Ascético-Mística Granadina», dirigida por el P. Llaneza, O. P.

En tus manos tienes, lector, una de las obras que con más cariño salieron de la pluma de fray Luis de Granada, que se cuenta entre los más egregios escritores españoles de espiritualidad de todos los tiempos, entre los más elocuentes predicadores de nuestra lengua y entre los grandes maestros del habla castellana. Su prosa es clara y sencilla, al mismo tiempo que escogida y sin concesiones a la vulgaridad.

Vida de Jesucristo

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