Читать книгу Vida de Jesucristo - Fray Luis De Granada - Страница 7

Оглавление

I.

DE LA ANUNCIACIÓN DEL ÁNGEL A NUESTRA SEÑORA

PUES COMENZANDO A DISCURRIR por los principales pasos y misterios de la vida del Salvador, la primera cosa que se ofrece es la embajada del ángel a la Santísima Virgen nuestra Señora. Donde ante todas cosas es razón poner los ojos en la pureza y santidad de esta Señora que Dios ab aeterno escogió para tomar carne de ella.

Porque así como cuando determinó criar el primer hombre, le aparejó primero la casa en que le había de aposentar, que fue el Paraíso terrenal, así cuando quiso enviar al mundo el segundo, que fue Cristo, primero le aparejó lugar para lo hospedar: que fue el cuerpo y alma de la Sacratísima Virgen. Y así como para aquel Adán terreno convenía casa terrenal, así para este que venía del Cielo era menester casa celestial: esto es, adornada con virtudes y dones celestiales.

Y porque la condición de Dios es hacer las cosas tales, cual es el fin para que las hace, así como la Virgen fue escogida para la mayor dignidad que hay después de la Humanidad del Hijo de Dios, que es ser Madre suya, así le fue concedida la mayor santidad y perfección que hay después de Él.

Y porque ella era Madre del Santo de los Santos, a ella fueron concedidas por muy alta manera todas las gracias y privilegios que se otorgaron a todas las santas y santos.

Y sobre esto le fueron concedidos otros siete privilegios de grandísima dignidad y admiración. Entre los cuales el primero y el mayor fue ser Madre de Dios. El segundo, no sentir en sí ningún género de mala inclinación ni apetito desordenado. El tercero, nunca jamás en sesenta y tantos años de vida haber cometido un solo pecado, no solo mortal, pero ni venial: que es cosa que sobrepuja toda admiración. El cuarto, haber concebido por virtud del Espíritu Santo. El quinto, haber parido sin dolor, y sin detrimento de su pureza virginal. El sexto, haber sido llevada en cuerpo y alma al Cielo, sin que su cuerpo supiese qué cosa era corrupción. El séptimo estar asentada al lado del Hijo en los más altos bienes de gloria que a otra pura criatura fueron comunicados.

Pues siendo esta Virgen tan privilegiada y aventajada sobre todos los santos, y tan llena de gracia, ¿qué cosa fuera ver la vida que en este mundo viviría? ¿Qué fuera ver su pureza, su humildad, su caridad, su benignidad, su honestidad, su mesura, su misericordia y todas las otras virtudes que en ella más que rubíes y esmeraldas resplandecían?

¿Qué fuera verla en este mundo conversar con los hombres y vivir entre ellos, la que, por otra parte, conversaba con los ángeles y trataba con ellos? ¿Qué fuera ver sus ejercicios, sus lágrimas, sus vigilias, sus abstinencias, sus oraciones, en que gastaría los días y las noches con Dios? ¿Qué cosa más admirable que en sesenta y tantos años de vida, conversando con los hombres y viviendo en cuerpo sujeto a la hambre y necesidades de los otros cuerpos, nunca jamás descompasarse solo un punto, ni en comer, ni en beber, ni en dormir, ni en hablar, ni en otra cosa alguna, trayendo siempre todas las potencias de su alma, su memoria, su entendimiento, su voluntad y su intención puestas con Dios? ¡Cuán llena de luz, de amor y deleites celestiales estaba la que de esta manera perseveraba unida con eterno vínculo de amor y suavidad con Dios!

Finalmente, tal era su vida, su pureza y la hermosura de su alma, que quien tuviera ojos para mirarla mucho más conociera por aquí la sabiduría, omnipotencia y bondad de Dios, que tal alma había formado y perfeccionado, que por la fábrica y hermosura de todo este mundo.

Aparejada, pues, esta casa que es este Paraíso de deleites para este segundo Adán, después que se cumplió el tiempo que la divina sabiduría tenía determinado para dar remedio al mundo, envió al ángel san Gabriel a esta Virgen llena de gracia, la más bella y la más pura y escogida de todas las criaturas del mundo, porque tal convenía que fuese la que había de ser Madre del Salvador del mundo.

