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RECURSO CONTRA CALÍMACO (XVIII)

A comienzos del año 403 a. C. están en el poder en Atenas los Diez1, y es Patrocles arconte rey2; éste descubre que un cierto Calímaco tiene en su poder una fuerte suma de dinero perteneciente a uno de los exiliados del Pireo. Llevado Calímaco ante el Consejo, se le confisca el dinero. Cuando vuelven a Atenas los del Pireo, Calímaco promueve diversos procesos: consigue de Patrocles diez minas de plata, doscientas dracmas de Lisímaco, y, a continuación, acusa al cliente de Isócrates, cuyo nombre ignoramos. Para no llegar ante los Tribunales, hacen un juicio arbitral (cf. Aristóteles, Constitución de Atenas 53, 2), actuando como árbitro Nicómaco de Bata. Con todo, Calímaco decide después acusarle de nuevo, y entonces el cliente de Isócrates intenta un recurso de excepción o paragraphḗ. El origen de este recurso es el siguiente: al volver los demócratas a Atenas en el año 403, han acordado una amnistía, de la que sólo quedan excluidos los Treinta, los Diez, los Once3 y los antiguos gobernadores del Pireo (cf. Aristóteles, Const. de At. 39 6). Para hacer efectiva esta amnistía, Arquino, jefe del partido democrático, decidió que el Consejo condenara a muerte, sin juicio, a cualquiera que atacase a un antiguo enemigo. Como esto no fuera suficiente, Arquino hizo votar la ley que cita el acusado (cf. 2-3). Por lo que se nos dice al principio del discurso, parece que es la primera vez que se hace uso de esta paragraphḗ.

La fecha del discurso puede situarse en el año 402 a. C. Por su simplicidad de estilo, algunos lo han atribuido a Iseo.

[1] Si también otros hubieran sostenido un recurso parecido, empezaría a hablar de la causa propiamente dicha; pero ahora es forzoso hacer primero una referencia a la ley por la que hemos comparecido, para que emitáis vuestro voto al conocer el motivo de nuestra disputa, y para que ninguno de vosotros se extrañe de que siendo [2] yo el acusado hable antes que el acusador4. Después que volvisteis del Pireo, visteis que algunos ciudadanos deseaban hacer acusaciones falsas e intentaban violar las disposiciones de amnistía. Con el deseo de hacerles desistir y de mostrar a los demás que no habíais hecho esas disposiciones a la fuerza, sino pensando en beneficiar a la ciudad, votasteis la ley propuesta por Arquino: «Si alguno hiciera una acusación contra lo jurado, permítasele al acusado interponer un recurso, los magisirados sometan al Tribunal esto con prioridad, y hable el primero el que presentó el recurso; y la parte que [3] resulte condenada quede obligada a pagar una sexta parte de la suma total5, para que los que se atrevan a pensar en la venganza no sólo queden convictos de sus falsas acusaciones y no aguarden el castigo de los dioses, sino que al instante sean castigados.» Pensé que sería ridículo si, habiendo leyes así, yo consintiese que mi calumniador se arriesgase en treinta dracmas y, en cambio, yo disputase toda mi hacienda. Demostraré que [4] Calímaco no sólo promueve un proceso contra las disposiciones de amnistía, sino que miente en sus acusaciones, y que, además, ya habíamos hecho nosotros un juicio arbitral sobre ellas. Quiero explicaros los hechos desde el principio; pues, si os dais cuenta de que no sufrió mal alguno por mi culpa, creo que con más gusto defenderéis las disposiciones de amnistía y contra él os irritaréis más.

