Читать книгу España, una nueva historia - José Enrique Ruiz-Domènec - Страница 36

EGERIA, LAS PUERTAS DE LA PEREGRINACIÓN

Оглавление

Egeria era una monja del Bierzo. El relato que sigue, sugerente y en absoluto infrecuente para esta época, procede de la literatura hagiográfica. Se trata de un conjunto de cartas escritas a unas «lejanas señoras y hermanas» que en 1884 Gian Francesco Gamurrini encontró en una laberíntica biblioteca de Arezzo. Nadie supo de quién eran hasta que en 1903 el investigador benedictino Mario Ferotín identificó al autor de esas cartas. La primera mujer peregrina española. ¿De verdad española? No insistamos en eso, al menos de momento, aunque no se puede descartar habida cuenta del interés que despierta en escritores actuales como José María Merino. Las cartas nos introducen en un mundo apenas advertido hasta ese momento, mostrando cómo la percepción de esta mujer viajera conecta con las preocupaciones de su tiempo, como preludio a las vidas de santas tan características de la literatura latina de la Edad Media europea. Las cartas pueden ser entretenidas por sí solas, pero contienen un propósito más profundo que la propia Egeria o Etheria trata de hacer llegar a sus «hermanas»: abrir las puertas a la peregrinación en nombre de un alarmante sentido religioso del mundo.

Egeria era pariente del emperador Teodosio, y con su decisión de ir a Jerusalén demostró «ser más valiente que ningún hombre en el mundo», como diría siglos después su biógrafo el abad Valerio. Al viajar entre 381 y 384 por todo el imperio, desde el Bierzo hasta Palestina, pasando por la ciudad de Constantinopla, con el fin de encontrarse a sí misma en la tumba de Cristo, su testimonio nos ofrece una luminosa inmersión en el sistema de creencias de la Iglesia primitiva como la renuncia sexual, la continencia, el celibato o la vida virginal; y lo hace con tal ternura que solo cabe suponer que estaba plenamente convencida de lo que decía.

Un salvoconducto imperial la protegía contra cualquier adversidad. A menudo fue acompañada por soldados o figuras locales, con la mirada fija en el documento con la firma de Teodosio. Egeria era consciente de ese privilegio incluso al perderlo duante el viaje: «A partir de este punto despachamos a los soldados que nos habían brindado protección en nombre de la autoridad romana mientras nos estuvimos moviendo por parajes peligrosos. Pero ahora se trataba de la vía pública de Egipto, que atravesaba la ciudad de Arabia, y que va desde la Tebaida hasta Pelusio, por lo que era innecesario ya incomodar a los soldados».

Egeria intentó mantener ordenados el mundo romano y la religión cristiana; nunca pensó en que pudieran ser incompatibles. Si se derrumbaba la autoridad del emperador, resultaba difícil continuar la vida religiosa tal como ella la entendía, incluso los viajes de peregrinación, que eran una necesidad para el buen cristiano. La decadencia del poder central socavaba la moral, incluso más que las derrotas militares, y una vez derrumbada, es mucho más difícil de reconstruir. En sus cartas, tras visitar el Sinaí, el monte Nebo, Mesopotamia y otros lugares lejanos, Egeria describe las amenazas para la civilización romana. No quiso callarse ante la crítica situación y probablemente en silencio no compartía demasiado el optimismo de su primo Teodosio. Pero esa disposición crítica no la condujo al desaliento, sino más bien confirmó su creencia de que la única respuesta estaba en la palabra del Señor.

España, una nueva historia

Подняться наверх