Y después que este celestial Embajador la saludó con toda reverencia, y le propuso la embajada que de parte de Dios le traía, y le declaró de la manera que se había de obrar aquel misterio, que no había de ser por obra de varón, sino por Espíritu Santo; luego la Virgen con humildes palabras y devota obediencia consintió a la embajada celestial, y en ese punto el verdadero Dios Omnipotente descendió en sus entrañas virginales y fue hecho hombre, para que de esta manera, haciéndose Dios-hombre, viniese el hombre a hacerse Dios.

Aquí puedes primeramente considerar la conveniencia de este medio que la sabiduría divina escogió para nuestra salud, porque esta es una de las consideraciones que más poderosamente arrebata y suspende el corazón del hombre en admiración de esta inefable sabiduría de Dios, que por tan conveniente medio encaminó el negocio de nuestra salud, dándole juntamente con esto gracias, así por el beneficio que nos hizo como por el medio porque lo hizo, y mucho más por el amor con que lo hizo, que sin comparación fue mayor.

Considera también aquí la inefable caridad de Dios, que al tiempo que nosotros dormíamos y menos cuidado teníamos de nuestra salud y ni con oraciones ni sacrificios procurábamos nuestro remedio, se acordó Él de remediarnos, y pudiendo hacer esto por otras muchas maneras, lo quiso hacer por esta, que a Él era tan costosa, por ser la más conveniente que había para nuestra salud. De la cual caridad dijo el mismo Señor en el Evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que, mediante la fe y amor que tuviésemos con Él, alcanzásemos la vida eterna».

Considera también la maravillosa vergüenza y silencio de esta Virgen, que apenas habló una palabra necesaria después de muchas que el ángel le habló.

Y considera también su grande humildad, pues teniendo tanta razón para temer, teniendo delante de sí un ángel en tan resplandeciente figura, no se hace mención de este temor, sino del que recibió en oírse alabar y llamarse llena de gracia y bendita entre las mujeres, porque para el verdadero humilde ninguna cosa hay más nueva ni más temerosa que oír sus alabanzas, porque estas son los ladrones y robadores del tesoro de la humildad.

Considera también el amor inestimable que esta Virgen tenía a la castidad, pues ella fue la primera que en el mundo hizo este nuevo voto, sin tener ejemplo que imitar. Y que tan grande haya sido el amor que tuvo a esta virtud parece claro; pues ofreciéndole tan grande gloria como el ser Madre de Dios, todavía trató de volver por la gloria de esta virtud; y todavía, como san Bernardo dice, sintió pensar si por ventura para esto se había de dispensar el voto de su pureza virginal.

Piensa también en la fe de esta Señora, de la cual con mucha razón fue alabada de santa Isabel, pues creyó tantas maravillas juntas y tan increíbles a todo humano entendimiento. Pues si tanto alaba el apóstol la fe de Abraham porque creyó que una mujer estéril pariría, cuánto fue mayor la fe de esta doncella que creyó que una virgen pariría, y que Dios encarnaría, y que todo esto sería por Espíritu Santo sin obra de varón. De donde aprenderás, hombre flaco, a creer y fiarte siempre de todas las palabras y promesas de Dios, aunque al seso humano parezcan increíbles.

Considera después de todo este tan dulce diálogo, con cuánta humildad y obediencia se resignó esta Señora en las manos de Dios, diciendo: «He aquí la sierva del Señor, etc.».

Mas sobre todo esto es mucho más para considerar los movimientos, los júbilos y los regalos que en aquel purísimo corazón entonces habría con la supervención del Espíritu Santo, y con la Encarnación del Verbo Divino, y con el remedio del mundo, y con la nueva dignidad y gloria que allí se le ofrecía, y con tan grandes obras y maravillas como allí le fueron reveladas y obradas en su persona. Mas ¿qué entendimiento podrá llegar a entender lo que en esto pasó?

Vida de Jesucristo

Подняться наверх