Estaban en el poder los Diez, que se establecieron [5] tras los Treinta; un día, paseando, me encontré con mi amigo Patrocles, que era entonces arconte rey. Él estaba enemistado con Calímaco, éste que me entabla el proceso, y descubrió que tenía dinero en su poder. Después que Patrocles prendió a Calímaco, decía que el dinero se lo había confiado Anfíloco y que por tanto era dinero estatal, pues este Anfíloco era de los del Pireo. Como Calímaco se lo negara y se injuriaran mutuamente, [6] acudieron otros muchos y se presentó también casualmente Rinón, que era uno de los Diez. Inmediatamente Patrocles le hizo la denuncia del dinero, y Rinón condujo a ambos ante sus colegas. Aquéllos los enviaron al Consejo6. Celebrado el juicio, se resolvió [7] que el dinero era propiedad del estado. Más tarde, cuando volvieron los deterrados del Pireo, Calímaco acusó a Patrocles y le incoó un proceso como responsable de su desgracia. Tras llegar a un acuerdo y obtener de él diez minas de plata, acusaba falsamente a Lisímaco; habiendo conseguido también de éste doscientas dracmas, me ocasionaba dificultades a mí. Al principio me acusaba diciendo que era cómplice de aquéllos, pero finalmente llegó a tanta desvergüenza, que me hizo responsable de todo lo ocurrido. Quizá también ahora se [8] atreverá a acusarme de esto. Pero yo os presentaré como testigos de que ni colaboré en su detención ni le cogí el dinero, a los que presenciaron el asunto desde sus comienzos; luego, a Rinón y sus colegas, testigos también de que yo no hice la denuncia ante ellos, sino Patrocles, e incluso os presentaré a los miembros del Consejo, para demostrar que Patrocles fue el acusador. Llámame a los testigos de estos hechos.

(TESTIGOS)

[9] Así que, aunque muchos habían asistido a los hechos como si nadie lo supiera, este mismo Calímaco, deteniéndose en los grupos y sentándose en los talleres, hablaba de que había sido injuriado gravemente por mí y privado de su dinero. Algunos de sus amigos se acercaban y me aconsejaban que cesara la discusión con él y que desistiera de ser tenido en mal concepto y de arriesgarme en mucho dinero, aunque estuviera muy confiado en mis razones; decían que muchas causas se resuelven en los tribunales contra lo esperado, y que, [10] en los vuestros, se juzga más al azar que con justicia; que, por ello, me convenía quedar libre de grandes acusaciones, tras hacer un pequeño pago, a arriesgarme en cosas mayores sin haberlo hecho. ¿Por qué os entretengo con tanto detalle en cada cosa? Porque nada dejaron de decir de lo que se acostumbra en tales casos. Finalmente me persuadieron —os diré, pues, toda la verdad— a que le diera doscientas dracmas, y para que no pudiera otra vez hacer una falsa acusación, confiamos un arbitraje con ciertas condiciones8 a Nicómaco de Bata...9.

(TESTIGOS)

Al principio respetó lo acordado, pero más tarde, en [11] connivencia con Jenótimo, el que falseó las leyes, corrompió los tribunales, ultrajó a los magistrados y fue autor de toda clase de delitos, promueve contra mí un proceso por diez mil dracmas. Al presentar yo un testigo de que la acusación era inadmisible por haberse producido un juicio arbitral, no atacó al testigo. Pero, como [12] sabía que, si no obtenía una quinta parte de los votos, quedaría obligado a pagar un sexto de la suma total, después de convencer al magistrado, presentó de nuevo la misma acusación, con la idea de arriesgarse sólo en la suma depositada para entablar el proceso. Y como yo no sabía cómo manejarme en estas dificultades, consideré lo mejor venir ante vosotros, corriendo ambos el mismo riesgo. Y éstos son los hechos.

[13] Sé que Calímaco no sólo se dispone a mentir acerca del motivo de la acusación, sino que incluso va a intentar negar el juicio arbitral y se prepara a hablar en el sentido de que nunca confió un juicio arbitral a Nicómaco, a quien sabía antiguo amigo nuestro, y de que no era verosímil que quisiera aceptar doscientas dracmas [14] en vez de diez mil. Pero vosotros considerad, en primer lugar, que no discutimos el juicio arbitral, sino que nos confiamos a él con ciertas condiciones, de manera que no hizo nada fuera de lugar al aceptar a Nicómaco como árbitro; mucho más raro sería que, estando de acuerdo con los hechos, rechazara al árbitro. Además no sería probable que, si se le debían diez mil dracmas, hiciese un acuerdo por dos minas; pero si su reclamación es injusta y él un sicofanta10, nada tiene de admirable que quisiera haber aceptado esto. E incluso, si reclamando mucho obtuvo poco, esto no es una prueba en su favor de que el juicio arbitral no se produjo, sino mucho más para nosotros de que su reclamación no fue justa desde el principio.

[15] Me causa admiración que, si se cree capaz de reconocer como inverosímil el hecho de aceptar doscientas dracmas en vez de diez mil, piense que yo no descubriese, en el caso de querer mentir, que convenía ir diciendo que le había dado una suma mayor. Pido que de la misma forma que sería una prueba en su favor de que no se celebró el juicio arbitral si demostrase la falsedad del testigo, lo sea igualmente para mí de que digo la verdad sobre este juicio, puesto que está claro que no se atrevió a recusar a mi testigo.

[16] En mi opinión, si no se hubiera realizado el juicio arbitral ni existieran testigos de los hechos y fuera preciso examinar lo probable, ni aún así os hubiera sido difícil sentenciar lo justo. Pues, si me hubiera atrevido a delinquir contra otros, con razón me habríais acusado de haberlo hecho también contra éste. Pero ahora me mostraré como una persona que no perjudicó a ningún ciudadano en su hacienda, ni le puso en peligro de muerte, ni le excluyó de los derechos cívicos, ni le inscribió en la lista de Lisandro11.

Y eso que la maldad de los Treinta empujó a muchos [17] a hacer cosas parecidas; porque no castigaban a los criminales, sino que aún más, mandaban delinquir a algunas personas. A mí, en cambio, ni siquiera bajo su mandato se me encontrará como autor de una cosa así; pero este Calímaco dice que sufrió una injusticia cuando los Treinta fueron expulsados, y el Pireo ocupado, cuando el pueblo estaba en el poder y las palabras eran de reconciliación. Y ¿os parece verosímil que [18] quien bajo los Treinta se presentó como hombre de orden, evitase cometer delitos hasta este momento, en el que incluso se arrepentían los que antes habían delinquido? Y lo más absurdo de todo: si no creí conveniente vengarme de ninguno de mis enemigos anteriores, no iba a intentar hacer daño a éste, con quien nunca tuve contacto de ningún tipo.

Creo que he demostrado suficientemente que no soy [19] responsable de la confiscación del dinero de Calímaco; y que no podía entablar un proceso sobre lo ocurrido entonces, ni aunque hubiera hecho todo eso que él dice, lo vais a conocer por las disposiciones de amnistía. Alcánzame el documento.

(DISPOSICIONES)

¿Acaso presenté el recurso confiando en una norma [20] legal de poca importancia? Pero ¿no absuelven claramente las disposiciones a los que han denunciado o delatado o han hecho cosas de ese tipo? ¿Y no van a hacerlo conmigo, que puedo demostrar que ni hice eso ni cometí delito alguno? Léeme también los juramentos.

(JURAMENTOS)

[21] Y siendo así las disposiciones y hechos así los juramentos, ¿no es grave, jueces, que Calímaco confíe tanto en sus palabras como para creer que os persuadirá a votar contra aquéllos? Y esto no sería sorprendente si viera que la ciudad se volvía atrás de lo acordado. Pero actualmente habéis demostrado la importancia que dais [22] a estas disposiciones, no sólo en la implantación de las leyes, sino que incluso a Filón de Cele, denunciado por prevaricar en su embajada y sin posibilidad de defensa, cuando recurrió a esas disposiciones, decidisteis dejarle libre y no entablarle proceso. Y cuando la ciudad considera que no es justo castigar ni aun a los que reconocen su culpabilidad, Calímaco, en cambio, se atreve a hacer falsas acusaciones contra los que en nada [23] han faltado. Además no se le pasa por alto que Trasibulo y Ánito, los más poderosos de la ciudad12, que habían sido despojados de muchos bienes y conocían a sus delatores, a pesar de ello, no se atrevieron ni a incoar procesos contra ellos ni a pensar en vengarse; por el contrario, aunque tenían mayor poder de acción que los demás en otros asuntos, en lo referente a las disposiciones, prefirieron estar en igualdad de condiciones [24] con los ciudadanos corrientes. Y no fueron los únicos que pensaron así, sino que ninguno de nosotros se ha atrevido a meterse en un proceso de este tipo. Sería indignante que, si en vuestros propios asuntos sois fieles a los juramentos, intentarais violarlos por la calumniosa acusación de éste y que consintierais que el que quisiera, pudiera romper las disposiciones de la ciudad por su cuenta, y, en cambio, obligarais a que fueran respetados públicamente los acuerdos privados. Lo más sorprendente de todo sería que, cuando no estaba [25] claro si la reconciliación era conveniente a la ciudad, hubierais hecho juramentos de tal naturaleza que, aunque no fuera útil, era forzoso mantener lo convenido; y cuando os ha resultado tan bien que merece la pena mantener la presente constitución13 sin necesidad de garantía alguna, precisamente ahora vais a violar los juramentos. Y os enfadáis con los que han dicho que hay [26] que borrar las disposiciones, pero con este individuo, que se atreve a violar las que están escritas, a ése lo dejaréis ir sin castigo. Pero no obraríais con justicia, ni de manera digna de vosotros, ni tampoco de acuerdo con vuestras opiniones anteriores.

Pensad que venís para juzgar asuntos de enorme importancia; [27] pues votaréis sobre disposiciones que nunca os interesó violar, ni a vosotros con respecto a otros, ni a otros con respecto a vosotros, y que tienen tal fuerza, que la mayoría de las actividades de la vida entre griegos y bárbaros se han producido mediante ellas. Pues [28] por confiar en los tratados es por lo que podemos visitarnos mutuamente y adquirir lo que cada uno acaso necesitemos; también con ellos trabamos acuerdos entre nosotros mismos y hacemos cesar las querellas privadas y las guerras comunes; y es sólo esto lo que todos los hombres seguimos usando en común. De modo que conviene a todos el ayudar a mantenerlos, y a nosotros sobre todo. Pues es cosa reciente, desde que vencidos [29] en la guerra, caímos bajo nuestros enemigos y cuando muchos deseaban destruir la ciudad, el que nos acogiéramos a los juramentos y disposiciones de amnistía14; y si los lacedemonios se atreviesen a violarlos, cada uno [30] de vosotros se indignaría muchísimo. Y ¿cómo se puede acusar a otros de lo que uno mismo es reo?; ¿a quién pareceríamos injuriados, si sufriéramos daño en contra de las disposiciones, cuando ni nosotros mismos les mostramos en público la mayor consideración?; ¿qué garantías vamos a encontrar respecto a extraños, si las que nos damos entre nosotros las rompemos tan a la [31] ligera? Y hay que acordarse de estas disposiciones, puesto que nuestros antepasados realizaron muchas y bellas hazañas en la guerra, pero la ciudad no obtuvo menos estimación precisamente por estas reconciliaciones. En la guerra se pueden encontrar muchas ciudades que lucharon con valor, pero nadie podría señalar a otra que haya deliberado mejor que la nuestra sobre una querella [32] civil. Además, cualquiera atribuiría a la suerte la mayor parte de las hazañas que se realizaron con peligro; pero la moderación que usamos con nosotros mismos nadie la achacaría a otra cosa que a nuestra manera de pensar. Así que no hay que traicionar esta buena fama.

[33] Que nadie crea que exagero o hablo de más, porque me he expresado en estos términos al defenderme de una acusación privada. Porque este proceso no sólo concierne al dinero ya fijado en la reclamación; a mí puede afectarme, pero a vosotros también lo que acabo de decir hace poco, y sobre esto nadie podría hablar de [34] manera conveniente ni fijar un castigo adecuado. Porque este proceso difiere mucho de los demás, ya que los otros sólo afectan a los querellantes, pero en éste corre peligro también el interés común de la ciudad. Juzgad éste apoyándoos en dos juramentos, el que soléis prestar en los demás procesos y el que prestasteis en las disposiciones. Si lo sentenciáis injustamente, violaréis no sólo las leyes de la ciudad, sino también las que a todos son comunes. Por ello, no debéis votar de acuerdo con un trato de favor, ni según la conveniencia ni por otro motivo que no sean los juramentos que hay sobre este asunto.

Creo que ni el mismo Calímaco objetará que no es [35] necesario ni conveniente ni justo que vosotros sentenciéis así, de acuerdo con las disposiciones de amnistía; pero creo también que se va a quejar de su pobreza actual y de la desgracia que le ha ocurrido; también dirá que va a sufrir de manera indignante y desdichada, si del dinero del que fue despojado durante la oligarquía, ahora bajo un régimen democrático tiene que abonar la multa correspondiente; así como de que ahora, en el momento en que le corresponde recibir satisfacción, quede privado de derechos15, cuando antes, a causa de su hacienda, se vio obligado a exiliarse. Acusará tambien [36] a los que participaron en el cambio político para así encolerizaros más; pues quizá oyó a alguien que vosotros castigáis a los primeros que aparecen, cuando no capturáis a los culpables. Pero yo considero que vosotros no tenéis esta manera de pensar y creo que es fácil objetar los argumentos sugeridos.

Ante sus lamentos, conviene que ayudéis no a los que [37] se muestran a sí mismos como los más desdichados, sino a quienes aparecen diciendo lo más justo sobre aquello que declararon bajo juramento. Y en lo que se refiere a la multa, si yo fuera culpable de estos asuntos, sería lógico que os condolierais de él, que está a punto de ser multado; pero ahora es él el sicofanta, así que no es justo que admitáis su discurso. A continuación, hay [38] que examinar también lo siguiente: que todos los que volvieron del Pireo podrían haber dicho los mismos argumentos que éste, pero ninguno se atrevió a meterse en un proceso semejante. Y es preciso que aborrezcáis a los que son así y consideréis malos ciudadanos a quienes sufrieron las mismas desgracias que la mayoría, pero pretenden alcanzar satisfacciones diferentes a las [39] de los demás. Al margen de esto, aún ahora puede dejar el proceso y librarse de todos los problemas antes de haber sufrido vuestra sentencia. ¿No es absurdo que busque alcanzar compasión de vosotros en este peligro, del que él mismo es el autor y en el que él mismo se [40] pone, cuando todavía le es posible no correrlo? Y pues se acuerda de lo ocurrido durante la oligarquía, pedidle que no acuse a aquellos a los que nadie defenderá16, sino que demuestre que yo le he cogido el dinero sobre el que debéis emitir vuestro voto. Y que no se presente como uno que ha sufrido mucho, sino que pruebe que lo hice yo, ya que es de mí de quien piensa obtener lo [41] perdido. Porque también puede demostrar que él es un desdichado, cuando pleitee contra cualquier otro ciudadano. Las acusaciones que tienen que tener más importancia para vosotros no han de ser las que pueden usarse incluso contra los inocentes, sino las que no es posible aplicar a nadie más que a los culpables. Ante estos razonamientos quizá bastará lo dicho y será posible [42] refutarle de inmediato. Aunque parezca que repito por dos veces la misma cosa, pensad que son muchos los que prestan atención a este proceso, no porque les preocupen nuestros asuntos, sino al considerar que el juicio es sobre las disposiciones de amnistía. Si sentenciáis en justicia les garantizaréis vivir sin miedo en la ciudad; pero si no es así, ¿cómo creéis que se encontrarán los que permanecieron en la ciudadela, si os mostráis igualmente enfadados con todos los que participan del derecho de ciudadanía?; ¿qué van a pensar los que saben [43] que han cometido una falta pequeña, cuando vean que ni los que se comportaron como ciudadanos cabales alcanzan justicia?, y, ¿qué desorden habrá de producirse cuando unos sean empujados a hacer falsas acusaciones pensando que vosotros habéis sentenciado ya lo mismo que ellos, y otros teman la actual constitución, porque no les queda ningún refugio? ¿No habrá que temer, al [44] quedar violados los juramentos, que volvamos otra vez a la misma situación por la que nos vimos obligados a promulgar las disposiciones? Y no hará falta que aprendáis de otros qué gran bien es la concordia y qué mal la lucha de partidos17; porque habéis probado tanto ambas, que de ellas podéis ser unos excelentes maestros para otros.

Para que no parezca que consumo mucho tiempo en [45] el asunto de las disposiciones de amnistía, porque es fácil decir de ellas muchas cosas justas, os aconsejo recordar, cuando votéis, sólo lo siguiente: que antes de suscribir estas disposiciones, estábamos en guerra, ocupando unos el círculo de las murallas, otros el Pireo tras haberlo conquistado18, odiándonos entre nosotros más que a los enemigos que nos dejaron los antepasados; y, después que nos dimos mutuas garantías, tras [46] reunirnos en un mismo lugar, trazamos una política tan bella e igualitaria que ningún desastre nos sobrevino. Antes, todos pensaban que éramos los más atrasados e infortunados, pero ahora parece que somos los más felices y prudentes de los griegos. Por ello, no sólo [47] hay que castigar con multas como las prescritas a los que se atreven a violar las disposiciones, sino con otras más duras, como a gente responsable de los peores delitos, sobre todo a los que han vivido como Calímaco. Éste, durante los diez años en que mantuvisteis guerra sin interrupción contra los lacedemonios19, ni un solo día se presentó a los estrategos para que le asignaran [48] un puesto de combate; antes bien, aquel tiempo lo pasó escondiéndose y ocultando su hacienda; cuando los Treinta llegaron al poder, entonces desembarcó en la ciudad. Y afirma que es demócrata, pero le gustaba tanto participar de aquel régimen que, aunque lo pasó mal, no quiso marcharse, prefirió ser sitiado con los que le habían hecho daño, a vivir como ciudadano con vosotros [49] que también habíais sufrido injusticias, y se mantuvo como partidario del régimen hasta aquel día en que os disponíais a asaltar la muralla. Entonces se marchó, no porque odiase la situación presente, sino por temor a un peligro futuro, como luego quedó claro. Cuando el pueblo fue encerrado en el Pireo tras la venida de los lacedemonios, de nuevo escapó de allí y vivió en Beocia; así que es mucho más conveniente inscribirle [50] entre los desertores que citarle como exiliado. Y habiéndose comportado así con los que vinieron del Pireo, con los que permanecieron en la ciudadela y con toda la ciudad, no quiere obtener lo mismo que los demás, sino que busca tener más que vosotros, como si fuera el único injuriado o el mejor de los ciudadanos, o como si hubiera sufrido las mayores desgracias en beneficio vuestro o hubiera sido el autor de los más grandes bienes para la ciudad.

[51] Querría que le conocierais tan bien como yo, para que no le compadecierais por lo que ha perdido, sino que le aborrecierais por lo que ha conservado. Ahora, en otro orden de cosas, no bastaría una cantidad de agua doble de la que tengo20 para contar a cuántos hizo objeto de sus intrigas, los procesos privados que promovió y los procesos públicos en los que se presentó como acusador, con quiénes conspiró y contra quiénes testificó en falso. Con oír una sola cosa de las que él ha hecho, [52] conoceréis fácilmente toda su maldad. Cratino tuvo un pleito a propósito de un terreno con el cuñado de aquél. Entre ellos se produjo una pelea, y tras ocultar a una criada, acusaron a Cratino de que le había roto la cabeza. Y, sosteniendo que de resultas de la herida había muerto la mujer, incoan a Cratino un proceso de homicidio en el tribunal del Paladio21. Pero Cratino supo sus [53] manejos y permaneció tranquilo para que no cambiasen su plan ni buscasen otros argumentos y para coger a los malhechores en flagrante delito. Y cuando el cuñado hizo esta acusación y Calímaco testificó que la mujer había muerto realmente, Cratino y los suyos fueron a [54] la casa donde había sido escondida, la cogieron por la fuerza y la llevaron al tribunal y allí la mostraron viva a todos los presentes. Y así, siendo 700 los jueces, y tras testificar 14 testigos lo mismo que Calímaco, éste no obtuvo ni un voto. Llámame a los testigos de estos hechos.

(TESTIGOS)

¿Quién podría acusar adecuadamente lo que él ha [55] hecho? o ¿quién podría encontrar un ejemplo mayor de injusticia, falsa acusación y maldad? Porque algunas malas acciones no aclararían toda la manera de ser de los que las cometieron, pero de hechos semejantes [56] es fácil deducir toda la vida de sus autores. Pues ¿de qué os parece que se abstendrá quien testifica que los vivos están muertos? o, quien es tan malvado en asuntos ajenos ¿a qué no se atreverá en los propios? ¿Cómo se le va a creer cuando hable en defensa de él mismo, si en defensa de otros se mostró perjuro? ¿Qué falso testigo quedó nunca más al descubierto? A los demás los juzgáis por sus palabras, pero que era falso el testimonio [57] de éste saltó a la vista de los jueces. Aun convicto de tales cosas, intentará decir que nosotros mentimos, obrando como Frinondas22 que echó en cara su crimen a otro, o como Filurgo, quien tras robar la cara de la Gorgona23, decía que eran otros los saqueadores de templos. ¿A qué otro mejor que a éste conviene presentar como testigo de cosas no sucedidas, a quien se atreve a presentar personalmente un falso testimonio en favor de otros?

[58] Se puede por otro lado acusar muchas veces a Calímaco, pues tal era su disposición para vivir como ciudadano; en cambio, en lo que a mí se refiere, dejaré de mencionar todos los demás servicios prestados por mí, pero os recordaré uno por el que no sólo me debéis gratitud en justicia, sino que podéis utilizarlo como [59] prueba de todo un modo de obrar. Cuando la ciudad perdió las naves en el Helesponto24 y fue privada de su fuerza, me distinguí tanto de los demás trierarcos25, que fui de los pocos que salvó su nave y el único de ellos que no dejé la trierarquía cuando desembarqué en el Pireo. Mientras los demás se desprendían con gusto de [60] sus cargos públicos, estaban desanimados ante las circunstancias presentes, se arrepentían de lo que dieron, ocultaban lo que les quedaba, juzgaban destruidos los asuntos públicos y se preocupaban de sus asuntos privados, yo no tuve la misma actitud que aquéllos; al contrario, convencí a mi hermano para que compartiese mi trierarquía y, dando de nuestros propios fondos un sueldo a los marineros, hacíamos daño a los enemigos. Finalmente, cuando Lisandro proclamó que había pena [61] de muerte para el que os llevara trigo26, nos portamos tan bien con la ciudad que cuando los demás no se atrevían a llevar ni el suyo, cogimos el que venía por mar para ellos y lo llevamos al Pireo. Por esto vosotros votasteis una corona para nosotros, y que nos nombraran ante los epónimos27 autores de los mayores bienes. Hay que considerar demócratas no a los que desearon [62] participar en los asuntos públicos cuando el pueblo tuvo el poder, sino a los que quisieron correr peligros por vosotros cuando la ciudad estuvo en mala situación; y hay que demostrar gratitud no al que personalmente lo pasó mal, sino al que os ha hecho un bien, y compadecer a los que se hicieron pobres no por perder su hacienda, sino por perderla en beneficio vuestro. Uno [63] de éstos evidentemente soy yo, que sería el más desdichado de todos si habiéndome gastado muchos de mis bienes en beneficio de la ciudad, pareciera conspirar por lo de otros y tener en poco vuestra mala opinión, cuando claramente no sólo mi hacienda sino mi propia vida las tuve en menos que una buena fama entre vosotros. ¿A quién de vosotros no causaría pesar, si no [64] inmediatamente, sí poco después, si viese al sicofanta convertido en rico, y a mí despojado también de este dinero además del que gasté en los cargos públicos?; ¿y viese con mayor poder que las leyes y las disposiciones [65] a quien nunca corrió peligros por vosotros, mientras que a mí que tan animoso fui con la ciudad ni siquiera se me considera merecedor de alcanzar justicia? ¿Quién no os censuraría, si, influidos por las palabras de Calímaco, nos achacáis tal maldad a nosotros, después de haber juzgado que merecíamos una corona al valor por nuestras acciones, cuando no era tan fácil [66] como ahora alcanzar este honor? Nos ocurre lo contrario que a los demás; pues otros recuerdan los beneficios a los que los recibieron, pero nosotros juzgamos oportuno recordároslos a vosotros que los concedisteis, para que os sirva como prueba de todo lo dicho y de [67] nuestra manera de vivir. Está claro que, si nosotros mismos fuimos considerados dignos de este honor, no fue para robar lo ajeno cuando se estableció la oligarquía, sino para que, salvada la ciudad, los demás tuvieran lo suyo y la mayoría de los ciudadanos nos debieran su agradecimiento; que es el que ahora os pedimos, no porque busquemos tener más de lo justo, sino para demostrar que en nada delinquimos...28, permaneciendo [68] fieles a los juramentos y a las disposiciones. Sería terrible que estas disposiciones fuesen capaces de librar de castigo a los culpables y, en cambio, resultasen ineficaces para nosotros que hemos obrado bien. Se debe guardar la suerte actual, pensando que, en otras ciudades, tratados similares incrementaron las discordias civiles, pero en la nuestra, en cambio, la concordia. Tenéis que acordaros de ellos y votar lo justo y conveniente.


1 Los que se habían visto obligados a huir de Atenas ante la persecución de los Treinta eligieron como jefe a Trasibulo, antiguo almirante de la escuadra; bajo su dirección tomaron por sorpresa File, castillo de las montañas al N. de Atenas, y más tarde el puerto del Pireo; ante estos hechos, el pueblo ateniense se sublevó y eligió a diez ciudadanos para que actuaran de intermediarios entre los oligarcas y los demócratas.

2 El colegio de los arcontes fue en Atenas la primera limitación al poder de la monarquía; fueron tres al principio (siglo VIII antes de Cristo) arconte rey (presidente del Areópago y heredero de las funciones religiosas del antiguo rey), arconte polemarco (jefe del ejército) y el de más amplias funciones, llamado arconte epónimo porque daba nombre al año de su mandato; en el siglo VII a. C. se añadieron seis nuevos arcontes, los tesmotetas, o revisores de las leyes y más tarde otro arconte secretario. El poder de estos diez arcontes fue debilitándose cada vez más tras las sucesivas reformas políticas, aunque el cargo mantuvo gran prestigio.

3 Los Once eran magistrados encargados de la inspección de las prisiones y de la ejecución de las penas de muerte.

4 Esta era otra de las circunstancias excepcionales autorizadas por la paragraphḗ; lo normal es que hable primero el acusador.

5 Multa llamada epōbelía; como la cantidad reclamada por Calímaco es de 10.000 dracmas, si éste no obtiene una quinta parte de los votos del Tribunal, se verá obligado a pagar 1.666 dracmas y cuatro óbolos, y no las 30 dracmas que es la cantidad de fianza pedida normalmente al presentar una querella judicial.

6 Mientras gobernaron los Treinta y los Diez, el Consejo usurpó las funciones judiciales de los tribunales atenienses (cf. nota 7 del discurso Contra Eutino).

7 Queda entre paréntesis el espacio dedicado a la declaración de los testigos, lectura de disposiciones, leyes, etc., que no se han conservado.

8 ARISTÓTELES, en la Constitución de Atenas 53, 2-6, nos da detalles sobre el juicio arbitral; en el discurso Sobre un asunto de banca veremos de nuevo este recurso jurídico.

9 Laguna, que BLASS ha cubierto con los términos habituales «llámame a los testigos de estos hechos».

10 Etimológicamente, el que denuncia el comercio ilegal de higos; por extensión, delator, sobre todo cuando la acusación es falsa.

11 Cf. nota 4 del discurso Contra Eutino.

12 Eran los jefes del partido democrático que volvieron del Pireo.

13 La democrática.

14 Cf. JENOF., Hel. 2, 19.

15 Si Calímaco no abono la epōbelía, quedaría privado de sus derechos de ciudadanía.

16 Los partidarios de la oligarquía.

17 Este elogio de la concordia cívica es semejante al que sobre la concordia panhelénica se hace en Panegírico 3; P. CLOCHÉ, Isocrate..., pág. 71, ve idéntico sentimiento en ambos casos.

18 Los oligarcas ocupaban el recinto amurallado de la ciudad, comenzado por Temístoles y terminado por Cleón.

19 Isócrates se refiere a la guerra de Decelia (413-404 a. C.), última fase de la guerra del Peloponeso; en la primavera del año 413 los espartanos ocuparon Decelia, en el Ática; de ahí el nombre de este período de la guerra.

20 El tiempo que acusado y acusador podían utilizar para exponer sus argumentos, estaba marcado por un reloj de agua, la clepsidra.

21 Tribunal que resolvía casos de homicidio involuntario y también asesinatos de esclavos, metecos y extranjeros; cf. ARISTÓTELES, Constitución de Atenas 57, 3.

22 Un conocido estafador, mencionado por ARISTÓFANES, Tesmoforias 861.

23 La cabeza de oro de la Gorgona que adornaba la armadura de la Atena crisoelefantina de Fidias, en el Partenón.

24 En la batalla de Egospótamos (405 a. C.).

25 La trierarquía era una prestación extraordinaria al estado ateniense, que consistía en equipar una trirreme.

26 Durante el bloqueo de Atenas al final de la guerra del Peloponeso.

27 Estatuas de los héroes que dieron sus nombres a las 10 tribus del Ática.

28 Laguna de 8 ó 9 letras, según los MSS, BLASS suple axiũontes, con lo que el texto podría quedar: «Sino para demostrar que en nada pensamos delinquir».

Discursos I

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